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¡ALELUYA!
Todos conocemos aquella frase inmortal de San Agustín: "Nos
hiciste Señor para ti; nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en ti".
El ser humano lleva dentro de sí un infinito, y ese infinito que viene
como marca de fábrica, que viene como sello de fuego en su vida,
fue puesto por Dios como una señal, como un cordelito para irlo
trayendo. El que siga las leyes de ese infinito se encuentra con
Dios.
Y este infinito está puesto tan en el centro del corazón, que no hay
actividad humana, no hay sentimiento humano, no hay pensamiento
humano que de alguna forma no tenga que ver con Él.
¿Qué filósofo hay que pueda asegurar: "Ahora comprendo las
causas últimas de todo"? ¿Qué artista, verdadero artista, hay que
diga: "Ahora he logrado una obra perfecta y jamás se hará nada
mejor que lo mío"?
Lo mismo podríamos preguntarles a los literatos, a los ingenieros, a
los compositores, a los escultores, a cualquier actividad humana le
podríamos repetir esta misma pregunta: "¿Has alcanzado el infinito?
Y tendría necesariamente que decir que "no".
Incluso en lo más externo, como es la actividad física: no sabemos
todavía cual es la máxima velocidad que puede alcanzar el ser
humano. Porque esas marcas mundiales continuamente se están
mejorando, en velocidad, en resistencia, en altura, etc.


Bueno, este es el primer pensamiento:
LLEVAMOS EL INFINITO DENTRO.
Y ese infinito no lo vamos a sacar por nada. Como está puesto ahí
por el Creador, como está inscrito en nosotros mismos, ese no se
va salir de ahí. Podemos embotar nuestro entendimiento, podemos
distraernos, por lo menos por largo tiempo podremos distraernos.


                                                                     1
Uno puede distraerse, endulzándose en sus estudios, o en los
placeres, o conociendo y conociendo cosas.
Una enfermera, trabaja de una manera desesperada, trabaja como
si fuera viciosa del trabajo, ¿con qué fin? Ahorrar dinero, ¿para
qué? Para que cuando lleguen las vacaciones viajar, conocer,
recorrer, ver, traer muchas fotos, mucho cansancio.
Y una buena cura de sueño, y a trabajar otra vez como una
desesperada; esa es la vida de ella, trabajar para poder descansar
y luego descansar para poder trabajar; ella, pues, ocupa su tiempo
en eso.
Otros se dedican a sus estudios, o a su arte, o a la buena vida, a las
emociones fuertes o a la televisión. Uno puede distraerse, uno
puede distraer el hambre, uno sí puede distraer el hambre con las
criaturas, pero esa hambre de infinito no se sacia si no es con el
Creador; con las solas criaturas no se distrae el hambre.
 Ahí pasa como cuando la persona supremamente pobre no tiene
qué comer, casi no tiene qué comer, entonces un poco de agua o
de agua con azúcar y sal para engañar el estómago. Hay muchas
personas que yo creo que llevan mucho tiempo engañando su
hambre de Dios.
Y por eso, es tarea del evangelizador (y todos lo somos) decir a la
persona: “Ya no engañes mas el estómago, ya no te digas más
mentiras; mira que has estado distrayendo tu hambre, pero no la
has saciado”.
Entonces la persona empieza a caer en la cuenta y descubre que
efectivamente no puede decir más mentiras, y aquí viene otro
problema: ¿cómo saciar ese infinito? Sobre todo, porque con
cualquiera de nuestras facultades o esfuerzos nos quedamos
cortos, no se puede competir con un gigante, ¿cómo unirme a Dios,
si lo que Él sabe es infinitamente mayor? ¿Si lo que Él puede, lo
que Él es, es infinitamente mayor?
Ahí quedaríamos como en las mismas, pero aquí es donde nos
ayuda la Sagrada Escritura: nos enseña un camino, como un
decreto para unirse con Dios. Es, por tanto, de máxima
importancia esta reflexión.

                                                                      2
Si uno dijera: "Voy a ser tan bueno como Él", eso no se puede; "voy
a aprender desde mañana; voy a levantarme tempranito para
estudiar hasta que sepa, y un día voy a saber lo que sabe Dios",
eso tampoco sirve.
¿Cómo podemos nosotros unirnos a Dios? El camino, está claro, es
el de la subida, la elevación. Eso supone un trabajo y una renuncia.
Pero hay dos modos de recorrer ese camino; aquí vamos a
comentar el que nos enseña la lectura de Isaías (Is 40,25-31).
Se trata de una palabra tan sencilla que uno dice: “¿Cómo es que
no se me había ocurrido la palabra admiración?"


El segundo pensamiento sería, por tanto:
LA ADMIRACIÓN NOS UNE A DIOS
Cuando uno se pone a correr para alcanzar a Dios, cuanto más
corre, más lejos lo ve; pero cuando uno admira la carrera de
Dios, entonces uno va con Él.
Admirar a ese gigante, admirar a ese vencedor, admirar a ese
artista. Hay una comparación que puede servir. Un gran científico,
este era realmente un genio, un hombre de una profundidad, de
unas teorías, de unos estudios, de una sabiduría en su campo,
maravillosa era admirado y reconocido.
Y le preguntaban a la esposa de ese científico: "¿Usted entiende
todas esas teorías de su esposo?" -Teorías de mecánica cuántica y
no se cuántas cosas-, Y ella dijo: “Yo de esas teorías no entiendo,
pero yo sí entiendo al que las entiende”; algo parecido hay que
hacer con Dios.
Nosotros tenemos que hacer el papel de la esposa, de la esposa de
Dios que sabe admirar sus obras, que sabe alabarlas. Decía un
pensador: "La admiración no necesita preguntar, con admirar
comprende".


Dios en la lectura nos lanza un reto: "¿A quién podréis
compararme que me asemeje?" (Isaías 40,25).


                                                                     3
• Si uno se pone a comparar lo que uno sabe con lo que
    sabe Dios, lo siente lejos; pero si uno se pone a admirar
    todo lo que Dios sabe, lo siente cerca.
  •   Si uno se pone a comparar lo que Dios puede y lo que yo
      puedo, lo siento lejos; pero si uno se pone a admirar todo
      lo que Dios puede, lo siente muy cerca.
  •   Si uno se pone a pensar todo lo que Dios perdona y lo
      poquito que uno puede perdonar, lo siente muy lejos;
      pero si uno se pone a admirar que cosa tan bella es el
      perdón de Dios, lo siente muy cerca.


Éste es el tercer pensamiento:
COMPARAR ES UNA ESCALERA, ADMIRAR ES UN
ASCENSOR.


Hay que saber admirar las obras de Dios.
Es como subir en un ascensor admirar las obras de la naturaleza,
las obras de gracia, admirar su presencia en nuestros corazones;
admirar es un verbo que nos pone del mismo lado de Dios, es como
un salto infinito.
Entre los Ángeles, hubo unos que se quisieron comparar y sacaron
una conclusión, que había que rebelarse contra Dios y no servirlo,
estos son los Ángeles caídos; y hubo otros que dijeron “no, nosotros
vamos a admirar las obras de Dios", y estos son los Ángeles santos.
O sea que la admiración nos pone del equipo de los buenos,
nos pone del equipo de los Ángeles, nos pone del lado de los
santos.
Dios nos sigue proponiendo retos: “Alzad los ojos a lo alto y
mirad ¿Quién creó aquello?” (Isaías 40,26).
¿Os imagináis que alguna vez se logrará producir en un laboratorio
una estrella? Yo creo que no.
Hoy saben los científicos que el proceso nuclear que provoca la
fusión nuclear, ¿se ha logrado producir en esta tierra? Sí, por unas
centésimas de segundo es posible que logremos, es posible que la
                                                                       4
ciencia logre de aquí a unas décadas, tener en la tierra el mismo
motor que aquí, en las estrellas: la fusión nuclear.
La fusión nuclear es un procedimiento limpio que funciona, no como
la fisión nuclear con elementos pesados como los elementos
radiactivos, sino con elementos medianos como Hidrógeno, Helio.
Tal vez algún día logremos tener fusión nuclear en algún
laboratorio, pero los procesos que se dan en los miles de millones
de explosiones y de reacciones de una estrella, ¿se lograrán?
¿Podemos construir nosotros una galaxia? Creo que hay que
renunciar a esa posibilidad, no podemos construirla, pero sí
podemos admirarla.
Entonces, si vamos a comparar nuestras manos de constructores
con las manos de Dios, eso nos queda muy lejos; pero admirar es
como subirse a los brazos del constructor y desde ahí mirar lo que
está haciendo.


Admirar es como subirse a los hombros, es como el niño que
visita las obras del papá, el camino de la admiración es un
camino de sencillez y de santidad, es el camino, entre otras
cosas, es el camino de Santa Teresa del Niño Jesús, y por ese
descubrimiento se nos fue en ascensor, mientras que muchos
de nosotros estamos pagando peajes y escaleras.
Santa Teresita se nos fue en ascensor, porque se subió al ascensor
de la admiración y el que entra en la “admiración” tiene que hacer
un mínimo de esfuerzo, es que hasta por comodidad uno debía de
entrar en el ascensor de la admiración.
La admiración tiene un poder tan grande, que yo no me explico por
qué no se predica más de la admiración. Se predica tanto de la
necesidad de adquirir las virtudes, que poco a poco las personas
van sintiendo: "¡Uuf!, todo lo que me va a tocar hacer, todo lo que
tendré que corregir, todo lo que tendré que esforzarme; pero bueno,
a ver, empezaremos; a ver, oootra escalera”.
El ascensor de la “admiración” es mucho más sencillo, porque el
grave problema de la escalera es que en la escalera yo puedo
dudar más fácilmente.

                                                                     5
En esa metodología de la escalera hay momentos en que yo puedo
sentir: "¿Será que esto sí tendrá sentido? ¿O será que estoy aquí
solo? ¿Se verá así que seré como el payaso del absurdo aquí
esforzándome? ¿En qué? ¿y esto para quién? ¿Para servirle a
qué?”: “Se cansan los muchachos, se fatigan; los jóvenes
tropiezan y vacilan” (Is 40, 30).
 Uno se siente solo; en cambio, por el ascensor de la admiración es
imposible sentirse solo, porque uno está continuamente como
mirando a quién ama.
Fíjate que en la escalera Dios, que es perfecto y suma perfección,
está allí, al final, ¿y quién nos ayuda en todo el camino? Podríamos
decir: "¡Ah! bueno está allí, muy bien, pero mientras tanto, a mí
me toca hacer todo el esfuerzo".
 En cambio, en el ascensor de la admiración, las cosas son
sencillas: “pero los que esperan en el Señor renuevan sus
fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse,
marchan sin fatigarse” (Is 40, 31).
Este descubrimiento, como tantos otros, lo han hecho primero los
protestantes que nosotros los católicos, por eso ellos le hacen tanta
propaganda a la alabanza, al poder de la alabanza.
Fray Nelson Medina, el dominico autor de esta reflexión, cuenta un
testimonio de cómo una vez fue a visitar a un enfermo de muchos
años, muchas dolencias y muchos fracasos médicos. Dice de él que
ya no le entraba otra enfermedad porque tenía que salirse alguna.
Pero lo más grave no era eso, lo más grave era que a medida que
pasaba el tiempo, el hombre se sentía cada vez más amargado,
más deprimido y cansado de todas las cosas: cansado de la vida,
cansado de estar enfermo.
Y, desde luego, el que está cansado cansa, cansa a las otras
personas, resultando insoportable para esa familia, de manera que
él enfermó de todo el cuerpo, y la familia enfermó del alma, por toda
la amargura que transmitía; ese hombre sudaba amargura.
Y se presenta él que, gracias a Dios, goza de buena salud y
empieza este señor a contarle todas las tristezas de su enfermedad,
y él dentro de sí pensaba: ¿Qué le puedo decir a un hombre tan
enfermo? Cualquier cosa que le diga a este enfermo, él me va a
                                                                    6
decir: “Ah, qué bien para usted que está sano; pero yo estoy
enfermo, me duele aquí, me han operado no sé dónde, me han
hecho, me han deshecho, me han contrahecho”. Le daba mucho
apuro decirle cualquier cosa porque ¡se le veía sufrir tanto a ese
hombre!
Entonces, mientras él hablaba se puso a orar en su corazón y a
decirle al Señor que me mostrara qué se le podría decir a un
hombre tan enfermo.
Y este hombre, que era lo más grave, oraba, no estábamos
hablando de un ateo, era un hombre de oración, ¿Y sabéis qué
sentía él en el fondo del corazón y no se atrevía a expresarlo?:
"Dios me está torturando, Dios es malo conmigo, porque Él me
podría curar y no me cura".
Él, en el fondo de su corazón, estaba sintiendo eso, como muchas
personas sienten (puede que a veces nosotros mismos): “Mi
suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa” (Is 40,
27).
Entonces le dice a este hombre: "¿Ha hecho el experimento de
alabar, de bendecir a Dios?"
Eso parece que no se lo habían dicho. ¿Por qué? Porque todos los
que iban a verlo, incluyendo religiosas, sacerdotes, todo el mundo
iba a verlo un ratito, se quedaban como aplastados frente al alud de
males de este hombre.
Pero él se acordó de esto de los protestantes, me acordó de Isaías,
me acordó de otras experiencias de alabanza y se armó de valor y
le dijo: "¿Usted ha bendecido a Dios? ¿Usted se ha dedicado a
bendecir a Dios? Eso calma mucho, eso sosiega mucho, eso le
hace mucho bien, eso es un buen negocio para usted".
Llevado por la audacia del Espíritu le propuso el negocio de la
alabanza: "¡Alabe a Dios! ¡Bendiga a Dios! Mire, usted no tiene
nada que perder, dedíquese a decirle cosas hermosas a Dios,
dígale cosas bellas a Dios que son verdad". Desde luego eso
elimina el espíritu de blasfemia, que estaba a punto de apoderarse
de ese pobre corazón.
Y este hombre, empieza a recuperar la paz, y, tal y como le dijo un
amigo que le acompañaba: “A ese señor le cambió la cara en un
                                                                      7
instante”, y efectivamente, tenía otra cara y volvió la paz, a ese
hombre le volvió la paz después de años y años de ser una persona
sumida en la amargura.
Días después, partía para la eternidad en santa paz y nos dice fray
Nelson que tuvo la sensación de que Dios estaba esperando que
este hombre mirara su dolor no como una maldición sino como una
bendición, y en ese momento, ya reconciliado y en paz, se lo llevó
para su casa.
Entonces, fijaos: la alabanza y la admiración tienen un gran
poder, a veces estamos tan encorvados mirando nuestro
trabajo, que se nos olvida mirar al cielo por el que trabajamos,
se nos olvida mirar al Señor, que con tanto amor, con tanta
mansedumbre, con tanta misericordia nos aguarda, nos
espera, nos acompaña.
 Seguramente de los tiempos, tal vez el mejor empleado, es el
tiempo en la alabanza, en darle gracias, en bendecirlo; pero no sólo
darle gracias (darle gracias es mucho y es grande); pero es mucho
más que eso.
Cuando uno va a viajar a un país uno se pone a aprender el
idioma del país: "Voy para Italia, me toca aprender italiano; voy
para Francia, tengo que aprender francés; voy para el cielo,
tengo que aprender alabanza" ese es el idioma del cielo.
¿Y qué hacemos que todavía no aprendemos ese idioma?
Sabemos mucho de otros idiomas: sabemos el idioma de la
medicina, de la administración, el idioma de la automoción, de la
pedagogía, la música, la operaciones bancarias…, incluso de la
teología; pero tenemos que aprender el idioma de la alabanza,
porque ese es el idioma del lugar adonde vamos.
Este señor aceptó la propuesta y dijo: “Oiga, sí, yo voy a aprender
el idioma, sí, yo voy para allá".
Y aprendió, Dios le ayudó, le dio un curso extra rápido y en el curso
de unos poquitos días era experto en alabanza. Y cuando Dios lo
vio experto en alabanza, dijo: "Bueno, este es el momento; ahora sí,
ven mi querido hermano".
La alabanza une rápidamente a Dios; la alabanza es un
ascensor magnífico, la admiración hace que lo que uno creía
                                                                      8
imposible se realice. Por eso este tema se llama así:
¡ALELUYA!; es decir: ¡Alabad al Señor!


Finalmente, podemos preguntarnos: Y todo esto, ¿qué tiene que ver
con la Navidad? . Pues aquí viene el último pensamiento que nos
propone este tema:
LA NAVIDAD ES EL TIEMPO DE LA ADMIRACIÓN DEL
MISTERIO.
 En efecto, en este tiempo somos invitados a admirarnos, a
sobrecogernos ante la maravilla del Dios encarnado que comparte
nuestra naturaleza humana y a alabarle por su amor y su
misericordia.
Fijaos, no hay mejor escuela de admiración y de alabanza que los
relatos del nacimiento de Jesús. En ellos podemos descubrir
auténticos modelos de admiración y alabanza a Dios en las distintas
situaciones de nuestra vida. Veamos brevemente algunos:
  • Los magos de Oriente nos enseñan a no fijarnos en las
    dificultades del camino y a mantener siempre la vista en
    el cielo donde brilla la luz de Aquel que es nuestra meta.
  • Los pastores nos enseñan a acudir rápidamente a adorar
    a Dios que se nos revela en la sencillez de un niño
    envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
  •   Y, finalmente, María y José nos enseñan a engendrar y
      custodiar la presencia de Dios en nuestra vida y a
      ofrecerla a los demás viviendo en alabanza a Dios aun en
      medio de las situaciones más difíciles y desconcertantes.


Vamos, pues, a unirnos con los Ángeles y con los santos,
como dicen los prefacios, a bendecir a Dios y entrar en esa
actitud de admiración y de alabanza en esta Navidad (y a partir
de ella en todo tiempo) para darle a Dios una primavera de
santidad.


¡ALABADO SEA JESUCRISTO!
                                                                  9
¿Qué lugar ocupa la admiración y la alabanza en mi vida?




                                                           10

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Retiro Adviento 2009 Aleluya

  • 1. ¡ALELUYA! Todos conocemos aquella frase inmortal de San Agustín: "Nos hiciste Señor para ti; nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti". El ser humano lleva dentro de sí un infinito, y ese infinito que viene como marca de fábrica, que viene como sello de fuego en su vida, fue puesto por Dios como una señal, como un cordelito para irlo trayendo. El que siga las leyes de ese infinito se encuentra con Dios. Y este infinito está puesto tan en el centro del corazón, que no hay actividad humana, no hay sentimiento humano, no hay pensamiento humano que de alguna forma no tenga que ver con Él. ¿Qué filósofo hay que pueda asegurar: "Ahora comprendo las causas últimas de todo"? ¿Qué artista, verdadero artista, hay que diga: "Ahora he logrado una obra perfecta y jamás se hará nada mejor que lo mío"? Lo mismo podríamos preguntarles a los literatos, a los ingenieros, a los compositores, a los escultores, a cualquier actividad humana le podríamos repetir esta misma pregunta: "¿Has alcanzado el infinito? Y tendría necesariamente que decir que "no". Incluso en lo más externo, como es la actividad física: no sabemos todavía cual es la máxima velocidad que puede alcanzar el ser humano. Porque esas marcas mundiales continuamente se están mejorando, en velocidad, en resistencia, en altura, etc. Bueno, este es el primer pensamiento: LLEVAMOS EL INFINITO DENTRO. Y ese infinito no lo vamos a sacar por nada. Como está puesto ahí por el Creador, como está inscrito en nosotros mismos, ese no se va salir de ahí. Podemos embotar nuestro entendimiento, podemos distraernos, por lo menos por largo tiempo podremos distraernos. 1
  • 2. Uno puede distraerse, endulzándose en sus estudios, o en los placeres, o conociendo y conociendo cosas. Una enfermera, trabaja de una manera desesperada, trabaja como si fuera viciosa del trabajo, ¿con qué fin? Ahorrar dinero, ¿para qué? Para que cuando lleguen las vacaciones viajar, conocer, recorrer, ver, traer muchas fotos, mucho cansancio. Y una buena cura de sueño, y a trabajar otra vez como una desesperada; esa es la vida de ella, trabajar para poder descansar y luego descansar para poder trabajar; ella, pues, ocupa su tiempo en eso. Otros se dedican a sus estudios, o a su arte, o a la buena vida, a las emociones fuertes o a la televisión. Uno puede distraerse, uno puede distraer el hambre, uno sí puede distraer el hambre con las criaturas, pero esa hambre de infinito no se sacia si no es con el Creador; con las solas criaturas no se distrae el hambre. Ahí pasa como cuando la persona supremamente pobre no tiene qué comer, casi no tiene qué comer, entonces un poco de agua o de agua con azúcar y sal para engañar el estómago. Hay muchas personas que yo creo que llevan mucho tiempo engañando su hambre de Dios. Y por eso, es tarea del evangelizador (y todos lo somos) decir a la persona: “Ya no engañes mas el estómago, ya no te digas más mentiras; mira que has estado distrayendo tu hambre, pero no la has saciado”. Entonces la persona empieza a caer en la cuenta y descubre que efectivamente no puede decir más mentiras, y aquí viene otro problema: ¿cómo saciar ese infinito? Sobre todo, porque con cualquiera de nuestras facultades o esfuerzos nos quedamos cortos, no se puede competir con un gigante, ¿cómo unirme a Dios, si lo que Él sabe es infinitamente mayor? ¿Si lo que Él puede, lo que Él es, es infinitamente mayor? Ahí quedaríamos como en las mismas, pero aquí es donde nos ayuda la Sagrada Escritura: nos enseña un camino, como un decreto para unirse con Dios. Es, por tanto, de máxima importancia esta reflexión. 2
  • 3. Si uno dijera: "Voy a ser tan bueno como Él", eso no se puede; "voy a aprender desde mañana; voy a levantarme tempranito para estudiar hasta que sepa, y un día voy a saber lo que sabe Dios", eso tampoco sirve. ¿Cómo podemos nosotros unirnos a Dios? El camino, está claro, es el de la subida, la elevación. Eso supone un trabajo y una renuncia. Pero hay dos modos de recorrer ese camino; aquí vamos a comentar el que nos enseña la lectura de Isaías (Is 40,25-31). Se trata de una palabra tan sencilla que uno dice: “¿Cómo es que no se me había ocurrido la palabra admiración?" El segundo pensamiento sería, por tanto: LA ADMIRACIÓN NOS UNE A DIOS Cuando uno se pone a correr para alcanzar a Dios, cuanto más corre, más lejos lo ve; pero cuando uno admira la carrera de Dios, entonces uno va con Él. Admirar a ese gigante, admirar a ese vencedor, admirar a ese artista. Hay una comparación que puede servir. Un gran científico, este era realmente un genio, un hombre de una profundidad, de unas teorías, de unos estudios, de una sabiduría en su campo, maravillosa era admirado y reconocido. Y le preguntaban a la esposa de ese científico: "¿Usted entiende todas esas teorías de su esposo?" -Teorías de mecánica cuántica y no se cuántas cosas-, Y ella dijo: “Yo de esas teorías no entiendo, pero yo sí entiendo al que las entiende”; algo parecido hay que hacer con Dios. Nosotros tenemos que hacer el papel de la esposa, de la esposa de Dios que sabe admirar sus obras, que sabe alabarlas. Decía un pensador: "La admiración no necesita preguntar, con admirar comprende". Dios en la lectura nos lanza un reto: "¿A quién podréis compararme que me asemeje?" (Isaías 40,25). 3
  • 4. • Si uno se pone a comparar lo que uno sabe con lo que sabe Dios, lo siente lejos; pero si uno se pone a admirar todo lo que Dios sabe, lo siente cerca. • Si uno se pone a comparar lo que Dios puede y lo que yo puedo, lo siento lejos; pero si uno se pone a admirar todo lo que Dios puede, lo siente muy cerca. • Si uno se pone a pensar todo lo que Dios perdona y lo poquito que uno puede perdonar, lo siente muy lejos; pero si uno se pone a admirar que cosa tan bella es el perdón de Dios, lo siente muy cerca. Éste es el tercer pensamiento: COMPARAR ES UNA ESCALERA, ADMIRAR ES UN ASCENSOR. Hay que saber admirar las obras de Dios. Es como subir en un ascensor admirar las obras de la naturaleza, las obras de gracia, admirar su presencia en nuestros corazones; admirar es un verbo que nos pone del mismo lado de Dios, es como un salto infinito. Entre los Ángeles, hubo unos que se quisieron comparar y sacaron una conclusión, que había que rebelarse contra Dios y no servirlo, estos son los Ángeles caídos; y hubo otros que dijeron “no, nosotros vamos a admirar las obras de Dios", y estos son los Ángeles santos. O sea que la admiración nos pone del equipo de los buenos, nos pone del equipo de los Ángeles, nos pone del lado de los santos. Dios nos sigue proponiendo retos: “Alzad los ojos a lo alto y mirad ¿Quién creó aquello?” (Isaías 40,26). ¿Os imagináis que alguna vez se logrará producir en un laboratorio una estrella? Yo creo que no. Hoy saben los científicos que el proceso nuclear que provoca la fusión nuclear, ¿se ha logrado producir en esta tierra? Sí, por unas centésimas de segundo es posible que logremos, es posible que la 4
  • 5. ciencia logre de aquí a unas décadas, tener en la tierra el mismo motor que aquí, en las estrellas: la fusión nuclear. La fusión nuclear es un procedimiento limpio que funciona, no como la fisión nuclear con elementos pesados como los elementos radiactivos, sino con elementos medianos como Hidrógeno, Helio. Tal vez algún día logremos tener fusión nuclear en algún laboratorio, pero los procesos que se dan en los miles de millones de explosiones y de reacciones de una estrella, ¿se lograrán? ¿Podemos construir nosotros una galaxia? Creo que hay que renunciar a esa posibilidad, no podemos construirla, pero sí podemos admirarla. Entonces, si vamos a comparar nuestras manos de constructores con las manos de Dios, eso nos queda muy lejos; pero admirar es como subirse a los brazos del constructor y desde ahí mirar lo que está haciendo. Admirar es como subirse a los hombros, es como el niño que visita las obras del papá, el camino de la admiración es un camino de sencillez y de santidad, es el camino, entre otras cosas, es el camino de Santa Teresa del Niño Jesús, y por ese descubrimiento se nos fue en ascensor, mientras que muchos de nosotros estamos pagando peajes y escaleras. Santa Teresita se nos fue en ascensor, porque se subió al ascensor de la admiración y el que entra en la “admiración” tiene que hacer un mínimo de esfuerzo, es que hasta por comodidad uno debía de entrar en el ascensor de la admiración. La admiración tiene un poder tan grande, que yo no me explico por qué no se predica más de la admiración. Se predica tanto de la necesidad de adquirir las virtudes, que poco a poco las personas van sintiendo: "¡Uuf!, todo lo que me va a tocar hacer, todo lo que tendré que corregir, todo lo que tendré que esforzarme; pero bueno, a ver, empezaremos; a ver, oootra escalera”. El ascensor de la “admiración” es mucho más sencillo, porque el grave problema de la escalera es que en la escalera yo puedo dudar más fácilmente. 5
  • 6. En esa metodología de la escalera hay momentos en que yo puedo sentir: "¿Será que esto sí tendrá sentido? ¿O será que estoy aquí solo? ¿Se verá así que seré como el payaso del absurdo aquí esforzándome? ¿En qué? ¿y esto para quién? ¿Para servirle a qué?”: “Se cansan los muchachos, se fatigan; los jóvenes tropiezan y vacilan” (Is 40, 30). Uno se siente solo; en cambio, por el ascensor de la admiración es imposible sentirse solo, porque uno está continuamente como mirando a quién ama. Fíjate que en la escalera Dios, que es perfecto y suma perfección, está allí, al final, ¿y quién nos ayuda en todo el camino? Podríamos decir: "¡Ah! bueno está allí, muy bien, pero mientras tanto, a mí me toca hacer todo el esfuerzo". En cambio, en el ascensor de la admiración, las cosas son sencillas: “pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse” (Is 40, 31). Este descubrimiento, como tantos otros, lo han hecho primero los protestantes que nosotros los católicos, por eso ellos le hacen tanta propaganda a la alabanza, al poder de la alabanza. Fray Nelson Medina, el dominico autor de esta reflexión, cuenta un testimonio de cómo una vez fue a visitar a un enfermo de muchos años, muchas dolencias y muchos fracasos médicos. Dice de él que ya no le entraba otra enfermedad porque tenía que salirse alguna. Pero lo más grave no era eso, lo más grave era que a medida que pasaba el tiempo, el hombre se sentía cada vez más amargado, más deprimido y cansado de todas las cosas: cansado de la vida, cansado de estar enfermo. Y, desde luego, el que está cansado cansa, cansa a las otras personas, resultando insoportable para esa familia, de manera que él enfermó de todo el cuerpo, y la familia enfermó del alma, por toda la amargura que transmitía; ese hombre sudaba amargura. Y se presenta él que, gracias a Dios, goza de buena salud y empieza este señor a contarle todas las tristezas de su enfermedad, y él dentro de sí pensaba: ¿Qué le puedo decir a un hombre tan enfermo? Cualquier cosa que le diga a este enfermo, él me va a 6
  • 7. decir: “Ah, qué bien para usted que está sano; pero yo estoy enfermo, me duele aquí, me han operado no sé dónde, me han hecho, me han deshecho, me han contrahecho”. Le daba mucho apuro decirle cualquier cosa porque ¡se le veía sufrir tanto a ese hombre! Entonces, mientras él hablaba se puso a orar en su corazón y a decirle al Señor que me mostrara qué se le podría decir a un hombre tan enfermo. Y este hombre, que era lo más grave, oraba, no estábamos hablando de un ateo, era un hombre de oración, ¿Y sabéis qué sentía él en el fondo del corazón y no se atrevía a expresarlo?: "Dios me está torturando, Dios es malo conmigo, porque Él me podría curar y no me cura". Él, en el fondo de su corazón, estaba sintiendo eso, como muchas personas sienten (puede que a veces nosotros mismos): “Mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa” (Is 40, 27). Entonces le dice a este hombre: "¿Ha hecho el experimento de alabar, de bendecir a Dios?" Eso parece que no se lo habían dicho. ¿Por qué? Porque todos los que iban a verlo, incluyendo religiosas, sacerdotes, todo el mundo iba a verlo un ratito, se quedaban como aplastados frente al alud de males de este hombre. Pero él se acordó de esto de los protestantes, me acordó de Isaías, me acordó de otras experiencias de alabanza y se armó de valor y le dijo: "¿Usted ha bendecido a Dios? ¿Usted se ha dedicado a bendecir a Dios? Eso calma mucho, eso sosiega mucho, eso le hace mucho bien, eso es un buen negocio para usted". Llevado por la audacia del Espíritu le propuso el negocio de la alabanza: "¡Alabe a Dios! ¡Bendiga a Dios! Mire, usted no tiene nada que perder, dedíquese a decirle cosas hermosas a Dios, dígale cosas bellas a Dios que son verdad". Desde luego eso elimina el espíritu de blasfemia, que estaba a punto de apoderarse de ese pobre corazón. Y este hombre, empieza a recuperar la paz, y, tal y como le dijo un amigo que le acompañaba: “A ese señor le cambió la cara en un 7
  • 8. instante”, y efectivamente, tenía otra cara y volvió la paz, a ese hombre le volvió la paz después de años y años de ser una persona sumida en la amargura. Días después, partía para la eternidad en santa paz y nos dice fray Nelson que tuvo la sensación de que Dios estaba esperando que este hombre mirara su dolor no como una maldición sino como una bendición, y en ese momento, ya reconciliado y en paz, se lo llevó para su casa. Entonces, fijaos: la alabanza y la admiración tienen un gran poder, a veces estamos tan encorvados mirando nuestro trabajo, que se nos olvida mirar al cielo por el que trabajamos, se nos olvida mirar al Señor, que con tanto amor, con tanta mansedumbre, con tanta misericordia nos aguarda, nos espera, nos acompaña. Seguramente de los tiempos, tal vez el mejor empleado, es el tiempo en la alabanza, en darle gracias, en bendecirlo; pero no sólo darle gracias (darle gracias es mucho y es grande); pero es mucho más que eso. Cuando uno va a viajar a un país uno se pone a aprender el idioma del país: "Voy para Italia, me toca aprender italiano; voy para Francia, tengo que aprender francés; voy para el cielo, tengo que aprender alabanza" ese es el idioma del cielo. ¿Y qué hacemos que todavía no aprendemos ese idioma? Sabemos mucho de otros idiomas: sabemos el idioma de la medicina, de la administración, el idioma de la automoción, de la pedagogía, la música, la operaciones bancarias…, incluso de la teología; pero tenemos que aprender el idioma de la alabanza, porque ese es el idioma del lugar adonde vamos. Este señor aceptó la propuesta y dijo: “Oiga, sí, yo voy a aprender el idioma, sí, yo voy para allá". Y aprendió, Dios le ayudó, le dio un curso extra rápido y en el curso de unos poquitos días era experto en alabanza. Y cuando Dios lo vio experto en alabanza, dijo: "Bueno, este es el momento; ahora sí, ven mi querido hermano". La alabanza une rápidamente a Dios; la alabanza es un ascensor magnífico, la admiración hace que lo que uno creía 8
  • 9. imposible se realice. Por eso este tema se llama así: ¡ALELUYA!; es decir: ¡Alabad al Señor! Finalmente, podemos preguntarnos: Y todo esto, ¿qué tiene que ver con la Navidad? . Pues aquí viene el último pensamiento que nos propone este tema: LA NAVIDAD ES EL TIEMPO DE LA ADMIRACIÓN DEL MISTERIO. En efecto, en este tiempo somos invitados a admirarnos, a sobrecogernos ante la maravilla del Dios encarnado que comparte nuestra naturaleza humana y a alabarle por su amor y su misericordia. Fijaos, no hay mejor escuela de admiración y de alabanza que los relatos del nacimiento de Jesús. En ellos podemos descubrir auténticos modelos de admiración y alabanza a Dios en las distintas situaciones de nuestra vida. Veamos brevemente algunos: • Los magos de Oriente nos enseñan a no fijarnos en las dificultades del camino y a mantener siempre la vista en el cielo donde brilla la luz de Aquel que es nuestra meta. • Los pastores nos enseñan a acudir rápidamente a adorar a Dios que se nos revela en la sencillez de un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. • Y, finalmente, María y José nos enseñan a engendrar y custodiar la presencia de Dios en nuestra vida y a ofrecerla a los demás viviendo en alabanza a Dios aun en medio de las situaciones más difíciles y desconcertantes. Vamos, pues, a unirnos con los Ángeles y con los santos, como dicen los prefacios, a bendecir a Dios y entrar en esa actitud de admiración y de alabanza en esta Navidad (y a partir de ella en todo tiempo) para darle a Dios una primavera de santidad. ¡ALABADO SEA JESUCRISTO! 9
  • 10. ¿Qué lugar ocupa la admiración y la alabanza en mi vida? 10