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Panchys
Traductoras
♥...Luisa...♥
Clo
Munieca
Lorena
Panchys
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AnnaissJ
Annabelle
Liseth_Johanna
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LuciiTamy
vane-1095
Mali..♥
Vero
Vericity
Chio
Escritora Solitaria
Recopilación & Lectura Final
Phedre
Diseño
July
Staff
Página4
Sinopsis
Capítulo1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Índice
Página5
yan pasa la mayor parte de su tiempo a solas en la cascada local porque
es la única cosa que le hace sentirse vivo. Tiene dieciséis, es post-
suicida y trata de saber qué hacer consigo mismo después de una
temporada en el hospital psiquiátrico. Entonces, Nicki irrumpe en su
mundo, rebosante de vida y energía, y hace preguntas sobre la depresión de Ryan que
nadie más ha sido lo suficientemente valiente – o se ha preocupado lo suficiente - para
preguntar.
Ryan no está seguro de porqué confía a Nicki sus más oscuros secretos, pero esa
confianza se convierte en el catalizador que él necesita desesperadamente para
comenzar una nueva vida.
R
Sinopsis
Página6
Traducido por ♥...Luisa...♥
Corregido por tamis11
ra peligroso estar bajo la cascada, pero algunos chicos lo hacían de
todos modos, y yo era uno de ellos. El agua golpeaba mi mente en
blanco, picándome la piel. Golpeándome la espalda desnuda, el pecho
y los hombros con tanta fuerza que no podía pensar. El agua podría
derribarme, forzarme a sacar el aire de los pulmones o clavarme a la roca, y yo lo
sabía.
Pero lo seguía haciendo.
Las cabezas de mis padres habrían atravesado el techo si lo hubieran sabido.
Habían hecho todo lo posible para envolverme en algodón desde que había salido del
hospital Patterson hace unos meses. Mi madre entraría en pánico si me saltara una sola
dosis de mis medicamentos, por lo que obviamente, no iba a decirle nada acerca de la
cascada. Y de todos modos, ¿cómo podría explicarlo?
Porque lo necesitaba. El agua rugiente derrumbándose sobre la repisa y
cayéndome en los hombros y la cabeza, el trueno que sentía incluso a través de las
piedras resbaladizas bajo los pies. Mis nervios crepitando y zumbando. Era todo lo que
podía hacer para estar quieto contra el agua.
Lo que fuera que hice para arruinar mi vida, podría seguir haciéndolo por
mucho más tiempo, podía seguir así. De acuerdo, creo que no estoy loco.
***
Había rumores de que un hombre se había ahogado una vez aquí, o que se
había caído desde el acantilado y se había abierto la cabeza contra las rocas,
derramando su cerebro en el interior de la piscina de abajo. Cada versión de la historia
era más sangrienta y menos creíble que la anterior.
Había rumores sobre mí, de lo que había hecho en primavera. Todo el mundo
me miraba en los pasillos de la escuela tras haber salido de Patterson. A veces, tuve la
tentación de echar espuma por la boca y hacer el paripé de ver gente invisible, solo
E
1
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porque los otros chicos parecían muy decepcionados de que no lo hiciera. Pero no
podía estar seguro de que se dieran cuenta de que habría sido una broma. Las pocas
veces que había intentado hacer reír a alguien, todo lo que conseguí fueron miradas
nerviosas y retorcidas.
Nadie esperaba que tuviera sentido del humor, y era más seguro para mí
hacerles pensar que podría ser un demente que probárselo.
Así que yo sabía acerca de los rumores, como eran el 95 por ciento de mierda
con quizá un núcleo de verdad. No estaba seguro de dónde estaba el núcleo en la
historia del hombre muerto en la cascada.
***
La primera vez que estuve debajo de la cascada fue en mayo, y seguí haciéndolo
durante todo el verano. Julio era tan cálido, imaginaba vapor saliendo de mi cuerpo
febril cada vez que el hielo me tocaba la piel.
A principios de Agosto tuvimos lluvia. Vi la caída de agua desde la orilla del
arroyo, esperando que la tormenta fría pasara, para que el calor regresara.
Estaba sentado allí un día, cuando la hermana de Kent Thornton pasó por allí.
Kent iba a entrar en el undécimo grado, como yo, y sabía que su hermana era un año
menor, pero nunca había hablado con ella mucho más. El año pasado había estado en
la secundaria, ya que Seaton High no comenzaba hasta el décimo grado.
—Hola, Ryan —dijo, plantando los pies en el musgo.
―Hola —Traté de recordar su nombre, pero no pude. Ella se quedó mirando la
carga de agua sobre el acantilado y a los helechos encontrándose con la brisa.
—¿Entraras? —preguntó.
—No, hoy no —Toda esa lluvia había aumentado el arroyo y la cascada. Tuve
la tentación de ver si podía ponerme de pie bajo el peso frío del agua, pero no estaba
completamente loco, sin importar lo que los chicos en la escuela pudieran susurrar a
mí alrededor.
―Lo hago todo el tiempo —sonrió—. Mi amiga Angie ni siquiera pone el pie
en el agua, dice que las rocas son muy resbaladizas.
—Lo son —No es que alguna vez eso me hubiese detenido. La hermana de
Kent se secó el sudor de la parte posterior de su cuello.
—Vives en la casa de cristal ¿no?
—No es de cristal —Odiaba cuando la gente la llamaba de esa manera. Parecía
que estábamos esperando un programa de televisión que nos presentara en nuestra
maravilla arquitectónica de casa. Estilos de Vida de las Personas que Tienen más Dinero que
Tú—. Solo tiene un montón de ventanas.
―Lo que sea. Esa es tu casa, ¿verdad?
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—Sí. ¿Por qué? —su rostro se puso de color rosa.
—Solo me preguntaba —Saludó a la cascada—. ¿Me retas a bajar?
—No, hoy hace demasiado frío. Y el agua tiene mucha fuerza. Es algo
peligroso.
Se metió en el agua. Las ondas se extendieron desde el pie. Llevaba una
camiseta sin mangas y pantalones cortos que no se quitó. Caminó hacia la cascada,
cayéndose una vez en las rocas cubiertas de musgo.
La seguí con la mirada. El terror me apretó el estómago y un nudo se me encajo
en la parte posterior de la garganta. Ni siquiera conocía a esta chica, pero no tenía
ningún deseo de verla aplastada o ahogada. Desapareció debajo de la cortina plateada
de agua.
Me puse de pie porque no podía verla más. Eche un vistazo al agua espumosa,
tratando de ver en ella, a través de ella.
Golpeé ligeramente con los dedos sobre mis piernas, como contando los
segundos que había estado bajo. ¿Cuánto tiempo debía esperar antes de ir detrás de
ella? Si es que debía ir… Hay una línea muy fina entre un héroe y un idiota.
La hermana de Kent salió, escupiendo, con el pelo pegado a la cabeza. Exhale.
Levantó un puñado de pelo mojado de la cara, se sacudió como un perro, se rió y me
salpicó.
—¿Estás bien? —Tenía los labios morados, la piel de gallina y los dientes
martilleando uno contra otro.
—Tenía que haber traído una toalla —A mí también me había pasado eso de
acordarme de la toalla solo cuando ya estaba completamente mojado.
—Te puedo conseguir una.
—Está bien —se frotó los brazos—. Eso suena fantástico.
***
La llevé a mi casa, un paseo de diez minutos por el bosque. No sabía cómo
actuar: la posibilidad de hacer contacto con los ojos, cuánto tiempo debía mirarla,
cómo de cerca debía ir al caminar. Yo no hablaba mucho con la gente, salvo con Jake
y Val, y con ellos podía hablar de cualquier cosa. ¿Qué se supone que le dices a la
gente que apenas conoces? Ese era el tipo de cosas para las que necesitaba lecciones,
olviden álgebra e historia.
Su ropa mojada goteaba sobre las agujas de los pinos que cubrían la ruta de
acceso. Algunas veces, ella se acercaba a arrancar las agujas de pino blanco, que
colgaban en blandos racimos, de los árboles que había a lo largo del camino.
—Así que puedo llegar a ver la casa de cristal —dijo parloteando a través de los
dientes.
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—No te hagas ilusiones. No es tan emocionante.
—Tiene que ser más emocionante que mi casa —¿Qué era lo esperaba, una
fuente de champán? ¿Un teatro privado? Me tropecé con una raíz, tambaleándome un
par de pasos, y decidí pegar los ojos en el suelo a partir de ese momento.
—Creo que te vi en la cascada ayer —prosiguió—. Leyendo, pero te fuiste
mientras yo subía por el sendero.
—Ah, sí, estaba allí.
—¿Qué estabas leyendo?
—Ese libro acerca de unos chicos que trataron de cruzar el Océano Pacífico en
una balsa hecha a mano.
—¿El Pacifico? ¿En una balsa? —Sacudió la cabeza—. Eso es salvaje.
Por eso quería leerlo, pero nadie más sabía que parecía impresionado. Mi padre
había dicho: "Eh, ¿qué te parece?", exactamente la misma respuesta que había usado
cuando mi madre le dijo que el precio del espárrago había subido.
Val había dicho: Dios, algunas personas tienen que hacer todo lo posible por
complicarse la vida. Mi amigo Jake no parecía tener del todo claro qué océano era el
Pacífico.
—¿Lo consiguen? —Preguntó la hermana de Kent. Estaba deseando poder
recordar su nombre ahora, deseando no haber esperado demasiado tiempo para
preguntar. No solo porque se preocupaba por los chicos de la balsa, sino porque no
escogía cada palabra como si tuviera que envolverla en papel de seda antes de
decírmela —como si pudiera romperme si me dijera algo equivocado. Lo cuál, era la
forma en la que me hablaban prácticamente todos los demás en la escuela.
—No todo el camino, la balsa se cayó a pedazos, así que tuvieron que dejarlo.
—Eso hubiera sido increíble —después de una pausa—. Si lo hubieran hecho,
quiero decir.
***
Nuestra casa se escondía entre los árboles. Se trataba sobre todo de maderas
verticales y vidrio. Mamá decía que tenía líneas limpias y modernas. Y que
necesitábamos todas esas ventanas para traer la naturaleza dentro. Mi abuela siempre le
decía que era horrible, demasiado grande y demasiado dura, pero nada de lo que nadie
dijera podría detener la obsesión que mamá podía sentía por este lugar. Le había
costado tres años y un ejército de contratistas para construirla. Había pasado más
tardes de las que me gustaría recordar en este patio, respirando la pintura y el aguarrás,
quitándome el serrín del pelo. Mamá solía perseguir fontaneros, electricistas y
carpinteros por todo el terreno mientras yo hacía mi tarea debajo de los árboles. He
desarrollado una increíble capacidad de concentración gracias a estudiar con el tronar
de fondo de los martillos y las sierras desgarrando a través de la madera.
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La hermana de Kent esperó sobre las baldosas del vestíbulo, mientras le traía
dos grandes toallas blancas.
—Mullidas —dijo retorciendo su pelo y frotándose con ellas.
—Fresco y suave como una mañana de primavera —Arrastre las palabras,
citando a un estúpido anuncio de suavizante que últimamente ponían todo el tiempo, y
se rió.
***
Quería decir algo más sobre los chicos de la balsa del Pacífico, porque hacía
días que la historia me rondaba la cabeza, y me imaginaba que estaba allí en el océano
con ellos. Pero pensé que tal vez a ella realmente no le importaba, después de todo, tal
vez solo estaba siendo amable.
—¿Puedo echar un vistazo alrededor? —preguntó.
—Supongo que sí —Mamá había dado giras de la casa a todos sus amigos y
familiares, pero nunca había prestado mucha atención, más allá de darme cuenta de
cómo sus ojos se ponían vidriosos después de la tercera habitación. Sin embargo, si
esta chica realmente quería ver la casa (¿para buscar las fuentes de champán que no
existen?), no tenía ningún problema con eso—. ¿Quieres secar la ropa? Podría darte
una camiseta o algo así.
—No, gracias. Estoy bien.
Ella me siguió a través de la sala, donde una de las paredes estaba formada
completamente por ventanas. La alfombra y los muebles eran de un color blanco,
como vainilla, porque mi madre decía que las vistas debían ser el punto focal de la
habitación. No es que hubiera mencionado los puntos focales a la hermana de Kent.
De hecho, no es que le dijera nada en absoluto, por si acaso ella estuviera
tomando notas para poder decirle a todo el barrio cómo era el interior de la casa del
loco. Pero todo lo que dijo fue:
—Los árboles están ahí —extendiendo los brazos hacia ellos—. Es como vivir
en el bosque.
Quería ver todo, desde los baños hasta el cuarto de las escobas. Tal vez el
cuarto de las escobas era interesante de alguna extraña manera, como prueba de que
alguien en nuestra familia era un poco compulsivo — las escobas, mopas y esponjas
todos en fila, los trapos del polvo doblados en una pila en el estante, pero por lo
demás, no le vi nada fascinante.
Entró en mi habitación, sin ni siquiera hacer una pausa en el umbral. ¿Podría
ella decir que era la primera mujer con menos de cuarenta en poner los pies allí? Con
una mano tapándose los ojos, hizo girar el globo terráqueo de mi escritorio. Detuve el
movimiento con las manos y mis dedos aterrizaron en Groenlandia. Estudió mi mano
mientras esta descansaba sobre el planeta detenido y sentí que no estaba
inspeccionando solo la casa, me estaba inspeccionando a mí también. De repente fui
consciente del sonido de mi propia respiración.
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¿Sonaba más fuerte que de costumbre? y si es así ¿lo había notado?
Seguí su mirada a medida que esta caía sobre mi ordenador, mi biblioteca y las
paredes que estaban vacías excepto por una pintura que Val había hecho en terapia, un
abstracto de remolinos azules y púrpuras. A menudo trazaba esos remolinos satinados
como si pudiera tocar la piel de Val a través de ellos, como si hubiera dejado parte de
su carne en la pintura.
—Entonces, ¿cuál es el veredicto? —Le pregunté a la hermana de Kent, cansado
de tratar de leer cada abrir y cerrar de sus pestañas, cada movimiento de su boca. No
pude evitar la sensación de que ella estaba buscando algo, aunque no podía imaginar
lo que era.
—Comparados contigo, mis hermanos son unos patanes. Pero la verdad es que
comparados con cualquiera, también son unos patanes.
Lo único que no quería que ella viera era el paquete que había en el estante
superior de mi armario. Traté de pensar en una excusa para mantenerla fuera de allí,
como si le debiera una explicación de porqué no podía ver el interior de cada cajón y
cubículo. Pero solo miró hacia la puerta entreabierta. Aparentemente mi ropa no era
tan fascinante como las mopas y las escobas, y no inspeccionó el armario después de
todo.
Levantó una esquina de la cortina de la ventana y se asomó. —Me encanta tu
habitación. Eres muy afortunado.
***
La única puerta que no se podía abrir era la de la oficina de mi madre. Una
parte del problema de presentarle a mamá a una chica cuyo nombre no podía recordar,
es que no quería pasar por todo el interrogatorio de quien es la nueva amiga de Ryan.
Mi madre podría exprimir la biografía completa de cada persona, incluyendo el tipo de
sangre y los nombres de los maestros de primer grado. Así que dije:
—Mamá está trabajando allí.
La hermana de Kent puso la oreja en la puerta.
—¿En serio? —susurró—. No se oye nada.
Me eché a reír.
—Está con el ordenador ¿Qué esperabas? —Por un momento pensé que
sospechaba que escondía cuerpos desmembrados allí o algo así. Me podía imaginar lo
que los chicos en la escuela dirían si la hermana de Kent les dijera que tenía una puerta
misteriosa que nunca se abría. Pero ella se alejó de la puerta y se encogió de hombros.
***
Página12
Terminamos el recorrido en el sótano.
—¡Santo cielo, es como un gimnasio entero! —dijo—. ¿Utilizas todo este
equipo?
—Antes, especialmente la cinta para correr. Ahora lo usa más mi madre —La
hermana de Kent se abrió paso entre las máquinas. Se sentó en la máquina de remo.
—Ey, podemos remar a través del Pacífico —Remó un par de golpes, se detuvo
y giró la cabeza hacia mí—. ¿Cómo es que ya no usas estas cosas? —Pasé mi mano por
el panel de control de la cinta de correr.
—El invierno pasado tuve mononucleosis. Tuve que dejar todo por un tiempo.
Solía jugar al béisbol y correr. . . y nunca volví a hacerlo.
—Mononucleosis —repitió, como si estuviera sopesando esa historia en contra
de los rumores que había oído. Sus ojos eran de color gris pálido, con la luz suficiente,
casi parecían transparentes.
—Sí —dije, sin parpadear—. Mononucleosis.
Se puso de pie y se dirigió a la pared del fondo. A lo largo de una zona de la
habitación que era un bar que nunca se utiliza. Mis padres habían tenido una fantasía
cuando nos mudamos, que esta sería la sede de los partidos regulares. No estaba
seguro de dónde había venido la idea, ya que nunca había antes habíamos tenido una
sala para ver los partidos y no la tendríamos ahora. La hermana de Kent se sentó en un
taburete de bar, cruzó las piernas y torció el brazo, sosteniendo una copa de vino
imaginario. Cubrió su cuello con una de las toallas como si fuera un visón.
—Encanh-tador, querih-do —disparó ella, agitando el vaso imaginario—. ¿No
vas a ponerme oh-tro? —Di un paso detrás de la barra.
—El alcohol está bajo llave. Y tampoco es que haya mucho, para empezar.
Pero puedes tener toda el agua tónica que quieras ―Scó la lengua y se atraganto.
—Sí, lo sé, la única cosa que me gusta de la tónica es que se vuelve de color
azul con luces negras —Se apoyó en la barra y jugueteó con uno de los extremos de la
toalla—. ¿De verdad tuviste mononucleosis?
—Sí —dije.
—Escuché que estabas en el hospital —Miró por encima de mí, al vodka de
color verde esmeralda firmado que mis padres habían colgado en la pared para darle
ese ambiente de bar.
—Estuve —Le dije—. Pero no por mononucleosis.
Sus ojos se movieron de nuevo a mi cara. Sentí la pregunta que tenía en la
punta de la lengua. Si le diera un golpecito en la espalda, es probable que saliera
enseguida. Pasé los dedos sobre la parte superior lisa de la barra y encontré su mirada,
desafiándola a que me preguntara. No estaba seguro de porqué estaba retándola,
excepto que, por la forma en que se había infiltrado en mi casa, sentía curiosidad
acerca de lo lejos que llegaría. Por lo que había visto, si alguien tenía el valor de
preguntarme a la cara, sería esta chica.
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Sus ojos se clavaron en los míos, sus pestañas se elevaron, como si esperara que
yo respondiera sin que tuviera que decirlo en voz alta. Pero apartó la mirada primero,
mirando lejos.
—Vamos ―le dije—. Te acompaño al piso de arriba.
***
Nos quedamos en la sala de estar, frente a la pared con ventana. Su aliento
empañó el cristal
—Tienes la mejor casa.
—Deberías de haberla visto cuando nos mudamos. Mis padres todavía están
demandando al constructor.
—¿Por qué?
—Solo estuvimos aquí un par de semanas antes de que las ventanas
comenzaran a gotear. Después el techo —Mi madre supervisando cada minuto de la
construcción no había garantizado una casa perfecta, después de todo—.Tuvimos que
salir durante unas pocas semanas, mientras que lo arreglaban—. Me detuve entonces,
porque no quería hablar de lo que había sucedido durante esa mudanza.
—¿Vas mucho a la cascada? —preguntó la hermana de Kent.
—Todos los días.
—Un chico murió allí una vez, ya sabes —Tocó un ritmo rápido, nervioso en el
cristal de la ventana con la uña.
—No se puede creer todo lo que oyes.
—No es solo un rumor —sacudió la cabeza—. Estuve ahí. Su nombre era Bruce
Macauley. Él tenía como ocho años y yo tenía seis.
—¿Estabas allí?
—Sí, mi hermano y yo. Se deslizó, Bruce quiero decir. Resbaló en las rocas.
—Oh —Me había imaginado muchas veces resbalar en las rocas, la fuerza de la
cascada clavándome la cabeza bajo el agua, pero en ese momento me di cuenta de que
nunca había creído realmente los rumores.
Acaricie la ventana, con los dedos en esta ocasión. Mi madre, que se lanzaba
sobre todas las huellas dactilares con un limpiacristales y un sermón, hubiera estallado.
—Todavía me gusta la cascada, sin embargo —dijo la hermana de Kent.
***
Página14
Me devolvió las toallas, toallas con su toque sobre ellas. Se me ocurrió que
debería haberlas tomado antes, así no habría tenido que llevarlas por toda la casa.
—Adiós, Ryan —dijo en la puerta, y deseé de nuevo haber podido recordar su
nombre. Retorcí las toallas, con ganas de decirle algo más, pero ya se había ido.
Página15
Traducido por Clo
Corregido por tamis11
ubí a la planta alta a revisar mi teléfono y computadora en busca de
mensajes de Jake y Val, las únicas dos personas que me enviaban algo
alguna vez. Habíamos estado juntos en el Hospital Patterson, y todos
estábamos afuera ahora. En los últimos meses nos habíamos mantenido
en contacto, a pesar de vivir en diferentes partes del estado.
No tenía mensajes de Val. Le escribí uno y luego lo borré sin enviarlo. Levanté
la mirada hacia su pintura en mi pared, como si pudiera comunicarme con ella de esa
manera, pero las ondas de mis pensamientos no tenían ningún efecto evidente en la
pintura o en mi bandeja de entrada. Comencé a borrar correos basura.
Jake me había enviado un enlace a un video de un avestruz jugando al fútbol,
que era el tipo de basura que siempre nos mandábamos el uno al otro. Le envié de
regreso un clip de dibujos animados de morsas bailando.
—¿Estás ahí? —me envió—. ¿Dónde has estado todo el día?
—Afuera. Luego, vino esa chica.
—¿Qué chica? ¿Desde cuándo tienes una chica?
—Es solo una chica. Ella vive por aquí.
—Entonces ¿qué le has hecho?
—¡Ja! Nada.
—Vamos, dame algunos detalles jugosos. Incluso aunque tengas que inventártelos.
Cambié de tema.
—¿Qué hiciste durante todo el día?
—Lo que hago siempre. Jugué a la consola hasta que las muñecas se me quedaron
bloqueadas. Mi madre sigue molestándome para que salga del cuarto, pero ¿para qué diablos? Si
tuviera una nevera y un cuarto de baño nunca tendría que dejarlo.
—No creo que se te permita ser un recluso, a menos que también seas un millonario.
S
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—Estoy a tan solo $ 999,999,960.00 por debajo de esa meta. Tal vez debería comenzar
un programa de beneficencia: AYÚDAME A SER UN RECLUSO MILLONARIO;
AMÉRICA.
Me preguntaba si Jake habría dejado su casa desde que salió de Patterson en
junio, pero cada vez que preguntaba, él bromeaba sobre el asunto. Val y yo le dijimos
que debería convertirse en un espía o recibir tickets por la falta de luz solar, bueno, está
bien, creo que también nosotros bromeábamos al respecto. Val y yo a veces teníamos
conversaciones serias, pero, desde que salimos de Patterson Jake y yo nunca lo
hacíamos. Supongo que él pensaba que ya eran lo suficientemente malas las cosas que
podíamos recordar del hospital el uno del otro: los arrebatos emocionales en la sala de
estar, las confesiones en Grupo, la forma en que no podíamos ocultar nada a nadie
nunca porque estábamos juntos veinticuatro horas al día. Una vez que alguien te ha
visto limpiarte los mocos de la cara después de haberte derrumbado y confesarle a un
círculo de enfermos mentales que te odias a ti mismo por querer una atención que
nunca obtienes —Bueno, entonces, prefieres enviar clips de avestruces y morsas que
hablar de esa mierda.
***
Temprano, a la mañana siguiente, subí a la cascada. Hacía frío, el aire estaba
brumoso con la evaporación del rocío. Kent Thornton estaba sentado allí, fumando. Al
principio pensé que era solo un cigarrillo, hasta que el fuerte olor dulzón me golpeó.
—Escuché que viste a Nicki aquí —dijo.
Nicki, ese era el nombre de su hermana.
—Sí.
—Ella es una loca.
Mi rostro escoció. Cuando la gente decía cosas como esa, no sabía si lo hacían
como una indirecta hacia mí o no.
—Mi madre dice que es más problemática que mi hermano y yo juntos —Se
quedó mirando la cascada, la interminable caída del agua—. Es una buena chica, pero
está completamente jodida desde que murió papá.
Di un paso hacia atrás. Si él se iba a sentar aquí toda la mañana, yo podría
caminar hacia los senderos. Estaba sediento de soledad. Cuando me encontraba
alrededor de otras personas, siempre estaba a la expectativa de la próxima cosa que
saldría de sus bocas para cortarme. Kent no me había dicho ni cinco palabras en la
escuela, no estaba ansioso por que él comenzara a hablar ahora.
—Ten cuidado con ella, sin embargo —Kent giró la cabeza hacia mí, sus ojos
cubiertos por una membrana de color rojo—. Sigue siendo mi hermana.
¿Tener cuidado con ella? Todo lo que había hecho era prestarle una toalla. Y
dejarla inspeccionar mi casa, hasta el armario de escobas.
Página17
Kent señaló el agua atronadora —Vas por allí abajo ¿no?
—A veces.
—Qué locura —se le quebró la voz—. ¿Qué demonios está mal contigo?
Buena pregunta, Kent, quise decirle. ¿Cuántas horas tienes, para escuchar la respuesta?
—No podrías pagarme lo suficiente para ir por allí abajo —continuó—. No
podrías pagarme lo suficiente. —Sacudió la cabeza, luego siguió moviéndola hacia
adelante y atrás como si hubiera olvidado cómo parar. Me aclaré la garganta, y él se
detuvo.
—Nos vemos —Le dije, y escapé por uno de los senderos. Regresé una hora
más tarde, cuando Kent se había ido.
***
Ese momento bajo la cascada, cuando no podía respirar, era el mejor y el peor.
Me asusté, pero no de una mala manera. El choque frío, la fuerza del agua pegándome
en la cara- me hacía imposible respirar hasta que me moví a un lado. Cuando lo hice,
la bocanada de aire me golpeó como el primer bocado de comida cuando estás
hambriento.
Me tambaleé hacia la orilla, caí sobre el musgo, y cerré los ojos. El agua
goteaba desde mi cuerpo en el musgo y en el barro.
—He oído que está muy frío ahí abajo —dijo una voz desde arriba—. Y un
poco peligroso.
Abrí los ojos. Nicki estaba parada por encima de mí.
—También lo he oído —dije.
Se sentó cerca de mi cabeza. Olía a protector solar. Y un aroma ácido, como
naranjas. Tuve que girar los ojos hacia arriba para mirarla.
—¿Vas a quedarte simplemente ahí tirado? —dijo.
—¿Hay alguna otra cosa que se supone que deba estar haciendo?
Intentar mirarla desde ese ángulo me daba dolor de cabeza. Dejé que mis ojos
volvieran otra vez a su posición natural. La cascada golpeaba contra las rocas en frente
de nosotros, levantando espuma.
—Quiero preguntarte algo —dijo.
Recordé ese momento en mi sótano cuando ella había mencionado el hospital.
Por fin iba a tomar mi desafío.
—Pregunta lo que quieras.
—¿Por qué vienes aquí?
Página18
—¿A la cascada? —Bueno, por lo que no era la pregunta que había estado
esperado.
—¿Alguna vez… soñaste con este lugar? ¿O sentiste que estabas destinado a
estar aquí? ¿O te ocurrió algo raro aquí?
Me senté.
—¿De qué estás hablando?
Ella suspiró, al menos, pensé que lo hizo. Era difícil decirlo tan cerca del rugido
del agua.
—Una vez —dijo—, la cascada me tiró al suelo con tanta fuerza que se me
hundió la cabeza, y por un minuto fue como si estuviera flotando por encima de mi
cuerpo, viéndome a mí misma tumbada en el agua. Y luego la siguiente cosa que sé, es
que me estaba poniendo de pie. Estaba tosiendo y, ya sabes, de nuevo dentro de mi
cuerpo.
—Es probable que te quedaras inconsciente durante unos segundos.
—¿Alguna vez te sucedió algo como eso?
—No, pero…. —Le conté sobre el libro que estaba leyendo. Había terminado la
historia de la balsa del Pacífico y ahora estaba leyendo sobre un tipo que había estado
subiendo una de las montañas más altas del mundo cuando fue atrapado en una
tormenta. Estaba tan exhausto y desorientado que, aunque estaba solo, pensaba que
alguien más estaba con él, que alguien lo guiaba montaña abajo. Incluso le hablaba a
la persona, o quien sea o lo que sea que fuera. Había leído casos como ese antes, donde
personas solas en situaciones mortales, tenían la sensación de que alguien más estaba
con ellos.
—¡Eso es exactamente el tipo de cosas de las que estoy hablando! —dijo
Nicki—. ¿Qué crees que vio él?
—Creo que estaba alucinando. Estaba deshidratado y probablemente con
hipotermia, también.
—¿Y crees que yo estaba alucinando?
—Bueno, suena como que sí te golpeaste la cabeza.
—Pensaba que tú más que nadie creería en…
Se congeló, sus labios se detuvieron en una media curva.
Tú más que nadie. Nicki no fue la única que se congeló, una capa glacial cubrió
mi piel en un instante.
—¿Qué quieres decir con eso? —Le pregunté tan pronto como mi boca se
descongeló lo suficiente como para permitírmelo. En el mismo momento ella empezó
a decir—, no quise decir… —Entonces, ambos nos callamos.
Nicki se quedó mirando el agua, pero ahora yo la estaba observando. Se frotó el
dobladillo de sus pantalones cortos.
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—Yo más que todas las personas ¿qué significa? —Cualquier cosa que quisiera
de mí, necesitaba que la escupiera. Estaba cansado de sopesar cada palabra que decía,
cansado de intentar deducir porqué me había comenzado a hablar en primer lugar.
Le habló a la cascada. —¿De verdad intentaste matarte?
Sí, esa era la pregunta. La había desafiado a que me lo preguntara ayer, pero
ahora lo estaba pensando de nuevo. Había algo en ella que me hacía desconfiar, una
presión, una urgencia. —¿Por qué quieres saberlo?
—Yo… hay una razón. No estoy siendo entrometida. —Desvió los ojos de la
cascada y encontró los míos. Las pecas espolvoreaban su rostro.
—¿Qué razón?
—Es. . . complicado.
Me puse de pie y finos regueros de agua me corrieron por las piernas, cayendo
desde mi camiseta y pantalones mojados. Ella también se las arregló para levantarse.
—¿Por qué quieres saberlo? —pregunté de nuevo.
En realidad, a la gente le había resultado fácil descubrir la verdad sobre mí.
Inmediatamente después de haber desaparecido, la escuela había tenido una asamblea
de prevención del suicidio. Y por alguna razón desconocida, mi madre había ido a
recoger mis notas y a limpiar mi taquilla en mitad del día, en vez de después de clases.
Y entonces todo el mundo lo supo, incluso sin que yo dijera una palabra.
Nicki inclinó la cabeza hacia el cielo, como si la respuesta pudiera estar
colgando de los árboles o cayendo en espiral desde una nube. —Es difícil de explicar—
Volvió la cabeza hacia el bosque, por lo que me quedé mirando su perfil y se rascó una
costra morada en la pierna. Quise correr fuera de allí, para esconderme lejos de sus
preguntas y de los rumores que aparentemente me iban a perseguir el resto de mi vida.
Pero algo me detuvo, una punzada de preocupación o conciencia.
—Mira —Le dije—. A veces, cuando la gente me pregunta acerca de esto, es
porque están pensando en intentarlo ellos mismos.
Nicki negó con la cabeza.
—Está bien, quiero decir, te daré el número de mi médica. Ella está de
vacaciones hasta fin de mes, pero habrá alguien en su oficina.
—No es eso, lo juro.
—No me importa. Lo he hecho antes. Le di su número a un chico en la escuela
que apenas conozco. —Este chico había venido a mí porque yo era la única persona en
la escuela que se había intentado matar, al menos, era el único del que todos sabían.
Cualquier otro que lo hubiera intentado lo había mantenido más en secreto de lo que
yo pude. Le di el número de mi médica y el número directo de asistencia al suicida, y
también le comenté al consejero de la escuela acerca de él. Por lo que sabía, seguía
vivo, aunque no tenía ni idea de si había usado los números.
Nicki verdaderamente me miró entonces.
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—¿Un chico en la escuela? ¿Quién?
—No te voy a decir eso.
—Bueno… no estoy planeando suicidarme. No es esa la razón por la que te
pregunté.
—¿Tienes un teléfono contigo?
Ella suspiró. —Realmente no lo necesito, pero puedo ver que no dejarás de
hablar de ello —Me entregó su teléfono y me dejó introducir el número—. Dame el
tuyo también. Y tu e-mail.
—¿Por qué?
—Quiero enviarte algo.
Dudé, luego marqué mi información, con las manos temblorosas. —No me
mandes esos mensajes de broma que se envían a cincuenta mil personas —dije. Lo que
realmente estaba pensando era: No me digas que te quieres suicidar.
—Yo no envío esa basura —Suavizó la voz—. Quiero decirte algo, pero no
puedo decirlo cuando estoy contigo. Así que voy a enviártelo en su lugar. ¿Está bien?
—Está bien.
Si ella tenía tendencias suicidas, le enviaría su mensaje directo a mi médica. No
es que me pareciera una suicida, pero ¿por qué otra razón le importaría mi pasado?
¿Qué podría tener que preguntarme?
***
Los pensamientos acerca de Nicki se quedaron conmigo mientras caminaba a
casa y mientras subía a mi habitación a cambiarme la ropa húmeda. Tenía la extraña
sensación de que ella me estaba siguiendo, o mejor dicho guiando, por la casa de
nuevo. Intenté ver mi cuarto de la manera en que ella lo había visto: el escritorio
despejado de todo salvo la computadora, mi cama con su suave colcha, la alfombra
con nuevas líneas de aspiradora en ella. Decidí que ella debía de haber deducido que
yo era un maniático del orden.
La pintura de Val era la única cosa en mi habitación que no encontrarías en un
cuarto de hotel: esos violentos remolinos de color púrpura y azul. Mi madre había
revoloteado alrededor todo el tiempo que tardé en colgarla, infeliz, no solo porque
clavara un clavo en sus preciosas paredes, sino también por que estuviera
contaminando su decoración con el arte de una institución mental.
Y había otra cosa en esta habitación que era diferente, no es que Nicki la
hubiera visto o la hubiera reconocido si lo hubiera hecho. Abrí la puerta del armario,
sin desearlo pero teniendo que hacerlo, odiando el impulso que me llevaba a tomar ese
paquete en primer lugar, y luego me hacía abrirlo y mirarlo. Un obsesivo pinchazo y
excavación en el lugar más doloroso que tenía.
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Enganché un brazo arriba y lo saqué del estante, atrapándolo mientras caía.
Inspirando profundamente, abrí uno de los extremos de la bolsa de papel marrón.
El suéter todavía estaba allí, con su suave tela rosada. No podría decir si el
tenue aroma a perfume era real o solo el recuerdo de cómo solía oler la primera vez
que lo tuve. Miré dentro de la bolsa, pero no toqué el suéter. Tenía la sensación de que
dejaría una película venenosa en mi piel y, sin embargo, parte de mí quería tocarlo.
Me pregunté cómo sería abrir este armario y encontrar que el paquete había
desaparecido, con la bolsa y todo, hacia un lugar donde nunca tendría que mirar o
pensar en él de nuevo. Sabía que tenía que deshacerme de él. Pero me hubiera sido
más fácil arrancarme mi propio bazo.
De alguna manera, parecía que el suéter debería haber cambiado algo más
durante los meses que lo había tenido. El perfume se estaba desvaneciendo, pero pensé
que también la tela debería estarse pudriendo, deshaciendo, desintegrando. Deseaba
que fuera así. Cada vez que miraba, sin embargo, estaba tan brillante y suave como
siempre.
Cerré la bolsa y volví a meterla en el estante.
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Traducido por munieca
Corregido por LuciiTamy
uando conecté mi ordenador por la tarde, estaba buscando mensajes de
Val y Jake. Tenía uno de Jake —había encontrado doce dólares más
para su multimillonario maratón televisivo— pero nada de Val.
Le respondí a Jake:
¿Has tenido noticias de Val últimamente?
Él respondió de inmediato. No lo creí nunca desconectado de su computadora,
puede también habérsela implantado en la cabeza.
Está ocupada con las cosas de esa orquesta estudiantil.
Recordé a Val cuando estuvimos en el hospital, hablando de música: inclinada
hacia delante, las manos volando, las palabras volando de su boca. Ella tocaba el
piano, la flauta y el violín (no todos al mismo tiempo). Incluso había dado un
concierto en Patterson una vez en la sala de estar.
Val podía hacer música en cualquier lugar. Nos había enseñado a Jake y a mí, a
tocar con ella en la cafetería de Patterson, con tenedores, vasos y bandejas, con las
manos y los pies, con peines. A algunos de los empleados de la cocina les habían
gustado nuestras sesiones. Otros nos interrumpían, asustados por cualquier iniciativa
que mostráramos, cualquier acto impredecible por nuestra parte. Pero Val consiguió
incorporar a algunos de ellos, convenció al trabajador de cocina de cara agria para que
agitara una cacerola de arroz crudo como acompañamiento. Ella podría derretir a
cualquier persona si le das tiempo suficiente.
Después de un rato bromeando con Jake, escribí un breve mensaje a Val.
Hola, ¿qué tal?
Casi lo elimino, pero luego lo envié. Estaba a punto de cerrar la sesión, porque
no quería quedarme allí el resto del día, revisando mis mensajes, esperando a que ella
respondiera, cuando llegó un mensaje desde alguien llamado nicki_t.
Hice clic en abrir:
Quiero saber lo que es y por qué lo hiciste porque mi padre también lo hizo y yo esperaba
que me dijeras por qué lo hiciste y si te acuerdas algo de cómo fue. Espero que no suene mal.
Necesito saber y no tengo a nadie a más a quien preguntar.
C
3
Página23
¿Su papá? Mierda.
Por un momento me senté paralizado, el estómago endurecido, leyendo las
palabras de
Nicki una y otra vez.
Quiero saber lo que es y por qué lo hiciste…
Ella quería saber acerca del peor día de mi vida.
Había hablado sobre ese día exactamente dos veces: a la gente en la sala de
emergencias después de que ocurriera y a mi grupo en Patterson.
Cuando estuve en la sala de emergencias, no me importó lo que dije ni a quien
se lo dije. La segunda vez fue diferente, había levantado un grueso caparazón
alrededor de ese día y no quería mirar dentro de él. Pero ellos me rajaron para abrirlo
un día en el grupo, y me derramé sobre el suelo del Hospital Patterson como un charco
de huevo crudo.
A Val y Jake les llevó horas levantarme de ese suelo. Los recuerdos me
aplastaban, la mano de Jake en uno de mis hombros y la de Val en el otro. Sus voces
divagando, relajantes, Val deteniéndose de vez en cuando para hablar bruscamente a
cualquier otra persona que se acercara demasiado. Ambos se perdieron la cena de esa
noche, porque no me podía mover y les pedí que no me dejaran.
—Por supuesto que no, no vamos a ninguna parte —dijo Val.
—No tenemos hambre —Añadió Jake, aunque su estómago se mantuvo
gorgoteando y gruñendo.
—Este suelo está frío —dije.
—¿Quieres subir? Los asistentes nos van a ayudar si tú quieres.
—No quiero que nadie más se me acerque.
—Está bien —dijo Val.
—Solo ustedes, chicos.
—Está bien.
—Aunque si fueran inteligentes, correrían lo más lejos posible de mí.
—Odio tener que decírtelo, Ryan, pero ni siquiera eres la persona más enferma
en este pasillo.
—Estoy tan jodido… ¿Pueden creer lo jodido que estoy?
—Está bien, Ryan.
—Hay cosas que ni siquiera saben.
Val me apretó el hombro.
—No puedo hacer nada bien. Incluyendo matarme. No se vayan ¿de acuerdo?
—No lo haremos.
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Y así fue, durante horas, yo soltando todo estúpido y patético pensamiento que
me vino a la cabeza, y diciéndoselos una y otra vez. No sé por qué Val y Jake no me
golpearon para hacerme callar. No tenía ni filtro, ni orgullo, ni dignidad. Era una fibra
sensible, un paquete llorón de necesidad. Esa fue la última vez que había hablado de
ello.
Deseé que todo lo que Nicki hubiera querido fuera el número de teléfono de mi
médico. Sería mucho más fácil pasársela a los profesionales. Sería mucho más fácil si
no estuviera preguntando por este pedazo de mí—sobre todo porque no tenía idea de
lo que iba a hacer con ello. Lo sentía por su padre, pero ¿ella realmente creía que
cualquier cosa que le dijera podría ayudar?
Le envié la respuesta fácil:
No me gusta hablar de ello.
Ella escribió de vuelta.
Por favor
Esas palabras casi me atrapan, letras minúsculas, como si estuviera susurrando,
o suplicando.
***
Mi madre me hizo llevarle la cena al piso de arriba, donde comió delante de su
ordenador. Ella solo tenía que ir a su despacho en la oficina una vez por semana. La
mayor parte del tiempo, estaba en casa. Su puesto de trabajo era algo así como
supervisor de sucursal para la supervisión de contratos. Lo que sea que eso quisiera
decir, requería que ella estuviera conectada a su ordenador cuarenta horas a la semana,
a veces más.
—Lo siento, no puedo comer contigo, este proyecto tiene un plazo ajustado.
Les dije la semana pasada que estábamos corriendo atrasados, pero… —Suspiró—,
Luisa Rossi se niega a ajustarse a ese horario. ¿Por qué no comes aquí, conmigo?
—Ya comí.
—¿En serio? ¿Incluyendo las verduras?
—Sí.
Ella cortó cada zanahoria bebé en cuartos y masticó un bocado a la vez. Yo
estaba en la puerta, de puntillas y listo para salir corriendo, mientras ella corría a través
de su lista de control. Supongo que tuve suerte que no me equipara con una cámara o
un chip de seguimiento.
—¿Tomaste el medicamento esta mañana?
—Sí. Me viste.
Mamá giró su silla hacia mí y clavó los dedos del pie en la alfombra gris.
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Llevaba una falda, como si estuviera en una oficina real, pero zapatos nunca.
Ella inspeccionó mi cara, en busca de signos reveladores (de problemas, supuse). Era
parte de nuestra rutina diaria. Sonrió. Una sonrisa torcida con esperanza y
preocupación. Desde mis días en Patterson, mi madre siempre parecía estar al borde de
las lágrimas cuando me sonreía, por lo que cada vez que lo hacía era como otra barra
de hierro aplastándome el pecho. Aparté la mirada y traté de respirar.
—Muy bien—dijo, liberándome.
***
No volví a saber de Val hasta la mañana siguiente. La visión de su nombre en la
pantalla envió una oleada eléctrica a través de mí. Como de costumbre, no se molestó
con el hola-cómo-estás-tú, en cambio, saltó directo a:
Me corté el pelo.
Bueno, tal vez yo hubiera preferido un mensaje acerca de como no podía vivir
sin mí, pero era un mensaje y era de ella.
¿Qué aspecto tiene ahora?
Pregunté. La primera cosa en la que me fijé de Val era su pelo. Cuando la
conocí, tenía el pelo hasta los hombros en un lado de la cabeza, y hasta la barbilla en el
otro. Me imaginé que era un corte de pelo loco, hasta que me di cuenta que Val era
una de las personas más cuerdas en Patterson.
Se había cortado el pelo así por diversión, dijo: para ser única, ser diferente.
¿Quién dijo que el pelo tenía que ser simétrico, de todos modos?
Ella me envió imágenes: de frente y espalda. Desde la parte delantera pensé que
había cortado todo a la altura de la barbilla, pero atrás, una pieza triangular grande
había sido cortada. Se veía como si el hocico muy puntiagudo de un tiburón hubiera
tomado un bocado de su cabello. Guardé las fotos para verlas otra vez más tarde.
Mi papá dice que parece que mi pelo pasó a través de un perforador de billetes gigante.
Escribió.
Eso es lo lindo de él.
Me envió un rostro sonriente.
¿Qué más está pasando? Pregunté.
¿Cómo qué?
Tu familia. Chicos
El sudor brotó sobre mi piel cuando escribí chicos. No pude evitar pensar en
Amy Trillis cada vez que hablaba con una chica. No es que Val pudiera
deliberadamente afectarme de la manera en que Amy podía —Al menos eso es lo que
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yo pensaba— pero si a Val le gustaba alguien más, sé que me afectaría de una manera
u otra.
Pero Val contestó: La familia es lo mismo de siempre. Mamá molesta. No hay tiempo
para chicos.
Exhalé.
¿Tú? Escribió.
Tampoco tengo tiempo para chicos.
Ja ¿Chicas? Vamos, dame más detalles ¡Voy a vivir a través de tus aventuras!
Mis aventuras… eso sí que era gracioso. No hay nada que contar.
Pero luego pensé en Nicki, no como una chica chica, en el sentido que preguntó
Val, sino porque no podía olvidar su último mensaje.
Hay una chica. Escribí.
Síííííí… cuenta.
Me dijo que su padre se suicidó y quiere hablar conmigo al respecto.
¿Sabe sobre ti?
Toda la escuela lo sabe.
Antes de que Val pudiera contestar, escribí: Me preguntó por qué lo hice.
Desde que había dejado Patterson, nadie, además de la Dra. Briggs, me había
preguntado nunca lo mismo que Nicki. Al menos, nunca habían preguntado sin
rodeos.
A veces, la gente daba a entender que no les importaría oír los detalles
sangrientos. Me daban ligeras ganas de vomitar. Pero nadie me había preguntado
directamente por ese día en el garaje.
Ahora escribí, acerca de Nicki: ¿Qué quiere de mí, de todos modos?
Y Val contestó: Tal vez solo necesita un amigo.
***
Val Ishihara sabía acerca de las personas que necesitan amigos. Fue la primera
persona con la que hablé cuando ingresé en Patterson, exceptuando a los consejeros.
Llevaba ingresado más o menos una semana y ella me habló todos los días. Siempre
dejaba una oportunidad para que yo respondiera, pero si no lo hacía, seguía llevando
sola la conversación.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Le pregunté, cuando por fin comencé a hablar.
Estábamos sentados en el salón social de Patterson, mientras ella hojeaba las pilas de
partituras manchadas, tratando de organizar las páginas—. Tú pareces demasiado
normal para este lugar.
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Val tenía pequeños tics: se rascaba las uñas y el cuero cabelludo, jugaba con su
pelo, sacudía los pies y agachaba la cabeza y hablaba con el suelo cuando se ponía
nerviosa. Pero no era como los niños que pensaban que el gobierno les había colocado
dispositivos de espionaje en los cerebros. No se acurrucaba como una pelota debajo de
su cama, tal y como yo lo hice en mi primer día.
Ella se rió.
—Deberías haberme visto cuando llegué aquí. Era un ataque de ansiedad
andante. Incluso casi no podía decidirme a ir al baño.
En Grupo ella siempre hablaba de los ataques de pánico, la preocupación
obsesiva, atascándose en movimientos repetitivos. Se había arrancado las cejas y la
mitad de las pestañas un año en la secundaria. Se había mordido la piel alrededor de
las uñas, desprendiéndola para mostrar la capa inferior rojo crudo, roída hasta que
empezaba a sangrar. Si quería cruzar la habitación y no podía decidir si dar el primer
paso con el pie izquierdo o el derecho, se quedaba congelada durante horas. Llegó a
Patterson cuando sus obsesiones de ansiedad le impedían ducharse, comer, e incluso
usar el baño. Eso es lo que dijo. Viéndola, no estaba seguro de creerla.
—¿Por qué? —dije—. Quiero decir, ¿por qué llegaste de esa manera?
Ella se encogió de hombros. —Solo estoy empezando a entenderlo. Nunca va a
ser como una ecuación matemática: a más b es igual a crisis de ansiedad; c menos d es
igual a estoy curado.
—Lo sé —dije—. Mi madre ha estado buscando la fórmula mágica desde que
llegué aquí. Ella piensa que puede encontrar el momento en el que todo salió mal.
—¿Y qué estás buscando tú?
Podría haber dicho que no sabía, o que estaba buscando una forma de morir, o
que estaba buscando sentirme bien otra vez, todo lo cual era cierto, y también era todo
lo que les había dicho a los consejeros. Pero quería decirle algo diferente a Val. Igual
de cierto, pero diferente. Mantuve la mirada en sus manos, en sus uñas mordidas, los
dedos callosos y le dije: —Solía querer volar.
—Qué, ¿Cómo un piloto? ¿Volar un avión?
—No, no un avión. —Hay que permanecer detrás del vidrio y el metal cuando
vuelas en un avión—. Quiero decir, volar de verdad.
En el momento en que lo dije, me sentí como un idiota. Podría pensar que
quería ser un pájaro o un superhéroe, lo que sonaba exactamente como a que yo
pertenecía aquí, a un hospital psiquiátrico. Pero ella dejó de barajar las páginas y dijo:
—Eso sería genial —Y cerró los ojos por un segundo, como si sintiera el viento en su
cara.
Durante meses, había vivido detrás de lo que sentía como un cristal, separado
del mundo, pero en ese momento, el escudo transparente comenzó a resquebrajarse.
Tal vez fueron mis medicinas nuevas pateando, o tal vez fue la manera en la que Val
escuchó sin juzgar, y lo que sea que le dije, era lo que ella esperaba que dijera. Pero nos
mantuvimos juntos después de eso. Y cuando Jake llegó unos días más tarde, con cara
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de pánico, congelado, como yo había estado la primera vez que llegué aquí, lo
acogimos, también.
Solo una vez vi a Val actuar como una paciente de Patterson. Un día en nuestra
sala, estalló. Nunca supe por qué. Yo estaba en la sala de estar con Jake cuando oímos
un ruido y golpes en el pasillo. Jake se escondió debajo de una silla—él todavía estaba
en el punto en que no podía manejar cualquier turbulencia—pero yo saqué la cabeza
por la puerta y vi a los niños huyendo de Val. Una bandeja de plástico de la cafetería
estaba en el suelo, y supuse que ella la habría arrojado. Los asistentes se acercaron
hasta ella, hablando en voz baja y calmada, de igual manera que si trataran de hablar a
un animal salvaje. Sabía que la iban a arrastrar a la Habitación Silenciosa cuando la
atraparan.
Pero ella rompió a llorar y se derrumbó sobre uno de los sofás de la sala con
flores anaranjadas. Cuando los ayudantes se acercaron, ella levantó una mano para
detenerlos. La regla era que si no estabas siendo violento, si no eras perjudicial a nada
ni a nadie, no tenías por qué dejar que la gente te toque. Algunos niños se miraron,
algunos se rieron y algunos corrieron. Algunos se metieron en su propio mundo. Me
subí al sofá de Val, esperando que me mantuviera alejado con esa mano levantada,
pero ella me dejó sentarme en el sillón, al lado de su cabeza.
Sostuve mi mano sobre su cabello, pero sin tocarlo. Ella no se inmutó. Bajé mi
mano por milímetros, mirándola. Ella sollozó como si sus entrañas fueran trituradas.
Le toqué el pelo negro y brillante, y ella me dejó.
Lloró tan fuerte que hizo que mi propia garganta doliera, un sonido como de
metal raspando contra el asfalto. Me estremeció ver a Val de este modo, porque
siempre había parecido cuerda. Lo único que hice fue acariciar su cabeza. No sabía
qué más hacer. Estaba dispuesto a sentarme en el sofá con ella durante unos cien años,
si tuviera que hacerlo. Y ella lloró hasta que nada más podía salir.
Más tarde le pregunté por qué me había dejado acercarme a ella. —Porque tú
eras el único que no quería que me callara —dijo.
***
Solíamos hablar todos los días, Escribí ahora a Val. Creo que te echo de menos. De
hecho, yo sabía que la extrañaba, pero era demasiado difícil decirlo de la manera que
yo quería.
Yo también te extraño, pero tú vives allí y yo vivo aquí, así que…
Sí, allí estaba el problema: las millas que se extienden entre nosotros. ¿Cómo te
va con la música? Escribí, lo cual la entretendría por un largo rato. Me senté de nuevo y
vi sus palabras desplazarse, disfrutando cada una de ellas, queriendo arrebatarlas fuera
de la pantalla y ponerlas en mi boca.
Página29
***
Después de despedirme de Val, me tiré en la cama pensando en ese día en que
le acaricié el pelo mientras ella lloraba. Y después, en el momento en que habíamos
estado juntos de pie en la sala y ella rodeó mi muñeca con la mano. Puse mi mano en
la muñeca, tratando de sentir lo que ella había sentido, para sentir el peso de su tacto.
Un hilo caliente, viajó desde ese punto hasta mi brazo, dentro del pecho, abajo hacia el
estómago y más abajo, extendiendo el calor por todo el recorrido.
Me senté. Quería abrir la ventana, pero el aire acondicionado estaba en marcha.
Me senté unos minutos más, tratando de disipar el calor interno que había alzado.
Cuando mi piel se enfrió, bajé las escaleras.
***
Fui de excursión a la cascada en la que permanecí hasta que el frío del agua me
hizo temblar. Salí seguro de que me estaba volviendo de color púrpura. Por lo menos
me había traído una toalla esta vez. Nicki se presentó mientras me frotaba la piel,
tratando de calentarme.
—Ah, hola —dije. Dejé de secarme, sorprendido al verla y buscando a tientas lo
algo correcto que decir.
—Quería decirte… —Comenzó, pero mis palabras tropezaron con las suyas.
—Siento mucho lo de tu papá —dije.
Frunció la boca y la cara se le puso de color rosa. —Lo siento por el mensaje
que te envié. Siento si fue agresivo.
—No, es... —La vi equilibrarse sobre una pierna, como un flamenco,
manteniendo la mirada en el suelo—. Está bien—dije.
—No tendría que haberte molestado.
—No estabas…
—Es que nunca tuve a nadie a quién preguntar antes. Tenía siete años cuando
mi padre murió y todos pensaban que era demasiado joven para hablar de ello. Pero
luego, más tarde, todos querían dejarlo estar y no remover el pasado. Así que leí un par
de libros y esas cosas, pero nunca me dijeron lo que quería saber. —Alzó los ojos, gris
escarcha, para encontrar los míos—. De todos modos, he descubierto otra manera de
averiguar acerca de él.
Me quité la camisa mojada. —¿Cuál?
—Pedí una cita en Seaton.
—¿Una cita para qué?
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Ella dio un paso más cerca, lo suficientemente cerca de mí como para captar el
aroma a naranjas. Bajó la voz, como si las ardillas pudieran estar tomando notas sobre
nosotros. —He encontrado una vidente que habla con los muertos. Voy a verla
mañana.
—Estás bromeando.
Nicki negó con la cabeza.
—Pero, sabes que esas cosas son una mierda, ¿verdad?
—No, no lo es.
—Vamos. —Casi le lancé mi toalla—. No vayas. Es un desperdicio.
—Se supone que ella es realmente buena. Mi amiga Angie fue a verla en la
primavera pasada. El abuelo de Angie habló por medio de la psíquica y le contó a
cerca de ese perro que solía tener que jugaba al Frisbee. No había manera que la
psíquica pudiera saber eso.
Cualquiera puede suponer que una persona tuvo un perro. No era como que la
psíquica había visto un unicornio de tres cabezas.
—Estupideces —dije.
—¿Cómo puedes decir eso? Tiene que haber algo.
—¿Por qué… simplemente porque la gente quiere que lo haya?
Ella frunció el ceño y se pellizcó el labio inferior. Fue entonces cuando me di
cuenta de que se había pintado las uñas de púrpura. —Así que tu solo crees en lo que
se puede ver, lo que está aquí ¿y eso es todo?
—Creo en un montón de cosas que no he visto. Creo que tengo un hígado y yo
nunca lo he visto.
Ella hizo un gesto con la mano, sus uñas una mancha color uva. —No quiero
decir eso. ¿Nunca has tenido un sueño que se hizo realidad, o pensar en alguien el
segundo antes de que te llamara, o…?
—Eso es una coincidencia.
Ella frunció el ceño, y casi podía ver su cerebro buscando, esforzándose por
otro argumento. —Tú ya has admitido que hay cosas que no puedes explicar, ¿verdad?
—Sí, pero tienes que pensar en lo que tiene más sentido. La cosa más simple, la
explicación más probable —Torcí mi toalla. Estaba a punto de mencionar la navaja de
Ockham, cuando me interrumpió.
—Pero no lo sabes con certeza.
—Sé que si los muertos pudieran hablar, hablarían sobre algo mucho más
importante que de perros jugando al Frisbee.
—¿Quién lo dice? Tal vez no pueden describir la otra vida en palabras que
podamos entender. Tal vez están atrapados entre dos mundos cuando le hablan a las
personas que todavía están vivas.
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Hace una semana, ni siquiera sabía el nombre de esta chica, y ahora estábamos
negociando puntos de vista sobre la otra vida. No podía creer que estuviera teniendo
una conversación que involucraba las palabras atrapado entre dos mundos.
—Esa “psíquica” solo va a informarte de mierda general que se podría aplicar a
cualquier persona. Y luego, tomará tu dinero, ¿Cuánto te está cobrando, de todos
modos?
—No es de tu maldita incumbencia.
—Bien —dije—, pero si yo fuera tú, sería muy cuidadoso de cuánto voy a
pagarle.
Se puso las manos en las caderas. —¿Me quieres dar consejos, pero no quieres
ayudarme cuando es necesario?
Tragué saliva y volví la cabeza. Me dije a mi mismo que ella no era mi
problema. Pero oí el mensaje que me había enviado, esas letras pequeñas, como un
susurro en mi cerebro, ese por favor. Me dije que no le debía nada. Y, sin embargo,
cada vez que alguien me decía que conocía a una persona que se había matado, mi
estómago se iba cargando de culpa, como si yo fuera personalmente responsable de
todos los suicidios del mundo. ¿Por qué nos haces pasar por esto? era la pregunta que oía,
quisieran decírmelo o no.
—Estoy tratando de ayudarte —Le dije—, pero no quieres escuchar.
—Mira, si hay incluso una posibilidad de que esta persona pueda darme
algunas respuestas, voy a intentarlo. Eso es todo lo que estoy haciendo, intentarlo.
—Sí, pero ten cuidado. Si quieres creer, ellos lo usarán contra ti, tratarán de
confundirte.
—¿Cómo sabes tanto al respecto?
—Leí un libro hace un par de años sobre un tipo que expone a un montón de
videntes falsos.
—Lees mucho ¿no es así? —No era una pregunta—. Ven a reunirte con el resto
de nosotros en el mundo real para variar.
—Tú eres la que no está viviendo en el mundo real.
Ella trató de mirar hacia abajo y luego, me clavó los ojos de la misma manera
que lo hizo el otro día en mi sótano. Pero yo era mucho mejor que ella manteniendo
los ojos estables y el gesto congelado. La boca de Nicki se estremeció y supe que
parpadearía en primero, y sin embargo…
Y, sin embargo, no creí que pudiera disuadirla. Iría sin importar lo que le había
dicho. Se había lanzado a la cascada y luego a mi casa, y ahora iba a sumergirse
directamente a través de la pared entre la vida y la muerte. Sí, ella tenía su manera de
hacer las cosas. Pero no creo que ella pueda —O alguien más pueda— derribar esa
barrera.
—¿Alguien va contigo, por lo menos? —Pregunté—. ¿Angie?
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—Angie estará durante todo el verano en la casa de su abuela. Voy a estar bien.
—Ni siquiera conoces a esa mujer.
Arqueó las cejas. —Bueno ¿y quién va a venir conmigo? ¿Tú?
Enrollé la toalla alrededor de mi mano. —No, yo…
—Entonces deja de hablar de ello —Se volvió y dio un paso alejándose de mí
antes de que yo pudiera estirarme y tocarle el brazo con la toalla.
—Tal vez podría ir —dije.
—¿Por qué, para que puedas jugar a ser el vigilante?
—Si quieres llamarlo así. Sí —dije, con la boca seca—. Voy a ir de vigilante.
—Está bien, entonces. Mañana a la una.
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Traducido por Lorena
Corregido por LuciiTamy
sa noche, estaba en el porche buscando murciélagos y luciérnagas. Me
colgué de la barandilla de la cubierta para estudiar las sombras de
debajo, la sangre se me subía a la cabeza.
La voz de mi madre cortó mi fantasía. —¿Qué estás haciendo, Ryan?
Levanté la cabeza demasiado deprisa y me mareé. —Nada —Mi respuesta
estándar, diseñada en la conspiración silenciosa que mi padre y yo teníamos para
evitar que a mi madre le saliera úlcera.
Ella se paró en la puerta con la cara llena de preocupación. —Te pregunté qué
estás haciendo.
—No estoy intentando saltar, si es eso lo que te preocupa —No quería dar
explicaciones. Incluso si era lo suficientemente estúpido para intentar suicidarme desde
esta altura.
Lo peor es que se me había enganchado un tobillo.
Ella se estremeció.
—Lo siento —dije.
Si hubiera dicho eso delante de la Dra. Briggs, nos habría hecho a mi madre y a
mí analizarlo, separar cada cosa que habíamos dicho, para cazar cada oculto (o no tan
oculto) sentido. ¿Por qué dije eso? ¿Qué pensaba mi madre sobre eso? ¿Por qué se
había estremecido? ¿Qué pensaba yo sobre que ella se estremeciera? En los días
inmediatamente posteriores a mi salida de Patterson, mi madre nunca habría dejado
pasar una frase como esa. Pero ahora, simplemente cambió de tema.
—Tu padre estará en casa mañana… si esas tormentas en Nueva York no lo
mantienen allí. Aunque preferiría que los aviones se quedaran en tierra con un tiempo
como ese. No sé si incluso le dejaran despegar de Londres si la tormenta está aquí…
Después de un completo análisis del tiempo y del tráfico aéreo en ambos lados
del Atlántico, se quebró. —¿Quieres venir dentro? —pregunta.
—Todavía no.
E
4
Página34
Ella vaciló otro minuto antes de deslizar la puerta de cristal cerrándola. Pero se
paro en el salón, esperando. Esperé, también. Odiaba ser observado de esa manera. El
calor se concentraba sobre los músculos de mis piernas con energía reprimida. Sacudí
las piernas y me di cuenta de que querían correr. Durante semanas había pensado en
empezar a correr otra vez, y había estado a punto de hacerlo, pero algo me detenía. Sin
embargo, esta noche todo lo que sentía a mí alrededor era el aire del verano.
Cuando los mosquitos me agujerearon la piel más rápido de lo que yo podía
golpearlos, me fui dentro. —Bien —dijo mamá brillantemente—. ¿Vamos a la cama?
—Supongo.
Ella me observó subir las escaleras. —El show se ha acabado —Murmure, pero
no lo suficientemente alto para que lo escuchara.
Arriba, en mi habitación, comprobé mis mensajes. Me hubiera encantado
contarle a Val el plan de Nicki y ver si ella pensaba que toda la idea era tan loca como
yo creía, pero no estaba conectada.
Nicki me había dicho que fuera a su casa. Kent podría llevarnos hasta Seaton y
dejarnos allí. No es que Kent supiera que nosotros estábamos en una misión psíquica
secreta para contactar con su padre muerto. El tenia algo que hacer en la ciudad, y
Nicki había amenazado con descubrirme si le contaba de lo que trataba nuestra cita.
Los Thortons vivían abajo de la ruta siete, en una casa tipo caja con un césped
que era más tierra que césped. Alguien había traído un montón de mantillo y compost
para pasto, como si planeara un proyecto, pero el bulto había estado allí el tiempo
suficiente para que crecieran malas hierbas en él.
Las cejas de Kent se levantaron cuando me vio con Nicki, pero no dijo nada. El
tintineo sus llaves y asintió hacia el coche, invitándonos a entrar. Nicki se sentó
delante y jugó con la radio. Me senté detrás. Ella puso la radio tan alta que Kent no
hubiera podido hablar con nosotros aunque hubiese querido. La carretera relucía,
parecía derretirse.
Intente leer tensión o tristeza o esperanza o cualquier cosa en la parte de atrás
de la cabeza de Nicki, pero no tenía ni idea. Intente imaginarme al psíquico, pero
tampoco tenía ni idea. Me imaginé a una mujer en ropa brillante inclinada sobre una
bola de cristal, pero… ¿Realmente hacían eso o solo era en la televisión?
Seaton era la clase de lugar al cual se refería la gente cuando decían que América se
estaba convirtiendo en una serie de tiendas en cadena. Tenía gasolineras, restaurantes
de comida rápida, tintorerías, grandes almacenes y nada que no pudieras encontrar en
cualquier otro sitio. Si te desmayaras y te despertaras en Seaton, no tendrías ni idea de
donde estabas, o en que parte del país te encontrarías.
Kent nos dejo fuera de la oficina de correos. El aire de agosto se arremolinaba
por la carretera en borrosas olas, quemándome los pulmones. Deseé que hubiéramos
estado en mi porche, escuchando las cigarras zumbar, o en la cascada, con espuma fría
cayendo sobre nosotros.
Nicki torció sus dedos juntos y dijo: —Vamos.
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Le temblaba la voz y pensé en cogerle la mano para calmarla. Pero no veía
como poner mi mano entre las suyas, para romper su nudo de nervios. Nunca tocaba a
la gente, de todas maneras.
Caminamos detrás de la oficina de correos y algunos almacenes. Bolsas de
basura vacías y envoltorios pasaron volando por nuestro lado. Las aceras estaban
arruinadas, las malas hierbas crecían a través de las grietas. El sol pesaba sobre
nuestros hombros; ya tenía la camiseta mojada. Gotas claras se reunieron en la piel de
Nicki.
Tenía curiosidad sobre cómo iba a actuar la psíquica, lo que diría, si la pillaría
en cualquier truco obvio. —La regla principal —dije—, es que tú no le digas nada, deja
que ella te hable.
—¡Lo sé! Dale una oportunidad.
Llegamos a una hilera de casas de ladrillo detrás de una valla metálica, y Nicki
comenzó a contar las direcciones. Quería preguntarle que si la psíquica era tan
poderosa, porque no había predicho el numero ganador de la lotería y se había
mudado a un vecindario mejor. Pero me mordí la lengua. De todas maneras, me
imaginaba que los psíquicos oían la pregunta de la lotería todo el tiempo,
probablemente tenían algún tipo de respuesta para ello.
—Esta es —dijo Nicki, cuando un paquete de galletas de queso le rozó el
tobillo. Caminamos hacia la puerta de la casa de ladrillo. Llamó al timbre.
—¿Estás bien? —pregunté.
—Sí —Espetó.
Había estado equivocado sobre las ropas y el cristal. No tuvimos incienso, una
habitación oscura o misteriosa música de fondo. En cambio una pequeña mujer
redonda y con gafas nos dejo entrar. Me recordaba a la abuela de Jake, que solía
visitarlo en Patterson.
Entramos a un salón con millones de figuritas de porcelana alineadas en
estanterías que colgaban de las paredes. Muñecos de nieve, bailarinas, perros, gatos,
caballos, unicornios, flores…. Mis ojos se enroscaron intentando enfocarlas a todas.
Nicki y yo nos paramos mirando hacia las figuras (que nos devolvían la mirada)
mientras la psíquica esperaba frente a dos sofás color huevo que eran totalmente
eclipsados por las estanterías. Todavía no intento hablar con nosotros. Aparentemente,
había aprendido que sus invitados necesitaban tiempo para aclimatarse a las
estanterías.
—¡Guau! —dijo Nicki, al final.
—¿Te gustan?
—Um… claro. Son monas.
—Tú eres Nicki —dijo la psíquica, entonces elevó sus cejas hacia mí.
Quería hacer que ella adivinara quien era yo, para comprobar sus poderes, pero
Nicki dijo: —Este es mi amigo Ryan.
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—Bienvenidos, por favor coger asiento.
Nos hundimos dentro de los gigantes cojines que olían a rancio del sofá.
—Gracias por encontrarse conmigo. Sra. Hale. O usted… ¿Cómo la debo
llamar? —La voz de Nicki subió una octava, como si hubiera rejuvenecido desde que
habíamos entrado por la puerta. Sus manos exprimiéndose una a la otra.
—Por favor, llámame Andrea —dijo la psíquica.
Andrea Hale. Así que no se llamaba algo como Madame Zorela. Y continuaba
sonriendo como una abuela lo haría, como si fuera a ofrecernos galletas recién hechas
en vez de un encuentro con un muerto.
Nicki escarbó en el bolsillo de sus pantalones cortos y sacó unos billetes
sudorosos. El dinero por delante, por supuesto.
Andrea metió el dinero en un cajón y se sentó en el otro sofá. —¿Con quién
deseas hablar?
Hablé entonces: —¿Eso no nos lo debería decir usted? —Andrea sonrió.
—Hay algunas almas que quizás quieran hablar contigo. Podemos ahorrar
tiempo si puedo centrarme en alguien específicamente.
Incluso aunque no me creía nada de esto, por un momento mi piel hormigueó
cuando dijo eso de que había almas que querían hablar con nosotros. No ayudaría
imaginar montones de gente muerta concentrados en la puerta. Quizás se harían cargo
de las figuras y tendríamos una tormenta de pequeñas figuras de porcelana volando a
través de la habitación.
—Mi padre —dijo Nicki—. Su… su nombre era Philip Thornton.
Andrea asintió y cerró los ojos.
Un viejo aire acondicionado en la ventana rugió y resonó de fondo. Nicki se
estremeció a mi lado, pero no fue por el aire acondicionado, porque debíamos de estar
cerca de los ochenta en esta habitación cargada. Mire hacia arriba a las estanterías, a
todos los puntos negros fijos de los ojos de las figuritas de porcelana y aparté la mirada.
La frente de Andrea estaba arrugada. Sus labios trabajaban. Nicki seguía
aguantando la respiración, quedándose sin aire y luego jadeando. Deje la rodilla a una
pulgada de la suya, sin tocarla, pero lo suficientemente cerca para recordarle que
estaba allí.
Los ojos de Andrea permanecían cerrados. Un camión retumbó calle abajo,
agitando la casa. Las figuras de porcelana se sacudieron, mirándonos. Pensé otra vez
en ellas volviendo a la vida. Quizás se iban en estampida por la casa durante la noche.
Luego me di cuenta que si seguía pensando así, acabaría en Patterson.
—Philip esta aquí —dijo Andrea.
Mis ojos se lanzaron por la habitación buscando una sombra, una bruma, una
agitación en el aire. Nada.
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Nicki exhaló. Parpadeó, agrupando las lágrimas en sus pestañas, yo quería que
no la creyera tan pronto, que no se tirara a la piscina si comprobar el agua.
Ella dijo: —Um… sí ¿Él me recuerda?
Silencio. Andrea sonrió. —Sí, por supuesto, tú eres su hija; él nunca te olvidará
—Se rió entre dientes—. Él se está riendo un poco de que pensaras que te había
olvidado… pero en el fondo esta triste.
Nicki clavo sus uñas en las palmas de su manos, dejando marcas púrpuras.
—Pregúntale porque lo hizo.
—¿Por qué lo hizo? —Repitió Andrea.
Sí, pensé. No hay muchas pistas en eso. ¿Las hay, Andrea? ¿Ahora qué vas a
hacer para arreglarlo?
—Sí —dijo Nicki con voz firme.
La voz de Andrea vaciló. —Él no cree… que pueda explicártelo. Lo desearía…
es complicado, él no está seguro de que lo vayas a entender…
—No lo entiendo. Por eso estoy aquí —Nicki se pasó una mano por la mejilla,
donde sus lágrimas se estaban derramando.
—Él quiere que sepas que te quiere.
—Sí, ¡Lo sé! Sé eso. Necesito saber porque él… —Le pegué a Nicki con la
punta del codo antes de que ella pudiera dar más pistas. Ella miró hacia mí. Su rostro
enrojecido, sus ojos rojos.
—Necesito saber por qué hizo lo que hizo.
Andrea seguía arrugando su frente, como si pudiera exprimir una respuesta del
aire por pura concentración.
—Él lo siente —dijo ella.
—¡Eso no me dice nada! —La voz de Nicki se rompió en la última palabra; el
borde irregular de esto parecía cortarme. Había estado esperando que viera lo inútil
que era esto, que viera que Andrea era un fraude. Pero ahora estaba dispuesto a que
Andrea encontrara al padre de Nicki, o que por lo menos saliera con algo convincente.
Me centré en la cara de Andrea, intentando emitir ondas de pensamientos hacia ella.
—Él…Su voz no es muy clara ahora. Déjame ver si la puedo conseguir más
fuerte.
Sí, puedes hacerlo mejor, pensé. Vamos Andrea.
El aire acondicionado hizo ruido y gimió. Nicki sorbió. Mis piernas se
contrajeron; quería saltar fuera de este sofá y correr.
—Papi —dijo Nicki.
Ahí fue cuando abrí mi boca.
—Pregúntale si tal vez no fue su intención llegar tan lejos —dije.
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Andrea vaciló.
—Pregúntale si él… no vio otra manera en ese momento.
Después de un momento, Andrea asintió. —Es algo así, dice él.
Nicki contuvo el aliento.
—Como si a lo mejor él creía que no podía contarle a nadie lo que estaba
pasando —Añadí yo. ¿Cuánto tiempo le tomaría a Andrea recoger su pista? ¿No eran
las psíquicas buenas supuestamente leyendo a las personas?
—Él estaba envuelto en dolor en aquel momento —dijo Andrea, finalmente
atrapando el enorme balón que le había lanzado—. Él no miro el futuro, las
consecuencias.
Parecía que no podía callarme, ahora que había empezado. —Pregúntale si él
no sabía simplemente que más hacer.
—Él volvería y lo haría diferente si pudiera.
Nicki nos miraba, su cabeza balanceándose adelante y atrás.
—Oh, Dios mío —dijo ella.
Había exagerado, y lo sabía. Había hablado demasiado, dando pistas
demasiado obvias. Pero sabía que había algo de verdad en lo que yo había dicho. Ey,
quizá su padre estaba hablando a través de mí en vez de Andrea. ¿No era eso lo que
Nicki hubiera querido? ¿No fue eso lo que me pidió que hiciera?
Nicki espero a que estuviéramos en la cera de nuevo, para golpear mi brazo con
su puño.
—¿Estas contento, ahora?
—¿Qué?
—No te hagas el tonto.
—Nicki…
—Así que tenias razón, era un fraude. ¿No te hace eso sentir mejor? Pateó una
lata de cerveza vacía contra la pared de una casa.
—¿Qué te hizo decir que era un fraude?
—¡Oh, vamos! Era tan obvio. Se lo estabas dando todo.
—No sé de lo que me estás hablando —Pero podía oír la mentira en mi propia
voz.
—¿Te estabas burlando de mí?
—No.
Sollozó. La senté bajo un muro desmoronado delante de un almacén.
—Era tan mala, que ni siquiera pude pretender que la creía.
—Lo siento —dije.
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—ya, seguro...
—No, quiero decir… pensé que podría pasar esto, pero no quería que pasara.
Me gustaría que hubieses conseguido lo que querías.
La dejé limpiarse la cara en la manga de mi camiseta. Ella rodó sus ojos
enrojecidos hacia mí.
—¿Por qué alimentaste su historia de todos modos?
—No lo sé.
—¿Creías que me estabas engañando? ¡No soy estúpida!
—No pensé en ello. Solo me salió.
—Ahora nunca sabré porque lo hizo.
—Él probablemente no te lo diría, aunque estuviera aquí mismo.
Ella sollozó. —Podría haberme dejado una nota a algo. ¿Por qué no lo hizo?
¡Dios!
Se frotó en mi manga húmeda. Estaba pensando en porque y cuan complicada
era esa pregunta, cuando habló de nuevo.
—¿Tú escribiste una nota?
—¿Qué?
—¿Tú escribiste una nota?
El clima caluroso hacía que mi cuerpo estuviera empapado en sudor, pero no sé
como, la boca se me había secado.
—No.
—¿Por qué no? ¿Por qué demonios no? —Se levanto, paseo en un círculo
cerrado, y pateó la pared en la que yo estaba sentado.
—Mira, esto no es sobre mí.
—Tú hiciste esto algo sobre ti, ¿no? Seguro como el infierno que tú hiciste de
esto algo tuyo ahí dentro —Apunto atrás, hacia la casa de la psíquica.
—Quería que sacaras algo de allí. Andrea se estaba ahogando como un pez
muerto. Te lo dije, no lo pensé.
—Sí, seguro que no lo hiciste —Se limpió la cara con el botón de su camiseta,
dándome un destello de un sujetador azul oscuro.
Ella no pareció notarlo o importarle. —Así que tú le diste a mi padre… perdón,
al imaginario fantasma de mi padre… todas tus razones.
—¿Quién dice que esas eran mis razones?
Ella resopló. —¿Qué más podían ser? Tú no te sacaste todas esas cosas de la
nada.
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Todo se drenaba fuera de mí; No podía apenas mantener la cabeza levantada.
Me incliné y apoye los cojos sobre las rodillas. Ella frunció el ceño, se dio la vuelta, y
pateo un trozó de ladrillo de la acera. No me dejé a mí mismo pensar si tenía razón, si
las palabras que puse en la boca de Andrea, habían sido mías. Después de todo, el
padre de Nicki no pudo cometer los mismos errores que cometí, no podía haber
arrastrado la misma vergüenza con la que yo cargué. Quizás él sintió lo que yo sentí…
ese pozo triste de entumecimiento… pero él no había tenido una Amy Trillis o una
Serena.
Él nunca tuvo que esconder un jersey rosa en su armario. Él no tuvo que hacer
las cosas que yo hice. Apostaría por ello.
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Traducido por ♥...Luisa...♥ & Panchys
Corregido por Juli_Arg
uvimos que esperar otra media hora antes de que Kent nos recogiera.
Nicki compró un zumo de uva, yo una Coca-Cola y nos sentamos en un
banco fuera de la oficina de correos, viendo a la gente entrar y salir. Las
comisuras de la boca de Nicki se pusieron moradas por el zumo, pero el
color rosa en su rostro y sus ojos se estaba desvaneciendo. Ya parecía normal en el
momento en el que Kent se reunió con nosotros.
Quería preguntarle acerca de su padre, para saber más sobre la persona cuyo
espíritu habíamos tratado de invocar, pero no quería arruinarla de nuevo ahora que
había dejado de llorar. No me podía imaginar a mi propio padre no estando cerca. A
pesar de que viajaba todo el tiempo, por lo menos sabía que él estaba en algún lugar
del planeta, caminando, hablando y pensando. Donde estuviera, se encontraba en una
reunión de negocios, llevando las gafas en la nariz y estirándose la corbata, o sentado
en un restaurante extranjero aclarándose la garganta y parpadeando de la manera en
que lo hacia cuando tenia que comer alimentos que no le gustaban. O tal vez estaba en
un aeropuerto, comprobando los resultados de béisbol de su equipo, ya que se suponía
que volvería a casa hoy. Pero si quería oír su voz, todo lo que necesitaba era un
teléfono. No tenía necesidad de psíquicos que lo llamaran.
Miré de reojo a Nicki. Ella inclinó la botella, y la última pulgada de jugo de
color morado ondulaba de ida y vuelta.
—No puedo creer que empiecen las clases en un par de semanas —dijo—. Vas a
ser un junior, ¿verdad?
—Sí. —Si quería alejarse de hablar de padres muertos, estaba bien conmigo.
Val, Jake y yo solíamos hacer eso en Patterson, íbamos a hablar de uno a otro cuando
algo era demasiado. Se podían escuchar las voces de la gente, cuando se acercaban al
borde del colapso: un sonido fuerte estrangulado en la garganta, sus palabras saliendo
delgadas y de madera. Tal vez esa tensión fue lo que hizo tragar a Nicki todo el jugo.
—¿Echaste mucho de menos la escuela cuando, tú sabes, estuviste en el
hospital? —preguntó.
—Sí, pero lo arreglé. Regresé en mayo, e hice un trabajo extra hasta julio, así
que no me detuve.
T
5
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—Voy a estar en la escuela secundaria, también este año. ¿Con quién pasaras el
tiempo allí?
—Nadie especial. —Sorbió de la parte inferior de la botella.
—¿No tienes amigos?
Conocía a personas, pero no diría que tenía amigos en esta escuela. No estaba
seguro de lo que me había impedido hacerlos. Es cierto que era conocido como el
chico que había intentado suicidarse y pasó varias semanas en el manicomio, lo que no
me hizo el Sr. Popular, pero más que eso, era que me resultaba más fácil no arriesgar
nada con nadie más. No necesitaba amigos en la escuela de todos modos, desde que
tuve a Jake y Val. Le dije a Nicki, —Sí, un par de chicos que conocí en el hospital.
—¿Están ellos como… locos?
—Cierto. Nos reunimos a babear y a aporrearnos en la cabeza a nosotros
mismos. Esa es la verdadera vinculación entre locos. —Un camión de correos paso
pesadamente junto a nosotros, arrojando gases. Contuvimos la respiración, y cuando el
camión había doblado la esquina, Nicki, dijo:
—No lo quería decir de esa manera. ¿Siguen en el hospital?
—No, todos salimos. Val salió la primera —Me detuve, recordando el
momento en que Val había vuelto a Patterson. El recital que había dado en la sala de
estar. Su mano sobre mi muñeca.
—¿Qué? —dijo Nicki, viendo que yo no estaba del todo con ella. Negué con la
cabeza.
—Solo pensaba en algo. —Kent se detuvo entonces, parando la conversación.
***
Nicki jugó con la radio hasta que Kent le gritó. Apoyé la frente en la ventanilla
del coche, acordándome aún de la noche de abril en Patterson, cuando Val había
venido a visitarme. Al verla entrar en el hospital como un extraño, uno de ellos y no
uno de nosotros, apenas podía siquiera hablar con ella. Una bola de ácido se sentó en
la parte superior de mi garganta todo el tiempo que estuvo allí. No quería ir a su
recital, pero Jake me había encerrado en la sala de estar con los demás.
—¿Cómo es que estamos usando la sala de estar por la noche? —repliqué, pero
él no lo oyó. Se fue y se sentó en la parte delantera, mientras que Val calentaba en el
piano desafinado, haciendo una mueca como siempre lo hacia en las notas más
confusas.
Me senté en la parte posterior, cerca de la ventana. No encendí la lámpara junto
a mí, pero las otras luces fueron suficientes de modo que todo lo que pude ver por la
ventana era el reflejo de mí mismo y la sala de estar con los otros psicópatas. Y aunque
la música de Val tiraba de mí como una corriente de resaca, a pesar de que algunas de
las personas a mi alrededor lloraban y mis ojos ardían y me dolía la garganta, todo lo
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que podía pensar era lo mucho que la odiaba, y que no la miraría y que no quería
escuchar su música. Lo pensé, incluso cuando la música me llenaba.
La había echado de menos. Nunca había dejado de buscarla en esos pasillos.
Siempre había un gran sitio vacío a mi lado en el comedor, en el grupo, en el salón
social, en el patio. Sin embargo, me quedé en mi asiento cuando el recital había
terminado, con las piernas pesadas, hasta que pudiera confiar en mí mismo para poder
pasarla con la cara en blanco. La gente se amontonó a su alrededor, incluyendo a Jake.
Ella estaba hablando con ellos cuando salí de la sala de estar. Pero me siguió
hasta el pasillo y me tocó el brazo.
—Oye, ¿no ibas a saludarme?
—Hola.
—¿Qué pasa?
—¿Qué te hace pensar que algo está mal?
—Bueno, todo el tiempo que toqué tú te sentaste allí con los brazos cruzados,
mirando por la ventana. Viéndote muy cabreado. —Su voz se suavizó—. ¿Qué es?
Habla conmigo.
—No lo entiendes —Le dije, negándome a mirarla a los ojos.
—¿No entiendo qué?
Me concentré en la señal de salida a través del pasillo. —Fue amable de tu parte
venir a tocar para nosotros, unos patéticos confinados, pero puedes volver a tu vida
normal ahora.
Fue entonces cuando me agarró del brazo, envolvió mi muñeca, y mi pulso latía
contra su mano. Dijo: —Todavía soy…
Su contacto había pegado la lengua a mi paladar, pero la liberé y con voz ronca
dije: —¿Aún qué?
—Sigo siendo tu amiga. Dios, Ryan, ¡solo ha pasado una semana! ¿Crees que
me voy a olvidar ti y lo que se siente al estar aquí? ¿Crees que quiero olvidar?
—¿Por qué querrías recordar?
—Porque es parte de mí. Porque yo los amo, a ti y a Jake.
Negué con la cabeza. No importaba si se trataba de una semana o una hora: ella
había cruzado esa línea. Estaba allí ahora, en el mundo normal, y estaba atrapado
aquí, todavía enfermo.
—¿Por qué crees que vine aquí hoy?
—¿Caridad?
Ella apretó los labios hasta que casi desaparecieron. —¿Por qué estás siendo un
idiota? ¿Caridad, de verdad? Vamos.
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—Tú estás ahí y yo no. —Sus dedos quemaron mi muñeca mientras trataba de
hacerle entender. No podía ver por qué no lo entendía, a menos que no quisiera
hacerlo.
—Estás teniendo una vida. —Ahora iba a pasar todo el día con personas reales,
con chicos que no eran enfermos mentales, quienes no se obsesionaban con quitarse la
vida, que nunca se habían avergonzado a ellos mismos delante del grupo.
—Deja de actuar como si yo estuviera arriba en un algún pedestal. De todas
formas, vas a salir pronto. ¿No lo sabes?
Solté una risita.
—Lo digo en serio, Ryan. Pasaste de esconderte bajo la cama a ayudar a
algunos de los chicos nuevos. Tú y Jake solían ir una y otra vez acerca de la muerte, y
ahora hablan de ponerse al día en la escuela. Solías caminar como un zombie, dentro
de tu pequeño propio mundo. Ahora, la mayoría de las veces, te las arreglas para estar
aquí con el resto de nosotros. —Sus dedos apretaron—. A pesar de que has estado
actuando como un imbécil toda la noche, todavía estás aquí. Me di cuenta de que
estabas enojado. Así que estás enojado, por lo menos tienes algo. Tú ya no eres nada.
Se soltó y tuve el impulso natural de agarrarla de vuelta, para aferrarme a ella
como si pudiera mantenerme con vida. Pero no lo hice. La dejé ir, y cuando me llamó
dos días después, fui capaz de decirle que tenía razón. Se estaban preparando para
dejarme salir, también.
***
La verdad es que cuando me tocó, agitó algo que estaba muerto en mí desde
hacía meses. La idea de chicas y sexo se había apagado, se había ido en cenizas, se
deslizó bajo capas de lodo negro. Había dejado de soñar despierto con eso o esperar
por ello o siquiera recordar su existencia. Había olvidado lo que era desear eso,
olvidado cómo se sentía el localizar el cuerpo de una chica con los ojos y querer seguir
con mis manos. Había estado adormecido hasta que los dedos de Val, en la fina piel de
mi muñeca, me hicieron recordar el calor, me sacudieron de nuevo en el hambre.
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Traducido por pao*martinez
Corregido por LuciiTamy
icki quería ir a la cascada tan pronto como regreso de Seaton. No
había pensado en que una caminata desde su casa, era mucho más
larga que desde la mía, y cuesta arriba. Los dos estábamos jadeando
cuando llegamos a la piscina, algunos niños pequeños lanzaban rocas
en el agua, pero huyeron cuando nos vieron llegar.
Me despoje de mi camiseta. Nicki se saco la suya también, la dejó caer sobre el
banco, y se sumergió en el agua. La observé durante un minuto, su sostén de color azul
oscuro contra la palidez de su espalda, hasta que desapareció bajo la cortina de agua.
No sabía lo que quería decir arrancándose la camisa frente a mí. ¿Qué no le
importaba si yo la veía de esa manera, ya que no era nadie? ¿O es que estaba tan
molesta por lo ocurrido con Andrea que no sabía lo que estaba haciendo?
Salió un minuto después, jadeando, agua chorreando de su pelo.
—¿Viste este lugar la primavera pasada? —dijo—. El agua te noqueaba, si
eras tan estúpido como para permanecer en ella.
Ya lo sabía, porque había sido lo suficiente estúpido.
Sin responder, me metí en el agua y me hundí hasta el fondo, deseando lavar las
figuritas de porcelana, la suave sonrisa, sacarme el aire acondicionado, y todo rastro
del gran fracaso psíquico de Andrea. El agua martillaba bajo sobre mí y me quedé allí
de pié durante más tiempo del que jamás había podido estar antes, comprendiendo que
Nicki tenía razón: la sequedad del mes de agosto había reducido un poco el poder de la
cascada. Pero al salir, su rugido aún me llenaba la cabeza.
—Me estaba preparando para ir tras de ti —dijo Nicki, frotándose los brazos.
Le di mi camiseta para secarse. Ella se retorció en su camisa seca y se apartó el cabello.
—¿Estás bien? —pregunté.
—No.
***
N
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Fuimos a mi casa. En el sótano, la habitación de entrenamiento tenía un
armario lleno de ropa de gimnasia de mi madre, saque un par de pantalones de
ejercicio para que Nicki usara mientras tendía sus pantalones cortos en
la barandilla de la cubierta. Me deshice de mi ropa mojada en la lavadora para que
mamá no la viera.
Mis padres sabían que yo nadaba en el río, pero no que estaba debajo de la
cascada. Al principio de mudarnos aquí, me habían dicho que la cascada era
peligrosa, pero nunca me habían prohibido expresamente ir bajo de ella. Supongo
que nunca se les ocurrió que lo haría. Tampoco es que pensara decírselo y cuantas
menos oportunidades tuvieran de ver mi ropa mojada, menos oportunidades habría de
que preguntaran.
Nicki y yo nos sentamos en el suelo de la sala con la luz del sol filtrándose a
través de las agujas de los pinos, que brillan frente a nosotros.
—No lo tomes a mal —dijo Nicki—. Pero no entiendo por qué alguien que vive
en un lugar como éste querría quitarse la vida —Miro hacia mí pero yo
estaba mirando por la ventana. Probablemente no se dio cuenta que había escuchado
lo mismo unas cien veces antes y que incluso me lo había dicho a mí mismo. A
menudo pensaba que no tenía nada de que quejarme, en comparación con algunas de
las historias que había oído en Patterson. Había niños que habían sido violados por sus
propios padres, niños que habían sido golpeados, quemados o ahogados, niños cuyos
cerebros estaban tan jodidos por las drogas que no sabía cómo habían logrado
alimentarse por sí mismos. Había niños que nunca sabían cuál de sus padres estaría en
casa o cuándo iban ser canjeados por una parte del dinero en
una pelea de divorcio. Conocer todas esas historias me confundía más, porque a mí no
me sucedía nada de eso. Yo no sabía por qué diablos caía en el abismo ¿por qué nunca
pude ver lo que me estaba empujando hacia abajo?
***
Nicki y yo nos sentamos un rato más. En algún momento me levanté y traje un
plato de frutos secos, semillas de girasol y arándanos. Nos llenamos de eso, lamiendo
la sal de nuestros dedos.
—Este alimento no es para pájaros ¿verdad? —dijo.
Me eché a reír. —¿Y qué pasaría si te digo que si? ya nos hemos comido la
mitad del plato.
Ella chilló.
—No —dije, sonriéndole, y se calmo—. Es solo esta mierda de merienda
saludable que a mi madre le gusta comprar. De todos modos, estoy comiéndolo
también, ¿no?
—Sí, pero tú tienes deseos de morir.
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Me eché a reír de nuevo. Su rostro se había congelado al segundo después de
decirlo, como si quisiera morder las palabras en el aire y llevarlas de vuelta a la boca.
Pero yo estaba bien. De hecho, quería que más chicos en la escuela dijeran cosas así,
en lugar de las miradas furtivas a veinte metros de distancia como solían hacer. No es
que yo sepa tampoco la forma de hacerles saber que estaba bien.
No podía dejar de pensar en la sesión de Andrea, los instantes que esperé
mientras intentaba ponerse en contacto con el padre de Nicki
—¿Qué quieres de tu papá? —pregunté.
Me tendí en el sofá, mientras ella se sentaba en el suelo recogiendo las últimas
nueces y bayas.
Se detuvo con los dedos en la boca y se quedo mirándome fijamente. Luego
sacó su mano y dijo:
—Tuve una muñeca que solía ser de Kent. Bueno, realmente se trataba de un
muñeco, Kent lo llamaba una figura de acción. Lo llamé Slade porque pensé que era el
mejor nombre —Ella deslizó los dedos a lo largo de la parte inferior del cuenco con
sal—. Un día deje a Slade en Seaton Park, no me di cuenta hasta que llegamos a casa.
Estaba histérica. Matt y Kent me dijeron que seguramente lo robaron, había llovido
sobre él o fue masticado por animales salvajes. Mi papá me llevo al parque a buscarlo,
a pesar de que la cena estaba lista. Esa es la clase de persona era mi padre.
De nuevo se llevó los dedos a la boca, para chupar la sal. Me quede mirando
sus labios. Parecía estar esperando a que yo hablara, pero cuando no lo hice, se saco la
mano de la boca y la sacudió en el aire.
—Él solía apostar a los caballos en Sandford, a veces me llevaba. Me encantaba
ver a los caballos correr, especialmente cuando pasaban por donde tú estabas, como un
trueno. Planificábamos lo que íbamos a hacer con el dinero que ganara excepto que
casi nunca ganó. Una vez que ganó cien dólares y tuvimos una gran cena, pedí creme
brulee para cenar.
Ella se echó a reír.
—Yo ni siquiera sabía lo que era. Lo llamaba “Crema brooley”.
Apoyé la barbilla sobre las manos —¿Qué más?
Me sentí un poco como la Dra. Briggs. Fue agradable ser el que escucha por
una vez y no tener que raspar las cosas fuera de mi propio cerebro para poder tener de
que hablar.
—Él solía discutir con mi mamá. Sobre el dinero y de lo tarde que se quedaba
fuera con sus amigos —Trató de girar el plato, pero no se deslizaba bien en la
alfombra—- Nunca habló de suicidio. Hasta donde yo sé.
Yo nunca había hablado de ello tampoco, no de antemano.
Me miró. —Se pegó un tiro en el bosque detrás de la casa. Mi hermano Matt y
yo lo encontramos.
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Mi estómago dio un vuelco. Quede aplastado por las imágenes de la sangre y el
cerebro, los huesos rotos. No me podía imaginar lo horrible que sería encontrar a
alguien que se había disparado, por no hablar de tu propio padre. Sobre todo desde que
se veía con el chico que se ahogaba en la cascada. Dios, ¿cómo hizo ella para no
quebrar su mente y terminar en un lugar como Patterson?
—Eso es una mierda, lo siento Nicki.
—Para ti es fácil decirlo ¿Quién te encontró?
—No estamos hablando de mí.
—Solo quiero saber por qué lo hizo —Fijo su mirada en la mía—, ¿Por qué lo
hiciste tú? Y no me digas que no eres mi papá. No me importa. Él no está aquí para
preguntarle y tú sí.
—Debes preguntarle a tu madre —dije—. Después de todo, no conocí a tu
padre y ella sí lo hizo.
—Ella no puede hablar sobre él. Si el tema está por salir, pone esa mirada
enferma en su rostro. Y de todos modos, tú lo debes de saber, quiero decir, tú debes de
sentir lo que él sintió.
—No es lo mismo para todos —Le dije—. En mi grupo del hospital, las
historias de todo el mundo eran diferentes.
—Eso no es lo que quiero decir. Quiero saber cómo llegaste hasta este punto,
lastimarte a ti mismo es algo que tienes que tomarte en serio. Cuando piensas; “sí,
puedo hacer eso”.
Cerré los ojos para no tener que mirarla.
—Dime —dijo.
Tal vez no tendría que decírselo si no la hubiera acompañado a la casa de
Andrea. Si yo no hubiera tratado de ayudar a Andrea a conjurar el fantasma del padre
de Nicki, si yo no hubiera visto llorar a Nicki. Si ella no hubiera bromeado conmigo
como si fuera una persona normal, en vez de ser un frágil psicótico desequilibrado. Si
ella no hubiera querido ser la única en encontrar a su padre.
Pero todas esas cosas sucedieron, así que tome aire y empecé hablar.
***
Nos mudamos a esta casa. La casa de ensueño de mi madre, a la mitad de mi
segundo año. Nunca había sido el niño nuevo antes, nunca había pensado lo extraño
que sería incluso encontrar los baños, no importa el lado derecho de las cafeterías o el
lado derecho del autobús; cuando eres nuevo uno esta realmente solo.
Entonces la casa se empezó a desmoronar.
Sucedió durante las tormentas de febrero, cuando una descongelación rara nos
golpeo con lluvias torrenciales. El agua caía, se derramó por el arrollo y golpeó en el
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techo. Incluso se filtró dentro de la casa. Se filtró por el borde de las ventanas, el techo
tenía goteras.
Una noche, con relámpagos como luz estroboscópica, mientras corríamos a
poner las ollas para el agua de la lluvia, yo me reía ya que esta casa de lujo, la obsesión
de mi madre por años, se estaba desmoronando literalmente desde los cimientos.
—Yo no le veo nada gracioso —mi madre se quebró, poniendo toallas para
absorber el agua que había formando un charco y empapaba la alfombra.
—Es una locura —acerté a decir, tomando una respiración. No podía creer que
no viera un poco de ironía o humor, o lo que sea dada la situación. Aquí corríamos
como locos, tratando de captar cada nueva mini cascada. Yo estaba en pantalones
cortos, ya que eso es lo que llevaba a la cama. Mis padres llevaban batas sobre sus
pijamas y el pelo empapado.
Seguimos tropezando mientras corríamos a tapar una fuga tras otra. La casa iba
a ser perfecta, y no lo fue.
Algo sobre eso me hizo sentir mejor de lo que había sentido en semanas, redujo
la presión en el pecho. Hacia tiempo que no me había reído y creía que pasaría un
largo tiempo hasta que pudiera volver a reír otra vez, pero esa noche no podía parar.
***
Alquilamos una casa en Seaton, mientras que esta estaba con goteras y sin
impermeabilizar. Mi madre estaba furiosa, documentado cada paso para la demanda
que iba a presentar contra la constructora. Sacamos cajas y maletas, dejando aquí la
mayor parte de nuestro mobiliario cubierto con lonas de plástico. Todo en la casa
alquilada era extraño. Tropezaba contra las paredes cuando iba al baño en mitad de la
noche. Nada me era conocido.
Seaton High aún era bastante nuevo para mí también, no encaje en ninguna
parte. Me tropecé a través de los días, siempre un poco perdido.
Perdí los horarios de los equipos, así que perdí las audiciones de béisbol.
Cuando hablé con el entrenador, estuvo de acuerdo en que me vieran practicar para
poder demostrar lo que sabía hacer. Pero antes de hacerlo, tuve el peor dolor de
garganta, con escalofríos y fiebre.
Resultó que tenía mononucleosis, y estaba tan enfermo que casi ni podía
arrastrarme hasta el baño. Solía detenerme en un cierto punto a mitad del pasillo,
donde mi madre había enchufado una lámpara en forma de concha. Me encontraba
ahí tendido con la cara contra la alfombra, inhalando las migajas y motas de tierra que
habían caído, mirando hacia la carcasa de plástico. Reunía fuerzas para hacer la mitad
del viaje. Sobre todo, eso es lo que recuerdo de las dos semanas de enfermedad: la
lámpara de noche.
El entrenador me envió un mensaje para que olvidara el béisbol. Dijo que era
solo un estudiante de segundo año, y que de todos modos podría intentarlo el año que
Página50
viene, pero me pareció difícil creer que alguna vez volviera a jugar. También había
tenido que dejar de correr. Lo había hecho por diversión, no para un equipo.
Nunca un había hecho un seguimiento de mis tiempos o distancias pero lo
hacía porque me gustaba, porque sentía la sangre correr a través de mí y me hacía
sentir menos como si estuviera viviendo detrás de un panel de vidrio.
***
—¿Qué quieres decir con un panel de vidrio? —Preguntó Nicki.
—Es como que puedo ver y oír a todo el mundo, pero no estoy realmente allí
con ellos. La sensación iba y venía, quiero decir, que siempre se me pasaba. Hasta el
año pasado, cuando se ese sentimiento se quedó.
La Dra. Briggs, una vez me preguntó por cuánto tiempo había sentido eso.
Pensé que tal vez todo comenzó cuando tenía ocho años. La primera vez que me subí
al trampolín en mi clase de natación, nadie más había parecía asustado, así que todo
actué como si nada pasara, solo después en el vestuario sentí las sacudidas.
—Hay un adormecimiento que va con ello —Le dije a Nicki—. Es como estar
muerto, pero no estás muerto oficialmente. Quiero decir, es como pensaba que se
sentía.
Ella asintió con la cabeza como si hubiese dicho algo con sentido, tocándome la
mano. Me obligue a mirarla, a seguir hablando, porque si me detenía y dejaba de sentir
su mano en mi piel, jamás podría pasar a través de la parte del garaje.
***
Este entumecimiento parecía no irse nunca. Mi madre estaba obsesionada con
la casa. Los contratistas detenían el trabajo en el techo y las ventanas sin razón,
desaparecían durante días y dejaban algunas cosas en el aire. Mi padre estaba de viaje
y cuando regreso dijo:
—¿No está listo todavía?
No parecía dejar de llover nunca, no tenía ningún amigo en la escuela. Yo aun
tenía mononucleosis, pero por lo menos podía ir a clase otra vez aunque no podía
volver a correr. Llegaba todos los días a la casa y era para dormir. No hay nada como
el agotamiento de la mononucleosis. No es como estar cansado después de un buen
entrenamiento o de una noche sin dormir, ese el tipo de cansancio en el que apenas
dejas de moverte, empiezas a recargarte de nuevo. Con la mononucleosis, no es así. Te
sientes como si nunca hubieras tenido energía y nunca más la volverás a tener. Eso
hubiera sido aterrador, excepto porque se necesita energía para que eso me importara,
y yo no la tenía.
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try not to breathe Jennifer R H

  • 1.
  • 4. Página4 Sinopsis Capítulo1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Índice
  • 5. Página5 yan pasa la mayor parte de su tiempo a solas en la cascada local porque es la única cosa que le hace sentirse vivo. Tiene dieciséis, es post- suicida y trata de saber qué hacer consigo mismo después de una temporada en el hospital psiquiátrico. Entonces, Nicki irrumpe en su mundo, rebosante de vida y energía, y hace preguntas sobre la depresión de Ryan que nadie más ha sido lo suficientemente valiente – o se ha preocupado lo suficiente - para preguntar. Ryan no está seguro de porqué confía a Nicki sus más oscuros secretos, pero esa confianza se convierte en el catalizador que él necesita desesperadamente para comenzar una nueva vida. R Sinopsis
  • 6. Página6 Traducido por ♥...Luisa...♥ Corregido por tamis11 ra peligroso estar bajo la cascada, pero algunos chicos lo hacían de todos modos, y yo era uno de ellos. El agua golpeaba mi mente en blanco, picándome la piel. Golpeándome la espalda desnuda, el pecho y los hombros con tanta fuerza que no podía pensar. El agua podría derribarme, forzarme a sacar el aire de los pulmones o clavarme a la roca, y yo lo sabía. Pero lo seguía haciendo. Las cabezas de mis padres habrían atravesado el techo si lo hubieran sabido. Habían hecho todo lo posible para envolverme en algodón desde que había salido del hospital Patterson hace unos meses. Mi madre entraría en pánico si me saltara una sola dosis de mis medicamentos, por lo que obviamente, no iba a decirle nada acerca de la cascada. Y de todos modos, ¿cómo podría explicarlo? Porque lo necesitaba. El agua rugiente derrumbándose sobre la repisa y cayéndome en los hombros y la cabeza, el trueno que sentía incluso a través de las piedras resbaladizas bajo los pies. Mis nervios crepitando y zumbando. Era todo lo que podía hacer para estar quieto contra el agua. Lo que fuera que hice para arruinar mi vida, podría seguir haciéndolo por mucho más tiempo, podía seguir así. De acuerdo, creo que no estoy loco. *** Había rumores de que un hombre se había ahogado una vez aquí, o que se había caído desde el acantilado y se había abierto la cabeza contra las rocas, derramando su cerebro en el interior de la piscina de abajo. Cada versión de la historia era más sangrienta y menos creíble que la anterior. Había rumores sobre mí, de lo que había hecho en primavera. Todo el mundo me miraba en los pasillos de la escuela tras haber salido de Patterson. A veces, tuve la tentación de echar espuma por la boca y hacer el paripé de ver gente invisible, solo E 1
  • 7. Página7 porque los otros chicos parecían muy decepcionados de que no lo hiciera. Pero no podía estar seguro de que se dieran cuenta de que habría sido una broma. Las pocas veces que había intentado hacer reír a alguien, todo lo que conseguí fueron miradas nerviosas y retorcidas. Nadie esperaba que tuviera sentido del humor, y era más seguro para mí hacerles pensar que podría ser un demente que probárselo. Así que yo sabía acerca de los rumores, como eran el 95 por ciento de mierda con quizá un núcleo de verdad. No estaba seguro de dónde estaba el núcleo en la historia del hombre muerto en la cascada. *** La primera vez que estuve debajo de la cascada fue en mayo, y seguí haciéndolo durante todo el verano. Julio era tan cálido, imaginaba vapor saliendo de mi cuerpo febril cada vez que el hielo me tocaba la piel. A principios de Agosto tuvimos lluvia. Vi la caída de agua desde la orilla del arroyo, esperando que la tormenta fría pasara, para que el calor regresara. Estaba sentado allí un día, cuando la hermana de Kent Thornton pasó por allí. Kent iba a entrar en el undécimo grado, como yo, y sabía que su hermana era un año menor, pero nunca había hablado con ella mucho más. El año pasado había estado en la secundaria, ya que Seaton High no comenzaba hasta el décimo grado. —Hola, Ryan —dijo, plantando los pies en el musgo. ―Hola —Traté de recordar su nombre, pero no pude. Ella se quedó mirando la carga de agua sobre el acantilado y a los helechos encontrándose con la brisa. —¿Entraras? —preguntó. —No, hoy no —Toda esa lluvia había aumentado el arroyo y la cascada. Tuve la tentación de ver si podía ponerme de pie bajo el peso frío del agua, pero no estaba completamente loco, sin importar lo que los chicos en la escuela pudieran susurrar a mí alrededor. ―Lo hago todo el tiempo —sonrió—. Mi amiga Angie ni siquiera pone el pie en el agua, dice que las rocas son muy resbaladizas. —Lo son —No es que alguna vez eso me hubiese detenido. La hermana de Kent se secó el sudor de la parte posterior de su cuello. —Vives en la casa de cristal ¿no? —No es de cristal —Odiaba cuando la gente la llamaba de esa manera. Parecía que estábamos esperando un programa de televisión que nos presentara en nuestra maravilla arquitectónica de casa. Estilos de Vida de las Personas que Tienen más Dinero que Tú—. Solo tiene un montón de ventanas. ―Lo que sea. Esa es tu casa, ¿verdad?
  • 8. Página8 —Sí. ¿Por qué? —su rostro se puso de color rosa. —Solo me preguntaba —Saludó a la cascada—. ¿Me retas a bajar? —No, hoy hace demasiado frío. Y el agua tiene mucha fuerza. Es algo peligroso. Se metió en el agua. Las ondas se extendieron desde el pie. Llevaba una camiseta sin mangas y pantalones cortos que no se quitó. Caminó hacia la cascada, cayéndose una vez en las rocas cubiertas de musgo. La seguí con la mirada. El terror me apretó el estómago y un nudo se me encajo en la parte posterior de la garganta. Ni siquiera conocía a esta chica, pero no tenía ningún deseo de verla aplastada o ahogada. Desapareció debajo de la cortina plateada de agua. Me puse de pie porque no podía verla más. Eche un vistazo al agua espumosa, tratando de ver en ella, a través de ella. Golpeé ligeramente con los dedos sobre mis piernas, como contando los segundos que había estado bajo. ¿Cuánto tiempo debía esperar antes de ir detrás de ella? Si es que debía ir… Hay una línea muy fina entre un héroe y un idiota. La hermana de Kent salió, escupiendo, con el pelo pegado a la cabeza. Exhale. Levantó un puñado de pelo mojado de la cara, se sacudió como un perro, se rió y me salpicó. —¿Estás bien? —Tenía los labios morados, la piel de gallina y los dientes martilleando uno contra otro. —Tenía que haber traído una toalla —A mí también me había pasado eso de acordarme de la toalla solo cuando ya estaba completamente mojado. —Te puedo conseguir una. —Está bien —se frotó los brazos—. Eso suena fantástico. *** La llevé a mi casa, un paseo de diez minutos por el bosque. No sabía cómo actuar: la posibilidad de hacer contacto con los ojos, cuánto tiempo debía mirarla, cómo de cerca debía ir al caminar. Yo no hablaba mucho con la gente, salvo con Jake y Val, y con ellos podía hablar de cualquier cosa. ¿Qué se supone que le dices a la gente que apenas conoces? Ese era el tipo de cosas para las que necesitaba lecciones, olviden álgebra e historia. Su ropa mojada goteaba sobre las agujas de los pinos que cubrían la ruta de acceso. Algunas veces, ella se acercaba a arrancar las agujas de pino blanco, que colgaban en blandos racimos, de los árboles que había a lo largo del camino. —Así que puedo llegar a ver la casa de cristal —dijo parloteando a través de los dientes.
  • 9. Página9 —No te hagas ilusiones. No es tan emocionante. —Tiene que ser más emocionante que mi casa —¿Qué era lo esperaba, una fuente de champán? ¿Un teatro privado? Me tropecé con una raíz, tambaleándome un par de pasos, y decidí pegar los ojos en el suelo a partir de ese momento. —Creo que te vi en la cascada ayer —prosiguió—. Leyendo, pero te fuiste mientras yo subía por el sendero. —Ah, sí, estaba allí. —¿Qué estabas leyendo? —Ese libro acerca de unos chicos que trataron de cruzar el Océano Pacífico en una balsa hecha a mano. —¿El Pacifico? ¿En una balsa? —Sacudió la cabeza—. Eso es salvaje. Por eso quería leerlo, pero nadie más sabía que parecía impresionado. Mi padre había dicho: "Eh, ¿qué te parece?", exactamente la misma respuesta que había usado cuando mi madre le dijo que el precio del espárrago había subido. Val había dicho: Dios, algunas personas tienen que hacer todo lo posible por complicarse la vida. Mi amigo Jake no parecía tener del todo claro qué océano era el Pacífico. —¿Lo consiguen? —Preguntó la hermana de Kent. Estaba deseando poder recordar su nombre ahora, deseando no haber esperado demasiado tiempo para preguntar. No solo porque se preocupaba por los chicos de la balsa, sino porque no escogía cada palabra como si tuviera que envolverla en papel de seda antes de decírmela —como si pudiera romperme si me dijera algo equivocado. Lo cuál, era la forma en la que me hablaban prácticamente todos los demás en la escuela. —No todo el camino, la balsa se cayó a pedazos, así que tuvieron que dejarlo. —Eso hubiera sido increíble —después de una pausa—. Si lo hubieran hecho, quiero decir. *** Nuestra casa se escondía entre los árboles. Se trataba sobre todo de maderas verticales y vidrio. Mamá decía que tenía líneas limpias y modernas. Y que necesitábamos todas esas ventanas para traer la naturaleza dentro. Mi abuela siempre le decía que era horrible, demasiado grande y demasiado dura, pero nada de lo que nadie dijera podría detener la obsesión que mamá podía sentía por este lugar. Le había costado tres años y un ejército de contratistas para construirla. Había pasado más tardes de las que me gustaría recordar en este patio, respirando la pintura y el aguarrás, quitándome el serrín del pelo. Mamá solía perseguir fontaneros, electricistas y carpinteros por todo el terreno mientras yo hacía mi tarea debajo de los árboles. He desarrollado una increíble capacidad de concentración gracias a estudiar con el tronar de fondo de los martillos y las sierras desgarrando a través de la madera.
  • 10. Página10 La hermana de Kent esperó sobre las baldosas del vestíbulo, mientras le traía dos grandes toallas blancas. —Mullidas —dijo retorciendo su pelo y frotándose con ellas. —Fresco y suave como una mañana de primavera —Arrastre las palabras, citando a un estúpido anuncio de suavizante que últimamente ponían todo el tiempo, y se rió. *** Quería decir algo más sobre los chicos de la balsa del Pacífico, porque hacía días que la historia me rondaba la cabeza, y me imaginaba que estaba allí en el océano con ellos. Pero pensé que tal vez a ella realmente no le importaba, después de todo, tal vez solo estaba siendo amable. —¿Puedo echar un vistazo alrededor? —preguntó. —Supongo que sí —Mamá había dado giras de la casa a todos sus amigos y familiares, pero nunca había prestado mucha atención, más allá de darme cuenta de cómo sus ojos se ponían vidriosos después de la tercera habitación. Sin embargo, si esta chica realmente quería ver la casa (¿para buscar las fuentes de champán que no existen?), no tenía ningún problema con eso—. ¿Quieres secar la ropa? Podría darte una camiseta o algo así. —No, gracias. Estoy bien. Ella me siguió a través de la sala, donde una de las paredes estaba formada completamente por ventanas. La alfombra y los muebles eran de un color blanco, como vainilla, porque mi madre decía que las vistas debían ser el punto focal de la habitación. No es que hubiera mencionado los puntos focales a la hermana de Kent. De hecho, no es que le dijera nada en absoluto, por si acaso ella estuviera tomando notas para poder decirle a todo el barrio cómo era el interior de la casa del loco. Pero todo lo que dijo fue: —Los árboles están ahí —extendiendo los brazos hacia ellos—. Es como vivir en el bosque. Quería ver todo, desde los baños hasta el cuarto de las escobas. Tal vez el cuarto de las escobas era interesante de alguna extraña manera, como prueba de que alguien en nuestra familia era un poco compulsivo — las escobas, mopas y esponjas todos en fila, los trapos del polvo doblados en una pila en el estante, pero por lo demás, no le vi nada fascinante. Entró en mi habitación, sin ni siquiera hacer una pausa en el umbral. ¿Podría ella decir que era la primera mujer con menos de cuarenta en poner los pies allí? Con una mano tapándose los ojos, hizo girar el globo terráqueo de mi escritorio. Detuve el movimiento con las manos y mis dedos aterrizaron en Groenlandia. Estudió mi mano mientras esta descansaba sobre el planeta detenido y sentí que no estaba inspeccionando solo la casa, me estaba inspeccionando a mí también. De repente fui consciente del sonido de mi propia respiración.
  • 11. Página11 ¿Sonaba más fuerte que de costumbre? y si es así ¿lo había notado? Seguí su mirada a medida que esta caía sobre mi ordenador, mi biblioteca y las paredes que estaban vacías excepto por una pintura que Val había hecho en terapia, un abstracto de remolinos azules y púrpuras. A menudo trazaba esos remolinos satinados como si pudiera tocar la piel de Val a través de ellos, como si hubiera dejado parte de su carne en la pintura. —Entonces, ¿cuál es el veredicto? —Le pregunté a la hermana de Kent, cansado de tratar de leer cada abrir y cerrar de sus pestañas, cada movimiento de su boca. No pude evitar la sensación de que ella estaba buscando algo, aunque no podía imaginar lo que era. —Comparados contigo, mis hermanos son unos patanes. Pero la verdad es que comparados con cualquiera, también son unos patanes. Lo único que no quería que ella viera era el paquete que había en el estante superior de mi armario. Traté de pensar en una excusa para mantenerla fuera de allí, como si le debiera una explicación de porqué no podía ver el interior de cada cajón y cubículo. Pero solo miró hacia la puerta entreabierta. Aparentemente mi ropa no era tan fascinante como las mopas y las escobas, y no inspeccionó el armario después de todo. Levantó una esquina de la cortina de la ventana y se asomó. —Me encanta tu habitación. Eres muy afortunado. *** La única puerta que no se podía abrir era la de la oficina de mi madre. Una parte del problema de presentarle a mamá a una chica cuyo nombre no podía recordar, es que no quería pasar por todo el interrogatorio de quien es la nueva amiga de Ryan. Mi madre podría exprimir la biografía completa de cada persona, incluyendo el tipo de sangre y los nombres de los maestros de primer grado. Así que dije: —Mamá está trabajando allí. La hermana de Kent puso la oreja en la puerta. —¿En serio? —susurró—. No se oye nada. Me eché a reír. —Está con el ordenador ¿Qué esperabas? —Por un momento pensé que sospechaba que escondía cuerpos desmembrados allí o algo así. Me podía imaginar lo que los chicos en la escuela dirían si la hermana de Kent les dijera que tenía una puerta misteriosa que nunca se abría. Pero ella se alejó de la puerta y se encogió de hombros. ***
  • 12. Página12 Terminamos el recorrido en el sótano. —¡Santo cielo, es como un gimnasio entero! —dijo—. ¿Utilizas todo este equipo? —Antes, especialmente la cinta para correr. Ahora lo usa más mi madre —La hermana de Kent se abrió paso entre las máquinas. Se sentó en la máquina de remo. —Ey, podemos remar a través del Pacífico —Remó un par de golpes, se detuvo y giró la cabeza hacia mí—. ¿Cómo es que ya no usas estas cosas? —Pasé mi mano por el panel de control de la cinta de correr. —El invierno pasado tuve mononucleosis. Tuve que dejar todo por un tiempo. Solía jugar al béisbol y correr. . . y nunca volví a hacerlo. —Mononucleosis —repitió, como si estuviera sopesando esa historia en contra de los rumores que había oído. Sus ojos eran de color gris pálido, con la luz suficiente, casi parecían transparentes. —Sí —dije, sin parpadear—. Mononucleosis. Se puso de pie y se dirigió a la pared del fondo. A lo largo de una zona de la habitación que era un bar que nunca se utiliza. Mis padres habían tenido una fantasía cuando nos mudamos, que esta sería la sede de los partidos regulares. No estaba seguro de dónde había venido la idea, ya que nunca había antes habíamos tenido una sala para ver los partidos y no la tendríamos ahora. La hermana de Kent se sentó en un taburete de bar, cruzó las piernas y torció el brazo, sosteniendo una copa de vino imaginario. Cubrió su cuello con una de las toallas como si fuera un visón. —Encanh-tador, querih-do —disparó ella, agitando el vaso imaginario—. ¿No vas a ponerme oh-tro? —Di un paso detrás de la barra. —El alcohol está bajo llave. Y tampoco es que haya mucho, para empezar. Pero puedes tener toda el agua tónica que quieras ―Scó la lengua y se atraganto. —Sí, lo sé, la única cosa que me gusta de la tónica es que se vuelve de color azul con luces negras —Se apoyó en la barra y jugueteó con uno de los extremos de la toalla—. ¿De verdad tuviste mononucleosis? —Sí —dije. —Escuché que estabas en el hospital —Miró por encima de mí, al vodka de color verde esmeralda firmado que mis padres habían colgado en la pared para darle ese ambiente de bar. —Estuve —Le dije—. Pero no por mononucleosis. Sus ojos se movieron de nuevo a mi cara. Sentí la pregunta que tenía en la punta de la lengua. Si le diera un golpecito en la espalda, es probable que saliera enseguida. Pasé los dedos sobre la parte superior lisa de la barra y encontré su mirada, desafiándola a que me preguntara. No estaba seguro de porqué estaba retándola, excepto que, por la forma en que se había infiltrado en mi casa, sentía curiosidad acerca de lo lejos que llegaría. Por lo que había visto, si alguien tenía el valor de preguntarme a la cara, sería esta chica.
  • 13. Página13 Sus ojos se clavaron en los míos, sus pestañas se elevaron, como si esperara que yo respondiera sin que tuviera que decirlo en voz alta. Pero apartó la mirada primero, mirando lejos. —Vamos ―le dije—. Te acompaño al piso de arriba. *** Nos quedamos en la sala de estar, frente a la pared con ventana. Su aliento empañó el cristal —Tienes la mejor casa. —Deberías de haberla visto cuando nos mudamos. Mis padres todavía están demandando al constructor. —¿Por qué? —Solo estuvimos aquí un par de semanas antes de que las ventanas comenzaran a gotear. Después el techo —Mi madre supervisando cada minuto de la construcción no había garantizado una casa perfecta, después de todo—.Tuvimos que salir durante unas pocas semanas, mientras que lo arreglaban—. Me detuve entonces, porque no quería hablar de lo que había sucedido durante esa mudanza. —¿Vas mucho a la cascada? —preguntó la hermana de Kent. —Todos los días. —Un chico murió allí una vez, ya sabes —Tocó un ritmo rápido, nervioso en el cristal de la ventana con la uña. —No se puede creer todo lo que oyes. —No es solo un rumor —sacudió la cabeza—. Estuve ahí. Su nombre era Bruce Macauley. Él tenía como ocho años y yo tenía seis. —¿Estabas allí? —Sí, mi hermano y yo. Se deslizó, Bruce quiero decir. Resbaló en las rocas. —Oh —Me había imaginado muchas veces resbalar en las rocas, la fuerza de la cascada clavándome la cabeza bajo el agua, pero en ese momento me di cuenta de que nunca había creído realmente los rumores. Acaricie la ventana, con los dedos en esta ocasión. Mi madre, que se lanzaba sobre todas las huellas dactilares con un limpiacristales y un sermón, hubiera estallado. —Todavía me gusta la cascada, sin embargo —dijo la hermana de Kent. ***
  • 14. Página14 Me devolvió las toallas, toallas con su toque sobre ellas. Se me ocurrió que debería haberlas tomado antes, así no habría tenido que llevarlas por toda la casa. —Adiós, Ryan —dijo en la puerta, y deseé de nuevo haber podido recordar su nombre. Retorcí las toallas, con ganas de decirle algo más, pero ya se había ido.
  • 15. Página15 Traducido por Clo Corregido por tamis11 ubí a la planta alta a revisar mi teléfono y computadora en busca de mensajes de Jake y Val, las únicas dos personas que me enviaban algo alguna vez. Habíamos estado juntos en el Hospital Patterson, y todos estábamos afuera ahora. En los últimos meses nos habíamos mantenido en contacto, a pesar de vivir en diferentes partes del estado. No tenía mensajes de Val. Le escribí uno y luego lo borré sin enviarlo. Levanté la mirada hacia su pintura en mi pared, como si pudiera comunicarme con ella de esa manera, pero las ondas de mis pensamientos no tenían ningún efecto evidente en la pintura o en mi bandeja de entrada. Comencé a borrar correos basura. Jake me había enviado un enlace a un video de un avestruz jugando al fútbol, que era el tipo de basura que siempre nos mandábamos el uno al otro. Le envié de regreso un clip de dibujos animados de morsas bailando. —¿Estás ahí? —me envió—. ¿Dónde has estado todo el día? —Afuera. Luego, vino esa chica. —¿Qué chica? ¿Desde cuándo tienes una chica? —Es solo una chica. Ella vive por aquí. —Entonces ¿qué le has hecho? —¡Ja! Nada. —Vamos, dame algunos detalles jugosos. Incluso aunque tengas que inventártelos. Cambié de tema. —¿Qué hiciste durante todo el día? —Lo que hago siempre. Jugué a la consola hasta que las muñecas se me quedaron bloqueadas. Mi madre sigue molestándome para que salga del cuarto, pero ¿para qué diablos? Si tuviera una nevera y un cuarto de baño nunca tendría que dejarlo. —No creo que se te permita ser un recluso, a menos que también seas un millonario. S 2
  • 16. Página16 —Estoy a tan solo $ 999,999,960.00 por debajo de esa meta. Tal vez debería comenzar un programa de beneficencia: AYÚDAME A SER UN RECLUSO MILLONARIO; AMÉRICA. Me preguntaba si Jake habría dejado su casa desde que salió de Patterson en junio, pero cada vez que preguntaba, él bromeaba sobre el asunto. Val y yo le dijimos que debería convertirse en un espía o recibir tickets por la falta de luz solar, bueno, está bien, creo que también nosotros bromeábamos al respecto. Val y yo a veces teníamos conversaciones serias, pero, desde que salimos de Patterson Jake y yo nunca lo hacíamos. Supongo que él pensaba que ya eran lo suficientemente malas las cosas que podíamos recordar del hospital el uno del otro: los arrebatos emocionales en la sala de estar, las confesiones en Grupo, la forma en que no podíamos ocultar nada a nadie nunca porque estábamos juntos veinticuatro horas al día. Una vez que alguien te ha visto limpiarte los mocos de la cara después de haberte derrumbado y confesarle a un círculo de enfermos mentales que te odias a ti mismo por querer una atención que nunca obtienes —Bueno, entonces, prefieres enviar clips de avestruces y morsas que hablar de esa mierda. *** Temprano, a la mañana siguiente, subí a la cascada. Hacía frío, el aire estaba brumoso con la evaporación del rocío. Kent Thornton estaba sentado allí, fumando. Al principio pensé que era solo un cigarrillo, hasta que el fuerte olor dulzón me golpeó. —Escuché que viste a Nicki aquí —dijo. Nicki, ese era el nombre de su hermana. —Sí. —Ella es una loca. Mi rostro escoció. Cuando la gente decía cosas como esa, no sabía si lo hacían como una indirecta hacia mí o no. —Mi madre dice que es más problemática que mi hermano y yo juntos —Se quedó mirando la cascada, la interminable caída del agua—. Es una buena chica, pero está completamente jodida desde que murió papá. Di un paso hacia atrás. Si él se iba a sentar aquí toda la mañana, yo podría caminar hacia los senderos. Estaba sediento de soledad. Cuando me encontraba alrededor de otras personas, siempre estaba a la expectativa de la próxima cosa que saldría de sus bocas para cortarme. Kent no me había dicho ni cinco palabras en la escuela, no estaba ansioso por que él comenzara a hablar ahora. —Ten cuidado con ella, sin embargo —Kent giró la cabeza hacia mí, sus ojos cubiertos por una membrana de color rojo—. Sigue siendo mi hermana. ¿Tener cuidado con ella? Todo lo que había hecho era prestarle una toalla. Y dejarla inspeccionar mi casa, hasta el armario de escobas.
  • 17. Página17 Kent señaló el agua atronadora —Vas por allí abajo ¿no? —A veces. —Qué locura —se le quebró la voz—. ¿Qué demonios está mal contigo? Buena pregunta, Kent, quise decirle. ¿Cuántas horas tienes, para escuchar la respuesta? —No podrías pagarme lo suficiente para ir por allí abajo —continuó—. No podrías pagarme lo suficiente. —Sacudió la cabeza, luego siguió moviéndola hacia adelante y atrás como si hubiera olvidado cómo parar. Me aclaré la garganta, y él se detuvo. —Nos vemos —Le dije, y escapé por uno de los senderos. Regresé una hora más tarde, cuando Kent se había ido. *** Ese momento bajo la cascada, cuando no podía respirar, era el mejor y el peor. Me asusté, pero no de una mala manera. El choque frío, la fuerza del agua pegándome en la cara- me hacía imposible respirar hasta que me moví a un lado. Cuando lo hice, la bocanada de aire me golpeó como el primer bocado de comida cuando estás hambriento. Me tambaleé hacia la orilla, caí sobre el musgo, y cerré los ojos. El agua goteaba desde mi cuerpo en el musgo y en el barro. —He oído que está muy frío ahí abajo —dijo una voz desde arriba—. Y un poco peligroso. Abrí los ojos. Nicki estaba parada por encima de mí. —También lo he oído —dije. Se sentó cerca de mi cabeza. Olía a protector solar. Y un aroma ácido, como naranjas. Tuve que girar los ojos hacia arriba para mirarla. —¿Vas a quedarte simplemente ahí tirado? —dijo. —¿Hay alguna otra cosa que se supone que deba estar haciendo? Intentar mirarla desde ese ángulo me daba dolor de cabeza. Dejé que mis ojos volvieran otra vez a su posición natural. La cascada golpeaba contra las rocas en frente de nosotros, levantando espuma. —Quiero preguntarte algo —dijo. Recordé ese momento en mi sótano cuando ella había mencionado el hospital. Por fin iba a tomar mi desafío. —Pregunta lo que quieras. —¿Por qué vienes aquí?
  • 18. Página18 —¿A la cascada? —Bueno, por lo que no era la pregunta que había estado esperado. —¿Alguna vez… soñaste con este lugar? ¿O sentiste que estabas destinado a estar aquí? ¿O te ocurrió algo raro aquí? Me senté. —¿De qué estás hablando? Ella suspiró, al menos, pensé que lo hizo. Era difícil decirlo tan cerca del rugido del agua. —Una vez —dijo—, la cascada me tiró al suelo con tanta fuerza que se me hundió la cabeza, y por un minuto fue como si estuviera flotando por encima de mi cuerpo, viéndome a mí misma tumbada en el agua. Y luego la siguiente cosa que sé, es que me estaba poniendo de pie. Estaba tosiendo y, ya sabes, de nuevo dentro de mi cuerpo. —Es probable que te quedaras inconsciente durante unos segundos. —¿Alguna vez te sucedió algo como eso? —No, pero…. —Le conté sobre el libro que estaba leyendo. Había terminado la historia de la balsa del Pacífico y ahora estaba leyendo sobre un tipo que había estado subiendo una de las montañas más altas del mundo cuando fue atrapado en una tormenta. Estaba tan exhausto y desorientado que, aunque estaba solo, pensaba que alguien más estaba con él, que alguien lo guiaba montaña abajo. Incluso le hablaba a la persona, o quien sea o lo que sea que fuera. Había leído casos como ese antes, donde personas solas en situaciones mortales, tenían la sensación de que alguien más estaba con ellos. —¡Eso es exactamente el tipo de cosas de las que estoy hablando! —dijo Nicki—. ¿Qué crees que vio él? —Creo que estaba alucinando. Estaba deshidratado y probablemente con hipotermia, también. —¿Y crees que yo estaba alucinando? —Bueno, suena como que sí te golpeaste la cabeza. —Pensaba que tú más que nadie creería en… Se congeló, sus labios se detuvieron en una media curva. Tú más que nadie. Nicki no fue la única que se congeló, una capa glacial cubrió mi piel en un instante. —¿Qué quieres decir con eso? —Le pregunté tan pronto como mi boca se descongeló lo suficiente como para permitírmelo. En el mismo momento ella empezó a decir—, no quise decir… —Entonces, ambos nos callamos. Nicki se quedó mirando el agua, pero ahora yo la estaba observando. Se frotó el dobladillo de sus pantalones cortos.
  • 19. Página19 —Yo más que todas las personas ¿qué significa? —Cualquier cosa que quisiera de mí, necesitaba que la escupiera. Estaba cansado de sopesar cada palabra que decía, cansado de intentar deducir porqué me había comenzado a hablar en primer lugar. Le habló a la cascada. —¿De verdad intentaste matarte? Sí, esa era la pregunta. La había desafiado a que me lo preguntara ayer, pero ahora lo estaba pensando de nuevo. Había algo en ella que me hacía desconfiar, una presión, una urgencia. —¿Por qué quieres saberlo? —Yo… hay una razón. No estoy siendo entrometida. —Desvió los ojos de la cascada y encontró los míos. Las pecas espolvoreaban su rostro. —¿Qué razón? —Es. . . complicado. Me puse de pie y finos regueros de agua me corrieron por las piernas, cayendo desde mi camiseta y pantalones mojados. Ella también se las arregló para levantarse. —¿Por qué quieres saberlo? —pregunté de nuevo. En realidad, a la gente le había resultado fácil descubrir la verdad sobre mí. Inmediatamente después de haber desaparecido, la escuela había tenido una asamblea de prevención del suicidio. Y por alguna razón desconocida, mi madre había ido a recoger mis notas y a limpiar mi taquilla en mitad del día, en vez de después de clases. Y entonces todo el mundo lo supo, incluso sin que yo dijera una palabra. Nicki inclinó la cabeza hacia el cielo, como si la respuesta pudiera estar colgando de los árboles o cayendo en espiral desde una nube. —Es difícil de explicar— Volvió la cabeza hacia el bosque, por lo que me quedé mirando su perfil y se rascó una costra morada en la pierna. Quise correr fuera de allí, para esconderme lejos de sus preguntas y de los rumores que aparentemente me iban a perseguir el resto de mi vida. Pero algo me detuvo, una punzada de preocupación o conciencia. —Mira —Le dije—. A veces, cuando la gente me pregunta acerca de esto, es porque están pensando en intentarlo ellos mismos. Nicki negó con la cabeza. —Está bien, quiero decir, te daré el número de mi médica. Ella está de vacaciones hasta fin de mes, pero habrá alguien en su oficina. —No es eso, lo juro. —No me importa. Lo he hecho antes. Le di su número a un chico en la escuela que apenas conozco. —Este chico había venido a mí porque yo era la única persona en la escuela que se había intentado matar, al menos, era el único del que todos sabían. Cualquier otro que lo hubiera intentado lo había mantenido más en secreto de lo que yo pude. Le di el número de mi médica y el número directo de asistencia al suicida, y también le comenté al consejero de la escuela acerca de él. Por lo que sabía, seguía vivo, aunque no tenía ni idea de si había usado los números. Nicki verdaderamente me miró entonces.
  • 20. Página20 —¿Un chico en la escuela? ¿Quién? —No te voy a decir eso. —Bueno… no estoy planeando suicidarme. No es esa la razón por la que te pregunté. —¿Tienes un teléfono contigo? Ella suspiró. —Realmente no lo necesito, pero puedo ver que no dejarás de hablar de ello —Me entregó su teléfono y me dejó introducir el número—. Dame el tuyo también. Y tu e-mail. —¿Por qué? —Quiero enviarte algo. Dudé, luego marqué mi información, con las manos temblorosas. —No me mandes esos mensajes de broma que se envían a cincuenta mil personas —dije. Lo que realmente estaba pensando era: No me digas que te quieres suicidar. —Yo no envío esa basura —Suavizó la voz—. Quiero decirte algo, pero no puedo decirlo cuando estoy contigo. Así que voy a enviártelo en su lugar. ¿Está bien? —Está bien. Si ella tenía tendencias suicidas, le enviaría su mensaje directo a mi médica. No es que me pareciera una suicida, pero ¿por qué otra razón le importaría mi pasado? ¿Qué podría tener que preguntarme? *** Los pensamientos acerca de Nicki se quedaron conmigo mientras caminaba a casa y mientras subía a mi habitación a cambiarme la ropa húmeda. Tenía la extraña sensación de que ella me estaba siguiendo, o mejor dicho guiando, por la casa de nuevo. Intenté ver mi cuarto de la manera en que ella lo había visto: el escritorio despejado de todo salvo la computadora, mi cama con su suave colcha, la alfombra con nuevas líneas de aspiradora en ella. Decidí que ella debía de haber deducido que yo era un maniático del orden. La pintura de Val era la única cosa en mi habitación que no encontrarías en un cuarto de hotel: esos violentos remolinos de color púrpura y azul. Mi madre había revoloteado alrededor todo el tiempo que tardé en colgarla, infeliz, no solo porque clavara un clavo en sus preciosas paredes, sino también por que estuviera contaminando su decoración con el arte de una institución mental. Y había otra cosa en esta habitación que era diferente, no es que Nicki la hubiera visto o la hubiera reconocido si lo hubiera hecho. Abrí la puerta del armario, sin desearlo pero teniendo que hacerlo, odiando el impulso que me llevaba a tomar ese paquete en primer lugar, y luego me hacía abrirlo y mirarlo. Un obsesivo pinchazo y excavación en el lugar más doloroso que tenía.
  • 21. Página21 Enganché un brazo arriba y lo saqué del estante, atrapándolo mientras caía. Inspirando profundamente, abrí uno de los extremos de la bolsa de papel marrón. El suéter todavía estaba allí, con su suave tela rosada. No podría decir si el tenue aroma a perfume era real o solo el recuerdo de cómo solía oler la primera vez que lo tuve. Miré dentro de la bolsa, pero no toqué el suéter. Tenía la sensación de que dejaría una película venenosa en mi piel y, sin embargo, parte de mí quería tocarlo. Me pregunté cómo sería abrir este armario y encontrar que el paquete había desaparecido, con la bolsa y todo, hacia un lugar donde nunca tendría que mirar o pensar en él de nuevo. Sabía que tenía que deshacerme de él. Pero me hubiera sido más fácil arrancarme mi propio bazo. De alguna manera, parecía que el suéter debería haber cambiado algo más durante los meses que lo había tenido. El perfume se estaba desvaneciendo, pero pensé que también la tela debería estarse pudriendo, deshaciendo, desintegrando. Deseaba que fuera así. Cada vez que miraba, sin embargo, estaba tan brillante y suave como siempre. Cerré la bolsa y volví a meterla en el estante.
  • 22. Página22 Traducido por munieca Corregido por LuciiTamy uando conecté mi ordenador por la tarde, estaba buscando mensajes de Val y Jake. Tenía uno de Jake —había encontrado doce dólares más para su multimillonario maratón televisivo— pero nada de Val. Le respondí a Jake: ¿Has tenido noticias de Val últimamente? Él respondió de inmediato. No lo creí nunca desconectado de su computadora, puede también habérsela implantado en la cabeza. Está ocupada con las cosas de esa orquesta estudiantil. Recordé a Val cuando estuvimos en el hospital, hablando de música: inclinada hacia delante, las manos volando, las palabras volando de su boca. Ella tocaba el piano, la flauta y el violín (no todos al mismo tiempo). Incluso había dado un concierto en Patterson una vez en la sala de estar. Val podía hacer música en cualquier lugar. Nos había enseñado a Jake y a mí, a tocar con ella en la cafetería de Patterson, con tenedores, vasos y bandejas, con las manos y los pies, con peines. A algunos de los empleados de la cocina les habían gustado nuestras sesiones. Otros nos interrumpían, asustados por cualquier iniciativa que mostráramos, cualquier acto impredecible por nuestra parte. Pero Val consiguió incorporar a algunos de ellos, convenció al trabajador de cocina de cara agria para que agitara una cacerola de arroz crudo como acompañamiento. Ella podría derretir a cualquier persona si le das tiempo suficiente. Después de un rato bromeando con Jake, escribí un breve mensaje a Val. Hola, ¿qué tal? Casi lo elimino, pero luego lo envié. Estaba a punto de cerrar la sesión, porque no quería quedarme allí el resto del día, revisando mis mensajes, esperando a que ella respondiera, cuando llegó un mensaje desde alguien llamado nicki_t. Hice clic en abrir: Quiero saber lo que es y por qué lo hiciste porque mi padre también lo hizo y yo esperaba que me dijeras por qué lo hiciste y si te acuerdas algo de cómo fue. Espero que no suene mal. Necesito saber y no tengo a nadie a más a quien preguntar. C 3
  • 23. Página23 ¿Su papá? Mierda. Por un momento me senté paralizado, el estómago endurecido, leyendo las palabras de Nicki una y otra vez. Quiero saber lo que es y por qué lo hiciste… Ella quería saber acerca del peor día de mi vida. Había hablado sobre ese día exactamente dos veces: a la gente en la sala de emergencias después de que ocurriera y a mi grupo en Patterson. Cuando estuve en la sala de emergencias, no me importó lo que dije ni a quien se lo dije. La segunda vez fue diferente, había levantado un grueso caparazón alrededor de ese día y no quería mirar dentro de él. Pero ellos me rajaron para abrirlo un día en el grupo, y me derramé sobre el suelo del Hospital Patterson como un charco de huevo crudo. A Val y Jake les llevó horas levantarme de ese suelo. Los recuerdos me aplastaban, la mano de Jake en uno de mis hombros y la de Val en el otro. Sus voces divagando, relajantes, Val deteniéndose de vez en cuando para hablar bruscamente a cualquier otra persona que se acercara demasiado. Ambos se perdieron la cena de esa noche, porque no me podía mover y les pedí que no me dejaran. —Por supuesto que no, no vamos a ninguna parte —dijo Val. —No tenemos hambre —Añadió Jake, aunque su estómago se mantuvo gorgoteando y gruñendo. —Este suelo está frío —dije. —¿Quieres subir? Los asistentes nos van a ayudar si tú quieres. —No quiero que nadie más se me acerque. —Está bien —dijo Val. —Solo ustedes, chicos. —Está bien. —Aunque si fueran inteligentes, correrían lo más lejos posible de mí. —Odio tener que decírtelo, Ryan, pero ni siquiera eres la persona más enferma en este pasillo. —Estoy tan jodido… ¿Pueden creer lo jodido que estoy? —Está bien, Ryan. —Hay cosas que ni siquiera saben. Val me apretó el hombro. —No puedo hacer nada bien. Incluyendo matarme. No se vayan ¿de acuerdo? —No lo haremos.
  • 24. Página24 Y así fue, durante horas, yo soltando todo estúpido y patético pensamiento que me vino a la cabeza, y diciéndoselos una y otra vez. No sé por qué Val y Jake no me golpearon para hacerme callar. No tenía ni filtro, ni orgullo, ni dignidad. Era una fibra sensible, un paquete llorón de necesidad. Esa fue la última vez que había hablado de ello. Deseé que todo lo que Nicki hubiera querido fuera el número de teléfono de mi médico. Sería mucho más fácil pasársela a los profesionales. Sería mucho más fácil si no estuviera preguntando por este pedazo de mí—sobre todo porque no tenía idea de lo que iba a hacer con ello. Lo sentía por su padre, pero ¿ella realmente creía que cualquier cosa que le dijera podría ayudar? Le envié la respuesta fácil: No me gusta hablar de ello. Ella escribió de vuelta. Por favor Esas palabras casi me atrapan, letras minúsculas, como si estuviera susurrando, o suplicando. *** Mi madre me hizo llevarle la cena al piso de arriba, donde comió delante de su ordenador. Ella solo tenía que ir a su despacho en la oficina una vez por semana. La mayor parte del tiempo, estaba en casa. Su puesto de trabajo era algo así como supervisor de sucursal para la supervisión de contratos. Lo que sea que eso quisiera decir, requería que ella estuviera conectada a su ordenador cuarenta horas a la semana, a veces más. —Lo siento, no puedo comer contigo, este proyecto tiene un plazo ajustado. Les dije la semana pasada que estábamos corriendo atrasados, pero… —Suspiró—, Luisa Rossi se niega a ajustarse a ese horario. ¿Por qué no comes aquí, conmigo? —Ya comí. —¿En serio? ¿Incluyendo las verduras? —Sí. Ella cortó cada zanahoria bebé en cuartos y masticó un bocado a la vez. Yo estaba en la puerta, de puntillas y listo para salir corriendo, mientras ella corría a través de su lista de control. Supongo que tuve suerte que no me equipara con una cámara o un chip de seguimiento. —¿Tomaste el medicamento esta mañana? —Sí. Me viste. Mamá giró su silla hacia mí y clavó los dedos del pie en la alfombra gris.
  • 25. Página25 Llevaba una falda, como si estuviera en una oficina real, pero zapatos nunca. Ella inspeccionó mi cara, en busca de signos reveladores (de problemas, supuse). Era parte de nuestra rutina diaria. Sonrió. Una sonrisa torcida con esperanza y preocupación. Desde mis días en Patterson, mi madre siempre parecía estar al borde de las lágrimas cuando me sonreía, por lo que cada vez que lo hacía era como otra barra de hierro aplastándome el pecho. Aparté la mirada y traté de respirar. —Muy bien—dijo, liberándome. *** No volví a saber de Val hasta la mañana siguiente. La visión de su nombre en la pantalla envió una oleada eléctrica a través de mí. Como de costumbre, no se molestó con el hola-cómo-estás-tú, en cambio, saltó directo a: Me corté el pelo. Bueno, tal vez yo hubiera preferido un mensaje acerca de como no podía vivir sin mí, pero era un mensaje y era de ella. ¿Qué aspecto tiene ahora? Pregunté. La primera cosa en la que me fijé de Val era su pelo. Cuando la conocí, tenía el pelo hasta los hombros en un lado de la cabeza, y hasta la barbilla en el otro. Me imaginé que era un corte de pelo loco, hasta que me di cuenta que Val era una de las personas más cuerdas en Patterson. Se había cortado el pelo así por diversión, dijo: para ser única, ser diferente. ¿Quién dijo que el pelo tenía que ser simétrico, de todos modos? Ella me envió imágenes: de frente y espalda. Desde la parte delantera pensé que había cortado todo a la altura de la barbilla, pero atrás, una pieza triangular grande había sido cortada. Se veía como si el hocico muy puntiagudo de un tiburón hubiera tomado un bocado de su cabello. Guardé las fotos para verlas otra vez más tarde. Mi papá dice que parece que mi pelo pasó a través de un perforador de billetes gigante. Escribió. Eso es lo lindo de él. Me envió un rostro sonriente. ¿Qué más está pasando? Pregunté. ¿Cómo qué? Tu familia. Chicos El sudor brotó sobre mi piel cuando escribí chicos. No pude evitar pensar en Amy Trillis cada vez que hablaba con una chica. No es que Val pudiera deliberadamente afectarme de la manera en que Amy podía —Al menos eso es lo que
  • 26. Página26 yo pensaba— pero si a Val le gustaba alguien más, sé que me afectaría de una manera u otra. Pero Val contestó: La familia es lo mismo de siempre. Mamá molesta. No hay tiempo para chicos. Exhalé. ¿Tú? Escribió. Tampoco tengo tiempo para chicos. Ja ¿Chicas? Vamos, dame más detalles ¡Voy a vivir a través de tus aventuras! Mis aventuras… eso sí que era gracioso. No hay nada que contar. Pero luego pensé en Nicki, no como una chica chica, en el sentido que preguntó Val, sino porque no podía olvidar su último mensaje. Hay una chica. Escribí. Síííííí… cuenta. Me dijo que su padre se suicidó y quiere hablar conmigo al respecto. ¿Sabe sobre ti? Toda la escuela lo sabe. Antes de que Val pudiera contestar, escribí: Me preguntó por qué lo hice. Desde que había dejado Patterson, nadie, además de la Dra. Briggs, me había preguntado nunca lo mismo que Nicki. Al menos, nunca habían preguntado sin rodeos. A veces, la gente daba a entender que no les importaría oír los detalles sangrientos. Me daban ligeras ganas de vomitar. Pero nadie me había preguntado directamente por ese día en el garaje. Ahora escribí, acerca de Nicki: ¿Qué quiere de mí, de todos modos? Y Val contestó: Tal vez solo necesita un amigo. *** Val Ishihara sabía acerca de las personas que necesitan amigos. Fue la primera persona con la que hablé cuando ingresé en Patterson, exceptuando a los consejeros. Llevaba ingresado más o menos una semana y ella me habló todos los días. Siempre dejaba una oportunidad para que yo respondiera, pero si no lo hacía, seguía llevando sola la conversación. —¿Qué estás haciendo aquí? —Le pregunté, cuando por fin comencé a hablar. Estábamos sentados en el salón social de Patterson, mientras ella hojeaba las pilas de partituras manchadas, tratando de organizar las páginas—. Tú pareces demasiado normal para este lugar.
  • 27. Página27 Val tenía pequeños tics: se rascaba las uñas y el cuero cabelludo, jugaba con su pelo, sacudía los pies y agachaba la cabeza y hablaba con el suelo cuando se ponía nerviosa. Pero no era como los niños que pensaban que el gobierno les había colocado dispositivos de espionaje en los cerebros. No se acurrucaba como una pelota debajo de su cama, tal y como yo lo hice en mi primer día. Ella se rió. —Deberías haberme visto cuando llegué aquí. Era un ataque de ansiedad andante. Incluso casi no podía decidirme a ir al baño. En Grupo ella siempre hablaba de los ataques de pánico, la preocupación obsesiva, atascándose en movimientos repetitivos. Se había arrancado las cejas y la mitad de las pestañas un año en la secundaria. Se había mordido la piel alrededor de las uñas, desprendiéndola para mostrar la capa inferior rojo crudo, roída hasta que empezaba a sangrar. Si quería cruzar la habitación y no podía decidir si dar el primer paso con el pie izquierdo o el derecho, se quedaba congelada durante horas. Llegó a Patterson cuando sus obsesiones de ansiedad le impedían ducharse, comer, e incluso usar el baño. Eso es lo que dijo. Viéndola, no estaba seguro de creerla. —¿Por qué? —dije—. Quiero decir, ¿por qué llegaste de esa manera? Ella se encogió de hombros. —Solo estoy empezando a entenderlo. Nunca va a ser como una ecuación matemática: a más b es igual a crisis de ansiedad; c menos d es igual a estoy curado. —Lo sé —dije—. Mi madre ha estado buscando la fórmula mágica desde que llegué aquí. Ella piensa que puede encontrar el momento en el que todo salió mal. —¿Y qué estás buscando tú? Podría haber dicho que no sabía, o que estaba buscando una forma de morir, o que estaba buscando sentirme bien otra vez, todo lo cual era cierto, y también era todo lo que les había dicho a los consejeros. Pero quería decirle algo diferente a Val. Igual de cierto, pero diferente. Mantuve la mirada en sus manos, en sus uñas mordidas, los dedos callosos y le dije: —Solía querer volar. —Qué, ¿Cómo un piloto? ¿Volar un avión? —No, no un avión. —Hay que permanecer detrás del vidrio y el metal cuando vuelas en un avión—. Quiero decir, volar de verdad. En el momento en que lo dije, me sentí como un idiota. Podría pensar que quería ser un pájaro o un superhéroe, lo que sonaba exactamente como a que yo pertenecía aquí, a un hospital psiquiátrico. Pero ella dejó de barajar las páginas y dijo: —Eso sería genial —Y cerró los ojos por un segundo, como si sintiera el viento en su cara. Durante meses, había vivido detrás de lo que sentía como un cristal, separado del mundo, pero en ese momento, el escudo transparente comenzó a resquebrajarse. Tal vez fueron mis medicinas nuevas pateando, o tal vez fue la manera en la que Val escuchó sin juzgar, y lo que sea que le dije, era lo que ella esperaba que dijera. Pero nos mantuvimos juntos después de eso. Y cuando Jake llegó unos días más tarde, con cara
  • 28. Página28 de pánico, congelado, como yo había estado la primera vez que llegué aquí, lo acogimos, también. Solo una vez vi a Val actuar como una paciente de Patterson. Un día en nuestra sala, estalló. Nunca supe por qué. Yo estaba en la sala de estar con Jake cuando oímos un ruido y golpes en el pasillo. Jake se escondió debajo de una silla—él todavía estaba en el punto en que no podía manejar cualquier turbulencia—pero yo saqué la cabeza por la puerta y vi a los niños huyendo de Val. Una bandeja de plástico de la cafetería estaba en el suelo, y supuse que ella la habría arrojado. Los asistentes se acercaron hasta ella, hablando en voz baja y calmada, de igual manera que si trataran de hablar a un animal salvaje. Sabía que la iban a arrastrar a la Habitación Silenciosa cuando la atraparan. Pero ella rompió a llorar y se derrumbó sobre uno de los sofás de la sala con flores anaranjadas. Cuando los ayudantes se acercaron, ella levantó una mano para detenerlos. La regla era que si no estabas siendo violento, si no eras perjudicial a nada ni a nadie, no tenías por qué dejar que la gente te toque. Algunos niños se miraron, algunos se rieron y algunos corrieron. Algunos se metieron en su propio mundo. Me subí al sofá de Val, esperando que me mantuviera alejado con esa mano levantada, pero ella me dejó sentarme en el sillón, al lado de su cabeza. Sostuve mi mano sobre su cabello, pero sin tocarlo. Ella no se inmutó. Bajé mi mano por milímetros, mirándola. Ella sollozó como si sus entrañas fueran trituradas. Le toqué el pelo negro y brillante, y ella me dejó. Lloró tan fuerte que hizo que mi propia garganta doliera, un sonido como de metal raspando contra el asfalto. Me estremeció ver a Val de este modo, porque siempre había parecido cuerda. Lo único que hice fue acariciar su cabeza. No sabía qué más hacer. Estaba dispuesto a sentarme en el sofá con ella durante unos cien años, si tuviera que hacerlo. Y ella lloró hasta que nada más podía salir. Más tarde le pregunté por qué me había dejado acercarme a ella. —Porque tú eras el único que no quería que me callara —dijo. *** Solíamos hablar todos los días, Escribí ahora a Val. Creo que te echo de menos. De hecho, yo sabía que la extrañaba, pero era demasiado difícil decirlo de la manera que yo quería. Yo también te extraño, pero tú vives allí y yo vivo aquí, así que… Sí, allí estaba el problema: las millas que se extienden entre nosotros. ¿Cómo te va con la música? Escribí, lo cual la entretendría por un largo rato. Me senté de nuevo y vi sus palabras desplazarse, disfrutando cada una de ellas, queriendo arrebatarlas fuera de la pantalla y ponerlas en mi boca.
  • 29. Página29 *** Después de despedirme de Val, me tiré en la cama pensando en ese día en que le acaricié el pelo mientras ella lloraba. Y después, en el momento en que habíamos estado juntos de pie en la sala y ella rodeó mi muñeca con la mano. Puse mi mano en la muñeca, tratando de sentir lo que ella había sentido, para sentir el peso de su tacto. Un hilo caliente, viajó desde ese punto hasta mi brazo, dentro del pecho, abajo hacia el estómago y más abajo, extendiendo el calor por todo el recorrido. Me senté. Quería abrir la ventana, pero el aire acondicionado estaba en marcha. Me senté unos minutos más, tratando de disipar el calor interno que había alzado. Cuando mi piel se enfrió, bajé las escaleras. *** Fui de excursión a la cascada en la que permanecí hasta que el frío del agua me hizo temblar. Salí seguro de que me estaba volviendo de color púrpura. Por lo menos me había traído una toalla esta vez. Nicki se presentó mientras me frotaba la piel, tratando de calentarme. —Ah, hola —dije. Dejé de secarme, sorprendido al verla y buscando a tientas lo algo correcto que decir. —Quería decirte… —Comenzó, pero mis palabras tropezaron con las suyas. —Siento mucho lo de tu papá —dije. Frunció la boca y la cara se le puso de color rosa. —Lo siento por el mensaje que te envié. Siento si fue agresivo. —No, es... —La vi equilibrarse sobre una pierna, como un flamenco, manteniendo la mirada en el suelo—. Está bien—dije. —No tendría que haberte molestado. —No estabas… —Es que nunca tuve a nadie a quién preguntar antes. Tenía siete años cuando mi padre murió y todos pensaban que era demasiado joven para hablar de ello. Pero luego, más tarde, todos querían dejarlo estar y no remover el pasado. Así que leí un par de libros y esas cosas, pero nunca me dijeron lo que quería saber. —Alzó los ojos, gris escarcha, para encontrar los míos—. De todos modos, he descubierto otra manera de averiguar acerca de él. Me quité la camisa mojada. —¿Cuál? —Pedí una cita en Seaton. —¿Una cita para qué?
  • 30. Página30 Ella dio un paso más cerca, lo suficientemente cerca de mí como para captar el aroma a naranjas. Bajó la voz, como si las ardillas pudieran estar tomando notas sobre nosotros. —He encontrado una vidente que habla con los muertos. Voy a verla mañana. —Estás bromeando. Nicki negó con la cabeza. —Pero, sabes que esas cosas son una mierda, ¿verdad? —No, no lo es. —Vamos. —Casi le lancé mi toalla—. No vayas. Es un desperdicio. —Se supone que ella es realmente buena. Mi amiga Angie fue a verla en la primavera pasada. El abuelo de Angie habló por medio de la psíquica y le contó a cerca de ese perro que solía tener que jugaba al Frisbee. No había manera que la psíquica pudiera saber eso. Cualquiera puede suponer que una persona tuvo un perro. No era como que la psíquica había visto un unicornio de tres cabezas. —Estupideces —dije. —¿Cómo puedes decir eso? Tiene que haber algo. —¿Por qué… simplemente porque la gente quiere que lo haya? Ella frunció el ceño y se pellizcó el labio inferior. Fue entonces cuando me di cuenta de que se había pintado las uñas de púrpura. —Así que tu solo crees en lo que se puede ver, lo que está aquí ¿y eso es todo? —Creo en un montón de cosas que no he visto. Creo que tengo un hígado y yo nunca lo he visto. Ella hizo un gesto con la mano, sus uñas una mancha color uva. —No quiero decir eso. ¿Nunca has tenido un sueño que se hizo realidad, o pensar en alguien el segundo antes de que te llamara, o…? —Eso es una coincidencia. Ella frunció el ceño, y casi podía ver su cerebro buscando, esforzándose por otro argumento. —Tú ya has admitido que hay cosas que no puedes explicar, ¿verdad? —Sí, pero tienes que pensar en lo que tiene más sentido. La cosa más simple, la explicación más probable —Torcí mi toalla. Estaba a punto de mencionar la navaja de Ockham, cuando me interrumpió. —Pero no lo sabes con certeza. —Sé que si los muertos pudieran hablar, hablarían sobre algo mucho más importante que de perros jugando al Frisbee. —¿Quién lo dice? Tal vez no pueden describir la otra vida en palabras que podamos entender. Tal vez están atrapados entre dos mundos cuando le hablan a las personas que todavía están vivas.
  • 31. Página31 Hace una semana, ni siquiera sabía el nombre de esta chica, y ahora estábamos negociando puntos de vista sobre la otra vida. No podía creer que estuviera teniendo una conversación que involucraba las palabras atrapado entre dos mundos. —Esa “psíquica” solo va a informarte de mierda general que se podría aplicar a cualquier persona. Y luego, tomará tu dinero, ¿Cuánto te está cobrando, de todos modos? —No es de tu maldita incumbencia. —Bien —dije—, pero si yo fuera tú, sería muy cuidadoso de cuánto voy a pagarle. Se puso las manos en las caderas. —¿Me quieres dar consejos, pero no quieres ayudarme cuando es necesario? Tragué saliva y volví la cabeza. Me dije a mi mismo que ella no era mi problema. Pero oí el mensaje que me había enviado, esas letras pequeñas, como un susurro en mi cerebro, ese por favor. Me dije que no le debía nada. Y, sin embargo, cada vez que alguien me decía que conocía a una persona que se había matado, mi estómago se iba cargando de culpa, como si yo fuera personalmente responsable de todos los suicidios del mundo. ¿Por qué nos haces pasar por esto? era la pregunta que oía, quisieran decírmelo o no. —Estoy tratando de ayudarte —Le dije—, pero no quieres escuchar. —Mira, si hay incluso una posibilidad de que esta persona pueda darme algunas respuestas, voy a intentarlo. Eso es todo lo que estoy haciendo, intentarlo. —Sí, pero ten cuidado. Si quieres creer, ellos lo usarán contra ti, tratarán de confundirte. —¿Cómo sabes tanto al respecto? —Leí un libro hace un par de años sobre un tipo que expone a un montón de videntes falsos. —Lees mucho ¿no es así? —No era una pregunta—. Ven a reunirte con el resto de nosotros en el mundo real para variar. —Tú eres la que no está viviendo en el mundo real. Ella trató de mirar hacia abajo y luego, me clavó los ojos de la misma manera que lo hizo el otro día en mi sótano. Pero yo era mucho mejor que ella manteniendo los ojos estables y el gesto congelado. La boca de Nicki se estremeció y supe que parpadearía en primero, y sin embargo… Y, sin embargo, no creí que pudiera disuadirla. Iría sin importar lo que le había dicho. Se había lanzado a la cascada y luego a mi casa, y ahora iba a sumergirse directamente a través de la pared entre la vida y la muerte. Sí, ella tenía su manera de hacer las cosas. Pero no creo que ella pueda —O alguien más pueda— derribar esa barrera. —¿Alguien va contigo, por lo menos? —Pregunté—. ¿Angie?
  • 32. Página32 —Angie estará durante todo el verano en la casa de su abuela. Voy a estar bien. —Ni siquiera conoces a esa mujer. Arqueó las cejas. —Bueno ¿y quién va a venir conmigo? ¿Tú? Enrollé la toalla alrededor de mi mano. —No, yo… —Entonces deja de hablar de ello —Se volvió y dio un paso alejándose de mí antes de que yo pudiera estirarme y tocarle el brazo con la toalla. —Tal vez podría ir —dije. —¿Por qué, para que puedas jugar a ser el vigilante? —Si quieres llamarlo así. Sí —dije, con la boca seca—. Voy a ir de vigilante. —Está bien, entonces. Mañana a la una.
  • 33. Página33 Traducido por Lorena Corregido por LuciiTamy sa noche, estaba en el porche buscando murciélagos y luciérnagas. Me colgué de la barandilla de la cubierta para estudiar las sombras de debajo, la sangre se me subía a la cabeza. La voz de mi madre cortó mi fantasía. —¿Qué estás haciendo, Ryan? Levanté la cabeza demasiado deprisa y me mareé. —Nada —Mi respuesta estándar, diseñada en la conspiración silenciosa que mi padre y yo teníamos para evitar que a mi madre le saliera úlcera. Ella se paró en la puerta con la cara llena de preocupación. —Te pregunté qué estás haciendo. —No estoy intentando saltar, si es eso lo que te preocupa —No quería dar explicaciones. Incluso si era lo suficientemente estúpido para intentar suicidarme desde esta altura. Lo peor es que se me había enganchado un tobillo. Ella se estremeció. —Lo siento —dije. Si hubiera dicho eso delante de la Dra. Briggs, nos habría hecho a mi madre y a mí analizarlo, separar cada cosa que habíamos dicho, para cazar cada oculto (o no tan oculto) sentido. ¿Por qué dije eso? ¿Qué pensaba mi madre sobre eso? ¿Por qué se había estremecido? ¿Qué pensaba yo sobre que ella se estremeciera? En los días inmediatamente posteriores a mi salida de Patterson, mi madre nunca habría dejado pasar una frase como esa. Pero ahora, simplemente cambió de tema. —Tu padre estará en casa mañana… si esas tormentas en Nueva York no lo mantienen allí. Aunque preferiría que los aviones se quedaran en tierra con un tiempo como ese. No sé si incluso le dejaran despegar de Londres si la tormenta está aquí… Después de un completo análisis del tiempo y del tráfico aéreo en ambos lados del Atlántico, se quebró. —¿Quieres venir dentro? —pregunta. —Todavía no. E 4
  • 34. Página34 Ella vaciló otro minuto antes de deslizar la puerta de cristal cerrándola. Pero se paro en el salón, esperando. Esperé, también. Odiaba ser observado de esa manera. El calor se concentraba sobre los músculos de mis piernas con energía reprimida. Sacudí las piernas y me di cuenta de que querían correr. Durante semanas había pensado en empezar a correr otra vez, y había estado a punto de hacerlo, pero algo me detenía. Sin embargo, esta noche todo lo que sentía a mí alrededor era el aire del verano. Cuando los mosquitos me agujerearon la piel más rápido de lo que yo podía golpearlos, me fui dentro. —Bien —dijo mamá brillantemente—. ¿Vamos a la cama? —Supongo. Ella me observó subir las escaleras. —El show se ha acabado —Murmure, pero no lo suficientemente alto para que lo escuchara. Arriba, en mi habitación, comprobé mis mensajes. Me hubiera encantado contarle a Val el plan de Nicki y ver si ella pensaba que toda la idea era tan loca como yo creía, pero no estaba conectada. Nicki me había dicho que fuera a su casa. Kent podría llevarnos hasta Seaton y dejarnos allí. No es que Kent supiera que nosotros estábamos en una misión psíquica secreta para contactar con su padre muerto. El tenia algo que hacer en la ciudad, y Nicki había amenazado con descubrirme si le contaba de lo que trataba nuestra cita. Los Thortons vivían abajo de la ruta siete, en una casa tipo caja con un césped que era más tierra que césped. Alguien había traído un montón de mantillo y compost para pasto, como si planeara un proyecto, pero el bulto había estado allí el tiempo suficiente para que crecieran malas hierbas en él. Las cejas de Kent se levantaron cuando me vio con Nicki, pero no dijo nada. El tintineo sus llaves y asintió hacia el coche, invitándonos a entrar. Nicki se sentó delante y jugó con la radio. Me senté detrás. Ella puso la radio tan alta que Kent no hubiera podido hablar con nosotros aunque hubiese querido. La carretera relucía, parecía derretirse. Intente leer tensión o tristeza o esperanza o cualquier cosa en la parte de atrás de la cabeza de Nicki, pero no tenía ni idea. Intente imaginarme al psíquico, pero tampoco tenía ni idea. Me imaginé a una mujer en ropa brillante inclinada sobre una bola de cristal, pero… ¿Realmente hacían eso o solo era en la televisión? Seaton era la clase de lugar al cual se refería la gente cuando decían que América se estaba convirtiendo en una serie de tiendas en cadena. Tenía gasolineras, restaurantes de comida rápida, tintorerías, grandes almacenes y nada que no pudieras encontrar en cualquier otro sitio. Si te desmayaras y te despertaras en Seaton, no tendrías ni idea de donde estabas, o en que parte del país te encontrarías. Kent nos dejo fuera de la oficina de correos. El aire de agosto se arremolinaba por la carretera en borrosas olas, quemándome los pulmones. Deseé que hubiéramos estado en mi porche, escuchando las cigarras zumbar, o en la cascada, con espuma fría cayendo sobre nosotros. Nicki torció sus dedos juntos y dijo: —Vamos.
  • 35. Página35 Le temblaba la voz y pensé en cogerle la mano para calmarla. Pero no veía como poner mi mano entre las suyas, para romper su nudo de nervios. Nunca tocaba a la gente, de todas maneras. Caminamos detrás de la oficina de correos y algunos almacenes. Bolsas de basura vacías y envoltorios pasaron volando por nuestro lado. Las aceras estaban arruinadas, las malas hierbas crecían a través de las grietas. El sol pesaba sobre nuestros hombros; ya tenía la camiseta mojada. Gotas claras se reunieron en la piel de Nicki. Tenía curiosidad sobre cómo iba a actuar la psíquica, lo que diría, si la pillaría en cualquier truco obvio. —La regla principal —dije—, es que tú no le digas nada, deja que ella te hable. —¡Lo sé! Dale una oportunidad. Llegamos a una hilera de casas de ladrillo detrás de una valla metálica, y Nicki comenzó a contar las direcciones. Quería preguntarle que si la psíquica era tan poderosa, porque no había predicho el numero ganador de la lotería y se había mudado a un vecindario mejor. Pero me mordí la lengua. De todas maneras, me imaginaba que los psíquicos oían la pregunta de la lotería todo el tiempo, probablemente tenían algún tipo de respuesta para ello. —Esta es —dijo Nicki, cuando un paquete de galletas de queso le rozó el tobillo. Caminamos hacia la puerta de la casa de ladrillo. Llamó al timbre. —¿Estás bien? —pregunté. —Sí —Espetó. Había estado equivocado sobre las ropas y el cristal. No tuvimos incienso, una habitación oscura o misteriosa música de fondo. En cambio una pequeña mujer redonda y con gafas nos dejo entrar. Me recordaba a la abuela de Jake, que solía visitarlo en Patterson. Entramos a un salón con millones de figuritas de porcelana alineadas en estanterías que colgaban de las paredes. Muñecos de nieve, bailarinas, perros, gatos, caballos, unicornios, flores…. Mis ojos se enroscaron intentando enfocarlas a todas. Nicki y yo nos paramos mirando hacia las figuras (que nos devolvían la mirada) mientras la psíquica esperaba frente a dos sofás color huevo que eran totalmente eclipsados por las estanterías. Todavía no intento hablar con nosotros. Aparentemente, había aprendido que sus invitados necesitaban tiempo para aclimatarse a las estanterías. —¡Guau! —dijo Nicki, al final. —¿Te gustan? —Um… claro. Son monas. —Tú eres Nicki —dijo la psíquica, entonces elevó sus cejas hacia mí. Quería hacer que ella adivinara quien era yo, para comprobar sus poderes, pero Nicki dijo: —Este es mi amigo Ryan.
  • 36. Página36 —Bienvenidos, por favor coger asiento. Nos hundimos dentro de los gigantes cojines que olían a rancio del sofá. —Gracias por encontrarse conmigo. Sra. Hale. O usted… ¿Cómo la debo llamar? —La voz de Nicki subió una octava, como si hubiera rejuvenecido desde que habíamos entrado por la puerta. Sus manos exprimiéndose una a la otra. —Por favor, llámame Andrea —dijo la psíquica. Andrea Hale. Así que no se llamaba algo como Madame Zorela. Y continuaba sonriendo como una abuela lo haría, como si fuera a ofrecernos galletas recién hechas en vez de un encuentro con un muerto. Nicki escarbó en el bolsillo de sus pantalones cortos y sacó unos billetes sudorosos. El dinero por delante, por supuesto. Andrea metió el dinero en un cajón y se sentó en el otro sofá. —¿Con quién deseas hablar? Hablé entonces: —¿Eso no nos lo debería decir usted? —Andrea sonrió. —Hay algunas almas que quizás quieran hablar contigo. Podemos ahorrar tiempo si puedo centrarme en alguien específicamente. Incluso aunque no me creía nada de esto, por un momento mi piel hormigueó cuando dijo eso de que había almas que querían hablar con nosotros. No ayudaría imaginar montones de gente muerta concentrados en la puerta. Quizás se harían cargo de las figuras y tendríamos una tormenta de pequeñas figuras de porcelana volando a través de la habitación. —Mi padre —dijo Nicki—. Su… su nombre era Philip Thornton. Andrea asintió y cerró los ojos. Un viejo aire acondicionado en la ventana rugió y resonó de fondo. Nicki se estremeció a mi lado, pero no fue por el aire acondicionado, porque debíamos de estar cerca de los ochenta en esta habitación cargada. Mire hacia arriba a las estanterías, a todos los puntos negros fijos de los ojos de las figuritas de porcelana y aparté la mirada. La frente de Andrea estaba arrugada. Sus labios trabajaban. Nicki seguía aguantando la respiración, quedándose sin aire y luego jadeando. Deje la rodilla a una pulgada de la suya, sin tocarla, pero lo suficientemente cerca para recordarle que estaba allí. Los ojos de Andrea permanecían cerrados. Un camión retumbó calle abajo, agitando la casa. Las figuras de porcelana se sacudieron, mirándonos. Pensé otra vez en ellas volviendo a la vida. Quizás se iban en estampida por la casa durante la noche. Luego me di cuenta que si seguía pensando así, acabaría en Patterson. —Philip esta aquí —dijo Andrea. Mis ojos se lanzaron por la habitación buscando una sombra, una bruma, una agitación en el aire. Nada.
  • 37. Página37 Nicki exhaló. Parpadeó, agrupando las lágrimas en sus pestañas, yo quería que no la creyera tan pronto, que no se tirara a la piscina si comprobar el agua. Ella dijo: —Um… sí ¿Él me recuerda? Silencio. Andrea sonrió. —Sí, por supuesto, tú eres su hija; él nunca te olvidará —Se rió entre dientes—. Él se está riendo un poco de que pensaras que te había olvidado… pero en el fondo esta triste. Nicki clavo sus uñas en las palmas de su manos, dejando marcas púrpuras. —Pregúntale porque lo hizo. —¿Por qué lo hizo? —Repitió Andrea. Sí, pensé. No hay muchas pistas en eso. ¿Las hay, Andrea? ¿Ahora qué vas a hacer para arreglarlo? —Sí —dijo Nicki con voz firme. La voz de Andrea vaciló. —Él no cree… que pueda explicártelo. Lo desearía… es complicado, él no está seguro de que lo vayas a entender… —No lo entiendo. Por eso estoy aquí —Nicki se pasó una mano por la mejilla, donde sus lágrimas se estaban derramando. —Él quiere que sepas que te quiere. —Sí, ¡Lo sé! Sé eso. Necesito saber porque él… —Le pegué a Nicki con la punta del codo antes de que ella pudiera dar más pistas. Ella miró hacia mí. Su rostro enrojecido, sus ojos rojos. —Necesito saber por qué hizo lo que hizo. Andrea seguía arrugando su frente, como si pudiera exprimir una respuesta del aire por pura concentración. —Él lo siente —dijo ella. —¡Eso no me dice nada! —La voz de Nicki se rompió en la última palabra; el borde irregular de esto parecía cortarme. Había estado esperando que viera lo inútil que era esto, que viera que Andrea era un fraude. Pero ahora estaba dispuesto a que Andrea encontrara al padre de Nicki, o que por lo menos saliera con algo convincente. Me centré en la cara de Andrea, intentando emitir ondas de pensamientos hacia ella. —Él…Su voz no es muy clara ahora. Déjame ver si la puedo conseguir más fuerte. Sí, puedes hacerlo mejor, pensé. Vamos Andrea. El aire acondicionado hizo ruido y gimió. Nicki sorbió. Mis piernas se contrajeron; quería saltar fuera de este sofá y correr. —Papi —dijo Nicki. Ahí fue cuando abrí mi boca. —Pregúntale si tal vez no fue su intención llegar tan lejos —dije.
  • 38. Página38 Andrea vaciló. —Pregúntale si él… no vio otra manera en ese momento. Después de un momento, Andrea asintió. —Es algo así, dice él. Nicki contuvo el aliento. —Como si a lo mejor él creía que no podía contarle a nadie lo que estaba pasando —Añadí yo. ¿Cuánto tiempo le tomaría a Andrea recoger su pista? ¿No eran las psíquicas buenas supuestamente leyendo a las personas? —Él estaba envuelto en dolor en aquel momento —dijo Andrea, finalmente atrapando el enorme balón que le había lanzado—. Él no miro el futuro, las consecuencias. Parecía que no podía callarme, ahora que había empezado. —Pregúntale si él no sabía simplemente que más hacer. —Él volvería y lo haría diferente si pudiera. Nicki nos miraba, su cabeza balanceándose adelante y atrás. —Oh, Dios mío —dijo ella. Había exagerado, y lo sabía. Había hablado demasiado, dando pistas demasiado obvias. Pero sabía que había algo de verdad en lo que yo había dicho. Ey, quizá su padre estaba hablando a través de mí en vez de Andrea. ¿No era eso lo que Nicki hubiera querido? ¿No fue eso lo que me pidió que hiciera? Nicki espero a que estuviéramos en la cera de nuevo, para golpear mi brazo con su puño. —¿Estas contento, ahora? —¿Qué? —No te hagas el tonto. —Nicki… —Así que tenias razón, era un fraude. ¿No te hace eso sentir mejor? Pateó una lata de cerveza vacía contra la pared de una casa. —¿Qué te hizo decir que era un fraude? —¡Oh, vamos! Era tan obvio. Se lo estabas dando todo. —No sé de lo que me estás hablando —Pero podía oír la mentira en mi propia voz. —¿Te estabas burlando de mí? —No. Sollozó. La senté bajo un muro desmoronado delante de un almacén. —Era tan mala, que ni siquiera pude pretender que la creía. —Lo siento —dije.
  • 39. Página39 —ya, seguro... —No, quiero decir… pensé que podría pasar esto, pero no quería que pasara. Me gustaría que hubieses conseguido lo que querías. La dejé limpiarse la cara en la manga de mi camiseta. Ella rodó sus ojos enrojecidos hacia mí. —¿Por qué alimentaste su historia de todos modos? —No lo sé. —¿Creías que me estabas engañando? ¡No soy estúpida! —No pensé en ello. Solo me salió. —Ahora nunca sabré porque lo hizo. —Él probablemente no te lo diría, aunque estuviera aquí mismo. Ella sollozó. —Podría haberme dejado una nota a algo. ¿Por qué no lo hizo? ¡Dios! Se frotó en mi manga húmeda. Estaba pensando en porque y cuan complicada era esa pregunta, cuando habló de nuevo. —¿Tú escribiste una nota? —¿Qué? —¿Tú escribiste una nota? El clima caluroso hacía que mi cuerpo estuviera empapado en sudor, pero no sé como, la boca se me había secado. —No. —¿Por qué no? ¿Por qué demonios no? —Se levanto, paseo en un círculo cerrado, y pateó la pared en la que yo estaba sentado. —Mira, esto no es sobre mí. —Tú hiciste esto algo sobre ti, ¿no? Seguro como el infierno que tú hiciste de esto algo tuyo ahí dentro —Apunto atrás, hacia la casa de la psíquica. —Quería que sacaras algo de allí. Andrea se estaba ahogando como un pez muerto. Te lo dije, no lo pensé. —Sí, seguro que no lo hiciste —Se limpió la cara con el botón de su camiseta, dándome un destello de un sujetador azul oscuro. Ella no pareció notarlo o importarle. —Así que tú le diste a mi padre… perdón, al imaginario fantasma de mi padre… todas tus razones. —¿Quién dice que esas eran mis razones? Ella resopló. —¿Qué más podían ser? Tú no te sacaste todas esas cosas de la nada.
  • 40. Página40 Todo se drenaba fuera de mí; No podía apenas mantener la cabeza levantada. Me incliné y apoye los cojos sobre las rodillas. Ella frunció el ceño, se dio la vuelta, y pateo un trozó de ladrillo de la acera. No me dejé a mí mismo pensar si tenía razón, si las palabras que puse en la boca de Andrea, habían sido mías. Después de todo, el padre de Nicki no pudo cometer los mismos errores que cometí, no podía haber arrastrado la misma vergüenza con la que yo cargué. Quizás él sintió lo que yo sentí… ese pozo triste de entumecimiento… pero él no había tenido una Amy Trillis o una Serena. Él nunca tuvo que esconder un jersey rosa en su armario. Él no tuvo que hacer las cosas que yo hice. Apostaría por ello.
  • 41. Página41 Traducido por ♥...Luisa...♥ & Panchys Corregido por Juli_Arg uvimos que esperar otra media hora antes de que Kent nos recogiera. Nicki compró un zumo de uva, yo una Coca-Cola y nos sentamos en un banco fuera de la oficina de correos, viendo a la gente entrar y salir. Las comisuras de la boca de Nicki se pusieron moradas por el zumo, pero el color rosa en su rostro y sus ojos se estaba desvaneciendo. Ya parecía normal en el momento en el que Kent se reunió con nosotros. Quería preguntarle acerca de su padre, para saber más sobre la persona cuyo espíritu habíamos tratado de invocar, pero no quería arruinarla de nuevo ahora que había dejado de llorar. No me podía imaginar a mi propio padre no estando cerca. A pesar de que viajaba todo el tiempo, por lo menos sabía que él estaba en algún lugar del planeta, caminando, hablando y pensando. Donde estuviera, se encontraba en una reunión de negocios, llevando las gafas en la nariz y estirándose la corbata, o sentado en un restaurante extranjero aclarándose la garganta y parpadeando de la manera en que lo hacia cuando tenia que comer alimentos que no le gustaban. O tal vez estaba en un aeropuerto, comprobando los resultados de béisbol de su equipo, ya que se suponía que volvería a casa hoy. Pero si quería oír su voz, todo lo que necesitaba era un teléfono. No tenía necesidad de psíquicos que lo llamaran. Miré de reojo a Nicki. Ella inclinó la botella, y la última pulgada de jugo de color morado ondulaba de ida y vuelta. —No puedo creer que empiecen las clases en un par de semanas —dijo—. Vas a ser un junior, ¿verdad? —Sí. —Si quería alejarse de hablar de padres muertos, estaba bien conmigo. Val, Jake y yo solíamos hacer eso en Patterson, íbamos a hablar de uno a otro cuando algo era demasiado. Se podían escuchar las voces de la gente, cuando se acercaban al borde del colapso: un sonido fuerte estrangulado en la garganta, sus palabras saliendo delgadas y de madera. Tal vez esa tensión fue lo que hizo tragar a Nicki todo el jugo. —¿Echaste mucho de menos la escuela cuando, tú sabes, estuviste en el hospital? —preguntó. —Sí, pero lo arreglé. Regresé en mayo, e hice un trabajo extra hasta julio, así que no me detuve. T 5
  • 42. Página42 —Voy a estar en la escuela secundaria, también este año. ¿Con quién pasaras el tiempo allí? —Nadie especial. —Sorbió de la parte inferior de la botella. —¿No tienes amigos? Conocía a personas, pero no diría que tenía amigos en esta escuela. No estaba seguro de lo que me había impedido hacerlos. Es cierto que era conocido como el chico que había intentado suicidarse y pasó varias semanas en el manicomio, lo que no me hizo el Sr. Popular, pero más que eso, era que me resultaba más fácil no arriesgar nada con nadie más. No necesitaba amigos en la escuela de todos modos, desde que tuve a Jake y Val. Le dije a Nicki, —Sí, un par de chicos que conocí en el hospital. —¿Están ellos como… locos? —Cierto. Nos reunimos a babear y a aporrearnos en la cabeza a nosotros mismos. Esa es la verdadera vinculación entre locos. —Un camión de correos paso pesadamente junto a nosotros, arrojando gases. Contuvimos la respiración, y cuando el camión había doblado la esquina, Nicki, dijo: —No lo quería decir de esa manera. ¿Siguen en el hospital? —No, todos salimos. Val salió la primera —Me detuve, recordando el momento en que Val había vuelto a Patterson. El recital que había dado en la sala de estar. Su mano sobre mi muñeca. —¿Qué? —dijo Nicki, viendo que yo no estaba del todo con ella. Negué con la cabeza. —Solo pensaba en algo. —Kent se detuvo entonces, parando la conversación. *** Nicki jugó con la radio hasta que Kent le gritó. Apoyé la frente en la ventanilla del coche, acordándome aún de la noche de abril en Patterson, cuando Val había venido a visitarme. Al verla entrar en el hospital como un extraño, uno de ellos y no uno de nosotros, apenas podía siquiera hablar con ella. Una bola de ácido se sentó en la parte superior de mi garganta todo el tiempo que estuvo allí. No quería ir a su recital, pero Jake me había encerrado en la sala de estar con los demás. —¿Cómo es que estamos usando la sala de estar por la noche? —repliqué, pero él no lo oyó. Se fue y se sentó en la parte delantera, mientras que Val calentaba en el piano desafinado, haciendo una mueca como siempre lo hacia en las notas más confusas. Me senté en la parte posterior, cerca de la ventana. No encendí la lámpara junto a mí, pero las otras luces fueron suficientes de modo que todo lo que pude ver por la ventana era el reflejo de mí mismo y la sala de estar con los otros psicópatas. Y aunque la música de Val tiraba de mí como una corriente de resaca, a pesar de que algunas de las personas a mi alrededor lloraban y mis ojos ardían y me dolía la garganta, todo lo
  • 43. Página43 que podía pensar era lo mucho que la odiaba, y que no la miraría y que no quería escuchar su música. Lo pensé, incluso cuando la música me llenaba. La había echado de menos. Nunca había dejado de buscarla en esos pasillos. Siempre había un gran sitio vacío a mi lado en el comedor, en el grupo, en el salón social, en el patio. Sin embargo, me quedé en mi asiento cuando el recital había terminado, con las piernas pesadas, hasta que pudiera confiar en mí mismo para poder pasarla con la cara en blanco. La gente se amontonó a su alrededor, incluyendo a Jake. Ella estaba hablando con ellos cuando salí de la sala de estar. Pero me siguió hasta el pasillo y me tocó el brazo. —Oye, ¿no ibas a saludarme? —Hola. —¿Qué pasa? —¿Qué te hace pensar que algo está mal? —Bueno, todo el tiempo que toqué tú te sentaste allí con los brazos cruzados, mirando por la ventana. Viéndote muy cabreado. —Su voz se suavizó—. ¿Qué es? Habla conmigo. —No lo entiendes —Le dije, negándome a mirarla a los ojos. —¿No entiendo qué? Me concentré en la señal de salida a través del pasillo. —Fue amable de tu parte venir a tocar para nosotros, unos patéticos confinados, pero puedes volver a tu vida normal ahora. Fue entonces cuando me agarró del brazo, envolvió mi muñeca, y mi pulso latía contra su mano. Dijo: —Todavía soy… Su contacto había pegado la lengua a mi paladar, pero la liberé y con voz ronca dije: —¿Aún qué? —Sigo siendo tu amiga. Dios, Ryan, ¡solo ha pasado una semana! ¿Crees que me voy a olvidar ti y lo que se siente al estar aquí? ¿Crees que quiero olvidar? —¿Por qué querrías recordar? —Porque es parte de mí. Porque yo los amo, a ti y a Jake. Negué con la cabeza. No importaba si se trataba de una semana o una hora: ella había cruzado esa línea. Estaba allí ahora, en el mundo normal, y estaba atrapado aquí, todavía enfermo. —¿Por qué crees que vine aquí hoy? —¿Caridad? Ella apretó los labios hasta que casi desaparecieron. —¿Por qué estás siendo un idiota? ¿Caridad, de verdad? Vamos.
  • 44. Página44 —Tú estás ahí y yo no. —Sus dedos quemaron mi muñeca mientras trataba de hacerle entender. No podía ver por qué no lo entendía, a menos que no quisiera hacerlo. —Estás teniendo una vida. —Ahora iba a pasar todo el día con personas reales, con chicos que no eran enfermos mentales, quienes no se obsesionaban con quitarse la vida, que nunca se habían avergonzado a ellos mismos delante del grupo. —Deja de actuar como si yo estuviera arriba en un algún pedestal. De todas formas, vas a salir pronto. ¿No lo sabes? Solté una risita. —Lo digo en serio, Ryan. Pasaste de esconderte bajo la cama a ayudar a algunos de los chicos nuevos. Tú y Jake solían ir una y otra vez acerca de la muerte, y ahora hablan de ponerse al día en la escuela. Solías caminar como un zombie, dentro de tu pequeño propio mundo. Ahora, la mayoría de las veces, te las arreglas para estar aquí con el resto de nosotros. —Sus dedos apretaron—. A pesar de que has estado actuando como un imbécil toda la noche, todavía estás aquí. Me di cuenta de que estabas enojado. Así que estás enojado, por lo menos tienes algo. Tú ya no eres nada. Se soltó y tuve el impulso natural de agarrarla de vuelta, para aferrarme a ella como si pudiera mantenerme con vida. Pero no lo hice. La dejé ir, y cuando me llamó dos días después, fui capaz de decirle que tenía razón. Se estaban preparando para dejarme salir, también. *** La verdad es que cuando me tocó, agitó algo que estaba muerto en mí desde hacía meses. La idea de chicas y sexo se había apagado, se había ido en cenizas, se deslizó bajo capas de lodo negro. Había dejado de soñar despierto con eso o esperar por ello o siquiera recordar su existencia. Había olvidado lo que era desear eso, olvidado cómo se sentía el localizar el cuerpo de una chica con los ojos y querer seguir con mis manos. Había estado adormecido hasta que los dedos de Val, en la fina piel de mi muñeca, me hicieron recordar el calor, me sacudieron de nuevo en el hambre.
  • 45. Página45 Traducido por pao*martinez Corregido por LuciiTamy icki quería ir a la cascada tan pronto como regreso de Seaton. No había pensado en que una caminata desde su casa, era mucho más larga que desde la mía, y cuesta arriba. Los dos estábamos jadeando cuando llegamos a la piscina, algunos niños pequeños lanzaban rocas en el agua, pero huyeron cuando nos vieron llegar. Me despoje de mi camiseta. Nicki se saco la suya también, la dejó caer sobre el banco, y se sumergió en el agua. La observé durante un minuto, su sostén de color azul oscuro contra la palidez de su espalda, hasta que desapareció bajo la cortina de agua. No sabía lo que quería decir arrancándose la camisa frente a mí. ¿Qué no le importaba si yo la veía de esa manera, ya que no era nadie? ¿O es que estaba tan molesta por lo ocurrido con Andrea que no sabía lo que estaba haciendo? Salió un minuto después, jadeando, agua chorreando de su pelo. —¿Viste este lugar la primavera pasada? —dijo—. El agua te noqueaba, si eras tan estúpido como para permanecer en ella. Ya lo sabía, porque había sido lo suficiente estúpido. Sin responder, me metí en el agua y me hundí hasta el fondo, deseando lavar las figuritas de porcelana, la suave sonrisa, sacarme el aire acondicionado, y todo rastro del gran fracaso psíquico de Andrea. El agua martillaba bajo sobre mí y me quedé allí de pié durante más tiempo del que jamás había podido estar antes, comprendiendo que Nicki tenía razón: la sequedad del mes de agosto había reducido un poco el poder de la cascada. Pero al salir, su rugido aún me llenaba la cabeza. —Me estaba preparando para ir tras de ti —dijo Nicki, frotándose los brazos. Le di mi camiseta para secarse. Ella se retorció en su camisa seca y se apartó el cabello. —¿Estás bien? —pregunté. —No. *** N 6
  • 46. Página46 Fuimos a mi casa. En el sótano, la habitación de entrenamiento tenía un armario lleno de ropa de gimnasia de mi madre, saque un par de pantalones de ejercicio para que Nicki usara mientras tendía sus pantalones cortos en la barandilla de la cubierta. Me deshice de mi ropa mojada en la lavadora para que mamá no la viera. Mis padres sabían que yo nadaba en el río, pero no que estaba debajo de la cascada. Al principio de mudarnos aquí, me habían dicho que la cascada era peligrosa, pero nunca me habían prohibido expresamente ir bajo de ella. Supongo que nunca se les ocurrió que lo haría. Tampoco es que pensara decírselo y cuantas menos oportunidades tuvieran de ver mi ropa mojada, menos oportunidades habría de que preguntaran. Nicki y yo nos sentamos en el suelo de la sala con la luz del sol filtrándose a través de las agujas de los pinos, que brillan frente a nosotros. —No lo tomes a mal —dijo Nicki—. Pero no entiendo por qué alguien que vive en un lugar como éste querría quitarse la vida —Miro hacia mí pero yo estaba mirando por la ventana. Probablemente no se dio cuenta que había escuchado lo mismo unas cien veces antes y que incluso me lo había dicho a mí mismo. A menudo pensaba que no tenía nada de que quejarme, en comparación con algunas de las historias que había oído en Patterson. Había niños que habían sido violados por sus propios padres, niños que habían sido golpeados, quemados o ahogados, niños cuyos cerebros estaban tan jodidos por las drogas que no sabía cómo habían logrado alimentarse por sí mismos. Había niños que nunca sabían cuál de sus padres estaría en casa o cuándo iban ser canjeados por una parte del dinero en una pelea de divorcio. Conocer todas esas historias me confundía más, porque a mí no me sucedía nada de eso. Yo no sabía por qué diablos caía en el abismo ¿por qué nunca pude ver lo que me estaba empujando hacia abajo? *** Nicki y yo nos sentamos un rato más. En algún momento me levanté y traje un plato de frutos secos, semillas de girasol y arándanos. Nos llenamos de eso, lamiendo la sal de nuestros dedos. —Este alimento no es para pájaros ¿verdad? —dijo. Me eché a reír. —¿Y qué pasaría si te digo que si? ya nos hemos comido la mitad del plato. Ella chilló. —No —dije, sonriéndole, y se calmo—. Es solo esta mierda de merienda saludable que a mi madre le gusta comprar. De todos modos, estoy comiéndolo también, ¿no? —Sí, pero tú tienes deseos de morir.
  • 47. Página47 Me eché a reír de nuevo. Su rostro se había congelado al segundo después de decirlo, como si quisiera morder las palabras en el aire y llevarlas de vuelta a la boca. Pero yo estaba bien. De hecho, quería que más chicos en la escuela dijeran cosas así, en lugar de las miradas furtivas a veinte metros de distancia como solían hacer. No es que yo sepa tampoco la forma de hacerles saber que estaba bien. No podía dejar de pensar en la sesión de Andrea, los instantes que esperé mientras intentaba ponerse en contacto con el padre de Nicki —¿Qué quieres de tu papá? —pregunté. Me tendí en el sofá, mientras ella se sentaba en el suelo recogiendo las últimas nueces y bayas. Se detuvo con los dedos en la boca y se quedo mirándome fijamente. Luego sacó su mano y dijo: —Tuve una muñeca que solía ser de Kent. Bueno, realmente se trataba de un muñeco, Kent lo llamaba una figura de acción. Lo llamé Slade porque pensé que era el mejor nombre —Ella deslizó los dedos a lo largo de la parte inferior del cuenco con sal—. Un día deje a Slade en Seaton Park, no me di cuenta hasta que llegamos a casa. Estaba histérica. Matt y Kent me dijeron que seguramente lo robaron, había llovido sobre él o fue masticado por animales salvajes. Mi papá me llevo al parque a buscarlo, a pesar de que la cena estaba lista. Esa es la clase de persona era mi padre. De nuevo se llevó los dedos a la boca, para chupar la sal. Me quede mirando sus labios. Parecía estar esperando a que yo hablara, pero cuando no lo hice, se saco la mano de la boca y la sacudió en el aire. —Él solía apostar a los caballos en Sandford, a veces me llevaba. Me encantaba ver a los caballos correr, especialmente cuando pasaban por donde tú estabas, como un trueno. Planificábamos lo que íbamos a hacer con el dinero que ganara excepto que casi nunca ganó. Una vez que ganó cien dólares y tuvimos una gran cena, pedí creme brulee para cenar. Ella se echó a reír. —Yo ni siquiera sabía lo que era. Lo llamaba “Crema brooley”. Apoyé la barbilla sobre las manos —¿Qué más? Me sentí un poco como la Dra. Briggs. Fue agradable ser el que escucha por una vez y no tener que raspar las cosas fuera de mi propio cerebro para poder tener de que hablar. —Él solía discutir con mi mamá. Sobre el dinero y de lo tarde que se quedaba fuera con sus amigos —Trató de girar el plato, pero no se deslizaba bien en la alfombra—- Nunca habló de suicidio. Hasta donde yo sé. Yo nunca había hablado de ello tampoco, no de antemano. Me miró. —Se pegó un tiro en el bosque detrás de la casa. Mi hermano Matt y yo lo encontramos.
  • 48. Página48 Mi estómago dio un vuelco. Quede aplastado por las imágenes de la sangre y el cerebro, los huesos rotos. No me podía imaginar lo horrible que sería encontrar a alguien que se había disparado, por no hablar de tu propio padre. Sobre todo desde que se veía con el chico que se ahogaba en la cascada. Dios, ¿cómo hizo ella para no quebrar su mente y terminar en un lugar como Patterson? —Eso es una mierda, lo siento Nicki. —Para ti es fácil decirlo ¿Quién te encontró? —No estamos hablando de mí. —Solo quiero saber por qué lo hizo —Fijo su mirada en la mía—, ¿Por qué lo hiciste tú? Y no me digas que no eres mi papá. No me importa. Él no está aquí para preguntarle y tú sí. —Debes preguntarle a tu madre —dije—. Después de todo, no conocí a tu padre y ella sí lo hizo. —Ella no puede hablar sobre él. Si el tema está por salir, pone esa mirada enferma en su rostro. Y de todos modos, tú lo debes de saber, quiero decir, tú debes de sentir lo que él sintió. —No es lo mismo para todos —Le dije—. En mi grupo del hospital, las historias de todo el mundo eran diferentes. —Eso no es lo que quiero decir. Quiero saber cómo llegaste hasta este punto, lastimarte a ti mismo es algo que tienes que tomarte en serio. Cuando piensas; “sí, puedo hacer eso”. Cerré los ojos para no tener que mirarla. —Dime —dijo. Tal vez no tendría que decírselo si no la hubiera acompañado a la casa de Andrea. Si yo no hubiera tratado de ayudar a Andrea a conjurar el fantasma del padre de Nicki, si yo no hubiera visto llorar a Nicki. Si ella no hubiera bromeado conmigo como si fuera una persona normal, en vez de ser un frágil psicótico desequilibrado. Si ella no hubiera querido ser la única en encontrar a su padre. Pero todas esas cosas sucedieron, así que tome aire y empecé hablar. *** Nos mudamos a esta casa. La casa de ensueño de mi madre, a la mitad de mi segundo año. Nunca había sido el niño nuevo antes, nunca había pensado lo extraño que sería incluso encontrar los baños, no importa el lado derecho de las cafeterías o el lado derecho del autobús; cuando eres nuevo uno esta realmente solo. Entonces la casa se empezó a desmoronar. Sucedió durante las tormentas de febrero, cuando una descongelación rara nos golpeo con lluvias torrenciales. El agua caía, se derramó por el arrollo y golpeó en el
  • 49. Página49 techo. Incluso se filtró dentro de la casa. Se filtró por el borde de las ventanas, el techo tenía goteras. Una noche, con relámpagos como luz estroboscópica, mientras corríamos a poner las ollas para el agua de la lluvia, yo me reía ya que esta casa de lujo, la obsesión de mi madre por años, se estaba desmoronando literalmente desde los cimientos. —Yo no le veo nada gracioso —mi madre se quebró, poniendo toallas para absorber el agua que había formando un charco y empapaba la alfombra. —Es una locura —acerté a decir, tomando una respiración. No podía creer que no viera un poco de ironía o humor, o lo que sea dada la situación. Aquí corríamos como locos, tratando de captar cada nueva mini cascada. Yo estaba en pantalones cortos, ya que eso es lo que llevaba a la cama. Mis padres llevaban batas sobre sus pijamas y el pelo empapado. Seguimos tropezando mientras corríamos a tapar una fuga tras otra. La casa iba a ser perfecta, y no lo fue. Algo sobre eso me hizo sentir mejor de lo que había sentido en semanas, redujo la presión en el pecho. Hacia tiempo que no me había reído y creía que pasaría un largo tiempo hasta que pudiera volver a reír otra vez, pero esa noche no podía parar. *** Alquilamos una casa en Seaton, mientras que esta estaba con goteras y sin impermeabilizar. Mi madre estaba furiosa, documentado cada paso para la demanda que iba a presentar contra la constructora. Sacamos cajas y maletas, dejando aquí la mayor parte de nuestro mobiliario cubierto con lonas de plástico. Todo en la casa alquilada era extraño. Tropezaba contra las paredes cuando iba al baño en mitad de la noche. Nada me era conocido. Seaton High aún era bastante nuevo para mí también, no encaje en ninguna parte. Me tropecé a través de los días, siempre un poco perdido. Perdí los horarios de los equipos, así que perdí las audiciones de béisbol. Cuando hablé con el entrenador, estuvo de acuerdo en que me vieran practicar para poder demostrar lo que sabía hacer. Pero antes de hacerlo, tuve el peor dolor de garganta, con escalofríos y fiebre. Resultó que tenía mononucleosis, y estaba tan enfermo que casi ni podía arrastrarme hasta el baño. Solía detenerme en un cierto punto a mitad del pasillo, donde mi madre había enchufado una lámpara en forma de concha. Me encontraba ahí tendido con la cara contra la alfombra, inhalando las migajas y motas de tierra que habían caído, mirando hacia la carcasa de plástico. Reunía fuerzas para hacer la mitad del viaje. Sobre todo, eso es lo que recuerdo de las dos semanas de enfermedad: la lámpara de noche. El entrenador me envió un mensaje para que olvidara el béisbol. Dijo que era solo un estudiante de segundo año, y que de todos modos podría intentarlo el año que
  • 50. Página50 viene, pero me pareció difícil creer que alguna vez volviera a jugar. También había tenido que dejar de correr. Lo había hecho por diversión, no para un equipo. Nunca un había hecho un seguimiento de mis tiempos o distancias pero lo hacía porque me gustaba, porque sentía la sangre correr a través de mí y me hacía sentir menos como si estuviera viviendo detrás de un panel de vidrio. *** —¿Qué quieres decir con un panel de vidrio? —Preguntó Nicki. —Es como que puedo ver y oír a todo el mundo, pero no estoy realmente allí con ellos. La sensación iba y venía, quiero decir, que siempre se me pasaba. Hasta el año pasado, cuando se ese sentimiento se quedó. La Dra. Briggs, una vez me preguntó por cuánto tiempo había sentido eso. Pensé que tal vez todo comenzó cuando tenía ocho años. La primera vez que me subí al trampolín en mi clase de natación, nadie más había parecía asustado, así que todo actué como si nada pasara, solo después en el vestuario sentí las sacudidas. —Hay un adormecimiento que va con ello —Le dije a Nicki—. Es como estar muerto, pero no estás muerto oficialmente. Quiero decir, es como pensaba que se sentía. Ella asintió con la cabeza como si hubiese dicho algo con sentido, tocándome la mano. Me obligue a mirarla, a seguir hablando, porque si me detenía y dejaba de sentir su mano en mi piel, jamás podría pasar a través de la parte del garaje. *** Este entumecimiento parecía no irse nunca. Mi madre estaba obsesionada con la casa. Los contratistas detenían el trabajo en el techo y las ventanas sin razón, desaparecían durante días y dejaban algunas cosas en el aire. Mi padre estaba de viaje y cuando regreso dijo: —¿No está listo todavía? No parecía dejar de llover nunca, no tenía ningún amigo en la escuela. Yo aun tenía mononucleosis, pero por lo menos podía ir a clase otra vez aunque no podía volver a correr. Llegaba todos los días a la casa y era para dormir. No hay nada como el agotamiento de la mononucleosis. No es como estar cansado después de un buen entrenamiento o de una noche sin dormir, ese el tipo de cansancio en el que apenas dejas de moverte, empiezas a recargarte de nuevo. Con la mononucleosis, no es así. Te sientes como si nunca hubieras tenido energía y nunca más la volverás a tener. Eso hubiera sido aterrador, excepto porque se necesita energía para que eso me importara, y yo no la tenía.