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La crisis de la razón. Friedrich Nietzsche. ¡Dios ha
muerto! ¡Viva el hombre!
El juez de la cultura occidental
Friedrich Nietzsche ha pasado a ser, a partir del día de su muerte, el 25 de agosto de 1900,
desde un ídolo de masas a una especie de intelectual proscrito. Sus textos han
inspirado a gente tan dispar como a las inteligencias nazis y a los pensadores
anarquistas. El hecho de que los nazis lo usaran como ejemplo de un pensador
alemán que preconizaba el advenimiento de una raza aria superior (según sus
“especiales” interpretaciones de la obra de Nietzsche) hizo que su obra estuviese casi prohibida en el
mundo occidental durante todo el tiempo que duró la posguerra; tan sólo a fnales de los años
setenta, y como resultado de la infuencia de los pensadores del famoso mayo del 681
, se vuelve a
estudiar a Nietzsche con objetividad y sin prejuicios de ningún tipo. Ese mismo ha de ser nuestro
cometido, intentar comprender el pensamiento de este “extraño” flósofo sin juzgarlo, al menos sin
prejuzgarlo.
Se puede decir que lo que Nietzsche hace es crear un pensamiento flosófco propio sobre la
base del veredicto que él mismo emite después de analizar toda la cultura occidental a través de su
historia.
Existen unos versos que dicen así: Odio las almas estrechas. / En ellas no hay nada bueno y
casi nada malo. Pues bien, entender a Nietzsche es una tarea que se reduce en buena parte a
comprender hasta el fnal ese y casi nada malo.
Nietzsche y la moral arcaica
Nietzsche establece una cisura profunda en el legado cultural de Grecia al diferenciar entre
un antes y un después de Sócrates.
Antes de Sócrates está la Grecia arcaica, el mundo que va desde el siglo XII a. C. hasta el
VI a. C. La cultura griega arcaica está dominada por una clase, la nobleza, que era el único grupo
que aspiraba conscientemente en Grecia a la hegemonía sobre la sociedad en su totalidad, y que
estaba dispuesta a perpetuar ese dominio formando una minoría dirigente educada a la sombra de
un determinado ideal humano. Ese ideal es el del héroe, el hombre que posee virtud (areté). Areté
1 Se conoce como mayo francés, o mayo del 68, a una cadena de protestas que se llevaron a cabo en Francia,
especialmente en París durante los meses de mayo y junio de 1968. Las protestas fueron iniciadas por grupos de
estudiantes de izquierdas contrarios a la sociedad de consumo, a los que se fueron uniendo obreros, intelectuales,
sindicatos, y el partido comunista francés. El resultado del movimiento fue la mayor huelga general de la historia de
Francia, y probablemente de Europa occidental. El gobierno francés, siendo presidente Charles de Gaulle, dimitió y
se anunciaron elecciones anticipadas, con lo que fnalizó el grueso de las protestas, que ya se habían extendido
durante mayo y junio a Alemania, España, México, Argentina, Uruguay, Estados Unidos, y Checoslovaquia,
principalmente y por diversos motivos.
signifca excelencia, desempeño óptimo de una función, hacer una cosa muy bien, vamos. En este
sentido, se puede hablar de una areté del citarista, de una areté del talabartero, de una areté del
aedo2
, etcétera, pero la areté por antonomasia es la areté del guerrero. En sociedades jóvenes, como
la griega de la época homérica3
, que necesitan afrmarse frente a otras y que surgen a la historia
después de luchas cruentas con sus vecinos, es natural que el prototipo de hombre que es presentado
como deseable a la juventud sea el del guerrero. La ética griega arcaica es eminentemente
ejemplarista: no está basada tanto en enunciar principios abstractos (obra en bien de la ciudad, sé
valeroso, etcétera) cuanto, por el contrario, en proponer una fgura humana cuya excelencia
promueva la imitación, la emulación.
La posibilidad de poseer esta areté del guerrero era una posesión exclusiva de la nobleza, y
se heredaba de padres a hijos; ahora bien, eso no signifca que la posesión efectiva de esa excelencia
se diese sin más, por ello mismo el joven aristócrata debe dedicar su vida a ser fel a sus antepasados
desarrollando en sí mismo esa disposición a la areté que ha heredado. Esta moral es un método de
cría de guerreros, y no todo en ellos es ameno y hermoso. Se educa al héroe para seguir sus
instintos, y de estos y de su desarrollo proviene toda la fortaleza del guerrero; pero ese mismo
turgente caudal de pulsiones que capacita al noble para las mayores hazañas le dispone también a la
crueldad y a una bronca imprudencia. En la Ilíada se nos recuerda que Aquiles no era hombre de
condición benigna y mansa, sino muy violento. El héroe aqueo da muerte al troyano Héctor, que
antes había segado la vida de su amante Patroclo, y se ensaña a continuación con el cadáver,
dándoselo fnalmente de comer a los perros4
.
La crueldad con los demás (es decir, con los enemigos o con los desiguales) es casi sólo una
proyección al exterior de la crueldad para consigo mismo. El héroe se somete voluntariamente a los
padecimientos más atroces y a una vida de constante esfuerzo como único medio para mantener y
aumentar su areté, es decir, tanto físicamente como su coraje y su inteligencia. Es preferible la vida
vivida intensamente e incluso segada en la for de la juventud a una existencia calculadora y
prudente que nos arroja a una mansa e incolora vejez. La mayor gloria es morir en el campo de
batalla, cuando aún se es joven y deseado por las mujeres; en otro caso, y como segundo óptimo,
alcanzar una vejez henchida de sabiduría. El dolor no es entonces una objeción contra la vida bella
y virtuosa, sino un ingrediente esencial de ésta, cosa que supo ver perfectamente Nietzsche cuando,
2 En este caso no estoy intentando dármelas de sabio y demás, sino poner ejemplos claros de ofcios típicos del mundo
griego arcaico. El citarista es aquel que toca la cítara, un instrumento musical parecido a la lira pero con caja de
resonancia; el talabartero es aquel que manufactura objetos de cuero; y el aedo era el bardo, el poeta.
3 A la Grecia arcaica de la que estamos hablando se la denomina Grecia homérica porque es la que Homero
describió felmente en dos famosísimos poemas heroicos: La Ilíada y La Odisea. El primero de ellos es la historia de la
guerra de Troya desde que Helena es raptada por Paris, hasta que Aquiles acaba con la vida del héroe troyano
Héctor; La Odisea cuenta el penoso regreso de Odiseo (más conocido por su nombre latino, Ulises) desde Troya a su
reino de Ítaca.
4 Vamos, que lo que cuenta la película Troya, con Brad Pitt haciendo de Aquiles, no es más que una pijada
hollywoodiense. Aunque hay que decir que, en general, la película es una fel recreación de La Ilíada y parte de La
Odisea, exceptuando el hecho de prescindir por completo de las acciones de los dioses.
con inconfundible emoción, exclama de los griegos:
¡Cuánto tuvo que sufrir este pueblo para poder llegar a ser tan bello!
La desmesura y falta de prudencia forman parte de las cualidades heroicas: el noble aspira a
no menos que a la paridad con los dioses, lo que suscita la ira de estos y su castigo inmisericorde. La
diosa Ate5
, la de los pies ligeros, es la encargada de reprimir la petulancia de los mortales.
Fluía la inmortal sangre de la diosa, el icor, que es lo que fuye por dentro de los
felices dioses; pues no comen pan ni beben rutilante vino, y por eso no tienen sangre y se
llaman imortales. […]
¡Refexiona, Tidida, y repliégate! No pretendas tener designios iguales a los
dioses, nunca se parecerán la raza de los dioses inmortales y la de los hombres, que
andan a ras de suelo.
¿A qué viene toda esta historia sobre los héroes y su moral arcaica? Pues a que la moral
arcaica, la del héroe, aquella que desarrolla la areté es demasiado ajena a nosotros, pero es la que
desea recuperar Nietzsche. Por ejemplo, los héroes desconocen el concepto de obrar según la
conciencia: el héroe no se auto evalúa, sino que ofrece su conducta al juicio del pueblo, y es este el
que le aclama moralmente, o bien lo desprecia condenándolo para siempre.
Esa conciencia, ese fuero interno que rige nuestra conducta está unido a la aparición del
concepto de alma, pero ese concepto no existía en el mundo que nos dejó por escrito Homero. El
alma era únicamente el principio vital que se hace patente sólo cuando el individuo muere y exhala
su último aliento. Este alma-aliento quedaba luego confnada en el Hades6
; allí van a parar las
almas de todos los mortales, sean cuales fueren los méritos y virtudes que atesorasen en vida; allí
moran como sombras exangües y languidecientes, ávidas de un poco de sangre que les permita
recobrar algo de su perdida vitalidad. La vida post-mortem es una vida disminuida y en nada
apetecible: cuando en el Canto XI de la Odisea Odiseo convoca las almas de los muertos, comparece
ante él el espíritu de Aquiles para decirle (referencia que ya vimos en el primer tema y ahora os
recuerdo):
No pretendas, Ulises preclaro, buscarme consuelos / de la muerte, que yo más querría ser
siervo en el campo / de cualquier labrador sin caudal y de corta despensa / que reinar sobre todos los
muertos que allá fenecieron.
En ese mundo, tan maravillosamente descrito por Homero, estaba claro que la vida se vivía
5 En la mitología griega Ate, Até, o Atea era la diosa de la fatalidad, la personifcación de las acciones irrefexivas y
sus consecuencias. Su nombre siempre estaba relacionado con los errores cometidos tanto por mortales como por
dioses debido al exceso de orgullo, lo que les llevaba a la perdición.
6 Hades es el nombre del Dios de los muertos, hermano de Zeus y de Poseidón, y a la vez el nombre de su reino, el
reino de los muertos, custodiado, como bien sabéis, por un perro (o can) con tres cabezas de nombre Cerbero. De
ahí lo de que un Cancerbero sea quien guarda una puerta, y de ahí que a los porteros, en el fútbol, se les llame en
ocasiones Cancerberos.
una sola vez, y que tras la muerte no aguardaba ningún tipo de gozo. Sólo una conclusión podía
extraer el héroe de todo esto: la vida ha de ser exprimida hasta la última gota y no dejar nada para el más allá.
Pues bien, esta moral arcaica es la que Nietzsche hace suya con ligeras aportaciones. Se
tratará de una moral naturalista: las presuntas recompensas sobrenaturales, los ideales, son
aguardientes del espíritu con los que hasta ahora se ha mantenido engañada a la humanidad, de la
misma manera que el aguardiente engaña al estómago, proporcionándole el calor de la verdadera
comida, pero sin alimentarlo. Los hombres son los artífces de los valores (un pensamiento que no es
original de Nietzsche, pues ya lo hemos visto en Feuerbach y en Marx, hablando del siglo XIX), los
creadores y, en su caso, los destructores de los códigos morales7
. Estamos en un plano donde
solamente hay hombres, dice Nietzsche.
Como genio de la arquitectura, el hombre supera en mucho a la abeja: esta
construye con la cera que recoge en la naturaleza; el hombre, con la materia mucho más
frágil de los conceptos que está obligado a fabricar por sus propios medios. Por eso el
hombre es digno de admiración -pero no por su impulso a la verdad, o al conocimiento
puro de las cosas-. Si alguien oculta una cosa detrás de un matojo, después lo busca de
nuevo exactamente allí y acaba encontrándolo, no hay mucho de qué vanagloriarse por
esta búsqueda y este descubrimiento. Y lo mismo es lo que resulta en la búsqueda y en el
descubrimiento de la “verdad” en el dominio que delimita la razón. Si doy la defnición
de mamífero, y después de haber examinado un camello digo: “mira, un mamífero” no
hay duda que con eso se ha puesto al descubierto una verdad, pero es de valor limitado;
quiero decir qu es antropomórfca por todos lados y no contiene ningún punto que sea
“verdadero en sí, real y universal, independiente del hombre”.
La vida carece de valor si el hombre no se lo da, y tiene el valor que el hombre decida darle;
(recupera Nietzsche el pensamiento sofsta, modernizando aquella afrmación de Protágoras según
la cual el hombre es la medida de todas las cosas.) Se comprende sin esfuerzo que en una moral sobre
naturalista las cuestiones vitales sean: ¿Es mi alma inmortal? ¿Existen otras vidas después de ésta? ¿Hay un
Dios que premie a los buenos?, etcétera. Nietzsche dice no haber perdido el tiempo con estas cuestiones.
Siguiendo los preceptos que se destilaban en las poesías homéricas, le interesaban, antes bien, las
reglas prácticas a seguir para mantener y acrecentar el vigor corporal y un espíritu animoso e
inteligente. Buscaba la respuesta a preguntas tales como: ¿Qué dieta seguir? ¿Bajo qué clima desarrollar
nuestra vida? ¿Qué diversiones practicar?
Nietzsche realiza una distinción entre las morales naturalistas, existiendo aquellas que
persiguen la felicidad y aquellas que persiguen huir de la infelicidad. Estas últimas tienen como
7 Esta idea la heredarán, de pleno, los pensadores posmodernos y sus iconos; en uno de estos iconos posmodernos se
convirtió la protagonista de la trilogía de Millenium, Lisbeth Salander.
representantes al budismo y al estoicismo; son morales analgésicas propias de almas cansadas, que ya
han renunciado a la vida, al peligro que ofrece; pues en ellas, es lógico, los medios planteados para
ahuyentar el displacer son también los medios que ahuyentan toda felicidad.
Dentro de las morales eudemonistas, o perseguidoras de la felicidad, Nietzsche distingue
también dos tipos; una es el tipo de ética que persigue el concepto de felicidad kantiano,
ampliamente reconocido y extendido: la felicidad es la satisfacción de todas nuestras inclinaciones, sin
interrupción y con la máxima intensidad. Nietzsche la bautiza como la felicidad de los vientos del sur,
un lugar donde refugiarse del dolor, una relajación de las tensiones, un balneario donde protegernos
de los dolores; algo que nos aguarda como una falsa promesa más allá de la consecución de nuestras
metas. Despectivamente, Nietzsche dice que éste es el concepto de bienestar con que podrían
fantasear los tenderos, los cristianos, las vacas, las mujeres, los ingleses y demás demócratas. La
felicidad de los hiperbóreos de la que Nietzsche habla es completamente diferente; no está más
allá de la meta sino en el camino hacia ella: es la sensación de exuberancia vital que sobreviene
cuando una resistencia ha sido vencida8
. El mismo Nietzsche califca de trágico este concepto de
felicidad9
, y aquí se ha de entender que lo trágico en materia moral consiste en la aceptación del
lado oscuro10
y peligroso de la vida como medio para conseguir la felicidad; se admite incluso como
necesaria una vecindad cada vez más estrecha con el riesgo y lo problemático como requisitos para
llegar a la excelencia. La virtud es consecuencia de esta felicidad, y la virtud es poder, y el que posee
poder posee también voluntad de poder, o sea, apetencia de más virtud.
Para Nietzsche la voluntad de poder son dos cosas a un mismo tiempo; por un lado es el eje
fundamental del devenir cósmico (lo que Hegel y Marx pretendían explicar mediante los procesos
dialécticos), la tendencia de la naturaleza hacia la movilidad, pero hacia una movilidad ascendente,
la naturaleza se perfecciona, se torna cada vez más compleja. Todo lo que vive tiende
instintivamente a procurarse los medios para exaltar su vitalidad y a utilizar cualquier cosa como
instrumento para lograr ese fn. La voluntad de poder es, así, evidentemente egoísta, pero sin
propósito alguno, el egoísmo es una necesidad bajo esta forma.
Por otro lado Nietzsche usa la voluntad de poder antropológicamente, para explicar la
naturaleza del ser humano, pues esta es la tendencia natural del hombre a obtener más y más
potencia y aptitud. Este impulso egoísta se recrudece a medida que se satisface: la euforia que
experimenta el hombre que ha visto incrementado su poder le lanza a buscar más11
. El modo por el
8 Para Nietzsche, por ejemplo, la felicidad no se encuentra en la consecución de la mujer o el hombre deseada/o, sino
en el mismísimo deseo en sí.
9 Un ejemplo muy cercano, aunque en un mundo que nada tiene que ver con el que pensaba Nietzsche, de este tipo
de moral y de felicidad lo podemos encontrar en las canciones de Joaquín Sabina.
10 A fn de cuentas todos, o al menos la gran mayoría de nosotros, cuando vimos La guerra de las galaxias teníamos dos
ídolos: uno era Han Solo, el bueno pero que no era tonto, como le pasaba a Luke Skywalker; el otro era
directamente Darth Vader, el señor del lado oscuro de la fuerza, que nos cautivaba con aquella profunda y metálica
voz cuando nos dijo: No conoces el poder del reverso tenebroso.
11 El deseo del que hablábamos antes nos lleva a la consecución del fn, y este nos lleva a más y más deseo.
cual el hombre consigue más poder (y, por tanto, más voluntad de poder) es el vencimiento de
resistencias, de obstáculos; pero no se trata de derrotar enemigos o de vencer resistencias
cualesquiera, sino de doblegar enemigos y resistencias de nuestro tamaño, es decir, ante las cuales
sea siempre posible el fracaso e incluso el fracaso absoluto: la muerte. La voluntad de poder es un
Juego de dados con la muerte. Cuanto más duro es el obstáculo, más a fondo tenemos que emplearnos y,
por tanto, mayor es la fuerza con la que somos recompensados después de sobrepasarlo. También
más elevado es el dolor que padecemos al hacerlo; el dolor es precisamente un síntoma del
crecimiento de la fuerza, por lo que resulta ser un momento necesario en la trayectoria ascendente
de la voluntad de poder y, en consecuencia, algo que debe ser querido y en absoluto evitado.
Esta es la idea que Nietzsche expresa con sus metáforas de los Apolíneo y lo Dionisíaco.
Dionisio, que es la voluntad de poder cósmica, se expresa en cada hombre como instinto de
auto superación: Yo soy lo que tiene que superarse siempre a sí mismo. Lo que hay de dionisíaco en nosotros
inventa valores como medios para que crezca nuestra vitalidad; la voluntad de poder instalada en
nosotros propugna la forma de vida que nos exalta y tonifca, que incrementa la gran salud: en última
instancia lo que amamos es nuestro deseo, no lo deseado. Lo que propone es que se deje a nuestra dote
dionisíaca que, con su infalible inconsciencia, elija lo que nos conviene; la conciencia debe ser
desalojada sin miramientos de la moral para dejar trabajar el automatismo certero del instinto.
Esto signifca, poco más o menos, que el hombre no posee una voluntad libre12
, no existe
ninguna fnalidad13
, ya no sólo en la naturaleza, sino incluso en la porción de naturaleza que el
hombre representa; sólo hay apetito de poder. La conducta humana es completamente inocente, lo
que signifca negar la validez de la inquisición que ejercita la conciencia; sencillamente, no hay
culpa, no hay pecado: no hay, por tanto, nada que buscar, ni para el individuo que actúa ni para el
curandero de almas (el sacerdote) que husmea en la conducta de los demás.
La voluntad de poder antropológica habita en el cuerpo, mientras que el “espíritu” es el
aspecto apolíneo de lo humano, su razón, el medio mediante el cual se inventan procedimientos que
regulan la fuerza de los instintos y hace crecer a la voluntad de poder misma. El alma-razón es un
médico del organismo, estudia los estímulos a los que se ve sometido y el modo como el cuerpo los
registra, y a partir de ahí toma una decisión de aprobación o rechazo: el espíritu es un estómago. Esta
dieta espiritual incluye como partes suyas la dieta alimenticia, el clima, las condiciones higiénicas,
las formas de recreación; en suma, todos los medios que una moral naturalista prevé para el
incremento de la jovialidad. Entre estos medios se encuentra la disciplina del instinto; no propugna
la libre andadura de los instintos sino que considera labor de la razón regimentar la fuerza instintiva
haciéndola colisionar contra las difcultades. Disciplinar el instinto es, por supuesto, lo contrario de
12 En consecuencia, el mundo racional de la ética kantiana no tiene sentido.
13 Tampoco tiene sentido, por lo tanto, todo tipo de ética religiosa.
pretender extinguirlo.
Lo apolíneo y lo dionisíaco están presentes también en el cosmos, y Nietzsche emplea estas
metáforas para reformular la metafísica del devenir de los griegos, con su énfasis en la tensión
dialéctica entre la unidad y lo múltiple, entre el Ser y el Cambio, (el antiguo enfrentamiento entre
Parménides y Heráclito). Con esta referencia básica, Nietzsche nos propone la imagen de la
Naturaleza como el dios artista Dionisio que engendra incesantemente formas individuales,
representaciones apolíneas en que se coagula fugazmente el fujo interminable de la vida, y que son
luego destruidas para dejar sitio a otras. Nietzsche aclara que esto sólo es un juego que la vida juega
consigo misma: la Naturaleza se regocija de su propia exuberancia entregándose a los placeres
recíprocos de la creación y la destrucción. Y este juego cósmico carece por entero de propósito: es lo
que llama la inocencia del devenir, similar al juego del niño que hace montones con la arena de
la playa y los desbarata luego de un golpe.
Nietzsche pretende combatir las concepciones flosófcas que ven en el curso de la historia y
de los acontecimientos una fnalidad, una providencia, o una voluntad divina que se está
cumpliendo14
; de tal modo que toda contravención de esa voluntad, todo pecado, es antes o después
castigado, con lo que el orden originario prevalece. Esta concepción religiosa y teleológica del
devenir es llamada por Nietzsche el orden moral del mundo y Nietzsche nos propone el alivio
de desembarazarnos de ella mediante las hipótesis metafísicas de la inocencia del devenir y el eterno
retorno de lo mismo. Este último es para Nietzsche su pensamiento auténticamente abismal15
.
Para llegar a él arranca de dos premisas: a) la cantidad de fuerza operante en el universo es fnita; b)
el tiempo es infnito. De ambas premisas se sigue que las mismas combinaciones de fuerza (es decir,
los mismos momentos) se repetirán indefnidamente en un tiempo infnito. Es decir, que todo lo que
es, y todo lo que será, ha sido ya antes alguna vez, y que todo lo que es y ha sido volverá a ser de
nuevo en el futuro.
El talante moral con que el hombre contempla el eterno retorno varía sustancialmente
dependiendo de que lo considere desde el pasado o desde el futuro. Desde el pasado, el eterno
retorno sugiere fatalismo, predestinación e incluso un franco pesimismo: estamos condenados a
repetir lo que ya ha sucedido sin posibilidad de engendrar nada nuevo. Esta idea asfxiante es lo que
Nietzsche llama el espíritu de la pesadez: el hombre se ve a sí mismo como un nuevo Sísifo16
condenado a reanudar sin tregua una tarea interminable. Desde el futuro, la idea del eterno retorno
lo que sugiere al hombre es la ilimitada responsabilidad de todas sus acciones. Todo lo que hagamos
14 Acordémonos de Aristóteles cuando habla de causa fnal; de Tomás de Aquino cuando otorga esa causa fnal a
Dios; de Hegel al hablar del desarrollo dialéctico de la libertad a lo largo de la historia; e incluso de Marx al
preconizar el advenimiento de una sociedad comunista.
15 O lo que es lo mismo, que es tan importante que seguro que cae en el examen de una manera o de otra.
16 Personaje de la mitología griega, hijo de Eolo y Enáreta, condenado por Hades a subir una enorme piedra esférica
por una columna empinada, de tal forma que la piedra siempre caía justo antes de llegar a la cima y Sísifo se veía
obligado a comenzar. (Otra vez es para que veáis lo culto que soy).
volverá a darse en el futuro: nuestras acciones producen un eco de infnitas reverberaciones. Cada
instante es decisivo para la eternidad porque se repetirá eternamente; y porque, dentro de esto, para
repetirse una sola vez dicho instante debe darse el ciclo entero (pero temporalmente fnito) de todos
los instantes en un gran año. Para desear que vuelva un instante hay que desear que vuelvan todos los
instantes, que todo retorne. Por el concepto de eterno retorno la vida eterna pasa a residir en el más
acá, no en el más allá; la misma idea de más allá se desvanece, y con ella las sujeciones y cortapisas
morales que deja caer sobre la vida del creyente: las responsabilidades por lo que el hombre ha
hecho se harán notar en esta vida (y de manera infnitamente reiterada), no en una imposible
existencia más allá de la muerte.
Pero también hay que superar estas visiones. Pasado, presente y futuro sólo tienen sentido si
presuponemos una percepción lineal del tiempo; pero si el tiempo es circular (y esto es lo que
Nietzsche mantiene), pasado, presente y futuro dejan de signifcar lo que estamos acostumbrados a
que signifquen. Lo que es pasado, por cuanto volverá a repetirse, es también futuro; y lo que es
futuro ha sido pasado alguna vez. La concepción cíclica del tiempo conduce a una perspectiva aún
más extraña y radical sobre el eterno retorno: es el eterno retorno de lo mismo. Las repeticiones de lo
mismo no son repeticiones numéricamente distintas de un modelo original, es decir, no se van a
producir “clones” del original; un gran año no rememora cada uno de los momentos de un gran
año anterior, los repite. La distinción numérica de las repeticiones presupone un tiempo lineal que
permita ordenarlas: unas antes, otras después, etcétera. Pero este tiempo lineal es lo que Nietzsche
afrma explícitamente que no existe. En un tiempo cíclico, las repeticiones sólo pueden ser
repeticiones de lo mismo, o lo mismo repetido infnitas veces: no se trata de una repetición distinta
de lo mismo, sino de la misma repetición de lo mismo. En pocas palabras, no podemos hablar de la
primera repetición, de la segunda repetición de una situación original, sino que el presente es
pasado y futuro a la vez.
Lo que dice está muy emparentado con las teorías de los sofstas, y Nietzsche fue de los
primeros en rehabilitarlos y ponerlos a resguardo de las invectivas lanzadas contra ellos por Platón.
En cambio, a Nietzsche le falta todo tipo de misericordia para con Sócrates y su aventajado
discípulo. Sócrates es el verdugo de la sabiduría trágica, de la concepción artística de la existencia,
de la moral heroica: él representa la exacerbación de lo apolíneo, una superfetación morbosa de la
conciencia a la que se supone, contra toda evidencia, como necesaria para la acción virtuosa. Una
nueva ascesis que, ya se adivina, nada tiene que ver con la disciplina del instinto, sino con su
emasculación17
, queda glorifcada en Sócrates como herramienta para la virtud; la misma virtud es
defnida por la negación del cuerpo y la histriónica sobrevaloración del espíritu. Platón nos muestra
su crítica al pensamiento moral de la vida arcaica:
17 ¡Pero qué lenguaje uso, uau; emasculación, ascesis, superfetación...! ¡A usar el diccionario!
¿Crees que para un joven es apropiado escuchar que Zeus, impulsado por la
pasión sexual, al ver a Hera, se excitó de modo tal, que ni siquiera quiso llegar a su
alcoba, sino que prefrió acostarse con ella en el suelo, alegando que era presa de un
deseo tal como no lo había poseído ni siquiera la primera vez que se acostaron juntos.
(...) O bien contar que Ares y Afrodita fueron encadenados por Hefesto por cosas de la
misma índole?
El ideal del hombre agonístico (el héroe homérico) es reemplazado por el ideal del hombre
teórico, la disputa en la palestra es sustituida por la disputa en el ágora, la destreza en el manejo de
las armas por la destreza retórica. En cuanto a Platón, traspone a un plano metafísico la moral de su
maestro, haciéndola defnitivamente respetable para los doctos. En Platón, el idealismo moral da
lugar a un idealismo metafísico; la histérica repulsa de los sentidos como órganos de placer físico se
convierte en descrédito del conocimiento que se obtenga por los sentidos. La metafísica idealista es
contemplada por Nietzsche como una insidiosa propaganda moral dirigida contra los valores
naturales tonifcantes; es una predicación encubierta de la decadencia: con el idealismo se consigue
hacer bascular el centro de gravedad de la vida desde el mundo real a un mundo de espejismos
intelectuales, enfáticamente denominados valores superiores, Ideas. A esta difamación sistemática y
meticulosa de la vida se la ha considerado hasta ahora como síntoma de un espíritu libre y elevado,
y se ha hecho pasar como grandes hombres a los que no son sino corruptores de la humanidad, a
quienes han emponzoñado la alegría del instinto llamándola pecado.
Este sobre naturalismo en metafísica y en moral es uno de los odios predilectos de Nietzsche;
fue incubado por griegos tardíos y embaucadores, como Sócrates y Platón, y por último adoptado
por el cristianismo, con lo que su mefítico aroma se extendió universalmente. Ahora mismo, piensa
nuestro querido autor, Europa está enferma de idealismo, recluida en la atmósfera de hospital de los
valores cristianos; y lo que Nietzsche propone es redimirla de su postración llevándola a respirar de
nuevo un aire de alturas, el oxígeno de los valores vitales.
Nietzsche y la crítica al cristianismo
Nietzsche distingue dos especies muy distintas de cristianismo: el cristianismo de Cristo (o
cristianismo evangélico) y el cristianismo de Pablo (San Pablo). El cristianismo evangélico es
parecido en muchos aspectos al budismo; Nietzsche mismo describe a Jesús como un Buda en un
terreno muy poco indio: se trata de un ser hipersensible al dolor, una fgura exquisita y superlativamente
delicada, casi irreal, que rehuye cualquier forma de sufrimiento. Representa en grado extremo el
tipo del decadente, el individuo que niega desde lo más íntimo el lado oscuro y peligroso de la vida
y, por tanto, la lucha, la antítesis, la fuerza. Esa debilidad convertida en estado de ánimo
permanente, una negación perfecta de los instintos vivida como paz de espíritu, como luz interior,
como bienaventuranza y beatitud angélicas: esto es Jesús. Jesús es precisamente el contrapunto del
Dios sanguinario y colérico del Antiguo Testamento, el Dios-Padre que castiga y lleva la espada, el
Dios judío. En el Nuevo Testamento, los conceptos de culpa, pecado, castigo, redención han
desaparecido; en esto consiste la buena nueva, en que ahora la religión es simplemente una religión
del amor. Para este espíritu enfermizo, infantil (idiota lo llama Nietzsche), la máxima prueba fue la
prueba de la cruz. Él, que rechazaba instintivamente el dolor, se vio sometido en forma extrema al
mismo; nunca hasta entonces esa paz interior tuvo que soportar una perturbación tan cataclísmica,
nunca hasta entonces el impulso de luchar, de rechazar, de defenderse, tuvieron que ser excluidos y
sometidos de tal forma. Jesús triunfa sobre esta suprema tentación con que se probó su ánimo,
demostrando que es capaz de conservar su beatitud y serenidad casi incomprensibles en condiciones
extremas. Todo el mensaje evangélico es que no hay mensaje evangélico de ningún tipo: que para
alcanzar esa paz interior basta con llevar a cabo una determinada práctica vital, la ejemplifcada por
Jesús18
.
Ahora bien, otra cosa muy diferente es el cristianismo de Pablo, para Nietzsche este es el
híbrido resultante de la mezcla de lo peor de la cultura griega y el judaísmo. De la primera procede
la división de la naturaleza humana en alma y cuerpo y el trato de favor concedido al alma en
detrimento del cuerpo; del judaísmo quedó instalado el odio a toda forma de aristocracia y
prepotencia, y la defensa de la igualdad de todos los hombres en tanto que hijos de un mismo Dios.
El cristianismo sólo puede ser obra de un pueblo de sacerdotes, el pueblo judío. Los judíos son el
pueblo más notable de la historia universal: cien veces vapuleado por potencias muy superiores, pero
dotado de una inquietante voluntad de sobrevivir a costa de lo que sea. Su procedimiento para
conseguirlo ha sido inocular el germen de la decadencia en las culturas anftrionas que les han
tocado en suerte: poner enfermo al mundo para poder subsistir ellos. La historia universal, reconoce
Nietzsche, se ha vuelto interesante sólo después de que los judíos han dejado sus indelebles huellas
dactilares en ella19
.
Los sacerdotes pertenecieron en un principio a las burocracias nobiliarias, pero en los
sucesivos repartos de poder y atribuciones han salido casi siempre desfavorecidos respecto a las
castas de los guerreros y los gobernantes; son aristócratas venidos a menos que deciden tomarse el
desquite por una vía extremadamente tortuosa: su inteligencia. Para obtener esta sofsticada
18 Jesús, por lo tanto, representa una forma vital moralmente mucho más elevada que Platón y Sócrates, pero no
representa la forma antropológicamente vital que Nietzsche preconiza. Jesús, para los ojos de Nietzsche, tiene, al
menos, la belleza de su supremo sufrimiento, pero tiene la bajeza de no querer superarlo. Es, en defnitiva, un héroe
que se rinde ante la adversidad.
19 Claro, depende de cómo se lean estas ideas, uno podría pensar que Nietzsche es un anti semita. De hecho los nazis
lo pensaron y lo usaron para sus propagandas ideológicas en contra de los judíos. Y Nietzsche, que había muerto
bastante antes de que los nazis llegaran al poder, pagó con su fama el hecho de que los nazis lo usaran como
propaganda. Hasta los años setenta, y a partir de lo ocurrido en el mayo del 68 francés, Nietzsche estuvo postergado
para su estudio, como si estudiar a Nietzsche fuera síntoma, o sinónimo de ideas nazis que Europa deseaba alejar
cuanto antes.
venganza hacen tres cosas:
a.) Inventar el orden moral del mundo, despojando al devenir de su inocencia.
Acostumbran a las personas a pensar que la felicidad o infelicidad que experimentan son
responsabilidad suya, por estar relacionadas con la catadura moral de sus conductas. Les
acostumbran igualmente a escudriñar sus actos e intenciones juzgándolos con el simplista criterio
de: pecado o no pecado. Cuanto mayor sea la facilidad con que se está en pecado, más
indispensable se torna la fgura del sacerdote, el único capacitado para limpiar ese tipo de manchas.
b ) Introducir la alienación moral a través de una revelación sagrada. Lo que
Dios entiende por vida buena, el modo como Él desea que los hombres vivan, sólo ha sido
comunicado a los sacerdotes, y ese es un tesoro intangible e inmodifcable: los valores morales
preexisten en sí y por sí, y cada hombre debe orientar su vida a su consecución. Ninguna gran
religión -no sólo el cristianismo- ha podido prescindir de esta gigantesca impostura intelectual que
son sus Sagradas Escrituras, y del efecto alienante inducido por ellas en los hombres20
.
c) Transmutar los valores nobiliarios. El sacerdote vive su debilidad comparativa
respecto a los nobles de rango superior con lo que es su pasión característica: el resentimiento. El
resentimiento es la forma morbosa de la venganza. La venganza es saludable si la réplica es
inmediata (el desarrollo de una pulsión instintiva); en cambio, en el resentimiento, al quedar diferida
la reacción, se produce una recocción insana del impulso en el interior del espíritu. Este
aplazamiento de la cólera lleva a destilar venenos cada vez más peligrosos en el ánimo del resentido,
más alambicados e inteligentes; le prepara para la crueldad fríamente premeditada y con efectos de
largo alcance; traslada su desquite a un plano puramente espiritual. Esto es lo que hace el sacerdote,
el resentido por antonomasia: ya que no puede emular la virtud del noble, convence a todo el
mundo (el noble incluido) de que lo que hasta entonces se entendía por virtud (la excelencia, los
gestos patricios) no es virtud, sino arrogancia y depravación. El sacerdote consigue su refnada
victoria cuando logra avergonzar al aristócrata de aquello que es su máxima divisa: la voluntad de
poder; y lo logra invirtiendo la tabla de valores de la moral aristocrática. Con esto se ha conseguido
domar a estas intemperantes criaturas, a estas hasta entonces magnífcas bestias rubias, convirtiéndolas en
cansinos animales de rebaño.
La exigencia de que se debe creer que, en el fondo, todo se encuentra en las
mejores manos, que un libro, la Biblia, proporciona una tranquilidad defnitiva acerca
del gobierno y la sabiduría divinos en el destino de la humanidad, esa exigencia
representa, retraducida a la realidad, la voluntad de no dejar aparecer la verdad sobre el
20 Resulta evidente que Nietzsche está fuertemente infuido por los pensadores materialistas como Feuerbach en este
punto de su pensamiento.
lamentable contrapolo de esto, a saber, que la humanidad ha estado hasta ahora en las
peores manos, que ha sido gobernada por los fracasados, por los astutos vengativos, los
llamados “santos, esos calumniadores del mundo y violadores del hombre” (...) el
sacerdote (incluidos los sacerdotes enmascarados, los flósofos) se ha enseñoreado de
todo. (...) Qué sentido tienen aquellos conceptos -mentiras, los conceptos auxiliares de la
moral, “alma”, “espíritu”, “voluntad libre”, “Dios”- sino el de arruinar fsiológicamente a la
humanidad.
El sacerdote, con esa especial habilidad propagandística que le caracteriza, se encarga
también de poner de su parte a los débiles de espíritu, a la chusma. Les aclara, en primer lugar, que
aquellos defectos que los marcan y permiten reconocerlos son gratos a los ojos de Dios: Dios ama a
los lisiados de cuerpo y de espíritu, a los desventurados, a los que tienen hambre y sed de Justicia; de
ellos será el reino de los cielos. Y de este modo el sacerdote ha ganado hasta ahora la partida al
aristócrata: por medio de la transmutación de todos los valores. La labor entera del mundo antiguo, en
vano; no tengo palabra que exprese lo que yo siento ante algo tan monstruoso (...), el sentido entero del mundo antiguo,
¡en vano!.. . ¿Para qué los griegos?, ¿Para qué los romanos?. Pero, por otro lado, transmutación de todos los
valores es la propuesta positiva que Nietzsche sugiere para regenerar la cultura occidental: una
inversión de la inversión cristiana de los valores; esto es, un intento de volver a poner sobre
sus pies la venerable moral arcaica de la aristocracia, yendo más allá del bien y del mal.
¿Dónde busca su autor esa nueva mañana, ese delicado arrebol matutino aún no
descubierto con que ha de despuntar un nuevo día –ah, toda una serie, todo un cosmos
de nuevos días-? En una transmutación de todos los valores, en la emancipación del
hombre de todos los valores morales, en un decir sí y tener fe en todo lo que hasta ahora
ha sido prohibido, despreciado y maldecido. Este libro afrmativo derrama su luz, su
amor, su cariño, sobre cosas exclusivamente malas, devolviéndoles el alma, la conciencia
tranquila, el sublime derecho y privilegio de existir.
La cultura europea ha quedado, y sigue, duraderamente infectada por el cristianismo, y
ahora ya no puede dejar de saber esto. El Renacimiento supuso, no obstante, un fugaz interregno
en que se quiso regresar a la forma de vida olímpica y señorial. Para Nietzsche, el símbolo perfecto
de este audaz golpe de mano es el Papa Borgia: un hombre con todas sus pulsiones intactas iba a
ocupar precisamente la sede central del cristianismo. Borgia era el símbolo de la nobleza que
reconquista su poder. Pero un palurdo monje alemán, Lutero, se rasgó las vestiduras ante tamaña
corrupción de la Iglesia, justo en el momento en que lo contrario casi empezaba a ser cierto, cuando
la vida y la salud forecientes estaban a punto de desplazar a la molicie cristiana; Lutero restauró
esta molicie moral, restauró la Iglesia, haciéndola incluso más plebeya, más democrática: otorgando a
cada uno el derecho a hablar directamente con su Dios.
El juicio de Nietzsche llega a la ilustración
Con esto llegamos a la Ilustración, época a la que Nietzsche formula un sí y un no. Dice sí al
fenómeno de la muerte de Dios. La muerte de Dios es sólo el desembarazamiento de toda moral
alienante, la restitución al hombre de la conciencia de ser el creador de valores. Dios ha de morir
para que surja el dios dormido en el hombre: Nietzsche es ateo frente a Dios y politeísta en relación
con el hombre. La sed de esencia, de infnito, de perfección del hombre es la religión naturalizada
que Nietzsche profesa: el superhombre es el dios que habita escondido en el hombre. Una idea
que, según algunos estudiosos, Nietzsche encuentra en los sofstas, a quienes nuevamente vuelve a
revitalizar. Así exponía Calicles ante Platón la idea que nuestro autor transformará en el
superhombre.
No apruebo que Polo te concediera que cometer injusticia es más feo que
sufrirla. En efecto, a consecuencia de esta concesión, también a él le has embarullado en
la discusión y le has cerrado la boca por no atreverse a decir lo que pensaba. [...] En la
mayor parte de los casos son contrarias entre sí la naturaleza (physis) y la ley (nomos).
[...] En efecto, por naturaleza es más feo todo lo que es más desventajoso, por ejemplo,
sufrir injusticia; pero por ley es más feo cometerla. Pues ni siquiera esta desgracia, sufrir
la injusticia, es propia de un hombre, sino de algún esclavo para quien es preferible
morir a seguir viviendo y quien, aunque reciba un daño y sea ultrajado, no es capaz de
defenderse a sí mismo ni a otro por el que se interese. Pero, según mi parecer, los que
establecen las leyes son los débiles de la multitud. [...] Por esta razón, con arreglo a la ley
se dice que es injusto y vergonzoso tratar de poseer más que la mayoría y a esto le llaman
cometer injusticia. Pero, según yo creo, la naturaleza misma demuestra que es así en
todas partes, tanto en los animales como en todas las ciudades y razas humanas, el hecho
de que de este modo se juzga lo justo: que el fuerte domine al débil y posea más. En
efecto, ¿en qué clase de justicia se fundó Jerjes para hacer la guerra a Grecia, o su padre
a los escitas, e igualmente, otros infnitos casos se podrían citar? Sin embargo, a mi
juicio, estas obras con arreglo a la naturaleza de lo justo, y también, por Zeus, con
arreglo a la ley de la naturaleza. Sin duda, no con arreglo a esta ley que nosotros
establecemos, por la que modelamos a los mejores y más fuertes de nosotros,
tomándolos desde pequeños, como a leones, y por medio de encantos y hechizos los
esclavizamos, diciéndoles que es preciso poseer lo mismo que los demás y que esto es lo
bello y lo justo. Pero yo creo que si llegara a haber un hombre con índole apropiada,
sacudiría, quebraría y esquivaría todo esto, y pisoteando nuestros escritos, engaños,
encantamientos y todas las leyes contrarias a la naturaleza, se sublevaría y se mostraría
dueño, y entonces resplandecería la justicia de la naturaleza. Me parece que también
Píndaro [...] dice que, sin comprarlas y sin que las diera Gerión, se llevó Heracles sus
vacas, en la idea de que esto es lo justo por naturaleza: que las vacas y todos los demás
bienes de los inferiores y los débiles sean del superior y del más poderoso.
Nietzsche representa simbólicamente el proceso de desalienación moral del hombre
mediante tres metáforas: el camello, el león y el niño. El camello es el hombre bajo el idealismo
inconmovible, el ser axiológicamente heterónomo21
que agobia su vida con valores a los que supone
una existencia separada. En todo caso, el camello es un individuo respetable en la medida en que
desdeña la facilidad de una vida ordinaria y pequeña, y prefere estar sometido al látigo constante
del deber y fortalecer su espíritu bajo la obligación. El león es la protesta airada contra la alienación;
el león reclama la autonomía, la capacidad de dirección sobre su vida, pero sin saber aún qué hacer
con ella: es el hombre que se ha quedado sin Dios, pero que todavía no ha aprendido a dar un
sentido a su vida. El niño juega engendrando su mundo de valores, ingenuamente, creando y
destruyendo, sin la pesada seriedad del docto, sino permaneciendo capaz en todo momento de
deshacerse de una forma de vida para adoptar otra que entonces convenga mejor a su fuerza.
Nietzsche dice no a la manera completamente superfcial en que los ilustrados creen haberse
sacudido de encima el cristianismo. El cristianismo no es la Iglesia ni el oscurantismo y superstición
anti científcos propalados por ésta. Superada (en el mejor de los casos) la alienación, aún quedan el
odio a los sentidos y el igualitarismo anti aristocrático, dejados prácticamente indemnes por los
ilustrados. Pero donde el olfato de los ilustrados perdió toda su fnura y se extravió por completo fue
en la defensa de lo que Nietzsche llama ideas modernas: democracia, socialismo, nacionalismo,
anarquismo, feminismo, etcétera. Las ideas modernas no son otra cosa que el cristianismo en
política, y precisamente los ilustrados fueron sus principales valedores, indicio nada pequeño de
hasta qué punto desconocieron lo que decían combatir. La escasa profundidad de la crítica al
cristianismo por los ilustrados queda defnitivamente sorprendida si volvemos la vista a Kant.
La sentencia de Nietzsche
Después de este juicio histórico-universal a nuestra cultura, Nietzsche se encuentra en
condiciones de dictar sentencia: la trayectoria de la civilización occidental ha constituido un
progreso, sí, pero sólo un progreso en la decadencia. Y ahora el espectro ominoso que se cierne
sobre ella es la sombra del nihilismo. El nihilismo es la condición que vive el hombre cuando es
incapaz de hallar valores que orienten fructíferamente su vida. El nihilismo puede adoptar dos
formas principales: querer la nada y no querer. Querer la nada es la forma cristiana del nihilismo:
21 Nueva pedantería para que tengáis que buscar en el diccionario; aunque en este caso hay que decir que
técnicamente se trata de la secuencia de palabras más adecuada, decirlo de otro modo sería perder signifcado. Para
que no os canséis demasiado la axiología es la Teoría de los valores, así que axiológicamente heterónomo signifca que posee
valores que no le son propios.
consiste en encumbrar valores contrarios a la vida, hacer de la moral una contra naturaleza. No
querer es el pesimismo que se deriva de una moral naturalista obsesionada por la analgesia y que
padece la evidencia desmoralizadora de que la felicidad, tal y como ella la concibe, es un fruto que
tiende a marchitarse con el tiempo. Si el nihilismo del no querer es una respuesta naturalista al dolor,
el nihilismo cristiano del querer la nada ha dado un sentido al sufrimiento en este mundo al hacerlo
pasar como deseable para alcanzar la beatitud en el otro. El cristianismo ha sustituido el no querer
por el querer la nada.
Nietzsche emplea la palabra nihilismo aún de otra forma: los nihilistas son los que poseían la
convicción de que en el mundo habita una fnalidad; la pérdida de esta convicción (la orfandad al
haber perdido el sentido, el hilo conductor) es aquello en lo que consiste el nihilismo. Aquí distingue
Nietzsche un nihilismo activo (que es la actitud del león que niega y destruye todo valor trascendente
pero es incapaz de fabricarse un sentido) y un nihilismo pasivo (que se aparta con aprensión de
cualquier valor sin combatirlo, que se prohíbe tanto decir sí como decir no, que sólo desea no
desear)22
. Nietzsche combate el nihilismo en su cuna: advierte que todo nihilismo mana de
desautorizar al hombre como creador de sus propios fnes o, en otro caso, de imponerle que sea la
razón (y no el instinto) el que fje tales fnes. Nietzsche niega el primer presupuesto de todo
nihilismo: que el mundo tenga un sentido ya dado. El mundo no es una fecha sino un círculo; la
inocencia del devenir y el eterno retorno son el antídoto de todo nihilismo. Ni en el mundo ni en el
hombre hay intenciones: ésta es la buena nueva que Nietzsche trae a la historia del pensamiento.
Pero combatir el nihilismo no es sufciente para sacar a Europa de su equivocación. Hay que
engendrar deliberadamente una nueva especie de hombre, experimentar con el hombre como con
una planta hasta dar con el tipo adecuado para, conocidas las condiciones de su crianza,
reproducirlas a voluntad y, con ellas, a ese hombre superior. Nietzsche contrapone a una moral de
domas una moral de cría: las morales de doma, como el cristianismo, buscan extirpar los
instintos; las morales de cría, lo que pretenden es disciplinarlos para llevarlos así a su ápice. Son dos
formas de ascesis completamente diferentes. A una moral de cría, conscientemente encaminada a la
formación de superhombres, la denomina Nietzsche la gran política. El superhombre es el anti
nihilista por excelencia que, en primer lugar, no cree en una fnalidad metafísica en el mundo; el
superhombre sólo es posible después de la muerte de Dios. En segundo lugar, obsequia a su
voluntad de poder, permitiéndole que elija los medios o valores que aseguren su ascenso: pues los
valores son siempre medios, no fnes; el fn es la voluntad de poder misma. La cultura occidental
está ya madura para ensayar una transmutación de la transmutación cristiana de los valores, es
decir, para volver a respirar el aroma fuerte y saludable, el aire de alturas de la moral de los héroes
22 Imaginaos, en este momento, a aquellos fanáticos religiosos que se castigan para vencer los deseos de su propio
cuerpo.
homéricos.
Acabemos como empezamos, con unos versos que nos acerquen a un pensador que, al
menos, supo transgredir completamente el mundo de valores morales que le inculcaban para irse en
busca del suyo propio, defendiendo la libertad en su más alto grado.
Aborrezco tanto el seguir como el guiar
¿Obedecer? ¡No! ¿Y mandar? ¡Jamás!
Creo que es difícil encontrar unos versos que representen mejor lo que Nietzsche llamaba un
espíritu libre.

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Nietzsche

  • 1. La crisis de la razón. Friedrich Nietzsche. ¡Dios ha muerto! ¡Viva el hombre! El juez de la cultura occidental Friedrich Nietzsche ha pasado a ser, a partir del día de su muerte, el 25 de agosto de 1900, desde un ídolo de masas a una especie de intelectual proscrito. Sus textos han inspirado a gente tan dispar como a las inteligencias nazis y a los pensadores anarquistas. El hecho de que los nazis lo usaran como ejemplo de un pensador alemán que preconizaba el advenimiento de una raza aria superior (según sus “especiales” interpretaciones de la obra de Nietzsche) hizo que su obra estuviese casi prohibida en el mundo occidental durante todo el tiempo que duró la posguerra; tan sólo a fnales de los años setenta, y como resultado de la infuencia de los pensadores del famoso mayo del 681 , se vuelve a estudiar a Nietzsche con objetividad y sin prejuicios de ningún tipo. Ese mismo ha de ser nuestro cometido, intentar comprender el pensamiento de este “extraño” flósofo sin juzgarlo, al menos sin prejuzgarlo. Se puede decir que lo que Nietzsche hace es crear un pensamiento flosófco propio sobre la base del veredicto que él mismo emite después de analizar toda la cultura occidental a través de su historia. Existen unos versos que dicen así: Odio las almas estrechas. / En ellas no hay nada bueno y casi nada malo. Pues bien, entender a Nietzsche es una tarea que se reduce en buena parte a comprender hasta el fnal ese y casi nada malo. Nietzsche y la moral arcaica Nietzsche establece una cisura profunda en el legado cultural de Grecia al diferenciar entre un antes y un después de Sócrates. Antes de Sócrates está la Grecia arcaica, el mundo que va desde el siglo XII a. C. hasta el VI a. C. La cultura griega arcaica está dominada por una clase, la nobleza, que era el único grupo que aspiraba conscientemente en Grecia a la hegemonía sobre la sociedad en su totalidad, y que estaba dispuesta a perpetuar ese dominio formando una minoría dirigente educada a la sombra de un determinado ideal humano. Ese ideal es el del héroe, el hombre que posee virtud (areté). Areté 1 Se conoce como mayo francés, o mayo del 68, a una cadena de protestas que se llevaron a cabo en Francia, especialmente en París durante los meses de mayo y junio de 1968. Las protestas fueron iniciadas por grupos de estudiantes de izquierdas contrarios a la sociedad de consumo, a los que se fueron uniendo obreros, intelectuales, sindicatos, y el partido comunista francés. El resultado del movimiento fue la mayor huelga general de la historia de Francia, y probablemente de Europa occidental. El gobierno francés, siendo presidente Charles de Gaulle, dimitió y se anunciaron elecciones anticipadas, con lo que fnalizó el grueso de las protestas, que ya se habían extendido durante mayo y junio a Alemania, España, México, Argentina, Uruguay, Estados Unidos, y Checoslovaquia, principalmente y por diversos motivos.
  • 2. signifca excelencia, desempeño óptimo de una función, hacer una cosa muy bien, vamos. En este sentido, se puede hablar de una areté del citarista, de una areté del talabartero, de una areté del aedo2 , etcétera, pero la areté por antonomasia es la areté del guerrero. En sociedades jóvenes, como la griega de la época homérica3 , que necesitan afrmarse frente a otras y que surgen a la historia después de luchas cruentas con sus vecinos, es natural que el prototipo de hombre que es presentado como deseable a la juventud sea el del guerrero. La ética griega arcaica es eminentemente ejemplarista: no está basada tanto en enunciar principios abstractos (obra en bien de la ciudad, sé valeroso, etcétera) cuanto, por el contrario, en proponer una fgura humana cuya excelencia promueva la imitación, la emulación. La posibilidad de poseer esta areté del guerrero era una posesión exclusiva de la nobleza, y se heredaba de padres a hijos; ahora bien, eso no signifca que la posesión efectiva de esa excelencia se diese sin más, por ello mismo el joven aristócrata debe dedicar su vida a ser fel a sus antepasados desarrollando en sí mismo esa disposición a la areté que ha heredado. Esta moral es un método de cría de guerreros, y no todo en ellos es ameno y hermoso. Se educa al héroe para seguir sus instintos, y de estos y de su desarrollo proviene toda la fortaleza del guerrero; pero ese mismo turgente caudal de pulsiones que capacita al noble para las mayores hazañas le dispone también a la crueldad y a una bronca imprudencia. En la Ilíada se nos recuerda que Aquiles no era hombre de condición benigna y mansa, sino muy violento. El héroe aqueo da muerte al troyano Héctor, que antes había segado la vida de su amante Patroclo, y se ensaña a continuación con el cadáver, dándoselo fnalmente de comer a los perros4 . La crueldad con los demás (es decir, con los enemigos o con los desiguales) es casi sólo una proyección al exterior de la crueldad para consigo mismo. El héroe se somete voluntariamente a los padecimientos más atroces y a una vida de constante esfuerzo como único medio para mantener y aumentar su areté, es decir, tanto físicamente como su coraje y su inteligencia. Es preferible la vida vivida intensamente e incluso segada en la for de la juventud a una existencia calculadora y prudente que nos arroja a una mansa e incolora vejez. La mayor gloria es morir en el campo de batalla, cuando aún se es joven y deseado por las mujeres; en otro caso, y como segundo óptimo, alcanzar una vejez henchida de sabiduría. El dolor no es entonces una objeción contra la vida bella y virtuosa, sino un ingrediente esencial de ésta, cosa que supo ver perfectamente Nietzsche cuando, 2 En este caso no estoy intentando dármelas de sabio y demás, sino poner ejemplos claros de ofcios típicos del mundo griego arcaico. El citarista es aquel que toca la cítara, un instrumento musical parecido a la lira pero con caja de resonancia; el talabartero es aquel que manufactura objetos de cuero; y el aedo era el bardo, el poeta. 3 A la Grecia arcaica de la que estamos hablando se la denomina Grecia homérica porque es la que Homero describió felmente en dos famosísimos poemas heroicos: La Ilíada y La Odisea. El primero de ellos es la historia de la guerra de Troya desde que Helena es raptada por Paris, hasta que Aquiles acaba con la vida del héroe troyano Héctor; La Odisea cuenta el penoso regreso de Odiseo (más conocido por su nombre latino, Ulises) desde Troya a su reino de Ítaca. 4 Vamos, que lo que cuenta la película Troya, con Brad Pitt haciendo de Aquiles, no es más que una pijada hollywoodiense. Aunque hay que decir que, en general, la película es una fel recreación de La Ilíada y parte de La Odisea, exceptuando el hecho de prescindir por completo de las acciones de los dioses.
  • 3. con inconfundible emoción, exclama de los griegos: ¡Cuánto tuvo que sufrir este pueblo para poder llegar a ser tan bello! La desmesura y falta de prudencia forman parte de las cualidades heroicas: el noble aspira a no menos que a la paridad con los dioses, lo que suscita la ira de estos y su castigo inmisericorde. La diosa Ate5 , la de los pies ligeros, es la encargada de reprimir la petulancia de los mortales. Fluía la inmortal sangre de la diosa, el icor, que es lo que fuye por dentro de los felices dioses; pues no comen pan ni beben rutilante vino, y por eso no tienen sangre y se llaman imortales. […] ¡Refexiona, Tidida, y repliégate! No pretendas tener designios iguales a los dioses, nunca se parecerán la raza de los dioses inmortales y la de los hombres, que andan a ras de suelo. ¿A qué viene toda esta historia sobre los héroes y su moral arcaica? Pues a que la moral arcaica, la del héroe, aquella que desarrolla la areté es demasiado ajena a nosotros, pero es la que desea recuperar Nietzsche. Por ejemplo, los héroes desconocen el concepto de obrar según la conciencia: el héroe no se auto evalúa, sino que ofrece su conducta al juicio del pueblo, y es este el que le aclama moralmente, o bien lo desprecia condenándolo para siempre. Esa conciencia, ese fuero interno que rige nuestra conducta está unido a la aparición del concepto de alma, pero ese concepto no existía en el mundo que nos dejó por escrito Homero. El alma era únicamente el principio vital que se hace patente sólo cuando el individuo muere y exhala su último aliento. Este alma-aliento quedaba luego confnada en el Hades6 ; allí van a parar las almas de todos los mortales, sean cuales fueren los méritos y virtudes que atesorasen en vida; allí moran como sombras exangües y languidecientes, ávidas de un poco de sangre que les permita recobrar algo de su perdida vitalidad. La vida post-mortem es una vida disminuida y en nada apetecible: cuando en el Canto XI de la Odisea Odiseo convoca las almas de los muertos, comparece ante él el espíritu de Aquiles para decirle (referencia que ya vimos en el primer tema y ahora os recuerdo): No pretendas, Ulises preclaro, buscarme consuelos / de la muerte, que yo más querría ser siervo en el campo / de cualquier labrador sin caudal y de corta despensa / que reinar sobre todos los muertos que allá fenecieron. En ese mundo, tan maravillosamente descrito por Homero, estaba claro que la vida se vivía 5 En la mitología griega Ate, Até, o Atea era la diosa de la fatalidad, la personifcación de las acciones irrefexivas y sus consecuencias. Su nombre siempre estaba relacionado con los errores cometidos tanto por mortales como por dioses debido al exceso de orgullo, lo que les llevaba a la perdición. 6 Hades es el nombre del Dios de los muertos, hermano de Zeus y de Poseidón, y a la vez el nombre de su reino, el reino de los muertos, custodiado, como bien sabéis, por un perro (o can) con tres cabezas de nombre Cerbero. De ahí lo de que un Cancerbero sea quien guarda una puerta, y de ahí que a los porteros, en el fútbol, se les llame en ocasiones Cancerberos.
  • 4. una sola vez, y que tras la muerte no aguardaba ningún tipo de gozo. Sólo una conclusión podía extraer el héroe de todo esto: la vida ha de ser exprimida hasta la última gota y no dejar nada para el más allá. Pues bien, esta moral arcaica es la que Nietzsche hace suya con ligeras aportaciones. Se tratará de una moral naturalista: las presuntas recompensas sobrenaturales, los ideales, son aguardientes del espíritu con los que hasta ahora se ha mantenido engañada a la humanidad, de la misma manera que el aguardiente engaña al estómago, proporcionándole el calor de la verdadera comida, pero sin alimentarlo. Los hombres son los artífces de los valores (un pensamiento que no es original de Nietzsche, pues ya lo hemos visto en Feuerbach y en Marx, hablando del siglo XIX), los creadores y, en su caso, los destructores de los códigos morales7 . Estamos en un plano donde solamente hay hombres, dice Nietzsche. Como genio de la arquitectura, el hombre supera en mucho a la abeja: esta construye con la cera que recoge en la naturaleza; el hombre, con la materia mucho más frágil de los conceptos que está obligado a fabricar por sus propios medios. Por eso el hombre es digno de admiración -pero no por su impulso a la verdad, o al conocimiento puro de las cosas-. Si alguien oculta una cosa detrás de un matojo, después lo busca de nuevo exactamente allí y acaba encontrándolo, no hay mucho de qué vanagloriarse por esta búsqueda y este descubrimiento. Y lo mismo es lo que resulta en la búsqueda y en el descubrimiento de la “verdad” en el dominio que delimita la razón. Si doy la defnición de mamífero, y después de haber examinado un camello digo: “mira, un mamífero” no hay duda que con eso se ha puesto al descubierto una verdad, pero es de valor limitado; quiero decir qu es antropomórfca por todos lados y no contiene ningún punto que sea “verdadero en sí, real y universal, independiente del hombre”. La vida carece de valor si el hombre no se lo da, y tiene el valor que el hombre decida darle; (recupera Nietzsche el pensamiento sofsta, modernizando aquella afrmación de Protágoras según la cual el hombre es la medida de todas las cosas.) Se comprende sin esfuerzo que en una moral sobre naturalista las cuestiones vitales sean: ¿Es mi alma inmortal? ¿Existen otras vidas después de ésta? ¿Hay un Dios que premie a los buenos?, etcétera. Nietzsche dice no haber perdido el tiempo con estas cuestiones. Siguiendo los preceptos que se destilaban en las poesías homéricas, le interesaban, antes bien, las reglas prácticas a seguir para mantener y acrecentar el vigor corporal y un espíritu animoso e inteligente. Buscaba la respuesta a preguntas tales como: ¿Qué dieta seguir? ¿Bajo qué clima desarrollar nuestra vida? ¿Qué diversiones practicar? Nietzsche realiza una distinción entre las morales naturalistas, existiendo aquellas que persiguen la felicidad y aquellas que persiguen huir de la infelicidad. Estas últimas tienen como 7 Esta idea la heredarán, de pleno, los pensadores posmodernos y sus iconos; en uno de estos iconos posmodernos se convirtió la protagonista de la trilogía de Millenium, Lisbeth Salander.
  • 5. representantes al budismo y al estoicismo; son morales analgésicas propias de almas cansadas, que ya han renunciado a la vida, al peligro que ofrece; pues en ellas, es lógico, los medios planteados para ahuyentar el displacer son también los medios que ahuyentan toda felicidad. Dentro de las morales eudemonistas, o perseguidoras de la felicidad, Nietzsche distingue también dos tipos; una es el tipo de ética que persigue el concepto de felicidad kantiano, ampliamente reconocido y extendido: la felicidad es la satisfacción de todas nuestras inclinaciones, sin interrupción y con la máxima intensidad. Nietzsche la bautiza como la felicidad de los vientos del sur, un lugar donde refugiarse del dolor, una relajación de las tensiones, un balneario donde protegernos de los dolores; algo que nos aguarda como una falsa promesa más allá de la consecución de nuestras metas. Despectivamente, Nietzsche dice que éste es el concepto de bienestar con que podrían fantasear los tenderos, los cristianos, las vacas, las mujeres, los ingleses y demás demócratas. La felicidad de los hiperbóreos de la que Nietzsche habla es completamente diferente; no está más allá de la meta sino en el camino hacia ella: es la sensación de exuberancia vital que sobreviene cuando una resistencia ha sido vencida8 . El mismo Nietzsche califca de trágico este concepto de felicidad9 , y aquí se ha de entender que lo trágico en materia moral consiste en la aceptación del lado oscuro10 y peligroso de la vida como medio para conseguir la felicidad; se admite incluso como necesaria una vecindad cada vez más estrecha con el riesgo y lo problemático como requisitos para llegar a la excelencia. La virtud es consecuencia de esta felicidad, y la virtud es poder, y el que posee poder posee también voluntad de poder, o sea, apetencia de más virtud. Para Nietzsche la voluntad de poder son dos cosas a un mismo tiempo; por un lado es el eje fundamental del devenir cósmico (lo que Hegel y Marx pretendían explicar mediante los procesos dialécticos), la tendencia de la naturaleza hacia la movilidad, pero hacia una movilidad ascendente, la naturaleza se perfecciona, se torna cada vez más compleja. Todo lo que vive tiende instintivamente a procurarse los medios para exaltar su vitalidad y a utilizar cualquier cosa como instrumento para lograr ese fn. La voluntad de poder es, así, evidentemente egoísta, pero sin propósito alguno, el egoísmo es una necesidad bajo esta forma. Por otro lado Nietzsche usa la voluntad de poder antropológicamente, para explicar la naturaleza del ser humano, pues esta es la tendencia natural del hombre a obtener más y más potencia y aptitud. Este impulso egoísta se recrudece a medida que se satisface: la euforia que experimenta el hombre que ha visto incrementado su poder le lanza a buscar más11 . El modo por el 8 Para Nietzsche, por ejemplo, la felicidad no se encuentra en la consecución de la mujer o el hombre deseada/o, sino en el mismísimo deseo en sí. 9 Un ejemplo muy cercano, aunque en un mundo que nada tiene que ver con el que pensaba Nietzsche, de este tipo de moral y de felicidad lo podemos encontrar en las canciones de Joaquín Sabina. 10 A fn de cuentas todos, o al menos la gran mayoría de nosotros, cuando vimos La guerra de las galaxias teníamos dos ídolos: uno era Han Solo, el bueno pero que no era tonto, como le pasaba a Luke Skywalker; el otro era directamente Darth Vader, el señor del lado oscuro de la fuerza, que nos cautivaba con aquella profunda y metálica voz cuando nos dijo: No conoces el poder del reverso tenebroso. 11 El deseo del que hablábamos antes nos lleva a la consecución del fn, y este nos lleva a más y más deseo.
  • 6. cual el hombre consigue más poder (y, por tanto, más voluntad de poder) es el vencimiento de resistencias, de obstáculos; pero no se trata de derrotar enemigos o de vencer resistencias cualesquiera, sino de doblegar enemigos y resistencias de nuestro tamaño, es decir, ante las cuales sea siempre posible el fracaso e incluso el fracaso absoluto: la muerte. La voluntad de poder es un Juego de dados con la muerte. Cuanto más duro es el obstáculo, más a fondo tenemos que emplearnos y, por tanto, mayor es la fuerza con la que somos recompensados después de sobrepasarlo. También más elevado es el dolor que padecemos al hacerlo; el dolor es precisamente un síntoma del crecimiento de la fuerza, por lo que resulta ser un momento necesario en la trayectoria ascendente de la voluntad de poder y, en consecuencia, algo que debe ser querido y en absoluto evitado. Esta es la idea que Nietzsche expresa con sus metáforas de los Apolíneo y lo Dionisíaco. Dionisio, que es la voluntad de poder cósmica, se expresa en cada hombre como instinto de auto superación: Yo soy lo que tiene que superarse siempre a sí mismo. Lo que hay de dionisíaco en nosotros inventa valores como medios para que crezca nuestra vitalidad; la voluntad de poder instalada en nosotros propugna la forma de vida que nos exalta y tonifca, que incrementa la gran salud: en última instancia lo que amamos es nuestro deseo, no lo deseado. Lo que propone es que se deje a nuestra dote dionisíaca que, con su infalible inconsciencia, elija lo que nos conviene; la conciencia debe ser desalojada sin miramientos de la moral para dejar trabajar el automatismo certero del instinto. Esto signifca, poco más o menos, que el hombre no posee una voluntad libre12 , no existe ninguna fnalidad13 , ya no sólo en la naturaleza, sino incluso en la porción de naturaleza que el hombre representa; sólo hay apetito de poder. La conducta humana es completamente inocente, lo que signifca negar la validez de la inquisición que ejercita la conciencia; sencillamente, no hay culpa, no hay pecado: no hay, por tanto, nada que buscar, ni para el individuo que actúa ni para el curandero de almas (el sacerdote) que husmea en la conducta de los demás. La voluntad de poder antropológica habita en el cuerpo, mientras que el “espíritu” es el aspecto apolíneo de lo humano, su razón, el medio mediante el cual se inventan procedimientos que regulan la fuerza de los instintos y hace crecer a la voluntad de poder misma. El alma-razón es un médico del organismo, estudia los estímulos a los que se ve sometido y el modo como el cuerpo los registra, y a partir de ahí toma una decisión de aprobación o rechazo: el espíritu es un estómago. Esta dieta espiritual incluye como partes suyas la dieta alimenticia, el clima, las condiciones higiénicas, las formas de recreación; en suma, todos los medios que una moral naturalista prevé para el incremento de la jovialidad. Entre estos medios se encuentra la disciplina del instinto; no propugna la libre andadura de los instintos sino que considera labor de la razón regimentar la fuerza instintiva haciéndola colisionar contra las difcultades. Disciplinar el instinto es, por supuesto, lo contrario de 12 En consecuencia, el mundo racional de la ética kantiana no tiene sentido. 13 Tampoco tiene sentido, por lo tanto, todo tipo de ética religiosa.
  • 7. pretender extinguirlo. Lo apolíneo y lo dionisíaco están presentes también en el cosmos, y Nietzsche emplea estas metáforas para reformular la metafísica del devenir de los griegos, con su énfasis en la tensión dialéctica entre la unidad y lo múltiple, entre el Ser y el Cambio, (el antiguo enfrentamiento entre Parménides y Heráclito). Con esta referencia básica, Nietzsche nos propone la imagen de la Naturaleza como el dios artista Dionisio que engendra incesantemente formas individuales, representaciones apolíneas en que se coagula fugazmente el fujo interminable de la vida, y que son luego destruidas para dejar sitio a otras. Nietzsche aclara que esto sólo es un juego que la vida juega consigo misma: la Naturaleza se regocija de su propia exuberancia entregándose a los placeres recíprocos de la creación y la destrucción. Y este juego cósmico carece por entero de propósito: es lo que llama la inocencia del devenir, similar al juego del niño que hace montones con la arena de la playa y los desbarata luego de un golpe. Nietzsche pretende combatir las concepciones flosófcas que ven en el curso de la historia y de los acontecimientos una fnalidad, una providencia, o una voluntad divina que se está cumpliendo14 ; de tal modo que toda contravención de esa voluntad, todo pecado, es antes o después castigado, con lo que el orden originario prevalece. Esta concepción religiosa y teleológica del devenir es llamada por Nietzsche el orden moral del mundo y Nietzsche nos propone el alivio de desembarazarnos de ella mediante las hipótesis metafísicas de la inocencia del devenir y el eterno retorno de lo mismo. Este último es para Nietzsche su pensamiento auténticamente abismal15 . Para llegar a él arranca de dos premisas: a) la cantidad de fuerza operante en el universo es fnita; b) el tiempo es infnito. De ambas premisas se sigue que las mismas combinaciones de fuerza (es decir, los mismos momentos) se repetirán indefnidamente en un tiempo infnito. Es decir, que todo lo que es, y todo lo que será, ha sido ya antes alguna vez, y que todo lo que es y ha sido volverá a ser de nuevo en el futuro. El talante moral con que el hombre contempla el eterno retorno varía sustancialmente dependiendo de que lo considere desde el pasado o desde el futuro. Desde el pasado, el eterno retorno sugiere fatalismo, predestinación e incluso un franco pesimismo: estamos condenados a repetir lo que ya ha sucedido sin posibilidad de engendrar nada nuevo. Esta idea asfxiante es lo que Nietzsche llama el espíritu de la pesadez: el hombre se ve a sí mismo como un nuevo Sísifo16 condenado a reanudar sin tregua una tarea interminable. Desde el futuro, la idea del eterno retorno lo que sugiere al hombre es la ilimitada responsabilidad de todas sus acciones. Todo lo que hagamos 14 Acordémonos de Aristóteles cuando habla de causa fnal; de Tomás de Aquino cuando otorga esa causa fnal a Dios; de Hegel al hablar del desarrollo dialéctico de la libertad a lo largo de la historia; e incluso de Marx al preconizar el advenimiento de una sociedad comunista. 15 O lo que es lo mismo, que es tan importante que seguro que cae en el examen de una manera o de otra. 16 Personaje de la mitología griega, hijo de Eolo y Enáreta, condenado por Hades a subir una enorme piedra esférica por una columna empinada, de tal forma que la piedra siempre caía justo antes de llegar a la cima y Sísifo se veía obligado a comenzar. (Otra vez es para que veáis lo culto que soy).
  • 8. volverá a darse en el futuro: nuestras acciones producen un eco de infnitas reverberaciones. Cada instante es decisivo para la eternidad porque se repetirá eternamente; y porque, dentro de esto, para repetirse una sola vez dicho instante debe darse el ciclo entero (pero temporalmente fnito) de todos los instantes en un gran año. Para desear que vuelva un instante hay que desear que vuelvan todos los instantes, que todo retorne. Por el concepto de eterno retorno la vida eterna pasa a residir en el más acá, no en el más allá; la misma idea de más allá se desvanece, y con ella las sujeciones y cortapisas morales que deja caer sobre la vida del creyente: las responsabilidades por lo que el hombre ha hecho se harán notar en esta vida (y de manera infnitamente reiterada), no en una imposible existencia más allá de la muerte. Pero también hay que superar estas visiones. Pasado, presente y futuro sólo tienen sentido si presuponemos una percepción lineal del tiempo; pero si el tiempo es circular (y esto es lo que Nietzsche mantiene), pasado, presente y futuro dejan de signifcar lo que estamos acostumbrados a que signifquen. Lo que es pasado, por cuanto volverá a repetirse, es también futuro; y lo que es futuro ha sido pasado alguna vez. La concepción cíclica del tiempo conduce a una perspectiva aún más extraña y radical sobre el eterno retorno: es el eterno retorno de lo mismo. Las repeticiones de lo mismo no son repeticiones numéricamente distintas de un modelo original, es decir, no se van a producir “clones” del original; un gran año no rememora cada uno de los momentos de un gran año anterior, los repite. La distinción numérica de las repeticiones presupone un tiempo lineal que permita ordenarlas: unas antes, otras después, etcétera. Pero este tiempo lineal es lo que Nietzsche afrma explícitamente que no existe. En un tiempo cíclico, las repeticiones sólo pueden ser repeticiones de lo mismo, o lo mismo repetido infnitas veces: no se trata de una repetición distinta de lo mismo, sino de la misma repetición de lo mismo. En pocas palabras, no podemos hablar de la primera repetición, de la segunda repetición de una situación original, sino que el presente es pasado y futuro a la vez. Lo que dice está muy emparentado con las teorías de los sofstas, y Nietzsche fue de los primeros en rehabilitarlos y ponerlos a resguardo de las invectivas lanzadas contra ellos por Platón. En cambio, a Nietzsche le falta todo tipo de misericordia para con Sócrates y su aventajado discípulo. Sócrates es el verdugo de la sabiduría trágica, de la concepción artística de la existencia, de la moral heroica: él representa la exacerbación de lo apolíneo, una superfetación morbosa de la conciencia a la que se supone, contra toda evidencia, como necesaria para la acción virtuosa. Una nueva ascesis que, ya se adivina, nada tiene que ver con la disciplina del instinto, sino con su emasculación17 , queda glorifcada en Sócrates como herramienta para la virtud; la misma virtud es defnida por la negación del cuerpo y la histriónica sobrevaloración del espíritu. Platón nos muestra su crítica al pensamiento moral de la vida arcaica: 17 ¡Pero qué lenguaje uso, uau; emasculación, ascesis, superfetación...! ¡A usar el diccionario!
  • 9. ¿Crees que para un joven es apropiado escuchar que Zeus, impulsado por la pasión sexual, al ver a Hera, se excitó de modo tal, que ni siquiera quiso llegar a su alcoba, sino que prefrió acostarse con ella en el suelo, alegando que era presa de un deseo tal como no lo había poseído ni siquiera la primera vez que se acostaron juntos. (...) O bien contar que Ares y Afrodita fueron encadenados por Hefesto por cosas de la misma índole? El ideal del hombre agonístico (el héroe homérico) es reemplazado por el ideal del hombre teórico, la disputa en la palestra es sustituida por la disputa en el ágora, la destreza en el manejo de las armas por la destreza retórica. En cuanto a Platón, traspone a un plano metafísico la moral de su maestro, haciéndola defnitivamente respetable para los doctos. En Platón, el idealismo moral da lugar a un idealismo metafísico; la histérica repulsa de los sentidos como órganos de placer físico se convierte en descrédito del conocimiento que se obtenga por los sentidos. La metafísica idealista es contemplada por Nietzsche como una insidiosa propaganda moral dirigida contra los valores naturales tonifcantes; es una predicación encubierta de la decadencia: con el idealismo se consigue hacer bascular el centro de gravedad de la vida desde el mundo real a un mundo de espejismos intelectuales, enfáticamente denominados valores superiores, Ideas. A esta difamación sistemática y meticulosa de la vida se la ha considerado hasta ahora como síntoma de un espíritu libre y elevado, y se ha hecho pasar como grandes hombres a los que no son sino corruptores de la humanidad, a quienes han emponzoñado la alegría del instinto llamándola pecado. Este sobre naturalismo en metafísica y en moral es uno de los odios predilectos de Nietzsche; fue incubado por griegos tardíos y embaucadores, como Sócrates y Platón, y por último adoptado por el cristianismo, con lo que su mefítico aroma se extendió universalmente. Ahora mismo, piensa nuestro querido autor, Europa está enferma de idealismo, recluida en la atmósfera de hospital de los valores cristianos; y lo que Nietzsche propone es redimirla de su postración llevándola a respirar de nuevo un aire de alturas, el oxígeno de los valores vitales. Nietzsche y la crítica al cristianismo Nietzsche distingue dos especies muy distintas de cristianismo: el cristianismo de Cristo (o cristianismo evangélico) y el cristianismo de Pablo (San Pablo). El cristianismo evangélico es parecido en muchos aspectos al budismo; Nietzsche mismo describe a Jesús como un Buda en un terreno muy poco indio: se trata de un ser hipersensible al dolor, una fgura exquisita y superlativamente delicada, casi irreal, que rehuye cualquier forma de sufrimiento. Representa en grado extremo el tipo del decadente, el individuo que niega desde lo más íntimo el lado oscuro y peligroso de la vida y, por tanto, la lucha, la antítesis, la fuerza. Esa debilidad convertida en estado de ánimo permanente, una negación perfecta de los instintos vivida como paz de espíritu, como luz interior,
  • 10. como bienaventuranza y beatitud angélicas: esto es Jesús. Jesús es precisamente el contrapunto del Dios sanguinario y colérico del Antiguo Testamento, el Dios-Padre que castiga y lleva la espada, el Dios judío. En el Nuevo Testamento, los conceptos de culpa, pecado, castigo, redención han desaparecido; en esto consiste la buena nueva, en que ahora la religión es simplemente una religión del amor. Para este espíritu enfermizo, infantil (idiota lo llama Nietzsche), la máxima prueba fue la prueba de la cruz. Él, que rechazaba instintivamente el dolor, se vio sometido en forma extrema al mismo; nunca hasta entonces esa paz interior tuvo que soportar una perturbación tan cataclísmica, nunca hasta entonces el impulso de luchar, de rechazar, de defenderse, tuvieron que ser excluidos y sometidos de tal forma. Jesús triunfa sobre esta suprema tentación con que se probó su ánimo, demostrando que es capaz de conservar su beatitud y serenidad casi incomprensibles en condiciones extremas. Todo el mensaje evangélico es que no hay mensaje evangélico de ningún tipo: que para alcanzar esa paz interior basta con llevar a cabo una determinada práctica vital, la ejemplifcada por Jesús18 . Ahora bien, otra cosa muy diferente es el cristianismo de Pablo, para Nietzsche este es el híbrido resultante de la mezcla de lo peor de la cultura griega y el judaísmo. De la primera procede la división de la naturaleza humana en alma y cuerpo y el trato de favor concedido al alma en detrimento del cuerpo; del judaísmo quedó instalado el odio a toda forma de aristocracia y prepotencia, y la defensa de la igualdad de todos los hombres en tanto que hijos de un mismo Dios. El cristianismo sólo puede ser obra de un pueblo de sacerdotes, el pueblo judío. Los judíos son el pueblo más notable de la historia universal: cien veces vapuleado por potencias muy superiores, pero dotado de una inquietante voluntad de sobrevivir a costa de lo que sea. Su procedimiento para conseguirlo ha sido inocular el germen de la decadencia en las culturas anftrionas que les han tocado en suerte: poner enfermo al mundo para poder subsistir ellos. La historia universal, reconoce Nietzsche, se ha vuelto interesante sólo después de que los judíos han dejado sus indelebles huellas dactilares en ella19 . Los sacerdotes pertenecieron en un principio a las burocracias nobiliarias, pero en los sucesivos repartos de poder y atribuciones han salido casi siempre desfavorecidos respecto a las castas de los guerreros y los gobernantes; son aristócratas venidos a menos que deciden tomarse el desquite por una vía extremadamente tortuosa: su inteligencia. Para obtener esta sofsticada 18 Jesús, por lo tanto, representa una forma vital moralmente mucho más elevada que Platón y Sócrates, pero no representa la forma antropológicamente vital que Nietzsche preconiza. Jesús, para los ojos de Nietzsche, tiene, al menos, la belleza de su supremo sufrimiento, pero tiene la bajeza de no querer superarlo. Es, en defnitiva, un héroe que se rinde ante la adversidad. 19 Claro, depende de cómo se lean estas ideas, uno podría pensar que Nietzsche es un anti semita. De hecho los nazis lo pensaron y lo usaron para sus propagandas ideológicas en contra de los judíos. Y Nietzsche, que había muerto bastante antes de que los nazis llegaran al poder, pagó con su fama el hecho de que los nazis lo usaran como propaganda. Hasta los años setenta, y a partir de lo ocurrido en el mayo del 68 francés, Nietzsche estuvo postergado para su estudio, como si estudiar a Nietzsche fuera síntoma, o sinónimo de ideas nazis que Europa deseaba alejar cuanto antes.
  • 11. venganza hacen tres cosas: a.) Inventar el orden moral del mundo, despojando al devenir de su inocencia. Acostumbran a las personas a pensar que la felicidad o infelicidad que experimentan son responsabilidad suya, por estar relacionadas con la catadura moral de sus conductas. Les acostumbran igualmente a escudriñar sus actos e intenciones juzgándolos con el simplista criterio de: pecado o no pecado. Cuanto mayor sea la facilidad con que se está en pecado, más indispensable se torna la fgura del sacerdote, el único capacitado para limpiar ese tipo de manchas. b ) Introducir la alienación moral a través de una revelación sagrada. Lo que Dios entiende por vida buena, el modo como Él desea que los hombres vivan, sólo ha sido comunicado a los sacerdotes, y ese es un tesoro intangible e inmodifcable: los valores morales preexisten en sí y por sí, y cada hombre debe orientar su vida a su consecución. Ninguna gran religión -no sólo el cristianismo- ha podido prescindir de esta gigantesca impostura intelectual que son sus Sagradas Escrituras, y del efecto alienante inducido por ellas en los hombres20 . c) Transmutar los valores nobiliarios. El sacerdote vive su debilidad comparativa respecto a los nobles de rango superior con lo que es su pasión característica: el resentimiento. El resentimiento es la forma morbosa de la venganza. La venganza es saludable si la réplica es inmediata (el desarrollo de una pulsión instintiva); en cambio, en el resentimiento, al quedar diferida la reacción, se produce una recocción insana del impulso en el interior del espíritu. Este aplazamiento de la cólera lleva a destilar venenos cada vez más peligrosos en el ánimo del resentido, más alambicados e inteligentes; le prepara para la crueldad fríamente premeditada y con efectos de largo alcance; traslada su desquite a un plano puramente espiritual. Esto es lo que hace el sacerdote, el resentido por antonomasia: ya que no puede emular la virtud del noble, convence a todo el mundo (el noble incluido) de que lo que hasta entonces se entendía por virtud (la excelencia, los gestos patricios) no es virtud, sino arrogancia y depravación. El sacerdote consigue su refnada victoria cuando logra avergonzar al aristócrata de aquello que es su máxima divisa: la voluntad de poder; y lo logra invirtiendo la tabla de valores de la moral aristocrática. Con esto se ha conseguido domar a estas intemperantes criaturas, a estas hasta entonces magnífcas bestias rubias, convirtiéndolas en cansinos animales de rebaño. La exigencia de que se debe creer que, en el fondo, todo se encuentra en las mejores manos, que un libro, la Biblia, proporciona una tranquilidad defnitiva acerca del gobierno y la sabiduría divinos en el destino de la humanidad, esa exigencia representa, retraducida a la realidad, la voluntad de no dejar aparecer la verdad sobre el 20 Resulta evidente que Nietzsche está fuertemente infuido por los pensadores materialistas como Feuerbach en este punto de su pensamiento.
  • 12. lamentable contrapolo de esto, a saber, que la humanidad ha estado hasta ahora en las peores manos, que ha sido gobernada por los fracasados, por los astutos vengativos, los llamados “santos, esos calumniadores del mundo y violadores del hombre” (...) el sacerdote (incluidos los sacerdotes enmascarados, los flósofos) se ha enseñoreado de todo. (...) Qué sentido tienen aquellos conceptos -mentiras, los conceptos auxiliares de la moral, “alma”, “espíritu”, “voluntad libre”, “Dios”- sino el de arruinar fsiológicamente a la humanidad. El sacerdote, con esa especial habilidad propagandística que le caracteriza, se encarga también de poner de su parte a los débiles de espíritu, a la chusma. Les aclara, en primer lugar, que aquellos defectos que los marcan y permiten reconocerlos son gratos a los ojos de Dios: Dios ama a los lisiados de cuerpo y de espíritu, a los desventurados, a los que tienen hambre y sed de Justicia; de ellos será el reino de los cielos. Y de este modo el sacerdote ha ganado hasta ahora la partida al aristócrata: por medio de la transmutación de todos los valores. La labor entera del mundo antiguo, en vano; no tengo palabra que exprese lo que yo siento ante algo tan monstruoso (...), el sentido entero del mundo antiguo, ¡en vano!.. . ¿Para qué los griegos?, ¿Para qué los romanos?. Pero, por otro lado, transmutación de todos los valores es la propuesta positiva que Nietzsche sugiere para regenerar la cultura occidental: una inversión de la inversión cristiana de los valores; esto es, un intento de volver a poner sobre sus pies la venerable moral arcaica de la aristocracia, yendo más allá del bien y del mal. ¿Dónde busca su autor esa nueva mañana, ese delicado arrebol matutino aún no descubierto con que ha de despuntar un nuevo día –ah, toda una serie, todo un cosmos de nuevos días-? En una transmutación de todos los valores, en la emancipación del hombre de todos los valores morales, en un decir sí y tener fe en todo lo que hasta ahora ha sido prohibido, despreciado y maldecido. Este libro afrmativo derrama su luz, su amor, su cariño, sobre cosas exclusivamente malas, devolviéndoles el alma, la conciencia tranquila, el sublime derecho y privilegio de existir. La cultura europea ha quedado, y sigue, duraderamente infectada por el cristianismo, y ahora ya no puede dejar de saber esto. El Renacimiento supuso, no obstante, un fugaz interregno en que se quiso regresar a la forma de vida olímpica y señorial. Para Nietzsche, el símbolo perfecto de este audaz golpe de mano es el Papa Borgia: un hombre con todas sus pulsiones intactas iba a ocupar precisamente la sede central del cristianismo. Borgia era el símbolo de la nobleza que reconquista su poder. Pero un palurdo monje alemán, Lutero, se rasgó las vestiduras ante tamaña corrupción de la Iglesia, justo en el momento en que lo contrario casi empezaba a ser cierto, cuando la vida y la salud forecientes estaban a punto de desplazar a la molicie cristiana; Lutero restauró esta molicie moral, restauró la Iglesia, haciéndola incluso más plebeya, más democrática: otorgando a cada uno el derecho a hablar directamente con su Dios.
  • 13. El juicio de Nietzsche llega a la ilustración Con esto llegamos a la Ilustración, época a la que Nietzsche formula un sí y un no. Dice sí al fenómeno de la muerte de Dios. La muerte de Dios es sólo el desembarazamiento de toda moral alienante, la restitución al hombre de la conciencia de ser el creador de valores. Dios ha de morir para que surja el dios dormido en el hombre: Nietzsche es ateo frente a Dios y politeísta en relación con el hombre. La sed de esencia, de infnito, de perfección del hombre es la religión naturalizada que Nietzsche profesa: el superhombre es el dios que habita escondido en el hombre. Una idea que, según algunos estudiosos, Nietzsche encuentra en los sofstas, a quienes nuevamente vuelve a revitalizar. Así exponía Calicles ante Platón la idea que nuestro autor transformará en el superhombre. No apruebo que Polo te concediera que cometer injusticia es más feo que sufrirla. En efecto, a consecuencia de esta concesión, también a él le has embarullado en la discusión y le has cerrado la boca por no atreverse a decir lo que pensaba. [...] En la mayor parte de los casos son contrarias entre sí la naturaleza (physis) y la ley (nomos). [...] En efecto, por naturaleza es más feo todo lo que es más desventajoso, por ejemplo, sufrir injusticia; pero por ley es más feo cometerla. Pues ni siquiera esta desgracia, sufrir la injusticia, es propia de un hombre, sino de algún esclavo para quien es preferible morir a seguir viviendo y quien, aunque reciba un daño y sea ultrajado, no es capaz de defenderse a sí mismo ni a otro por el que se interese. Pero, según mi parecer, los que establecen las leyes son los débiles de la multitud. [...] Por esta razón, con arreglo a la ley se dice que es injusto y vergonzoso tratar de poseer más que la mayoría y a esto le llaman cometer injusticia. Pero, según yo creo, la naturaleza misma demuestra que es así en todas partes, tanto en los animales como en todas las ciudades y razas humanas, el hecho de que de este modo se juzga lo justo: que el fuerte domine al débil y posea más. En efecto, ¿en qué clase de justicia se fundó Jerjes para hacer la guerra a Grecia, o su padre a los escitas, e igualmente, otros infnitos casos se podrían citar? Sin embargo, a mi juicio, estas obras con arreglo a la naturaleza de lo justo, y también, por Zeus, con arreglo a la ley de la naturaleza. Sin duda, no con arreglo a esta ley que nosotros establecemos, por la que modelamos a los mejores y más fuertes de nosotros, tomándolos desde pequeños, como a leones, y por medio de encantos y hechizos los esclavizamos, diciéndoles que es preciso poseer lo mismo que los demás y que esto es lo bello y lo justo. Pero yo creo que si llegara a haber un hombre con índole apropiada, sacudiría, quebraría y esquivaría todo esto, y pisoteando nuestros escritos, engaños, encantamientos y todas las leyes contrarias a la naturaleza, se sublevaría y se mostraría
  • 14. dueño, y entonces resplandecería la justicia de la naturaleza. Me parece que también Píndaro [...] dice que, sin comprarlas y sin que las diera Gerión, se llevó Heracles sus vacas, en la idea de que esto es lo justo por naturaleza: que las vacas y todos los demás bienes de los inferiores y los débiles sean del superior y del más poderoso. Nietzsche representa simbólicamente el proceso de desalienación moral del hombre mediante tres metáforas: el camello, el león y el niño. El camello es el hombre bajo el idealismo inconmovible, el ser axiológicamente heterónomo21 que agobia su vida con valores a los que supone una existencia separada. En todo caso, el camello es un individuo respetable en la medida en que desdeña la facilidad de una vida ordinaria y pequeña, y prefere estar sometido al látigo constante del deber y fortalecer su espíritu bajo la obligación. El león es la protesta airada contra la alienación; el león reclama la autonomía, la capacidad de dirección sobre su vida, pero sin saber aún qué hacer con ella: es el hombre que se ha quedado sin Dios, pero que todavía no ha aprendido a dar un sentido a su vida. El niño juega engendrando su mundo de valores, ingenuamente, creando y destruyendo, sin la pesada seriedad del docto, sino permaneciendo capaz en todo momento de deshacerse de una forma de vida para adoptar otra que entonces convenga mejor a su fuerza. Nietzsche dice no a la manera completamente superfcial en que los ilustrados creen haberse sacudido de encima el cristianismo. El cristianismo no es la Iglesia ni el oscurantismo y superstición anti científcos propalados por ésta. Superada (en el mejor de los casos) la alienación, aún quedan el odio a los sentidos y el igualitarismo anti aristocrático, dejados prácticamente indemnes por los ilustrados. Pero donde el olfato de los ilustrados perdió toda su fnura y se extravió por completo fue en la defensa de lo que Nietzsche llama ideas modernas: democracia, socialismo, nacionalismo, anarquismo, feminismo, etcétera. Las ideas modernas no son otra cosa que el cristianismo en política, y precisamente los ilustrados fueron sus principales valedores, indicio nada pequeño de hasta qué punto desconocieron lo que decían combatir. La escasa profundidad de la crítica al cristianismo por los ilustrados queda defnitivamente sorprendida si volvemos la vista a Kant. La sentencia de Nietzsche Después de este juicio histórico-universal a nuestra cultura, Nietzsche se encuentra en condiciones de dictar sentencia: la trayectoria de la civilización occidental ha constituido un progreso, sí, pero sólo un progreso en la decadencia. Y ahora el espectro ominoso que se cierne sobre ella es la sombra del nihilismo. El nihilismo es la condición que vive el hombre cuando es incapaz de hallar valores que orienten fructíferamente su vida. El nihilismo puede adoptar dos formas principales: querer la nada y no querer. Querer la nada es la forma cristiana del nihilismo: 21 Nueva pedantería para que tengáis que buscar en el diccionario; aunque en este caso hay que decir que técnicamente se trata de la secuencia de palabras más adecuada, decirlo de otro modo sería perder signifcado. Para que no os canséis demasiado la axiología es la Teoría de los valores, así que axiológicamente heterónomo signifca que posee valores que no le son propios.
  • 15. consiste en encumbrar valores contrarios a la vida, hacer de la moral una contra naturaleza. No querer es el pesimismo que se deriva de una moral naturalista obsesionada por la analgesia y que padece la evidencia desmoralizadora de que la felicidad, tal y como ella la concibe, es un fruto que tiende a marchitarse con el tiempo. Si el nihilismo del no querer es una respuesta naturalista al dolor, el nihilismo cristiano del querer la nada ha dado un sentido al sufrimiento en este mundo al hacerlo pasar como deseable para alcanzar la beatitud en el otro. El cristianismo ha sustituido el no querer por el querer la nada. Nietzsche emplea la palabra nihilismo aún de otra forma: los nihilistas son los que poseían la convicción de que en el mundo habita una fnalidad; la pérdida de esta convicción (la orfandad al haber perdido el sentido, el hilo conductor) es aquello en lo que consiste el nihilismo. Aquí distingue Nietzsche un nihilismo activo (que es la actitud del león que niega y destruye todo valor trascendente pero es incapaz de fabricarse un sentido) y un nihilismo pasivo (que se aparta con aprensión de cualquier valor sin combatirlo, que se prohíbe tanto decir sí como decir no, que sólo desea no desear)22 . Nietzsche combate el nihilismo en su cuna: advierte que todo nihilismo mana de desautorizar al hombre como creador de sus propios fnes o, en otro caso, de imponerle que sea la razón (y no el instinto) el que fje tales fnes. Nietzsche niega el primer presupuesto de todo nihilismo: que el mundo tenga un sentido ya dado. El mundo no es una fecha sino un círculo; la inocencia del devenir y el eterno retorno son el antídoto de todo nihilismo. Ni en el mundo ni en el hombre hay intenciones: ésta es la buena nueva que Nietzsche trae a la historia del pensamiento. Pero combatir el nihilismo no es sufciente para sacar a Europa de su equivocación. Hay que engendrar deliberadamente una nueva especie de hombre, experimentar con el hombre como con una planta hasta dar con el tipo adecuado para, conocidas las condiciones de su crianza, reproducirlas a voluntad y, con ellas, a ese hombre superior. Nietzsche contrapone a una moral de domas una moral de cría: las morales de doma, como el cristianismo, buscan extirpar los instintos; las morales de cría, lo que pretenden es disciplinarlos para llevarlos así a su ápice. Son dos formas de ascesis completamente diferentes. A una moral de cría, conscientemente encaminada a la formación de superhombres, la denomina Nietzsche la gran política. El superhombre es el anti nihilista por excelencia que, en primer lugar, no cree en una fnalidad metafísica en el mundo; el superhombre sólo es posible después de la muerte de Dios. En segundo lugar, obsequia a su voluntad de poder, permitiéndole que elija los medios o valores que aseguren su ascenso: pues los valores son siempre medios, no fnes; el fn es la voluntad de poder misma. La cultura occidental está ya madura para ensayar una transmutación de la transmutación cristiana de los valores, es decir, para volver a respirar el aroma fuerte y saludable, el aire de alturas de la moral de los héroes 22 Imaginaos, en este momento, a aquellos fanáticos religiosos que se castigan para vencer los deseos de su propio cuerpo.
  • 16. homéricos. Acabemos como empezamos, con unos versos que nos acerquen a un pensador que, al menos, supo transgredir completamente el mundo de valores morales que le inculcaban para irse en busca del suyo propio, defendiendo la libertad en su más alto grado. Aborrezco tanto el seguir como el guiar ¿Obedecer? ¡No! ¿Y mandar? ¡Jamás! Creo que es difícil encontrar unos versos que representen mejor lo que Nietzsche llamaba un espíritu libre.