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HOMILÍAS DE DIFUNTOS
1. Homilía para público amplio: la vida no termina, no
tengamos miedo.
Textos: Sabiduría 3,1-9
1. (La vida de los hombres no termina con la muerte)
El hecho de la muerte se alza como un muro lleno de
interrogantes y
de temor en el centro mismo del camino de la vida. Vamos
avanzando por
nuestra existencia y, de repente, nos encontramos
encarados con esta
muralla misteriosa que nos impide el paso. Y en su misma
base dejamos
los restos de nuestro cuerpo. Los familiares, los amigos
piadosamente los
recogen y los entierran. ¿Todo se ha terminado para
nosotros? Este es
uno de los interrogantes escritos en la muralla de la muerte
y que nos
llena de angustia: ¿LA VIDA DE LOS HOMBRES SE TERMINA
CON LA
MUERTE?
La Palabra de Dios que hemos leído NOS DICE QUE NO: "La
gente
insensata—los que no tienen fe—pensaban que morirían—
que todo se
terminaba para ellos—, consideraba su tránsito como una
desgracia, su
partida de entre nosotros—esto es, el pasar de una a otra
manera de
vivir—como una destrucción. Pero ellos están en paz". Parece
como si
esta muralla de la muerte fuera impenetrable, que no nos
deja pasar al
otro lado, pero nuestra vida, aquello que constituye
verdaderamente
nuestra personalidad, "probada como oro en crisol", libre de
los
obstáculos que nos imponían el tiempo y el espacio,
"resplandecerá como
chispa que prende" y atravesará el muro. HEMOS PASADO
AL OTRO
LADO. En este momento solemne se cumple lo que hemos
oído en la
lectura: "Los que confien en el Señor conocerán la verdad, y
los fieles
permanecerán con él en el amor".
2. (Los que han muerto están en manos de Dios)
Ahora encontramos también respuesta a otro de los
interrogantes de la
muerte: ¿DONDE ESTAN NUESTROS DIFUNTOS? ¿QUIEN SE
PREOCUPA AHORA DE ELLOS? Desde la fe podemos decir:
"La vida de
los justos está en manos de Dios" No tengamos miedo, ya
que
NUESTROS DIFUNTOS ESTAN EN BUENAS MANOS, mucho
mejores que
las nuestras. Pues mientras vivían y estaban con nosotros,
más de una
vez fueron victimas de nuestros defectos, de nuestras
limitaciones, de
nuestro egoísmo y de nuestras injusticias. Ahora están en las
manos de
Dios: manos de padre que acogen, que comprenden, que
aman y por ello
siempre están dispuestas a perdonar. Manos de padre y de
madre llenas
de amor. Las manos de Dios nos han dado la vida, se han
juntado con las
nuestras y nos han conducido por los caminos de la
existencia, nos han
educado para la libertad, para la responsabilidad, para el
amor. Por ello
nos han salvado, nos han liberado, y han hecho que
llegásemos a ser lo
que somos: nosotros. Las manos de Dios se alargan también
hacia
nosotros a la hora de la muerte y nos llevan al otro lado de
la frontera, allí
donde "ningún tormento nos tocará", a la felicidad inmensa,
al lugar del
reposo, de la luz y de la paz, a la inmortalidad.
Nuestro hermano ha dado este paso definitivo. Ahora está
con Dios.
ACOMPAÑEMOSLE CON NUESTRO RECUERDO Y CON
NUESTRA
PLEGARIA, unidos a Jesucristo, nuestro hermano mayor, que
ha muerto y
ha resucitado y nos ha enseñado el camino que conduce a
nuestra casa,
a la casa de Dios, a la casa del Padre y la Madre, a la casa
donde todos
nos hemos de reunir para siempre.
JOSEP M. ARAGONÉS
Sant Sadurní d'Anoia (Barcelona)
2. Homilía popular: Dios quiere salvar; pidamos que acoja a
este
hermano nuestro.
Textos: Romanos 14,7-12
1. (Toda la vida se presenta ante Dios)
A primera vista, parece como si san Pablo dijera que es igual
vivir
como morir, porque dice: "SI VIVIMOS, VIVIMOS PARA EL
SEÑOR; SI
MORIMOS, MORIMOS PARA EL SEÑOR".
Entendida así, esta afirmación no nos acabaría de convencer.
Todos
los que estamos aquí amamos la vida. La muerte se nos
presenta como
una cosa negativa, como el final de nuestro camino en este
mundo, un
alejamiento de todo lo que nos rodea, una imposibilidad de
seguir
realizando nuestros proyectos de futuro...
Pero situémonos en nuestra perspectiva, seguramente la que
debería
tener san Pablo cuando hacia aquellas afirmaciones.
Nosotros somos
criaturas de Dios. No podemos estar al margen de esta
dependencia. Y a
pesar de que muchos de nosotros muchas veces no lo
pensemos, la
realidad es que DEPENDEMOS EN TODO DE DIOS y que
nuestra vida es
como un acto de culto a Dios.
Por suerte, hay muchas personas que viven esta realidad de
una
manera consciente. Cada día, cada hora, cada minuto,
ofrecen a Dios
todo lo que hacen. Como el escritor que escribe cada día una
hoja y, al
llegar la noche la revisa, corrige aquello que no le gusta y la
deja
preparada para su publicación Así hacemos nosotros,
acumulando cada
día de nuestra vida todo lo bueno que hemos podido hacer. Y
al llegar la
hora de la muerte, esta página, escrita cada día, se junta a
las otras: son
las obras completas. LA MUERTE ES EL OFRECIMIENTO DE
TODA LA
VIDA, ENTERA, DE GOLPE. Mientras vivíamos, la ofrecíamos
minuto a
minuto. A la hora de la muerte, la ofrecemos toda entera.
Desde esta
óptica sí que son semejantes la vida y la muerte. "Si
vivimos, vivimos para
el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en
la muerte
somos del Señor".
2. (Oremos por este hermano al Dios que salva)
Nuestro hermano ha llegado al término de su vida mortal. EL
SEÑOR
HABRA APRECIADO TODO LO BUENO QUE HA IDO
HACIENDO, EL
DESIGNIO DE DIOS ES DE SALVACION. "Cristo murió y
resucitó" para
indicar que también nosotros los creyentes, pasando por la
muerte,
estamos llamados a la vida. Los méritos infinitos de
Jesucristo y todo lo
positivo que habremos hecho mientras vivíamos nos darán
acceso a la
vida eterna. "Todos hemos de comparecer ante el tribunal de
Dios. Cada
uno dará cuenta a Dios de sí mismo".
Hermanos, yo os invito ahora a orar. Hacemos como de
abogados
defensores en un juicio. Que nuestra plegaria sea un
DECIRLE A DIOS
QUE VALORE TODO LO BUENO y positivo que ha hecho
nuestro
hermano mientras vivía y que, misericordioso, no le tenga en
cuenta todo
lo que quizás por debilidad humana no pudo controlar.
Seguramente él
mismo ya debía ir puliendo a tiempo todo aquello con lo que
no estaba de
acuerdo. Confiemos reencontrarnos un día en la casa del
Padre.
ALBERT TAULÉ
Sabadell (Barcelona)
3. Homilía basada en las "bienaventuranzas", adaptable a
diversos
públicos, especialmente pensada para exequias de difuntos
que —de
algún modo— hayan vivido lo que Jesús anuncia en las
bienaventuranzas: pobreza, dolor, paz, lucha por la justicia,
etc. Es decir,
como dice la primera lectura, amor a los hermanos, dar la
vida por los
hermanos.
Textos: 1 Juan 3,14-16
Mateo 5,1-12a
1. {La gran verdad que anuncia Jesús)
Hemos escuchado este ANUNCIO DE DICHA, DE FELICIDAD,
DE VlDA
(y diría que incluso de triunfo) que pronunció Jesús en el
inicio de su
predicación.
Y PUEDE PARECER EXTRANO que lo hayamos leído con
motivo de
una celebración exequial, es decir, en esta reunión de
plegaria por la
muerte de... Puede parecer extraño y sin duda lo es si lo
miramos desde
un punto de vista puramente humano. Pero aquí nos hemos
reunido como
cristianos, como creyentes en Jesucristo, en Aquel que
pronunció estas
extrañas palabras. Por eso nos atrevemos a leerlas: porque
creemos que
su palabra es Palabra de Dios, es decir, la verdad más
profunda, la más
real, más allá de la verdad aparente que suele dominar en
nuestro modo
de pensar y de sentir de cada dia.
Y LA GRAN VERDAD QUE ANUNCIÓ CON FUERZA JESUS, EL
HlJO DE
DIOS, ES ÉSTA: son dichosos, son felices, de ellos es el
Reino de Dios,
los que han vivido como pobres, en la sencillez, quizá en el
dolor. Los
hijos de Dios —ahora y para siempre—, los que verán a Dios
y poseerán
su herencia de paz y felicidad, son los que vivieron con
hambre y sed de
justicia, los que supieron amar en su vida de cada día, los
limpios de
corazón, los que comunicaron paz.
2. (Una celebración de comunión)
Y quizá en su vida aquí en la tierra todo esto no fue
comprendido, no
fue valorado como se merecía. Quizá ni ellos mismos lo
comprendieron.
Pero si lo vivieron —y eso es lo que, hermanos, importa al fin
y al cabo—
DIOS LES ACOGE COMO HIJOS SUYOS. Por eso dice Jesús —
lo
acabamos de leer—: "estad alegres y contentos, porque
vuestra
recompensa será grande en el cielo". Una alegría y una
recompensa que
tienen ya plenamente los que viven en total comunión con
Dios en aquel
país que llamamos "cielo", pero de lo que —de algún modo—
participamos ya ahora aquellos que compartimos su amor,
su bondad, su
camino duro de cada dia. Su alegría y su dolor.
Por eso esta celebración nuestra, hoy, es de COMUNION.
Comunión
con un camino que no ha terminado, que se ha transformado
en dicha.
Comunión con Dios y con los hermanos que ya no viven
entre nosotros.
Pero su recuerdo seguirá vivo, ejemplar —más allá de todo lo
que hay de
pecado o de deficiencia en cada hombre o mujer—; su
recuerdo podrá
ayudarnos.
3. (Amor y vida)
Hemos leído antes en primer lugar, unas palabras del apóstol
Juan que
resumen nuestra fe cristiana. Esta fe que, de algún modo,
hoy
deberíamos reafirmar y renovar. Nos decía san Juan que "el
que no ama
permanece en la muerte". O dicho al revés: el que ama, vive
para
siempre. Esta es nuestra fe. Nos decía también: "nosotros
hemos pasado
de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los
hermanos". Esta
debe ser—y pidámosio hoy— la consecuencia de nuestra fe,
para que
sea fe de verdad, fe de vida. Y terminaba diciendo: "EN
ESTO HEMOS
CONOCIDO EL AMOR: en que él —Jesús— dio su vida por
nosotros". Es
lo que renovamos cada vez que celebramos la Eucaristía:
nuestra fe en el
amor de Dios que nos enseña que "también nosotros
debemos dar
nuestra vida por los hermanos". Que así sea.
JOAQUIM GOMIS
4. Homilía para público cristiano popular. Tema central:
Hermanos en
el dolor y en la esperanza. (Celebración con eucaristía).
Textos: Romanos 8,14-23
Mateo 11,25-30
1. (Unidos en el dolor y la esperanza)
Dios Padre nos acaba de hablar como nos habla siempre que
nos
reunimos en su casa, el templo. Sólo que hoy nosotros, sus
hijos,
ESTAMOS DE LUTO: se os ha muerto un hermano, N., que
en el cielo
esté. Es como si nos hubiéramos muerto un poco de
nosotros mismos, tal
es la pena que pasamos. Le conocíamos, le amábamos, nos
amaba...
Podemos afirmar que en estos momentos nos une el dolor,
miembros
como somos de la misma familia humana, solidarios los unos
de los otros,
enfrentados con el común destino fatal, la muerte. A veces la
alegría
también suele unirnos, pero no tan intensamente; nos
vuelve eufóricos,
orgullosos, egoístas. El dolor, en cambio, nos hace humildes,
impotentes,
compasivos.
Ya que nos une un mismo dolor, yo os invito, amigos, a
sentirnos
hermanados por una misma esperanza. No por una
esperanza cualquiera,
ilusoria, evasiva, grotesca, sino POR LA ESPERANZA QUE SE
FUNDA EN
LA PALABRA DE DIOS QUE HEMOS ESCUCHADO. Los
cristianos, ya lo
sabemos, sufrimos y morimos como todos los demás
hombres (iy el Padre
no nos ahorra nada!), pero somos capaces de morir y sufrir
de manera
distinta, no ya sólo con dignidad, sino con esperanza. Como
Jesús. Con
Jesús.
2. (La esperanza de la alegría y de la vida para todos los
hombres:
somos hijos de Dios)
¿Os habéis fijado en las palabras que leíamos antes? ¡Ah,
qué luz, qué
consuelo, qué fortaleza nos dan en circunstancias como ésta!
"Pienso,
decia san Pablo, que los trabajos de ahora no pesan lo que la
gloria que
un día se nos descubrirá". Y eso que sufrimientos, en este
mundo, hay
muchos, incalculables: a los naturales, inherentes a la
imperfección de las
cosas, hay que sumar los que vamos añadiendo los hombres
con nuestro
pecado. Pues bien, toda ESTA ENORME CANTIDAD DE
SUFRIMIENTOS,
toda esta triste herencia humana que nos vamos pasando de
generación
en generación, NO SE PUEDE COMPARAR CON EL CIELO QUE
NOS
ESPERA, la otra herencia de alegría que nos corresponde
como hijos de
Dios.
"La creación entera está gimiendo toda ella con dolores de
parto".
Pensemos, por ejemplo, en los pobres y en los enfermos, en
los
hambrientos y en los emigrantes, en los jóvenes y en los
ancianos, en los
presos y en los que no tienen trabajo, en los labradores y en
los obreros
de las fábricas, en todos aquellos que experimentan de una u
otra
manera la existencia del mal y del pecado. Pensemos
también en la lucha
que mantienen los hombres de buena voluntad (iy todos
tendríamos que
serlo!), en favor de la verdad, de la justicia, de la paz.
Pensemos,
también, en los esfuerzos de renovación que hace la Iglesia,
impulsada
por el Espíritu, para mantenerse fiel al evangelio y a los
signos de los
tiempos. Ya que, ASÍ COMO LOS DOLORES DE LA MADRE
SON
REDENTORES PORQUE DAN A LUZ AL HIJO, ASI TAMBIEN LO
SERAN
NUESTROS SUFRIMIENTOS Y NUESTRA MISMA MUERTE, si
sabemos
asumirlos, de cara a nuestra definitiva salvación en Dios.
Aquello que
expresó Maragall en aquel verso maravilloso: "Séame la
muerte un mayor
nacimiento".
Es, hermanos, LA CONSECUENCIA NATURAL DE NUESTRA
FE: "Si
somos hijos, también herederos, herederos de Dios y
coherederos con
Cristo con tal que suframos con él para tener parte en su
gloria". Ahora,
después del bautismo, ya somos hijos, pero sólo lo somos en
tanto que
nos anima el Espíritu de Dios, o sea, de manera imperfecta,
inmadura,
sometida al pecado, como si aún estuviéramos dentro del
vientre de la
madre. Vendrá un día en que seremos "plenamente hijos,
cuando nuestro
cuerpo sea redimido", A SEMEJANZA DE JESUS, NUESTRO
HERMANO
MAYOR, el cual, después de haber muerto, fue resucitado a
gloria de
Dios Padre. Este es el fundamento más profundo de nuestra
esperanza.
Esta creemos que es la fuerza, la única fuerza, que mantiene
a la
humanidad y que la ayuda a avanzar, a pesar de todo, hacia
su plenitud
de vida y comunión de amor con Dios.
3 (Un misterio que pide fe y confianza)
Historias! —pensará alguien. Ah, no, hermanos, no lo creáis.
Los
sabios y entendidos de este mundo, aquellos que sólo
confían en la
ciencia, en el dinero y en el poder, esto, ni lo entienden ni lo
quieren
entender. Ya se quejaba Jesús; SOLO ES DADO DE
ENTENDERLO A
LOS SENCILLOS Y HUMILDES DE CORAZON. A nosotros, si
somos
capaces de fiarnos del Padre. No hagáis caso de aquellos que
prometen
paraísos terrenales como si Dios no existiera y el hombre no
tuviera un
destino trascendente. Ahora, eso si, y éste es nuestro
compromiso: en un
mundo tan materializado y tan falto de horizontes, nosotros
los creyentes
debemos ser signos de fe y de esperanza con nuestra
manera de vivir y
de morir, con nuestra manera de amar.
¿Por qué Dios, si es tan bueno y poderoso, permite que
suframos y
muramos? ¿Cualquier padre de la tierra no evitaría
semejantes
desgracias a sus hijos, si pudiera hacerlo? Es una tentación
que a
menudo nos asalta y un reproche que nos hacen quienes no
tienen fe.
Mirad, hermanos; nos encontramos ante un misterio, pero
un misterio de
amor, como el misterio de la existencia. No hay ningún
absurdo. El Padre
no está sordo a nuestras súplicas. Su silencio es más
aparente que real.
Nos ha dado una vez para siempre su respuesta, UNA
RESPUESTA MAS
CONTUNDENTE QUE TODAS LAS PALABRAS: JESUS, SU
PROPIO HIJO,
CLAVADO EN CRUZ. Sólo nos hace falta confiar en él como
Jesús
confiaba. No tengamos miedo: somos hijos, no esclavos.
Abandonémonos
a él con el gesto espontáneo y seguro del niño pequeño que
se lanza a
los brazos de su padre.
Después de habernos hablado, el Padre nos invita a la mesa:
a
celebrar su amor y reponer nuestras fuerzas con el Cuerpo y
la Sangre
de su Hijo. No nos deja solos, abandonados. SUFRE CON
NOSOTROS.
Mientras acoge con una mano a nuestro hermano difunto,
N., y le corona
de gloria al lado de Jesús, de la Virgen Maria y de los otros
santos, con la
otra mano limpia nuestras lágrimas y nos guarda de caer en
el abismo. Sí,
estamos cansados y agobiados. Descarguémonos un poco.
Aquí y sólo
aquí encontraremos el reposo y la paz. Amen.
CLIMENT FORNER
Navas (Solsona)
5. Homilía para público cristiano popular. La muerte, la "hora
de la
verdad".
Textos: Mateo 25,1-13
1. (La hora de la verdad)
Aunque tengamos muy sabido que la muerte tiene que llegar
también a
la gente que conocemos y amamos, y aunque incluso la
enfermedad nos
lo anuncie, hoy nos encontramos aquí tristes y sorprendidos.
Tristes porque conocíamos y apreciábamos y amábamos a
este
hermano nuestro que se ha ido, y sorprendidos porque, por
más que lo
sepamos, siempre nos parece que no puede ser, que no es
posible que la
vida de este mundo llegue un momento en que termine.
Pero esta es la realidad, esta es la condición humana: llega
un día en
que la vida de este mundo termina, y los hombres nos
hallamos ante la
hora de la verdad, el momento definitivo de la existencia. Y
hoy estamos
aquí para decir adiós a este hermano nuestro que llego a
este momento
definitivo, a esta hora de la verdad.
El no se encuentra ya entre nosotros, él está ahora ante Dios
esperando que la bondad infinita del Padre le abra las
puertas de la vida
eterna, de la esperanza eterna, del gozo eterno.
El se ha presentado ante Dios, ante el Padre, llevando en sus
manos,
como las doncellas del evangelio, la lámpara encendida de su
buena
voluntad, la lámpara encendida del bien que se haya
esforzado en
realizar en este mundo. Y nuestra confianza, la confianza de
los
cristianos, es ésta: que Dios va a tomar esta luz, esta
pequeña llama y la
va a convertir en la luz eterna del gozo, de la vida, de la paz.
Por eso nos encontramos aquí Para decirnos mutuamente
que
creemos en la bondad infinita de Dios, y para orar todos
juntos por este
hermano nuestro, para que verdaderamente Dios lo acoja
para siempre
en su Reino.
2. (A nosotros nos llegará también la hora de la verdad)
Pero al mismo tiempo, el hecho de encontrarnos diciendo
adiós y
orando por este hermano nuestro que murió, es también una
llamada,
una invitación para la vida de cada uno de nosotros. Es una
llamada que
nos recuerda que también a nosotros nos llegará un día esta
hora de la
verdad. No sabemos cuando será, no podemos imaginarlo.
Pero sabemos
que llegará un momento en que nuestra vida de aquí habrá
terminado, y
entonces deberemos tener las lámparas encendidas, como
aquellas
doncellas que esperaban la llegada del
esposo.
¡Y cómo valdrá la pena que en este momento, cuando
lleguemos a
este momento, nuestra vida pueda aparecer como una
claridad fuerte,
viva, intensa! ¡Cómo valdrá la pena que en esta hora de la
verdad
podamos darnos cuenta de que síi, de que hemos vivido la
vida
profundamente, seriamente, valiosamente!
¡Y qué tristeza, qué lástima, si tuviéramos que darnos cuenta
de que
solamente nos hemos pasado la vida a base de ir tirando, sin
tomarnos
en serio nada que valiera la pena, sin haber contribuido a la
felicidad de
los demás, sin haber procurado amar de veras!
Entonces llegaríamos a este momento definitivo con una
lampara
apagándose, que apenas serviría de nada. Habríamos
perdido la vida
muy lamentablemente. Y ante nuestro Padre del cielo, y ante
los demás
hombres, y ante nosotros mismos, deberíamos reconocer
que habíamos
defraudado las esperanzas que Dios había puesto en
nosotros, y que los
demás hombres habían puesto en nosotros.
3. (Sintámonos llamados a confiar, a orar, a caminar hacia
adelante)
Por tanto, sintámonos hoy llamados, ante todo, a confiar. A
confiar en
el amor del Padre que nos quiere a cada uno de nosotros, y
que de modo
especial quiere a este hermano nuestro que ahora vamos a
enterrar. El le
dio la fe, él lo acompañó en el camino de este mundo, él
quiere recibirle
para siempre en el gozo de su Reino.
Sintámonos llamados, también, a orar. A manifestar ante
Dios nuestro
deseo y nuestra esperanza de que este hermano nuestro,
liberado de
toda culpa, pueda entrar en la luz gozosa de Dios, en la casa
del Padre.
Y sintámonos llamados finalmente, todos nosotros, a trabajar
para que
nuestra vida sea realmente luminosa, llena de la luz del
amor, de la
apertura, de la atención a los demás, porque solamente así
habrá
merecido la pena —ante Dios, ante los demás hombres, ante
nosotros
mismos— haber vivido.
JOSEP LLIGADAS
6. Homilía sencilla y breve: Dios acoge como hecho a si
mismo, y llena
de vida para siempre, todo el amor y la bondad que un
hombre haya
puesto en el mundo, por poco que sea.
Textos: Mateo 25,31-40
(no es el texto integro del ritual: sólo hasta "conmigo lo
hicisteis").
Hoy nos reune aquí la tristeza de despedir a quien
amábamos. No
quisiéramos tener que separarnos de él, y el adiós que le
hemos de decir
nos es doloroso.
Pero dejadme decir hoy, también, que esta tristeza no se
queda sólo
en eso, en tristeza. Hemos venido aquí, a la iglesia, a orar y
a
comunicarnos con Dios en esta despedida. Y lo hemos hecho
porque
creemos que entre nosotros, hoy, hay una esperanza que
queramos
creer y que nos anima y consuela. Una esperanza que es lo
que Jesús
nos ha dicho en el evangelio que acabamos de escuchar.
Una esperanza que nos hace creer por encima de todo en la
fuerza del
amor. Una esperanza que nos hace creer que todo aquello
que es amor,
bondad y servicio, por pequeño que sea, no se pierde, no se
puede
perder, porque Dios no quiere que se pierda. Porque Dios lo
llena de su
vida, y de su mismo amor, y lo hace vivir para siempre.
Jesús nos ha dicho que todo hombre que, de una forma u
otra,
sabiéndolo o no, ha procurado poner un poco de amor en el
mundo, ha
querido amar, ha puesto bondad y servicio a su alrededor,
vivirá por
siempre con él. Que todo lo que este hombre ha hecho,
Jesús se lo toma
como hecho a él mismo y lo llena de su vida.
Por eso hoy, hermanos, tenemos esperanza. Porque
sabemos que
todo el bien que hizo este hermano nuestro que ahora
enterramos, toda
atención que tuvo con otro, por pequeña que fuera, Dios lo
convierte en
vida por siempre. Porque Dios ama a los hombres. Porque
Dios no quiere
que ningún hombre se pierda.
Con esperanza, pues, oremos ahora. Oremos para que Dios
llene
verdaderamente de vida a este hijo suyo que acaba de
morir. Oramos
también para que olvide y perdone todo lo que de mal, de
infidelidad, de
falta de amor pudo cometer. Y que a nosotros nos dé fuerza
y Espíritu
Santo para vivir cada día como él quiere.
JOSEP LLIGADAS
7. Homilía para cristianos (más bien practicantes) que
participan en las
exequias de alguien que sobresalió en una vida dedicada a
los demás en
tareas importantes o sencillas.
Textos: Apocalipsis 14,13
Mateo 25,31-46
El Apocalipsis con pocas palabras nos ha dicho muchas
cosas. Viene a
ser como la vida de aquella personas (entre las que podemos
incluir la de
N.) en las que se esconden multitud de ejemplos admirables
que nos han
llegado a través de gestos sencillos, de acciones humildes,
de una forma
de actuar nada grandilocuente.
Dejémonos penetrar, pues, por lo que nos decía la Palabra
de Dios
para que nos ayude a iluminar el camino de nuestra vida;
camino que
hasta hoy hacíamos junto a N. y que quisiéramos continuar
con el mismo
esp;ritu de disponibilidad con que él/ella lo recorrió.
1. (Los que mueren en el Señor)
" ¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor!" Qué
poca gente
se atreve a decir: "Dichosos los muertos", porque todos nos
agarramos a
la vida tan fuertemente como podemos. Afirmar "dichosos
los muertos"
podría, incluso, parecer un insulto al difunto o un agravio a
su familia.
Pero el añadido "en el Señor" transforma totalmente esta
expresión.
Podemos afirmar, pues, sin ningún temor: "Dichoso N. que
ha alcanzado
la muerte a partir del estilo de vida característico de los
seguidores de
Jesús". El/ella por el Bautismo se unió a Jesucristo y a lo
largo de su vida
intentó hacer suyas las actitudes propias del Evangelio. Y,
por supuesto,
una manera concreta da vivir según el estilo de Jesús es, y
ha sido
siempre, la de aquel que se pone al servicio de los demás,
entregando en
favor de los demás la propia vida hasta morir.
¡Dichoso N., porque por este camino has alcanzado la
muerte!
2. ("Sus obras los acompañan")
"Descansan de sus fatigas". Para mucha gente es una forma
de
consuelo pronunciar o escuchar expresiones parecidas
cuando se llora la
muerte de una persona amada: Acabó ya sus sufrimientos,
ahora ya
descansa... Afirmaciones que, aunque tienen parte de
verdad, olvidan
valorar algo tan importante como es la obra realizada en
vida. Por eso
debemos creer en el valor perenne de cuanto se hizo:
"porque sus obras
los acompañan". Estas obras pueden ser muchas y muy
diversas;
vosotros, los familiares y amigos de N. las conocéis muy
bien. Merece la
pena que volvamos a recordar las palabras de Jesús en el
Evangelio.
Eran una valoración final de la vida, de las obras de una
persona,
poniendo sobre ellas el sello de "vida eterna". ¿Cuándo
sucede esto?
Cada vez que uno comparte con los demás las cosas
materiales, como la
comida, el vestido... o ha dedicado tiempo a acompañar las
horas tristes
de los que sufren enfermedad o marginación...
La muerte, mirada desde esta perspectiva, tiene otro
sentido: el dolor
se transforma en fiesta; las lágrimas en alegría, y la muerte
en vida. Por
eso el apóstol san Juan se atrevió a escribir: "sabemos que
hemos
pasado de la muerte a la vida porque amamos a los
hermanos".
3. ("Benditos de mi Padre")
Ahora, al despedir a N. os invito a recordar el ejemplo de
tantos
hombres y mujeres que han seguido fielmente el camino de
Jesucristo
dando, día tras día, su propia vida en favor de los demás...
¡Qué alegría y
qué paz interior deben sentir aquellos que han obrado de
esta manera!
¡Con qué mirada tan distinta mirarán el paso de la vida a la
etemidad!
Recuerdo ahora la experiencia de un hombre (de mediana
edad): era
obrero y había dedicado toda su vida a dar testimonio de
Jesús entre sus
compañeros obreros. Herido de muerte por una grave
enfermedad fue
capaz de escribir así: "La muerte ya no me inquieta. Si llega
será voluntad
de Dios; mi tránsito de este mundo a otra situación —más
allá del tiempo
y del espacio—, no es muy distinto al de aquellos hombres y
mujeres que
van al Más Allá ya se trate... del deconocido que muere en la
carretera o
bien del que hace el tránsito en su propio lecho. Vivo en las
manos
omnipotentes, las manos amorosas de Dios. Esto llena de
paz mi corazón
y mi espíritu...".
Cuánta gente habrá que sin haber escrito nada parecido, han
experimentado otro tanto; han experimentado "gran paz en
el corazón y
en el espíritu" porque sabían que "sus obras los
acompañaban".
Y gracias a estas obras —expresión de una fe muy firme en
Cristo—
han merecido oir esta invitación: "Venid, vosotros, benditos
de mi Padre;
heredad el reino preparado para vosotros desde la creación
del mundo".
RAMON CARALT
Hospital de Bellvitge (Barcelona)
8. Homilía para público diverso: la muerte y la vida, dos
partes de la
misma realidad; la muerte, invitación a vivir fielmente.
Textos: Marcos 15,33-39;16,1-6.
1. (EI problema de la muerte)
Estamos afectados y agobiados por la muerte de nuestro
familiar y
amigo. (Por esta muerte que ha sido precedida de una
enfermedad
penosa y dura).
Pero, en esta hora de dolor, las palabras que hemos
escuchado nos
sirven de iluminación y de consuelo, a pesar de que la
enfermedad y la
muerte están siempre rodeadas de un gran misterio.
No hace mucho me llamó la atención este hecho: en unas
entrevistas
televisadas, la persona entrevistadora, entre otras
preguntas, hacía una a
sus personajes sobre la muerte. Ello de momento me
sorprendió, pero
después creí que la pregunta era muy acertada: se estaba
tratando UNO
DE LOS INTERROGANTES MAYORES que todos tenemos, a
pesar de
que a menudo queramos disimularlo.
2. (La muerte-resurrección de Jesús, nuestra imagen)
Hemos escuchado el núcleo de la pasión de san Marcos;
relato
extraordinariamente sobrio.
Por un lado, estamos ante una muerte que es el resultado de
una larga
oposición de Jesús a los poderes religiosos y civiles de su
tiempo, a los
cuales se dirigió con un lenguaje profético, libre e incómodo.
Pero al
mismo tiempo es la muerte del Mesías que ha querido
hacerse "servidor"
y no "jefe", y que se entrega plenamente él mismo por amor.
La muerte que estamos contemplando es un don de Dios, es
el
momento culminante de toda la historia de la salvación, de la
liberación de
los hombres.
No nos pongamos, por tanto, ante esta escena porque sí, o
porque es
bonita o consoladora, sino porque ESTE HECHO DE
SUFRIMIENTO
MUERTE-RESURRECCION DE JESUS ES LO QUE DA SENTIDO
a nuestro
presente angustioso y a nuestro futuro.
3. (Compenetración vida/muerte)
A menudo este más allá, lo hemos mirado como
desconectado de la
vida presente, como una etapa aislada. En cambio, en Jesús
encontramos
las dos etapas perfectamente compenetradas. LA MUERTE
NOS AYUDA
A DESCUBRIR LA SERIEDAD DE LA VIDA PRESENTE. Y el
secreto no
consiste tanto en saber qué pasará en aquel último instante,
sino en
servir con fidelidad la historia de cada día, sin excluir la
posibilidad de una
opción final. Dicho sencillamente: MORIREMOS TAL COMO
HABREMOS
VIVIDO.
De ahí que tenga una gran importancia nuestra vida actual
según el
evangelio: ahora es el momento de perdonar a los que nos
han ofendido,
de ser solidarios en el trabajo y en el barrio, de atender a los
hijos y
educarlos, de escuchar la voz de Dios, de reavivar el amor
en el
matrimonio, etc. La hora de nuestra conversión es la vida de
cada día.
Las preocupaciones finales quizás no sirvan de nada.
4. (Recuerdo y plegaria)
Hermanos, con las palabras que hemos escuchado habremos
recibido
consuelo y habremos descubierto mejor lo que hemos de
hacer.
Pero con esta celebración cristiana también hemos querido
despedir a
nuestro familiar difunto y hemos orado por él. Con mucha
más simplicidad
que unos decenios atrás (muchos debéis de recordar aún
aquellos largos
y complicados rituales funerarios), pero con la fe sincera en
nuestro
corazón y una expresión colectiva. Así hemos querido
ENCOMENDAR
NUESTRO FAMILIAR DIFUNTO A LA VOLUNTAD DE DIOS.
Por último dejad que os advierta de un aspecto importante
de esta
celebración: a pesar del dolor que se respira, creo que este
encuentro es
una señal de NUESTRA ESPERANZA CRISTIANA. Reunidos
aquí,
seguimos la recomendación de san Pedro a los primeros
cristianos, y a
los de todos lo tiempos: "que sepamos dar una respuesta a
aquellos que
nos piden la razón de nuestra esperanza". Precisamente lo
que ahora
estamos haciendo.
JOSEP TORRELLA
Cornelia de Llobregat (Barcelona)
9. Homilía para público cristiano (no necesariamente
practicante)
sobre la visión de la muerte desde la fe.
Textos: Lucas 7,11-17
1. (Los relatos de resurrección)
El fragmento que hemos escuchado es uno de los tres relatos
de
resurrección obrados por Jesús, que nos han transmitido los
escritores
del Nuevo Testamento. Los otros dos cuentan la resurrección
de la hija
de Jairo y la de Lázaro. Probablemente habría más
narraciones de esta
clase, ya que, juntamente con las curaciones de toda clase
de
enfermedades, constituían las señales de la inauguración del
reino
mesiánico. Pero es significativo que los evangelistas sólo nos
hayan
conservado el recuerdo de estas resurrecciones, que se
refieren a
personas cuya muerte es especialmente absurda y dolorosa:
un
muchacho, una niña, un amigo. Parece como si nos quisieran
decir que
JESUS NO ACEPTABA FACILMENTE LA MUERTE DE
PERSONAS TAN
QUERIDAS y que reaccionaba haciendo una afirmación de su
derecho a
la vida.
2. (El mensaje de Jesús: Dios siempre da vida)
JESUS AMA LA VIDA: Su mensaje consiste en proclamar que
Dios
quiere que todos los hombres vivan, y su obra tiende a
conseguir la
plenitud de la vida para todos los que crean en él. Al
contrario de lo que
muchos se imaginan, el cristianismo no es ninguna religión
basada en el
pensamiento de la muerte y de la caducidad de las cosas
terrenales. Es
UNA FE QUE VALORA EL ASPECTO POSITIVO DE LA VIDA, y
aspira a
realizar todas las potencialidades vitales del hombre. PERO
NO CIERRA
LOS OJOS ante la realidad, aparentemente absurda, de la
muerte. Ni la
ignora ni se obsesiona. Sencillamente, la contempla desde
una
perspectiva de salvación.
No nos ofrece ninguna explicación filosófica o científica de la
muerte,
pues ello pertenece a la reflexión autónoma de la razón
humana. Pero le
da, eso sí, un "sentido" nuevo que, sin disipar los enigmas,
sirve para
orientar nuestra actitud práctica. Y este sentido nuevo recae
en la
afirmación paradójica de que Nl LA MISMA MUERTE ES
OBSTACULO
para el triunfo de la vida. Para el creyente, la muerte no
existe, pues Dios
es Dios de vivos y no de muertos.
3. (Revivimos nuestra esperanza)
Ante la muerte de un ser querido, nuestra reacción
espontánea es de
protesta y rebelión. No es de extrañar: Dios nos ha hecho
para la vida y
no para la muerte. El mismo Jesús reaccionó así y combatió
firmemente el
poder de la muerte. Sl PUDIERAMOS, DEVOLVERIAMOS LA
VIDA A ESTE
HERMANO NUESTRO. Humanamente, no podemos, pero la fe
cristiana
nos asegura que aquello que es imposible a los hombres, no
lo es para
Dios, amante de la vida y de los hombres. Reavivemos en
estos
momentos NUESTRA ESPERANZA, y hagamos de esta
celebración
litúrgica de la muerte una afirmación convencida de nuestra
fe
incondicional en la vida.
JOAN LLOPIS
10. Homilía para público cristiano popular. La muerte, una
llamada a
la plenitud de vida, y una llamada a la vigilancia.
Textos: 1 Juan 3,1-2
Lucas 12,35-40
Cuando nos enfrentamos con la muerte, cuando nos toca de
cerca en
la persona de un familiar o amigo, muchas veces parece que
nos
hallamos ante una puerta cerrada, que nos encontramos con
un muro
que no podemos traspasar. Y ello hace que nos preguntemos
qué sentido
tiene la vida, para qué estamos en este mundo.
1. (Llamados a la plenitud de la Vida)
Pero las lecturas que hemos proclamado en esta celebración
iban en
una dirección completamente opuesta. No hablaban de falta
de sentido en
la vida, de callejón sin salida, sino de esperanza y de visión
de futuro.
Dios nos llama hijos suyos y lo somos en realidad, nos decía
san Juan, y
en cuanto tales estamos llamados a crecer continuamente,
estamos
llamados a ser semejantes a él, a Dios.
El día de nuestro bautismo nacimos como hijos de Dios, y en
nuestra
existencia debemos ir aprendiendo a reconocer en Dios al
Padre que nos
ama, el Padre que quiere nuestro bien, el Padre que quiere
darnos la vida
para siempre y toda suerte de bienes, el Padre que abre
nuestra
existencia hacia un futuro de vida en plenitud. Esta fue la
misión principal
de nuestro hermano que nos dejó y ésta debe ser también
nuestra misión
a lo largo de nuestra vida: crecer continuamente como hijos
de Dios hasta
el momento en que él nos llame a verlo tal cual es.
Esto, en nuestra vida diaria, significa que no podemos
dormirnos jamás
pensando que lo tenemos todo hecho, ni debemos creer que
no podemos
ya avanzar en nuestra madurez humana y cristiana. Nuestro
hermano ha
llegado ya ante Dios. Todos nosotros caminamos hacia él, y
lo hacemos
teniendo en cuenta la palabra de Jesús: conocemos la hora
de la salida,
pero el momento de la llegada nos resulta totalmente
desconocido, nada
sabemos de él. El momento de presentarnos ante el Padre
puede
llegarnos después de una larga y fecunda vida o puede
venirnos también
de improviso, como el ladrón que se nos mete en casa sin
llamar a la
puerta y cuando menos lo esperaríamos.
2. (Caminamos con esperanza)
Estas palabras de Jesús no son para meternos miedo. Al
contrario,
quieren movernos a vivir más intensamente nuestra vida
presente, la vida
de cada día. Recordémoslo de nuevo: somos ya los hijos de
Dios. Por
tanto, vivamos plenamente nuestra vida presente, siguiendo
el estilo de
Jesús, el primero de los hijos de Dios y nuestro hermano.
Hagamos de
nuestra vida un servicio a los demás, sepamos llevar paz,
gozo,
comprensión a nuestras relaciones humanas, sepamos estar
atentos a las
necesidades de nuestros hermanos y a todo lo que la palabra
de Dios
pide de nosotros: ésta debe ser nuestra vela, en esto debe
consistir
nuestra espera del Señor.
¿Cómo podríamos sentarnos a la mesa con el Padre, si ahora
no
hemos cultivado la amistad y la relación personal con El?
¿Cómo podría
El servirnos personalmente a la mesa, si antes nosotros no
hemos
querido servirle en cada uno de los hermanos? ¿Cómo
íbamos a pedirle
que compartiera su felicidad con nosotros, si ahora no nos
esforzamos
por compartir las penas y las alegrías con todos los
hombres?
3. (El don de Dios supera nuestras aspiraciones)
El amor que Dios nos tiene supera con creces todos nuestros
cálculos.
¡Cómo iban a pensar los criados que esperaban de noche a
su Señor que
los haría sentar a la mesa y los iría sirviendo! Tampoco
nosotros
podemos imaginar cuál va a ser nuestra condición cuando
seamos hijos
de Dios en plenitud. Ni cuál es la condición de nuestro
hermano, después
de que el Padre lo ha llamado a contemplarle cara a cara.
Pero en esta celebración sí queremos orar para que el Padre
le
conceda todo su amor, le reconozca totalmente como hijo;
para que, libre
de cualquier mancha de egoísmo o de pecado que siempre
existen en la
vida de los hombres, pueda contemplar a Dios tal cual es sin
ningún
temor.
Y al mismo tiempo que esta celebración es una plegaria por
nuestro
hermano N., que pasó ya por esta etapa de la vida, debe
significar
también para nosotros un deseo de crecer continuemente
como hijos de
Dios, un hacernos conscientes de que estamos llamados a
vivir con el
Padre y de que esto no se improvisa en un momento, sino
que debemos
comenzar a vivirlo ahora en nuestras relaciones de cada día,
en la vida
familiar y en el trabajo.
Dichoso nuestro hermano N., porque intentó vivir así.
Dichosos nosotros, si el Señor nos encuentra en esta actitud.
JOSEP ROCA
11. Homilía para público cristiano. Sobre la relación entre la
muerte
de Cristo y la muerte del cristiano. (Celebración con
eucaristía.)
Textos: Romanos 5,5-11
Lucas 23,44-49
1. (La muerte salvadora de Jesucristo)
Si siempre impresiona la lectura del relato de la muerte de
Jesús,
mucho más cuando lo escuchamos conmovidos por la muerte
de una
persona querida. Instintivamente adivinamos UN ESTRECHO
PARALELISMO entre la muerte de Cristo y la muerte de
nuestro hermano,
y ello no es fruto sólo de una intuición, sino que se
desprende de una ley
esencial de la fe cristiana: la muerte de Cristo está
necesariamente
vinculada a la muerte de todos y cada uno de los cristianos.
Primeramente, en el plano de la ejemplaridad, ya que LA
MUERTE DE
CRISTO ES EL MODELO SUPREMO DE LA MUERTE
CRISTIANA. Sobre
todo en dos aspectos principales: Cristo aceptó
voluntariamente su
muerte como prueba de obediencia amorosa a la voluntad
del Padre;
Cristo murió por los demás, por todos los hombres, como
culminación de
una vida totalmente entregada al servicio de los hombres. En
segundo
lugar en el plano de la eficacia, pues para nosostros la
muerte de Cristo
no es solamente un ejemplo, sino la FUENTE REAL, VIVA, DE
NUESTRA
SALVACION. San Pablo nos lo ha dicho con palabras
inequívocas:
gracias a la muerte de Jesús, hemos sido justificados, hemos
sido
salvados de la ira de Dios, nos hemos reconciliado con el
Padre. La
muerte de Cristo es así el instrumento más eficaz del poder
de Dios.
2. (El cristiano ante la muerte)
Por el ejemplo de Cristo y por su fuerza, el cristiano es capaz
de vivir
su muerte de una manera que transforma totalmente sus
aspectos
negativos. Estas son las condiciones indispensables: aceptar
voluntariamente la muerte, en señal de obediencia amorosa
al Padre; vivir
siempre para los demás, como preludio de una muerte
fecunda; creer que
la muerte no representa el fin, sino el inicio de una vida
totalmente
liberada de cualquier esclavitud. En definitiva, uno muere tal
como ha
vivido. SI HACEMOS DE NUESTRA EXISTENCIA UNA
CONTINUA
EXPRESION DE AMOR a Dios y a los hombres, si no vivimos
para
nosotros mismos, sino para aquel que por nosotros murió y
resucitó,
entonces NUESTRA MUERTE, COMO LA DE CRISTO, SERA
INSTRUMENTO DE VIDA y de victoria.
Los cristianos valoramos tanto la muerte de Cristo que la
hacemos
OBJETO DE CELEBRACION FESTIVA. Cada eucaristía
proclama y
reactualiza la muerte victoriosa del Señor, y por ello también
nos resulta
significativa para celebrar la muerte de cada uno de los
creyentes en
Jesús. Evidentemente, la muerte es objeto de celebración en
la medida en
que, vinculada con la muerte de Cristo, se convierte en UN
HECHO DE
SALVACION. Que esta celebración eucarística sea al mismo
tiempo
recuerdo eficaz de la muerte de Cristo, plegaria piadosa por
nuestro
hermano difunto, y signo de nuestra voluntad de vivir y
morir por el
ejemplo y la fuerza de Jesús.
JOAN LLOPIS
12. Homilía para misa exequial, especialmente en tiempo
pascual. La
participación para siempre en la Pascua de Jesucristo, de
aquellos que en
la tierra participaron ya en ella por la fe y los sacramentos.
Textos: Hechos 10,34-43
2 Timoteo 2,8-13
Lucas 24,13-35
1. (La vida: un camino con Jesús)
Hermanos: A menudo decimos que la vida es un camino. Lo
decimos y
expresamos particularmente de un amigo, de una persona
con la que
hemos convivido, que hemos amado. Decimos que ha
terminado su
camino, el camino de esta vida.
Y es verdad: la muerte es término de nuestro caminar por
este mundo
que pasa.
Pero los cristianos no andamos solos este camino: Jesús lo
hace con
nosotros. El evangelio nos lo acaba de decir. Los discípulos
de Jesús a
menudo sin darnos cuenta, caminamos con él. NOS SALE AL
ENCUENTRO CUANDO ESTAMOS MAS ABATIDOS Y
DESANIMADOS,
cuando no encontramos sentido a la vida, cuando todo se
nos hunde.
Entonces él, por su palabra, nos introduce en la verdad de
las cosas, nos
descubre y nos comunica la vida verdadera, recorre con
nosotros el
camino de las dudas y las incertidumbres, de la
preocupaciones y los
desánimos. Jesús, nuestro camino, verdad y vida, nos
acompaña, como
acompañó aquella tarde de Pascua a los dos discípulos que
iban a
Emaús.
2. ("Quédate con nosotros")
Creo que hoy los que nos hemos reunido para celebrar la
eucaristía
recordando con afecto cristiano a un pariente, a un amigo
difunto, lo
hemos hecho PARA ESCUCHAR UNA PALABRA DE LUZ Y DE
VIDA, UNA
PALABRA QUE SOLAMENTE JESUS nos puede decir. Sentimos
la
necesidad de que Jesús nos descubra el sentido de las
escrituras, el
sentido de nuestra vida, nos abrase el corazón en esta hora
siempre
crítica y desconsoladora de la muerte. De nuestros labios,
ahogados de
tristeza, nos brota ciertamente la súplica de los dos
discípulos: "Quédate
con nosotros que se hace tarde". En la noche siempre oscura
de la
muerte, NECESITAMOS LA PRESENCIA DEL AMIGO, del
maestro, de
aquel que nos toma la mano para animarnos a seguir
caminando.
Este sólo puede ser Jesús: el que compartió nuestra muerte,
la venció,
y resucitó para darnos vida sin fin.
3. (Realmente el Señor ha resucitado)
Los funerales cristianos expresan siempre y lo han de hacer
de forma
viva, lo que es EL NUCLEO MISMO DE LA FE CRISTIANA:
"Realmente
Jesús, el Señor, ha resucitado". Esta es LA BUENA NOTICIA
QUE HEMOS
ACEPTADO LOS CREYENTES Y QUE NOS SALVA, la Buena
Noticia que
en cualquier ocasión la Iglesia, la comunidad cristiana, ha de
predicar.
Hoy nuestra oración fraterna por nuestro hermano, que ha
terminado
el camino de esta vida mortal, se centra en esta aspiración:
QUE VIVA Y
QUE REINE CON JESUS, es decir, que participe para siempre
en el Reino
de Dios de la victoria del Señor sobre el pecado y sobre todo
mal: que
Jesús, el Señor, juez de vivos y muertos, le perdone toda
infidelidad, ya
que él permanece siempre fiel a pesar de que le seamos
infieles; que
encuentre en Jesús la vida para siempre, ya que EL
COMPARTIO LA
VIDA NUEVA MIENTRAS FUE MIEMBRO DE NUESTRA
COMUNIDAD
cristiana.
Hermanos: Jesús está con nosotros, con los que aún
quedamos en
este mundo. LE RECONOCEMOS EN LA FRACCION DEL PAN,
EN LA
EUCARISTIA. A nosotros, los que comemos y bebemos con
él, los que en
la intimidad de nuestra fe le decimos hermano y amigo, nos
destina a ser
testigos de su resurrección.
SOMOS, YA AHORA, TESTIGOS de la resurrección, cuando
rodeamos
la mesa del pan de la vida; cuando proclamamos la muerte
victoriosa del
Señor con la esperanza de su retorno glorioso. Seámoslo
también en
todas nuestras actitudes: sí, incluso ante la muerte. Ya que
ésta,
aceptada como Jesús, en plena unión con él, es un paso: un
paso de la
muerte a la vida. Es nuestra Pascua: nuestro paso de este
mundo al
Padre, con Jesús, por siempre jamás.
PERE LLABRÉS
Palma de Mallorca
13. Homilía para público cristiano sobre el sentido de
"celebrar la
muerte" (prevista para celebración con eucaristía).
Textos: Isaías 25,6a.7-9
Romanos 6,3-9
Juan 6,37-40
1. (EI vacío de la muerte)
Hemos venido a realizar una cosa extraña. Hemos venido a
celebrar la
muerte de nuestro hermano N. ¿ES POSIBLE CELEBRAR LA
MUERTE?
¿TIENE ALGUN SENTIDO HACERLO? Porque lo cierto es que
la muerte
es un acontecimiento catastrófico y trágico. Cuando la
muerte llama a las
puertas de nuestra casa, o bien a las de la casa de un
pariente, de un
amigo, de un compañero, de un vecino, lo hace para
ARRANCARNOS LA
PRESENCIA VIVA DE UN SER AMADO. Ni el más claro y
piadoso recuerdo
podría llenar el vacio que deja la muerte. La frialdad del
cadáver hace
más penetrante la ausencia del ser amado: no hay palabra
humana que
pueda despertar el más pequeño brillo de estos ojos o la
floreciente
sonrisa de estos labios.
Cuando la muerte se acerca definitivamente a nuestra
existencia, viene
para robarnos el don más preciado: la vida. Y CON LA
MUERTE LO
PERDEMOS TODO: las personas que amamos, el mundo en
el cual
hemos vivido, el tiempo que más o menos hemos
aprovechado para hacer
tantas cosas. Incluso, parece que quiera arrancarnos de las
manos de
Aquel que es la Fuente de la Vida: el mismo Jesús, que
desde la cruz,
exclamó: "Dios mio, ¿por qué me has abandonado?".
2. (Dios nos hace entrar, por la muerte, en posesión de toda
nuestra
vida)
Tiene algún sentido, pues, celebrar la muerte? Repasemos el
mensaje
de las lecturas que acabamos de proclamar.
El evangelio de Juan ha afirmado claramente que los que
creen en
Jesús no se pierden, sino al contrario, ganan la vida eterna y
el último día
resucitarán.
No se pierden. POR LA MUERTE, YO PIERDO LA VIDA, Y CON
ELLA
LO PIERDO TODO, PERO YO NO ME PIERDO. ¿Por qué? Dice
Jesús:
"Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que cree en el
Hijo tanga
vida eterna". Ello quiere decir que por la fe hemos sido
introducidos en el
dominio del Señor Resucitado, que POR LA FE
PERTENECEMOS A
CRISTO. San Pablo nos ha recordado que por el bautismo,
que es el
sacramento de la fe, hemos sido sumergidos en la muerte de
Cristo,
para emprender una nueva vida.
La muerte no me puede perder. Pero, ¿qué pasa con los que
han
muerto? El evangelio nos ha hablado de la vida eterna. ¿Otra
vida,
quizás? Porque nosotros, los hombres, estamos hechos para
vivir esta
vida: ¡y cómo nos aferramos a ella! La vida, decimos. Pero,
¿qué es esta
vida? ¿No os parece que vivir es ir perdiéndolo todo? Si la
vida la
medimos por los años ¡cuantos más tenemos, menos nos
quedan!
Imaginaros que corréis por un bosque lleno de zarzas: poco
a poco, iréis
perdiendo trozos de ropa, y quizás trozos de piel y de
sangre, por entre el
bosque.
De la misma manera, vivir es ir llenando nuestra existencia
de
experiencias, de hechos, de cosas y de personas. Y Jesús ha
dicho:
"Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo
y cree en él
tenga la vida eterna". No una vida larga, ni tan solo otra
vida, sino LA
VIDA MISMA: QUE CUANDO MUERAN ENTREN EN POSESION
DE SU
VIDA, DE TODO LO QUE HAN PERDIDO, DE TODO LO QUE
HAN
AMADO.
3. (Nuestra vida: como la resurrección de Jesucristo)
Por la muerte lo pierdo todo, pero con la muerte gano la
vida. ¿Cómo?
¿De qué manera? No lo sabemos, pero Jesús ha hablado de
resurrección. Ello quiere decir que el encuentro del hombre,
que muere,
con su propia vida, es EL RESULTADO DE AQUELLA ACCION
NUEVA Y
ULTIMA DE DIOS, QUE LO RENUEVA TODO.
El aspecto más aniquilador de la muerte es que rompe los
lazos con los
vivos. Pero Jesús ha dicho: "Y yo lo resucitaré en el último
día". Ello
quiere decir que llegará un día en que todos los pueblos y
todos los
hombres participarán del convite de la plena comunión entre
ellos. Y esta
fe, y esta esperanza, hacen que, ahora mismo, cuando
despedimos a un
hermano difunto, no tengamos que decir "adiós", sino "hasta
luego".
Porque creemos en Jesucristo, muerto y resucitado, por ello
podemos
ahora celebrar la muerte de nuestro hermano. Naturalmente,
aquí hemos
venido a hacer también otra cosa. ¿No os parece que es
fabuloso poder
AYUDAR A NUESTRO HERMANO DIFUNTO, para que tenga
unos ojos
inmensos para ser más llenos de luz, un corazón más grande
para poseer
más plenamente la vida? Eso es lo que hacemos con nuestro
sufragio.
Celebremos ahora la Eucaristía. El cadáver de nuestro
hermano
participa también, de alguna manera, del destino mortal del
pan y del vino
que ofrecemos. Pero en la Eucaristía celebramos la muerte
del
resucitado: y el pan y el vino, que contienen la presencia
viva de Cristo,
anuncian la resurrección de nuestro hermano.
JOSEP GIL
Tarragona
14. Homilía breve para público mayoritariamente cristiano
(aunque no
sea practicante). Si hay misa convendrá adaptar el último
párrafo.
Adaptable también a exequias para diversos difuntos.
Texto: Juan 11,17-27
Las palabras que acabamos de escuchar, del evangelio de
san Juan,
pueden ser una ayuda para nuestra reflexión cristiana.
Permitid que,
brevemente, diga algo sobre ellas.
En primer lugar vemos que JESUS HACE AQUELLO QUE
TAMBIEN
NOSOTROS HOY HEMOS HECHO. Jesús sabe que su amigo
Lázaro ha
muerto y, aunque estaba lejos, acude a Betania, la población
del difunto.
Y —como dice la continuación del evangelio que hemos
leído— se
conmueve y llora al ver el dolor de Marta y Maria, las
hermanas de
Lázaro.
Podríamos decir que esta participación en el dolor, este
deseo de
ayuda, de compañía, que significa nuestra presencia hoy
aquí, es algo
plenamente compartido por Jesucristo. Y por eso los
cristianos creemos
QUE TAMBIEN AHORA, QUE TAMBIEN AQUI, ESTA PRESENTE
JESUS
CONMOVIDO, Jesús compadecido, Jesús que quiere
acampañar y ayudar
a todos aquellos a quienes más ha afectado la muerte de
N.N. Y todos
podemos pensar que nuestra presencia aquí, nuestra
compañía -y quizás
ayuda- a quienes eran más próximos al difunto, es un hacer
presente y
palpable el amor de Dios, la compasión de Jesucristo.
En segundo lugar, las palabras que hemos leído NOS ABREN
A UNA
PROMESA DE ESPERANZA. Quizá más difícil, menos palpable,
pero no
por ello —creemos aquellos que nos fiamos de la palabra de
Jesucristo--
menos real. Es la gran esperanza de la resurrección. Es la
gran
esperanza de que la muerte no significa el fin. Es la
convicción —por más
difícil que parezca de aceptar— de que Dios quiere para
todos los
hombres una vida para siempre, una vida sin fin.
Este fue EL GRAN MENSAJE DE JESUCRISTO. Que Dios,
nuestro
Padre, nos ama y por eso ya ahora podemos vivir -durante
nuestro
camino en la tierra- en comunión con su amor. Que lo más
importante no
es pensar en ello sino vivirlo; es decir, vivir como hijos de
Dios,
participando de su bondad, de su amor, cada día. Y que
quienes así
viven —aunque como todos tengan sus pecados, sus
defectos— no
morirán para siempre, resucitarán como Jesús resucitó
después de su
muerte. Para vivir para siempre en la comunión de plenitud
de vida con
Dios, en aquella gran fiesta eterna que el Padre nos ha
preparado para
todos.
Con toda confianza, con una gran esperanza que venza en lo
posible
el peso del dolor, ROGUEMOS AL PADRE para que acoja en la
vida
eterna al difunto N.N. Y para que a nosotros nos dé el saber
vivir ahora y
siempre tal como quisiéramos haber vivido en la hora de
nuestra muerte.
Oremos, hermanos, unidos con Jesucristo sabiendo que —
como hemos
escuchado en el evangelio— "todo lo que pidas a Dios, Dios
te lo
concederá".
Y la paz del Señor sea con todos vosotros.
JOAQUIM GOMIS
15. Homilía popular. "La muerte no lo destruye todo: de ella
nace
vida. Como Jesucristo".
Textos: Juan 12,23-28
1. (La imagen del grano de trigo)
Hermanos: La muerte es una realidad que nos supera, que
vemos
rodeada de misterio y que, lo queramos o no, nos lleva a
pensar en Dios.
El es el único que puede iluminarnos para despejar este
misterio, para
dar sentido a esta realidad que, humanamente, no sabemos
explicar.
Jesucristo, enviado por el Padre para que conociésemos la
Verdad, en el
fragmento del evangelio que acabamos de escuchar nos
explica con un
ejemplo, sacado de la misma naturaleza, esta realidad que
escapa a
nuestra experiencia sensible y a cualquier comprobación
científica.
Filémonos en el grano de trigo. Cuando lo siembran y cae al
suelo, con
la humedad se deshace, se pudre, deja de existir como tal
grano de trigo.
Pero filémonos cómo DEL INTERIOR DEL GRANO HA SALIDO
UNA
PEQUEÑA RAIZ que sumirá de la tierra su alimento y dará
lugar a una
nueva planta, una nueva vida que crecerá y dará fruto
abundante.
2. (Nosotros, hechos a imagen de Dios, destinados a una
vida eterna)
Así pasa con nosotros. La muerte nos obliga a devolver a la
tierra todo
aquello que de la tierra hemos cogido. En esto no somos
diferentes de los
demás seres vivos que hay en la tierra. Nuestros
componentes materiales
vuelven a empezar el ciclo ininterrumpido de la naturaleza.
Pero nosotros SOMOS MAS QUE LOS ANIMALES Y LAS
PLANTAS.
Nosotros hemos sido creados "a imagen y semejanza de
Dios". Y en Dios
no hay materia. ¿Qué es lo que hay en nosotros que nos
hace a imagen y
semejanza de Dios? Desde luego que no es la materia.
Nuestros
componentes materiales nos hacen más a imagen y
semejanza de los
otros seres materiales de la creación.
Hay en nosotros alguna cosa que es distinta. Nuestra misma
experiencia nos lo indica. Hay en nosotros una
INTELIGENCIA que nos
hace entender las cosas, establecer las leyes y sobre todo, a
partir de las
cosas creadas, nos permite llegar al conocimiento del
Creador y
establecer con él una relación. También observamos en
nosotros una
CAPACIDAD DE AMAR que supera el egoísmo instintivo, que
nos hace
capaces de dar gratuitamente sin esperar nada a cambio, tal
como hace
Dios con nosotros, y ello nos lleva a una corriente mutua de
amor entre
Dios y nosotros.
Esta realidad profunda, ESTE "YO" PERSONAL, QUE NOS
HACE A
IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS, no muere. Está destinada a
una vida
eterna. La que Dios nos tiene reservada, precisamente
cuando nuestro
cuerpo, como un grano de trigo, cae en tierra y muere. Es
entonces
cuando nace en nosotros la vida nueva. Es entonces cuando,
revestidos
de inmortalidad, nos podemos sentar como hijos, a la mesa
del Padre, en
la casa paterna, para contemplarlo cara a cara, tal como él
es y saciarnos
de su amor para siempre.
3. (Como Jesucristo)
Esta nueva vida ES LA QUE INAUGURÓ JESUCRISTO CON SU
MUERTE Y SU RESURRECCION. El pronunciaba las palabras
del
fragmento del evangelio que hemos leído cuando estaba a
punto de
despedirse de sus amigos. Ya presentía su muerte, pero
anunciaba
también su resurrección. Esta comparación del grano de
trigo, ilumina la
muerte y la resurrección de Cristo, pero ilumina también la
nuestra. Si
Cristo, el Hijo de Dios, nuestro hermano mayor, ha hecho
este camino,
también nosotros participamos de su Pascua, también
nosotros estamos
destinados a pasar de este mundo al Padre.
(La eucaristía que vamos a celebrar, nos hará revivir la
muerte y la
resurrección de Cristo que es garantía de la nuestra).
ALBERT TAULÉ
Sabadell (Barcelona)
16. Homilía dirigida a una comunidad que participa en la
celebración
exequial de un joven muerto tras enfermedad rápida y
dolorosa, o
persona muerta por causa de un accidente.
Textos: Lamentaciones 3,17-26
y Juan 12,23-28 o bien Juan 17,24-26
Desde aquí, unido a todos vosotros, quisiera hacer míos
vuestros
sentimientos y expresarlos en voz alta. Vosotros (los padres,
hermanos...
de N.N.) me lo habéis confiado. Lo intentaré, aunque
reconociendo que
por más que me lo proponga, no podré vivir en toda su
profundidad tal
como vosotros vivís el gran dolor de esta prueba.
1. (Nada nos prohibe lamentarnos)
Será bueno recordar que nada ni nadie nos prohibe
"lamentarnos" por
lo sucedido; el texto de la Biblia que acabamos de leer era
precisamente
un grito de sorpresa y de aflicción ante el contratiempo, o la
prueba, o
—como es el caso que nos reune— la amargura de la muerte
que es
"como hiel que nos envenena". Sí, hoy como en otras
ocasiones de la
vida, nos da la sensación de que todo se hunde, de que todo
pierde su
sentido...; "se nos acaban las fuerzas y nuestra esperanza
en el Señor",
perdemos la perspectiva de dicha y de felicidad.
2. (Intentemos recuperar nuestra esperanza)
Pero, ¿no será adecuado que cuanto antes intentemos "traer
a la memoria algo que nos
devuelva la esperanza"? Porque seguro que ésta no está
lejos de nosotros; seguro que la
luz está cerca, a punto de iluminarnos en nuestras tinieblas.
¿No seremos
capaces de recuperar nuestra esperanza, ahora tan abatida?
Hagamos, pues, un esfuerzo, aunque raye en lo heroico,
para salir de
nuestra aflicción e intentemos recuperar la paz. Traigamos a
la memoria
"aquellos pensamientos que nos dan esperanza".
"Traigamos a la memoria" en primer lugar algo de lo que
vimos en
nuestro hermano/a N. Recordemos cómo a lo largo de su
vida nos ayudó
a experimentar cuanto tiene de bueno la vida humana; su
presencia
abierta a los demás y toda la actividad que desempeñó,
compartiendo
penas y alegrías con los demás...
"Traigamos a la memoria" también lo que Dios nos ha
asegurado. El no
ha querido ahorrar a nadie el trance amargo del dolor y de la
muerte; ¡ni
siquiera a su Hijo Jesucristo! Y esto forma parte, aunque nos
extrañe, del
amor que Dios nos tiene: "Tanto amó Dios al mundo, que le
ha dado a su
Hijo, el Unigénito, para que no se pierda ninguno de los que
creen en El,
sino que tengan vida eterna" (Juan 3,16).
3 (La presencia viva de Jesucristo)
¡Cuánto nos confortan estas palabras! Porque nos recuerdan
que la
presencia de Jesucristo en el mundo ha sido un latido de
amor del
corazón de Dios; y nos fortalecen, de una manera especial
hoy que
pasamos esta prueba tan dolorosa, al percatarnos de que la
presencia de
Jesucristo, que sus amigos creemos tan necesaria y valiosa,
fue también
cortada por la muerte. El sabía muy bien que esto le iba a
suceder, y se
empeñaba en convencer a los suyos con esta verdad: LA
VIDA PUEDE
MAS QUE LA MUERTE. ¡De tantas maneras lo expresó!: si el
grano de
trigo no muere, es imposible que nazca la espiga...; quien
cree en El tiene
la vida eterna...; se ha adelantado para prepararnos un lugar
junto a El...
para que también nosotros vivamos allí donde El habita.
Así pues, a las palabras de consuelo que nos decimos unos a
otros,
añadamos también esta Palabra de Dios que ha venido —
precisamente
en estas circunstancias en que tanto lo necesitábamos— a
fortalecernos
y animarnos: "Es bueno esperar en silencio la salvación del
Señor".
RAMON CARALT
Hospital de Bellvitge (Barcelona)
17. Homilía para público vario: creemos en la vida.
Textos: Juan 14,1-6
1. (Nuestra vida, por parte de Dios, no se perderá nunca)
Lo acabamos de escuchar en palabras de Jesús: "En la casa
de mi
Padre hay muchas estancias". Nosotros sabemos gracias a
Jesús que
nuestra vida no se perderá nunca por parte de Dios. Por
parte de Dios
—que es el Padre que ama siempre— lo tenemos ganado. El
tiene lugar
para todos en su inmenso amor de Padre. El que es la vida y
el amor de
siempre y por siempre, quiere que nuestro amor, por
pequeño que sea,
no se pierda. Por ello Jesús podía decir a los que sentían
como nosotros
la tristeza de la muerte y el dolor de perder una persona
amada: "No
perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí;".
Si sabemos que por parte de Dios no se perderá, lo que
vemos es que
LA VIDA Y EL AMOR SE PUEDE PERDER POR NUESTRA
PARTE. Y ello
lo sabemos por la experiencia de sufrimientos innecesarios,
de odios y
rencores, de injusticias toleradas, de silencios culpables, de
indiferencias
y traiciones que los hombres cometemos. Dios no condena a
nadie
porque Dios es Amor, y el Amor da vida y recoge amor.
Somos nosotros
mismos los que, al volvernos de espaldas al Amor y al hacer
el mal, nos
alejamos de Dios. La responsabilidad de vivir la vida en el
Amor o en el
fracaso está totalmente en nuestras manos.
2. (Seguir el camino de Jesús, no los caminos fáciles que
hacen perder
la vida)
Jesús nos decía: "Yo soy el camino, la verdad y la vida"; él
mismo abre
el camino y va delante para ayudarnos a encontrar la ruta
segura que nos
lleva a la plenitud de la vida en el Amor eterno del Padre.
Nosotros hemos
de reconocer que a menudo, ante tantos caminos como
vemos y nos
señalan a nuestro alrededor, estamos igual que Tomás que
dijo a Jesús:
"Señor, ¿cómo podemos saber el camino?". Porque caminos
que parecen
fáciles y llenos de éxito y prosperidad encontraremos
muchos. Hay
personas que prosperan y viven bien porque han seguido el
camino de
sus intereses sin respetar a los demás, y que para prosperar
ellos han
pisoteado a quien fuera necesario; este camino que de
momento parece
el mejor, a la larga es el gran fracaso, es un camino que no
lleva a ningún
sitio, es un camino que rompe la vida y el amor, y cae en el
mayor de los
vacíos. Otros caminos de vida, como el buscar solamente el
dinero y el
poder, también dejan a la persona vacía de amor y
esperanza en los
demás, le cierran en él mismo y le empobrecen hasta la
muerte.
JESUS MISMO NOS AYUDA A ENCONTRAR EL CAMINO que da
sentido total a nuestra vida; él es el camino. Jesús no es un
predicador,
Jesús es el que abre el camino y nos acompaña en la vida.
Jesús es
aquel que siguió el camino de "pasar por el mundo haciendo
el bien,
dando vida y esperanza a los demás", como dijo Pedro al
pueblo después
de la muerte de Jesús. Y porque Jesús siguió este camino, de
dar vida,
amor y esperanza, vive para siempre en el Amor total del
Padre.
3 (Creemos en la Vida)
Hoy que nos encontramos ante una muerte, Jesús nos habla
de vida y
del camino que lleva a la vida en plenitud. Nosotros ante la
muerte en vez
de dejar que la muerte nos abrume y nos supere, NOS
PLANTEAMOS EL
SENTIDO DE LA VIDA, porque no creemos en la muerte, sino
en la vida y
queremos vivir, y vivir para siempre en el Amor del Padre
que nos ha
dicho que tiene lugar para todos. Miremos pues, si hemos
encontrado el
camino que nos llena de vida y de esperanza; ante la muerte
tomemos la
vida con más fuerza y voluntad para encontrar el camino que
nos llene de
sentido y de esperanza ahora y siempre.
Finalmente, en la tristeza de perder una persona amada, OS
INVITO A
RECORDAR TODO LO QUE CADA UNO SEPA DEL AMOR, la
amistad, la
ayuda, la bondad que el difunto os haya dado, porque si
recordamos que
en su vida ha habido amor, sabemos que este amor no se
pierde nunca,
ni se puede enterrar, y que todo el amor que vivimos, por
pequeño que
sea, Dios que es el Amor más grande lo recoge y los recibe
para siempre.
Recordemos aquellas palabras de la Escritura: "El que ama
encuentra a
Dios, porque Dios es amor".
JAUME DASQUENS
Terrassa (Barcelona)
18. Los textos podrían ser otros parecidos. La homilía no se
dirige al
difunto, ni debe ser su elogio. Hablamos a la comunidad
reunida con
ocasión de una muerte. Será necesario adaptarla a cada caso
y situación,
con atención y respeto hacia los posibles no creyentes. Pero
la homilía de
exequias, adaptada incluso, no puede descuidar un tono
evangelizador,
afirmando claramente cuál es la esperanza cristiana. Esta
tiene tres
puntos, una entrada y una conclusión: 1) situar el hecho en
concreto, 2)
Jesucristo resucitado es la raíz de nuestra esperanza, 3)
¿qué
esperamos? La vida eterna.
El primer punto habrá que adaptarlo a cada circunstancia; la
introduccion y los puntos 2, 3 y 4 podrían ser válidos para
muchas
ocasiones".
Textos: Job 19,1.23-27a o bien Isaías 25,6a.7-9
Salmo 102 ó 104
Juan 14,1-6.
No nos reune aquí la muerte sino la vida: La vida del amigo
N., que hoy
llega a su fin terreno (que hoy cumple una etapa). La vida de
Jesucristo,
que continúa vivo y presente.
La vida eterna que todos esperamos.
Por ello, la actitud cristiana ante la muerte, hay que decirlo
de entrada, no puede ser de desesperación, de pánico o de
miedo. No somos unos ilusos cuando, reunidos en esta
circunstancia, ciertamente triste a nivel humano, nos
invaden sentimientos de esperanza, de certeza y casi de
alegría.
Es por ello que esta liturgia es una celebración. La
celebración de una despedida, sin duda, donde se mezclan al
mismo tiempo los sentimientos de tristeza y alegría. Como
en toda despedida.
1. (El hecho)
(En el primer punto hay que hacer referencia a la situación
concreta: ni
todas las muertes son iguales, ni todas las vidas tienen la
misma
resonancia llegada esta hora. Algunas afectan más que otras
a la
asamblea reunida. Por ello no todas las homilías pueden
decir lo mismo...)
—Si el difunto es un padre o una madre de familia ya mayor
o una
persona anciana: se puede hacer referencia al camino
cristiano del
matrimonio y la familia, al amor, la comprensión y la ayuda
mutua en el
seno de esta "iglesia familiar"
—Si es una persona solitaria o sin familia: esta muerte
permitirá una
reflexión más serena sobre el sentido cristiano de la muerte,
ya que
conmueve menos a los oyentes; quizás se podría recordar
que la vida
sencilla y sin ambiciones, en un mundo tan complicado, se
acerca mucho
al evangelio...
—En una muerte repentina o de accidente: hay que poner
mucha
atención, pero conviene hablar de la comprensión y bondad
de Dios
Padre hacia todos, y crear un clima de confianza, basado en
que "El
Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en
clemencia".
—Si es una persona que ha estado mucho tiempo enferma o
imposibilitada: puede descubrirse que vidas aparentemente
inútiles tienen
una misteriosa fecundidad, se puede mencionar la corriente
de
solidaridad despertada a su alrededor y, sobre todo, la
liberación que,
más que nunca en este caso, supone la muerte...
—Etc....
2. (La fe en Jesucristo resucitado)
Los cristianos celebramos la vida, no la muerte. (Un Dios de
vivos, no
de muertos). Pero la muerte siempre nos oprime y entristece
lo mismo que
a los demás hombres. No somos insensibles ni estoicos. No
le
encontramos sentido y nos rebelamos.
Pero no es una rebelión desesperada. Impulsados por la fe
en
Jesucristo, miramos el futuro esperanzados, confiados e,
incluso,
deseosos (o alegres). Creemos que el futuro del hombre está
en Dios;
que no es una incógnita.
La fe en Jesucristo vivo se caracteriza por la certeza que
tenemos de
una victoria sobre la muerte. Es lo que experimentaron los
apóstoles la
mañana del domingo de Pascua: Jesús, el Señor, que ha
muerto y ha sido
sepultado, ivive! ¡Está vivo! No sólo ha pasado por la muerte
como los
demás hombres, sino que la ha vencido. Y la fe de los
discípulos en
Jesucristo resucitado es la esperanza cierta de la propia
resurrección.
3. (La vida eterna)
"No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí.
En la casa
de mi Padre hay muchas estancias..." La raíz de nuestra
esperanza está
en la bondad de Dios y en la victoria de Jesucristo.
"... Yo sé que está vivo mi Vengador, y que al final se alzará
sobre el
polvo". "El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los
rostros". La
liturgia nos anima a hablar de un "convite" y de una "fiesta"
que Dios nos
tiene preparada.
La vida no se acaba, se cambia por aquello que es definitivo.
Cuando
hemos perdido la confianza en todas las seguridades
humanas, en las
riquezas, los razonamientos y las ideologías terrenas —que
es lo que nos
pasa ante el hecho implacable de la muerte— cuando
probamos la
amargura de que las cualidades personales, el dinero (el
poder), la misma
ciencia, son impotentes, entonces es cuando estamos
abiertos a la
esperanza de una victoria definitiva sobre la muerte.
¡Tantas cosas que queríamos hacer en la vida y no hemos
podido,
tantas ganas de vivir y nos morimos! Al final de este camino
de decepción
y de impotencia humana, nos espera Dios con su vida, la
vida eterna.
Esta nace precisamente allí donde mueren las esperanzas
humanas. A
eso, desde pequeños, lo llamamos el cielo. Pero lo vemos
lejos, cuando
está cerca; lo vemos difícil, cuando es Jesús mismo quien
nos prepara el
lugar y vuelve a buscarnos para que vivamos con él; cuando
es Dios
Padre que desde siempre nos espera para acogernos y
perdonarnos
(abrazarnos). Es la vida eterna que dará cumplimiento a
todas nuestras
ansias de ser felices y completará, sobradamente, todos
nuestros
proyectos inacabados.
4. (Eucaristía)
Vamos a celebrar la cena con la que Jesús se despidió de sus
amigos:
la Eucaristía. Nosotros creemos en la eficacia del sacrificio de
Jesucristo.
Celebrar el memorial del Señor, no es simplemente recordar
al Maestro y
tomar ejemplo, sino que es recibir también la energía y la
fuerza que nos
viene de su victoria sobre la muerte. Por la Eucaristía
participamos de su
vida y recibimos ya aquí una señal (una garantía) de nuestra
resurrección. Por ello sabemos que nuestro hermano vivirá y
nosotros
también viviremos.
La plegaria de esta celebración acompaña a nuestro amigo
hacia la
vida eterna. Con la esperanza puesta en Jesucristo
resucitado, al
despedirnos, no decimos "un adiós para siempre", sino sólo
un "hasta
luego".
JOAN BUSQUETS
Gerona
19. Homilía para público practicante.
Textos: Sabiduría 3,1-6;
2 Timoteo 2,8-13
Juan 14,1-6
1. (Primera lectura)
El texto que hemos leído como primera lectura en la
celebración
cristiana de oración por el eterno descanso de vuestro
(padre, madre,
hijo, hermano...) N.N., nos ha mostrado cómo ya al antiguo
Israel
esperaba en el Más Allá. Esperaba en la inmortalidad y en la
felicidad
después de esta vida. Y también hacía referencia al premio
que las
pruebas que comporta nuestro peregrinaje por la tierra bien
merecen: "La
vida de los justos está en manos de Dios y no los tocará el
tormento",
"consideraban su tránsito como una desgracia... pero ellos
están en paz".
Y ha sucedido así, porque dice la lectura bíblica: "ellos
esperaban
seguros la inmortalidad", "los que en él confían conocerán la
verdad". Y
añade con seguridad absoluta la Sagrada Escritura:
"Recibirán grandes
favores, porque Dios los puso a prueba, y los halló dignos de
sí.".
Que estas palabras consoladoras fortalezcan vuestros
corazones y os
confirmen en vuestra esperanza cristiana. Y que también
sean motivo de
consuelo humano para todos. Esperanza y consuelo que se
han de
acrecentar gracias a las otras lecturas que acabamos de
proclamar en
esta celebración exequial de despedida de vuestro familiar
N.N.
Contemplemos su partida desde una perspectiva cristiana,
sobre todo los
que nos consideremos creyentes, y esto nos reconfortará.
2. (Segunda lectura)
Profundicemos también en el segundo texto. El apóstol san
Pablo nos
ha recordado que Jesucristo era de nuestra naturaleza: del
"linaje de
David". En efecto, Cristo asumió nuestra naturaleza, con sus
limitaciones
y defectos, incluyendo el dolor, las humillaciones y la misma
muerte. Y
una muerte impresionante: la muerte en cruz. Esto es de
todos conocido y
lo recordamos a menudo los cristianos cuando hacemos
sobre nuestro
cuerpo "la señal de la cruz". Cristo murió, pero creemos que
después
resucitó. Y esta es la "Buena Noticia", mensaje lleno de gozo
y de
esperanza sobre el que se apoya aquello que es más
importante de
nuestra fe. Y es bueno que lo recordemos en estos
momentos. En la
circunstancia presente hemos de reafirmar nuestra fe en
Cristo resucitado
y esto nos reconfortará en las pruebas y sufrimientos, en
concreto os
será motivo de consuelo a los
que hoy lloráis a un ser querido: "Lo aguanto todo por los
elegidos, para que ellos también alcancen la salvación,
lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna". Esta
convicción que nos transmite san Pablo yo quisiera inculcarla
en todos vosotros. Abrámonos a ella cuanto podamos en
estos momentos y tengamos por cierto que: "si morimos con
él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él; si
lo negamos, también él nos negará, si somos infieles, él
permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo".
Si morimos con Cristo, esperamos vivir siempre con El. Por
toda la
eternidad.
3. (Tercera lectura)
Nos falta añadir algunas palabras sobre el evangelio.
Todas las palabras de Jesús son consoladoras; pero lo son de
una
manera especial aquellas que pronunció durante su Ultima
Cena, aquel
banquete pascual de despedida que celebró con sus
discípulos. En
aquellos momentos entrañables y emotivos, Jesús ofrece
consuelo y
esperanza: "No perdáis la calma; creed en Dios y creed
también en mi".
La fe y la esperanza que tenemos puesta en Dios, ha de
concretarse
también en una gran fe y esperanza en Jesucristo, y de una
manera
especial en cuanto El nos enseñó referente al Más Allá. Meta
hacia la que
nos encaminamos, ya que de Dios venimos, de Dios somos y
hacia Dios
andamos.
Este es el camino ya recorrido por nuestro familiar y amigo
N. El ha
alcanzado la meta. Ha traspasado la frontera que separa el
tiempo de la
eternidad. Está ya frente a Dios. Recordemos cómo nos
habla Jesús del
Más Allá hacia el cual todos nos encaminamos: "En la casa
de mi Padre
hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio. Cuando
vaya y os
prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde
estoy yo,
estéis también vosotros". Y Jesús añade todavía: "Adonde yo
voy, ya
sabéis el camino".
Entonces Tomás, uno de los discípulos que destacó por ser
desconfiado, pidió aclaraciones: "Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo
podemos saber el camino?".
Jesús le contestó: "Tomás, yo soy el camino, y la verdad y la
vida". Es
decir, Jesús se declara el verdadero y auténtico camino que
conduce a
Dios. Y lleva hasta Dios, porque el camino de Jesús también
lleva a la
verdad y a la vida. Guía hasta la verdad plena y la vida
verdadera que es
la vida perdurable, la vida que no se acaba porque es etema.
Cristo nos
garantiza la misma vida que él consiguió en su Pascua, en su
resurrección. La palabra de Jesús es taxativa: "Nadie va al
Padre, sino
por mi".
Que estas consoladoras palabras de Jesús nos acompañen en
este
momento. Y que constituyan el mayor motivo de paz y de
verdadera
esperanza cristiana ante la muerte de nuestro hermano N., y
ante la hora
que —antes o despues— nos ha de llegar a cada uno de
nosotros, pues
no hemos de olvidar que somos peregrinos, de paso por el
mundo.
Que la esperanza de la resurrección nos acompañe siempre y
sobre
todo ahora que elevamos plegarias por el eterno descanso de
vuestro
familiar y amigo.
JORDI PIJOAN
Hospital de Bellvitge (Barcelona)
HOMILÍAS EXEQUIALES
HOMILÍAS DE CARÁCTER GENERAL
1. Homilía popular: Dios quiere salvar; pidamos que acoja a
este
hermano nuestro.
Textos: Romanos 14,7-12
1. Toda la vida se presenta ante Dios
A primera vista, parece como si san Pablo dijera que es igual
vivir
como morir, porque dice: "Si vivimos, vivimos para el Señor;
si morimos,
morimos para el Señor".
Entendida así, esta afirmación no nos acabaría de convencer.
Todos
los que estamos aquí amamos la vida. La muerte se nos
presenta como
una cosa negativa, como el final de nuestro camino en este
mundo, un
alejamiento de todo lo que nos rodea, una imposibilidad de
seguir
realizando nuestros proyectos de futuro...
Pero situémonos en otra perspectiva, la que seguramente
debería
tener san Pablo cuando hacía aquellas afirmaciones.
Nosotros somos
criaturas de Dios. No podemos estar al margen de esta
dependencia. Y a
pesar de que muchos de nosotros muchas veces no lo
pensemos, la
realidad es que dependemos en todo de Dios y que nuestra
vida es como
un acto de culto a Dios.
Por suerte, hay muchas personas que viven esta realidad de
una
manera consciente. Cada día, cada hora, cada minuto,
ofrecen a Dios
todo lo que hacen. Como el escritor que escribe cada día una
hoja y, al
llegar la noche, la revisa, corrige aquello que no le gusta y la
deja
preparada para su publicación. Así hacemos nosotros,
acumulando cada
día de nuestra vida todo lo bueno que hemos podido hacer. Y
al llegar la
hora de la muerte, esta página, escrita cada día, se junta a
las otras: son
las obras completas. La muerte es el ofrecimiento, de toda la
vida, entera,
de golpe. Mientras vivíamos, la ofrecíamos minuto a minuto.
A la hora de
la muerte, la ofrecemos toda entera. Desde esta óptica sí
que son
semejantes la vida y la muerte. "Si vivimos, vivimos para el
Señor; si
morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte
somos del
Señor".
2. Oremos por este hermano al Dios que salva
Nuestro hermano ha llegado al término de su vida mortal. El
Señor
habrá apreciado todo lo bueno que ha ido haciendo, el
designio de Dios
es de salvación. "Cristo murió y resucitó" para indicar que
también
nosotros los creyentes, pasando por la muerte, estamos
llamados a la
vida. Los méritos infinitos de Jesucristo y todo lo positivo que
habremos
hecho mientras vivíamos nos darán acceso a la vida eterna.
"Todos
hemos de comparecer ante el tribunal de Dios. Cada uno
dará cuenta a
Dios de sí mismo".
Hermanos, yo os invito ahora a orar. Hacemos como de
abogados
defensores en un juicio. Que nuestra plegaria sea un decirle
a Dios que
valore todo lo bueno y positivo que ha hecho nuestro
hermano mientras
vivía y que, misericordioso, no le tenga en cuenta todo lo
que quizás por
debilidad humana no pudo controlar. Seguramente él mismo
ya debía ir
puliendo a tiempo todo aquello con lo que no estaba de
acuerdo. Y
confiemos reencontrarnos un día en la casa del Padre.
Homilía preparada por A. Taulé
2. Homilía sencilla en la muerte de una persona mayor, no
practicante
o alejada.
Textos: 1 Juan 3,14-16; Salmo 102; Mateo 25,3146
1. ¿Por qué estamos aquí?
Hermanos y hermanas:
Nos hemos reunido aquí muchas personas, familiares,
amigos,
conocidos, vecinos, de nuestro hermano que enterraremos. Y
hemos
venido, no por un cumplimiento, sino porque apreciamos a
nuestro
hermano y a su familia.
Pero estamos reunidos en la iglesia, para rezar por nuestro
hermano.
Pienso que el Señor a todos nosotros nos quiere decir algo,
porque ha
sido el Señor quien nos ha reunido, aunque nosotros no nos
hayamos
dado cuenta.
El Señor habla, pero para entenderle es necesario que
nuestro
corazón esté limpio de egoísmo, de rencor, de envidia. Sólo
se puede
escuchar al Señor si se tiene un corazón bueno. Y ¿qué nos
quiere decir
el Señor?
2. Jesús nos dice unas cosas que todos podemos entender y
hacer
Jesús, que es el Hijo de Dios Padre, vino a darnos una Buena
Noticia:
que Dios es Padre, es amigo de los hombres. Y Jesús habló
con un
lenguaje sencillo, para que le pudiesen entender todos. Y con
comparaciones muy inteligentes.
Hay personas que dicen con frecuencia: "yo a Dios no le he
visto
nunca". Jesús nos dice qué debemos hacer para ver y
experimentar a
Dios. Jesús nos dice dónde podemos encontrar a ese Dios
"escondido".
¿Quién de nosotros no sabe qué quiere decir tener hambre
de pan o
de cultura o no conoce personas que padecen esta hambre?
¿Y cuántas
personas conocemos que tienen sed de ser amadas,
comprendidas,
tenidas en cuenta, escuchadas? ¿Y cuántas personas se
sienten
forasteras en su casa o en su familia, en su pueblo o ciudad,
en su grupo
o en su comunidad cristiana? ¿Y cuántos enfermos, de
enfermedades del
cuerpo y del espíritu, personas angustiadas, desesperadas,
tristes,
amargadas, desalentadas? ¿Y en la cárcel-cárcel, o en la
prisión de su
egoísmo esclavizante, o en la prisión del dinero o la pasión
desenfrenada?
Muchas de esas personas, podemos ser cada uno de
nosotros,
nuestro esposo o esposa, nuestros hijos o nuestros padres,
nuestros
vecinos o nuestros compañeros de trabajo. Y lo que hacemos
a cada uno
de ellos o lo que dejamos de hacer, ¡lo hacemos o lo
dejamos de hacer al
Señor mismo!
Ese Dios, al que algunos dicen "que no han visto nunca",
está en cada
hombre o mujer, de manera especial en cada hombre o
mujer que sufre.
Y Jesús nos dice que hemos de pasar por la vida haciendo el
bien,
como El lo hizo, pero un bien que se concreta en las
personas, con sus
nombres y apellidos, que pasan dificultades de la clase que
sean.
Y esto lo hemos de hacer los creyentes y los no creyentes.
Por el
hecho de ser personas humanas que hemos de sentirnos
solidarios con
todos nuestros hermanos.
3. No podemos tener miedo a Dios
Hay personas que le tienen miedo a Dios, como si Dios no
fuese amigo
de los hombres. Nuestro Dios es Padre, nos lo ha dicho Jesús
que es su
Hijo, y nuestro Dios Padre quiere tanto a los hombres que ha
querido que
su Hijo se hiciese Hombre, persona humana como nosotros.
Y Jesús, que
es el Hijo de Dios que se hizo hombre, nos dice que Dios es
Padre
"compasivo y misericordioso". Y nosotros lo hemos ido
repitiendo en el
Salmo que se ha recitado.
"Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor
ternura
por sus fieles". Así es nuestro Dios, ¡no tengamos miedo de
buscarlo, de
dejarnos encontrar por El, de escuchar su Palabra, de ir a
participar en la
Eucaristía de cada domingo para escuchar su Palabra y
celebrar que ha
resucitado y vive, de rezar, hablar con El a nuestra manera!
4. Si somos capaces de amar, viviremos siempre
Hay personas que piensan que la vida se acaba en el
cementerio, y
muchas personas aunque no lo piensen, viven como si todo
terminase
con el entierro.
Jesús nos ha dado la Buena Noticia de que más allá del
cementerio, de
la muerte, la vida continúa. Y continúa porque aunque el
cuerpo muera y
se deshaga, el amor no muere nunca. Son las palabras claras
que hemos
escuchado del Apóstol san Juan: "Nosotros hemos pasado de
la muerte a
la vida, y lo sabemos porque amamos a los hermanos". El
que ama tiene
vida que no se termina, y quien no es capaz de amar, ya en
esta vida está
en la muerte.
Véis, por tanto, cómo el Señor ahora nos ha hablado, ¿qué
nos ha
querido decir el Señor, con motivo de la muerte de nuestro
hermano?
El Señor que es "compasivo y misericordioso" quiere que
nosotros
vivamos la vida, aprovechando el tiempo, haciendo y dando
importancia a
todo aquello que con la muerte no termina. A todas las cosas
que no
pasarán.
Y quiere el Señor que sintamos y experimentemos su amor,
y no
tengamos miedo de El. Porque El quiere tanto a las personas
que vive, de
manera especial, en cada una de las que padecen y sufren.
Todo esto nos lo dice el Señor en estos momentos, en que
estamos
especialmente sensibilizados por la muerte de nuestro
hermano. Y es que
Dios nos habla siempre, por medio de las cosas agradables o
desagradables, y hoy concretamente, por este motivo.
Y celebramos que Jesús que también murió, ha resucitado y
vive, y en
El, porque nos lo ha dicho y nos fiamos de El, estarán y
vivirán para
siempre los hombres y las mujeres que hayan pasado por la
vida
haciendo el bien a sus hermanos y hermanas.
Homilía preparada por G. Soler
3. Homilía sencilla ante una muerte esperada: la muerte,
ruptura y
liberación.
Textos: Marcos 15,33-39
"JESÚS, DANDO UN FUERTE GRITO, EXPIRO"
La muerte de Jesús fue un gran grito. Lo acabamos de
proclamar en el
evangelio. Y toda muerte es un gran grito. Y es un gran
grito, lo escuchen
o no las personas que acompañan al moribundo. Lo es, tanto
si la muerte
nos llega cuando estamos rodeados del consuelo de las
personas
queridas como si nos llega en la mayor de las soledades...
Siempre es un
gran grito la muerte. Un grito físico o moral, tanto da.
Porque la muerte es,
siempre, una ruptura, un desgarramiento...
LA MUERTE ES UNA RUPTURA HACIA FUERA Y HACIA
DENTRO DE
NOSOTROS
La muerte es una ruptura hacia fuera de nosotros mismos,
porque toda
vida es un tejido de relaciones humanas, de vínculos de
sangre y de
amistad, de raíces que se aferran a cada persona y a cada
cosa que
amamos y que forman parte de nuestra vida.
Pero la muerte es también una ruptura hacia dentro de
nosotros
mismos, porque también existe todo un mundo interior,
tanto o más rico
que el exterior, lleno de proyectos, de sentimientos, de
esperanzas, de
intimidad, de crecimiento interior (posible breve referencia a
la vida del
difunto).
LA MUERTE ES TAMBIÉN LA GRAN LIBERACIÓN
Por tanto, reconozcámoslo, la muerte es un momento
doloroso,
desconcertante, hasta incomprensible, desde la mera visión
humana.
Pero a partir de la fe en Jesús, que es la que nos ha reunido
aquí,
sabemos que la muerte es, también, una gran liberación.
Porque es dejar
atrás todas las limitaciones, todos los condicionamientos,
todo el dolor
que, a menudo, hiere nuestra existencia de cada día.
Porque la muerte, para nosotros, a partir de nuestra fe, a
partir del
camino que El ha abierto para todos, ya no es una puerta
abocada a la
nada, cerrada a la luz, cerrada al futuro: sino una puerta
abierta de par
en par a la vida, al más allá, al infinito... donde El nos ha
precedido y nos
espera. El paso de la muerte, pues, es un reencuentro,
totalmente
purificado y llevado a su plenitud, de todo ese mundo interior
y exterior a
nosotros. Por eso afirmamos que la muerte, más que una
ruptura y un
desgarramiento, por encima de todo es una gran liberación.
Y es precisamente esta plenitud de vida y de infinito, esta
liberación, lo
que ahora pedimos e invocamos para N. con profunda
esperanza.
Homilía preparada por P. Vivó
4. Homilía para público no muy practicante: el anuncio
cristiano ante la
muerte.
Textos: Hechos 10,34-43; Marcos 15,33-39; 16, 1-6
Habéis venido, hermanos, a esta iglesia para celebrar
cristianamente la
muerte de un pariente o de un amigo. Al participar en estas
exequias
manifestamos ciertamente un afecto muy sentido que brota
de nuestro
interior espontáneamente ante la muerte de una persona
querida o
conocida, ante el misterio mismo de la muerte. Es muy
humano sentir el
dolor ante la muerte, llorar ante la muerte.
En estos momentos, siempre serios, ante un hecho tan
importante,
misterioso y agobiante, yo sólo quiero predicar lo que
predicaban los
apóstoles, lo que hoy nos ha predicado de nuevo la muerte
de Jesús, que
hemos leído en el evangelio.
LA FELIZ NOTICIA: JESÚS HA MUERTO Y RESUCITADO
Lo que predicaban los apóstoles y que hemos escuchado en
la primera
lectura de labios de san Pedro, es lo que la Iglesia de todos
los tiempos
ha predicado y sigue predicando, en cualquier circunstancia:
Jesús, el
Hijo de Dios, hombre como nosotros, ha muerto y ha
resucitado. Esta es
la Buena Noticia, que da la felicidad, cuando se acepta con
fe.
Es verdad que la muerte, humanamente hablando, es la gran
desgracia, es la humillación total y radical del hombre. ¿No
es verdad que
todos nos sentimos limitados, abrumados, hechos polvo por
la perspectiva
y la realidad ineludible del final de nuestros días? Cuántas
veces hemos
meditado en el curso de nuestra vida que imparablemente se
encamina al
destino final de la muerte. A menudo esto recorta nuestras
ilusiones y nos
puede sumir en la más negra y amarga de las
desesperanzas.
Ya decía san Pablo a los primeros cristianos que los que no
tienen
esperanza se entristecen irremediablemente ante la muerte.
Pues bien:
Jesús nos ha liberado de esta tristeza, irremediable desde el
punto de
vista puramente humano. Esta es la Buena Noticia capaz de
darnos
felicidad y paz.
Y la Noticia es ésta: que Jesús de Nazaret pasó por todas
partes
haciendo el bien, liberando de la esclavitud del mal. Murió en
el patíbulo
de la cruz, pero no se quedó en la muerte. Dios estaba con
El y lo
resucitó. Es decir, Dios, el creador de la vida, no abandonó a
su Hijo en la
nada de la muerte fatal, lo sacó de esta muerte y lo
sumergió en la vida
nueva de un cielo nuevo y una tierra nueva, el Reino que
comienza, para
todos los hijos de Dios, con la resurrección de Cristo y que el
Padre abre
de par en par a todos los que aceptan por la fe a Jesús como
Liberador,
salvador del mal, del pecado, de la misma muerte.
Esta es la Buena Noticia que llena de esperanza el corazón
de los
creyentes, esta es la fe que la Iglesia predica continuando la
misión de los
apóstoles. Esta es la única luz capaz de disipar la oscuridad
del sepulcro,
al que dirigimos nuestros pasos de peregrinos.
ANTE LA CRUZ: ESTE HOMBRE ES EL HIJO DE DIOS
Ante la muerte de un hermano nuestro en la fe, de un
pariente, de un
amigo, volvemos los ojos al Crucificado. Por eso nuestras
tumbas están
presididas por la cruz, la cruz identifica nuestros ataúdes, el
Cristo
clavado en la cruz domina nuestras exequias.
La cruz, para los cristianos, no es simplemente un signo de
muerte. No:
es signo de una muerte redentora, de una muerte que es
paso a la vida.
Mirando a la cruz, el centurión, encargado del
ajusticiamiento de Jesús,
exclamó: "realmente este hombre era Hijo de Dios". La cruz
nos lleva en
efecto a la gran noticia de la mañana de Pascua: "no os
asustéis: no está
aquí, ha resucitado".
Hagamos nuestra esta exclamación, la profesión de fe de
aquel
hombre pagano ante Cristo muerto en la cruz. Jesús es el
Hijo de Dios,
que ha venido a esclarecer el misterio que nos ahoga, a
levantar la losa
que pesa sobre nuestra existencia, a menudo desgraciada,
en este
mundo.
Hermanos, la narración de la muerte y de la resurrección de
Cristo,
que hemos leído en estas exequias, nos hace celebrar
cristianamente la
muerte de este difunto. Esta es una palabra de Dios que nos
descubre la
perspectiva de la inmortalidad, de una vida para siempre en
las manos de
Dios, ya que, como nos dice san Pablo, Cristo ha resucitado
como el
primero de entre todos los que han muerto. La Palabra de
Dios y de
Cristo, que no pasará nunca, nos asegura que la muerte no
es la última
palabra, el final de un camino sin salida final. La muerte es el
paso,
doloroso, ineludible, a una vida feliz que Dios ha preparado
para sus
hijos.
Que esta lectura de la Palabra de Dios serene hoy nuestros
corazones; que les infunda la gran esperanza; que los
ilumine con aquella
fe que viene de la cruz de Cristo y del esplendor de la
resurrección, y los
sumerja ya en la paz del Reino de Dios, a la que esperamos
que haya ya
llegado este hermano nuestro, que despedimos con tristeza,
pero también
con la esperanza de la victoria final de la vida sobre la
muerte.
Homilía preparada par P. Llabrés
5. Homilía para público cristiano popular. La muerte, una
llamada a la
plenitud de vida, y una llamada a la vigilancia.
Textos: 1 Juan 3,1-2; Lucas 12,35-40
Cuando nos enfrentamos con la muerte, cuando nos toca de
cerca la
persona de un familiar o amigo, muchas veces parece que
nos hallamos
ante una puerta cerrada, que nos encontramos con un muro
que no
podemos traspasar. Y ello hace que nos preguntemos qué
sentido tiene
la vida, para qué estamos en este mundo.
1. Llamados a la plenitud de la vida
Pero las lecturas que hemos proclamado en esta celebración
iban en
una dirección completamente opuesta. No hablaban de falta
de sentido en
la vida, de callejón sin salida, sino de esperanza y de visión
de futuro.
Dios nos llama hijos suyos y lo somos en realidad, nos decía
san Juan, y
en cuanto tales estamos llamados a crecer continuamente,
estamos
llamados a ser semejantes a él, a Dios.
El día de nuestro bautismo nacimos como hijos de Dios, y en
nuestra
existencia debemos ir aprendiendo a reconocer en Dios al
Padre que nos
ama, el Padre que quiere nuestro bien, el Padre que quiere
darnos la vida
para siempre y toda suerte de bienes, el Padre que abre
nuestra
existencia hacia un futuro de vida en plenitud. Esta fue la
misión principal
de nuestro hermano que nos dejó y ésta debe ser también
nuestra misión
a lo largo de nuestra vida: crecer continuamente como hijos
de Dios hasta
el momento en que él nos llame a verlo tal cual es.
Esto, en nuestra vida diaria, significa que no podemos
dormirnos jamás
pensando que lo tenemos todo hecho, ni debemos creer que
no podemos
ya avanzar en nuestra madurez humana y cristiana. Nuestro
hermano ha
llegado ya ante Dios. Todos nosotros caminamos hacia él, y
lo hacemos
teniendo en cuenta la palabra de Jesús: conocemos la hora
de la salida,
pero el momento de la llegada nos resulta totalmente
desconocido, nada
sabemos de él. El momento de presentarnos ante el Padre
puede
llegarnos después de una larga y fecunda vida o puede
venirnos también
de improviso, como el ladrón que se nos mete en casa sin
llamar a la
puerta y cuando menos lo esperaríamos.
2. Caminamos con esperanza
Estas palabras de Jesús no son para meternos miedo. Al
contrario,
quieren movernos a vivir más intensamente nuestra vida
presente, la vida
de cada día. Recordémoslo de nuevo: somos ya los hijos de
Dios. Por
tanto, vivamos plenamente nuestra vida presente, siguiendo
el estilo de
Jesús, el primero de los hijos de Dios y nuestro hermano.
Hagamos de
nuestra vida un servicio a los demás, sepamos llevar paz,
gozo,
comprensión a nuestras relaciones humanas, sepamos estar
atentos a las
necesidades de nuestros hermanos y a todo lo que la palabra
de Dios
pide de nosotros: esta debe ser nuestra actitud vigilante, en
esto debe
consistir nuestra espera del Señor.
¿Cómo podríamos sentarnos a la mesa con el Padre, si ahora
no
hemos cultivado la amistad y la relación personal con El?
¿Cómo podría
El servirnos personalmente a la mesa, si antes nosotros no
hemos
querido servirle en cada uno de los hermanos? ¿Cómo
íbamos a pedirle
que compartiera su felicidad con nosotros, si ahora no nos
esforzamos
por compartir las penas y las alegrías con todos los
hombres?
3. El don de Dios supera nuestras aspiraciones
El amor que Dios nos tiene supera con creces todos nuestros
cálculos.
¡Cómo iban a pensar los criados que esperaban de noche a
su Señor que
los haría sentar a la mesa y los iría sirviendo! Tampoco
nosotros
podemos imaginar cuál va a ser nuestra condición cuando
seamos hijos
de Dios en plenitud. Ni cuál es la condición de nuestro
hermano, después
de que el Padre lo ha llamado a contemplarle cara a cara.
Pero en esta celebración sí queremos orar para que el Padre
le
conceda todo su amor, le reconozca totalmente como hijo;
para que, libre
de cualquier mancha de egoísmo o de pecado que siempre
existen en la
vida de los hombres, pueda contemplar a Dios tal cual es sin
ningún
temor.
Y, al mismo tiempo que esta celebración es una plegaria por
nuestro
hermano N., que pasó ya por esta etapa de la vida, debe
significar
también para nosotros un deseo de crecer continuamente
como hijos de
Dios, un hacernos conscientes de que estamos llamados a
vivir con el
Padre y de que esto no se improvisa en un momento, sino
que debemos
comenzar a vivirlo ahora en nuestras relaciones de cada día,
en la vida
familiar y en el trabajo.
Así sea.
Homilía preparada por J. Roca
6. Homilía breve para público amplio en la muerte de una
persona de
edad.
Textos: Job 19,1.23-27a; Lucas 23,44-49; 24,1-6
1. Nos quieren hacer pensar sólo en los goces presentes
Muchas corrientes dentro de nuestra sociedad nos quieren
hacer
pensar sólo en el goce de la vida presente. La publicidad
quiere hacernos
creer que la felicidad se compra, que la juventud se
compra... que lo
podemos comprar todo, para poder vivir en un mundo de
color de rosa.
Todo lo que está fuera de este marco de felicidad aparente,
la
publicidad lo quiere ocultar. Y lo primero que quiere ocultar
es la muerte.
El mundo de hoy quiere ocultar la muerte, envolverla en el
silencio y
renunciar a preparar al hombre a morir.
Nosotros hoy no podemos ocultar este hecho: N. ha muerto
(Lentamente se ha ido apagando, se ha ido preparando a
este momento,
y nos ha ido preparando también a nosotros...).
2. La valentía de mirar a la muerte cara a cara
Pero todavía hay más. Los que nos confesamos creyentes en
Jesucristo, no sólo aceptamos el hecho por su evidencia
biológica -un
cuerpo que no tiene vida- sino que nuestra fe nos da el valor
de mirar a la
muerte cara a cara, y hasta de hablar de ella, llamándola,
como hacia san
Francisco de Asís, "la hermana muerte".
Porque la muerte, para el creyente, es un paso hacia el
encuentro
definitivo y pleno con Dios y los hermanos. Paso que vamos
preparando
cuando vamos muriendo a nuestro pequeño "yo" y nos
vamos haciendo
unas "personas para los demás"; cuando sabemos descubrir
que el bien,
la honradez, la apertura a Dios, son ya semilla de eternidad.
3. La valentía de creer en la vida de Jesucristo
Me diréis que esto es difícil de entender. Y yo os diré que es
tan difícil
como creer que la historia de Jesús no se acabó con la
muerte. Aquel
domingo, al romper el alba, las mujeres que iban a velar el
cuerpo de
Jesús, encontraron el sepulcro vacío; atónitas descubrieron
la repuesta
allí mismo: "¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?"
Repetir hoy que Jesús es "el que vive" es proclamar la Buena
Noticia
de la vida para siempre y poner el fundamento de nuestra
esperanza
cristiana.
4. La vida que comienza siguiendo el camino de Jesucristo
Afirmar que Jesús es "el que vive" es afirmar que nuestro
querido N. ya
está viviendo su vida nueva. Vida que no comienza cuando
se muere,
sino cuando un hombre o una mujer se pone a caminar por
la senda de
Jesús, por el camino del bien.
Que esta Eucaristía sea una afirmación de que Jesús vive, un
compromiso a seguir su camino, una oración por nuestro N.,
para que la
muerte sea para él un mejor nacimiento.
Homilía preparada por LI. Suñer
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Homilias difuntos 01

  • 1. HOMILÍAS DE DIFUNTOS 1. Homilía para público amplio: la vida no termina, no tengamos miedo. Textos: Sabiduría 3,1-9 1. (La vida de los hombres no termina con la muerte) El hecho de la muerte se alza como un muro lleno de interrogantes y de temor en el centro mismo del camino de la vida. Vamos avanzando por nuestra existencia y, de repente, nos encontramos encarados con esta muralla misteriosa que nos impide el paso. Y en su misma base dejamos los restos de nuestro cuerpo. Los familiares, los amigos piadosamente los recogen y los entierran. ¿Todo se ha terminado para nosotros? Este es uno de los interrogantes escritos en la muralla de la muerte y que nos llena de angustia: ¿LA VIDA DE LOS HOMBRES SE TERMINA CON LA MUERTE? La Palabra de Dios que hemos leído NOS DICE QUE NO: "La gente insensata—los que no tienen fe—pensaban que morirían— que todo se terminaba para ellos—, consideraba su tránsito como una desgracia, su partida de entre nosotros—esto es, el pasar de una a otra manera de vivir—como una destrucción. Pero ellos están en paz". Parece como si esta muralla de la muerte fuera impenetrable, que no nos deja pasar al
  • 2. otro lado, pero nuestra vida, aquello que constituye verdaderamente nuestra personalidad, "probada como oro en crisol", libre de los obstáculos que nos imponían el tiempo y el espacio, "resplandecerá como chispa que prende" y atravesará el muro. HEMOS PASADO AL OTRO LADO. En este momento solemne se cumple lo que hemos oído en la lectura: "Los que confien en el Señor conocerán la verdad, y los fieles permanecerán con él en el amor". 2. (Los que han muerto están en manos de Dios) Ahora encontramos también respuesta a otro de los interrogantes de la muerte: ¿DONDE ESTAN NUESTROS DIFUNTOS? ¿QUIEN SE PREOCUPA AHORA DE ELLOS? Desde la fe podemos decir: "La vida de los justos está en manos de Dios" No tengamos miedo, ya que NUESTROS DIFUNTOS ESTAN EN BUENAS MANOS, mucho mejores que las nuestras. Pues mientras vivían y estaban con nosotros, más de una vez fueron victimas de nuestros defectos, de nuestras limitaciones, de nuestro egoísmo y de nuestras injusticias. Ahora están en las manos de Dios: manos de padre que acogen, que comprenden, que aman y por ello siempre están dispuestas a perdonar. Manos de padre y de madre llenas de amor. Las manos de Dios nos han dado la vida, se han juntado con las nuestras y nos han conducido por los caminos de la existencia, nos han educado para la libertad, para la responsabilidad, para el
  • 3. amor. Por ello nos han salvado, nos han liberado, y han hecho que llegásemos a ser lo que somos: nosotros. Las manos de Dios se alargan también hacia nosotros a la hora de la muerte y nos llevan al otro lado de la frontera, allí donde "ningún tormento nos tocará", a la felicidad inmensa, al lugar del reposo, de la luz y de la paz, a la inmortalidad. Nuestro hermano ha dado este paso definitivo. Ahora está con Dios. ACOMPAÑEMOSLE CON NUESTRO RECUERDO Y CON NUESTRA PLEGARIA, unidos a Jesucristo, nuestro hermano mayor, que ha muerto y ha resucitado y nos ha enseñado el camino que conduce a nuestra casa, a la casa de Dios, a la casa del Padre y la Madre, a la casa donde todos nos hemos de reunir para siempre. JOSEP M. ARAGONÉS Sant Sadurní d'Anoia (Barcelona) 2. Homilía popular: Dios quiere salvar; pidamos que acoja a este hermano nuestro. Textos: Romanos 14,7-12 1. (Toda la vida se presenta ante Dios) A primera vista, parece como si san Pablo dijera que es igual vivir como morir, porque dice: "SI VIVIMOS, VIVIMOS PARA EL SEÑOR; SI MORIMOS, MORIMOS PARA EL SEÑOR".
  • 4. Entendida así, esta afirmación no nos acabaría de convencer. Todos los que estamos aquí amamos la vida. La muerte se nos presenta como una cosa negativa, como el final de nuestro camino en este mundo, un alejamiento de todo lo que nos rodea, una imposibilidad de seguir realizando nuestros proyectos de futuro... Pero situémonos en nuestra perspectiva, seguramente la que debería tener san Pablo cuando hacia aquellas afirmaciones. Nosotros somos criaturas de Dios. No podemos estar al margen de esta dependencia. Y a pesar de que muchos de nosotros muchas veces no lo pensemos, la realidad es que DEPENDEMOS EN TODO DE DIOS y que nuestra vida es como un acto de culto a Dios. Por suerte, hay muchas personas que viven esta realidad de una manera consciente. Cada día, cada hora, cada minuto, ofrecen a Dios todo lo que hacen. Como el escritor que escribe cada día una hoja y, al llegar la noche la revisa, corrige aquello que no le gusta y la deja preparada para su publicación Así hacemos nosotros, acumulando cada día de nuestra vida todo lo bueno que hemos podido hacer. Y al llegar la hora de la muerte, esta página, escrita cada día, se junta a las otras: son las obras completas. LA MUERTE ES EL OFRECIMIENTO DE TODA LA VIDA, ENTERA, DE GOLPE. Mientras vivíamos, la ofrecíamos minuto a minuto. A la hora de la muerte, la ofrecemos toda entera.
  • 5. Desde esta óptica sí que son semejantes la vida y la muerte. "Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor". 2. (Oremos por este hermano al Dios que salva) Nuestro hermano ha llegado al término de su vida mortal. EL SEÑOR HABRA APRECIADO TODO LO BUENO QUE HA IDO HACIENDO, EL DESIGNIO DE DIOS ES DE SALVACION. "Cristo murió y resucitó" para indicar que también nosotros los creyentes, pasando por la muerte, estamos llamados a la vida. Los méritos infinitos de Jesucristo y todo lo positivo que habremos hecho mientras vivíamos nos darán acceso a la vida eterna. "Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios. Cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo". Hermanos, yo os invito ahora a orar. Hacemos como de abogados defensores en un juicio. Que nuestra plegaria sea un DECIRLE A DIOS QUE VALORE TODO LO BUENO y positivo que ha hecho nuestro hermano mientras vivía y que, misericordioso, no le tenga en cuenta todo lo que quizás por debilidad humana no pudo controlar. Seguramente él mismo ya debía ir puliendo a tiempo todo aquello con lo que no estaba de acuerdo. Confiemos reencontrarnos un día en la casa del Padre. ALBERT TAULÉ
  • 6. Sabadell (Barcelona) 3. Homilía basada en las "bienaventuranzas", adaptable a diversos públicos, especialmente pensada para exequias de difuntos que —de algún modo— hayan vivido lo que Jesús anuncia en las bienaventuranzas: pobreza, dolor, paz, lucha por la justicia, etc. Es decir, como dice la primera lectura, amor a los hermanos, dar la vida por los hermanos. Textos: 1 Juan 3,14-16 Mateo 5,1-12a 1. {La gran verdad que anuncia Jesús) Hemos escuchado este ANUNCIO DE DICHA, DE FELICIDAD, DE VlDA (y diría que incluso de triunfo) que pronunció Jesús en el inicio de su predicación. Y PUEDE PARECER EXTRANO que lo hayamos leído con motivo de una celebración exequial, es decir, en esta reunión de plegaria por la muerte de... Puede parecer extraño y sin duda lo es si lo miramos desde un punto de vista puramente humano. Pero aquí nos hemos reunido como cristianos, como creyentes en Jesucristo, en Aquel que pronunció estas extrañas palabras. Por eso nos atrevemos a leerlas: porque creemos que su palabra es Palabra de Dios, es decir, la verdad más profunda, la más
  • 7. real, más allá de la verdad aparente que suele dominar en nuestro modo de pensar y de sentir de cada dia. Y LA GRAN VERDAD QUE ANUNCIÓ CON FUERZA JESUS, EL HlJO DE DIOS, ES ÉSTA: son dichosos, son felices, de ellos es el Reino de Dios, los que han vivido como pobres, en la sencillez, quizá en el dolor. Los hijos de Dios —ahora y para siempre—, los que verán a Dios y poseerán su herencia de paz y felicidad, son los que vivieron con hambre y sed de justicia, los que supieron amar en su vida de cada día, los limpios de corazón, los que comunicaron paz. 2. (Una celebración de comunión) Y quizá en su vida aquí en la tierra todo esto no fue comprendido, no fue valorado como se merecía. Quizá ni ellos mismos lo comprendieron. Pero si lo vivieron —y eso es lo que, hermanos, importa al fin y al cabo— DIOS LES ACOGE COMO HIJOS SUYOS. Por eso dice Jesús — lo acabamos de leer—: "estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo". Una alegría y una recompensa que tienen ya plenamente los que viven en total comunión con Dios en aquel país que llamamos "cielo", pero de lo que —de algún modo— participamos ya ahora aquellos que compartimos su amor, su bondad, su camino duro de cada dia. Su alegría y su dolor. Por eso esta celebración nuestra, hoy, es de COMUNION. Comunión con un camino que no ha terminado, que se ha transformado
  • 8. en dicha. Comunión con Dios y con los hermanos que ya no viven entre nosotros. Pero su recuerdo seguirá vivo, ejemplar —más allá de todo lo que hay de pecado o de deficiencia en cada hombre o mujer—; su recuerdo podrá ayudarnos. 3. (Amor y vida) Hemos leído antes en primer lugar, unas palabras del apóstol Juan que resumen nuestra fe cristiana. Esta fe que, de algún modo, hoy deberíamos reafirmar y renovar. Nos decía san Juan que "el que no ama permanece en la muerte". O dicho al revés: el que ama, vive para siempre. Esta es nuestra fe. Nos decía también: "nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos". Esta debe ser—y pidámosio hoy— la consecuencia de nuestra fe, para que sea fe de verdad, fe de vida. Y terminaba diciendo: "EN ESTO HEMOS CONOCIDO EL AMOR: en que él —Jesús— dio su vida por nosotros". Es lo que renovamos cada vez que celebramos la Eucaristía: nuestra fe en el amor de Dios que nos enseña que "también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos". Que así sea. JOAQUIM GOMIS 4. Homilía para público cristiano popular. Tema central:
  • 9. Hermanos en el dolor y en la esperanza. (Celebración con eucaristía). Textos: Romanos 8,14-23 Mateo 11,25-30 1. (Unidos en el dolor y la esperanza) Dios Padre nos acaba de hablar como nos habla siempre que nos reunimos en su casa, el templo. Sólo que hoy nosotros, sus hijos, ESTAMOS DE LUTO: se os ha muerto un hermano, N., que en el cielo esté. Es como si nos hubiéramos muerto un poco de nosotros mismos, tal es la pena que pasamos. Le conocíamos, le amábamos, nos amaba... Podemos afirmar que en estos momentos nos une el dolor, miembros como somos de la misma familia humana, solidarios los unos de los otros, enfrentados con el común destino fatal, la muerte. A veces la alegría también suele unirnos, pero no tan intensamente; nos vuelve eufóricos, orgullosos, egoístas. El dolor, en cambio, nos hace humildes, impotentes, compasivos. Ya que nos une un mismo dolor, yo os invito, amigos, a sentirnos hermanados por una misma esperanza. No por una esperanza cualquiera, ilusoria, evasiva, grotesca, sino POR LA ESPERANZA QUE SE FUNDA EN LA PALABRA DE DIOS QUE HEMOS ESCUCHADO. Los cristianos, ya lo sabemos, sufrimos y morimos como todos los demás hombres (iy el Padre no nos ahorra nada!), pero somos capaces de morir y sufrir
  • 10. de manera distinta, no ya sólo con dignidad, sino con esperanza. Como Jesús. Con Jesús. 2. (La esperanza de la alegría y de la vida para todos los hombres: somos hijos de Dios) ¿Os habéis fijado en las palabras que leíamos antes? ¡Ah, qué luz, qué consuelo, qué fortaleza nos dan en circunstancias como ésta! "Pienso, decia san Pablo, que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá". Y eso que sufrimientos, en este mundo, hay muchos, incalculables: a los naturales, inherentes a la imperfección de las cosas, hay que sumar los que vamos añadiendo los hombres con nuestro pecado. Pues bien, toda ESTA ENORME CANTIDAD DE SUFRIMIENTOS, toda esta triste herencia humana que nos vamos pasando de generación en generación, NO SE PUEDE COMPARAR CON EL CIELO QUE NOS ESPERA, la otra herencia de alegría que nos corresponde como hijos de Dios. "La creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto". Pensemos, por ejemplo, en los pobres y en los enfermos, en los hambrientos y en los emigrantes, en los jóvenes y en los ancianos, en los presos y en los que no tienen trabajo, en los labradores y en los obreros de las fábricas, en todos aquellos que experimentan de una u otra
  • 11. manera la existencia del mal y del pecado. Pensemos también en la lucha que mantienen los hombres de buena voluntad (iy todos tendríamos que serlo!), en favor de la verdad, de la justicia, de la paz. Pensemos, también, en los esfuerzos de renovación que hace la Iglesia, impulsada por el Espíritu, para mantenerse fiel al evangelio y a los signos de los tiempos. Ya que, ASÍ COMO LOS DOLORES DE LA MADRE SON REDENTORES PORQUE DAN A LUZ AL HIJO, ASI TAMBIEN LO SERAN NUESTROS SUFRIMIENTOS Y NUESTRA MISMA MUERTE, si sabemos asumirlos, de cara a nuestra definitiva salvación en Dios. Aquello que expresó Maragall en aquel verso maravilloso: "Séame la muerte un mayor nacimiento". Es, hermanos, LA CONSECUENCIA NATURAL DE NUESTRA FE: "Si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo con tal que suframos con él para tener parte en su gloria". Ahora, después del bautismo, ya somos hijos, pero sólo lo somos en tanto que nos anima el Espíritu de Dios, o sea, de manera imperfecta, inmadura, sometida al pecado, como si aún estuviéramos dentro del vientre de la madre. Vendrá un día en que seremos "plenamente hijos, cuando nuestro cuerpo sea redimido", A SEMEJANZA DE JESUS, NUESTRO HERMANO MAYOR, el cual, después de haber muerto, fue resucitado a gloria de
  • 12. Dios Padre. Este es el fundamento más profundo de nuestra esperanza. Esta creemos que es la fuerza, la única fuerza, que mantiene a la humanidad y que la ayuda a avanzar, a pesar de todo, hacia su plenitud de vida y comunión de amor con Dios. 3 (Un misterio que pide fe y confianza) Historias! —pensará alguien. Ah, no, hermanos, no lo creáis. Los sabios y entendidos de este mundo, aquellos que sólo confían en la ciencia, en el dinero y en el poder, esto, ni lo entienden ni lo quieren entender. Ya se quejaba Jesús; SOLO ES DADO DE ENTENDERLO A LOS SENCILLOS Y HUMILDES DE CORAZON. A nosotros, si somos capaces de fiarnos del Padre. No hagáis caso de aquellos que prometen paraísos terrenales como si Dios no existiera y el hombre no tuviera un destino trascendente. Ahora, eso si, y éste es nuestro compromiso: en un mundo tan materializado y tan falto de horizontes, nosotros los creyentes debemos ser signos de fe y de esperanza con nuestra manera de vivir y de morir, con nuestra manera de amar. ¿Por qué Dios, si es tan bueno y poderoso, permite que suframos y muramos? ¿Cualquier padre de la tierra no evitaría semejantes desgracias a sus hijos, si pudiera hacerlo? Es una tentación que a menudo nos asalta y un reproche que nos hacen quienes no tienen fe. Mirad, hermanos; nos encontramos ante un misterio, pero
  • 13. un misterio de amor, como el misterio de la existencia. No hay ningún absurdo. El Padre no está sordo a nuestras súplicas. Su silencio es más aparente que real. Nos ha dado una vez para siempre su respuesta, UNA RESPUESTA MAS CONTUNDENTE QUE TODAS LAS PALABRAS: JESUS, SU PROPIO HIJO, CLAVADO EN CRUZ. Sólo nos hace falta confiar en él como Jesús confiaba. No tengamos miedo: somos hijos, no esclavos. Abandonémonos a él con el gesto espontáneo y seguro del niño pequeño que se lanza a los brazos de su padre. Después de habernos hablado, el Padre nos invita a la mesa: a celebrar su amor y reponer nuestras fuerzas con el Cuerpo y la Sangre de su Hijo. No nos deja solos, abandonados. SUFRE CON NOSOTROS. Mientras acoge con una mano a nuestro hermano difunto, N., y le corona de gloria al lado de Jesús, de la Virgen Maria y de los otros santos, con la otra mano limpia nuestras lágrimas y nos guarda de caer en el abismo. Sí, estamos cansados y agobiados. Descarguémonos un poco. Aquí y sólo aquí encontraremos el reposo y la paz. Amen. CLIMENT FORNER Navas (Solsona) 5. Homilía para público cristiano popular. La muerte, la "hora de la
  • 14. verdad". Textos: Mateo 25,1-13 1. (La hora de la verdad) Aunque tengamos muy sabido que la muerte tiene que llegar también a la gente que conocemos y amamos, y aunque incluso la enfermedad nos lo anuncie, hoy nos encontramos aquí tristes y sorprendidos. Tristes porque conocíamos y apreciábamos y amábamos a este hermano nuestro que se ha ido, y sorprendidos porque, por más que lo sepamos, siempre nos parece que no puede ser, que no es posible que la vida de este mundo llegue un momento en que termine. Pero esta es la realidad, esta es la condición humana: llega un día en que la vida de este mundo termina, y los hombres nos hallamos ante la hora de la verdad, el momento definitivo de la existencia. Y hoy estamos aquí para decir adiós a este hermano nuestro que llego a este momento definitivo, a esta hora de la verdad. El no se encuentra ya entre nosotros, él está ahora ante Dios esperando que la bondad infinita del Padre le abra las puertas de la vida eterna, de la esperanza eterna, del gozo eterno. El se ha presentado ante Dios, ante el Padre, llevando en sus manos, como las doncellas del evangelio, la lámpara encendida de su buena voluntad, la lámpara encendida del bien que se haya esforzado en realizar en este mundo. Y nuestra confianza, la confianza de los cristianos, es ésta: que Dios va a tomar esta luz, esta
  • 15. pequeña llama y la va a convertir en la luz eterna del gozo, de la vida, de la paz. Por eso nos encontramos aquí Para decirnos mutuamente que creemos en la bondad infinita de Dios, y para orar todos juntos por este hermano nuestro, para que verdaderamente Dios lo acoja para siempre en su Reino. 2. (A nosotros nos llegará también la hora de la verdad) Pero al mismo tiempo, el hecho de encontrarnos diciendo adiós y orando por este hermano nuestro que murió, es también una llamada, una invitación para la vida de cada uno de nosotros. Es una llamada que nos recuerda que también a nosotros nos llegará un día esta hora de la verdad. No sabemos cuando será, no podemos imaginarlo. Pero sabemos que llegará un momento en que nuestra vida de aquí habrá terminado, y entonces deberemos tener las lámparas encendidas, como aquellas doncellas que esperaban la llegada del esposo. ¡Y cómo valdrá la pena que en este momento, cuando lleguemos a este momento, nuestra vida pueda aparecer como una claridad fuerte, viva, intensa! ¡Cómo valdrá la pena que en esta hora de la verdad podamos darnos cuenta de que síi, de que hemos vivido la vida profundamente, seriamente, valiosamente! ¡Y qué tristeza, qué lástima, si tuviéramos que darnos cuenta de que solamente nos hemos pasado la vida a base de ir tirando, sin
  • 16. tomarnos en serio nada que valiera la pena, sin haber contribuido a la felicidad de los demás, sin haber procurado amar de veras! Entonces llegaríamos a este momento definitivo con una lampara apagándose, que apenas serviría de nada. Habríamos perdido la vida muy lamentablemente. Y ante nuestro Padre del cielo, y ante los demás hombres, y ante nosotros mismos, deberíamos reconocer que habíamos defraudado las esperanzas que Dios había puesto en nosotros, y que los demás hombres habían puesto en nosotros. 3. (Sintámonos llamados a confiar, a orar, a caminar hacia adelante) Por tanto, sintámonos hoy llamados, ante todo, a confiar. A confiar en el amor del Padre que nos quiere a cada uno de nosotros, y que de modo especial quiere a este hermano nuestro que ahora vamos a enterrar. El le dio la fe, él lo acompañó en el camino de este mundo, él quiere recibirle para siempre en el gozo de su Reino. Sintámonos llamados, también, a orar. A manifestar ante Dios nuestro deseo y nuestra esperanza de que este hermano nuestro, liberado de toda culpa, pueda entrar en la luz gozosa de Dios, en la casa del Padre. Y sintámonos llamados finalmente, todos nosotros, a trabajar para que nuestra vida sea realmente luminosa, llena de la luz del amor, de la apertura, de la atención a los demás, porque solamente así habrá
  • 17. merecido la pena —ante Dios, ante los demás hombres, ante nosotros mismos— haber vivido. JOSEP LLIGADAS 6. Homilía sencilla y breve: Dios acoge como hecho a si mismo, y llena de vida para siempre, todo el amor y la bondad que un hombre haya puesto en el mundo, por poco que sea. Textos: Mateo 25,31-40 (no es el texto integro del ritual: sólo hasta "conmigo lo hicisteis"). Hoy nos reune aquí la tristeza de despedir a quien amábamos. No quisiéramos tener que separarnos de él, y el adiós que le hemos de decir nos es doloroso. Pero dejadme decir hoy, también, que esta tristeza no se queda sólo en eso, en tristeza. Hemos venido aquí, a la iglesia, a orar y a comunicarnos con Dios en esta despedida. Y lo hemos hecho porque creemos que entre nosotros, hoy, hay una esperanza que queramos creer y que nos anima y consuela. Una esperanza que es lo que Jesús nos ha dicho en el evangelio que acabamos de escuchar. Una esperanza que nos hace creer por encima de todo en la fuerza del amor. Una esperanza que nos hace creer que todo aquello que es amor, bondad y servicio, por pequeño que sea, no se pierde, no se
  • 18. puede perder, porque Dios no quiere que se pierda. Porque Dios lo llena de su vida, y de su mismo amor, y lo hace vivir para siempre. Jesús nos ha dicho que todo hombre que, de una forma u otra, sabiéndolo o no, ha procurado poner un poco de amor en el mundo, ha querido amar, ha puesto bondad y servicio a su alrededor, vivirá por siempre con él. Que todo lo que este hombre ha hecho, Jesús se lo toma como hecho a él mismo y lo llena de su vida. Por eso hoy, hermanos, tenemos esperanza. Porque sabemos que todo el bien que hizo este hermano nuestro que ahora enterramos, toda atención que tuvo con otro, por pequeña que fuera, Dios lo convierte en vida por siempre. Porque Dios ama a los hombres. Porque Dios no quiere que ningún hombre se pierda. Con esperanza, pues, oremos ahora. Oremos para que Dios llene verdaderamente de vida a este hijo suyo que acaba de morir. Oramos también para que olvide y perdone todo lo que de mal, de infidelidad, de falta de amor pudo cometer. Y que a nosotros nos dé fuerza y Espíritu Santo para vivir cada día como él quiere. JOSEP LLIGADAS 7. Homilía para cristianos (más bien practicantes) que participan en las exequias de alguien que sobresalió en una vida dedicada a
  • 19. los demás en tareas importantes o sencillas. Textos: Apocalipsis 14,13 Mateo 25,31-46 El Apocalipsis con pocas palabras nos ha dicho muchas cosas. Viene a ser como la vida de aquella personas (entre las que podemos incluir la de N.) en las que se esconden multitud de ejemplos admirables que nos han llegado a través de gestos sencillos, de acciones humildes, de una forma de actuar nada grandilocuente. Dejémonos penetrar, pues, por lo que nos decía la Palabra de Dios para que nos ayude a iluminar el camino de nuestra vida; camino que hasta hoy hacíamos junto a N. y que quisiéramos continuar con el mismo esp;ritu de disponibilidad con que él/ella lo recorrió. 1. (Los que mueren en el Señor) " ¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor!" Qué poca gente se atreve a decir: "Dichosos los muertos", porque todos nos agarramos a la vida tan fuertemente como podemos. Afirmar "dichosos los muertos" podría, incluso, parecer un insulto al difunto o un agravio a su familia. Pero el añadido "en el Señor" transforma totalmente esta expresión. Podemos afirmar, pues, sin ningún temor: "Dichoso N. que ha alcanzado la muerte a partir del estilo de vida característico de los seguidores de Jesús". El/ella por el Bautismo se unió a Jesucristo y a lo
  • 20. largo de su vida intentó hacer suyas las actitudes propias del Evangelio. Y, por supuesto, una manera concreta da vivir según el estilo de Jesús es, y ha sido siempre, la de aquel que se pone al servicio de los demás, entregando en favor de los demás la propia vida hasta morir. ¡Dichoso N., porque por este camino has alcanzado la muerte! 2. ("Sus obras los acompañan") "Descansan de sus fatigas". Para mucha gente es una forma de consuelo pronunciar o escuchar expresiones parecidas cuando se llora la muerte de una persona amada: Acabó ya sus sufrimientos, ahora ya descansa... Afirmaciones que, aunque tienen parte de verdad, olvidan valorar algo tan importante como es la obra realizada en vida. Por eso debemos creer en el valor perenne de cuanto se hizo: "porque sus obras los acompañan". Estas obras pueden ser muchas y muy diversas; vosotros, los familiares y amigos de N. las conocéis muy bien. Merece la pena que volvamos a recordar las palabras de Jesús en el Evangelio. Eran una valoración final de la vida, de las obras de una persona, poniendo sobre ellas el sello de "vida eterna". ¿Cuándo sucede esto? Cada vez que uno comparte con los demás las cosas materiales, como la comida, el vestido... o ha dedicado tiempo a acompañar las horas tristes de los que sufren enfermedad o marginación...
  • 21. La muerte, mirada desde esta perspectiva, tiene otro sentido: el dolor se transforma en fiesta; las lágrimas en alegría, y la muerte en vida. Por eso el apóstol san Juan se atrevió a escribir: "sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos". 3. ("Benditos de mi Padre") Ahora, al despedir a N. os invito a recordar el ejemplo de tantos hombres y mujeres que han seguido fielmente el camino de Jesucristo dando, día tras día, su propia vida en favor de los demás... ¡Qué alegría y qué paz interior deben sentir aquellos que han obrado de esta manera! ¡Con qué mirada tan distinta mirarán el paso de la vida a la etemidad! Recuerdo ahora la experiencia de un hombre (de mediana edad): era obrero y había dedicado toda su vida a dar testimonio de Jesús entre sus compañeros obreros. Herido de muerte por una grave enfermedad fue capaz de escribir así: "La muerte ya no me inquieta. Si llega será voluntad de Dios; mi tránsito de este mundo a otra situación —más allá del tiempo y del espacio—, no es muy distinto al de aquellos hombres y mujeres que van al Más Allá ya se trate... del deconocido que muere en la carretera o bien del que hace el tránsito en su propio lecho. Vivo en las manos omnipotentes, las manos amorosas de Dios. Esto llena de paz mi corazón y mi espíritu...".
  • 22. Cuánta gente habrá que sin haber escrito nada parecido, han experimentado otro tanto; han experimentado "gran paz en el corazón y en el espíritu" porque sabían que "sus obras los acompañaban". Y gracias a estas obras —expresión de una fe muy firme en Cristo— han merecido oir esta invitación: "Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo". RAMON CARALT Hospital de Bellvitge (Barcelona) 8. Homilía para público diverso: la muerte y la vida, dos partes de la misma realidad; la muerte, invitación a vivir fielmente. Textos: Marcos 15,33-39;16,1-6. 1. (EI problema de la muerte) Estamos afectados y agobiados por la muerte de nuestro familiar y amigo. (Por esta muerte que ha sido precedida de una enfermedad penosa y dura). Pero, en esta hora de dolor, las palabras que hemos escuchado nos sirven de iluminación y de consuelo, a pesar de que la enfermedad y la muerte están siempre rodeadas de un gran misterio. No hace mucho me llamó la atención este hecho: en unas entrevistas televisadas, la persona entrevistadora, entre otras preguntas, hacía una a
  • 23. sus personajes sobre la muerte. Ello de momento me sorprendió, pero después creí que la pregunta era muy acertada: se estaba tratando UNO DE LOS INTERROGANTES MAYORES que todos tenemos, a pesar de que a menudo queramos disimularlo. 2. (La muerte-resurrección de Jesús, nuestra imagen) Hemos escuchado el núcleo de la pasión de san Marcos; relato extraordinariamente sobrio. Por un lado, estamos ante una muerte que es el resultado de una larga oposición de Jesús a los poderes religiosos y civiles de su tiempo, a los cuales se dirigió con un lenguaje profético, libre e incómodo. Pero al mismo tiempo es la muerte del Mesías que ha querido hacerse "servidor" y no "jefe", y que se entrega plenamente él mismo por amor. La muerte que estamos contemplando es un don de Dios, es el momento culminante de toda la historia de la salvación, de la liberación de los hombres. No nos pongamos, por tanto, ante esta escena porque sí, o porque es bonita o consoladora, sino porque ESTE HECHO DE SUFRIMIENTO MUERTE-RESURRECCION DE JESUS ES LO QUE DA SENTIDO a nuestro presente angustioso y a nuestro futuro. 3. (Compenetración vida/muerte) A menudo este más allá, lo hemos mirado como desconectado de la vida presente, como una etapa aislada. En cambio, en Jesús encontramos
  • 24. las dos etapas perfectamente compenetradas. LA MUERTE NOS AYUDA A DESCUBRIR LA SERIEDAD DE LA VIDA PRESENTE. Y el secreto no consiste tanto en saber qué pasará en aquel último instante, sino en servir con fidelidad la historia de cada día, sin excluir la posibilidad de una opción final. Dicho sencillamente: MORIREMOS TAL COMO HABREMOS VIVIDO. De ahí que tenga una gran importancia nuestra vida actual según el evangelio: ahora es el momento de perdonar a los que nos han ofendido, de ser solidarios en el trabajo y en el barrio, de atender a los hijos y educarlos, de escuchar la voz de Dios, de reavivar el amor en el matrimonio, etc. La hora de nuestra conversión es la vida de cada día. Las preocupaciones finales quizás no sirvan de nada. 4. (Recuerdo y plegaria) Hermanos, con las palabras que hemos escuchado habremos recibido consuelo y habremos descubierto mejor lo que hemos de hacer. Pero con esta celebración cristiana también hemos querido despedir a nuestro familiar difunto y hemos orado por él. Con mucha más simplicidad que unos decenios atrás (muchos debéis de recordar aún aquellos largos y complicados rituales funerarios), pero con la fe sincera en nuestro corazón y una expresión colectiva. Así hemos querido ENCOMENDAR NUESTRO FAMILIAR DIFUNTO A LA VOLUNTAD DE DIOS.
  • 25. Por último dejad que os advierta de un aspecto importante de esta celebración: a pesar del dolor que se respira, creo que este encuentro es una señal de NUESTRA ESPERANZA CRISTIANA. Reunidos aquí, seguimos la recomendación de san Pedro a los primeros cristianos, y a los de todos lo tiempos: "que sepamos dar una respuesta a aquellos que nos piden la razón de nuestra esperanza". Precisamente lo que ahora estamos haciendo. JOSEP TORRELLA Cornelia de Llobregat (Barcelona) 9. Homilía para público cristiano (no necesariamente practicante) sobre la visión de la muerte desde la fe. Textos: Lucas 7,11-17 1. (Los relatos de resurrección) El fragmento que hemos escuchado es uno de los tres relatos de resurrección obrados por Jesús, que nos han transmitido los escritores del Nuevo Testamento. Los otros dos cuentan la resurrección de la hija de Jairo y la de Lázaro. Probablemente habría más narraciones de esta clase, ya que, juntamente con las curaciones de toda clase de enfermedades, constituían las señales de la inauguración del reino mesiánico. Pero es significativo que los evangelistas sólo nos
  • 26. hayan conservado el recuerdo de estas resurrecciones, que se refieren a personas cuya muerte es especialmente absurda y dolorosa: un muchacho, una niña, un amigo. Parece como si nos quisieran decir que JESUS NO ACEPTABA FACILMENTE LA MUERTE DE PERSONAS TAN QUERIDAS y que reaccionaba haciendo una afirmación de su derecho a la vida. 2. (El mensaje de Jesús: Dios siempre da vida) JESUS AMA LA VIDA: Su mensaje consiste en proclamar que Dios quiere que todos los hombres vivan, y su obra tiende a conseguir la plenitud de la vida para todos los que crean en él. Al contrario de lo que muchos se imaginan, el cristianismo no es ninguna religión basada en el pensamiento de la muerte y de la caducidad de las cosas terrenales. Es UNA FE QUE VALORA EL ASPECTO POSITIVO DE LA VIDA, y aspira a realizar todas las potencialidades vitales del hombre. PERO NO CIERRA LOS OJOS ante la realidad, aparentemente absurda, de la muerte. Ni la ignora ni se obsesiona. Sencillamente, la contempla desde una perspectiva de salvación. No nos ofrece ninguna explicación filosófica o científica de la muerte, pues ello pertenece a la reflexión autónoma de la razón humana. Pero le da, eso sí, un "sentido" nuevo que, sin disipar los enigmas, sirve para
  • 27. orientar nuestra actitud práctica. Y este sentido nuevo recae en la afirmación paradójica de que Nl LA MISMA MUERTE ES OBSTACULO para el triunfo de la vida. Para el creyente, la muerte no existe, pues Dios es Dios de vivos y no de muertos. 3. (Revivimos nuestra esperanza) Ante la muerte de un ser querido, nuestra reacción espontánea es de protesta y rebelión. No es de extrañar: Dios nos ha hecho para la vida y no para la muerte. El mismo Jesús reaccionó así y combatió firmemente el poder de la muerte. Sl PUDIERAMOS, DEVOLVERIAMOS LA VIDA A ESTE HERMANO NUESTRO. Humanamente, no podemos, pero la fe cristiana nos asegura que aquello que es imposible a los hombres, no lo es para Dios, amante de la vida y de los hombres. Reavivemos en estos momentos NUESTRA ESPERANZA, y hagamos de esta celebración litúrgica de la muerte una afirmación convencida de nuestra fe incondicional en la vida. JOAN LLOPIS 10. Homilía para público cristiano popular. La muerte, una llamada a la plenitud de vida, y una llamada a la vigilancia. Textos: 1 Juan 3,1-2 Lucas 12,35-40
  • 28. Cuando nos enfrentamos con la muerte, cuando nos toca de cerca en la persona de un familiar o amigo, muchas veces parece que nos hallamos ante una puerta cerrada, que nos encontramos con un muro que no podemos traspasar. Y ello hace que nos preguntemos qué sentido tiene la vida, para qué estamos en este mundo. 1. (Llamados a la plenitud de la Vida) Pero las lecturas que hemos proclamado en esta celebración iban en una dirección completamente opuesta. No hablaban de falta de sentido en la vida, de callejón sin salida, sino de esperanza y de visión de futuro. Dios nos llama hijos suyos y lo somos en realidad, nos decía san Juan, y en cuanto tales estamos llamados a crecer continuamente, estamos llamados a ser semejantes a él, a Dios. El día de nuestro bautismo nacimos como hijos de Dios, y en nuestra existencia debemos ir aprendiendo a reconocer en Dios al Padre que nos ama, el Padre que quiere nuestro bien, el Padre que quiere darnos la vida para siempre y toda suerte de bienes, el Padre que abre nuestra existencia hacia un futuro de vida en plenitud. Esta fue la misión principal de nuestro hermano que nos dejó y ésta debe ser también nuestra misión a lo largo de nuestra vida: crecer continuamente como hijos de Dios hasta el momento en que él nos llame a verlo tal cual es. Esto, en nuestra vida diaria, significa que no podemos
  • 29. dormirnos jamás pensando que lo tenemos todo hecho, ni debemos creer que no podemos ya avanzar en nuestra madurez humana y cristiana. Nuestro hermano ha llegado ya ante Dios. Todos nosotros caminamos hacia él, y lo hacemos teniendo en cuenta la palabra de Jesús: conocemos la hora de la salida, pero el momento de la llegada nos resulta totalmente desconocido, nada sabemos de él. El momento de presentarnos ante el Padre puede llegarnos después de una larga y fecunda vida o puede venirnos también de improviso, como el ladrón que se nos mete en casa sin llamar a la puerta y cuando menos lo esperaríamos. 2. (Caminamos con esperanza) Estas palabras de Jesús no son para meternos miedo. Al contrario, quieren movernos a vivir más intensamente nuestra vida presente, la vida de cada día. Recordémoslo de nuevo: somos ya los hijos de Dios. Por tanto, vivamos plenamente nuestra vida presente, siguiendo el estilo de Jesús, el primero de los hijos de Dios y nuestro hermano. Hagamos de nuestra vida un servicio a los demás, sepamos llevar paz, gozo, comprensión a nuestras relaciones humanas, sepamos estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos y a todo lo que la palabra de Dios pide de nosotros: ésta debe ser nuestra vela, en esto debe consistir nuestra espera del Señor.
  • 30. ¿Cómo podríamos sentarnos a la mesa con el Padre, si ahora no hemos cultivado la amistad y la relación personal con El? ¿Cómo podría El servirnos personalmente a la mesa, si antes nosotros no hemos querido servirle en cada uno de los hermanos? ¿Cómo íbamos a pedirle que compartiera su felicidad con nosotros, si ahora no nos esforzamos por compartir las penas y las alegrías con todos los hombres? 3. (El don de Dios supera nuestras aspiraciones) El amor que Dios nos tiene supera con creces todos nuestros cálculos. ¡Cómo iban a pensar los criados que esperaban de noche a su Señor que los haría sentar a la mesa y los iría sirviendo! Tampoco nosotros podemos imaginar cuál va a ser nuestra condición cuando seamos hijos de Dios en plenitud. Ni cuál es la condición de nuestro hermano, después de que el Padre lo ha llamado a contemplarle cara a cara. Pero en esta celebración sí queremos orar para que el Padre le conceda todo su amor, le reconozca totalmente como hijo; para que, libre de cualquier mancha de egoísmo o de pecado que siempre existen en la vida de los hombres, pueda contemplar a Dios tal cual es sin ningún temor. Y al mismo tiempo que esta celebración es una plegaria por nuestro hermano N., que pasó ya por esta etapa de la vida, debe significar también para nosotros un deseo de crecer continuemente
  • 31. como hijos de Dios, un hacernos conscientes de que estamos llamados a vivir con el Padre y de que esto no se improvisa en un momento, sino que debemos comenzar a vivirlo ahora en nuestras relaciones de cada día, en la vida familiar y en el trabajo. Dichoso nuestro hermano N., porque intentó vivir así. Dichosos nosotros, si el Señor nos encuentra en esta actitud. JOSEP ROCA 11. Homilía para público cristiano. Sobre la relación entre la muerte de Cristo y la muerte del cristiano. (Celebración con eucaristía.) Textos: Romanos 5,5-11 Lucas 23,44-49 1. (La muerte salvadora de Jesucristo) Si siempre impresiona la lectura del relato de la muerte de Jesús, mucho más cuando lo escuchamos conmovidos por la muerte de una persona querida. Instintivamente adivinamos UN ESTRECHO PARALELISMO entre la muerte de Cristo y la muerte de nuestro hermano, y ello no es fruto sólo de una intuición, sino que se desprende de una ley esencial de la fe cristiana: la muerte de Cristo está necesariamente vinculada a la muerte de todos y cada uno de los cristianos. Primeramente, en el plano de la ejemplaridad, ya que LA MUERTE DE CRISTO ES EL MODELO SUPREMO DE LA MUERTE
  • 32. CRISTIANA. Sobre todo en dos aspectos principales: Cristo aceptó voluntariamente su muerte como prueba de obediencia amorosa a la voluntad del Padre; Cristo murió por los demás, por todos los hombres, como culminación de una vida totalmente entregada al servicio de los hombres. En segundo lugar en el plano de la eficacia, pues para nosostros la muerte de Cristo no es solamente un ejemplo, sino la FUENTE REAL, VIVA, DE NUESTRA SALVACION. San Pablo nos lo ha dicho con palabras inequívocas: gracias a la muerte de Jesús, hemos sido justificados, hemos sido salvados de la ira de Dios, nos hemos reconciliado con el Padre. La muerte de Cristo es así el instrumento más eficaz del poder de Dios. 2. (El cristiano ante la muerte) Por el ejemplo de Cristo y por su fuerza, el cristiano es capaz de vivir su muerte de una manera que transforma totalmente sus aspectos negativos. Estas son las condiciones indispensables: aceptar voluntariamente la muerte, en señal de obediencia amorosa al Padre; vivir siempre para los demás, como preludio de una muerte fecunda; creer que la muerte no representa el fin, sino el inicio de una vida totalmente liberada de cualquier esclavitud. En definitiva, uno muere tal como ha vivido. SI HACEMOS DE NUESTRA EXISTENCIA UNA CONTINUA EXPRESION DE AMOR a Dios y a los hombres, si no vivimos
  • 33. para nosotros mismos, sino para aquel que por nosotros murió y resucitó, entonces NUESTRA MUERTE, COMO LA DE CRISTO, SERA INSTRUMENTO DE VIDA y de victoria. Los cristianos valoramos tanto la muerte de Cristo que la hacemos OBJETO DE CELEBRACION FESTIVA. Cada eucaristía proclama y reactualiza la muerte victoriosa del Señor, y por ello también nos resulta significativa para celebrar la muerte de cada uno de los creyentes en Jesús. Evidentemente, la muerte es objeto de celebración en la medida en que, vinculada con la muerte de Cristo, se convierte en UN HECHO DE SALVACION. Que esta celebración eucarística sea al mismo tiempo recuerdo eficaz de la muerte de Cristo, plegaria piadosa por nuestro hermano difunto, y signo de nuestra voluntad de vivir y morir por el ejemplo y la fuerza de Jesús. JOAN LLOPIS 12. Homilía para misa exequial, especialmente en tiempo pascual. La participación para siempre en la Pascua de Jesucristo, de aquellos que en la tierra participaron ya en ella por la fe y los sacramentos. Textos: Hechos 10,34-43 2 Timoteo 2,8-13 Lucas 24,13-35
  • 34. 1. (La vida: un camino con Jesús) Hermanos: A menudo decimos que la vida es un camino. Lo decimos y expresamos particularmente de un amigo, de una persona con la que hemos convivido, que hemos amado. Decimos que ha terminado su camino, el camino de esta vida. Y es verdad: la muerte es término de nuestro caminar por este mundo que pasa. Pero los cristianos no andamos solos este camino: Jesús lo hace con nosotros. El evangelio nos lo acaba de decir. Los discípulos de Jesús a menudo sin darnos cuenta, caminamos con él. NOS SALE AL ENCUENTRO CUANDO ESTAMOS MAS ABATIDOS Y DESANIMADOS, cuando no encontramos sentido a la vida, cuando todo se nos hunde. Entonces él, por su palabra, nos introduce en la verdad de las cosas, nos descubre y nos comunica la vida verdadera, recorre con nosotros el camino de las dudas y las incertidumbres, de la preocupaciones y los desánimos. Jesús, nuestro camino, verdad y vida, nos acompaña, como acompañó aquella tarde de Pascua a los dos discípulos que iban a Emaús. 2. ("Quédate con nosotros") Creo que hoy los que nos hemos reunido para celebrar la eucaristía recordando con afecto cristiano a un pariente, a un amigo difunto, lo hemos hecho PARA ESCUCHAR UNA PALABRA DE LUZ Y DE VIDA, UNA
  • 35. PALABRA QUE SOLAMENTE JESUS nos puede decir. Sentimos la necesidad de que Jesús nos descubra el sentido de las escrituras, el sentido de nuestra vida, nos abrase el corazón en esta hora siempre crítica y desconsoladora de la muerte. De nuestros labios, ahogados de tristeza, nos brota ciertamente la súplica de los dos discípulos: "Quédate con nosotros que se hace tarde". En la noche siempre oscura de la muerte, NECESITAMOS LA PRESENCIA DEL AMIGO, del maestro, de aquel que nos toma la mano para animarnos a seguir caminando. Este sólo puede ser Jesús: el que compartió nuestra muerte, la venció, y resucitó para darnos vida sin fin. 3. (Realmente el Señor ha resucitado) Los funerales cristianos expresan siempre y lo han de hacer de forma viva, lo que es EL NUCLEO MISMO DE LA FE CRISTIANA: "Realmente Jesús, el Señor, ha resucitado". Esta es LA BUENA NOTICIA QUE HEMOS ACEPTADO LOS CREYENTES Y QUE NOS SALVA, la Buena Noticia que en cualquier ocasión la Iglesia, la comunidad cristiana, ha de predicar. Hoy nuestra oración fraterna por nuestro hermano, que ha terminado el camino de esta vida mortal, se centra en esta aspiración: QUE VIVA Y QUE REINE CON JESUS, es decir, que participe para siempre en el Reino de Dios de la victoria del Señor sobre el pecado y sobre todo mal: que
  • 36. Jesús, el Señor, juez de vivos y muertos, le perdone toda infidelidad, ya que él permanece siempre fiel a pesar de que le seamos infieles; que encuentre en Jesús la vida para siempre, ya que EL COMPARTIO LA VIDA NUEVA MIENTRAS FUE MIEMBRO DE NUESTRA COMUNIDAD cristiana. Hermanos: Jesús está con nosotros, con los que aún quedamos en este mundo. LE RECONOCEMOS EN LA FRACCION DEL PAN, EN LA EUCARISTIA. A nosotros, los que comemos y bebemos con él, los que en la intimidad de nuestra fe le decimos hermano y amigo, nos destina a ser testigos de su resurrección. SOMOS, YA AHORA, TESTIGOS de la resurrección, cuando rodeamos la mesa del pan de la vida; cuando proclamamos la muerte victoriosa del Señor con la esperanza de su retorno glorioso. Seámoslo también en todas nuestras actitudes: sí, incluso ante la muerte. Ya que ésta, aceptada como Jesús, en plena unión con él, es un paso: un paso de la muerte a la vida. Es nuestra Pascua: nuestro paso de este mundo al Padre, con Jesús, por siempre jamás. PERE LLABRÉS Palma de Mallorca 13. Homilía para público cristiano sobre el sentido de "celebrar la
  • 37. muerte" (prevista para celebración con eucaristía). Textos: Isaías 25,6a.7-9 Romanos 6,3-9 Juan 6,37-40 1. (EI vacío de la muerte) Hemos venido a realizar una cosa extraña. Hemos venido a celebrar la muerte de nuestro hermano N. ¿ES POSIBLE CELEBRAR LA MUERTE? ¿TIENE ALGUN SENTIDO HACERLO? Porque lo cierto es que la muerte es un acontecimiento catastrófico y trágico. Cuando la muerte llama a las puertas de nuestra casa, o bien a las de la casa de un pariente, de un amigo, de un compañero, de un vecino, lo hace para ARRANCARNOS LA PRESENCIA VIVA DE UN SER AMADO. Ni el más claro y piadoso recuerdo podría llenar el vacio que deja la muerte. La frialdad del cadáver hace más penetrante la ausencia del ser amado: no hay palabra humana que pueda despertar el más pequeño brillo de estos ojos o la floreciente sonrisa de estos labios. Cuando la muerte se acerca definitivamente a nuestra existencia, viene para robarnos el don más preciado: la vida. Y CON LA MUERTE LO PERDEMOS TODO: las personas que amamos, el mundo en el cual hemos vivido, el tiempo que más o menos hemos aprovechado para hacer tantas cosas. Incluso, parece que quiera arrancarnos de las manos de Aquel que es la Fuente de la Vida: el mismo Jesús, que
  • 38. desde la cruz, exclamó: "Dios mio, ¿por qué me has abandonado?". 2. (Dios nos hace entrar, por la muerte, en posesión de toda nuestra vida) Tiene algún sentido, pues, celebrar la muerte? Repasemos el mensaje de las lecturas que acabamos de proclamar. El evangelio de Juan ha afirmado claramente que los que creen en Jesús no se pierden, sino al contrario, ganan la vida eterna y el último día resucitarán. No se pierden. POR LA MUERTE, YO PIERDO LA VIDA, Y CON ELLA LO PIERDO TODO, PERO YO NO ME PIERDO. ¿Por qué? Dice Jesús: "Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que cree en el Hijo tanga vida eterna". Ello quiere decir que por la fe hemos sido introducidos en el dominio del Señor Resucitado, que POR LA FE PERTENECEMOS A CRISTO. San Pablo nos ha recordado que por el bautismo, que es el sacramento de la fe, hemos sido sumergidos en la muerte de Cristo, para emprender una nueva vida. La muerte no me puede perder. Pero, ¿qué pasa con los que han muerto? El evangelio nos ha hablado de la vida eterna. ¿Otra vida, quizás? Porque nosotros, los hombres, estamos hechos para vivir esta vida: ¡y cómo nos aferramos a ella! La vida, decimos. Pero, ¿qué es esta vida? ¿No os parece que vivir es ir perdiéndolo todo? Si la vida la
  • 39. medimos por los años ¡cuantos más tenemos, menos nos quedan! Imaginaros que corréis por un bosque lleno de zarzas: poco a poco, iréis perdiendo trozos de ropa, y quizás trozos de piel y de sangre, por entre el bosque. De la misma manera, vivir es ir llenando nuestra existencia de experiencias, de hechos, de cosas y de personas. Y Jesús ha dicho: "Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga la vida eterna". No una vida larga, ni tan solo otra vida, sino LA VIDA MISMA: QUE CUANDO MUERAN ENTREN EN POSESION DE SU VIDA, DE TODO LO QUE HAN PERDIDO, DE TODO LO QUE HAN AMADO. 3. (Nuestra vida: como la resurrección de Jesucristo) Por la muerte lo pierdo todo, pero con la muerte gano la vida. ¿Cómo? ¿De qué manera? No lo sabemos, pero Jesús ha hablado de resurrección. Ello quiere decir que el encuentro del hombre, que muere, con su propia vida, es EL RESULTADO DE AQUELLA ACCION NUEVA Y ULTIMA DE DIOS, QUE LO RENUEVA TODO. El aspecto más aniquilador de la muerte es que rompe los lazos con los vivos. Pero Jesús ha dicho: "Y yo lo resucitaré en el último día". Ello quiere decir que llegará un día en que todos los pueblos y todos los hombres participarán del convite de la plena comunión entre ellos. Y esta fe, y esta esperanza, hacen que, ahora mismo, cuando
  • 40. despedimos a un hermano difunto, no tengamos que decir "adiós", sino "hasta luego". Porque creemos en Jesucristo, muerto y resucitado, por ello podemos ahora celebrar la muerte de nuestro hermano. Naturalmente, aquí hemos venido a hacer también otra cosa. ¿No os parece que es fabuloso poder AYUDAR A NUESTRO HERMANO DIFUNTO, para que tenga unos ojos inmensos para ser más llenos de luz, un corazón más grande para poseer más plenamente la vida? Eso es lo que hacemos con nuestro sufragio. Celebremos ahora la Eucaristía. El cadáver de nuestro hermano participa también, de alguna manera, del destino mortal del pan y del vino que ofrecemos. Pero en la Eucaristía celebramos la muerte del resucitado: y el pan y el vino, que contienen la presencia viva de Cristo, anuncian la resurrección de nuestro hermano. JOSEP GIL Tarragona 14. Homilía breve para público mayoritariamente cristiano (aunque no sea practicante). Si hay misa convendrá adaptar el último párrafo. Adaptable también a exequias para diversos difuntos. Texto: Juan 11,17-27 Las palabras que acabamos de escuchar, del evangelio de
  • 41. san Juan, pueden ser una ayuda para nuestra reflexión cristiana. Permitid que, brevemente, diga algo sobre ellas. En primer lugar vemos que JESUS HACE AQUELLO QUE TAMBIEN NOSOTROS HOY HEMOS HECHO. Jesús sabe que su amigo Lázaro ha muerto y, aunque estaba lejos, acude a Betania, la población del difunto. Y —como dice la continuación del evangelio que hemos leído— se conmueve y llora al ver el dolor de Marta y Maria, las hermanas de Lázaro. Podríamos decir que esta participación en el dolor, este deseo de ayuda, de compañía, que significa nuestra presencia hoy aquí, es algo plenamente compartido por Jesucristo. Y por eso los cristianos creemos QUE TAMBIEN AHORA, QUE TAMBIEN AQUI, ESTA PRESENTE JESUS CONMOVIDO, Jesús compadecido, Jesús que quiere acampañar y ayudar a todos aquellos a quienes más ha afectado la muerte de N.N. Y todos podemos pensar que nuestra presencia aquí, nuestra compañía -y quizás ayuda- a quienes eran más próximos al difunto, es un hacer presente y palpable el amor de Dios, la compasión de Jesucristo. En segundo lugar, las palabras que hemos leído NOS ABREN A UNA PROMESA DE ESPERANZA. Quizá más difícil, menos palpable, pero no por ello —creemos aquellos que nos fiamos de la palabra de Jesucristo-- menos real. Es la gran esperanza de la resurrección. Es la
  • 42. gran esperanza de que la muerte no significa el fin. Es la convicción —por más difícil que parezca de aceptar— de que Dios quiere para todos los hombres una vida para siempre, una vida sin fin. Este fue EL GRAN MENSAJE DE JESUCRISTO. Que Dios, nuestro Padre, nos ama y por eso ya ahora podemos vivir -durante nuestro camino en la tierra- en comunión con su amor. Que lo más importante no es pensar en ello sino vivirlo; es decir, vivir como hijos de Dios, participando de su bondad, de su amor, cada día. Y que quienes así viven —aunque como todos tengan sus pecados, sus defectos— no morirán para siempre, resucitarán como Jesús resucitó después de su muerte. Para vivir para siempre en la comunión de plenitud de vida con Dios, en aquella gran fiesta eterna que el Padre nos ha preparado para todos. Con toda confianza, con una gran esperanza que venza en lo posible el peso del dolor, ROGUEMOS AL PADRE para que acoja en la vida eterna al difunto N.N. Y para que a nosotros nos dé el saber vivir ahora y siempre tal como quisiéramos haber vivido en la hora de nuestra muerte. Oremos, hermanos, unidos con Jesucristo sabiendo que — como hemos escuchado en el evangelio— "todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá". Y la paz del Señor sea con todos vosotros.
  • 43. JOAQUIM GOMIS 15. Homilía popular. "La muerte no lo destruye todo: de ella nace vida. Como Jesucristo". Textos: Juan 12,23-28 1. (La imagen del grano de trigo) Hermanos: La muerte es una realidad que nos supera, que vemos rodeada de misterio y que, lo queramos o no, nos lleva a pensar en Dios. El es el único que puede iluminarnos para despejar este misterio, para dar sentido a esta realidad que, humanamente, no sabemos explicar. Jesucristo, enviado por el Padre para que conociésemos la Verdad, en el fragmento del evangelio que acabamos de escuchar nos explica con un ejemplo, sacado de la misma naturaleza, esta realidad que escapa a nuestra experiencia sensible y a cualquier comprobación científica. Filémonos en el grano de trigo. Cuando lo siembran y cae al suelo, con la humedad se deshace, se pudre, deja de existir como tal grano de trigo. Pero filémonos cómo DEL INTERIOR DEL GRANO HA SALIDO UNA PEQUEÑA RAIZ que sumirá de la tierra su alimento y dará lugar a una nueva planta, una nueva vida que crecerá y dará fruto abundante.
  • 44. 2. (Nosotros, hechos a imagen de Dios, destinados a una vida eterna) Así pasa con nosotros. La muerte nos obliga a devolver a la tierra todo aquello que de la tierra hemos cogido. En esto no somos diferentes de los demás seres vivos que hay en la tierra. Nuestros componentes materiales vuelven a empezar el ciclo ininterrumpido de la naturaleza. Pero nosotros SOMOS MAS QUE LOS ANIMALES Y LAS PLANTAS. Nosotros hemos sido creados "a imagen y semejanza de Dios". Y en Dios no hay materia. ¿Qué es lo que hay en nosotros que nos hace a imagen y semejanza de Dios? Desde luego que no es la materia. Nuestros componentes materiales nos hacen más a imagen y semejanza de los otros seres materiales de la creación. Hay en nosotros alguna cosa que es distinta. Nuestra misma experiencia nos lo indica. Hay en nosotros una INTELIGENCIA que nos hace entender las cosas, establecer las leyes y sobre todo, a partir de las cosas creadas, nos permite llegar al conocimiento del Creador y establecer con él una relación. También observamos en nosotros una CAPACIDAD DE AMAR que supera el egoísmo instintivo, que nos hace capaces de dar gratuitamente sin esperar nada a cambio, tal como hace Dios con nosotros, y ello nos lleva a una corriente mutua de amor entre Dios y nosotros. Esta realidad profunda, ESTE "YO" PERSONAL, QUE NOS HACE A
  • 45. IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS, no muere. Está destinada a una vida eterna. La que Dios nos tiene reservada, precisamente cuando nuestro cuerpo, como un grano de trigo, cae en tierra y muere. Es entonces cuando nace en nosotros la vida nueva. Es entonces cuando, revestidos de inmortalidad, nos podemos sentar como hijos, a la mesa del Padre, en la casa paterna, para contemplarlo cara a cara, tal como él es y saciarnos de su amor para siempre. 3. (Como Jesucristo) Esta nueva vida ES LA QUE INAUGURÓ JESUCRISTO CON SU MUERTE Y SU RESURRECCION. El pronunciaba las palabras del fragmento del evangelio que hemos leído cuando estaba a punto de despedirse de sus amigos. Ya presentía su muerte, pero anunciaba también su resurrección. Esta comparación del grano de trigo, ilumina la muerte y la resurrección de Cristo, pero ilumina también la nuestra. Si Cristo, el Hijo de Dios, nuestro hermano mayor, ha hecho este camino, también nosotros participamos de su Pascua, también nosotros estamos destinados a pasar de este mundo al Padre. (La eucaristía que vamos a celebrar, nos hará revivir la muerte y la resurrección de Cristo que es garantía de la nuestra). ALBERT TAULÉ Sabadell (Barcelona)
  • 46. 16. Homilía dirigida a una comunidad que participa en la celebración exequial de un joven muerto tras enfermedad rápida y dolorosa, o persona muerta por causa de un accidente. Textos: Lamentaciones 3,17-26 y Juan 12,23-28 o bien Juan 17,24-26 Desde aquí, unido a todos vosotros, quisiera hacer míos vuestros sentimientos y expresarlos en voz alta. Vosotros (los padres, hermanos... de N.N.) me lo habéis confiado. Lo intentaré, aunque reconociendo que por más que me lo proponga, no podré vivir en toda su profundidad tal como vosotros vivís el gran dolor de esta prueba. 1. (Nada nos prohibe lamentarnos) Será bueno recordar que nada ni nadie nos prohibe "lamentarnos" por lo sucedido; el texto de la Biblia que acabamos de leer era precisamente un grito de sorpresa y de aflicción ante el contratiempo, o la prueba, o —como es el caso que nos reune— la amargura de la muerte que es "como hiel que nos envenena". Sí, hoy como en otras ocasiones de la vida, nos da la sensación de que todo se hunde, de que todo pierde su sentido...; "se nos acaban las fuerzas y nuestra esperanza en el Señor", perdemos la perspectiva de dicha y de felicidad. 2. (Intentemos recuperar nuestra esperanza) Pero, ¿no será adecuado que cuanto antes intentemos "traer
  • 47. a la memoria algo que nos devuelva la esperanza"? Porque seguro que ésta no está lejos de nosotros; seguro que la luz está cerca, a punto de iluminarnos en nuestras tinieblas. ¿No seremos capaces de recuperar nuestra esperanza, ahora tan abatida? Hagamos, pues, un esfuerzo, aunque raye en lo heroico, para salir de nuestra aflicción e intentemos recuperar la paz. Traigamos a la memoria "aquellos pensamientos que nos dan esperanza". "Traigamos a la memoria" en primer lugar algo de lo que vimos en nuestro hermano/a N. Recordemos cómo a lo largo de su vida nos ayudó a experimentar cuanto tiene de bueno la vida humana; su presencia abierta a los demás y toda la actividad que desempeñó, compartiendo penas y alegrías con los demás... "Traigamos a la memoria" también lo que Dios nos ha asegurado. El no ha querido ahorrar a nadie el trance amargo del dolor y de la muerte; ¡ni siquiera a su Hijo Jesucristo! Y esto forma parte, aunque nos extrañe, del amor que Dios nos tiene: "Tanto amó Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo, el Unigénito, para que no se pierda ninguno de los que creen en El, sino que tengan vida eterna" (Juan 3,16). 3 (La presencia viva de Jesucristo) ¡Cuánto nos confortan estas palabras! Porque nos recuerdan que la presencia de Jesucristo en el mundo ha sido un latido de amor del corazón de Dios; y nos fortalecen, de una manera especial hoy que
  • 48. pasamos esta prueba tan dolorosa, al percatarnos de que la presencia de Jesucristo, que sus amigos creemos tan necesaria y valiosa, fue también cortada por la muerte. El sabía muy bien que esto le iba a suceder, y se empeñaba en convencer a los suyos con esta verdad: LA VIDA PUEDE MAS QUE LA MUERTE. ¡De tantas maneras lo expresó!: si el grano de trigo no muere, es imposible que nazca la espiga...; quien cree en El tiene la vida eterna...; se ha adelantado para prepararnos un lugar junto a El... para que también nosotros vivamos allí donde El habita. Así pues, a las palabras de consuelo que nos decimos unos a otros, añadamos también esta Palabra de Dios que ha venido — precisamente en estas circunstancias en que tanto lo necesitábamos— a fortalecernos y animarnos: "Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor". RAMON CARALT Hospital de Bellvitge (Barcelona) 17. Homilía para público vario: creemos en la vida. Textos: Juan 14,1-6 1. (Nuestra vida, por parte de Dios, no se perderá nunca) Lo acabamos de escuchar en palabras de Jesús: "En la casa de mi Padre hay muchas estancias". Nosotros sabemos gracias a Jesús que nuestra vida no se perderá nunca por parte de Dios. Por
  • 49. parte de Dios —que es el Padre que ama siempre— lo tenemos ganado. El tiene lugar para todos en su inmenso amor de Padre. El que es la vida y el amor de siempre y por siempre, quiere que nuestro amor, por pequeño que sea, no se pierda. Por ello Jesús podía decir a los que sentían como nosotros la tristeza de la muerte y el dolor de perder una persona amada: "No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí;". Si sabemos que por parte de Dios no se perderá, lo que vemos es que LA VIDA Y EL AMOR SE PUEDE PERDER POR NUESTRA PARTE. Y ello lo sabemos por la experiencia de sufrimientos innecesarios, de odios y rencores, de injusticias toleradas, de silencios culpables, de indiferencias y traiciones que los hombres cometemos. Dios no condena a nadie porque Dios es Amor, y el Amor da vida y recoge amor. Somos nosotros mismos los que, al volvernos de espaldas al Amor y al hacer el mal, nos alejamos de Dios. La responsabilidad de vivir la vida en el Amor o en el fracaso está totalmente en nuestras manos. 2. (Seguir el camino de Jesús, no los caminos fáciles que hacen perder la vida) Jesús nos decía: "Yo soy el camino, la verdad y la vida"; él mismo abre el camino y va delante para ayudarnos a encontrar la ruta segura que nos lleva a la plenitud de la vida en el Amor eterno del Padre. Nosotros hemos
  • 50. de reconocer que a menudo, ante tantos caminos como vemos y nos señalan a nuestro alrededor, estamos igual que Tomás que dijo a Jesús: "Señor, ¿cómo podemos saber el camino?". Porque caminos que parecen fáciles y llenos de éxito y prosperidad encontraremos muchos. Hay personas que prosperan y viven bien porque han seguido el camino de sus intereses sin respetar a los demás, y que para prosperar ellos han pisoteado a quien fuera necesario; este camino que de momento parece el mejor, a la larga es el gran fracaso, es un camino que no lleva a ningún sitio, es un camino que rompe la vida y el amor, y cae en el mayor de los vacíos. Otros caminos de vida, como el buscar solamente el dinero y el poder, también dejan a la persona vacía de amor y esperanza en los demás, le cierran en él mismo y le empobrecen hasta la muerte. JESUS MISMO NOS AYUDA A ENCONTRAR EL CAMINO que da sentido total a nuestra vida; él es el camino. Jesús no es un predicador, Jesús es el que abre el camino y nos acompaña en la vida. Jesús es aquel que siguió el camino de "pasar por el mundo haciendo el bien, dando vida y esperanza a los demás", como dijo Pedro al pueblo después de la muerte de Jesús. Y porque Jesús siguió este camino, de dar vida, amor y esperanza, vive para siempre en el Amor total del Padre. 3 (Creemos en la Vida)
  • 51. Hoy que nos encontramos ante una muerte, Jesús nos habla de vida y del camino que lleva a la vida en plenitud. Nosotros ante la muerte en vez de dejar que la muerte nos abrume y nos supere, NOS PLANTEAMOS EL SENTIDO DE LA VIDA, porque no creemos en la muerte, sino en la vida y queremos vivir, y vivir para siempre en el Amor del Padre que nos ha dicho que tiene lugar para todos. Miremos pues, si hemos encontrado el camino que nos llena de vida y de esperanza; ante la muerte tomemos la vida con más fuerza y voluntad para encontrar el camino que nos llene de sentido y de esperanza ahora y siempre. Finalmente, en la tristeza de perder una persona amada, OS INVITO A RECORDAR TODO LO QUE CADA UNO SEPA DEL AMOR, la amistad, la ayuda, la bondad que el difunto os haya dado, porque si recordamos que en su vida ha habido amor, sabemos que este amor no se pierde nunca, ni se puede enterrar, y que todo el amor que vivimos, por pequeño que sea, Dios que es el Amor más grande lo recoge y los recibe para siempre. Recordemos aquellas palabras de la Escritura: "El que ama encuentra a Dios, porque Dios es amor". JAUME DASQUENS Terrassa (Barcelona) 18. Los textos podrían ser otros parecidos. La homilía no se
  • 52. dirige al difunto, ni debe ser su elogio. Hablamos a la comunidad reunida con ocasión de una muerte. Será necesario adaptarla a cada caso y situación, con atención y respeto hacia los posibles no creyentes. Pero la homilía de exequias, adaptada incluso, no puede descuidar un tono evangelizador, afirmando claramente cuál es la esperanza cristiana. Esta tiene tres puntos, una entrada y una conclusión: 1) situar el hecho en concreto, 2) Jesucristo resucitado es la raíz de nuestra esperanza, 3) ¿qué esperamos? La vida eterna. El primer punto habrá que adaptarlo a cada circunstancia; la introduccion y los puntos 2, 3 y 4 podrían ser válidos para muchas ocasiones". Textos: Job 19,1.23-27a o bien Isaías 25,6a.7-9 Salmo 102 ó 104 Juan 14,1-6. No nos reune aquí la muerte sino la vida: La vida del amigo N., que hoy llega a su fin terreno (que hoy cumple una etapa). La vida de Jesucristo, que continúa vivo y presente. La vida eterna que todos esperamos. Por ello, la actitud cristiana ante la muerte, hay que decirlo de entrada, no puede ser de desesperación, de pánico o de miedo. No somos unos ilusos cuando, reunidos en esta circunstancia, ciertamente triste a nivel humano, nos invaden sentimientos de esperanza, de certeza y casi de alegría. Es por ello que esta liturgia es una celebración. La celebración de una despedida, sin duda, donde se mezclan al
  • 53. mismo tiempo los sentimientos de tristeza y alegría. Como en toda despedida. 1. (El hecho) (En el primer punto hay que hacer referencia a la situación concreta: ni todas las muertes son iguales, ni todas las vidas tienen la misma resonancia llegada esta hora. Algunas afectan más que otras a la asamblea reunida. Por ello no todas las homilías pueden decir lo mismo...) —Si el difunto es un padre o una madre de familia ya mayor o una persona anciana: se puede hacer referencia al camino cristiano del matrimonio y la familia, al amor, la comprensión y la ayuda mutua en el seno de esta "iglesia familiar" —Si es una persona solitaria o sin familia: esta muerte permitirá una reflexión más serena sobre el sentido cristiano de la muerte, ya que conmueve menos a los oyentes; quizás se podría recordar que la vida sencilla y sin ambiciones, en un mundo tan complicado, se acerca mucho al evangelio... —En una muerte repentina o de accidente: hay que poner mucha atención, pero conviene hablar de la comprensión y bondad de Dios Padre hacia todos, y crear un clima de confianza, basado en que "El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en
  • 54. clemencia". —Si es una persona que ha estado mucho tiempo enferma o imposibilitada: puede descubrirse que vidas aparentemente inútiles tienen una misteriosa fecundidad, se puede mencionar la corriente de solidaridad despertada a su alrededor y, sobre todo, la liberación que, más que nunca en este caso, supone la muerte... —Etc.... 2. (La fe en Jesucristo resucitado) Los cristianos celebramos la vida, no la muerte. (Un Dios de vivos, no de muertos). Pero la muerte siempre nos oprime y entristece lo mismo que a los demás hombres. No somos insensibles ni estoicos. No le encontramos sentido y nos rebelamos. Pero no es una rebelión desesperada. Impulsados por la fe en Jesucristo, miramos el futuro esperanzados, confiados e, incluso, deseosos (o alegres). Creemos que el futuro del hombre está en Dios; que no es una incógnita. La fe en Jesucristo vivo se caracteriza por la certeza que tenemos de una victoria sobre la muerte. Es lo que experimentaron los apóstoles la mañana del domingo de Pascua: Jesús, el Señor, que ha muerto y ha sido sepultado, ivive! ¡Está vivo! No sólo ha pasado por la muerte como los demás hombres, sino que la ha vencido. Y la fe de los discípulos en Jesucristo resucitado es la esperanza cierta de la propia
  • 55. resurrección. 3. (La vida eterna) "No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias..." La raíz de nuestra esperanza está en la bondad de Dios y en la victoria de Jesucristo. "... Yo sé que está vivo mi Vengador, y que al final se alzará sobre el polvo". "El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros". La liturgia nos anima a hablar de un "convite" y de una "fiesta" que Dios nos tiene preparada. La vida no se acaba, se cambia por aquello que es definitivo. Cuando hemos perdido la confianza en todas las seguridades humanas, en las riquezas, los razonamientos y las ideologías terrenas —que es lo que nos pasa ante el hecho implacable de la muerte— cuando probamos la amargura de que las cualidades personales, el dinero (el poder), la misma ciencia, son impotentes, entonces es cuando estamos abiertos a la esperanza de una victoria definitiva sobre la muerte. ¡Tantas cosas que queríamos hacer en la vida y no hemos podido, tantas ganas de vivir y nos morimos! Al final de este camino de decepción y de impotencia humana, nos espera Dios con su vida, la vida eterna. Esta nace precisamente allí donde mueren las esperanzas humanas. A eso, desde pequeños, lo llamamos el cielo. Pero lo vemos lejos, cuando está cerca; lo vemos difícil, cuando es Jesús mismo quien
  • 56. nos prepara el lugar y vuelve a buscarnos para que vivamos con él; cuando es Dios Padre que desde siempre nos espera para acogernos y perdonarnos (abrazarnos). Es la vida eterna que dará cumplimiento a todas nuestras ansias de ser felices y completará, sobradamente, todos nuestros proyectos inacabados. 4. (Eucaristía) Vamos a celebrar la cena con la que Jesús se despidió de sus amigos: la Eucaristía. Nosotros creemos en la eficacia del sacrificio de Jesucristo. Celebrar el memorial del Señor, no es simplemente recordar al Maestro y tomar ejemplo, sino que es recibir también la energía y la fuerza que nos viene de su victoria sobre la muerte. Por la Eucaristía participamos de su vida y recibimos ya aquí una señal (una garantía) de nuestra resurrección. Por ello sabemos que nuestro hermano vivirá y nosotros también viviremos. La plegaria de esta celebración acompaña a nuestro amigo hacia la vida eterna. Con la esperanza puesta en Jesucristo resucitado, al despedirnos, no decimos "un adiós para siempre", sino sólo un "hasta luego". JOAN BUSQUETS Gerona
  • 57. 19. Homilía para público practicante. Textos: Sabiduría 3,1-6; 2 Timoteo 2,8-13 Juan 14,1-6 1. (Primera lectura) El texto que hemos leído como primera lectura en la celebración cristiana de oración por el eterno descanso de vuestro (padre, madre, hijo, hermano...) N.N., nos ha mostrado cómo ya al antiguo Israel esperaba en el Más Allá. Esperaba en la inmortalidad y en la felicidad después de esta vida. Y también hacía referencia al premio que las pruebas que comporta nuestro peregrinaje por la tierra bien merecen: "La vida de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento", "consideraban su tránsito como una desgracia... pero ellos están en paz". Y ha sucedido así, porque dice la lectura bíblica: "ellos esperaban seguros la inmortalidad", "los que en él confían conocerán la verdad". Y añade con seguridad absoluta la Sagrada Escritura: "Recibirán grandes favores, porque Dios los puso a prueba, y los halló dignos de sí.". Que estas palabras consoladoras fortalezcan vuestros corazones y os confirmen en vuestra esperanza cristiana. Y que también sean motivo de consuelo humano para todos. Esperanza y consuelo que se han de acrecentar gracias a las otras lecturas que acabamos de
  • 58. proclamar en esta celebración exequial de despedida de vuestro familiar N.N. Contemplemos su partida desde una perspectiva cristiana, sobre todo los que nos consideremos creyentes, y esto nos reconfortará. 2. (Segunda lectura) Profundicemos también en el segundo texto. El apóstol san Pablo nos ha recordado que Jesucristo era de nuestra naturaleza: del "linaje de David". En efecto, Cristo asumió nuestra naturaleza, con sus limitaciones y defectos, incluyendo el dolor, las humillaciones y la misma muerte. Y una muerte impresionante: la muerte en cruz. Esto es de todos conocido y lo recordamos a menudo los cristianos cuando hacemos sobre nuestro cuerpo "la señal de la cruz". Cristo murió, pero creemos que después resucitó. Y esta es la "Buena Noticia", mensaje lleno de gozo y de esperanza sobre el que se apoya aquello que es más importante de nuestra fe. Y es bueno que lo recordemos en estos momentos. En la circunstancia presente hemos de reafirmar nuestra fe en Cristo resucitado y esto nos reconfortará en las pruebas y sufrimientos, en concreto os será motivo de consuelo a los que hoy lloráis a un ser querido: "Lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna". Esta convicción que nos transmite san Pablo yo quisiera inculcarla en todos vosotros. Abrámonos a ella cuanto podamos en estos momentos y tengamos por cierto que: "si morimos con
  • 59. él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará, si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo". Si morimos con Cristo, esperamos vivir siempre con El. Por toda la eternidad. 3. (Tercera lectura) Nos falta añadir algunas palabras sobre el evangelio. Todas las palabras de Jesús son consoladoras; pero lo son de una manera especial aquellas que pronunció durante su Ultima Cena, aquel banquete pascual de despedida que celebró con sus discípulos. En aquellos momentos entrañables y emotivos, Jesús ofrece consuelo y esperanza: "No perdáis la calma; creed en Dios y creed también en mi". La fe y la esperanza que tenemos puesta en Dios, ha de concretarse también en una gran fe y esperanza en Jesucristo, y de una manera especial en cuanto El nos enseñó referente al Más Allá. Meta hacia la que nos encaminamos, ya que de Dios venimos, de Dios somos y hacia Dios andamos. Este es el camino ya recorrido por nuestro familiar y amigo N. El ha alcanzado la meta. Ha traspasado la frontera que separa el tiempo de la eternidad. Está ya frente a Dios. Recordemos cómo nos habla Jesús del Más Allá hacia el cual todos nos encaminamos: "En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde
  • 60. estoy yo, estéis también vosotros". Y Jesús añade todavía: "Adonde yo voy, ya sabéis el camino". Entonces Tomás, uno de los discípulos que destacó por ser desconfiado, pidió aclaraciones: "Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?". Jesús le contestó: "Tomás, yo soy el camino, y la verdad y la vida". Es decir, Jesús se declara el verdadero y auténtico camino que conduce a Dios. Y lleva hasta Dios, porque el camino de Jesús también lleva a la verdad y a la vida. Guía hasta la verdad plena y la vida verdadera que es la vida perdurable, la vida que no se acaba porque es etema. Cristo nos garantiza la misma vida que él consiguió en su Pascua, en su resurrección. La palabra de Jesús es taxativa: "Nadie va al Padre, sino por mi". Que estas consoladoras palabras de Jesús nos acompañen en este momento. Y que constituyan el mayor motivo de paz y de verdadera esperanza cristiana ante la muerte de nuestro hermano N., y ante la hora que —antes o despues— nos ha de llegar a cada uno de nosotros, pues no hemos de olvidar que somos peregrinos, de paso por el mundo. Que la esperanza de la resurrección nos acompañe siempre y sobre todo ahora que elevamos plegarias por el eterno descanso de vuestro familiar y amigo. JORDI PIJOAN Hospital de Bellvitge (Barcelona)
  • 61. HOMILÍAS EXEQUIALES HOMILÍAS DE CARÁCTER GENERAL 1. Homilía popular: Dios quiere salvar; pidamos que acoja a este hermano nuestro. Textos: Romanos 14,7-12 1. Toda la vida se presenta ante Dios A primera vista, parece como si san Pablo dijera que es igual vivir como morir, porque dice: "Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor". Entendida así, esta afirmación no nos acabaría de convencer. Todos los que estamos aquí amamos la vida. La muerte se nos presenta como una cosa negativa, como el final de nuestro camino en este mundo, un alejamiento de todo lo que nos rodea, una imposibilidad de seguir realizando nuestros proyectos de futuro... Pero situémonos en otra perspectiva, la que seguramente debería tener san Pablo cuando hacía aquellas afirmaciones. Nosotros somos criaturas de Dios. No podemos estar al margen de esta dependencia. Y a pesar de que muchos de nosotros muchas veces no lo pensemos, la realidad es que dependemos en todo de Dios y que nuestra vida es como
  • 62. un acto de culto a Dios. Por suerte, hay muchas personas que viven esta realidad de una manera consciente. Cada día, cada hora, cada minuto, ofrecen a Dios todo lo que hacen. Como el escritor que escribe cada día una hoja y, al llegar la noche, la revisa, corrige aquello que no le gusta y la deja preparada para su publicación. Así hacemos nosotros, acumulando cada día de nuestra vida todo lo bueno que hemos podido hacer. Y al llegar la hora de la muerte, esta página, escrita cada día, se junta a las otras: son las obras completas. La muerte es el ofrecimiento, de toda la vida, entera, de golpe. Mientras vivíamos, la ofrecíamos minuto a minuto. A la hora de la muerte, la ofrecemos toda entera. Desde esta óptica sí que son semejantes la vida y la muerte. "Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor". 2. Oremos por este hermano al Dios que salva Nuestro hermano ha llegado al término de su vida mortal. El Señor habrá apreciado todo lo bueno que ha ido haciendo, el designio de Dios es de salvación. "Cristo murió y resucitó" para indicar que también nosotros los creyentes, pasando por la muerte, estamos llamados a la vida. Los méritos infinitos de Jesucristo y todo lo positivo que habremos hecho mientras vivíamos nos darán acceso a la vida eterna.
  • 63. "Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios. Cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo". Hermanos, yo os invito ahora a orar. Hacemos como de abogados defensores en un juicio. Que nuestra plegaria sea un decirle a Dios que valore todo lo bueno y positivo que ha hecho nuestro hermano mientras vivía y que, misericordioso, no le tenga en cuenta todo lo que quizás por debilidad humana no pudo controlar. Seguramente él mismo ya debía ir puliendo a tiempo todo aquello con lo que no estaba de acuerdo. Y confiemos reencontrarnos un día en la casa del Padre. Homilía preparada por A. Taulé 2. Homilía sencilla en la muerte de una persona mayor, no practicante o alejada. Textos: 1 Juan 3,14-16; Salmo 102; Mateo 25,3146 1. ¿Por qué estamos aquí? Hermanos y hermanas: Nos hemos reunido aquí muchas personas, familiares, amigos, conocidos, vecinos, de nuestro hermano que enterraremos. Y hemos venido, no por un cumplimiento, sino porque apreciamos a nuestro hermano y a su familia. Pero estamos reunidos en la iglesia, para rezar por nuestro hermano.
  • 64. Pienso que el Señor a todos nosotros nos quiere decir algo, porque ha sido el Señor quien nos ha reunido, aunque nosotros no nos hayamos dado cuenta. El Señor habla, pero para entenderle es necesario que nuestro corazón esté limpio de egoísmo, de rencor, de envidia. Sólo se puede escuchar al Señor si se tiene un corazón bueno. Y ¿qué nos quiere decir el Señor? 2. Jesús nos dice unas cosas que todos podemos entender y hacer Jesús, que es el Hijo de Dios Padre, vino a darnos una Buena Noticia: que Dios es Padre, es amigo de los hombres. Y Jesús habló con un lenguaje sencillo, para que le pudiesen entender todos. Y con comparaciones muy inteligentes. Hay personas que dicen con frecuencia: "yo a Dios no le he visto nunca". Jesús nos dice qué debemos hacer para ver y experimentar a Dios. Jesús nos dice dónde podemos encontrar a ese Dios "escondido". ¿Quién de nosotros no sabe qué quiere decir tener hambre de pan o de cultura o no conoce personas que padecen esta hambre? ¿Y cuántas personas conocemos que tienen sed de ser amadas, comprendidas, tenidas en cuenta, escuchadas? ¿Y cuántas personas se sienten forasteras en su casa o en su familia, en su pueblo o ciudad, en su grupo o en su comunidad cristiana? ¿Y cuántos enfermos, de enfermedades del
  • 65. cuerpo y del espíritu, personas angustiadas, desesperadas, tristes, amargadas, desalentadas? ¿Y en la cárcel-cárcel, o en la prisión de su egoísmo esclavizante, o en la prisión del dinero o la pasión desenfrenada? Muchas de esas personas, podemos ser cada uno de nosotros, nuestro esposo o esposa, nuestros hijos o nuestros padres, nuestros vecinos o nuestros compañeros de trabajo. Y lo que hacemos a cada uno de ellos o lo que dejamos de hacer, ¡lo hacemos o lo dejamos de hacer al Señor mismo! Ese Dios, al que algunos dicen "que no han visto nunca", está en cada hombre o mujer, de manera especial en cada hombre o mujer que sufre. Y Jesús nos dice que hemos de pasar por la vida haciendo el bien, como El lo hizo, pero un bien que se concreta en las personas, con sus nombres y apellidos, que pasan dificultades de la clase que sean. Y esto lo hemos de hacer los creyentes y los no creyentes. Por el hecho de ser personas humanas que hemos de sentirnos solidarios con todos nuestros hermanos. 3. No podemos tener miedo a Dios Hay personas que le tienen miedo a Dios, como si Dios no fuese amigo de los hombres. Nuestro Dios es Padre, nos lo ha dicho Jesús que es su Hijo, y nuestro Dios Padre quiere tanto a los hombres que ha querido que su Hijo se hiciese Hombre, persona humana como nosotros.
  • 66. Y Jesús, que es el Hijo de Dios que se hizo hombre, nos dice que Dios es Padre "compasivo y misericordioso". Y nosotros lo hemos ido repitiendo en el Salmo que se ha recitado. "Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles". Así es nuestro Dios, ¡no tengamos miedo de buscarlo, de dejarnos encontrar por El, de escuchar su Palabra, de ir a participar en la Eucaristía de cada domingo para escuchar su Palabra y celebrar que ha resucitado y vive, de rezar, hablar con El a nuestra manera! 4. Si somos capaces de amar, viviremos siempre Hay personas que piensan que la vida se acaba en el cementerio, y muchas personas aunque no lo piensen, viven como si todo terminase con el entierro. Jesús nos ha dado la Buena Noticia de que más allá del cementerio, de la muerte, la vida continúa. Y continúa porque aunque el cuerpo muera y se deshaga, el amor no muere nunca. Son las palabras claras que hemos escuchado del Apóstol san Juan: "Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida, y lo sabemos porque amamos a los hermanos". El que ama tiene vida que no se termina, y quien no es capaz de amar, ya en esta vida está en la muerte. Véis, por tanto, cómo el Señor ahora nos ha hablado, ¿qué nos ha querido decir el Señor, con motivo de la muerte de nuestro hermano?
  • 67. El Señor que es "compasivo y misericordioso" quiere que nosotros vivamos la vida, aprovechando el tiempo, haciendo y dando importancia a todo aquello que con la muerte no termina. A todas las cosas que no pasarán. Y quiere el Señor que sintamos y experimentemos su amor, y no tengamos miedo de El. Porque El quiere tanto a las personas que vive, de manera especial, en cada una de las que padecen y sufren. Todo esto nos lo dice el Señor en estos momentos, en que estamos especialmente sensibilizados por la muerte de nuestro hermano. Y es que Dios nos habla siempre, por medio de las cosas agradables o desagradables, y hoy concretamente, por este motivo. Y celebramos que Jesús que también murió, ha resucitado y vive, y en El, porque nos lo ha dicho y nos fiamos de El, estarán y vivirán para siempre los hombres y las mujeres que hayan pasado por la vida haciendo el bien a sus hermanos y hermanas. Homilía preparada por G. Soler 3. Homilía sencilla ante una muerte esperada: la muerte, ruptura y liberación. Textos: Marcos 15,33-39 "JESÚS, DANDO UN FUERTE GRITO, EXPIRO" La muerte de Jesús fue un gran grito. Lo acabamos de proclamar en el
  • 68. evangelio. Y toda muerte es un gran grito. Y es un gran grito, lo escuchen o no las personas que acompañan al moribundo. Lo es, tanto si la muerte nos llega cuando estamos rodeados del consuelo de las personas queridas como si nos llega en la mayor de las soledades... Siempre es un gran grito la muerte. Un grito físico o moral, tanto da. Porque la muerte es, siempre, una ruptura, un desgarramiento... LA MUERTE ES UNA RUPTURA HACIA FUERA Y HACIA DENTRO DE NOSOTROS La muerte es una ruptura hacia fuera de nosotros mismos, porque toda vida es un tejido de relaciones humanas, de vínculos de sangre y de amistad, de raíces que se aferran a cada persona y a cada cosa que amamos y que forman parte de nuestra vida. Pero la muerte es también una ruptura hacia dentro de nosotros mismos, porque también existe todo un mundo interior, tanto o más rico que el exterior, lleno de proyectos, de sentimientos, de esperanzas, de intimidad, de crecimiento interior (posible breve referencia a la vida del difunto). LA MUERTE ES TAMBIÉN LA GRAN LIBERACIÓN Por tanto, reconozcámoslo, la muerte es un momento doloroso, desconcertante, hasta incomprensible, desde la mera visión humana. Pero a partir de la fe en Jesús, que es la que nos ha reunido aquí,
  • 69. sabemos que la muerte es, también, una gran liberación. Porque es dejar atrás todas las limitaciones, todos los condicionamientos, todo el dolor que, a menudo, hiere nuestra existencia de cada día. Porque la muerte, para nosotros, a partir de nuestra fe, a partir del camino que El ha abierto para todos, ya no es una puerta abocada a la nada, cerrada a la luz, cerrada al futuro: sino una puerta abierta de par en par a la vida, al más allá, al infinito... donde El nos ha precedido y nos espera. El paso de la muerte, pues, es un reencuentro, totalmente purificado y llevado a su plenitud, de todo ese mundo interior y exterior a nosotros. Por eso afirmamos que la muerte, más que una ruptura y un desgarramiento, por encima de todo es una gran liberación. Y es precisamente esta plenitud de vida y de infinito, esta liberación, lo que ahora pedimos e invocamos para N. con profunda esperanza. Homilía preparada por P. Vivó 4. Homilía para público no muy practicante: el anuncio cristiano ante la muerte. Textos: Hechos 10,34-43; Marcos 15,33-39; 16, 1-6 Habéis venido, hermanos, a esta iglesia para celebrar cristianamente la muerte de un pariente o de un amigo. Al participar en estas exequias
  • 70. manifestamos ciertamente un afecto muy sentido que brota de nuestro interior espontáneamente ante la muerte de una persona querida o conocida, ante el misterio mismo de la muerte. Es muy humano sentir el dolor ante la muerte, llorar ante la muerte. En estos momentos, siempre serios, ante un hecho tan importante, misterioso y agobiante, yo sólo quiero predicar lo que predicaban los apóstoles, lo que hoy nos ha predicado de nuevo la muerte de Jesús, que hemos leído en el evangelio. LA FELIZ NOTICIA: JESÚS HA MUERTO Y RESUCITADO Lo que predicaban los apóstoles y que hemos escuchado en la primera lectura de labios de san Pedro, es lo que la Iglesia de todos los tiempos ha predicado y sigue predicando, en cualquier circunstancia: Jesús, el Hijo de Dios, hombre como nosotros, ha muerto y ha resucitado. Esta es la Buena Noticia, que da la felicidad, cuando se acepta con fe. Es verdad que la muerte, humanamente hablando, es la gran desgracia, es la humillación total y radical del hombre. ¿No es verdad que todos nos sentimos limitados, abrumados, hechos polvo por la perspectiva y la realidad ineludible del final de nuestros días? Cuántas veces hemos meditado en el curso de nuestra vida que imparablemente se encamina al destino final de la muerte. A menudo esto recorta nuestras ilusiones y nos puede sumir en la más negra y amarga de las desesperanzas.
  • 71. Ya decía san Pablo a los primeros cristianos que los que no tienen esperanza se entristecen irremediablemente ante la muerte. Pues bien: Jesús nos ha liberado de esta tristeza, irremediable desde el punto de vista puramente humano. Esta es la Buena Noticia capaz de darnos felicidad y paz. Y la Noticia es ésta: que Jesús de Nazaret pasó por todas partes haciendo el bien, liberando de la esclavitud del mal. Murió en el patíbulo de la cruz, pero no se quedó en la muerte. Dios estaba con El y lo resucitó. Es decir, Dios, el creador de la vida, no abandonó a su Hijo en la nada de la muerte fatal, lo sacó de esta muerte y lo sumergió en la vida nueva de un cielo nuevo y una tierra nueva, el Reino que comienza, para todos los hijos de Dios, con la resurrección de Cristo y que el Padre abre de par en par a todos los que aceptan por la fe a Jesús como Liberador, salvador del mal, del pecado, de la misma muerte. Esta es la Buena Noticia que llena de esperanza el corazón de los creyentes, esta es la fe que la Iglesia predica continuando la misión de los apóstoles. Esta es la única luz capaz de disipar la oscuridad del sepulcro, al que dirigimos nuestros pasos de peregrinos. ANTE LA CRUZ: ESTE HOMBRE ES EL HIJO DE DIOS Ante la muerte de un hermano nuestro en la fe, de un pariente, de un amigo, volvemos los ojos al Crucificado. Por eso nuestras tumbas están
  • 72. presididas por la cruz, la cruz identifica nuestros ataúdes, el Cristo clavado en la cruz domina nuestras exequias. La cruz, para los cristianos, no es simplemente un signo de muerte. No: es signo de una muerte redentora, de una muerte que es paso a la vida. Mirando a la cruz, el centurión, encargado del ajusticiamiento de Jesús, exclamó: "realmente este hombre era Hijo de Dios". La cruz nos lleva en efecto a la gran noticia de la mañana de Pascua: "no os asustéis: no está aquí, ha resucitado". Hagamos nuestra esta exclamación, la profesión de fe de aquel hombre pagano ante Cristo muerto en la cruz. Jesús es el Hijo de Dios, que ha venido a esclarecer el misterio que nos ahoga, a levantar la losa que pesa sobre nuestra existencia, a menudo desgraciada, en este mundo. Hermanos, la narración de la muerte y de la resurrección de Cristo, que hemos leído en estas exequias, nos hace celebrar cristianamente la muerte de este difunto. Esta es una palabra de Dios que nos descubre la perspectiva de la inmortalidad, de una vida para siempre en las manos de Dios, ya que, como nos dice san Pablo, Cristo ha resucitado como el primero de entre todos los que han muerto. La Palabra de Dios y de Cristo, que no pasará nunca, nos asegura que la muerte no es la última palabra, el final de un camino sin salida final. La muerte es el paso,
  • 73. doloroso, ineludible, a una vida feliz que Dios ha preparado para sus hijos. Que esta lectura de la Palabra de Dios serene hoy nuestros corazones; que les infunda la gran esperanza; que los ilumine con aquella fe que viene de la cruz de Cristo y del esplendor de la resurrección, y los sumerja ya en la paz del Reino de Dios, a la que esperamos que haya ya llegado este hermano nuestro, que despedimos con tristeza, pero también con la esperanza de la victoria final de la vida sobre la muerte. Homilía preparada par P. Llabrés 5. Homilía para público cristiano popular. La muerte, una llamada a la plenitud de vida, y una llamada a la vigilancia. Textos: 1 Juan 3,1-2; Lucas 12,35-40 Cuando nos enfrentamos con la muerte, cuando nos toca de cerca la persona de un familiar o amigo, muchas veces parece que nos hallamos ante una puerta cerrada, que nos encontramos con un muro que no podemos traspasar. Y ello hace que nos preguntemos qué sentido tiene la vida, para qué estamos en este mundo. 1. Llamados a la plenitud de la vida Pero las lecturas que hemos proclamado en esta celebración iban en una dirección completamente opuesta. No hablaban de falta
  • 74. de sentido en la vida, de callejón sin salida, sino de esperanza y de visión de futuro. Dios nos llama hijos suyos y lo somos en realidad, nos decía san Juan, y en cuanto tales estamos llamados a crecer continuamente, estamos llamados a ser semejantes a él, a Dios. El día de nuestro bautismo nacimos como hijos de Dios, y en nuestra existencia debemos ir aprendiendo a reconocer en Dios al Padre que nos ama, el Padre que quiere nuestro bien, el Padre que quiere darnos la vida para siempre y toda suerte de bienes, el Padre que abre nuestra existencia hacia un futuro de vida en plenitud. Esta fue la misión principal de nuestro hermano que nos dejó y ésta debe ser también nuestra misión a lo largo de nuestra vida: crecer continuamente como hijos de Dios hasta el momento en que él nos llame a verlo tal cual es. Esto, en nuestra vida diaria, significa que no podemos dormirnos jamás pensando que lo tenemos todo hecho, ni debemos creer que no podemos ya avanzar en nuestra madurez humana y cristiana. Nuestro hermano ha llegado ya ante Dios. Todos nosotros caminamos hacia él, y lo hacemos teniendo en cuenta la palabra de Jesús: conocemos la hora de la salida, pero el momento de la llegada nos resulta totalmente desconocido, nada sabemos de él. El momento de presentarnos ante el Padre puede llegarnos después de una larga y fecunda vida o puede venirnos también
  • 75. de improviso, como el ladrón que se nos mete en casa sin llamar a la puerta y cuando menos lo esperaríamos. 2. Caminamos con esperanza Estas palabras de Jesús no son para meternos miedo. Al contrario, quieren movernos a vivir más intensamente nuestra vida presente, la vida de cada día. Recordémoslo de nuevo: somos ya los hijos de Dios. Por tanto, vivamos plenamente nuestra vida presente, siguiendo el estilo de Jesús, el primero de los hijos de Dios y nuestro hermano. Hagamos de nuestra vida un servicio a los demás, sepamos llevar paz, gozo, comprensión a nuestras relaciones humanas, sepamos estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos y a todo lo que la palabra de Dios pide de nosotros: esta debe ser nuestra actitud vigilante, en esto debe consistir nuestra espera del Señor. ¿Cómo podríamos sentarnos a la mesa con el Padre, si ahora no hemos cultivado la amistad y la relación personal con El? ¿Cómo podría El servirnos personalmente a la mesa, si antes nosotros no hemos querido servirle en cada uno de los hermanos? ¿Cómo íbamos a pedirle que compartiera su felicidad con nosotros, si ahora no nos esforzamos por compartir las penas y las alegrías con todos los hombres? 3. El don de Dios supera nuestras aspiraciones El amor que Dios nos tiene supera con creces todos nuestros
  • 76. cálculos. ¡Cómo iban a pensar los criados que esperaban de noche a su Señor que los haría sentar a la mesa y los iría sirviendo! Tampoco nosotros podemos imaginar cuál va a ser nuestra condición cuando seamos hijos de Dios en plenitud. Ni cuál es la condición de nuestro hermano, después de que el Padre lo ha llamado a contemplarle cara a cara. Pero en esta celebración sí queremos orar para que el Padre le conceda todo su amor, le reconozca totalmente como hijo; para que, libre de cualquier mancha de egoísmo o de pecado que siempre existen en la vida de los hombres, pueda contemplar a Dios tal cual es sin ningún temor. Y, al mismo tiempo que esta celebración es una plegaria por nuestro hermano N., que pasó ya por esta etapa de la vida, debe significar también para nosotros un deseo de crecer continuamente como hijos de Dios, un hacernos conscientes de que estamos llamados a vivir con el Padre y de que esto no se improvisa en un momento, sino que debemos comenzar a vivirlo ahora en nuestras relaciones de cada día, en la vida familiar y en el trabajo. Así sea. Homilía preparada por J. Roca 6. Homilía breve para público amplio en la muerte de una
  • 77. persona de edad. Textos: Job 19,1.23-27a; Lucas 23,44-49; 24,1-6 1. Nos quieren hacer pensar sólo en los goces presentes Muchas corrientes dentro de nuestra sociedad nos quieren hacer pensar sólo en el goce de la vida presente. La publicidad quiere hacernos creer que la felicidad se compra, que la juventud se compra... que lo podemos comprar todo, para poder vivir en un mundo de color de rosa. Todo lo que está fuera de este marco de felicidad aparente, la publicidad lo quiere ocultar. Y lo primero que quiere ocultar es la muerte. El mundo de hoy quiere ocultar la muerte, envolverla en el silencio y renunciar a preparar al hombre a morir. Nosotros hoy no podemos ocultar este hecho: N. ha muerto (Lentamente se ha ido apagando, se ha ido preparando a este momento, y nos ha ido preparando también a nosotros...). 2. La valentía de mirar a la muerte cara a cara Pero todavía hay más. Los que nos confesamos creyentes en Jesucristo, no sólo aceptamos el hecho por su evidencia biológica -un cuerpo que no tiene vida- sino que nuestra fe nos da el valor de mirar a la muerte cara a cara, y hasta de hablar de ella, llamándola, como hacia san Francisco de Asís, "la hermana muerte". Porque la muerte, para el creyente, es un paso hacia el encuentro definitivo y pleno con Dios y los hermanos. Paso que vamos preparando
  • 78. cuando vamos muriendo a nuestro pequeño "yo" y nos vamos haciendo unas "personas para los demás"; cuando sabemos descubrir que el bien, la honradez, la apertura a Dios, son ya semilla de eternidad. 3. La valentía de creer en la vida de Jesucristo Me diréis que esto es difícil de entender. Y yo os diré que es tan difícil como creer que la historia de Jesús no se acabó con la muerte. Aquel domingo, al romper el alba, las mujeres que iban a velar el cuerpo de Jesús, encontraron el sepulcro vacío; atónitas descubrieron la repuesta allí mismo: "¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?" Repetir hoy que Jesús es "el que vive" es proclamar la Buena Noticia de la vida para siempre y poner el fundamento de nuestra esperanza cristiana. 4. La vida que comienza siguiendo el camino de Jesucristo Afirmar que Jesús es "el que vive" es afirmar que nuestro querido N. ya está viviendo su vida nueva. Vida que no comienza cuando se muere, sino cuando un hombre o una mujer se pone a caminar por la senda de Jesús, por el camino del bien. Que esta Eucaristía sea una afirmación de que Jesús vive, un compromiso a seguir su camino, una oración por nuestro N., para que la muerte sea para él un mejor nacimiento. Homilía preparada por LI. Suñer