Al shock de oferta ha sucedido el esperado shock de demanda. Pero el mayor efecto negativo sobre la demanda vendrá derivado de la estrepitosa caida del Ibex 35.
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COVID 19: ¿RECESION A LA VISTA?
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COVID-19: ¿RECESION A LA VISTA?.
Manfred Nolte
Los economistas, al hablar de las consecuencias de un determinado
acontecimiento económico distinguen entre el efecto impacto y el efecto
inducidos por dicho suceso, independientemente de que sea fortuito o dictado
por los responsables de la gestión pública.
En el caso que nos ocupa, el de los costes económicos derivados de la irrupción
en nuestra vida económica del COVID-19, dichos resultados, impacto e inducido,
se han sucedido con una velocidad vertiginosa, y coexisten en estos momentos en
los mercados con notable actividad. El efecto impacto, aun en progreso, se refiere
al shock de oferta producido por el virus asiático. El efecto inducido consiste en
la inminente expansión de un shock de demanda, derivado de aquel.
El efecto impacto, el desplome sistémico en la oferta global producido por la
pandemia vírica constituye una negativa singularidad del shock que atravesamos.
Pocos antecedentes podemos encontrar en la historia de las crisis acerca de una
desaparición similar de las cadenas de distribución globales. El cierre y/o
cuarentenas de los proveedores chinos ha colapsado el suministro de
componentes esenciales en todo el planeta, con el consiguiente efecto en la
producción y en el empleo, al provocar cierres transitorios de numerosas fábricas
de occidente. También alguna quiebra. Tal vez la primera y revolucionaria lección
del referido shock de oferta consista en el replanteamiento que en el futuro las
empresas deban hacerse sobre su deslocalización o dependencia de centros de
suministro a gran distancia. Lo cual supone, de rechazo, un zarpazo adicional al
ya discutido proceso de la globalización.
Pero el efecto inducido no se ha hecho esperar. Forzados por los graves riesgos de
la pandemia, muchos de forma voluntaria y el resto por las prescripciones de las
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autoridades medicas y gubernativas, se ha procedido en un abrir y cerrar de ojos
al cierre de una importantísima gama de unidades de producción que ven
mermadas sus ventas, con las desastrosas consecuencias que ello acarrea. El
sector de servicios, con la industria del turismo en todo su abanico a la cabeza se
lleva la peor parte. También el transporte, la educación, la cultura y la industria
no transformadora trasladan su personal a sus casas, supliendo malamente su
cometido habitual. En el plano medico el aislamiento es esencial. Para prevenir
la infección es preciso el ‘distanciamiento social’. Cero reuniones y viajes. El
estado de emergencia sanitaria retira de la circulación hasta las bicicletas,
por contagiosas. Se cierran sectores y también ciudades y se veta la entrada
o salida a las personas en las fronteras propias. Se implantan las cuarentenas,
se promueve el aislamiento,
La contracción de las interacciones sociales, sin embargo, tiene profundas
consecuencias económicas. Los padres que cuidan a sus hijos no pueden
trabajar. Los operarios no producen o producen menos si están en
cuarentena. Los restaurantes no venden si se clausuran. Al forzar el recorte
de la oferta, se mutila la demanda. Su suma ataca severamente el comercio
global.
Todo ese rango de unidades de producción y servicios ve evaporada su demanda
por un imperativo exterior e ineludible. Bien es cierto que no se trata de un shock
de demanda endógeno, que revele una crisis intrínseco o sustancial del sistema.
La prueba esperanzadora es que la demanda está ahí, que es reversible y que
espera a que el virus claudique y los compradores accedan a las rutinas anteriores
al confinamiento que ahora padecen para recuperar la normalidad. Pero cada día
que pasa, las pérdidas se van acumulando en los agentes económicos como una
segunda enfermedad, afectando no solo a sus reservas propias sino igualmente al
empleo.
Añadidamente, la demanda está sufriendo un azote adicional de gran calibre
como consecuencia de la estrepitosa caída de las bolsas de valores sucedida en los
últimos días. Técnicamente cuando las acciones caen más de un 20% desde
máximos no se habla ya de corrección sino de un cambio de ciclo bursátil. El tono
‘bull’(alcista) se sustituye por el modo ‘bear’(bajista). El Ibex 35 ha registrado el
jueves pasado nada menos que la peor caída de su historia, al sufrir un desplome
del 14,06% en la sesión, que le ha llevado a cerrar en los 6.390 puntos, niveles de
agosto de 2012. Un 36,6% de caída en apenas tres semanas y un valor bastante
cercano al 6.089 cotizado en 2012, mínimo desde la crisis de 2008.
La caída no es aleatoria ni casual. Responde a la venta masiva de las grandes
gestoras internacionales de carteras ante las expectativas reformuladas acerca de
un deterioro económico más profundo y largo que el previsto, y de secuelas antes
no previstas, todo ello como consecuencia del coronavirus.
Pues bien, la teoría económica nos recuerda que la reducción patrimonial de las
familias tiene una gran incidencia a la baja sobre el consumo privado. El alcance
directo no sería abrumador, ya que según informa el Banco de España, aunque el
95,5% de los hogares tiene algún tipo de activo financiero, su valor mediano de
10.500 euros, importe que no parece excesivo aunque lo sea, en parte, al incluir
los planes privados de pensiones y otra forma de previsión. Pero lo más
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importante deriva de las negras expectativas que las familias se ven obligadas a
formarse cuando contemplan un descalabro financiero como el registrado la
semana pasada. Es ahí cuando dicha expectativa lleva a retrasar sus decisiones
de compra-los temidos ‘lags’- con la negativa incidencia que de forma agregada
esa conducta acarrea para el consumo nacional, para el PIB y para el empleo.
Dicho comportamiento se secunda asimismo por los empresarios, que difieren
sus inversiones con análogos efectos negativos sobre la demanda agregada y, en
consecuencia, sobre el PIB y el empleo.
No es broma ni exageración. El viernes pasado, el comisario Verwey ha augurado
para la Unión Europea en 2020 un crecimiento negativo del 1%. Y eso se llama
usando el mas moderado de los lenguajes una nueva recesión económica en
Europa y algo que se le parecerá bastante en España.
Frente a esto, en el corto plazo, el sector público tiene que actuar como un agente
compensador, como un asegurador de riesgos temporales y catastróficos.
Solamente Alemania ha manifestado apoyar al sector privado sin limitación, lo
que su ministro de finanzas Olaf Scholz ha descrito como un ‘bazoka’ financiero.
Las medidas fiscales anunciadas por España o la Unión Europea, serán
previsiblemente insuficientes o inadecuadas. Las decisiones monetarias
adoptadas por el Banco central europeo serán en parte irrelevantes -reforzar un
programa LTRO poco operativo- y en parte contraproducentes, al introducir un
nuevo programa de compras de bonos que anularán los tipos de largo plazo.
Consolidarán la vulnerabilidad del sistema financiero y erosionarán el ya muy
dañado patrimonio de los ahorradores.
No hay que ahondar en la herida del pesimismo. Pero si las subvenciones que
lleguen se aplican al ahorro, ante el miedo a la crisis (efecto Ricardo), la demanda
conducirá sin remedio a crecimientos negativos.
Para terminar. Los temporales en España suponen el 27% de los ocupados.
Atención a las cifras de empleo en los meses venideros.