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APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA DICTADURA CASTRISTA
Efrén Córdova
Apuntes para una historia de la dictadura castrista
© Efrén Córdova
© Reservados todos los derechos de la presente edición a favor
de Fundación Hispano Cubana.
Primera edición: Mayo de 2006
ISBN: 84-611-1055-2
Depósito legal:
Ilustración de cubierta: "Tras la ventana", de Natasha Perdomo Bermudez
http://www.caurigallery.com/
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio,
salvo autorización por escrito de la Fundación Hispano Cubana.
Fundación Hispano Cubana
C/ Orfila, 8 - 1º A
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Tel: (+34) 913 196 313 / (+34) 913 197 048
Fax: (+34) 913 197 008
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www.hispanocubana.org
Índice de materias
Capítulo I - Introducción
Una marca histórica
La revolución eterna
Buscando explicaciones
Capítulo II - El telón de fondo: Los factores coadyuvantes y varias
hipótesis
La dictadura que eclipsó la revolución
Los factores coadyuvantes
La hipótesis del líder carismático
La concepción castrista del gobierno socialista
El plan totalitario
Postulando una tesis
Capítulo III - Un estreno sangriento
Los fusilamientos
El saldo fatídico de los primeros meses de la revolución
La Constitución Socialista y la pena de muerte
La nunca olvidada pena capital
Nuevo ciclo de ejecuciones
La conducción de los juicios
El juicio de los aviadores
Cuantificando las víctimas
El foso de los Laureles
Los otros pasos iniciales de la dictadura
Capítulo IV - Otras huellas de sangre y de luto
Los muertos en prisión
El crimen de la rastra
Aniquilamiento y destierro de los guajiros del Escambray
Guerras y masacres
El remolcador 13 de marzo
El derribo de los aviones de Hermanos al Rescate
Los que perecen en la fuga
La práctica de la tortura
Las cuentas del genocidio y de los crímenes contra la humanidad
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Capítulo V - Supresión de las libertades públicas
El enfrentamiento inevitable
Violación indiscriminada de las libertades públicas
Libertad de pensamiento, de opinión y de expresión
Libertad de reunión y asociación
Las organizaciones de Derechos Humanos en Cuba
El derecho a salir del país y regresar al mismo
Capítulo VI - ¿Hay libertad de conciencia y religión en Cuba?
El marxismo y la sociedad cubana en 1959
Las primeras señales
Una atenuación de fachada
El papel del Cardenal Ortega
El viaje del Papa Juan Pablo II a Cuba
La situación actual
Capítulo VII - Las cuentas del cautiverio
El presidio político
La institucionalización de la crueldad
La literatura del presidio
Las condiciones de los penales
Los carceleros y la continuidad del terror
Capítulo VIII - De injusticias, prisiones y campos de concentración
Infracción del debido proceso de ley
Variantes del sistema carcelario
El presidio de Isla de Pinos
La UMAP
Otros campos de concentración
El acecho incesante a la oposición
Capítulo IX - Manipulando el principio de igualdad
Igualdad legal e igualación social
Fallos y quebrantos de la igualdad
Cubanos y extranjeros
Discriminación por motivos políticos
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El principio de igualdad y la postura de la raza negra
La política castrista de captación de la raza negra
Política exterior africanista y fomento del sincretismo
Cambios en la composición étnica del pueblo cubano
Papel de la raza negra en la Cuba actual
Capítulo X - Angustias y miserias de la vida cotidiana
Afrentas a la dignidad
Quebrantos de la privacidad
Seguridad
La propiedad
Vivienda y alimentación
La atención a la salud
El derecho a la educación
La familia
Capítulo XI - El ejercicio del poder público
Cambios en la relación del individuo con el Estado
Ausencia de otras protecciones institucionales
El fin del Estado de Derecho y el nuevo sistema político
Participación en el gobierno
La protección contra el terrorismo
Cuatro estallidos y una sorda resistencia
Los juicios de abril de 2003
Capítulo XII - ¿Benefició la revolución de Castro al trabajador cubano?
Trasfondo histórico
Promesas, renuncias y exhortaciones al sacrificio
El gran reto del movimiento sindical
Cambios en las relaciones con la Organización Internacional del Trabajo
Violación de derechos fundamentales
Una política laboral extorsiva
Jornadas extenuantes y vacaciones ilusorias
Descenso de la productividad y militarización del trabajo
Las deficiencias de la política salarial
El Reglamento General de las Relaciones Laborales
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Capítulo XIII - El gran mito del progreso social
El gran fraude urdido por Castro y los inversionistas
Las non sancta negociaciones
Lucrando a costa de los trabajadores
Una burda trapisonda
Otra modalidad de explotación
El engaño de la seguridad social
Capítulo XIV - Castro, la dictadura y los derechos humanos en la perspectiva
internacional
Las reacciones de la comunidad internacional
Las organizaciones internacionales de proyección global
Análisis de las resoluciones de la CDH
Un lapso y varias inflexiones
La resolución del año 2004
El décimo quinto revés
Las organizaciones regionales
Las organizaciones no gubernamentales
Capítulo XV - Del carácter contumaz, sistemático e inexcusable de las
violaciones
Amplitud, origen y gravedad de las violaciones
La dictadura en el contexto de la doctrina marxista-leninista
De las violaciones como reflejo de la índole del sistema
De las violaciones como reflejo de la personalidad de Castro
Epílogo
Apéndices
Lista de abreviaturas
Texto de la Declaración Universal de Derechos Humanos
Apuntes para una historia de la dictadura castrista8
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A Nita
CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN
UNA MARCA HISTÓRICA
Este es el relato de la dictadura más larga de la historia moderna. La palabra
dictadura, dicho sea desde el principio, no se usa aquí de manera festinada con
respecto al régimen de Castro. Es el propio régimen el que se atribuye a sí
mismo esa forma de gobierno en consonancia con la doctrina marxista de la
dictadura del proletariado. La cuestión de saber si es en verdad el proletariado
el que ejerce esa dictadura o si ella sirve sólo de pretexto para la existencia de
una autocracia, es uno de los puntos a tratar en este libro.
Mucho antes de que Marx y Engels incorporaran el vocablo a sus teorías ya el
oficio de dictador había sido concebido en Roma hace 2.500 años como jefa-
tura temporal para hacer frente a situaciones de crisis o desorden particular-
mente graves. El término máximo de ejercicio del poder que los romanos pre-
vieron para el magíster populis o dictator era seis meses. En Cuba, Fidel
Castro lo viene ejerciendo desde hace más de 47 años. Es verdad que entre uno
y otro han habido monarcas absolutos y tiranos endurecidos que permanecie-
ron en el poder por largos años, pero los primeros accedían al trono por dere-
cho hereditario y los segundos perdieron durabilidad y prestigio desde que
Platón y Aristóteles los colocaran en el punto más bajo de la escala de los
gobernantes. Otros que en fechas recientes asumieron el mando "por la gracia
de Dios" no pasaron de los 40 años.
Aun en la América Latina que tanto ha contribuido a la historia de los largos
gobiernos con su rica cosecha de caudillos y tiranos, ninguno de ellos puede
disputarle el título de número uno a Fidel Castro. El dictador cubano aprove-
chó la tradición caudillística de la región para inscribirse con honores en esta
categoría como puede verse en la siguiente lista:
Las diez dictaduras más largas de América Latina
Nombre Duración
Juan Manuel Rosas (Argentina) 20 años
Anastasio Somoza (Nicaragua) 22 años
Augusto Pinochet (Chile) 25 años
Efrén Córdova 13
José Gaspar Rodríguez Francia (Paraguay) 26 años
Juan Vicente Gómez (Venezuela) 27 años
Rafael Carrera (Guatemala) 27 años
Rafael Leonidas Trujillo (República Dominicana) 31 años
Porfirio Díaz (México) 33 años
Alfredo Stroessner (Paraguay) 35 años
Fidel Castro (Cuba) 47 años
Estas dictaduras latinoamericanas son muy diferentes de las de corte totalita-
rio que aparecen en Europa en la primera mitad del siglo XX. Mientras las lati-
noamericanas carecen por lo general de sustento ideológico, las europeas tie-
nen su razón de ser en las doctrinas comunista, fascista y nazista. Fue Marx el
primero que concibió la idea de una dictadura omnímoda que iba a ser ejerci-
da por el proletariado para la opresión y destrucción de la burguesía. Atraído,
como se verá más tarde, por esta faceta de pugnacidad Castro se apuntó tam-
bién en esta categoría.
Quienes en Europa y Asia ocuparon el mando supremo en nombre de esas ideo-
logías totalitarias pronto mostraron también una irresistible vocación por afe-
rrarse al poder. No estando sujetos a elecciones periódicas y no siendo claros
los modos de sucesión, estos dictadores de base marxista o fascista ofrecen
también varios ejemplos de incumbencias prolongadas. Sin embargo, como
muestra también la enumeración que sigue, ninguno de estos empecinados
vicarios del proletariado o la nación pudo equipararse a Castro en la extensión
de sus mandatos. Sólo Kim Il Sung en Corea del Norte compitió con Castro
hasta que en enero de 2005 el Máximo Líder aventajó al Guía Supremo y
Presidente Vitalicio. Los títulos de estos jerarcas comunistas varían
(Presidente, Primer Ministro o Secretario General del Partido) y son también
diferentes las maneras cómo al fin pierden el cargo (golpes de Estado, conspi-
raciones en la cúspide, revueltas palaciegas, acuerdos del Partido y muerte o
jubilación forzada) pero todos detuvieron el poder por largos períodos.
Los diez dictadores de corte totalitario que ejercieron el poder por más tiempo
Walter Ulbricht (Alemania del Este) 21 años
Benito Mussolini (Italia) 21 años
Apuntes para una historia de la dictadura castrista14
Nicolás Ceausesco (Rumania) 24 años
Joseph Stalin (Rusia) 25 años
Ho Chi Minh (Vietnam) 25 años
Mao Tse Tung (China) 27 años
Janos Kadar (Hungría) 32 años
Enver Hoxsha (Albania) 41 años
Kim Il Sung (Corea del Norte) 45 años
Fidel Castro (Cuba) 47 años
Tampoco es posible hallar dictaduras de más larga duración en otras áreas del
Tercer Mundo. En África, por ejemplo, Robert Mugabe de Zimbabwe, apenas
llega al cuarto siglo, a Omar Bongo de Gabón con 37 años en el poder aún le
queda un largo trecho por recorrer, Mobutu Sese Seko estuvo algo más de 30
años en el poder y el decano, G. Eyadema de Togo llevaba al morir en 2005,
38 años como Presidente y dictador. En Asia queda asimismo atrás la extraña
dictadura de los generales de Birmania (hoy Myanmar) que iniciaron sus tro-
pelías allá por 1962. Sólo en el reino de la ficción (por ejemplo en la novela
de G. García Márquez El otoño del patriarca) sería posible encontrar émulos
de Castro.
¿En cuál de esas listas de autocracias y dictaduras procede ubicar al régimen
de Castro?
No es fácil precisar la identidad de la llamada revolución cubana y su retoño
el régimen de Castro. En realidad, esa revolución ha experimentado una triple
transformación. Primero, echó por la borda el propósito de restaurar la demo-
cracia que animó la lucha contra Batista para instaurar en su lugar una dicta-
dura que se decía era del proletariado. Luego se olvidó de hacer efectiva esa
toma del poder por obreros y campesinos para imprimirle rasgos caudillistas y
de dirección unipersonal a esa misma revolución. ¿En qué quedó aquello de
que el poder iba a estar en manos de obreros y campesinos? ¿Se asemeja la
situación cubana a la de una asociación en la que el libre desenvolvimiento de
cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos como reza el
texto fundacional del comunismo? En Cuba se produjo una involución de una
embrionaria dictadura del proletariado a una omnipotente dictadura persona-
lista. En tercer lugar, fue la desintegración del imperio soviético y el fin de los
Efrén Córdova 15
subsidios que Cuba estaba recibiendo lo que dio lugar a la apertura del país a
las inversiones extranjeras y a la instauración de una economía mixta en la que
coexisten pujantes compañías de otros países con lánguidas empresas estata-
les.
LA REVOLUCIÓN ETERNA
Además de ejercer a través de todos esos cambios un poder público que exce-
de lo normal y usual en cualquier tipo de sociedad, el régimen de Castro bla-
sona también de haber iniciado en 1959 un proceso revolucionario que aún
perdura. Las revoluciones, ya se sabe, son convulsiones y cambios de estruc-
turas que se llevan a cabo en lapsos relativamente cortos. En su estudio clási-
co sobre las revoluciones, Crane Brinton las asimila a una crisis febril de la
sociedad que se nutre al comienzo de grandes esperanzas, conduce a una época
de exacerbación y terror y culmina generalmente en una dictadura.
Ninguna revolución contemporánea ha durado más de unos pocos años, ni la
francesa que desemboca en el bonapartismo, ni la rusa que aparte de sus secue-
las internacionales se diluye en el estalinismo, ni la mexicana que concluye en
rigor con la creación del PRI o tal vez antes con la Constitución de Querétaro.
¿Será que Cuba alumbró al fin la revolución permanente de que tanto hablase
Trotsky?
Dictador y revolucionario ad perpetua, el caso de Castro y su castro-comunis-
mo concitan la atención del mundo. Son incontables los estudios sobre el
poder y su conservación que se han escrito al respecto. Lo curioso y paradóji-
co es que casi todos esos estudios se han hecho fuera de Cuba. En la isla sólo
sería en puro estilo hagiográfico o ajustándose a una aburrida dialéctica mate-
rialista de la historia que de cierto modo se trataría el tema.
BUSCANDO EXPLICACIONES
Sea o no proletaria la dictadura de Castro, háyase o no torcido el rumbo de la
revolución, una cosa es cierta: el régimen castrista ha perdurado más allá de
toda expectativa. Castro ha desafiado los pronósticos de los economistas, las
Apuntes para una historia de la dictadura castrista16
predicciones de los politólogos, las esperanzas de opositores y disidentes e
incluso las estrategias de largo alcance de los EU ¿De qué modo ha podido el
dictador cubano realizar ese hecho insólito? ¿Qué hados o fuerzas misteriosas
le han dado esa veteranía? ¿De qué recursos se ha valido para llevar a cabo por
encima de diez presidentes de los EU una revolución que fue prosoviética y es
antiamericana, antiimperialista, internacionalista y supuestamente dirigida a
edificar una sociedad comunista? ¿Qué cualidades personales o circunstancias
sociopolíticas le sirvieron para convertir su dictadura en la más larga de la his-
toria?
Efrén Córdova 17
CAPÍTULO II
ELTELÓN DE FONDO: LOS FACTORES COADYUVANTES
YVARIAS HIPÓTESIS
LA DICTADURA QUE ECLIPSA LA REVOLUCIÓN
Sobre todo en la década del 60 la revolución cubana fascinó a muchos intelec-
tuales. A los guerrilleros que derrocaron la dictadura de Batista se les rodeó de
un aura de heroísmo y al gobierno que adoptaba medidas dacronianas se le
excusaron sus excesos. Había que superar los llamados vicios del pasado y se
llegó a escribir en Cuba y fuera de ella con marcado acento encomiástico. El
tema de la revolución cubana estaba de moda y llegó a producir una volumi-
nosa bibliografía.
Cuatro decenios más tarde las aristas más salientes de la revolución se habían
ido gastando al tiempo que el mundo advertía que el vástago de esa revolución
que es la dictadura de Castro tenía también sus huellas de muy distinto carác-
ter. No solamente su excepcional duración, ya de por sí notable, sino también
sus modos de actuar comenzaron a llamar la atención. Que en pleno siglo XXI
existiera un régimen surgido 47 años antes y que durante ese tiempo ese régi-
men se hubiera enfrascado en acciones insólitas como su obsesión por expor-
tar la ideología comunista, sus intervenciones militares en otros continentes y
su reto constante a la primera potencia del mundo merecían estudios detalla-
dos. Sin olvidar que todo ello tenía lugar en un pequeño país del Caribe y que
el relato de lo ocurrido en ese largo período presentaba muchos aspectos oscu-
ros.
Las páginas que siguen procurarán discernir la índole de ese régimen e inda-
gar en el estudio de las causas de su larga extensión. Se concentrará el examen
en las hipótesis más plausibles dejando a un lado teorías absurdas como la de
los brujos africanos y sus caracoles, la del signo zodiacal de Fidel Castro o la
de los poderes mágicos de su madre, Lina Ruz.
LOS FACTORES COADYUVANTES
Hubo desde luego factores obvios de tipo geográfico como la insularidad o de
índole humana como la cooperación de una buena parte del pueblo que facili-
taron la prolongación de la dictadura. El hecho de hallarse el país rodeado de
mares a menudo procelosos inducía a menudo física y psicológicamente a la
resignación. España se benefició antes de ello reteniendo a Cuba y Puerto Rico
Efrén Córdova 21
como sus dos últimas colonias en América. Castro aprovechó también la insu-
laridad para convertir a Cuba en una inmensa cárcel que no necesitaba muros
ni alambradas. Si el territorio de Cuba hubiera sido parte de la masa continen-
tal, no hay duda que los más de dos millones de exiliados que hoy viven dis-
persos por el mundo hubieran podido intervenir de modo más directo y eficaz
en el curso de la historia.
No eran por otra parte extranjeros los espías, interrogadores, carceleros, tortu-
radores, verdugos, policías, agentes de la Seguridad del Estado, delatores y
jueces abyectos que tanto han ayudado a oprimir al país. Tampoco vinieron de
otro planeta los internacionalistas que hoy esparcen por otras latitudes las doc-
trinas de Castro. Y son sin duda cubanos los emigrantes de nuevo cuño que
apenas instalados en los EU usan su dinero para hacer viajes turísticos a la isla.
En Cuba la cuota de genuflexos ha sido en verdad muy grande
El régimen de Castro contó también con la ayuda interesada pero generosa de
la Unión Soviética (que alcanzó el 21 por ciento del PNB). Cuba recibió en
sólo pocos años de los 30 de subsidios soviéticos alrededor del doble de la
suma total que el Plan Marshall ofreció para la recuperación económica de 16
países europeos. Y se hizo presente por último la contribución no deseada de
la política norteamericana, obra maestra de ineptitud o fiasco urdido por
Kennedy en el episodio de Bahía de Cochinos que tan contraproducente resul-
tó para la liberación de Cuba. La política posterior de Washington de acoger a
cuantos cubanos pidieran asilo jugó en favor de la permanencia de Castro en
el poder. El régimen pudo deshacerse de adversarios peligrosos y de elemen-
tos improductivos que le representaban una carga. A los primeros le ataron las
manos los acuerdos Kennedy-Khrushov; de los segundos se ocupó el progra-
ma de ayuda humanitaria del Refugio.
El colmo de la complacencia sucedió en 1980 cuando el Presidente Carter dejó
que Castro le introdujera criminales, dementes y enfermos contagiosos en el
éxodo del Mariel. Tampoco se quedó atrás el Presidente Clinton con su ver-
gonzoso acuerdo migratorio de 1994 que por una parte concedió al régimen
cubano la válvula de escape de 20.000 visas (que servían también para infil-
trar agentes) y por otra convertía a los EU en cómplice de la política castrista
de negar a los cubanos el derecho a salir del país. Esa misma errática postura
se hizo patente en el candoroso optimismo de mantener un ineficaz embargo
Apuntes para una historia de la dictadura castrista22
que sólo sirve para que Castro atribuya al mismo su fracaso y para identificar
al enemigo exterior que toda dictadura requiere. A Castro le fue así posible
combinar la agitación nacionalista con la prédica del internacionalismo prole-
tario.
Los anteriores no pasaron de ser, sin embargo, factores coadyuvantes que no
conciernen al fondo político de la tragedia cubana. Es preciso indagar en el
origen y fundamento de la revolución y la dictadura, identificar la "razón sufi-
ciente" de su aparición y permanencia.
LA HIPÓTESIS DEL LÍDER CARISMÁTICO
El líder carismático es la versión moderna del caudillo, del hombre fuerte que
tiene dotes oratorias y sabe utilizar los medios de difusión para añadir apoyo
popular a su poder originario. Cuba había tenido antes caudillos sin carisma y
líderes carismáticos sin poder. La revolución contra Batista creó las circuns-
tancias para que apareciera el primer gobernante que reunía ambas condicio-
nes.
En su más rancia concepción filosófica esta hipótesis remonta sus raíces a la
teoría del superhombre de Federico Nietzsche y a las ideas de Tomás Carlyle
sobre el papel del héroe y del anti-héroe en la historia. En Cuba un anteceden-
te más directo puede encontrarse en un polémico ensayo escrito por Alberto
Lamar Schweyer, en la época del General Machado.
Curiosamente, el ascenso vertiginoso de Castro en el firmamento político de
Cuba debe mucho a las acciones u omisiones de Fulgencio Batista. Fue prime-
ro el infausto golpe militar del 10 de marzo de 1952 el que transformó la insig-
nificante carrera política de Fidel Castro en la de un revolucionario exitoso. Si
el país no hubiera sufrido ese quebranto del orden constitucional, Castro
habría probablemente seguido siendo una figura política más bien anodina.
Fue en segundo lugar la ineptitud del ejército de Batista (quien antes de 1933
era un simple sargento taquígrafo) la que invistió de un halo de heroísmo a las
guerrillas de la Sierra Maestra. Batista, que procuró siempre rodearse de civi-
les competentes, se esmeró en nombrar jefes militares que eran en su mayoría
incapaces. Fue por último la vergonzosa huida de Batista el 31 de diciembre
Efrén Córdova 23
Apuntes para una historia de la dictadura castrista24
de 1958 la que creó un vacío político total que permitió al vencedor conducir
a Cuba por el camino que tenía previsto. Decir que Castro había organizado y
realizado antes (en 1953) el asalto al cuartel Moncada no añade mucho a su
"resumé", pues en esa operación que no duró más de 30 minutos Castro corrió
cierto riesgo personal pero no realizó ningún acto heroico y sí supo por el con-
trario escapar con prontitud.
Erigido en jefe supremo y Comandante en Jefe de la revolución en 1959 no es
de extrañar que fuera en relación con su liderazgo, que desde el comienzo
demostró ser demagógico y carismático, que se buscaran las primeras explica-
ciones. Son muchos en efecto los estudiosos de la cuestión cubana que atribu-
yen particular importancia a la inteligencia, obsesión de poder y capacidad de
seducir, controlar y/o aherrorrajar las masas del Máximo Líder. Son inconta-
bles las obras sobre la revolución que llevan el nombre de Castro en sus títu-
los. Tal parece que se retorna a la interpretación de la historia que algunos
escritores ofrecieron en el siglo XIX: el gran hombre como forjador de la his-
toria, tesis que traducida al lenguaje doméstico daría lugar al aberrante culto a
la personalidad de Castro. Vista en cambio desde la óptica marxista esta
misma tesis contradice toda la armazón ideológica del régimen cubano.
¿Acaso no habían dicho Marx y Engels que la historia estaba regida por las
condiciones materiales de la producción y que era en la infraestructura econó-
mica donde se generaban los cambios que luego desataban la lucha de clases
y la necesidad de alterar las superestructuras? Alegar que la fuerza vital de la
revolución cubana radicaba en el carisma de una persona equivalía a desvir-
tuar la esencia de la República Socialista de Trabajadores y a echar por tierra
las más profundas disquisiciones de los intelectuales marxistas. "La historia,
decía el propio Castro en 1975, discurre en función de leyes objetivas; los
hombres adelantan o retrasan la historia en la medida en que actúan o no en
función de esas leyes1".
La teoría del jefe superdotado2 es pues profundamente antimarxista pero no
deja de tener cierta validez. Fue Castro, en efecto, el que logró apoderarse de
una revolución que habían hecho el Movimiento 26 de julio, el Directorio
1 Informe Central al Primer Congreso del PCC, JR, diciembre de 1975, p.5
2 El término superdotado fue usado por primera vez por el ilustre jurista José Miró
Cardona en entrevista dada a la prensa española en septiembre de 1959
Efrén Córdova 25
Estudiantil Revolucionario, Resistencia Cívica, el Partido Auténtico, el
Partido Ortodoxo, el Frente Obrero Nacional y otras varias organizaciones
opuestas a la dictadura de Batista. Y fue la influencia decisiva del mismo
Castro la que primero imprimió cohesión a los grupos más radicales de la
revolución y luego determinó su curso posterior. Que la persona de Fidel
Castro haya desempeñado un papel importante en la trayectoria de la dictadu-
ra es cosa que no puede negarse. Que un recién estrenado dictador logre en
menos de tres años: 1) transformar una economía de mercado en otra central-
mente planificada; 2) convertir una sociedad abierta en otra herméticamente
cerrada; 3) darle un vuelco a las alianzas internacionales, y 4) entronizar una
ideología antes profesada por solo una relativamente pequeña minoría de
cubanos, es ciertamente una realización bien fuera de lo común. Un estudio
comparativo hecho en 1999 muestra que Castro y el Príncipe de Maquiavelo
tienen muchas características en común, incluyendo la astucia y la mala fe.
Difieren en una cosa: el Príncipe no era un tirano3.
Llámese pues bonapartismo o cesarismo, la teoría del líder superdotado es par-
ticularmente aplicable a la etapa inicial del régimen castrista. La revolución
cubana no se originó en una revuelta campesina ni en una toma del poder por
la clase obrera. Fue en realidad una revolución "déclassee" derivada de una
lucha política contra el régimen de Batista. Hablar de una revolución campe-
sina no resiste el menor análisis dada la falta de cohesión del sector agrícola
del país, su ínfimo grado de ideologización y el hecho de no haber sufrido la
grave represión, que en la época de Batista se concentró en las ciudades.
Sugerir que fue el resultado de una explosión de rebeldía del proletariado
urbano tampoco tiene fundamento alguno. En 1959 ninguna clase ejercía
hegemonía sobre las otras y las autoridades políticas y militares simplemente
se desvanecieron con la huida de Batista. En ese ambiente desguarnecido y
expectante las condiciones eran propicias para la aparición de un caudillo. El
hecho de que éste mostrara dotes oratorias y se supiera presentar, al comienzo
sin nexos conocidos con partidos políticos o corrientes ideológicas robusteció
su posición. Mientras los partidos tradicionales se fueron desintegrando y las
3 Véase Alfred G. Cuzán, "Fidel Castro: A Machiavellian Prince?" en Cuba in
Transition. (Washington, 1999), vol. 9, p. 178
otras fuerzas de la sociedad civil se plegaban a la nueva élite gobernante,
Castro supo aprovechar la oportunidad para consolidar su jefatura. No sola-
mente se le invistió de plenos poderes soslayando sus antecedentes gangsteri-
les (que se discutirán más adelante) sino que se le encumbró.
Lo anterior explica la aparición del líder pero no su permanencia durante 47
años en el poder. No es seguro que la tesis sea válida estos últimos años cuan-
do el factor biológico ha puesto en evidencia el declive físico y mental del dic-
tador. Quien haya visto en la televisión los últimos discursos de Castro y fija-
do la atención en el ser de visajes enloquecidos que profiere insultos a granel
y clama por un final apocalíptico, estará sin duda tentado a rechazar la suso-
dicha tesis. La imagen patética que hoy ofrece el personaje invita a pensar que
son otras las causas de su permanencia en el poder. Tal vez sea el sistema que
instauró antes cuando estaba en mejores condiciones. Pero ¿no fue acaso en
esa época cuando estuvo a punto de desatar una guerra nuclear? El Castro
impetuoso de entonces tiene en fin de cuentas grandes parecidos con el decré-
pito de hoy.
El tiempo se ha encargado también de demostrar que más que la inteligencia
del dictador es su absoluta falta de escrúpulos lo que le ha sido más útil para
mantenerse en el poder. Genio político o simple poseedor de inteligencia y
astucia aguzadas, lo que verdaderamente más ha contribuido a su durabilidad
es el hecho de no reconocer freno moral, jurídico, nacional o internacional
alguno.
Se impone, por tanto, indagar con mayor profundidad en la etiología del régi-
men y sobre todo en la conexión del líder con la doctrina marxista-leninista y
la puesta en práctica de un plan totalitario.
LA CONCEPCIÓN CASTRISTA DEL GOBIERNO SOCIALISTA
Volvamos primero a sus orígenes. La revolución cubana y su sistema dictato-
rial no fueron producto de un clima exacerbado de agitación social, ni de una
rebelión de los obreros ni tampoco de un levantamiento campesino. En la
Cuba de los años 50 no estaban presentes las condiciones objetivas que, según
la doctrina marxista-leninista, conducen a la instauración de una sociedad
Apuntes para una historia de la dictadura castrista26
Efrén Córdova 27
socialista. No había la "explotación de una parte de la sociedad por la otra",
como dice el Manifiesto Comunista. Había por el contrario una clase obrera
numerosa (un millón de sindicalizados), fuerte, concentrada e inteligente que
había aprendido a defender sus derechos y constituía un factor importante de
poder. El combate contra la dictadura de Fulgencio Batista no fue de índole
social sino una lucha por restituir la Constitución de 1940, restablecer la
democracia e implantar la honradez administrativa. El sistema socialista fue
una creación artificial impuesta desde lo alto por quien detentaba todos los
poderes tras la vergonzosa huida de Batista. No en vano hay autores que sos-
tienen que el socialismo verdadero o científico no ha existido jamás en Cuba
y que lo dispuesto por Castro el 16 de abril de 1961 fue disfrazar de socialis-
ta a Cuba. En ese día, dicen esos autores, Castro le dio un barniz marxista al
capitalismo de Estado que él había ido creando tras las confiscaciones del año
anterior.
En las circunstancias de su nacimiento el socialismo impuesto por Castro es
pues manifiestamente ajeno a la doctrina marxista. Para ésta la aparición del
socialismo es el resultado de un desarrollo de las fuerzas productivas que
entran en conflicto con las relaciones de propiedad. Ese cambio de estructura
tiene lugar además cuando la explotación de la clase obrera hace crisis y ésta
se ve excluida de una justa distribución de la riqueza y satisfacción de sus
necesidades. La insurrección del proletariado se convierte entonces en fuerza
motriz de la historia.
Marx y Engels presintieron que el socialismo tenía premisas y condicionantes.
Nunca pensaron que podía establecerse por decisión de una sola persona o de dos
hermanos o una camarilla. Sin embargo, el 16 de abril de 1961 Castro proclamó por
sí y ante sí la existencia de un Estado Socialista con el propósito principal de asu-
mir los atributos de la dictadura del proletariado y perpetuarse en el poder. Los EU
dieron pretexto a Castro para su proclamación pero ella hacía también realidad un
sueño largo tiempo acariciado por el dictador. Es claro pues que esa instauración
del socialismo revolucionario se apartaba del apotegma clásico formulado por
Engels: "No se pueden hacer las revoluciones premeditada y arbitrariamente4".
4 F. Engels, Principios del comunismo en Obras escogidas (Moscú: Editorial Progreso,
s.f.), vol. I, p. 91
El Máximo Líder tomó de la doctrina marxista-leninista aquellos aspectos
políticos que mayor interés tenían para él (además de la etapa dictatorial): la
lucha antiimperialista, los principios internacionalistas, el partido único, su
carácter de fuerza dirigente superior de la sociedad y la centralización del
poder en la cúpula de ese partido. Aplicó también algunos principios de la teo-
ría económica del marxismo: la eliminación de la propiedad privada, la plani-
ficación central de la economía, la exaltación del trabajo como causa del valor
y condición fundamental de la historia, el menosprecio del capital (trabajo
acumulado), la aspiración igualitaria, las formas de retribución del trabajo
(salario social, normación y emulación socialista), la obligación de trabajar y
la importancia de la disciplina laboral. Sin embargo, algunos de estos puntos
experimentaron con el tiempo serios debilitamientos: el proletariado nunca
asumió realmente el poder, sobre la planificación se impuso siempre la volun-
tad de Castro, la propiedad privada se reconoció a las empresas mixtas, se
hicieron cambios en las modalidades de retribución y se fue desvaneciendo el
principio de igualdad. La reforma constitucional de 1992 realizó el milagro de
convertir al PCC en partido "martiano y marxista-leninista". En la práctica se
ha ido disipando la ideología marxista que cede el paso al propósito simple de
mantener a Castro en el poder.
Aunque parece exagerado decir que Castro se limitó a disfrazar a Cuba de país
socialista conviene insistir en las diferencias del castrocomunismo con los
principios del marxismo puro. Marx y Engels no fueron explícitos en el dise-
ño de la sociedad comunista ni en las características de la dictadura del prole-
tariado, pero sí dejaron algunas indicaciones sobre la etapa de transición hacia
el comunismo las cuales no parecen compadecerse con la realidad del régimen
castrista.
Mientras los padres del comunismo previeron el debilitamiento y gradual
extinción del Estado, en Cuba el Estado es cada vez más fuerte. Dijeron que
al desaparecer los capitalistas ya no habría clase alguna que reprimir, pero en
Cuba el aparato represivo es cada vez más poderoso y activo a pesar de que la
expropiación de los capitales tuvo lugar en el decenio del 1960-70.
Pronosticaron el advenimiento de la democracia genuina pero en Cuba hay
cada vez más autocracia. Se refirieron a la necesidad de armar al pueblo pero
en Cuba es el ejército, la policía y la SE los que están armados y al pueblo se
le dan remedos de armas de juguete.
Apuntes para una historia de la dictadura castrista28
Efrén Córdova 29
Otras dudas surgen cuando se analizan los mecanismos de que se ha valido el
régimen para mantenerse a flote. ¿Han estado ellos relacionados con las fuer-
zas productivas internas que una vez liberadas se suponía iban a generar cho-
rros de riqueza? ¿O fueron en cambio factores externos los que permitieron la
supervivencia del régimen? Al principio fue la confiscación de las grandes
riquezas que Cuba había creado antes de 1959; luego vinieron los préstamos y
subsidios de la Unión Soviética que llegaron a alcanzar cerca de cuatro mil
millones de dólares al año los que proporcionaron a veces impulso y otras oxí-
geno a la economía cubana. En los últimos 15 años han sido las inversiones
extranjeras, el turismo internacional, la ayuda de Venezuela, las remesas de los
cubanos del exilio, el narcotráfico y el lavado de dinero5 los que evitaron el
colapso de la economía. A fines de 2002 el capital extranjero invertido en
Cuba sumaba 5.930 millones de dólares.
Las estrategias seguidas han sido también varias: la planificación central de la
economía, la política de diversificación industrial, la Nueva Política
Económica impuesta por la Unión Soviética en 1970, el período de rectifica-
ción de errores y tendencias negativas, el período especial en tiempo de paz y
la apertura al comercio exterior. ¿Y cuál ha sido el saldo final de esas estrate-
gias? El intento de aplicar a toda costa ciertos postulados marxistas originó un
descenso interminable de la productividad e indisciplina laboral, déficit de la
balanza de pagos, aumento de la deuda exterior, agudización del subdesarro-
llo, más de dos millones de cubanos forzados a vivir en el exilio y penuria de
obreros y campesinos. (Datos oficiales muestran que en 2005 exactamente
476.512 personas estaban recibiendo 62 pesos al mes por vivir en el nivel de
la pobreza extrema)
La que antes fuera una poderosa industria azucarera con 161 ingenios y alre-
dedor de 500.000 trabajadores hoy ha quedado reducida a 56 ingenios mane-
jados por un general que emplea un personal decreciente y desalentado. Algo
similar ha ocurrido con la industria ganadera que de 6 millones de reses ha
quedado reducida a 4 millones. La revolución acabó también con los centros
5 Véase Santiago Botello y Mauricio Angulo, Conexión Habana (Madrid: Edición
Temas de hoy, 2005) passim y también José Antonio Friedl, El gran engaño (Buenos
Aires, Editorial Santiago Apóstol, 2005)
legendarios de la minería cubana: las minas de cobre del pueblo de ese nom-
bre en Santiago de Cuba y la de Matahambre en Pinar del Río. Castro impuso
el socialismo en 1961 pero no fue el desempeño de ese sistema sino los subsi-
dios soviéticos, las 585 empresas extranjeras o mixtas que se instalaron a par-
tir de 1990 y la más reciente ayuda de Venezuela, las que mantuvieron en pie
la economía.
De por sí, el sistema socialista nunca ha dado en Cuba las señales de vigor y
pujanza necesarias para explicar la ancianidad del régimen. No solamente era
extraño al clima de libertades individuales y a la idiosincrasia y estilo de vida
del pueblo cubano, sino que sus tasas de producción han sido pobres, su
endeudamiento externo elevado y los niveles de vida (alimentación, vivienda
y recreación) muy precarios. Sólo con el soporte político de un régimen tota-
litario ha podido sobrevivir a medias ese sistema.
Mientras Marx y Engels subrayaron la necesidad de mantener reglas estrictas
de contabilidad y control y Lenin hizo hincapié en la eficiencia que debían
tener los servicios públicos, en Cuba no podía ser más irregular el manejo de
la hacienda pública que coexiste con "la cuenta del Comandante en Jefe", ni
más deficiente el sistema de transporte, el suministro de energía eléctrica e
incluso el abastecimiento de agua.
Lo que en fin de cuentas subsiste son unas mustias empresas del Estado, otras
más eficaces empresas militares y unas falsas cooperativas que son símbolos
de una fracasada colectivización. A su lado florecen en cambio formas de capi-
talismo de Estado y de extranjerización de la economía que contradicen cuan-
to Castro predicó durante tres largos decenios. También sobrevive por supues-
to el costado político del marxismo: el gobierno autoritario, la rígida centrali-
zación y el régimen policíaco. Aunque sus dirigentes no lo quieran reconocer
son todas esas etapas y sus muchas vicisitudes las que revelan que "el sistema
de economía basado en la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los
medios de producción" no ha funcionado o por lo menos no puede adjudicar-
se la clave del mantenimiento de Castro en el poder.
El sistema socialista de Cuba -vale la pena repetirlo- no fue en modo alguno pro-
ducto de una rebelión popular o de un plebiscito, sino simplemente una creación
no natural impuesta desde arriba por quien detentaba todos los poderes. Castro
Apuntes para una historia de la dictadura castrista30
Efrén Córdova 31
se enamoró sin embargo de su creación proclamando por doquier su pujanza e
incluso quiso hacer un aporte a la espinosa cuestión de la transición hacia el
comunismo cuando en 1980 declaró a la prensa europea que su avance hacia
la etapa superior del comunismo (meta que nunca se logró en la Unión
Soviética) había sido ya alcanzada en el pueblo de San Andrés en Pinar del
Río. En el acto acudieron al lugar Jean Luc Goddard y otros intelectuales euro-
peos pero lo que en ese destartalado pueblo vieron fue la misma parodia de
socialismo que existía en otras partes de Cuba. Tal vez algunos se convencie-
ron entonces de que "la dictadura del proletariado no era más que un postula-
do meramente teórico que encubre la omnipotencia de los dirigentes del
Partido Comunista6"
La hipótesis de la viabilidad del sistema socialista ha cobrado, no obstante,
fuerza últimamente con motivo del ligero y aparente incremento del nivel de
vida en Cuba. Se trata en realidad de un mejoramiento que beneficia a milita-
res, exmilitares, funcionarios gubernamentales reciclados en empresarios al
servicio del Estado, y la nomenclatura política de más alto rango7. (Sobre la
condición real del pueblo véase más adelante el capítulo X). Recuérdese ade-
más que cualesquiera que sean los usufructuarios de la mejoría ésta no ha sido
generada por el socialismo sino por los antes mencionados factores externos:
las inversiones extranjeras (disminuidas es verdad a fines de 2005), el turismo
internacional, las remesas de los cubanos del exilio, la ayuda de China y los
envíos de petróleo de Venezuela. Se olvidan al propio tiempo desgracias e
infortunios de la mayor envergadura: la hambruna del período especial, el
flujo constante de cubanos que abandonan la isla, la copiosa deuda externa, el
retroceso de Cuba en casi todos los índices del desarrollo económico, la vir-
tual supeditación de la planificación central a los azares de la piñata castrista
y los caprichos del dictador.
No se culpe, sin embargo, todo el fracaso castrista al sistema socialista que
según algunos autores no ha regido a plenitud en Cuba: Castro con sus esca-
sas lecturas de marxismo tomó de él lo que más le convenía: la dictadura del
6 Guillermo Cabanellas, Tratado de política laboral y social (Buenos Aires: Heliasta, 1975)
7 Véase Jorge Ramón Castillo, "La inducción ¿frío, tibio o caliente?" Revista Hispano
Cubana, No. 21, agosto 2005, p. 9
proletariado. Otros aspectos de la teoría económica y social del socialismo se
han ido diluyendo después, primero con la semi privatización y extranjeriza-
ción de la economía y más recientemente con la entrega de sectores prioriza-
dos de la producción no al proletariado sino a grupos e individuos cercanos al
régimen que los explotan como empresas privadas. Ya en Cuba apenas se
invoca hoy la doctrina marxista en el enredado de prácticas y consignas en
uso.
Hasta qué punto es el líder o el sistema el factor principal de la añosa dictadu-
ra es pues cuestión debatible. Lo que sí está fuera de dudas es que un régimen
de esa naturaleza no se improvisa sobre la marcha ni se ajusta en su estructu-
ra y poderes al modelo usual de los gobiernos republicanos. Necesita inevita-
blemente un "blueprint" cuidadosamente preparado o la imitación mutatis
mutandis del ejemplo de otra experiencia que haya tenido el mismo propósito.
El problema se complica porque la dictadura de Castro no es sólo la más larga
de la historia moderna sino también una de las más autocráticas y rígidamen-
te centralizadas. Lo que la camarilla revolucionaria buscaba en 1959 no era
sólo un cambio de gobierno sino un tipo de Estado que fuera a la vez durade-
ro y autoritario. Castro y sus colaboradores podían muy bien haber escogido
al totalitarismo fascista que era eminentemente autoritario, esencialmente anti-
democrático y antiparlamentario así como enaltecedor del caudillo, pero tanto
el Estado fascista como el nazista habían dejado de existir en el decenio 1940-
1950. En vez de ser una opción viable los sistemas alemán e italiano eran ya
por esa época caracterizados por los elementos de izquierda como los últimos
reductos de un capitalismo agonizante.
EL PLAN TOTALITARIO
Quienes a fines de la década del 50 aspiraban en Cuba a capturar a toda costa
el poder político para ejercer por tiempo indefinido un poder totalitario dirigie-
ron ante todo sus miradas hacia el modelo de la Unión Soviética. Les atraía la
idea del poder originario y extranacional del caudillo, la exaltación ilimitada
de su autoridad y la prolongación en el tiempo de su mando. Tales caracterís-
ticas debían figurar de modo prominente en el plan que unos pocos cubanos se
Apuntes para una historia de la dictadura castrista32
Efrén Córdova 33
dedicaron a concebir antes de 1959. Pero el proyecto tendría además otras
señales distintivas que reflejaban la personalidad de sus autores, uno de los
cuales tenía un pasado de violencia y otros una limitada formación marxista.
Aunque el plan tuvo así varias influencias su esencia se gestó al calor de los
sueños de grandeza y las ambiciones de poder vitalicio de Fidel Castro. El
futuro dictador sabía que no podía conformarse con la idea de ser un caudillo
latinoamericano más. No sólo ello entrañaba límites geográficos reñidos con
sus aspiraciones de gran figura del escenario mundial sino que lo sumiría en
la manoseada categoría de los tiranos al uso.
La estrategia y los detalles de la ejecución del plan nacieron furtivamente en
la connivencia de dos hermanos y se mantuvieron siempre en el secreto de un
círculo estrecho de pertenecientes a una misma cofradía. Ningún extraño a esa
hermandad tuvo acceso al plan durante los dos primeros años de la revolución.
Únicamente los "iniciados" en las prácticas del marxismo y algunos espíritus
particularmente sagaces fueron intuyendo la índole del plan.
A esta fase de ocultamiento y sigilo se refirió Castro en dos ocasiones memo-
rables. La primera fue el 2 de diciembre de 1961 cuando en un conocido dis-
curso confesó haber sido marxista-leninista desde 1953 si bien se vio obliga-
do a esconder su convicción para no alienar a la burguesía8. La segunda ocu-
rrió en 1975 cuando al retrazar las primeras etapas de la revolución admitió
que en ellas "no fue sólo necesaria la acción más resuelta sino también la astu-
cia y la flexibilidad", añadiendo que esa tarea inicial "tuvo que ser obra de los
nuevos comunistas sencillamente porque no eran conocidos como tales"9.
Al plan de Castro le ayudó por otra parte el momento histórico de la aparición
de su régimen. La insurrección que él dirigió había derrocado a una repudiada
dictadura y llegaba al poder con una aureola de heroísmo, más o menos fabri-
cada. Ello le confirió al comienzo un crédito inicial de apoyo popular que le
permitió investir de legitimidad sus más autoritarias primeras medidas. Tuvo
asimismo tiempo para ir erigiendo y perfeccionando las otras piezas de su dic-
tadura.
8 Publicado en Revolución, 2 de diciembre de 1961, p. 1
9 Informe Central, op. cit. p. 5
Apuntes para una historia de la dictadura castrista34
Parecía en todo caso necesario solidificar el prestigio del líder y para ello el
plan previó una etapa de seducción que podía llegar al engaño. Con la vista
puesta en los estratos bajos y medios de la sociedad el Máximo Líder se apre-
suró a ofrecer toda una cornucopia de beneficios: aumentos de salarios, reba-
jas de alquileres y tarifas de servicios públicos, reforma agraria, nuevas opor-
tunidades de empleo, etc. Los beneficios a menudo se entremezclaban con
engaños (ideario humanista, respeto a las libertades públicas, elecciones en 18
meses, fundación de mil nuevos pueblos, construcción de 10.000 escuelas,
conversión de la Ciénaga de Zapata en el granero nacional, etc.) y también con
las primeras medidas de la agenda oculta que presagiaban cambios mayores y
provocaron la aparición de los primeros movimientos de oposición.
Nada ilustra mejor el elemento de utopía y artificio que latía en el fondo del plan
castrista que las promesas de prosperidad que dirigía a la clase obrera. Algunas
fueron de inmediata efectividad, otras aludían a un porvenir de increíble prospe-
ridad. En una famosa asamblea sindical celebrada en noviembre de 1961,
Castro aseguró a sus crédulos oyentes que en 20 años Rusia estaría producien-
do el doble que todos los países capitalistas juntos10. El entusiasmo disipó los
temores del sector trabajo y ensanchó su base popular. Algo más tarde cuando
las ilusiones se habían agotado, Castro se apresuró a asegurar a la clase obre-
ra que nunca le faltarían artículos de primera necesidad11.
Hasta aquí el objetivo principal de esta fase del plan no fue lograr la acepta-
ción de una doctrina que todos fingían repudiar a la sazón, sino congraciar al
pueblo con los nuevos dirigentes. Para mayor seguridad se impregnó el
ambiente con lemas y consignas de patriotería exaltada, nacionalismo furibun-
do y llamamientos antiimperialistas.
Castro sabía también que para perpetuarse en el poder no bastaba con la opre-
sión pura. Ideó entonces un esquema más complejo en el que la subyugación
política impuesta desde arriba se combinaba con la dependencia económica
10 Revolución, 29 de noviembre de 1961, pp. 7 y 8
11 Fidel Castro, Always Determined, Always Ready to Make Sacrifices. (La Habana
Editorial en Marcha, 1967)
requerida desde abajo. Había leído 347 páginas de El Capital y constatado en
otros libros su íntima afinidad con los fundamentos ideológicos del marxismo-
leninismo. ¿Dónde encontrar mejor esa doble condición de opresión y servi-
cio que en el modelo soviético del socialismo científico? Era sólo en ese
modelo, que además de supuestamente científico era totalitario, donde mejor
que en ningún otro podía Castro satisfacer en 1959 su pretensión de poder
vitalicio. Los regímenes totalitarios han probado ser inmunes inter alia a la
miseria como causa posible de crisis.
Recuérdese que ese sistema sucumbió en Alemania e Italia no por razones
internas sino al fragor de la derrota de esos países en la Segunda Guerra
Mundial y que en la Unión Soviética se desplomó tras 72 años de vida por
haber sido horadado su carácter hermético por el glasnost y la perestroika.
Mantenido en su pureza originaria y dirigido con el mayor autoritarismo por
un hombre capaz y sin escrúpulos, como es el caso en estudio, el sistema tota-
litario cum dictadura caudillista provee una de las claves más plausibles de la
singular prolongación del régimen de Castro. Tiene que ser, sin embargo, un
totalitarismo auténtico, es decir encarnado en un Estado que por definición
absorbe, potencial o realmente, todos los derechos y sea por ello intrínseca-
mente contrario a los derechos individuales, a las garantías sociales y a cuan-
tos más derechos humanos signifiquen una disminución de sus prerrogativas.
Debería asimismo basarse en una ideología exportable para estar a la altura de
las ambiciones del líder y no estar condenado a vivir en sus propias fronteras.
Fue así como el 16 de abril de 1961 Castro procedió a instalar a Cuba en el
campo socialista y pudo así de un solo golpe empuñar el cetro de la dictadu-
ra, obtener el apoyo de la Unión Soviética y el campo socialista e impregnar
de substancia su política de odio contra los EU.
Otro aspecto primordial del plan era aplicar desde temprano aquellos aspectos
del marxismo que se referían a la destrucción del viejo orden burgués y el
fomento del odio a los ricos, ya sean personas o países. En poco menos de tres
años Castro y sus colegas hicieron añicos al Estado republicano y dedicaron
tiempo y esfuerzos a agudizar la contraposición de intereses y fomentar la
lucha de clases. Utilizando una retórica decimonónica, Castro no se cansaba
de lanzar desde la tribuna un mensaje de amenazas contra "los enemigos del
pueblo" y de insuflar nuevos impulsos a las teorías catastróficas cien años
Efrén Córdova 35
Apuntes para una historia de la dictadura castrista36
atrás formuladas por Marx.
Juntos Castro y el sistema formaron un tandem de casi perfecta conjugación.
El marxismo encontró en el dictador cubano un eficaz instrumento de sus pla-
nes de dominación mundial. Castro halló en el comunismo el agente emocio-
nal que agita y conmueve a los que se entregan a su causa, a los que desean
dar rienda suelta al odio y el resentimiento arremetiendo incluso contra los
valores occidentales y cristianos que prevalecían en el país.
POSTULANDO UNA TESIS
La hipótesis del plan totalitario concebido y ejecutado por Fidel Castro y su
camarilla para imponer al pueblo cubano una dictadura vitalicia y dinástica,
requiere ahora su confirmación por la historia. Dicha hipótesis incluye el razo-
namiento de que para alcanzar tan ambiciosos objetivos sus autores tuvieron
necesidad de acudir a medidas extremas de persecución, violencia y vulnera-
ción de los derechos humanos. Castro siguió aquí también el consejo maquia-
vélico: “Preocúpese, pues el Príncipe de mantener y salvar la existencia del
Estado y los medios de que se valiere serán siempre considerados valiosos”12.
Robustecido este consejo por la filosofía materialista de Marx y por la táctica
leninista de combinar medios de lucha legales e ilegales ("Todas las estratage-
mas, astucias y procedimientos legales o ilegales")13 no es difícil comprender
el curso seguido por una revolución que se define a sí misma con la discordan-
te fórmula de ser martiana y marxista- leninista. Corroborar, sin embargo, la
tesis que en este capítulo se presenta requiere pasar el test de la historia, de una
historia que llegue hasta el fondo del respeto o violación de los derechos
humanos.
No es una tarea fácil. El régimen ha procurado siempre cubrir con una espesa
niebla de desinformación y propaganda la realidad de lo acontecido. No le es
12 N. Maquiavelo, El Príncipe (Buenos Aires: El Atenero, 1952), cap. VII
13 V. I.Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo en Obras esco-
gidas (Moscú: Editorial Progreso, sf), p. 565
dable, sin embargo, borrar todas las huellas que ha ido dejando una dictadura
que se acerca ya al medio siglo de existencia. Siempre quedan vestigios de lo
hecho y de lo dicho en tan largo período. Al retrazar ahora ese itinerario, al
pasar revista a los acontecimientos más descollantes, saldrán a relucir esas
huellas. Ellas son las señales objetivas e imborrables del curso seguido por la
dictadura de Castro. Sólo el examen de esas marcas podrá arrojar luz sobre el
rumbo seguido y discernir cual es la realidad del Gobierno Socialista de Cuba.
No será pues con retórica o apelando a la dialéctica sino con el registro de sus
propios pasos que se podrá saber sin dudas si el régimen de Castro es una dic-
tadura consensual o una descarnada autocracia totalitaria.
Efrén Córdova 37
CAPÍTULO III
UN ESTRENO SANGRIENTO
Efrén Córdova 41
LOS FUSILAMIENTOS
Jueves primero de enero de 1959. Las órdenes se trasmitieron con la mayor
celeridad. No se sabe con exactitud cuántas fueron las víctimas ni se tuvo el
cuidado de registrar sus nombres. Una cosa es cierta: ni el dictador depuesto,
Fulgencio Batista, ni ninguno de sus principales colaboradores, ni ninguno de
los más connotados sicarios, fueron ejecutados. Tampoco se tienen noticias
fidedignas sobre quienes dispusieron los fusilamientos. Los indicios apuntan a
Raúl Castro, Ernesto Guevara, Ramiro Valdés y el Comandante René
Rodríguez. Pero no es probable que actuaran sin el consentimiento expreso o
tácito del jefe máximo. Se sabe que cuatro días antes del fin de la guerra civil,
Fidel Castro advirtió a un grupo de oficiales y soldados que no podía haber
perdón ni misericordia con los culpables.1 Y fue en el mismo día del triunfo
de la revolución cuando se cavaron en las Lomas de San Juan, muy cerca de
Santiago de Cuba, las primeras zanjas para enterrar a las víctimas de fusila-
mientos masivos
En esos primeros días de júbilo en que los barcos tocaban sus sirenas y las
iglesias repicaban sus campanas, los cubanos vieron asomar también el lado
sombrío y engañoso de la revolución. Se sucedían los hechos de sangre y se
daba paso al clamor de venganza. La prensa de esos primeros días daba cuen-
ta de militares hallados muertos, de esbirros asesinados, de gente que huía. El
2 de enero Guevara ordenaba la ejecución sin previo juicio de varios militares
en Santa Clara; por esos mismos días se fusilaba sin proceso a otros militares
en Pinar del Río, Guantánamo, Matanzas y Camagüey. Se tuvo especial inte-
rés en difundir la noticia de algunas ejecuciones. Tal parecía que los revolu-
cionarios se complacían en ignorar la Convención III de Ginebra que protege
a los prisioneros de guerra, incluyendo a los de una guerra civil. Se fusilaba en
cualquier lugar: al descampado, en fortalezas o recintos del G2. Un solo pelo-
tón a las órdenes del capitán Hernán F. Marks fusiló a más de 70 personas. El
12 de enero fueron fusilados en el campo de tiro del valle de San Juan en
1 Húber Matos, Cómo llegó la noche. Memorias (Barcelona: Tusquets Editores, 2002), p.
267
Apuntes para una historia de la dictadura castrista42
Santiago de Cuba el mayor número de personas en un solo día y en el mismo
lugar. Las víctimas habían sido alineadas a lo largo de una zanja de más de 40
metros y su fusilamiento fue ordenado por el Comandante Raúl Castro.2
Unas semanas después, el 24 de febrero, Fidel Castro anunció que se aplicaría
la pena de muerte a los que traicionaran la revolución. Siguió después defen-
diendo las ejecuciones y no fue sino el siete de mayo que anunció que el núme-
ro de fusilamientos iba a disminuir. Se anunciaba así el propósito de empren-
der el camino de la violencia para alcanzar en su día el poder total.
El trasfondo de odio que esos hechos y advertencias revelaban no era por cier-
to ajeno a la personalidad de Castro; en realidad venía de lejos, de la época en
que el Máximo Líder pertenecía a la Unión Insurreccional Revolucionaria y
compartía con esa organización y su jefe, Emilio Tro, la misión de "mantener-
se como centinelas de una supuesta revolución y ejecutar a todos los que
representaran un peligro para ella."3 Provenía también del espíritu frío, acera-
do e implacable de Ernesto Guevara: "¿Pero quién le habrá dicho a esta gente
que las revoluciones se hacen fusilando solamente a los culpables?"
Las órdenes repercutieron en otras jurisdicciones y sus efectos forman una
página negra de la historia de Cuba: miembros del ejército derrotado y supues-
tos esbirros e informantes habían sido ejecutados sin juicio apenas unas horas
después del triunfo de las guerrillas. ¿Eran verdaderamente criminales de gue-
rra los militares fusilados? ¿Se había probado la complicidad de los otros que
tras su ejecución fueron enterrados en zanjas abiertas por "bulldozers"? Poca
importancia se dio a esos tecnicismos legales. ¿Acaso no había dicho el ideó-
logo oculto de la revolución que la violencia era la partera de la historia? ¿Y
no fueron aún más explícitas las palabras de Lenin: "La sustitución del Estado
burgués por el Estado Proletario es imposible sin una revolución violenta"?4
2 Leovigildo Ruiz, Diario de una traición (Miami: Florida Typesetting of Miami Inc., 1965),
p. 29
3 Luis Ortega, "Las raíces del castrismo". Encuentro de la cultura cubana (Madrid, prima-
vera de 2002), no. 24, p. 321. UIR era uno de los grupos de acción que en los años 1946-50
no vacilaban en suprimir físicamente a sus adversarios
4 V.I. Lenin. El Estado y la revolución, en Obras escogidas (Moscú Editorial Progreso, sf),
p. 287
Efrén Córdova 43
Se había abierto una nueva era de la política cubana y su inicio se quiso impac-
tar con sangre.
A los fusilados sin juicio siguieron los ejecutados sumariamente en procesos
amañados que no ofrecían las garantías necesarias para la defensa. Tres fisca-
les revolucionarios, Juan Escalona, Carlos Amat y Fernando Flores Ibarra,
competían en la tarea de enviar cubanos al paredón de fusilamiento. Contaron
con la colaboración de numerosos denunciantes y testigos cuyos bajos instin-
tos habían sido avivados por la retórica agresiva que venía de lo alto. El 21 de
enero una gigantesca multitud al borde de la psicosis aprobó los fusilamientos
gritando "¡Paredón, Paredón, Paredón!". Gritos aún más macabros se escucha-
rían en otros foros y todavía resonaban en Santa Clara en 1960 con motivo del
juicio que condenó a muerte al Comandante Plinio Prieto.
El 1º de mayo de 1959, carteles y pancartas pedían fusilamiento para contra-
rrevolucionarios y conspiradores. Gran transmisor de odio, Castro había ya
advertido que una parte del pueblo mostraba ser buena receptora del mensaje.
Triste y ominosa señal de un pueblo que así condonaba la abominable prácti-
ca de las ejecuciones extrajudiciales o dispuestas en juicios arbitrarios.
Entre el frenesí revolucionario y el paroxismo del pueblo, algunos observado-
res sagaces percibieron tres líneas directrices. En primer lugar se estaba que-
riendo instaurar un clima de terror que facilitara la adopción de las drásticas
medidas que se tenían en cartera. La conspiración y el terror, ya se sabe, son
elementos importantes en la captura del poder por los comunistas.5 El hecho
de que muchos fusilamientos se efectuaban en público e incluso se transmitían
por televisión parece dar crédito a esa interpretación. El juicio del Coronel
Sosa Blanco en La Habana y la ejecución del Coronel García Olayón en Santa
Clara se efectuaron ante cámaras de cine y televisión. Castro quería, al pare-
cer, soliviantar a la población civil contra las fuerzas armadas. Más tarde se
advertiría que esos hechos formaban parte de un plan más vasto dirigido a
5 Véase León Trotsky, "The Art of Insurrection" en History of the Russian Revolution (New
York: Pathfinder, 1992) vol. 3, pp. 169 y 172
Apuntes para una historia de la dictadura castrista44
hacer tabla rasa con el pasado republicano de Cuba. Además de los fusilamien-
tos, Castro esgrimiría el mito de los 20.000 muertos de la época de Batista para
tratar de justificar sus medidas extremas. Por el momento, lo importante era
establecer una autoridad capaz de atemorizar posibles opositores. Así comen-
zó el terror rojo de Lenin y así estrenó Castro su poder.
En segundo lugar, el hecho de que fueran muchos los fusilados sin previa con-
dena hacía saber al pueblo que había dejado de existir el Estado de Derecho.
Esta percepción se hizo aún más evidente en marzo de 1959 cuando Castro
anuló la sentencia absolutoria dictada por el tribunal militar que juzgó a los
aviadores acusados de haber ametrallado a la población civil.6 Otras senten-
cias firmes y absolutorias de esos primeros meses de la revolución fueron
revocadas y dieron lugar al fusilamiento de los acusados. El principio de la
legalidad comenzó a esfumarse ante el furor desatado por la revolución.
En tercer lugar, Castro estaba siendo consecuente con el ya citado grupo de
acción revolucionaria en el cual se había forjado antes de 1959. La Unión
Insurreccional Revolucionaria a la que había pertenecido en los años 40 "creía
febrilmente en la violencia como método de lucha".7
Es interesante observar que hacia fines de octubre cuando parecía instaurarse
una cierta normalidad en los juicios, el gobierno procedió a restablecer los
Tribunales Revolucionarios. Todavía el 20 de diciembre la prensa informaba
que se habían ejecutado dos ex - oficiales del ejército y pocos días después se
daba cuenta de haberse ratificado la pena de muerte de otros dos ex - milita-
res.
EL SALDO FATÍDICO DE LOS PRIMEROS MESES DE LA
REVOLUCIÓN
Son abundantes las versiones relativas al número de muertos en esta fase ini-
6 Véase infra p. 57 y Lucas Morán, La revolución cubana (Ponce, P.R.: Imprenta
Universitaria, 1980)
7 Véase Ortega, op. cit. p. 321
Efrén Córdova 45
cial de la revolución. Quienes primero escribieron bajo la impresión de lo
acontecido ofrecen las cifras más elevadas (5.000 muertos en los primeros 30
días según la versión de un político exiliado).8 Otros datos más mesurados
provienen de observadores extranjeros. Según Jules Dubois sólo en Santiago
se ejecutaron 71 soldados y policías en los primeros días.9 Ruby Hart Phillips
afirma que Raúl Castro fusiló 250 personas en esos mismos primeros días.10
En forma más cautelosa Paul Bethel habla de centenares de ejecuciones entre
el 1º y el 21 de enero de 1959.11 Para este mismo período Hugh Thomas ofre-
ce la cifra de 250 fusilados.12 Por su parte Daniel James fija en 400 los fusi-
lamientos de los tres primeros meses de la revolución.13 Según un sacerdote
católico vasco, el Padre Iñaki de Aspiazú, "que investigó el tema con profun-
didad", el número de víctimas de esta etapa del Paredón pudo ascender a
700.14
El propio Castro admitió que 550 batistianos habían sido sumariamente ejecu-
tados en 195915 y las cifras atribuidas a Guevara son aún mayores. Entre el 4
de enero de 1959 y el 21 de noviembre del mismo año, es decir, durante el
período en que Guevara fue jefe militar de La Cabaña, hubo según Luis
Ortega, 1.892 fusilamientos en los paredones de esa fortaleza.16 Por su parte,
el Comandante del Ejército Rebelde Húber Matos dice en sus Memorias que
en tres o cuatro días de enero más de 200 militares y civiles implicados en
hechos criminales fueron fusilados en Santiago de Cuba.17
8 Véase,porejemplo,SantiagoRey,MirandoaCuba(MéxicoD.F:EditorialdelCaribe,1959),p.36
9 Jules Dubois, Fidel Castro, Rebel, Liberator or Dictator (Indianapolis: The Bobbs Merril, Co.,
1959)
10 R. Hart Phillips, The Cuban Dilemma (New York: Y. Obolensky, 1962), p. 23
11 Paul D. Bethel, The Losers (New Rochelle, New York: Arlington House, 1969), p. 110
12 Hugh Thomas, Historia contemporánea de Cuba (Barcelona: Ediciones Grijalbo, 1982)
13 Daniel James, Cuba: The First Soviet Satellite in the Americas (New York: Avon Book
Division, 1961), p. 120
14 CitadoenLeoHuberman,AnatomyofaRevolution(NewYork:MonthlyReviewPress,1960),p.70
15 Citado por Tad Szulc, Fidel. A Critical Portrait (NewYork: William Morrow, 1986), p. 483
16 Luis Ortega. ¡Yo el Che! (Miami, 1973) p. 185 y Jorge G. Castañeda, Compañero. Vida y
muerte del Che Guevara (New York: Vintage en Español, 1997) p. 186
17 Húber Matos. Cómo llegó la noche. Memorias, op. cit., p. 301
A los fusilamientos masivos de los "batistianos", siguieron los fusilamientos
recurrentes de los que el régimen calificaba de "contrarrevolucionarios", es
decir de cuantos osaban oponerse a la desviación hacia el totalitarismo comu-
nista de una revolución que había sido democrática en sus orígenes. Perdieron
aquí sus vidas tres antiguos comandantes del Ejército Rebelde (Humberto
Sorí, William Morgan y Plinio Prieto) y varios capitanes, clases y soldados de
ese mismo ejército, jóvenes cristianos que luchaban contra el materialismo y
la irreligiosidad, militantes de grupos clandestinos que buscaban recuperar la
índole democrática de la revolución, humildes campesinos participantes en la
guerra olvidada del Escambray, sindicalistas decepcionados, mujeres dignas,
algunas incluso embarazadas, e innumerables cubanos anónimos opuestos a la
imposición de otra dictadura. No hay día del calendario en que no sea posible
conmemorar la ejecución en esa fecha de uno o varios cubanos. No hay pue-
blo de la isla que no haya hecho su contribución a esa interminable vendimia
de sangre.
Los primeros meses del régimen de Castro presentan pues un cuadro de ejecu-
ciones extrajudiciales y de fusilados en juicio sumarios, amañados y arbitra-
rios que ninguna circunstancia revolucionaria o política puede justificar.
Castro estrenó su revolución violando el más preciado de todos los derechos,
el derecho a la vida, consagrado en el artículo 3 de la Declaración y garanti-
zado en otros varios instrumentos internacionales incluyendo el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos que lo califica de inherente a la
persona humana. En 1980 el Sexto Congreso de las Naciones Unidas sobre
Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente condenó la práctica de
ejecuciones de oponentes políticos o de presuntos delincuentes cometida por
fuerzas armadas, instituciones encargadas de la aplicación de la ley u otros
organismos gubernamentales.
LA CONSTITUCIÓN SOCIALISTA Y LA PENA DE MUERTE
No menos de doce constituciones de América Latina [Argentina, Brasil (salvo
en caso de guerra), Colombia, Ecuador, El Salvador (salvo en caso de guerra),
Honduras, México (con especial referencia a los delitos políticos), Panamá,
Paraguay, Perú (salvo en casos de traición y terrorismo), República
Dominicana, Uruguay y Venezuela] prohíben de modo expreso la aplicación
Apuntes para una historia de la dictadura castrista46
Efrén Córdova 47
de la pena de muerte. En 1998 Amnesty International informaba que sumaban
ya 104 los países que habían eliminado la pena de muerte.
Tampoco fue ajena a esa corriente abolicionista la Constitución cubana de
1940 que en su artículo 25 categóricamente dispuso que no se podía aplicar la
pena de muerte. Exceptuó sólo dos casos: el de los miembros de las fuerzas
armadas por delitos de carácter militar y las personas declaradas culpables de
traición o de espionaje a favor del enemigo en tiempo de guerra con nación
extranjera. Algunos constituyentes propusieron la supresión sin excepciones
de la pena capital.18
En todas partes se ha ido así abriendo paso la convicción de que la vida huma-
na es inviolable. Los días de brujas quemadas en la hoguera, de herejes deca-
pitados y de fusilamientos masivos de opositores políticos han ido quedando
atrás, al menos en los países más civilizados. La imposición de la pena de
muerte es un fenómeno cada vez más excepcional. En casi ningún país occi-
dental se ejecuta hoy a persona alguna por delitos políticos.
¿Y qué se establece a este respecto en la Constitución Socialista de Cuba?
Pues absolutamente nada. Guarda silencio el capítulo relativo a los derechos y
garantías fundamentales y nada se dice en los otros capítulos. Toda la retórica
altisonante del preámbulo y de los primeros artículos se esfuma al tratar de la
garantía máxima del ser humano. Quince de los primeros 28 artículos consa-
gran derechos del Estado pero olvidan toda referencia al individuo. La
Asamblea Nacional del Poder Popular que promulgó la reforma constitucional
de 1992 reafirmó el silencio de la Constitución de 1976. Ambos textos evita-
ron pronunciarse sobre la pena de muerte por la sencilla razón de que ella se
había estado aplicando desde 1959 y habría de seguir aplicándose después.
LA NUNCA OLVIDADA PENA CAPITAL
Aunque en los años posteriores al primer decenio de la revolución se oyó
18 Véase Néstor Carbonell Cortina, Grandes debates de la Constitución Cubana de
1940 (Miami: Ediciones Universal, 2001), pp. 123-135
hablar menos de los fusilamientos, ello no significa que la pena de muerte dejó
de aplicarse. Cierto que el número de los oficialmente ejecutados fue disminu-
yendo a medida que el gobierno eliminaba por fusilamiento, encarcelamiento,
destierro o amedrentamiento a sus más tenaces opositores. Largos años de una
de las dictaduras más férreas que conoce la historia aminoraron el recurso a la
pena máxima. Mas en modo alguno ésta ha desaparecido.
Por el contrario, la pena de muerte ha encontrado siempre reconocimiento y
apoyo en la legislación revolucionaria. A lo largo de los años procuró expan-
dir su campo de aplicación y hacer más expeditos los procedimientos corres-
pondientes. El 7 de julio de 1959, por ejemplo, el Gobierno Revolucionario
aprobó la Ley número 425 autorizando la imposición de la pena de muerte a
las personas que para cometer algunos de los delitos políticos configurados en
el Código de Defensa Social desembarquen en el territorio nacional para
cometer algunos de esos delitos, a los que tripularen o viajaren a bordo de
aeronaves que volaren sobre el territorio nacional con fines contrarrevolucio-
narios o para alarmar o confundir a la población o realizar cualquier agresión
a la economía nacional que signifique riesgo para la vida humana. Dos años
más tarde la Ley 998 del 27 de noviembre de 1961 eliminaba la condición de
poner en riesgo la vida humana y establecía la pena de muerte con respecto a
una amplia gama de delitos contrarrevolucionarios, incluyendo sabotaje,
incendios, estragos e infiltraciones desde el extranjero. Cuarenta años después,
el vigente Código Penal y la Ley contra los Actos de Terrorismo (Ley No. 93
del 20 de diciembre del 2001) prescriben la pena de muerte para 22 delitos
políticos y comunes, la mayoría de ellos relativos a la Seguridad del Estado.
El Código incluye por cierto curiosidades por el estilo de la siguiente: mien-
tras la pena establecida para el homicidio común es de siete a 15 años, la de
matar a una res es de ocho a 21 años.
A fines de 1960 un juicio sumario del cual nunca se hicieron públicas sus
actuaciones condenó a muerte a tres empleados de la Compañía Cubana de
Electricidad, acusados de ser responsables de la explosión de cinco instalacio-
nes eléctricas de esa empresa. Ejecutados el 18 de enero de 1961, la muerte de
Guillermo Le Santé, Orlirio Menéndez y Julio Casiellas, ponía de relieve hasta
qué punto seguía siendo implacable la aplicación de la pena capital.
Tristemente, 600 compañeros de trabajo de las tres víctimas habían publicado
en el periódico Revolución un manifiesto condenando el sabotaje y pidiendo
Apuntes para una historia de la dictadura castrista48
Efrén Córdova 49
un castigo ejemplar para sus autores.
Los fusilamientos de enero de 1961 hicieron saber al movimiento obrero que
Castro no iba a tener compasión alguna con sus dirigentes. Un libro publica-
do en 1985 ofrece los nombres de otros 32 sindicalistas que ofrendaron sus
vidas frente al pelotón de fusilamiento o en las cárceles comunistas.19 Dos
años antes, en 1983 cinco trabajadores fueron condenados a muerte por que-
rer organizar un sindicato independiente en la industria azucarera. Fue la inter-
vención de la Organización Internacional del Trabajo y la publicación de la
noticia en el periódico Le Monde lo que salvó in extremis la vida de esos con-
denados. Dato curioso: a los líderes sindicales de mayor envergadura no se les
fusilaba sino se les encarcelaba, como le sucedió a Francisco Aguirre senten-
ciado a prisión en 1959 y muerto en ella de desnutrición y falta de asistencia
médica.
Solo entre el episodio de Playa Girón y la crisis de los cohetes, es decir en
1961 y 1962, los avatares de la Cuba revolucionaria entrañaron un elevado ras-
tro de sangre. Enrique Ros sostiene que la represión gubernamental de los
actos de rebeldía de esos años costó la vida a más de 500 cubanos.20 Juan
Clark señala que 400 guerrilleros y sus colaboradores murieron en la lucha
desatada por las guerrillas campesinas del Escambray. El propio autor dice que
centenares de cubanos fueron condenados a muerte en los sucesos protagoni-
zados en agosto de 1962 por el Frente Anticomunista de Liberación que contó
con el apoyo de oficiales y soldados del Ejército Rebelde.21
En una forma u otra, Castro fue así poniendo en ejecución su propia visión de
"la jefatura implacable" y "la guerra total" que algunos detectan ya en sus car-
tas desde el Presidio de Isla de Pinos en 1955.22 Siete años después ya era
19 Rodolfo Riesgo, Cuba: el movimiento obrero y su entorno sociopolítico (Caracas:
Saeta Ediciones, 1985), p. 141
20 Enrique Ros, De Girón a la crisis de los cohetes (Miami: Ediciones Universal,
1995), p. 189
21 Juan Clark, Cuba: Mito y Realidad, op. cit., pp. 105, 152, 156
22 Véase Luis Ortega, "Las raíces del castrismo" en Diez años de revolución cubana
(San Juan, P.R.: Editorial San Juan, 1979), pp. 156 y 167
Apuntes para una historia de la dictadura castrista50
posible hablar de un "terror rojo", el terror comunista, que Castro había pre-
visto y que ese mismo año de 1962 tuvo una violenta escenificación poco
conocida en la ciudad de Cárdenas.23
En 1986 Amnesty Internacional hablaba de centenares de cubanos enviados al
pelotón de fusilamiento
UN NUEVO CICLO DE EJECUCIONES
En 1989 se abre otro ciclo de intensificación del recurso despiadado a los fusi-
lamientos. Para combatir la oposición el gobierno siguió siempre la más seve-
ra estrategia, pero las ejecuciones de índole política se reservaron para los
tiempos de crisis. Y fue en ese año que el régimen sintiéndose amenazado por
los sucesos de Tienamen y la posible introducción de reformas a la glasnot y
perestroika volvió a incrementar su cuota de sangre. Al General Ochoa y a sus
compañeros se les imputaron delitos relativos al tráfico de drogas pero lo que
en realidad latía en el fondo de las causas 1 y 2 de ese año fue el temor a un
resquebrajamiento del régimen causado por la orientación reformista de quien
ostentaba el título de Héroe de la Revolución.24
Volvieron a aparecer nombres siniestros como los de Juan Escalona y
Fernando Flores Ibarra y surgieron otros nuevos como los de la Fiscal de
Ciudad de La Habana Edelmira Pedris Yamar y la Fiscal Provisional Osiris
Martínez López así como los de los nuevos jefes de la Contrainteligencia.
Proliferaron también los "dedos acusadores", es decir gente que por motivos
personales denunciaban a funcionarios del gobierno. Según A. I. más de 300
personas fueron fusiladas en 1989-1990. Ochoa fue fusilado en un lugar apar-
tado pero a su ejecución tuvieron que asistir un centenar de generales y un
camarógrafo de las FAR filmó todos los detalles del acto. A principios de los
90 se dió mucha publicidad al fusilamiento de Eduardo Díaz Betancourt.
23 Véase infra página 172
24 Véase Melvin Mañón y Juan Benemelis, Juicio a Fidel (Santo Domingo: Editorial
Taller, 1990)
Efrén Córdova 51
En febrero de 1999, el gobierno anunció su propósito de ampliar la aplicación
de la pena de muerte. Según la Unión Europea en los cuatro primeros meses
de ese año se habían llevado a cabo siete ejecuciones de las cuales algunas se
efectuaron con el máximo secreto. El informe de Amnesty International de ese
mismo año dejó constancia de varios ejecutados o muertos por acción poli-
cial25 y el del año 2000 señalaba que 20 personas habían sido fusiladas y que
otras 20 aguardaban ser ejecutadas. La propia organización emitió el 6 de
marzo de 2000 un comunicado de prensa en el que se informaba que 15 per-
sonas habían sido ejecutadas en 1990 y que otras nueve estaban en capilla. El
informe correspondiente al 2001 señalaba que veinte y ocho cubanos habían
sido condenados a muerte.26
En proporción a la población total del país el número de condenados a muer-
te en Cuba en 1999 y 2000 fue más del doble que el de China y cerca de cinco
veces superior al de Estados Unidos, según un informe de la Comisión Cubana
de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional.
No son hechos fortuitos; sino manifestaciones de una política bien adentrada
en la conciencia de los gobernantes. A principios de 1999, hablando ante 5.000
policías reunidos en el teatro Kart Marx de La Habana, lo había dicho Castro:
"Albergo la esperanza de que nuestros jueces no vacilen en aplicar la pena de
muerte".27 En abril del 2003, tres cubanos acusados de haberse apoderado de
una lancha para escapar de la isla, Lorenzo Enrique Copello, Bárbaro Leodán
Sevilla y Jorge Luis Martínez, fueron ejecutados. Una vez más volvía el horror
del paredón con su cortejo de juicios sumarísimos y apelaciones que se resol-
vían el mismo día de la sentencia. Otros tres ya condenados a muerte,
Humberto del Real, Otto Rodríguez y Raúl Cruz León, aguardan la hora fatal
de su ejecución. Jueces y agentes de seguridad han al parecer asimilado la
recomendación de Ernesto Guevara: "El odio implacable hacia el enemigo nos
impulsa por encima y más allá de las limitaciones naturales del hombre y nos
transforma en efectivas, violentas, selectivas y frías máquinas de matar"28.
25 Amnesty International, Annual Report - Cuba (marzo de 2000)
26 Idem, Report 2001, Cuba, p. 3
27 DennisRousseauyCorinneCumerlato,LaisladelDoctorCastro(Barcelona:Planeta,2000),p.182
28 Ernesto Guevara, Guerrilla Warfare (NewYork:MonthlyLaborReview,1961), pp.17y18
Apuntes para una historia de la dictadura castrista52
Es verdad que en otras revoluciones ha habido también un período inicial de
exacerbación y terror, pero ello fue siempre un fenómeno temporal. La propia
Revolución Francesa, que acuñó el término "gobierno por medio del terror",
lo vivió sólo durante alrededor de un año y dio paso a la reacción termidoria-
na. La revolución rusa lo prolongó durante todos los años de Stalin pero ofre-
ció después su "mea culpa" con las denuncias de Khruschev en el XX
Congreso del Partido Comunista. Sólo en Cuba el terror latente o manifiesto,
multiforme y recurrente, ha durado 47 años, ha seguido aplicando a discreción
la pena de muerte y no ha presentado excusa o autocrítica de clase alguna. Los
fusilamientos de 1959 fueron el anticipo de un nuevo sistema de gobierno lla-
mado a alternar ejecuciones y cárceles con la propagación de un miedo difuso
e interminable.
Los fusilamientos de abril de 2003 pusieron una vez más de relieve el carácter
inclemente de la revolución castrista, así como su costumbre de aplicar penas
desproporcionadas. Los tres jóvenes ejecutados trataban desesperadamente de
salir del país y para ello se apoderaron de una lancha de las que hacen la tra-
vesía de la bahía de La Habana. No usaron violencia ni causaron daños. Era
además un delito imposible. Intentar el cruce del Estrecho de la Florida en una
embarcación destinada a hacer los 15 minutos que toma ir de La Habana a
Regla roza los límites de la ingenuidad. Castro, no obstante, ordenó que fue-
ran fusilados, a fin de dar un escarmiento. Mas la pena resultó inútil: dos
meses más tarde otros dos grupos de jóvenes intentaron escapar, uno desde
Pinar del Río y otro desde Camagüey. Los primeros perecieron a manos de los
guarda fronteras; los segundos fueron devueltos por los EU en una ignominio-
sa negociación que equivalía a reconocer la potestad del dictador de imponer
diez años de cárcel a quienes ejercían un derecho consagrado en el artículo 13
de la DU.
Prever la pena de muerte es en Cuba una política válida para todos los tiem-
pos y presente en todos los foros. En 1998, por ejemplo, Italia presentó en la
CDH un proyecto de resolución dirigido a la abolición de la pena de muerte
con respecto a menores de 18 años y mujeres embarazadas. Veintiséis países
votaron a favor de la resolución. Cuba se abstuvo.
Efrén Córdova 53
LA CONDUCCIÓN DE LOS JUICIOS
Se podrá argüir que siempre a lo largo de la historia los vencidos sufren el
rigor de los vencedores y los opositores corren el riesgo de ser enjuiciados. Sin
embargo, tratándose de reos para los que se pide la pena de muerte, el mundo
civilizado ha ido imponiendo un cierto número de requisitos de forma y de
fondo a los que deben ajustarse los tribunales encargados de decidir sobre la
vida o la muerte de un ser humano. En 1968 la Asamblea General de las
Naciones Unidas invitó a los gobiernos a que aseguren los procedimientos
legales más estrictos y las mayores garantías posibles a los acusados en caso
de pena capital en los países donde existiera la pena de muerte. Aunque la pena
capital no está todavía prohibida por el derecho internacional, la conveniencia
de su abolición ha sido reafirmada con energía por diferentes órganos de las
Naciones Unidas. Aún más, ella está excluida de la lista de castigos que puede
imponer el Tribunal Penal Internacional, creado por el Tratado de Roma.
El más elemental respeto a la Declaración Universal asimismo exigía que a
esos cubanos acusados se les reconociera el derecho a que se presumiera su
inocencia mientras no se probara su culpabilidad, a ser juzgados por tribuna-
les independientes e imparciales, a que se observaran las garantías necesarias
para su defensa, a que el juicio fuera público y a que no se les impusiera una
pena más grave que la aplicable en el momento de la comisión del delito.
Lo que ha sucedido en Cuba, sin embargo, a lo largo de 47 años, es cosa muy
distinta de ese esquema de protección de los derechos humanos. Miles de
cubanos han sido, en efecto, ejecutados por tribunales militares, revoluciona-
rios o populares que no eran ni competentes, ni pertenecientes a un poder judi-
cial independiente ni mucho menos imparciales. Sobre todo los de los prime-
ros tiempos no eran verdaderos juicios sino pantomimas en las que predomi-
naban el odio y la revancha.29 Desde el principio se estimuló la delación, se
29 Emilio A. Cosío, "Carta abierta al Comandante Húber Matos", El Nuevo Herald, 9
de junio de 2002, p. 14-A. Véase también Luis Fernández Caubí, Justicia y terror,
(Miami: Ediciones Universal 1994), passim
Apuntes para una historia de la dictadura castrista54
condenaba por rumores o en virtud de testimonios de oídas y más tarde el
Código Penal previó un castigo para el incumplimiento del deber de denun-
ciar.
Reos de Estado condenados a penas de privación de libertad por un tribunal
revolucionario y cuyos castigos habían sido ratificados por un tribunal de ape-
laciones, eran sometidos a un tercer tribunal de revisión que les condenaba a
muerte. Casos específicos en que esto ocurrió pueden verse en Leovigildo
Ruiz, op. cit., parte VI.
La composición de los tribunales revolucionarios, militares y populares no
podía ser más defectuosa pues a menudo incluía soldados rasos o ciudadanos
de escasa o ninguna escolaridad. En los tribunales militares ocurría con fre-
cuencia que los fiscales fueran de mayor graduación que los miembros del tri-
bunal. Todavía en los años 70 se seguía aplicando la Ley Penal de Cuba en
Armas de 1896 y aun ésta era muchas veces transgredida. Posteriormente se
dispusieron algunas garantías pero éstas se incumplían en la práctica sobre
todo en los plazos previstos para instrucción de cargos y ser asistido por un
abogado. Cuando en la causa n° 1 de 1989, Patricio de La Guardia pudo al fin
ver a su abogado (designado por el Minint), dicho letrado le dijo que su caso
era indefendible y que él sentía vergüenza de tener que defenderle. En esa
misma causa al General Ochoa se le impidió hacer una declaración final res-
pondiendo a los cargos del fiscal.
¿Pueden considerarse independientes los tribunales cuando: 1) al principio se
formaban con oficiales del llamado Ejército Rebelde que debían obediencia a
los jefes de ese ejército; 2) una vez promulgada la Constitución Socialista los
tribunales populares reciben instrucciones del Consejo de Estado y se hallan
subordinados jerárquicamente a la Asamblea Nacional del Poder Popular;30
3) una de las atribuciones del Consejo de Estado es la de dar a las leyes vigen-
tes, en caso necesario, "una interpretación general y obligatoria";31 4) los tri-
30 Asamblea Nacional del Poder Popular, artículos 90 (h) y 121 de la Constitución
31 Artículo 90, inciso ch
Efrén Córdova 55
bunales funcionan con jueces profesionales y jueces legos, escogidos estos
últimos por la Asamblea Nacional del Poder Popular luego de ser aprobados
por los órganos locales de gobierno; 5) La ley de Organización del Sistema
Judicial de 13 de diciembre de 1978 señala que para ser Presidente de Sala,
juez profesional o juez lego se exige el requisito de "tener integración revolu-
cionaria activa"; 6) ningún juez goza de inamovilidad en el ejercicio de sus
funciones; según la Constitución pueden ser revocados a discreción "por el
órgano que los elige";32 y 7) conforme a la propia Constitución los jueces tie-
nen la obligación de observar estrictamente la legalidad socialista33 y no pue-
den reconocer derecho o libertad alguno que vaya contra la existencia y fines
del Estado Socialista.34
La abogacía, que es en todas partes una profesión liberal, sólo puede ejercer-
se en Cuba siendo miembro de un bufete colectivo. Existe una organización de
bufetes colectivos en la que es necesario registrarse para ejercer la profesión,
pero cuya admisión se limita a quienes reúnen las "condiciones morales"
requeridas, expresión que se traduce en adhesión incondicional a la filosofía
castrocomunista. La organización se encarga de asignar abogados a los bufe-
tes.
Comentando esa situación la Comisión de Derechos Humanos ha establecido
que la independencia e imparcialidad del poder judicial se extiende a los abo-
gados y asesores (Véase la Resolución No. 34 de 1996).
¿Pueden ser imparciales los tribunales que a lo largo de 46 años han sido crea-
dos al gusto del poder político y con el fin primordial de castigar de manera
expeditiva a quienes el propio jefe de la revolución o sus colaboradores habían
ya declarado culpables o habían sido víctimas de actos de repudio? Téngase
además presente que la naturaleza de la judicatura cubana se halla reñida con
los principios de inamovilidad y profesionalidad que son prerrequisitos de la
imparcialidad.
32 Artículo 126
33 Artículo 10
34 Artículo 62
Apuntes para una historia de la dictadura castrista56
¿Eran públicos los juicios que a veces se celebraban en la noche y otras se
detenía a las personas que deseaban presenciar el proceso?
¿Acaso se aseguraban "las garantías necesarias para la defensa", como quiere
la Declaración, cuando los juicios seguían al principio un procedimiento ver-
bal sumarísimo en el que se permitía la pena de muerte "por convicción", es
decir, sin necesidad de practicar y apreciar las pruebas y sin apelación alguna.
En la actualidad se dejan algunas constancias escritas pero los juicios siguen
siendo de tipo inquisitivo y atribuyen valor especial a los informes de la poli-
cía política y a las deposiciones de los informantes. Contra los enemigos del
sistema, alegan los castristas, la acusación constituye prueba y condena. A los
acusados se les da, por lo general, la oportunidad de hacer sus descargos pero
ello no pasa de ser una simple formalidad. En el sistema judicial cubano los
abogados defensores no pueden ver a sus defendidos mientras esté en curso la
investigación que puede durar meses o años. Ya no se producen enormidades
del tipo de las que al comienzo ocurrieron cuando los abogados defensores
eran castigados o condenados a prisión al final del proceso en el que ejercían
su profesión,35 pero en 1997 el abogado defensor de Leonel Morejón fue mul-
tado al finalizar el juicio por haber hecho preguntas “políticamente irrelevan-
tes”.36 En la mayor parte de los casos los abogados defensores, que provie-
nen de los bufetes colectivos aprobados por el gobierno cumplen con su deber
sólo de modo rutinario o para llenar las apariencias. Se ha atenuado la llama-
da dinámica de la muerte de los primeros tiempos según la cual en un mismo
día se acusaba, condenaba y ejecutaba a una persona,37 pero no son muy dis-
tintos los juicios relámpagos que tienen lugar en la propia prisión y que fue-
ron denunciados en 1998 por Amnesty Internacional.38
En vez de la presunción de inocencia consagrada en el artículo 11 de DU, lo
que se presume cuando se trata de delitos contra la seguridad del Estada es la
35 Duarte Oropesa, op. cit., Vol IV, p. 37
36 Amnesty Internacional, Annual Report 1997 - Cuba, p. 3
37 Véase Antonio García-Cresos, "Santa Clara, diciembre 1960: Tribunales en la
noche", Encuentro de la Cultura Cubana (Madrid) n° 20, primavera de 2001, p. 186
38 Amnesty International. Annual Report 1998 - Cuba, p. 3
Efrén Córdova 57
culpabilidad del acusado. En vez de respetar el principio de cosa juzgada, la
Ley de Procedimiento Penal da cabida a un procedimiento de revisión de la
sentencia cada vez que hechos o circunstancias desconocidos por el tribunal
en el momento de dictar sentencia o resolución hagan presumir la culpabilidad
del acusado absuelto.
Estas anomalías se aplican, dicho sea de paso, a todos los juicios criminales
que reúnan las circunstancias citadas, y no sólo a aquellos en los que se pide
la pena de muerte.
Siguen siendo asimismo comunes los casos de inadecuada asistencia legal y de
juicios que no respetan los patrones mínimos internacionales.39 Un informe
reciente de Amnesty International habla del arresto de las personas que desean-
do asistir a un juicio estaban reunidas fuera del tribunal.40
EL JUICIO DE LOS AVIADORES
El 13 de febrero de 1959 comenzó en Santiago de Cuba el juicio contra 43
miembros de la fuerza aérea cubana acusados de haber ametrallado a la pobla-
ción civil en la provincia de Oriente. Los aviadores y sus auxiliares iban a ser
juzgados en la causa No. 127 de 1959, radicada por el delito de genocidio que,
por cierto, no figuraba en el Código de Defensa Social. Aunque algunos habían
sido arrestados el 4 de enero, a otros Castro les prometió clemencia ese mismo
día en una reunión que tuvo lugar en la ciudad de Camagüey.
El juicio se efectuó en las mismas condiciones tumultuarias que caracteriza-
ron los procesos de los inicios de la revolución. Desempeñó en él un triste
papel el oficial investigador y fiscal Antonio Cejas Sánchez quien recién lle-
gado del exilio encarnaba el tipo de oportunista ansioso de escalar posiciones
realizando las tareas más innobles. El tribunal tenía, en efecto, ante sí una peti-
39 Véase Cuba Report (Washington: U.S. Department of State, 2000), p. 27. Según
Jorge G. Castañeda (Compañero.Vida y muerte del Che Guevara. op. cit., p. 180), "las
ejecuciones (ordenadas por el Che) estaban desprovistas del proceso debido".
40 Amnesty International, Annual Report 1999 - Cuba, p. 3
ción de muerte para la mayoría de los aviadores. Ningún crimen se pudo, no
obstante, probar en el juicio y el 2 de marzo el tribunal militar presidido por
el Comandante Félix Pena y constituido con otros dos oficiales del Ejército
Rebelde acordó por unanimidad absolver a los acusados.
Apenas enterado del fallo absolutorio, un Castro iracundo invalidó la senten-
cia y dispuso la celebración de otro juicio. En su comparecencia televisiva, el
entonces Primer Ministro exacerbó aún más los ánimos del pueblo y dispuso
que integraran el nuevo tribunal el siniestro Manuel Barbarroja Piñeiro y el
Ministro de Defensa Augusto Martínez Sánchez, incondicional adlátere de
Raúl Castro. Castro dejó entrever que al menos ocho aviadores debían ser eje-
cutados. La orden estuvo a punto de ser cumplimentada cuando el arzobispo
de Santiago de Cuba, Enrique Pérez Serante (que había salvado la vida de
Castro al fracasar el asalto del Cuartel Moncada) se trasladó por avión a La
Habana y le imploró a Castro que no se llevara a cabo el fusilamiento. El
Máximo Líder finalmente accedió y el segundo tribunal condenó a 19 pilotos
a 30 años de prisión con trabajos forzados, a otros 10 les impuso 20 años y de
2 a 6 años a 12 artilleros y mecánicos.
¿Por qué tenía Castro tanto empeño en fusilar a esos aviadores que en el peor
de los casos eran prisioneros de guerra? Él sabía que eran simples militares de
carrera que habían tal vez bombardeado formaciones rebeldes pero no pobla-
ciones civiles. Para él era importante, no obstante, la continuación del desen-
frenado derrame de sangre iniciado el primero de enero y dar muestra de la
índole represiva e implacable de su gobierno. Pero hubo también, según algu-
nos autores, una intencionalidad política dirigida a eliminar peligrosos adver-
sarios potenciales. Los aviadores en cuestión pertenecían a una hornada de
egresados de academias militares que Castro temía pudieran ubicarse en la
oposición cuando él fuera revelando sus verdaderos objetivos.
Dos consecuencias inmediatas tuvo el juicio de los aviadores: una fue el sui-
cidio del pundonoroso Comandante Félix Pena escarnecido y humillado por
el Comandante en jefe; la segunda se relaciona con otra triste actitud de una
parte del pueblo cubano. Aguijoneado por las arengas de Castro, una turba
enardecida intentó penetrar en la cárcel de Boniato para linchar a los aviado-
res. Al desafuero de un gobernante que ignoraba el valor de la cosa juzgada e
imponía su arbitrio, se unía la reprobable conducta de una plebe que se deja-
Apuntes para una historia de la dictadura castrista58
ba llevar por sus más bajos instintos.
Que 43 cubanos que eran inocentes y así fueron declarados por un tribunal
militar fueran condenados a largos años de cárcel y trabajos forzosos es un
ultraje a los derechos humanos. Ellos fueron detenidos y presos en forma arbi-
traria y en flagrante violación de los artículos 9, 10 y 11 de la Declaración
Universal. El hecho reiteraba además el mensaje trasmitido a opositores y disi-
dentes el primero de enero, a saber, que en Cuba había dejado de existir el
debido proceso de ley. Fue una acción que Castro tomó deliberadamente y en
conexión con sus planes, desconociendo principios básicos del ordenamiento
jurídico.
CUANTIFICANDO LAS VÍCTIMAS
En una forma u otra, fusilados en virtud de sentencia o sin celebración de jui-
cio alguno, eliminados físicamente por el aparato represivo judicial o muertos
por agentes de la Seguridad del Estado, son muchos los cubanos que han pere-
cido por orden directa o indirecta de Fidel Castro.
A Castro se le ha acusado también de ordenar ejecuciones extrajudiciales en el
extranjero como fueron, por ejemplo, el asesinato en Miami de Rolando
Masferrer (su antiguo rival en las luchas prerrevolucionarias) y el del
Comandante Aldo Vera en Puerto Rico. Aunque esas acusaciones no han podi-
do ser corroboradas, hoy se sabe que sus tentáculos llegan lejos.
El número total de ejecuciones judiciales o extrajudiciales es difícil si no
imposible de determinar dado el velo de censura y desinformación que cubre
la vida política del país. Hay además una cierta tendencia a exagerar el núme-
ro de víctimas de las dictaduras y ello obliga a observar una cierta mesura al
respecto.
Varias organizaciones del exilio y ciudadanos particulares han hecho esfuer-
zos dirigidos a calcular cuantos cubanos han perdido sus vidas en las cir-
cunstancias antes expuestas. La cifra más elevada y probablemente exagera-
da (50.000 víctimas) fue ofrecida hace ya muchos años por un periodista
cubano, y citada después como cálculo más genérico por un historiador
Efrén Córdova 59
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Apuntes para una historia de la dictadura castrista - Efrén Córdova

  • 1.
  • 2. APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA DICTADURA CASTRISTA Efrén Córdova
  • 3. Apuntes para una historia de la dictadura castrista © Efrén Córdova © Reservados todos los derechos de la presente edición a favor de Fundación Hispano Cubana. Primera edición: Mayo de 2006 ISBN: 84-611-1055-2 Depósito legal: Ilustración de cubierta: "Tras la ventana", de Natasha Perdomo Bermudez http://www.caurigallery.com/ Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio, salvo autorización por escrito de la Fundación Hispano Cubana. Fundación Hispano Cubana C/ Orfila, 8 - 1º A E-28010 – Madrid Tel: (+34) 913 196 313 / (+34) 913 197 048 Fax: (+34) 913 197 008 f.h.c@hispanocubana.org www.hispanocubana.org
  • 4. Índice de materias Capítulo I - Introducción Una marca histórica La revolución eterna Buscando explicaciones Capítulo II - El telón de fondo: Los factores coadyuvantes y varias hipótesis La dictadura que eclipsó la revolución Los factores coadyuvantes La hipótesis del líder carismático La concepción castrista del gobierno socialista El plan totalitario Postulando una tesis Capítulo III - Un estreno sangriento Los fusilamientos El saldo fatídico de los primeros meses de la revolución La Constitución Socialista y la pena de muerte La nunca olvidada pena capital Nuevo ciclo de ejecuciones La conducción de los juicios El juicio de los aviadores Cuantificando las víctimas El foso de los Laureles Los otros pasos iniciales de la dictadura Capítulo IV - Otras huellas de sangre y de luto Los muertos en prisión El crimen de la rastra Aniquilamiento y destierro de los guajiros del Escambray Guerras y masacres El remolcador 13 de marzo El derribo de los aviones de Hermanos al Rescate Los que perecen en la fuga La práctica de la tortura Las cuentas del genocidio y de los crímenes contra la humanidad Efrén Córdova 5 11 13 16 16 19 21 21 23 26 32 36 39 41 44 46 47 50 53 57 59 62 63 69 71 73 74 76 78 80 82 86 89
  • 5. Capítulo V - Supresión de las libertades públicas El enfrentamiento inevitable Violación indiscriminada de las libertades públicas Libertad de pensamiento, de opinión y de expresión Libertad de reunión y asociación Las organizaciones de Derechos Humanos en Cuba El derecho a salir del país y regresar al mismo Capítulo VI - ¿Hay libertad de conciencia y religión en Cuba? El marxismo y la sociedad cubana en 1959 Las primeras señales Una atenuación de fachada El papel del Cardenal Ortega El viaje del Papa Juan Pablo II a Cuba La situación actual Capítulo VII - Las cuentas del cautiverio El presidio político La institucionalización de la crueldad La literatura del presidio Las condiciones de los penales Los carceleros y la continuidad del terror Capítulo VIII - De injusticias, prisiones y campos de concentración Infracción del debido proceso de ley Variantes del sistema carcelario El presidio de Isla de Pinos La UMAP Otros campos de concentración El acecho incesante a la oposición Capítulo IX - Manipulando el principio de igualdad Igualdad legal e igualación social Fallos y quebrantos de la igualdad Cubanos y extranjeros Discriminación por motivos políticos Apuntes para una historia de la dictadura castrista6 97 99 101 102 107 113 116 123 125 126 127 128 130 131 135 137 138 142 145 148 153 155 157 159 161 164 165 171 173 174 177 178
  • 6. El principio de igualdad y la postura de la raza negra La política castrista de captación de la raza negra Política exterior africanista y fomento del sincretismo Cambios en la composición étnica del pueblo cubano Papel de la raza negra en la Cuba actual Capítulo X - Angustias y miserias de la vida cotidiana Afrentas a la dignidad Quebrantos de la privacidad Seguridad La propiedad Vivienda y alimentación La atención a la salud El derecho a la educación La familia Capítulo XI - El ejercicio del poder público Cambios en la relación del individuo con el Estado Ausencia de otras protecciones institucionales El fin del Estado de Derecho y el nuevo sistema político Participación en el gobierno La protección contra el terrorismo Cuatro estallidos y una sorda resistencia Los juicios de abril de 2003 Capítulo XII - ¿Benefició la revolución de Castro al trabajador cubano? Trasfondo histórico Promesas, renuncias y exhortaciones al sacrificio El gran reto del movimiento sindical Cambios en las relaciones con la Organización Internacional del Trabajo Violación de derechos fundamentales Una política laboral extorsiva Jornadas extenuantes y vacaciones ilusorias Descenso de la productividad y militarización del trabajo Las deficiencias de la política salarial El Reglamento General de las Relaciones Laborales Efrén Córdova 7 180 182 184 185 186 191 193 198 200 204 206 210 215 220 227 229 232 234 236 241 246 249 255 257 258 260 261 264 271 273 274 279
  • 7. Capítulo XIII - El gran mito del progreso social El gran fraude urdido por Castro y los inversionistas Las non sancta negociaciones Lucrando a costa de los trabajadores Una burda trapisonda Otra modalidad de explotación El engaño de la seguridad social Capítulo XIV - Castro, la dictadura y los derechos humanos en la perspectiva internacional Las reacciones de la comunidad internacional Las organizaciones internacionales de proyección global Análisis de las resoluciones de la CDH Un lapso y varias inflexiones La resolución del año 2004 El décimo quinto revés Las organizaciones regionales Las organizaciones no gubernamentales Capítulo XV - Del carácter contumaz, sistemático e inexcusable de las violaciones Amplitud, origen y gravedad de las violaciones La dictadura en el contexto de la doctrina marxista-leninista De las violaciones como reflejo de la índole del sistema De las violaciones como reflejo de la personalidad de Castro Epílogo Apéndices Lista de abreviaturas Texto de la Declaración Universal de Derechos Humanos Apuntes para una historia de la dictadura castrista8 283 285 287 288 290 291 292 301 303 304 305 309 311 312 315 317 325 327 328 330 333 343 353 355 359
  • 10. UNA MARCA HISTÓRICA Este es el relato de la dictadura más larga de la historia moderna. La palabra dictadura, dicho sea desde el principio, no se usa aquí de manera festinada con respecto al régimen de Castro. Es el propio régimen el que se atribuye a sí mismo esa forma de gobierno en consonancia con la doctrina marxista de la dictadura del proletariado. La cuestión de saber si es en verdad el proletariado el que ejerce esa dictadura o si ella sirve sólo de pretexto para la existencia de una autocracia, es uno de los puntos a tratar en este libro. Mucho antes de que Marx y Engels incorporaran el vocablo a sus teorías ya el oficio de dictador había sido concebido en Roma hace 2.500 años como jefa- tura temporal para hacer frente a situaciones de crisis o desorden particular- mente graves. El término máximo de ejercicio del poder que los romanos pre- vieron para el magíster populis o dictator era seis meses. En Cuba, Fidel Castro lo viene ejerciendo desde hace más de 47 años. Es verdad que entre uno y otro han habido monarcas absolutos y tiranos endurecidos que permanecie- ron en el poder por largos años, pero los primeros accedían al trono por dere- cho hereditario y los segundos perdieron durabilidad y prestigio desde que Platón y Aristóteles los colocaran en el punto más bajo de la escala de los gobernantes. Otros que en fechas recientes asumieron el mando "por la gracia de Dios" no pasaron de los 40 años. Aun en la América Latina que tanto ha contribuido a la historia de los largos gobiernos con su rica cosecha de caudillos y tiranos, ninguno de ellos puede disputarle el título de número uno a Fidel Castro. El dictador cubano aprove- chó la tradición caudillística de la región para inscribirse con honores en esta categoría como puede verse en la siguiente lista: Las diez dictaduras más largas de América Latina Nombre Duración Juan Manuel Rosas (Argentina) 20 años Anastasio Somoza (Nicaragua) 22 años Augusto Pinochet (Chile) 25 años Efrén Córdova 13
  • 11. José Gaspar Rodríguez Francia (Paraguay) 26 años Juan Vicente Gómez (Venezuela) 27 años Rafael Carrera (Guatemala) 27 años Rafael Leonidas Trujillo (República Dominicana) 31 años Porfirio Díaz (México) 33 años Alfredo Stroessner (Paraguay) 35 años Fidel Castro (Cuba) 47 años Estas dictaduras latinoamericanas son muy diferentes de las de corte totalita- rio que aparecen en Europa en la primera mitad del siglo XX. Mientras las lati- noamericanas carecen por lo general de sustento ideológico, las europeas tie- nen su razón de ser en las doctrinas comunista, fascista y nazista. Fue Marx el primero que concibió la idea de una dictadura omnímoda que iba a ser ejerci- da por el proletariado para la opresión y destrucción de la burguesía. Atraído, como se verá más tarde, por esta faceta de pugnacidad Castro se apuntó tam- bién en esta categoría. Quienes en Europa y Asia ocuparon el mando supremo en nombre de esas ideo- logías totalitarias pronto mostraron también una irresistible vocación por afe- rrarse al poder. No estando sujetos a elecciones periódicas y no siendo claros los modos de sucesión, estos dictadores de base marxista o fascista ofrecen también varios ejemplos de incumbencias prolongadas. Sin embargo, como muestra también la enumeración que sigue, ninguno de estos empecinados vicarios del proletariado o la nación pudo equipararse a Castro en la extensión de sus mandatos. Sólo Kim Il Sung en Corea del Norte compitió con Castro hasta que en enero de 2005 el Máximo Líder aventajó al Guía Supremo y Presidente Vitalicio. Los títulos de estos jerarcas comunistas varían (Presidente, Primer Ministro o Secretario General del Partido) y son también diferentes las maneras cómo al fin pierden el cargo (golpes de Estado, conspi- raciones en la cúspide, revueltas palaciegas, acuerdos del Partido y muerte o jubilación forzada) pero todos detuvieron el poder por largos períodos. Los diez dictadores de corte totalitario que ejercieron el poder por más tiempo Walter Ulbricht (Alemania del Este) 21 años Benito Mussolini (Italia) 21 años Apuntes para una historia de la dictadura castrista14
  • 12. Nicolás Ceausesco (Rumania) 24 años Joseph Stalin (Rusia) 25 años Ho Chi Minh (Vietnam) 25 años Mao Tse Tung (China) 27 años Janos Kadar (Hungría) 32 años Enver Hoxsha (Albania) 41 años Kim Il Sung (Corea del Norte) 45 años Fidel Castro (Cuba) 47 años Tampoco es posible hallar dictaduras de más larga duración en otras áreas del Tercer Mundo. En África, por ejemplo, Robert Mugabe de Zimbabwe, apenas llega al cuarto siglo, a Omar Bongo de Gabón con 37 años en el poder aún le queda un largo trecho por recorrer, Mobutu Sese Seko estuvo algo más de 30 años en el poder y el decano, G. Eyadema de Togo llevaba al morir en 2005, 38 años como Presidente y dictador. En Asia queda asimismo atrás la extraña dictadura de los generales de Birmania (hoy Myanmar) que iniciaron sus tro- pelías allá por 1962. Sólo en el reino de la ficción (por ejemplo en la novela de G. García Márquez El otoño del patriarca) sería posible encontrar émulos de Castro. ¿En cuál de esas listas de autocracias y dictaduras procede ubicar al régimen de Castro? No es fácil precisar la identidad de la llamada revolución cubana y su retoño el régimen de Castro. En realidad, esa revolución ha experimentado una triple transformación. Primero, echó por la borda el propósito de restaurar la demo- cracia que animó la lucha contra Batista para instaurar en su lugar una dicta- dura que se decía era del proletariado. Luego se olvidó de hacer efectiva esa toma del poder por obreros y campesinos para imprimirle rasgos caudillistas y de dirección unipersonal a esa misma revolución. ¿En qué quedó aquello de que el poder iba a estar en manos de obreros y campesinos? ¿Se asemeja la situación cubana a la de una asociación en la que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos como reza el texto fundacional del comunismo? En Cuba se produjo una involución de una embrionaria dictadura del proletariado a una omnipotente dictadura persona- lista. En tercer lugar, fue la desintegración del imperio soviético y el fin de los Efrén Córdova 15
  • 13. subsidios que Cuba estaba recibiendo lo que dio lugar a la apertura del país a las inversiones extranjeras y a la instauración de una economía mixta en la que coexisten pujantes compañías de otros países con lánguidas empresas estata- les. LA REVOLUCIÓN ETERNA Además de ejercer a través de todos esos cambios un poder público que exce- de lo normal y usual en cualquier tipo de sociedad, el régimen de Castro bla- sona también de haber iniciado en 1959 un proceso revolucionario que aún perdura. Las revoluciones, ya se sabe, son convulsiones y cambios de estruc- turas que se llevan a cabo en lapsos relativamente cortos. En su estudio clási- co sobre las revoluciones, Crane Brinton las asimila a una crisis febril de la sociedad que se nutre al comienzo de grandes esperanzas, conduce a una época de exacerbación y terror y culmina generalmente en una dictadura. Ninguna revolución contemporánea ha durado más de unos pocos años, ni la francesa que desemboca en el bonapartismo, ni la rusa que aparte de sus secue- las internacionales se diluye en el estalinismo, ni la mexicana que concluye en rigor con la creación del PRI o tal vez antes con la Constitución de Querétaro. ¿Será que Cuba alumbró al fin la revolución permanente de que tanto hablase Trotsky? Dictador y revolucionario ad perpetua, el caso de Castro y su castro-comunis- mo concitan la atención del mundo. Son incontables los estudios sobre el poder y su conservación que se han escrito al respecto. Lo curioso y paradóji- co es que casi todos esos estudios se han hecho fuera de Cuba. En la isla sólo sería en puro estilo hagiográfico o ajustándose a una aburrida dialéctica mate- rialista de la historia que de cierto modo se trataría el tema. BUSCANDO EXPLICACIONES Sea o no proletaria la dictadura de Castro, háyase o no torcido el rumbo de la revolución, una cosa es cierta: el régimen castrista ha perdurado más allá de toda expectativa. Castro ha desafiado los pronósticos de los economistas, las Apuntes para una historia de la dictadura castrista16
  • 14. predicciones de los politólogos, las esperanzas de opositores y disidentes e incluso las estrategias de largo alcance de los EU ¿De qué modo ha podido el dictador cubano realizar ese hecho insólito? ¿Qué hados o fuerzas misteriosas le han dado esa veteranía? ¿De qué recursos se ha valido para llevar a cabo por encima de diez presidentes de los EU una revolución que fue prosoviética y es antiamericana, antiimperialista, internacionalista y supuestamente dirigida a edificar una sociedad comunista? ¿Qué cualidades personales o circunstancias sociopolíticas le sirvieron para convertir su dictadura en la más larga de la his- toria? Efrén Córdova 17
  • 15. CAPÍTULO II ELTELÓN DE FONDO: LOS FACTORES COADYUVANTES YVARIAS HIPÓTESIS
  • 16. LA DICTADURA QUE ECLIPSA LA REVOLUCIÓN Sobre todo en la década del 60 la revolución cubana fascinó a muchos intelec- tuales. A los guerrilleros que derrocaron la dictadura de Batista se les rodeó de un aura de heroísmo y al gobierno que adoptaba medidas dacronianas se le excusaron sus excesos. Había que superar los llamados vicios del pasado y se llegó a escribir en Cuba y fuera de ella con marcado acento encomiástico. El tema de la revolución cubana estaba de moda y llegó a producir una volumi- nosa bibliografía. Cuatro decenios más tarde las aristas más salientes de la revolución se habían ido gastando al tiempo que el mundo advertía que el vástago de esa revolución que es la dictadura de Castro tenía también sus huellas de muy distinto carác- ter. No solamente su excepcional duración, ya de por sí notable, sino también sus modos de actuar comenzaron a llamar la atención. Que en pleno siglo XXI existiera un régimen surgido 47 años antes y que durante ese tiempo ese régi- men se hubiera enfrascado en acciones insólitas como su obsesión por expor- tar la ideología comunista, sus intervenciones militares en otros continentes y su reto constante a la primera potencia del mundo merecían estudios detalla- dos. Sin olvidar que todo ello tenía lugar en un pequeño país del Caribe y que el relato de lo ocurrido en ese largo período presentaba muchos aspectos oscu- ros. Las páginas que siguen procurarán discernir la índole de ese régimen e inda- gar en el estudio de las causas de su larga extensión. Se concentrará el examen en las hipótesis más plausibles dejando a un lado teorías absurdas como la de los brujos africanos y sus caracoles, la del signo zodiacal de Fidel Castro o la de los poderes mágicos de su madre, Lina Ruz. LOS FACTORES COADYUVANTES Hubo desde luego factores obvios de tipo geográfico como la insularidad o de índole humana como la cooperación de una buena parte del pueblo que facili- taron la prolongación de la dictadura. El hecho de hallarse el país rodeado de mares a menudo procelosos inducía a menudo física y psicológicamente a la resignación. España se benefició antes de ello reteniendo a Cuba y Puerto Rico Efrén Córdova 21
  • 17. como sus dos últimas colonias en América. Castro aprovechó también la insu- laridad para convertir a Cuba en una inmensa cárcel que no necesitaba muros ni alambradas. Si el territorio de Cuba hubiera sido parte de la masa continen- tal, no hay duda que los más de dos millones de exiliados que hoy viven dis- persos por el mundo hubieran podido intervenir de modo más directo y eficaz en el curso de la historia. No eran por otra parte extranjeros los espías, interrogadores, carceleros, tortu- radores, verdugos, policías, agentes de la Seguridad del Estado, delatores y jueces abyectos que tanto han ayudado a oprimir al país. Tampoco vinieron de otro planeta los internacionalistas que hoy esparcen por otras latitudes las doc- trinas de Castro. Y son sin duda cubanos los emigrantes de nuevo cuño que apenas instalados en los EU usan su dinero para hacer viajes turísticos a la isla. En Cuba la cuota de genuflexos ha sido en verdad muy grande El régimen de Castro contó también con la ayuda interesada pero generosa de la Unión Soviética (que alcanzó el 21 por ciento del PNB). Cuba recibió en sólo pocos años de los 30 de subsidios soviéticos alrededor del doble de la suma total que el Plan Marshall ofreció para la recuperación económica de 16 países europeos. Y se hizo presente por último la contribución no deseada de la política norteamericana, obra maestra de ineptitud o fiasco urdido por Kennedy en el episodio de Bahía de Cochinos que tan contraproducente resul- tó para la liberación de Cuba. La política posterior de Washington de acoger a cuantos cubanos pidieran asilo jugó en favor de la permanencia de Castro en el poder. El régimen pudo deshacerse de adversarios peligrosos y de elemen- tos improductivos que le representaban una carga. A los primeros le ataron las manos los acuerdos Kennedy-Khrushov; de los segundos se ocupó el progra- ma de ayuda humanitaria del Refugio. El colmo de la complacencia sucedió en 1980 cuando el Presidente Carter dejó que Castro le introdujera criminales, dementes y enfermos contagiosos en el éxodo del Mariel. Tampoco se quedó atrás el Presidente Clinton con su ver- gonzoso acuerdo migratorio de 1994 que por una parte concedió al régimen cubano la válvula de escape de 20.000 visas (que servían también para infil- trar agentes) y por otra convertía a los EU en cómplice de la política castrista de negar a los cubanos el derecho a salir del país. Esa misma errática postura se hizo patente en el candoroso optimismo de mantener un ineficaz embargo Apuntes para una historia de la dictadura castrista22
  • 18. que sólo sirve para que Castro atribuya al mismo su fracaso y para identificar al enemigo exterior que toda dictadura requiere. A Castro le fue así posible combinar la agitación nacionalista con la prédica del internacionalismo prole- tario. Los anteriores no pasaron de ser, sin embargo, factores coadyuvantes que no conciernen al fondo político de la tragedia cubana. Es preciso indagar en el origen y fundamento de la revolución y la dictadura, identificar la "razón sufi- ciente" de su aparición y permanencia. LA HIPÓTESIS DEL LÍDER CARISMÁTICO El líder carismático es la versión moderna del caudillo, del hombre fuerte que tiene dotes oratorias y sabe utilizar los medios de difusión para añadir apoyo popular a su poder originario. Cuba había tenido antes caudillos sin carisma y líderes carismáticos sin poder. La revolución contra Batista creó las circuns- tancias para que apareciera el primer gobernante que reunía ambas condicio- nes. En su más rancia concepción filosófica esta hipótesis remonta sus raíces a la teoría del superhombre de Federico Nietzsche y a las ideas de Tomás Carlyle sobre el papel del héroe y del anti-héroe en la historia. En Cuba un anteceden- te más directo puede encontrarse en un polémico ensayo escrito por Alberto Lamar Schweyer, en la época del General Machado. Curiosamente, el ascenso vertiginoso de Castro en el firmamento político de Cuba debe mucho a las acciones u omisiones de Fulgencio Batista. Fue prime- ro el infausto golpe militar del 10 de marzo de 1952 el que transformó la insig- nificante carrera política de Fidel Castro en la de un revolucionario exitoso. Si el país no hubiera sufrido ese quebranto del orden constitucional, Castro habría probablemente seguido siendo una figura política más bien anodina. Fue en segundo lugar la ineptitud del ejército de Batista (quien antes de 1933 era un simple sargento taquígrafo) la que invistió de un halo de heroísmo a las guerrillas de la Sierra Maestra. Batista, que procuró siempre rodearse de civi- les competentes, se esmeró en nombrar jefes militares que eran en su mayoría incapaces. Fue por último la vergonzosa huida de Batista el 31 de diciembre Efrén Córdova 23
  • 19. Apuntes para una historia de la dictadura castrista24 de 1958 la que creó un vacío político total que permitió al vencedor conducir a Cuba por el camino que tenía previsto. Decir que Castro había organizado y realizado antes (en 1953) el asalto al cuartel Moncada no añade mucho a su "resumé", pues en esa operación que no duró más de 30 minutos Castro corrió cierto riesgo personal pero no realizó ningún acto heroico y sí supo por el con- trario escapar con prontitud. Erigido en jefe supremo y Comandante en Jefe de la revolución en 1959 no es de extrañar que fuera en relación con su liderazgo, que desde el comienzo demostró ser demagógico y carismático, que se buscaran las primeras explica- ciones. Son muchos en efecto los estudiosos de la cuestión cubana que atribu- yen particular importancia a la inteligencia, obsesión de poder y capacidad de seducir, controlar y/o aherrorrajar las masas del Máximo Líder. Son inconta- bles las obras sobre la revolución que llevan el nombre de Castro en sus títu- los. Tal parece que se retorna a la interpretación de la historia que algunos escritores ofrecieron en el siglo XIX: el gran hombre como forjador de la his- toria, tesis que traducida al lenguaje doméstico daría lugar al aberrante culto a la personalidad de Castro. Vista en cambio desde la óptica marxista esta misma tesis contradice toda la armazón ideológica del régimen cubano. ¿Acaso no habían dicho Marx y Engels que la historia estaba regida por las condiciones materiales de la producción y que era en la infraestructura econó- mica donde se generaban los cambios que luego desataban la lucha de clases y la necesidad de alterar las superestructuras? Alegar que la fuerza vital de la revolución cubana radicaba en el carisma de una persona equivalía a desvir- tuar la esencia de la República Socialista de Trabajadores y a echar por tierra las más profundas disquisiciones de los intelectuales marxistas. "La historia, decía el propio Castro en 1975, discurre en función de leyes objetivas; los hombres adelantan o retrasan la historia en la medida en que actúan o no en función de esas leyes1". La teoría del jefe superdotado2 es pues profundamente antimarxista pero no deja de tener cierta validez. Fue Castro, en efecto, el que logró apoderarse de una revolución que habían hecho el Movimiento 26 de julio, el Directorio 1 Informe Central al Primer Congreso del PCC, JR, diciembre de 1975, p.5 2 El término superdotado fue usado por primera vez por el ilustre jurista José Miró Cardona en entrevista dada a la prensa española en septiembre de 1959
  • 20. Efrén Córdova 25 Estudiantil Revolucionario, Resistencia Cívica, el Partido Auténtico, el Partido Ortodoxo, el Frente Obrero Nacional y otras varias organizaciones opuestas a la dictadura de Batista. Y fue la influencia decisiva del mismo Castro la que primero imprimió cohesión a los grupos más radicales de la revolución y luego determinó su curso posterior. Que la persona de Fidel Castro haya desempeñado un papel importante en la trayectoria de la dictadu- ra es cosa que no puede negarse. Que un recién estrenado dictador logre en menos de tres años: 1) transformar una economía de mercado en otra central- mente planificada; 2) convertir una sociedad abierta en otra herméticamente cerrada; 3) darle un vuelco a las alianzas internacionales, y 4) entronizar una ideología antes profesada por solo una relativamente pequeña minoría de cubanos, es ciertamente una realización bien fuera de lo común. Un estudio comparativo hecho en 1999 muestra que Castro y el Príncipe de Maquiavelo tienen muchas características en común, incluyendo la astucia y la mala fe. Difieren en una cosa: el Príncipe no era un tirano3. Llámese pues bonapartismo o cesarismo, la teoría del líder superdotado es par- ticularmente aplicable a la etapa inicial del régimen castrista. La revolución cubana no se originó en una revuelta campesina ni en una toma del poder por la clase obrera. Fue en realidad una revolución "déclassee" derivada de una lucha política contra el régimen de Batista. Hablar de una revolución campe- sina no resiste el menor análisis dada la falta de cohesión del sector agrícola del país, su ínfimo grado de ideologización y el hecho de no haber sufrido la grave represión, que en la época de Batista se concentró en las ciudades. Sugerir que fue el resultado de una explosión de rebeldía del proletariado urbano tampoco tiene fundamento alguno. En 1959 ninguna clase ejercía hegemonía sobre las otras y las autoridades políticas y militares simplemente se desvanecieron con la huida de Batista. En ese ambiente desguarnecido y expectante las condiciones eran propicias para la aparición de un caudillo. El hecho de que éste mostrara dotes oratorias y se supiera presentar, al comienzo sin nexos conocidos con partidos políticos o corrientes ideológicas robusteció su posición. Mientras los partidos tradicionales se fueron desintegrando y las 3 Véase Alfred G. Cuzán, "Fidel Castro: A Machiavellian Prince?" en Cuba in Transition. (Washington, 1999), vol. 9, p. 178
  • 21. otras fuerzas de la sociedad civil se plegaban a la nueva élite gobernante, Castro supo aprovechar la oportunidad para consolidar su jefatura. No sola- mente se le invistió de plenos poderes soslayando sus antecedentes gangsteri- les (que se discutirán más adelante) sino que se le encumbró. Lo anterior explica la aparición del líder pero no su permanencia durante 47 años en el poder. No es seguro que la tesis sea válida estos últimos años cuan- do el factor biológico ha puesto en evidencia el declive físico y mental del dic- tador. Quien haya visto en la televisión los últimos discursos de Castro y fija- do la atención en el ser de visajes enloquecidos que profiere insultos a granel y clama por un final apocalíptico, estará sin duda tentado a rechazar la suso- dicha tesis. La imagen patética que hoy ofrece el personaje invita a pensar que son otras las causas de su permanencia en el poder. Tal vez sea el sistema que instauró antes cuando estaba en mejores condiciones. Pero ¿no fue acaso en esa época cuando estuvo a punto de desatar una guerra nuclear? El Castro impetuoso de entonces tiene en fin de cuentas grandes parecidos con el decré- pito de hoy. El tiempo se ha encargado también de demostrar que más que la inteligencia del dictador es su absoluta falta de escrúpulos lo que le ha sido más útil para mantenerse en el poder. Genio político o simple poseedor de inteligencia y astucia aguzadas, lo que verdaderamente más ha contribuido a su durabilidad es el hecho de no reconocer freno moral, jurídico, nacional o internacional alguno. Se impone, por tanto, indagar con mayor profundidad en la etiología del régi- men y sobre todo en la conexión del líder con la doctrina marxista-leninista y la puesta en práctica de un plan totalitario. LA CONCEPCIÓN CASTRISTA DEL GOBIERNO SOCIALISTA Volvamos primero a sus orígenes. La revolución cubana y su sistema dictato- rial no fueron producto de un clima exacerbado de agitación social, ni de una rebelión de los obreros ni tampoco de un levantamiento campesino. En la Cuba de los años 50 no estaban presentes las condiciones objetivas que, según la doctrina marxista-leninista, conducen a la instauración de una sociedad Apuntes para una historia de la dictadura castrista26
  • 22. Efrén Córdova 27 socialista. No había la "explotación de una parte de la sociedad por la otra", como dice el Manifiesto Comunista. Había por el contrario una clase obrera numerosa (un millón de sindicalizados), fuerte, concentrada e inteligente que había aprendido a defender sus derechos y constituía un factor importante de poder. El combate contra la dictadura de Fulgencio Batista no fue de índole social sino una lucha por restituir la Constitución de 1940, restablecer la democracia e implantar la honradez administrativa. El sistema socialista fue una creación artificial impuesta desde lo alto por quien detentaba todos los poderes tras la vergonzosa huida de Batista. No en vano hay autores que sos- tienen que el socialismo verdadero o científico no ha existido jamás en Cuba y que lo dispuesto por Castro el 16 de abril de 1961 fue disfrazar de socialis- ta a Cuba. En ese día, dicen esos autores, Castro le dio un barniz marxista al capitalismo de Estado que él había ido creando tras las confiscaciones del año anterior. En las circunstancias de su nacimiento el socialismo impuesto por Castro es pues manifiestamente ajeno a la doctrina marxista. Para ésta la aparición del socialismo es el resultado de un desarrollo de las fuerzas productivas que entran en conflicto con las relaciones de propiedad. Ese cambio de estructura tiene lugar además cuando la explotación de la clase obrera hace crisis y ésta se ve excluida de una justa distribución de la riqueza y satisfacción de sus necesidades. La insurrección del proletariado se convierte entonces en fuerza motriz de la historia. Marx y Engels presintieron que el socialismo tenía premisas y condicionantes. Nunca pensaron que podía establecerse por decisión de una sola persona o de dos hermanos o una camarilla. Sin embargo, el 16 de abril de 1961 Castro proclamó por sí y ante sí la existencia de un Estado Socialista con el propósito principal de asu- mir los atributos de la dictadura del proletariado y perpetuarse en el poder. Los EU dieron pretexto a Castro para su proclamación pero ella hacía también realidad un sueño largo tiempo acariciado por el dictador. Es claro pues que esa instauración del socialismo revolucionario se apartaba del apotegma clásico formulado por Engels: "No se pueden hacer las revoluciones premeditada y arbitrariamente4". 4 F. Engels, Principios del comunismo en Obras escogidas (Moscú: Editorial Progreso, s.f.), vol. I, p. 91
  • 23. El Máximo Líder tomó de la doctrina marxista-leninista aquellos aspectos políticos que mayor interés tenían para él (además de la etapa dictatorial): la lucha antiimperialista, los principios internacionalistas, el partido único, su carácter de fuerza dirigente superior de la sociedad y la centralización del poder en la cúpula de ese partido. Aplicó también algunos principios de la teo- ría económica del marxismo: la eliminación de la propiedad privada, la plani- ficación central de la economía, la exaltación del trabajo como causa del valor y condición fundamental de la historia, el menosprecio del capital (trabajo acumulado), la aspiración igualitaria, las formas de retribución del trabajo (salario social, normación y emulación socialista), la obligación de trabajar y la importancia de la disciplina laboral. Sin embargo, algunos de estos puntos experimentaron con el tiempo serios debilitamientos: el proletariado nunca asumió realmente el poder, sobre la planificación se impuso siempre la volun- tad de Castro, la propiedad privada se reconoció a las empresas mixtas, se hicieron cambios en las modalidades de retribución y se fue desvaneciendo el principio de igualdad. La reforma constitucional de 1992 realizó el milagro de convertir al PCC en partido "martiano y marxista-leninista". En la práctica se ha ido disipando la ideología marxista que cede el paso al propósito simple de mantener a Castro en el poder. Aunque parece exagerado decir que Castro se limitó a disfrazar a Cuba de país socialista conviene insistir en las diferencias del castrocomunismo con los principios del marxismo puro. Marx y Engels no fueron explícitos en el dise- ño de la sociedad comunista ni en las características de la dictadura del prole- tariado, pero sí dejaron algunas indicaciones sobre la etapa de transición hacia el comunismo las cuales no parecen compadecerse con la realidad del régimen castrista. Mientras los padres del comunismo previeron el debilitamiento y gradual extinción del Estado, en Cuba el Estado es cada vez más fuerte. Dijeron que al desaparecer los capitalistas ya no habría clase alguna que reprimir, pero en Cuba el aparato represivo es cada vez más poderoso y activo a pesar de que la expropiación de los capitales tuvo lugar en el decenio del 1960-70. Pronosticaron el advenimiento de la democracia genuina pero en Cuba hay cada vez más autocracia. Se refirieron a la necesidad de armar al pueblo pero en Cuba es el ejército, la policía y la SE los que están armados y al pueblo se le dan remedos de armas de juguete. Apuntes para una historia de la dictadura castrista28
  • 24. Efrén Córdova 29 Otras dudas surgen cuando se analizan los mecanismos de que se ha valido el régimen para mantenerse a flote. ¿Han estado ellos relacionados con las fuer- zas productivas internas que una vez liberadas se suponía iban a generar cho- rros de riqueza? ¿O fueron en cambio factores externos los que permitieron la supervivencia del régimen? Al principio fue la confiscación de las grandes riquezas que Cuba había creado antes de 1959; luego vinieron los préstamos y subsidios de la Unión Soviética que llegaron a alcanzar cerca de cuatro mil millones de dólares al año los que proporcionaron a veces impulso y otras oxí- geno a la economía cubana. En los últimos 15 años han sido las inversiones extranjeras, el turismo internacional, la ayuda de Venezuela, las remesas de los cubanos del exilio, el narcotráfico y el lavado de dinero5 los que evitaron el colapso de la economía. A fines de 2002 el capital extranjero invertido en Cuba sumaba 5.930 millones de dólares. Las estrategias seguidas han sido también varias: la planificación central de la economía, la política de diversificación industrial, la Nueva Política Económica impuesta por la Unión Soviética en 1970, el período de rectifica- ción de errores y tendencias negativas, el período especial en tiempo de paz y la apertura al comercio exterior. ¿Y cuál ha sido el saldo final de esas estrate- gias? El intento de aplicar a toda costa ciertos postulados marxistas originó un descenso interminable de la productividad e indisciplina laboral, déficit de la balanza de pagos, aumento de la deuda exterior, agudización del subdesarro- llo, más de dos millones de cubanos forzados a vivir en el exilio y penuria de obreros y campesinos. (Datos oficiales muestran que en 2005 exactamente 476.512 personas estaban recibiendo 62 pesos al mes por vivir en el nivel de la pobreza extrema) La que antes fuera una poderosa industria azucarera con 161 ingenios y alre- dedor de 500.000 trabajadores hoy ha quedado reducida a 56 ingenios mane- jados por un general que emplea un personal decreciente y desalentado. Algo similar ha ocurrido con la industria ganadera que de 6 millones de reses ha quedado reducida a 4 millones. La revolución acabó también con los centros 5 Véase Santiago Botello y Mauricio Angulo, Conexión Habana (Madrid: Edición Temas de hoy, 2005) passim y también José Antonio Friedl, El gran engaño (Buenos Aires, Editorial Santiago Apóstol, 2005)
  • 25. legendarios de la minería cubana: las minas de cobre del pueblo de ese nom- bre en Santiago de Cuba y la de Matahambre en Pinar del Río. Castro impuso el socialismo en 1961 pero no fue el desempeño de ese sistema sino los subsi- dios soviéticos, las 585 empresas extranjeras o mixtas que se instalaron a par- tir de 1990 y la más reciente ayuda de Venezuela, las que mantuvieron en pie la economía. De por sí, el sistema socialista nunca ha dado en Cuba las señales de vigor y pujanza necesarias para explicar la ancianidad del régimen. No solamente era extraño al clima de libertades individuales y a la idiosincrasia y estilo de vida del pueblo cubano, sino que sus tasas de producción han sido pobres, su endeudamiento externo elevado y los niveles de vida (alimentación, vivienda y recreación) muy precarios. Sólo con el soporte político de un régimen tota- litario ha podido sobrevivir a medias ese sistema. Mientras Marx y Engels subrayaron la necesidad de mantener reglas estrictas de contabilidad y control y Lenin hizo hincapié en la eficiencia que debían tener los servicios públicos, en Cuba no podía ser más irregular el manejo de la hacienda pública que coexiste con "la cuenta del Comandante en Jefe", ni más deficiente el sistema de transporte, el suministro de energía eléctrica e incluso el abastecimiento de agua. Lo que en fin de cuentas subsiste son unas mustias empresas del Estado, otras más eficaces empresas militares y unas falsas cooperativas que son símbolos de una fracasada colectivización. A su lado florecen en cambio formas de capi- talismo de Estado y de extranjerización de la economía que contradicen cuan- to Castro predicó durante tres largos decenios. También sobrevive por supues- to el costado político del marxismo: el gobierno autoritario, la rígida centrali- zación y el régimen policíaco. Aunque sus dirigentes no lo quieran reconocer son todas esas etapas y sus muchas vicisitudes las que revelan que "el sistema de economía basado en la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios de producción" no ha funcionado o por lo menos no puede adjudicar- se la clave del mantenimiento de Castro en el poder. El sistema socialista de Cuba -vale la pena repetirlo- no fue en modo alguno pro- ducto de una rebelión popular o de un plebiscito, sino simplemente una creación no natural impuesta desde arriba por quien detentaba todos los poderes. Castro Apuntes para una historia de la dictadura castrista30
  • 26. Efrén Córdova 31 se enamoró sin embargo de su creación proclamando por doquier su pujanza e incluso quiso hacer un aporte a la espinosa cuestión de la transición hacia el comunismo cuando en 1980 declaró a la prensa europea que su avance hacia la etapa superior del comunismo (meta que nunca se logró en la Unión Soviética) había sido ya alcanzada en el pueblo de San Andrés en Pinar del Río. En el acto acudieron al lugar Jean Luc Goddard y otros intelectuales euro- peos pero lo que en ese destartalado pueblo vieron fue la misma parodia de socialismo que existía en otras partes de Cuba. Tal vez algunos se convencie- ron entonces de que "la dictadura del proletariado no era más que un postula- do meramente teórico que encubre la omnipotencia de los dirigentes del Partido Comunista6" La hipótesis de la viabilidad del sistema socialista ha cobrado, no obstante, fuerza últimamente con motivo del ligero y aparente incremento del nivel de vida en Cuba. Se trata en realidad de un mejoramiento que beneficia a milita- res, exmilitares, funcionarios gubernamentales reciclados en empresarios al servicio del Estado, y la nomenclatura política de más alto rango7. (Sobre la condición real del pueblo véase más adelante el capítulo X). Recuérdese ade- más que cualesquiera que sean los usufructuarios de la mejoría ésta no ha sido generada por el socialismo sino por los antes mencionados factores externos: las inversiones extranjeras (disminuidas es verdad a fines de 2005), el turismo internacional, las remesas de los cubanos del exilio, la ayuda de China y los envíos de petróleo de Venezuela. Se olvidan al propio tiempo desgracias e infortunios de la mayor envergadura: la hambruna del período especial, el flujo constante de cubanos que abandonan la isla, la copiosa deuda externa, el retroceso de Cuba en casi todos los índices del desarrollo económico, la vir- tual supeditación de la planificación central a los azares de la piñata castrista y los caprichos del dictador. No se culpe, sin embargo, todo el fracaso castrista al sistema socialista que según algunos autores no ha regido a plenitud en Cuba: Castro con sus esca- sas lecturas de marxismo tomó de él lo que más le convenía: la dictadura del 6 Guillermo Cabanellas, Tratado de política laboral y social (Buenos Aires: Heliasta, 1975) 7 Véase Jorge Ramón Castillo, "La inducción ¿frío, tibio o caliente?" Revista Hispano Cubana, No. 21, agosto 2005, p. 9
  • 27. proletariado. Otros aspectos de la teoría económica y social del socialismo se han ido diluyendo después, primero con la semi privatización y extranjeriza- ción de la economía y más recientemente con la entrega de sectores prioriza- dos de la producción no al proletariado sino a grupos e individuos cercanos al régimen que los explotan como empresas privadas. Ya en Cuba apenas se invoca hoy la doctrina marxista en el enredado de prácticas y consignas en uso. Hasta qué punto es el líder o el sistema el factor principal de la añosa dictadu- ra es pues cuestión debatible. Lo que sí está fuera de dudas es que un régimen de esa naturaleza no se improvisa sobre la marcha ni se ajusta en su estructu- ra y poderes al modelo usual de los gobiernos republicanos. Necesita inevita- blemente un "blueprint" cuidadosamente preparado o la imitación mutatis mutandis del ejemplo de otra experiencia que haya tenido el mismo propósito. El problema se complica porque la dictadura de Castro no es sólo la más larga de la historia moderna sino también una de las más autocráticas y rígidamen- te centralizadas. Lo que la camarilla revolucionaria buscaba en 1959 no era sólo un cambio de gobierno sino un tipo de Estado que fuera a la vez durade- ro y autoritario. Castro y sus colaboradores podían muy bien haber escogido al totalitarismo fascista que era eminentemente autoritario, esencialmente anti- democrático y antiparlamentario así como enaltecedor del caudillo, pero tanto el Estado fascista como el nazista habían dejado de existir en el decenio 1940- 1950. En vez de ser una opción viable los sistemas alemán e italiano eran ya por esa época caracterizados por los elementos de izquierda como los últimos reductos de un capitalismo agonizante. EL PLAN TOTALITARIO Quienes a fines de la década del 50 aspiraban en Cuba a capturar a toda costa el poder político para ejercer por tiempo indefinido un poder totalitario dirigie- ron ante todo sus miradas hacia el modelo de la Unión Soviética. Les atraía la idea del poder originario y extranacional del caudillo, la exaltación ilimitada de su autoridad y la prolongación en el tiempo de su mando. Tales caracterís- ticas debían figurar de modo prominente en el plan que unos pocos cubanos se Apuntes para una historia de la dictadura castrista32
  • 28. Efrén Córdova 33 dedicaron a concebir antes de 1959. Pero el proyecto tendría además otras señales distintivas que reflejaban la personalidad de sus autores, uno de los cuales tenía un pasado de violencia y otros una limitada formación marxista. Aunque el plan tuvo así varias influencias su esencia se gestó al calor de los sueños de grandeza y las ambiciones de poder vitalicio de Fidel Castro. El futuro dictador sabía que no podía conformarse con la idea de ser un caudillo latinoamericano más. No sólo ello entrañaba límites geográficos reñidos con sus aspiraciones de gran figura del escenario mundial sino que lo sumiría en la manoseada categoría de los tiranos al uso. La estrategia y los detalles de la ejecución del plan nacieron furtivamente en la connivencia de dos hermanos y se mantuvieron siempre en el secreto de un círculo estrecho de pertenecientes a una misma cofradía. Ningún extraño a esa hermandad tuvo acceso al plan durante los dos primeros años de la revolución. Únicamente los "iniciados" en las prácticas del marxismo y algunos espíritus particularmente sagaces fueron intuyendo la índole del plan. A esta fase de ocultamiento y sigilo se refirió Castro en dos ocasiones memo- rables. La primera fue el 2 de diciembre de 1961 cuando en un conocido dis- curso confesó haber sido marxista-leninista desde 1953 si bien se vio obliga- do a esconder su convicción para no alienar a la burguesía8. La segunda ocu- rrió en 1975 cuando al retrazar las primeras etapas de la revolución admitió que en ellas "no fue sólo necesaria la acción más resuelta sino también la astu- cia y la flexibilidad", añadiendo que esa tarea inicial "tuvo que ser obra de los nuevos comunistas sencillamente porque no eran conocidos como tales"9. Al plan de Castro le ayudó por otra parte el momento histórico de la aparición de su régimen. La insurrección que él dirigió había derrocado a una repudiada dictadura y llegaba al poder con una aureola de heroísmo, más o menos fabri- cada. Ello le confirió al comienzo un crédito inicial de apoyo popular que le permitió investir de legitimidad sus más autoritarias primeras medidas. Tuvo asimismo tiempo para ir erigiendo y perfeccionando las otras piezas de su dic- tadura. 8 Publicado en Revolución, 2 de diciembre de 1961, p. 1 9 Informe Central, op. cit. p. 5
  • 29. Apuntes para una historia de la dictadura castrista34 Parecía en todo caso necesario solidificar el prestigio del líder y para ello el plan previó una etapa de seducción que podía llegar al engaño. Con la vista puesta en los estratos bajos y medios de la sociedad el Máximo Líder se apre- suró a ofrecer toda una cornucopia de beneficios: aumentos de salarios, reba- jas de alquileres y tarifas de servicios públicos, reforma agraria, nuevas opor- tunidades de empleo, etc. Los beneficios a menudo se entremezclaban con engaños (ideario humanista, respeto a las libertades públicas, elecciones en 18 meses, fundación de mil nuevos pueblos, construcción de 10.000 escuelas, conversión de la Ciénaga de Zapata en el granero nacional, etc.) y también con las primeras medidas de la agenda oculta que presagiaban cambios mayores y provocaron la aparición de los primeros movimientos de oposición. Nada ilustra mejor el elemento de utopía y artificio que latía en el fondo del plan castrista que las promesas de prosperidad que dirigía a la clase obrera. Algunas fueron de inmediata efectividad, otras aludían a un porvenir de increíble prospe- ridad. En una famosa asamblea sindical celebrada en noviembre de 1961, Castro aseguró a sus crédulos oyentes que en 20 años Rusia estaría producien- do el doble que todos los países capitalistas juntos10. El entusiasmo disipó los temores del sector trabajo y ensanchó su base popular. Algo más tarde cuando las ilusiones se habían agotado, Castro se apresuró a asegurar a la clase obre- ra que nunca le faltarían artículos de primera necesidad11. Hasta aquí el objetivo principal de esta fase del plan no fue lograr la acepta- ción de una doctrina que todos fingían repudiar a la sazón, sino congraciar al pueblo con los nuevos dirigentes. Para mayor seguridad se impregnó el ambiente con lemas y consignas de patriotería exaltada, nacionalismo furibun- do y llamamientos antiimperialistas. Castro sabía también que para perpetuarse en el poder no bastaba con la opre- sión pura. Ideó entonces un esquema más complejo en el que la subyugación política impuesta desde arriba se combinaba con la dependencia económica 10 Revolución, 29 de noviembre de 1961, pp. 7 y 8 11 Fidel Castro, Always Determined, Always Ready to Make Sacrifices. (La Habana Editorial en Marcha, 1967)
  • 30. requerida desde abajo. Había leído 347 páginas de El Capital y constatado en otros libros su íntima afinidad con los fundamentos ideológicos del marxismo- leninismo. ¿Dónde encontrar mejor esa doble condición de opresión y servi- cio que en el modelo soviético del socialismo científico? Era sólo en ese modelo, que además de supuestamente científico era totalitario, donde mejor que en ningún otro podía Castro satisfacer en 1959 su pretensión de poder vitalicio. Los regímenes totalitarios han probado ser inmunes inter alia a la miseria como causa posible de crisis. Recuérdese que ese sistema sucumbió en Alemania e Italia no por razones internas sino al fragor de la derrota de esos países en la Segunda Guerra Mundial y que en la Unión Soviética se desplomó tras 72 años de vida por haber sido horadado su carácter hermético por el glasnost y la perestroika. Mantenido en su pureza originaria y dirigido con el mayor autoritarismo por un hombre capaz y sin escrúpulos, como es el caso en estudio, el sistema tota- litario cum dictadura caudillista provee una de las claves más plausibles de la singular prolongación del régimen de Castro. Tiene que ser, sin embargo, un totalitarismo auténtico, es decir encarnado en un Estado que por definición absorbe, potencial o realmente, todos los derechos y sea por ello intrínseca- mente contrario a los derechos individuales, a las garantías sociales y a cuan- tos más derechos humanos signifiquen una disminución de sus prerrogativas. Debería asimismo basarse en una ideología exportable para estar a la altura de las ambiciones del líder y no estar condenado a vivir en sus propias fronteras. Fue así como el 16 de abril de 1961 Castro procedió a instalar a Cuba en el campo socialista y pudo así de un solo golpe empuñar el cetro de la dictadu- ra, obtener el apoyo de la Unión Soviética y el campo socialista e impregnar de substancia su política de odio contra los EU. Otro aspecto primordial del plan era aplicar desde temprano aquellos aspectos del marxismo que se referían a la destrucción del viejo orden burgués y el fomento del odio a los ricos, ya sean personas o países. En poco menos de tres años Castro y sus colegas hicieron añicos al Estado republicano y dedicaron tiempo y esfuerzos a agudizar la contraposición de intereses y fomentar la lucha de clases. Utilizando una retórica decimonónica, Castro no se cansaba de lanzar desde la tribuna un mensaje de amenazas contra "los enemigos del pueblo" y de insuflar nuevos impulsos a las teorías catastróficas cien años Efrén Córdova 35
  • 31. Apuntes para una historia de la dictadura castrista36 atrás formuladas por Marx. Juntos Castro y el sistema formaron un tandem de casi perfecta conjugación. El marxismo encontró en el dictador cubano un eficaz instrumento de sus pla- nes de dominación mundial. Castro halló en el comunismo el agente emocio- nal que agita y conmueve a los que se entregan a su causa, a los que desean dar rienda suelta al odio y el resentimiento arremetiendo incluso contra los valores occidentales y cristianos que prevalecían en el país. POSTULANDO UNA TESIS La hipótesis del plan totalitario concebido y ejecutado por Fidel Castro y su camarilla para imponer al pueblo cubano una dictadura vitalicia y dinástica, requiere ahora su confirmación por la historia. Dicha hipótesis incluye el razo- namiento de que para alcanzar tan ambiciosos objetivos sus autores tuvieron necesidad de acudir a medidas extremas de persecución, violencia y vulnera- ción de los derechos humanos. Castro siguió aquí también el consejo maquia- vélico: “Preocúpese, pues el Príncipe de mantener y salvar la existencia del Estado y los medios de que se valiere serán siempre considerados valiosos”12. Robustecido este consejo por la filosofía materialista de Marx y por la táctica leninista de combinar medios de lucha legales e ilegales ("Todas las estratage- mas, astucias y procedimientos legales o ilegales")13 no es difícil comprender el curso seguido por una revolución que se define a sí misma con la discordan- te fórmula de ser martiana y marxista- leninista. Corroborar, sin embargo, la tesis que en este capítulo se presenta requiere pasar el test de la historia, de una historia que llegue hasta el fondo del respeto o violación de los derechos humanos. No es una tarea fácil. El régimen ha procurado siempre cubrir con una espesa niebla de desinformación y propaganda la realidad de lo acontecido. No le es 12 N. Maquiavelo, El Príncipe (Buenos Aires: El Atenero, 1952), cap. VII 13 V. I.Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo en Obras esco- gidas (Moscú: Editorial Progreso, sf), p. 565
  • 32. dable, sin embargo, borrar todas las huellas que ha ido dejando una dictadura que se acerca ya al medio siglo de existencia. Siempre quedan vestigios de lo hecho y de lo dicho en tan largo período. Al retrazar ahora ese itinerario, al pasar revista a los acontecimientos más descollantes, saldrán a relucir esas huellas. Ellas son las señales objetivas e imborrables del curso seguido por la dictadura de Castro. Sólo el examen de esas marcas podrá arrojar luz sobre el rumbo seguido y discernir cual es la realidad del Gobierno Socialista de Cuba. No será pues con retórica o apelando a la dialéctica sino con el registro de sus propios pasos que se podrá saber sin dudas si el régimen de Castro es una dic- tadura consensual o una descarnada autocracia totalitaria. Efrén Córdova 37
  • 34. Efrén Córdova 41 LOS FUSILAMIENTOS Jueves primero de enero de 1959. Las órdenes se trasmitieron con la mayor celeridad. No se sabe con exactitud cuántas fueron las víctimas ni se tuvo el cuidado de registrar sus nombres. Una cosa es cierta: ni el dictador depuesto, Fulgencio Batista, ni ninguno de sus principales colaboradores, ni ninguno de los más connotados sicarios, fueron ejecutados. Tampoco se tienen noticias fidedignas sobre quienes dispusieron los fusilamientos. Los indicios apuntan a Raúl Castro, Ernesto Guevara, Ramiro Valdés y el Comandante René Rodríguez. Pero no es probable que actuaran sin el consentimiento expreso o tácito del jefe máximo. Se sabe que cuatro días antes del fin de la guerra civil, Fidel Castro advirtió a un grupo de oficiales y soldados que no podía haber perdón ni misericordia con los culpables.1 Y fue en el mismo día del triunfo de la revolución cuando se cavaron en las Lomas de San Juan, muy cerca de Santiago de Cuba, las primeras zanjas para enterrar a las víctimas de fusila- mientos masivos En esos primeros días de júbilo en que los barcos tocaban sus sirenas y las iglesias repicaban sus campanas, los cubanos vieron asomar también el lado sombrío y engañoso de la revolución. Se sucedían los hechos de sangre y se daba paso al clamor de venganza. La prensa de esos primeros días daba cuen- ta de militares hallados muertos, de esbirros asesinados, de gente que huía. El 2 de enero Guevara ordenaba la ejecución sin previo juicio de varios militares en Santa Clara; por esos mismos días se fusilaba sin proceso a otros militares en Pinar del Río, Guantánamo, Matanzas y Camagüey. Se tuvo especial inte- rés en difundir la noticia de algunas ejecuciones. Tal parecía que los revolu- cionarios se complacían en ignorar la Convención III de Ginebra que protege a los prisioneros de guerra, incluyendo a los de una guerra civil. Se fusilaba en cualquier lugar: al descampado, en fortalezas o recintos del G2. Un solo pelo- tón a las órdenes del capitán Hernán F. Marks fusiló a más de 70 personas. El 12 de enero fueron fusilados en el campo de tiro del valle de San Juan en 1 Húber Matos, Cómo llegó la noche. Memorias (Barcelona: Tusquets Editores, 2002), p. 267
  • 35. Apuntes para una historia de la dictadura castrista42 Santiago de Cuba el mayor número de personas en un solo día y en el mismo lugar. Las víctimas habían sido alineadas a lo largo de una zanja de más de 40 metros y su fusilamiento fue ordenado por el Comandante Raúl Castro.2 Unas semanas después, el 24 de febrero, Fidel Castro anunció que se aplicaría la pena de muerte a los que traicionaran la revolución. Siguió después defen- diendo las ejecuciones y no fue sino el siete de mayo que anunció que el núme- ro de fusilamientos iba a disminuir. Se anunciaba así el propósito de empren- der el camino de la violencia para alcanzar en su día el poder total. El trasfondo de odio que esos hechos y advertencias revelaban no era por cier- to ajeno a la personalidad de Castro; en realidad venía de lejos, de la época en que el Máximo Líder pertenecía a la Unión Insurreccional Revolucionaria y compartía con esa organización y su jefe, Emilio Tro, la misión de "mantener- se como centinelas de una supuesta revolución y ejecutar a todos los que representaran un peligro para ella."3 Provenía también del espíritu frío, acera- do e implacable de Ernesto Guevara: "¿Pero quién le habrá dicho a esta gente que las revoluciones se hacen fusilando solamente a los culpables?" Las órdenes repercutieron en otras jurisdicciones y sus efectos forman una página negra de la historia de Cuba: miembros del ejército derrotado y supues- tos esbirros e informantes habían sido ejecutados sin juicio apenas unas horas después del triunfo de las guerrillas. ¿Eran verdaderamente criminales de gue- rra los militares fusilados? ¿Se había probado la complicidad de los otros que tras su ejecución fueron enterrados en zanjas abiertas por "bulldozers"? Poca importancia se dio a esos tecnicismos legales. ¿Acaso no había dicho el ideó- logo oculto de la revolución que la violencia era la partera de la historia? ¿Y no fueron aún más explícitas las palabras de Lenin: "La sustitución del Estado burgués por el Estado Proletario es imposible sin una revolución violenta"?4 2 Leovigildo Ruiz, Diario de una traición (Miami: Florida Typesetting of Miami Inc., 1965), p. 29 3 Luis Ortega, "Las raíces del castrismo". Encuentro de la cultura cubana (Madrid, prima- vera de 2002), no. 24, p. 321. UIR era uno de los grupos de acción que en los años 1946-50 no vacilaban en suprimir físicamente a sus adversarios 4 V.I. Lenin. El Estado y la revolución, en Obras escogidas (Moscú Editorial Progreso, sf), p. 287
  • 36. Efrén Córdova 43 Se había abierto una nueva era de la política cubana y su inicio se quiso impac- tar con sangre. A los fusilados sin juicio siguieron los ejecutados sumariamente en procesos amañados que no ofrecían las garantías necesarias para la defensa. Tres fisca- les revolucionarios, Juan Escalona, Carlos Amat y Fernando Flores Ibarra, competían en la tarea de enviar cubanos al paredón de fusilamiento. Contaron con la colaboración de numerosos denunciantes y testigos cuyos bajos instin- tos habían sido avivados por la retórica agresiva que venía de lo alto. El 21 de enero una gigantesca multitud al borde de la psicosis aprobó los fusilamientos gritando "¡Paredón, Paredón, Paredón!". Gritos aún más macabros se escucha- rían en otros foros y todavía resonaban en Santa Clara en 1960 con motivo del juicio que condenó a muerte al Comandante Plinio Prieto. El 1º de mayo de 1959, carteles y pancartas pedían fusilamiento para contra- rrevolucionarios y conspiradores. Gran transmisor de odio, Castro había ya advertido que una parte del pueblo mostraba ser buena receptora del mensaje. Triste y ominosa señal de un pueblo que así condonaba la abominable prácti- ca de las ejecuciones extrajudiciales o dispuestas en juicios arbitrarios. Entre el frenesí revolucionario y el paroxismo del pueblo, algunos observado- res sagaces percibieron tres líneas directrices. En primer lugar se estaba que- riendo instaurar un clima de terror que facilitara la adopción de las drásticas medidas que se tenían en cartera. La conspiración y el terror, ya se sabe, son elementos importantes en la captura del poder por los comunistas.5 El hecho de que muchos fusilamientos se efectuaban en público e incluso se transmitían por televisión parece dar crédito a esa interpretación. El juicio del Coronel Sosa Blanco en La Habana y la ejecución del Coronel García Olayón en Santa Clara se efectuaron ante cámaras de cine y televisión. Castro quería, al pare- cer, soliviantar a la población civil contra las fuerzas armadas. Más tarde se advertiría que esos hechos formaban parte de un plan más vasto dirigido a 5 Véase León Trotsky, "The Art of Insurrection" en History of the Russian Revolution (New York: Pathfinder, 1992) vol. 3, pp. 169 y 172
  • 37. Apuntes para una historia de la dictadura castrista44 hacer tabla rasa con el pasado republicano de Cuba. Además de los fusilamien- tos, Castro esgrimiría el mito de los 20.000 muertos de la época de Batista para tratar de justificar sus medidas extremas. Por el momento, lo importante era establecer una autoridad capaz de atemorizar posibles opositores. Así comen- zó el terror rojo de Lenin y así estrenó Castro su poder. En segundo lugar, el hecho de que fueran muchos los fusilados sin previa con- dena hacía saber al pueblo que había dejado de existir el Estado de Derecho. Esta percepción se hizo aún más evidente en marzo de 1959 cuando Castro anuló la sentencia absolutoria dictada por el tribunal militar que juzgó a los aviadores acusados de haber ametrallado a la población civil.6 Otras senten- cias firmes y absolutorias de esos primeros meses de la revolución fueron revocadas y dieron lugar al fusilamiento de los acusados. El principio de la legalidad comenzó a esfumarse ante el furor desatado por la revolución. En tercer lugar, Castro estaba siendo consecuente con el ya citado grupo de acción revolucionaria en el cual se había forjado antes de 1959. La Unión Insurreccional Revolucionaria a la que había pertenecido en los años 40 "creía febrilmente en la violencia como método de lucha".7 Es interesante observar que hacia fines de octubre cuando parecía instaurarse una cierta normalidad en los juicios, el gobierno procedió a restablecer los Tribunales Revolucionarios. Todavía el 20 de diciembre la prensa informaba que se habían ejecutado dos ex - oficiales del ejército y pocos días después se daba cuenta de haberse ratificado la pena de muerte de otros dos ex - milita- res. EL SALDO FATÍDICO DE LOS PRIMEROS MESES DE LA REVOLUCIÓN Son abundantes las versiones relativas al número de muertos en esta fase ini- 6 Véase infra p. 57 y Lucas Morán, La revolución cubana (Ponce, P.R.: Imprenta Universitaria, 1980) 7 Véase Ortega, op. cit. p. 321
  • 38. Efrén Córdova 45 cial de la revolución. Quienes primero escribieron bajo la impresión de lo acontecido ofrecen las cifras más elevadas (5.000 muertos en los primeros 30 días según la versión de un político exiliado).8 Otros datos más mesurados provienen de observadores extranjeros. Según Jules Dubois sólo en Santiago se ejecutaron 71 soldados y policías en los primeros días.9 Ruby Hart Phillips afirma que Raúl Castro fusiló 250 personas en esos mismos primeros días.10 En forma más cautelosa Paul Bethel habla de centenares de ejecuciones entre el 1º y el 21 de enero de 1959.11 Para este mismo período Hugh Thomas ofre- ce la cifra de 250 fusilados.12 Por su parte Daniel James fija en 400 los fusi- lamientos de los tres primeros meses de la revolución.13 Según un sacerdote católico vasco, el Padre Iñaki de Aspiazú, "que investigó el tema con profun- didad", el número de víctimas de esta etapa del Paredón pudo ascender a 700.14 El propio Castro admitió que 550 batistianos habían sido sumariamente ejecu- tados en 195915 y las cifras atribuidas a Guevara son aún mayores. Entre el 4 de enero de 1959 y el 21 de noviembre del mismo año, es decir, durante el período en que Guevara fue jefe militar de La Cabaña, hubo según Luis Ortega, 1.892 fusilamientos en los paredones de esa fortaleza.16 Por su parte, el Comandante del Ejército Rebelde Húber Matos dice en sus Memorias que en tres o cuatro días de enero más de 200 militares y civiles implicados en hechos criminales fueron fusilados en Santiago de Cuba.17 8 Véase,porejemplo,SantiagoRey,MirandoaCuba(MéxicoD.F:EditorialdelCaribe,1959),p.36 9 Jules Dubois, Fidel Castro, Rebel, Liberator or Dictator (Indianapolis: The Bobbs Merril, Co., 1959) 10 R. Hart Phillips, The Cuban Dilemma (New York: Y. Obolensky, 1962), p. 23 11 Paul D. Bethel, The Losers (New Rochelle, New York: Arlington House, 1969), p. 110 12 Hugh Thomas, Historia contemporánea de Cuba (Barcelona: Ediciones Grijalbo, 1982) 13 Daniel James, Cuba: The First Soviet Satellite in the Americas (New York: Avon Book Division, 1961), p. 120 14 CitadoenLeoHuberman,AnatomyofaRevolution(NewYork:MonthlyReviewPress,1960),p.70 15 Citado por Tad Szulc, Fidel. A Critical Portrait (NewYork: William Morrow, 1986), p. 483 16 Luis Ortega. ¡Yo el Che! (Miami, 1973) p. 185 y Jorge G. Castañeda, Compañero. Vida y muerte del Che Guevara (New York: Vintage en Español, 1997) p. 186 17 Húber Matos. Cómo llegó la noche. Memorias, op. cit., p. 301
  • 39. A los fusilamientos masivos de los "batistianos", siguieron los fusilamientos recurrentes de los que el régimen calificaba de "contrarrevolucionarios", es decir de cuantos osaban oponerse a la desviación hacia el totalitarismo comu- nista de una revolución que había sido democrática en sus orígenes. Perdieron aquí sus vidas tres antiguos comandantes del Ejército Rebelde (Humberto Sorí, William Morgan y Plinio Prieto) y varios capitanes, clases y soldados de ese mismo ejército, jóvenes cristianos que luchaban contra el materialismo y la irreligiosidad, militantes de grupos clandestinos que buscaban recuperar la índole democrática de la revolución, humildes campesinos participantes en la guerra olvidada del Escambray, sindicalistas decepcionados, mujeres dignas, algunas incluso embarazadas, e innumerables cubanos anónimos opuestos a la imposición de otra dictadura. No hay día del calendario en que no sea posible conmemorar la ejecución en esa fecha de uno o varios cubanos. No hay pue- blo de la isla que no haya hecho su contribución a esa interminable vendimia de sangre. Los primeros meses del régimen de Castro presentan pues un cuadro de ejecu- ciones extrajudiciales y de fusilados en juicio sumarios, amañados y arbitra- rios que ninguna circunstancia revolucionaria o política puede justificar. Castro estrenó su revolución violando el más preciado de todos los derechos, el derecho a la vida, consagrado en el artículo 3 de la Declaración y garanti- zado en otros varios instrumentos internacionales incluyendo el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos que lo califica de inherente a la persona humana. En 1980 el Sexto Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente condenó la práctica de ejecuciones de oponentes políticos o de presuntos delincuentes cometida por fuerzas armadas, instituciones encargadas de la aplicación de la ley u otros organismos gubernamentales. LA CONSTITUCIÓN SOCIALISTA Y LA PENA DE MUERTE No menos de doce constituciones de América Latina [Argentina, Brasil (salvo en caso de guerra), Colombia, Ecuador, El Salvador (salvo en caso de guerra), Honduras, México (con especial referencia a los delitos políticos), Panamá, Paraguay, Perú (salvo en casos de traición y terrorismo), República Dominicana, Uruguay y Venezuela] prohíben de modo expreso la aplicación Apuntes para una historia de la dictadura castrista46
  • 40. Efrén Córdova 47 de la pena de muerte. En 1998 Amnesty International informaba que sumaban ya 104 los países que habían eliminado la pena de muerte. Tampoco fue ajena a esa corriente abolicionista la Constitución cubana de 1940 que en su artículo 25 categóricamente dispuso que no se podía aplicar la pena de muerte. Exceptuó sólo dos casos: el de los miembros de las fuerzas armadas por delitos de carácter militar y las personas declaradas culpables de traición o de espionaje a favor del enemigo en tiempo de guerra con nación extranjera. Algunos constituyentes propusieron la supresión sin excepciones de la pena capital.18 En todas partes se ha ido así abriendo paso la convicción de que la vida huma- na es inviolable. Los días de brujas quemadas en la hoguera, de herejes deca- pitados y de fusilamientos masivos de opositores políticos han ido quedando atrás, al menos en los países más civilizados. La imposición de la pena de muerte es un fenómeno cada vez más excepcional. En casi ningún país occi- dental se ejecuta hoy a persona alguna por delitos políticos. ¿Y qué se establece a este respecto en la Constitución Socialista de Cuba? Pues absolutamente nada. Guarda silencio el capítulo relativo a los derechos y garantías fundamentales y nada se dice en los otros capítulos. Toda la retórica altisonante del preámbulo y de los primeros artículos se esfuma al tratar de la garantía máxima del ser humano. Quince de los primeros 28 artículos consa- gran derechos del Estado pero olvidan toda referencia al individuo. La Asamblea Nacional del Poder Popular que promulgó la reforma constitucional de 1992 reafirmó el silencio de la Constitución de 1976. Ambos textos evita- ron pronunciarse sobre la pena de muerte por la sencilla razón de que ella se había estado aplicando desde 1959 y habría de seguir aplicándose después. LA NUNCA OLVIDADA PENA CAPITAL Aunque en los años posteriores al primer decenio de la revolución se oyó 18 Véase Néstor Carbonell Cortina, Grandes debates de la Constitución Cubana de 1940 (Miami: Ediciones Universal, 2001), pp. 123-135
  • 41. hablar menos de los fusilamientos, ello no significa que la pena de muerte dejó de aplicarse. Cierto que el número de los oficialmente ejecutados fue disminu- yendo a medida que el gobierno eliminaba por fusilamiento, encarcelamiento, destierro o amedrentamiento a sus más tenaces opositores. Largos años de una de las dictaduras más férreas que conoce la historia aminoraron el recurso a la pena máxima. Mas en modo alguno ésta ha desaparecido. Por el contrario, la pena de muerte ha encontrado siempre reconocimiento y apoyo en la legislación revolucionaria. A lo largo de los años procuró expan- dir su campo de aplicación y hacer más expeditos los procedimientos corres- pondientes. El 7 de julio de 1959, por ejemplo, el Gobierno Revolucionario aprobó la Ley número 425 autorizando la imposición de la pena de muerte a las personas que para cometer algunos de los delitos políticos configurados en el Código de Defensa Social desembarquen en el territorio nacional para cometer algunos de esos delitos, a los que tripularen o viajaren a bordo de aeronaves que volaren sobre el territorio nacional con fines contrarrevolucio- narios o para alarmar o confundir a la población o realizar cualquier agresión a la economía nacional que signifique riesgo para la vida humana. Dos años más tarde la Ley 998 del 27 de noviembre de 1961 eliminaba la condición de poner en riesgo la vida humana y establecía la pena de muerte con respecto a una amplia gama de delitos contrarrevolucionarios, incluyendo sabotaje, incendios, estragos e infiltraciones desde el extranjero. Cuarenta años después, el vigente Código Penal y la Ley contra los Actos de Terrorismo (Ley No. 93 del 20 de diciembre del 2001) prescriben la pena de muerte para 22 delitos políticos y comunes, la mayoría de ellos relativos a la Seguridad del Estado. El Código incluye por cierto curiosidades por el estilo de la siguiente: mien- tras la pena establecida para el homicidio común es de siete a 15 años, la de matar a una res es de ocho a 21 años. A fines de 1960 un juicio sumario del cual nunca se hicieron públicas sus actuaciones condenó a muerte a tres empleados de la Compañía Cubana de Electricidad, acusados de ser responsables de la explosión de cinco instalacio- nes eléctricas de esa empresa. Ejecutados el 18 de enero de 1961, la muerte de Guillermo Le Santé, Orlirio Menéndez y Julio Casiellas, ponía de relieve hasta qué punto seguía siendo implacable la aplicación de la pena capital. Tristemente, 600 compañeros de trabajo de las tres víctimas habían publicado en el periódico Revolución un manifiesto condenando el sabotaje y pidiendo Apuntes para una historia de la dictadura castrista48
  • 42. Efrén Córdova 49 un castigo ejemplar para sus autores. Los fusilamientos de enero de 1961 hicieron saber al movimiento obrero que Castro no iba a tener compasión alguna con sus dirigentes. Un libro publica- do en 1985 ofrece los nombres de otros 32 sindicalistas que ofrendaron sus vidas frente al pelotón de fusilamiento o en las cárceles comunistas.19 Dos años antes, en 1983 cinco trabajadores fueron condenados a muerte por que- rer organizar un sindicato independiente en la industria azucarera. Fue la inter- vención de la Organización Internacional del Trabajo y la publicación de la noticia en el periódico Le Monde lo que salvó in extremis la vida de esos con- denados. Dato curioso: a los líderes sindicales de mayor envergadura no se les fusilaba sino se les encarcelaba, como le sucedió a Francisco Aguirre senten- ciado a prisión en 1959 y muerto en ella de desnutrición y falta de asistencia médica. Solo entre el episodio de Playa Girón y la crisis de los cohetes, es decir en 1961 y 1962, los avatares de la Cuba revolucionaria entrañaron un elevado ras- tro de sangre. Enrique Ros sostiene que la represión gubernamental de los actos de rebeldía de esos años costó la vida a más de 500 cubanos.20 Juan Clark señala que 400 guerrilleros y sus colaboradores murieron en la lucha desatada por las guerrillas campesinas del Escambray. El propio autor dice que centenares de cubanos fueron condenados a muerte en los sucesos protagoni- zados en agosto de 1962 por el Frente Anticomunista de Liberación que contó con el apoyo de oficiales y soldados del Ejército Rebelde.21 En una forma u otra, Castro fue así poniendo en ejecución su propia visión de "la jefatura implacable" y "la guerra total" que algunos detectan ya en sus car- tas desde el Presidio de Isla de Pinos en 1955.22 Siete años después ya era 19 Rodolfo Riesgo, Cuba: el movimiento obrero y su entorno sociopolítico (Caracas: Saeta Ediciones, 1985), p. 141 20 Enrique Ros, De Girón a la crisis de los cohetes (Miami: Ediciones Universal, 1995), p. 189 21 Juan Clark, Cuba: Mito y Realidad, op. cit., pp. 105, 152, 156 22 Véase Luis Ortega, "Las raíces del castrismo" en Diez años de revolución cubana (San Juan, P.R.: Editorial San Juan, 1979), pp. 156 y 167
  • 43. Apuntes para una historia de la dictadura castrista50 posible hablar de un "terror rojo", el terror comunista, que Castro había pre- visto y que ese mismo año de 1962 tuvo una violenta escenificación poco conocida en la ciudad de Cárdenas.23 En 1986 Amnesty Internacional hablaba de centenares de cubanos enviados al pelotón de fusilamiento UN NUEVO CICLO DE EJECUCIONES En 1989 se abre otro ciclo de intensificación del recurso despiadado a los fusi- lamientos. Para combatir la oposición el gobierno siguió siempre la más seve- ra estrategia, pero las ejecuciones de índole política se reservaron para los tiempos de crisis. Y fue en ese año que el régimen sintiéndose amenazado por los sucesos de Tienamen y la posible introducción de reformas a la glasnot y perestroika volvió a incrementar su cuota de sangre. Al General Ochoa y a sus compañeros se les imputaron delitos relativos al tráfico de drogas pero lo que en realidad latía en el fondo de las causas 1 y 2 de ese año fue el temor a un resquebrajamiento del régimen causado por la orientación reformista de quien ostentaba el título de Héroe de la Revolución.24 Volvieron a aparecer nombres siniestros como los de Juan Escalona y Fernando Flores Ibarra y surgieron otros nuevos como los de la Fiscal de Ciudad de La Habana Edelmira Pedris Yamar y la Fiscal Provisional Osiris Martínez López así como los de los nuevos jefes de la Contrainteligencia. Proliferaron también los "dedos acusadores", es decir gente que por motivos personales denunciaban a funcionarios del gobierno. Según A. I. más de 300 personas fueron fusiladas en 1989-1990. Ochoa fue fusilado en un lugar apar- tado pero a su ejecución tuvieron que asistir un centenar de generales y un camarógrafo de las FAR filmó todos los detalles del acto. A principios de los 90 se dió mucha publicidad al fusilamiento de Eduardo Díaz Betancourt. 23 Véase infra página 172 24 Véase Melvin Mañón y Juan Benemelis, Juicio a Fidel (Santo Domingo: Editorial Taller, 1990)
  • 44. Efrén Córdova 51 En febrero de 1999, el gobierno anunció su propósito de ampliar la aplicación de la pena de muerte. Según la Unión Europea en los cuatro primeros meses de ese año se habían llevado a cabo siete ejecuciones de las cuales algunas se efectuaron con el máximo secreto. El informe de Amnesty International de ese mismo año dejó constancia de varios ejecutados o muertos por acción poli- cial25 y el del año 2000 señalaba que 20 personas habían sido fusiladas y que otras 20 aguardaban ser ejecutadas. La propia organización emitió el 6 de marzo de 2000 un comunicado de prensa en el que se informaba que 15 per- sonas habían sido ejecutadas en 1990 y que otras nueve estaban en capilla. El informe correspondiente al 2001 señalaba que veinte y ocho cubanos habían sido condenados a muerte.26 En proporción a la población total del país el número de condenados a muer- te en Cuba en 1999 y 2000 fue más del doble que el de China y cerca de cinco veces superior al de Estados Unidos, según un informe de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional. No son hechos fortuitos; sino manifestaciones de una política bien adentrada en la conciencia de los gobernantes. A principios de 1999, hablando ante 5.000 policías reunidos en el teatro Kart Marx de La Habana, lo había dicho Castro: "Albergo la esperanza de que nuestros jueces no vacilen en aplicar la pena de muerte".27 En abril del 2003, tres cubanos acusados de haberse apoderado de una lancha para escapar de la isla, Lorenzo Enrique Copello, Bárbaro Leodán Sevilla y Jorge Luis Martínez, fueron ejecutados. Una vez más volvía el horror del paredón con su cortejo de juicios sumarísimos y apelaciones que se resol- vían el mismo día de la sentencia. Otros tres ya condenados a muerte, Humberto del Real, Otto Rodríguez y Raúl Cruz León, aguardan la hora fatal de su ejecución. Jueces y agentes de seguridad han al parecer asimilado la recomendación de Ernesto Guevara: "El odio implacable hacia el enemigo nos impulsa por encima y más allá de las limitaciones naturales del hombre y nos transforma en efectivas, violentas, selectivas y frías máquinas de matar"28. 25 Amnesty International, Annual Report - Cuba (marzo de 2000) 26 Idem, Report 2001, Cuba, p. 3 27 DennisRousseauyCorinneCumerlato,LaisladelDoctorCastro(Barcelona:Planeta,2000),p.182 28 Ernesto Guevara, Guerrilla Warfare (NewYork:MonthlyLaborReview,1961), pp.17y18
  • 45. Apuntes para una historia de la dictadura castrista52 Es verdad que en otras revoluciones ha habido también un período inicial de exacerbación y terror, pero ello fue siempre un fenómeno temporal. La propia Revolución Francesa, que acuñó el término "gobierno por medio del terror", lo vivió sólo durante alrededor de un año y dio paso a la reacción termidoria- na. La revolución rusa lo prolongó durante todos los años de Stalin pero ofre- ció después su "mea culpa" con las denuncias de Khruschev en el XX Congreso del Partido Comunista. Sólo en Cuba el terror latente o manifiesto, multiforme y recurrente, ha durado 47 años, ha seguido aplicando a discreción la pena de muerte y no ha presentado excusa o autocrítica de clase alguna. Los fusilamientos de 1959 fueron el anticipo de un nuevo sistema de gobierno lla- mado a alternar ejecuciones y cárceles con la propagación de un miedo difuso e interminable. Los fusilamientos de abril de 2003 pusieron una vez más de relieve el carácter inclemente de la revolución castrista, así como su costumbre de aplicar penas desproporcionadas. Los tres jóvenes ejecutados trataban desesperadamente de salir del país y para ello se apoderaron de una lancha de las que hacen la tra- vesía de la bahía de La Habana. No usaron violencia ni causaron daños. Era además un delito imposible. Intentar el cruce del Estrecho de la Florida en una embarcación destinada a hacer los 15 minutos que toma ir de La Habana a Regla roza los límites de la ingenuidad. Castro, no obstante, ordenó que fue- ran fusilados, a fin de dar un escarmiento. Mas la pena resultó inútil: dos meses más tarde otros dos grupos de jóvenes intentaron escapar, uno desde Pinar del Río y otro desde Camagüey. Los primeros perecieron a manos de los guarda fronteras; los segundos fueron devueltos por los EU en una ignominio- sa negociación que equivalía a reconocer la potestad del dictador de imponer diez años de cárcel a quienes ejercían un derecho consagrado en el artículo 13 de la DU. Prever la pena de muerte es en Cuba una política válida para todos los tiem- pos y presente en todos los foros. En 1998, por ejemplo, Italia presentó en la CDH un proyecto de resolución dirigido a la abolición de la pena de muerte con respecto a menores de 18 años y mujeres embarazadas. Veintiséis países votaron a favor de la resolución. Cuba se abstuvo.
  • 46. Efrén Córdova 53 LA CONDUCCIÓN DE LOS JUICIOS Se podrá argüir que siempre a lo largo de la historia los vencidos sufren el rigor de los vencedores y los opositores corren el riesgo de ser enjuiciados. Sin embargo, tratándose de reos para los que se pide la pena de muerte, el mundo civilizado ha ido imponiendo un cierto número de requisitos de forma y de fondo a los que deben ajustarse los tribunales encargados de decidir sobre la vida o la muerte de un ser humano. En 1968 la Asamblea General de las Naciones Unidas invitó a los gobiernos a que aseguren los procedimientos legales más estrictos y las mayores garantías posibles a los acusados en caso de pena capital en los países donde existiera la pena de muerte. Aunque la pena capital no está todavía prohibida por el derecho internacional, la conveniencia de su abolición ha sido reafirmada con energía por diferentes órganos de las Naciones Unidas. Aún más, ella está excluida de la lista de castigos que puede imponer el Tribunal Penal Internacional, creado por el Tratado de Roma. El más elemental respeto a la Declaración Universal asimismo exigía que a esos cubanos acusados se les reconociera el derecho a que se presumiera su inocencia mientras no se probara su culpabilidad, a ser juzgados por tribuna- les independientes e imparciales, a que se observaran las garantías necesarias para su defensa, a que el juicio fuera público y a que no se les impusiera una pena más grave que la aplicable en el momento de la comisión del delito. Lo que ha sucedido en Cuba, sin embargo, a lo largo de 47 años, es cosa muy distinta de ese esquema de protección de los derechos humanos. Miles de cubanos han sido, en efecto, ejecutados por tribunales militares, revoluciona- rios o populares que no eran ni competentes, ni pertenecientes a un poder judi- cial independiente ni mucho menos imparciales. Sobre todo los de los prime- ros tiempos no eran verdaderos juicios sino pantomimas en las que predomi- naban el odio y la revancha.29 Desde el principio se estimuló la delación, se 29 Emilio A. Cosío, "Carta abierta al Comandante Húber Matos", El Nuevo Herald, 9 de junio de 2002, p. 14-A. Véase también Luis Fernández Caubí, Justicia y terror, (Miami: Ediciones Universal 1994), passim
  • 47. Apuntes para una historia de la dictadura castrista54 condenaba por rumores o en virtud de testimonios de oídas y más tarde el Código Penal previó un castigo para el incumplimiento del deber de denun- ciar. Reos de Estado condenados a penas de privación de libertad por un tribunal revolucionario y cuyos castigos habían sido ratificados por un tribunal de ape- laciones, eran sometidos a un tercer tribunal de revisión que les condenaba a muerte. Casos específicos en que esto ocurrió pueden verse en Leovigildo Ruiz, op. cit., parte VI. La composición de los tribunales revolucionarios, militares y populares no podía ser más defectuosa pues a menudo incluía soldados rasos o ciudadanos de escasa o ninguna escolaridad. En los tribunales militares ocurría con fre- cuencia que los fiscales fueran de mayor graduación que los miembros del tri- bunal. Todavía en los años 70 se seguía aplicando la Ley Penal de Cuba en Armas de 1896 y aun ésta era muchas veces transgredida. Posteriormente se dispusieron algunas garantías pero éstas se incumplían en la práctica sobre todo en los plazos previstos para instrucción de cargos y ser asistido por un abogado. Cuando en la causa n° 1 de 1989, Patricio de La Guardia pudo al fin ver a su abogado (designado por el Minint), dicho letrado le dijo que su caso era indefendible y que él sentía vergüenza de tener que defenderle. En esa misma causa al General Ochoa se le impidió hacer una declaración final res- pondiendo a los cargos del fiscal. ¿Pueden considerarse independientes los tribunales cuando: 1) al principio se formaban con oficiales del llamado Ejército Rebelde que debían obediencia a los jefes de ese ejército; 2) una vez promulgada la Constitución Socialista los tribunales populares reciben instrucciones del Consejo de Estado y se hallan subordinados jerárquicamente a la Asamblea Nacional del Poder Popular;30 3) una de las atribuciones del Consejo de Estado es la de dar a las leyes vigen- tes, en caso necesario, "una interpretación general y obligatoria";31 4) los tri- 30 Asamblea Nacional del Poder Popular, artículos 90 (h) y 121 de la Constitución 31 Artículo 90, inciso ch
  • 48. Efrén Córdova 55 bunales funcionan con jueces profesionales y jueces legos, escogidos estos últimos por la Asamblea Nacional del Poder Popular luego de ser aprobados por los órganos locales de gobierno; 5) La ley de Organización del Sistema Judicial de 13 de diciembre de 1978 señala que para ser Presidente de Sala, juez profesional o juez lego se exige el requisito de "tener integración revolu- cionaria activa"; 6) ningún juez goza de inamovilidad en el ejercicio de sus funciones; según la Constitución pueden ser revocados a discreción "por el órgano que los elige";32 y 7) conforme a la propia Constitución los jueces tie- nen la obligación de observar estrictamente la legalidad socialista33 y no pue- den reconocer derecho o libertad alguno que vaya contra la existencia y fines del Estado Socialista.34 La abogacía, que es en todas partes una profesión liberal, sólo puede ejercer- se en Cuba siendo miembro de un bufete colectivo. Existe una organización de bufetes colectivos en la que es necesario registrarse para ejercer la profesión, pero cuya admisión se limita a quienes reúnen las "condiciones morales" requeridas, expresión que se traduce en adhesión incondicional a la filosofía castrocomunista. La organización se encarga de asignar abogados a los bufe- tes. Comentando esa situación la Comisión de Derechos Humanos ha establecido que la independencia e imparcialidad del poder judicial se extiende a los abo- gados y asesores (Véase la Resolución No. 34 de 1996). ¿Pueden ser imparciales los tribunales que a lo largo de 46 años han sido crea- dos al gusto del poder político y con el fin primordial de castigar de manera expeditiva a quienes el propio jefe de la revolución o sus colaboradores habían ya declarado culpables o habían sido víctimas de actos de repudio? Téngase además presente que la naturaleza de la judicatura cubana se halla reñida con los principios de inamovilidad y profesionalidad que son prerrequisitos de la imparcialidad. 32 Artículo 126 33 Artículo 10 34 Artículo 62
  • 49. Apuntes para una historia de la dictadura castrista56 ¿Eran públicos los juicios que a veces se celebraban en la noche y otras se detenía a las personas que deseaban presenciar el proceso? ¿Acaso se aseguraban "las garantías necesarias para la defensa", como quiere la Declaración, cuando los juicios seguían al principio un procedimiento ver- bal sumarísimo en el que se permitía la pena de muerte "por convicción", es decir, sin necesidad de practicar y apreciar las pruebas y sin apelación alguna. En la actualidad se dejan algunas constancias escritas pero los juicios siguen siendo de tipo inquisitivo y atribuyen valor especial a los informes de la poli- cía política y a las deposiciones de los informantes. Contra los enemigos del sistema, alegan los castristas, la acusación constituye prueba y condena. A los acusados se les da, por lo general, la oportunidad de hacer sus descargos pero ello no pasa de ser una simple formalidad. En el sistema judicial cubano los abogados defensores no pueden ver a sus defendidos mientras esté en curso la investigación que puede durar meses o años. Ya no se producen enormidades del tipo de las que al comienzo ocurrieron cuando los abogados defensores eran castigados o condenados a prisión al final del proceso en el que ejercían su profesión,35 pero en 1997 el abogado defensor de Leonel Morejón fue mul- tado al finalizar el juicio por haber hecho preguntas “políticamente irrelevan- tes”.36 En la mayor parte de los casos los abogados defensores, que provie- nen de los bufetes colectivos aprobados por el gobierno cumplen con su deber sólo de modo rutinario o para llenar las apariencias. Se ha atenuado la llama- da dinámica de la muerte de los primeros tiempos según la cual en un mismo día se acusaba, condenaba y ejecutaba a una persona,37 pero no son muy dis- tintos los juicios relámpagos que tienen lugar en la propia prisión y que fue- ron denunciados en 1998 por Amnesty Internacional.38 En vez de la presunción de inocencia consagrada en el artículo 11 de DU, lo que se presume cuando se trata de delitos contra la seguridad del Estada es la 35 Duarte Oropesa, op. cit., Vol IV, p. 37 36 Amnesty Internacional, Annual Report 1997 - Cuba, p. 3 37 Véase Antonio García-Cresos, "Santa Clara, diciembre 1960: Tribunales en la noche", Encuentro de la Cultura Cubana (Madrid) n° 20, primavera de 2001, p. 186 38 Amnesty International. Annual Report 1998 - Cuba, p. 3
  • 50. Efrén Córdova 57 culpabilidad del acusado. En vez de respetar el principio de cosa juzgada, la Ley de Procedimiento Penal da cabida a un procedimiento de revisión de la sentencia cada vez que hechos o circunstancias desconocidos por el tribunal en el momento de dictar sentencia o resolución hagan presumir la culpabilidad del acusado absuelto. Estas anomalías se aplican, dicho sea de paso, a todos los juicios criminales que reúnan las circunstancias citadas, y no sólo a aquellos en los que se pide la pena de muerte. Siguen siendo asimismo comunes los casos de inadecuada asistencia legal y de juicios que no respetan los patrones mínimos internacionales.39 Un informe reciente de Amnesty International habla del arresto de las personas que desean- do asistir a un juicio estaban reunidas fuera del tribunal.40 EL JUICIO DE LOS AVIADORES El 13 de febrero de 1959 comenzó en Santiago de Cuba el juicio contra 43 miembros de la fuerza aérea cubana acusados de haber ametrallado a la pobla- ción civil en la provincia de Oriente. Los aviadores y sus auxiliares iban a ser juzgados en la causa No. 127 de 1959, radicada por el delito de genocidio que, por cierto, no figuraba en el Código de Defensa Social. Aunque algunos habían sido arrestados el 4 de enero, a otros Castro les prometió clemencia ese mismo día en una reunión que tuvo lugar en la ciudad de Camagüey. El juicio se efectuó en las mismas condiciones tumultuarias que caracteriza- ron los procesos de los inicios de la revolución. Desempeñó en él un triste papel el oficial investigador y fiscal Antonio Cejas Sánchez quien recién lle- gado del exilio encarnaba el tipo de oportunista ansioso de escalar posiciones realizando las tareas más innobles. El tribunal tenía, en efecto, ante sí una peti- 39 Véase Cuba Report (Washington: U.S. Department of State, 2000), p. 27. Según Jorge G. Castañeda (Compañero.Vida y muerte del Che Guevara. op. cit., p. 180), "las ejecuciones (ordenadas por el Che) estaban desprovistas del proceso debido". 40 Amnesty International, Annual Report 1999 - Cuba, p. 3
  • 51. ción de muerte para la mayoría de los aviadores. Ningún crimen se pudo, no obstante, probar en el juicio y el 2 de marzo el tribunal militar presidido por el Comandante Félix Pena y constituido con otros dos oficiales del Ejército Rebelde acordó por unanimidad absolver a los acusados. Apenas enterado del fallo absolutorio, un Castro iracundo invalidó la senten- cia y dispuso la celebración de otro juicio. En su comparecencia televisiva, el entonces Primer Ministro exacerbó aún más los ánimos del pueblo y dispuso que integraran el nuevo tribunal el siniestro Manuel Barbarroja Piñeiro y el Ministro de Defensa Augusto Martínez Sánchez, incondicional adlátere de Raúl Castro. Castro dejó entrever que al menos ocho aviadores debían ser eje- cutados. La orden estuvo a punto de ser cumplimentada cuando el arzobispo de Santiago de Cuba, Enrique Pérez Serante (que había salvado la vida de Castro al fracasar el asalto del Cuartel Moncada) se trasladó por avión a La Habana y le imploró a Castro que no se llevara a cabo el fusilamiento. El Máximo Líder finalmente accedió y el segundo tribunal condenó a 19 pilotos a 30 años de prisión con trabajos forzados, a otros 10 les impuso 20 años y de 2 a 6 años a 12 artilleros y mecánicos. ¿Por qué tenía Castro tanto empeño en fusilar a esos aviadores que en el peor de los casos eran prisioneros de guerra? Él sabía que eran simples militares de carrera que habían tal vez bombardeado formaciones rebeldes pero no pobla- ciones civiles. Para él era importante, no obstante, la continuación del desen- frenado derrame de sangre iniciado el primero de enero y dar muestra de la índole represiva e implacable de su gobierno. Pero hubo también, según algu- nos autores, una intencionalidad política dirigida a eliminar peligrosos adver- sarios potenciales. Los aviadores en cuestión pertenecían a una hornada de egresados de academias militares que Castro temía pudieran ubicarse en la oposición cuando él fuera revelando sus verdaderos objetivos. Dos consecuencias inmediatas tuvo el juicio de los aviadores: una fue el sui- cidio del pundonoroso Comandante Félix Pena escarnecido y humillado por el Comandante en jefe; la segunda se relaciona con otra triste actitud de una parte del pueblo cubano. Aguijoneado por las arengas de Castro, una turba enardecida intentó penetrar en la cárcel de Boniato para linchar a los aviado- res. Al desafuero de un gobernante que ignoraba el valor de la cosa juzgada e imponía su arbitrio, se unía la reprobable conducta de una plebe que se deja- Apuntes para una historia de la dictadura castrista58
  • 52. ba llevar por sus más bajos instintos. Que 43 cubanos que eran inocentes y así fueron declarados por un tribunal militar fueran condenados a largos años de cárcel y trabajos forzosos es un ultraje a los derechos humanos. Ellos fueron detenidos y presos en forma arbi- traria y en flagrante violación de los artículos 9, 10 y 11 de la Declaración Universal. El hecho reiteraba además el mensaje trasmitido a opositores y disi- dentes el primero de enero, a saber, que en Cuba había dejado de existir el debido proceso de ley. Fue una acción que Castro tomó deliberadamente y en conexión con sus planes, desconociendo principios básicos del ordenamiento jurídico. CUANTIFICANDO LAS VÍCTIMAS En una forma u otra, fusilados en virtud de sentencia o sin celebración de jui- cio alguno, eliminados físicamente por el aparato represivo judicial o muertos por agentes de la Seguridad del Estado, son muchos los cubanos que han pere- cido por orden directa o indirecta de Fidel Castro. A Castro se le ha acusado también de ordenar ejecuciones extrajudiciales en el extranjero como fueron, por ejemplo, el asesinato en Miami de Rolando Masferrer (su antiguo rival en las luchas prerrevolucionarias) y el del Comandante Aldo Vera en Puerto Rico. Aunque esas acusaciones no han podi- do ser corroboradas, hoy se sabe que sus tentáculos llegan lejos. El número total de ejecuciones judiciales o extrajudiciales es difícil si no imposible de determinar dado el velo de censura y desinformación que cubre la vida política del país. Hay además una cierta tendencia a exagerar el núme- ro de víctimas de las dictaduras y ello obliga a observar una cierta mesura al respecto. Varias organizaciones del exilio y ciudadanos particulares han hecho esfuer- zos dirigidos a calcular cuantos cubanos han perdido sus vidas en las cir- cunstancias antes expuestas. La cifra más elevada y probablemente exagera- da (50.000 víctimas) fue ofrecida hace ya muchos años por un periodista cubano, y citada después como cálculo más genérico por un historiador Efrén Córdova 59