El documento describe las grandes responsabilidades de los padres como jefes de la familia. Los padres deben guiar a sus hijos hacia Cristo, criarlos en la disciplina del Señor, y enseñarles a obedecerlo. Los buenos hijos honran y respetan a sus padres, mientras que los malos les causan dolor. Ser padre requiere cumplir con el deber de criar cristianamente a los hijos y procurar su bienestar espiritual.
1. El padre, jefe del hogar y sus hijos
Por Eliseo Hernández Echegoyén
Usado con permiso
El padre es el jefe y cabeza de la familia, quien ha recibido de Dios la autoridad para gobernar su casa.
Tiene grandes responsabilidades que debe saber cumplir a cabalidad ante Dios, la iglesia y la sociedad.
En gran parte, el futuro de sus hijos depende del cumplimiento o incumplimiento de estos sagrados
deberes.
Los padres reciben a sus hijos de las manos de Dios (1 Samuel 1:27; Salmo 127:3) tesoros que les entrega
para que los administren con amor, sabiduría, prudencia y fidelidad. Es deber ineludible de los padres
encaminar a sus hijos a Cristo, criarlos para Dios en la disciplina y amonestación del Señor, hablarles de
los justos juicios de Dios, mandarles y enseñarles a obedecer al Señor.
Para todos estos deberes tenemos base en las enseñanzas de la Biblia, que es el libro que debe de normar
todo hogar cristiano. Todo hogar principia con la unión de un hombre y una mujer, por medio del santo
matrimonio, y se completa con los hijos.
El mandamiento del Señor Jesús a los hijos es: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque
esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te
vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra”. Un buen hijo es una bendición del cielo, y don de lo alto.
Los buenos hijos son conscientes de sus deberes y privilegios y están dispuestos a cumplirlos y a
ejercitarlos constantemente, siempre. La obediencia, el amor y el respeto de los hijos, para con sus
padres, honra y agrada al Señor; y éstos vienen a ser dueños y participantes de sus promesas y
bendiciones (Efesios 6:2, 3). El buen hijo cuida de sus padres, llena de gozo sus corazones y les hace
deleitosos sus días, brindándoles felicidad y dicha.
En cambio, un mal hijo es como un aguijón envenenado o emponzoñado, clavado muy hondamente y que
causa fuertes y grandes dolores constantemente a sus padres. Los malos hijos no conocen, no respetan ni
obedecen a Dios. No escuchan a sus padres, los desprecian, les desobedecen, los deshonran, los
maldicen, se burlan de ellos, les hieren con palabras fuertes y con el dardo agudo de la ingratitud,
causándoles tristezas, sufrimientos y hondos pesares. Dios señala fuertes castigos para los malos hijos
que se olvidan de sus padres y los abandonan. Hay una fuerte sentencia que cae sobre todos aquellos
desnaturalizados, ingratos, rebeldes, malcriados y contumaces que deshonran a sus padres, les
desobedecen, se burlan de ellos, les maldicen y les hieren física y moralmente (Deuteronomio 21:18-21;
27:16; Éxodo 21:15, 17; Marcos 7:10).
No es la carne y la sangre, sino el corazón lo que nos hace padres e hijos verdaderos; y cuando el corazón
y la razón hablan, se habla mejor. Los hijos y los nietos son las anclas que en el mar de la vida atan a los
padres y abuelos, y así estamos siempre anclados. Son cadenas que amarran fuertemente. Todo hijo
sensato ama, honra, obedece y respeta a sus padres.
Para los hijos de bien, sus padres son un verdadero tesoro, aunque ya estén muy ancianos, enfermos e
incapacitados. Es algo muy venerable, un padre anciano, amable, cariñoso y solícito con sus hijos y
nietos, que cumple a conciencia su responsabilidad. Rendimos el tributo de nuestra admiración, respeto,
simpatía y homenaje a todos los buenos padres por el cumplimiento de su alta y noble misión de criar,
formar y orientar a sus hijos, y saber como sabios jefes, gobernar sus hogares. Padres, os felicitamos y os
deseamos muchas bendiciones en este su día y en todos los días de su vida.
2. Padre (del “Arpa Sagrada”)
Padre, en las recias luchas de la vida,
Cuando mi pobre voluntad flaquea,
¿Quién si no tú, me levanta en la caída?
¿Quién si no tú me ayuda en la pelea?
Todo es mentira y falsedad y dolo,
Todo en la sombra por la espalda hiere,
Sólo tu amor, oh padre, tu amor sólo,
No tiene engaño, ni dobles, ni muere.
En mi conciencia, tu palabra escucho,
Conmigo siempre por doquier caminas,
Gozas si gozo, y cuando sufro mucho,
Sin que yo te lo diga, lo adivinas.
¡Ay! ¿Qué fuera de mí sin tu consuelo?
En este mundo mi ventura, ¡oh padre!
Consiste sólo en aspirar al cielo
Tu dulce amor, y el de mi santa madre.
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3. Para Reflexión en el Día del Padre y Siempre (EHE)
El hogar es un reflejo de lo que son los padres. Sencillamente lo que ellos han querido
que sea su hogar, eso es y será. Si son piadosos, así será su hogar. Si son ejemplares,
así también será su hogar. Si son fieles y leales a los votos que se hicieron en presencia
de Dios, eso se reflejará en la familia.
Si Cristo es el consejero, guía y orientador en la familia, todo irá bien. Su hogar será lo
que ustedes, padres, quieren que sea, con la bendición del Señor, si hacen la voluntad
de Él, obedeciendo Su Palabra. ¿Qué clase de ejemplo e influencia ejercen ustedes
como padres?
Realmente, ser un buen padre de familia no es nada fácil. La Biblia nos enseña que
desde la creación de la primera pareja, uno de los deberes más importantes fue el de
ser padres y velar por el bien de sus hijos. Ser padres es un gran privilegio, pero
contrae una tremenda responsabilidad.
Tenemos ejemplos en la Biblia de buenos y responsables padres como Abraham, Job, y
Josué, y de buenas madres como Ana y María. Los padres son los primeros maestros y
tienen que enseñar, orientar e infundir en los hijos las verdades absolutas de las
Sagradas Escrituras, y las demás enseñanzas generales. La vida de santidad se debe de
practicar y se debe enseñar el valor esencial del matrimonio, la condena del amor libre y
hacer énfasis en la importancia de la abstinencia antes del matrimonio y la fidelidad
dentro de el. La Biblia condena la fornicación.
Muchos padres fallan al permitir, influir y aún decidir e intervenir en que sus hijos
establezcan noviazgos con inconversos y que se casen con incrédulos, lo cual condena la
Palabra de Dios (2ª Corintios 6:14,15). Sabemos que Dios quiere que evitemos una
unión así, en obediencia a Su Palabra, para la felicidad y salud espiritual del hogar que
se forma. Para tener completa concordia, los dos tienen que compartir el mismo
espíritu: “Porque vosotros sois el templo del Dios viviente...” (2ª Corintios 6:16).
Los padres debemos ser los mejores amigos de nuestros hijos, hablar con ellos con toda
confianza, autoridad y franqueza sobre temas como el amor, el noviazgo, el sexo, el
matrimonio y la familia. Debemos oírles en cuanto a sus pensamientos, sentimientos,
ideas, aspiraciones, anhelos, amistades, y contestarles sabiamente sus preguntas.
Requiere tiempo y dedicación para hacerlo.
Requiere toda nuestra atención procurar el mejor bien para el futuro de los hijos, en
todos los aspectos. Hay grandes peligros potenciales y latentes que tiene que afrontar
la juventud, y es nuestra responsabilidad ayudarles. Padres, con la ayuda y bendición
de Dios, cumplamos con nuestro sagrado deber de criar cristianamente a nuestros hijos.
¡Vale la pena! De esto puede depender el destino eterno de su hijo o hija. Nuestro
deseo más ardiente y nuestra tarea más incesante debe ser procurar llevarlos al Cielo
con nosotros. El bienestar de sus almas está sobre todos los demás bienes. No
produzcamos delincuentes juveniles, hombres y mujeres incrédulos y rebeldes; con la
ayuda de Dios produzcamos hijos e hijas de Dios, servidores de Él y de los demás,
ciudadanos del Cielo y buenos ciudadanos de su patria.
4. ¡Sí, ser padres, es un gran privilegio y conlleva una gran
responsabilidad!
¡Padres, que seamos sabios, prudentes y responsables! ¡Felicidades, y que
Dios les bendiga grandemente al lado de su esposa y queridos hijos!
¡Amén!