1. ENTENDIENDO EL FUNDAMENTO DE LA CRISIS FINANCIERA
Por Germán Chávez Contreras, Economista, Magíster en
Economía y Dr (c) en Ciencias Sociales. Director de
Investigación y Profesor Asociado de la Universidad Católica
San Pablo.
Los Ciclos Económicos
Tal vez uno de los supuestos más aceptados en la economía, es el comportamiento
cíclico de la producción, que nos lleva a la necesidad de aceptar que los crecimientos o
procesos recesivos no son para toda la vida o que en economía, todo lo que sube debe
bajar y viceversa. La teoría de los ciclos reales (John Long y Charles Prosser, 1983,
Robert Barro y Robert King, 1984, Prescott, 1986) plantea que en economía estas
fluctuaciones son causadas por la innovación tecnológica que tiene efectos concretos en
los costos y niveles de producción. Visto así el panorama, los ciclos económicos son
inevitables, dado que la innovación tecnológica va de la mano con el incremento del
conocimiento y este último se duplica cada vez con mayor rapidez ( , 1995). Lo grave
de los ciclos económicos, es que cuando se está en el proceso contractivo o recesivo, la
caída del producto bruto interno, implica también la disminución del empleo, de la renta
y de la demanda agregada; es decir un retroceso en el bienestar de las personas. Los
ciclos económicos son recurrentes pero no periódicos; es decir que se van a dar
repetidas veces pero no presentan la misma duración en cuanto a crecimiento y recesión.
Las caídas son impredecibles en cuanto a duración; y es en estos momentos, de
impredecible duración, en los que la pobreza se incrementa a raíz de una retracción en
los niveles de contratación, muchas veces empeorada por políticas fiscales y monetarias
contractivas dadas por los gobiernos. La evidencia empírica nos ha enseñado que los
ciclos económicos son persistentes, es decir, una vez iniciados estos mantendrán el
mismo comportamiento por períodos de tiempo relativamente extensos.
En cuanto a las causas de los ciclos, estas pueden ser externas, es decir causadas por
factores o agentes ajenos a las decisiones de política interna; como los shocks externos,
como una caída en el ingreso de países con los que se mantienen fuertes relaciones
2. comerciales o financieras, o también por fenómenos naturales, guerras, descubrimientos
tecnológicos, etc.; que pueden llevar a momentos de crecimiento o de estancamiento de
una o más economías. Las causas internas pueden deberse más a políticas expansivas o
contractivas en los sectores fiscal, monetario o por decisiones sobre el tipo de cambio;
generando comportamientos que tienen efectos, muchas veces inesperadas en la
evolución de las principales variables macroeconómicas. La periodicidad de los ciclos
económicos los hacen, de alguna manera, previsibles, por lo que los hacedores de
política, podrían estar en la capacidad de anticiparse o de prevenir las medidas
necesarias para que los momentos de crecimiento o expansión sean lo más extenso
posibles, y que los momentos de caída o recesión duren menos y que además sus efectos
no sean tan graves; protegiendo el bienestar de las personas, especialmente de las más
desprotegidas y vulnerables.
El último matiz de los ciclos económicos al que me quiero referir, y que dado el
contexto actual, tal vez sea el más relevante; y es que estos no se inician en un país y se
quedan allí. Los ciclos económicos por los mecanismos de transmisión propios de la
economía y por la globalización que vive el mundo actual, que ha articulado los
mercados de bienes finales, de materias primas e insumos, de capitales y de trabajo;
hacen que los comportamientos de la economía en un determinado país, tengan efectos
inmediatos en la de otros países. Queda claro entonces que la responsabilidad de las
decisiones en temas de política económica que se tomen en cualquier país,
especialmente en aquellos que lideran el comportamiento de la economía mundial, es
inmensa; pues el impacto de las mismas es literalmente, impredecible. Para cerrar este
primer subtítulo, debemos entender que los ciclos económicos que naturalmente se dan,
pueden ser interrumpidos en sus fases de crecimiento o de recesión por las decisiones
que se den en las principales economías del globo; convirtiendo un proceso de
crecimiento, rápidamente en uno de recesión, como está ocurriendo actualmente en el
mundo.
El origen de la Crisis Financiera
No pretendo hacer una narrativa fría de los hechos sobre el origen de la crisis financiera
iniciada en el mercado hipotecario de alto riesgo (llamado también sub-prime) de los
3. Estados Unidos de Norteamérica, porque sobre ella, a pesar de ser reciente; ya se ha
escrito mucho y se han precisado casi todos los detalles que la han caracterizado.
Lo que sí quiero remarcar, es que esta crisis que se inicia en el sector financiero de la
economía más grande del mundo y que ya se ha trasladado al sector real, afectando la
producción, la inversión y el empleo; en gran parte se debe al irrestricto “dejar hacer,
dejar pasar” propio del sistema económico que se da hoy prácticamente en todo el
mundo y que se fundamenta en la acumulación del capital. Hay un evidente descuido de
la persona, propio también de las economías de mercado. Y es que el mercado,
entendido como toda institución social en las que los bienes y servicios, tanto como los
factores de producción, se intercambian libremente (Carol i Hostench, 1993)1; no es
perfecto y por sus propias características, tiende a concentrar la riqueza fortaleciendo de
esta manera las disfunciones del sistema capitalista arriba mencionado. Sin embargo yo
no veo la solución en la eliminación del mercado y hacer un giro de ciento ochenta
grados y voltear hacia los sistemas de planificación central. Como lo menciona el
mismo Carol i Hostench, el sistema de planificación centralizada que siempre fue
defendido so pretexto de lograr una equitativa distribución de la riqueza; además de
despojar a las personas de su libertad, ha sido fuente de desigualdades e injusticias,
atentando contra la dignidad humana de las personas2.
Es claro que cuando la atención del sistema, cualquiera que este sea, centra su
preocupación en la eficiencia del mercado como asignador de recursos o en los intereses
del colectivo, postergando o incluso ignorando en ambos casos las necesidades de la
persona humana; entonces el riesgo de caer en disfunciones del sistema, donde la falta
de ética o moral al momento de tomar las grandes decisiones económicas o financieras
se fundamentan en el deseo desmedido de acumular riqueza, es decir en la avaricia.
Más allá de querer explicar que el origen de la crisis financiera y actual recesión
económica por la que atraviesan todos los países del mundo fue la cesación de pagos de
los prestatarios que accedieron a créditos en el mercado hipotecario de alto riesgo de los
Estados Unidos de Norteamérica, es necesario reflexionar que esto que parece ser el
1
Ver Hombre, Economía y Ética de Antoni Carol i Hostench, Ediciones Universidad Navarra, S.A.,
Pamplona, España. Pág. 87.
2
Allí mismo, Pág. 87 y 88.
4. origen es más bien una consecuencia de la deshumanización de los procesos
económicos y financieros utilizados para la generación de riqueza. Volviendo a la
economía de mercado característica del mundo hodierno en que vivimos, se puede
afirmar que la causa de esta crisis estuvo en la falta de una preocupación por el bien
común, tal como lo señalaba SS Juan Pablo II en Centesimus Annus (1991)3. Y es que
el bien común tal como se manifiesta en la encíclica Sollicitudo Rei Sociales (1987)4, el
bien común implica el desarrollo espiritual y humano de todas las personas, y no la
búsqueda del provecho particular que está en la esencia de la causa de las crisis
financiera y económica actuales. La Iglesia precisa también que dado que el problema
social ha tomado una connotación mundial, la necesidad de justicia también tiene esta
dimensión 5 y de hecho, las consecuencias de la crisis que serán desmedidas y
diferenciadas, afectarán más a las personas y a las familias más vulnerables de los
países más pobres. Las preguntas que se plantea en Sollicitudo rei sociales hace más de
veinte años, se mantienen vigentes y probablemente la actual crisis financiera no se
hubiera dado de haber tenido presente estas preocupaciones y de haber actuado en
consecuencia. Tal vez una de las interrogantes más graves planteadas por la Iglesia está
en la siguiente cita textual: “… ¿cómo justificar el hecho de que grandes cantidades de
dinero, que podrían y deberían destinarse a incrementar el desarrollo de los pueblos, son,
por el contrario utilizados para el enriquecimiento de individuos o grupos…?”. Más
grave aún, es el hecho de que no se trata solo del dinero que al parecer se ha esfumado
mientras se iba construyendo el castillo de naipes en el sistema financiero americano;
sino también los miles de millones de dólares, euros, yenes, yuanes, libras esterlinas,
etc., que tendrán que utilizarse para paliar (no para solucionar) los efectos de la crisis.
Otra explicación que encuentro al hablar del origen de la crisis está también en los
equivocados conceptos de desarrollo que a diferencia de lo que plantea la Iglesia
Católica, se limitan generalmente a la satisfacción de deseos materiales y a la
acumulación de la riqueza. El desarrollo, nos dice SS Pablo VI en Populorum
Progressio (1967)6, para que sea auténtico debe ser integral y solidario, es decir debe
3
Ver Juan Pablo II, Centesimus Annus, en el número 43, 1991.
4
Ver Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Sociales, en el número 10, 1987.
5
Allí mismo, en el número 10.
6
Ver SS Pablo VI, Populorum Progressio, en el número 14.
5. manifestar una preocupación por todo el hombre7 y por todos los hombres, incluyendo a
todos los grupos humanos. Asimismo, señala que todos los hombres estamos llamados a
un pleno desarrollo por lo que nadie puede desentenderse de la situación del prójimo8.
En este sentido la solidaridad no debe ser solo una buena intención, sino un deber,
dándole al desarrollo, como proceso, una dimensión humanizante.
No se puede dejar de lado, al tratar de encontrar las causas de la crisis financiera, el rol
del estado en cualquier país. Hemos dicho que el mercado como sistema de asignación
de recursos es imperfecto, por lo que requiere de la intervención del estado como ente
regulador. La intervención del estado debe cuidar que las transacciones que se den sean
éticas y que su funcionamiento además de ser eficiente sea compatible con la dignidad
del hombre (Carol i Hostench, 1993)9. Juan Pablo II nos dice en Centesimus annus10,
que la primera prioridad del Estado es la de dar el marco institucional, jurídico y
político que garanticen una seguridad que supone la libertad individual y la propiedad;
debiendo asimismo, asegurar un sistema monetario estable y eficiencia en la prestación
de los servicios públicos. En el caso de los Estados Unidos de Norteamérica, creo se
hace evidente la inacción del Estado para primero, conocer los peligros que el mercado
hipotecario sub-prime significaba y segundo, para intervenir con medidas regulatorias
y/o correctivas oportunas y así evitar el colapso del sistema financiero y el sufrimiento
de tantas personas, familias, comunidades y naciones, que tendrán que destinar recursos
(que probablemente no tengan), sacrificando el desarrollo y el bienestar social, para
tratar de disminuir los efectos negativos de la crisis. Como ya se dijo, quienes más lo
sentirán serán las personas y familias de las naciones pobres, que no están preparadas
para responder con políticas económicas y sociales de emergencia para contrarrestar los
efectos de la crisis.
Al final llegamos a la persona humana como sujeto y objeto de sus decisiones y de sus
actos, es decir de su dinamismo de despliegue que debe humanizar su entorno natural
7
Al decir todo el hombre, la encíclica se refiere a las tres dimensiones de la persona humana: cuerpo,
alma y espíritu.
8
Allí mismo, en el número 17.
9
Ver Hombre, Economía y Ética de Antoni Carol i Hostench, EUNSA, Pamplona, España, 1987. Págs.
85 y siguientes.
10
Ver SS Juan Pablo II, Centesimus annus, en el número 48.
6. creando así una cultura de vida. Siguiendo a Luis Fernando Figari (1990)11, el hombre
en el designio de Dios aparece como creador de cultura. Al darse el ingreso del hombre
en la dinámica creacional, es llamado a crear el mundo en el que quiere vivir, por lo que
el mundo se convierte en una manifestación concreta de la cultura del hombre. Figari
cita al Papa Juan Pablo II para entender mejor el significado de cultura, quien nos dice
que “La cultura es la expresión del hombre, es la confirmación de la humanidad. El
hombre la crea y, mediante ella, el hombre se crea a sí mismo. Se crea a sí mismo con el
esfuerzo interior del espíritu, del pensamiento, de la voluntad, del corazón. Y al mismo
tiempo, crea la cultura en comunión con los otros. La cultura es la expresión del
comunicar, del pensar juntos y del colaborar juntos los hombres. Nace del servicio al
bien común 12 y se convierte en bien esencial de las comunidades humanas” 13 . Se
entiende que la crisis que vivimos tiene mucho que ver con esa cultura de muerte, cada
vez más presente en la sociedad moderna y que ignora la primacía de la persona humana,
el bien común, la solidaridad y el destino universal de los bienes, principios
fundamentales de la doctrina social de la Iglesia, que tendrían que ser la plataforma
sobre la que el mercado funcione como asignador de recursos y sobre la que se
construyan las relaciones sociales y las relaciones económica (producción,
comercialización y consumo).
¿Una reacción equivocada o insuficiente?
Como parece evidente, la crisis afectará a todos los países del globo y todas las personas
nos veremos en la necesidad de reaccionar frente a tal fenómeno económico, no muy
frecuente por su dimensión. Muchos países se han visto en la necesidad de aplicar
planes de rescate para de esta manera “salvar” a instituciones del sistema financiero y
así evitar situaciones peores. En otros casos se han puesto en marcha los planes
anticrisis, con el propósito de encontrar formas para compensar la caída del producto
bruto interno como resultado de una caída obligada en las exportaciones. Esto ha
obligado a que los tomadores de decisiones en muchos países hayan tenido que aplicar
11
Ver El desafío, ante una cultura de muerte, una cultura de vida, de libertad, de amor. Fondo Editorial,
Lima, 1990.
12
La letra en negrita pertenece al autor con el ánimo de resaltar la importancia del bien común en las
decisiones y actos de la persona humana.
13
Luis Fernando Figari (1990) cita el Mensaje de SS Juan Pablo II a los jóvenes reunidos en Gniezno,
Polonia, del 3 de junio de 1979, en El desafío, ante una cultura de muerte, una cultura de vida, de libertad,
de amor. Fondo Editorial, Lima, 1990.
7. políticas económicas fiscales y/o monetarias expansivas de emergencia, asumiendo
todos los riesgos que el crecimiento hacia adentro implica14.
Sin embargo, las cifras nos dicen que todos estos esfuerzos no serán suficientes para
poder contrarrestar los efectos de la crisis financiera que viene afectando severamente al
sector real de todas las economías. La producción mundial es ajustada hacia la baja casi
todos los meses, esto implica que los países producen menos, por lo cual también se
invierte menos, el desempleo aumenta y disminuye el consumo. Los niveles de
exportaciones caen y afectan la balanza comercial y la balanza en cuenta corriente de
los países, obligando a los más pobres a tener que aumentar su deuda interna y externa
para equilibrar la economía a partir de un crecimiento endógeno15. Esta deuda se tendrá
que pagar en algún momento, y cuando se haga, afectará nuevamente la situación
económica y social del país; con lo cual los efectos de la crisis tienden a perpetrarse en
el tiempo.
Una vez más, el deseo desmedido y egoísta de obtener ganancias a través de
transacciones financieras en un mercado no regulado (descuidado por el estado) y la
inexistencia casi total de valores éticos y morales en los operadores del mismo, han
llevado a que se adelante el tramo recesivo del ciclo económico que vivía la economía
mundial y que en el momento de la crisis se encontraba en un comportamiento positivo
que debió haber durado algunos años más, y que venía mostrando efectos importantes
en la reducción de la pobreza y de la extrema pobreza en los países latinoamericanos.
Todos los países que están en la capacidad de hacerlo, han reaccionado desde una
perspectiva básicamente financiera y económica, que si bien es necesaria, de acuerdo a
lo referido en este documento, no ataca el problema de fondo, es decir, no se ocupa de la
pérdida de confianza resultante de la falta de valores éticos y de una pobre visión del
desarrollo como concepto y como proceso. En otras palabras, la reacción se está
concentrando nuevamente solo en lo material y no en el fundamento de las relaciones
productivas, comerciales y de consumo, esto es, en la persona humana. Creo entonces
que la respuesta a la crisis en la mayoría de países tiene deficiencias, pues no garantiza
14
Las políticas expansivas suelen ser inflacionarias y pueden afectar el tipo de cambio generando
incertidumbre y afectando el nivel de las reservas internacionales netas (RIN).
15
Un país pobre con ingresos per cápita menores a cinco mil dólares y exportador de materias primas,
difícilmente podrá compensar con la expansión del gasto interno la caída del sector exportador.
8. que situaciones similares se repitan en el futuro. Esto puede ser un grave error que pone
de manifiesto que no se ha llegado a entender lo fundamental del problema. En este
sentido, los correctivos asumidos si bien pueden no estar equivocados en el aspecto
material, no son suficientes pues están dejando de lado la dimensión ética y moral de la
actividad económica y de las relaciones de propiedad sobre los medios de producción,
que en todos los casos, deben estar dirigidos hacia la consecución del bien común.
Los efectos y la necesidad de un nuevo reordenamiento mundial que devuelva la
confianza
Pero la pregunta es ¿cómo afectará esta crisis a los países latinoamericanos, algunos de
ellos con economías emergentes en franco proceso de crecimiento? Considero que esta
crisis financiera globalizada afectará a los países latinoamericanos al menos en cinco
aspectos que pueden tener efectos regresivos en cuanto a la disminución de la pobreza y
extrema pobreza, principal preocupación de los gobiernos, dado que ambas afectan
gravemente a la dignidad de la persona humana. Estos aspectos son: comercio exterior,
remesas del exterior, inversión, equilibrio fiscal, empleo e inflación. No es intención del
presente artículo el desarrollo de estos aspectos, sin embargo si creo que vale la pena
una reflexión sobre algunos propósitos que se deben asumir para prevenir y si es posible
evitar similares situaciones en el futuro.
Al igual que después de la segunda guerra mundial, en que fue necesaria la creación de
la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para buscar el orden entre las naciones
del mundo y fortalecer la confraternidad y las buenas relaciones entre ellas; es probable
que este sea el momento para hacer que instituciones internacionales ya creadas (FMI,
BM, OEA, CAN, UE, etc.) y los gobiernos de todos los países, especialmente de los
más grandes, planteen soluciones para evitar que el desenfreno por la codicia y la
avaricia o por otras pasiones humanas, lleven a que irresponsablemente se repitan estos
casos. Se hace imprescindible la fijación de normas regulatorias en todos los
componentes del sistema financiero de intermediación directa e indirecta para prevenir
irregularidades en las transacciones financieras. La intervención del estado para resolver
las deficiencias del mercado es impostergable. Sociedad y gobierno estamos en la
necesidad de construir una economía social que oriente el funcionamiento del mercado
9. hacia el bien común 16 . Este debe ser el gran objetivo del reordenamiento en las
relaciones económicas y comerciales en el nivel nacional e internacional. Para esto se
necesita un esfuerzo de comprensión recíproca, de conocimiento y sensibilización de las
conciencias17.
Finalmente creo que la opción por los pobres es una obligación social que debemos
asumir todos, desde el plano familiar, hasta el nivel de gobiernos. Esto es la opción por
la persona, especialmente por los más débiles, los más vulnerables y desprotegidos, lo
que significa basar todas las relaciones sociales y económicas en una cultura de vida, de
confianza, en una cultura del amor.
16
Ver SS Juan Pablo II, Centesimus annus, en el número 52.
17
Allí mismo, 52.