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LA AGONÍA
DE LOS
MITOS
Rosalino Carigi
1972 - 1982
VERSIÓN NOVIEMBRE 2015
CUENTOS CORTOS
de una
LARGA VERDAD
Había
una vez...
un lugar…
unos mitos…
Y ahora hay…
muchos más…
Diap 4
LA AGONÍA DE LOS MITOS
Y a los inolvidables profesores de Tercer Año C (1945)
que nos enseñaron sus conocimientos y... a pensar:
Sta. A. Vilar del Valle. Francés Charmant.
Sra. Palmira de Areco Inglés Lady.
Sra. A. B. de Cotelo Freire C. Musical ¡Bravo!
Sra. René S. de Tiriboschi Química Magnífica.
Srta. Margot Acosta y Lara Literatura Cultura.
Sr. Eduardo Mullin Matemáticas Un caballero.
Sr. Mario Tornaría Física Hombre cabal.
Sr. Jorge Chebataroff C. Geográf. Innovador.
Sr. Andrés Pombo Dibujo Artífice.
Sr. Teófilo Arias Historia Nuestro Sócrates.
Con un recuerdo especial para el peculiar director:
Sr. Francisco Lacueva Castro.
Y a ese gran bedel que tiene el mayor honor en la
memoria:
Recuerdo sus anécdotas... pero no su nombre.
A Otto Bauer
Y a todos los que tuvieron
la dicha de poder ir
al viejo Liceo Bauzá. *
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DEDICATORIA
LA AGONÍA DE LOS MITOS
* Aquel que estaba en la Avda. Agraciada,
¨frente a la calle Francisco Gómez,
cerca del almacén de Autorello,
donde robábamos porotos para jugar.
ÍNDICE
Diap 6
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
No. CUENTO Diap.
INICIO 1
DEDICATORIA 2
PRESENTACIÓN 5
NOTAS 6
01 LA ESCOLLERA 7
02 BLANCA 11
03 PIERRE 17
04 ESPERANZA 21
05 CÉSAR 25
06 PADRE 29
07 MALENA 35
08 LA FRANCESA 40
09 EL SISTEMA 44
10 LAURA 49
11 EL POCHO 65
12 LA NENA 69
No. CUENTO Diap.
13 LOS GUSANOS 75
14 LA NOVIA 93
15 WILLIAM 110
16 MADRE 118
17 EL JUDÍO 126
18 ALSINA 137
19 REENCUENTRO 147
20 LOS CANGREJOS 159
21 BORIS 169
22 ELENA 179
23 MARIEL 189
24 MARTA 201
25 LA MURGA 209
CONCLUSIÓN 217
NOTAS FINALES 218
FINAL 217
ANEXO
(SE DICE DE MÍ – EL AUTOR) 221
En el año 2000, viejo lo escrito y yo, traté de
convertirla en una recolección de cuentos.
Pienso que no fue un solo mito sino muchos
mitos los que nos inculcaron.
Y con Ricardo se les fue sacando, poco a
poco, de la profundidad. Acompañado por
Pedro, ese pescador que siempre nos ayuda y
nos espera en medio de la noche, de la
oscuridad, de la escollera y... del tiempo.
En su versión original se ambientó en el
Uruguay de mi niñez y juventud. La vida me ha
demostrado que esas cosas y esos seres pueden
hallarse en todas partes.
No habrá otra revisión. Yo he envejecido y el
Uruguay ha cambiado. Ni él ni yo volveremos a
ser lo que fuimos:
La Agonía de un Mito... o de los Mitos.
Rosalino Carigi
Octubre del año 2005
El original de La Agonía de un Mito fue
escrito en 1972 teniendo yo 43 años, edad
donde se cree saber la verdad.
Era una novela con personajes basados en
sucesos de seres que existieron y otros surgidos
de la imaginación.
Indicaba que podía ser una narración,
algunos hechos acontecieron y muchos lugares
aún existen.
Prevenía que no era una historia, ya que no
se basaba en hechos fidedignos. Pero, la
historia es según quien la cuenta y la quieren
entender aquellos que la oyen.
Agregaba que no era una biografía, pero es
imposible escribir sin que la fantasía se mezcle
con los recuerdos.
Y concluía diciendo que tan sólo era un
cuento largo, demasiado largo... un mito.
Un mito con el cual nos criaron a los jóvenes
desde 1930 a 1950 en el Uruguay, y llevamos
por el resto de la vida.
Diap 7
PRESENTACIÓN
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
PRESENTACIÓN
De la novela original “La Agonía De Los Mitos”,
se sacaron temas para los libros: “Las Grietas” y
"Cuentos Que No Se Debieron Contar".
Para “La Agonía De Los Mitos” actual, se pusieron
temas que eran de los libros: "La Grieta", “Cuentos
De Siempre”, “Cuentos Primitivos, Tontos Y No
Tanto”, "Cuentos que no se debieron contar".
Y en Febrero del año 2003, Marzo de 2004 y
Mayo de 2005, se hicieron otras modificaciones.
Haciendo revisión de todo lo escrito, y más
envejecido y decepcionado, se hicieron correcciones:
La introducción “Escollera” se consideró cuento.
Se cambió el orden de los cuentos para que
hubiese, en lo posible, una relación de tiempo y
secuencia entre ellos. Sin embargo, por el tema y
los personajes principales de los mismos, no
siempre fue posible hacerlo.
Por tanto, cada uno es en sí una narración
independiente aunque esté relacionado con todo el
tema del libro.
Y están formados por los recuerdos del
personaje, con un preámbulo y conclusión del
encuentro con el pescador y su charla de cosas
indirectamente relacionadas con el cuento.
Diap 8
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
NOTAS
OTRAS
EN LA VERSIÓN DEL AÑO 2015
Pienso que está resumido en lo escrito en la
primer página de esta presentación:
Había
una vez...
un lugar…
unos mitos…
Y ahora hay…
muchos más…
¿Muchos más que?...
¿Veces?...
¿Lugares?...
¿Mitos?...
::::::
Ricardo notó un asiento de cemento y piedras
delante de él. Se sentó.
Divagaba, cuando vio venir por la escollera
un hombre desde el faro.
Observó que llevaba una caña de pescar.
Pero, no traía ningún pescado.
El hombre se sentó a su lado y le ofreció la
caña:
–Buenas noches... Me llamo Pedro. ¿Le gustaría
pescar?
–Buenas... –respondió Ricardo presentándose–
No, gracias. No me gusta ver como agoniza un
pez fuera del agua. Y por lo que se ve... usted no
sacó mucho.
–Todos los seres agonizan fuero de su ambiente.
Llevo tiempo aquí... He sacado unos cuantos del
fondo.
–¿Y dónde están?
–Allá, en la profundidad. Es su lugar. Hay
que devolverlos donde deben estar. Si pretendemos
que sigan vivos junto a nosotros... agonizan. Y
si los tenemos afuera mucho tiempo, pueden
envenenarnos.
–Debe gustarle mucho pescar para hacer eso
¿Qué es lo que pesca?
–Cada uno le pone un nombre... y todos
significan lo mismo.
–Baja...
La monótona voz del guarda sorprendió a
Ricardo en el estribo del ómnibus. No sabía si era
una pregunta o una conclusión. Bajó. Lejos, vio los
anuncios de los bares con nombres de lugares
lejanos. Nostalgia del puerto por otros puertos.
Caminado en las penumbras llegó a la escollera.
La noche era serena, sin luna, una suave brisa
llegaba de la oscuridad, el mar lamía suavemente
el espigón. En su punta, un faro guiñaba como
viejo vicioso mientras la Farola de la Fortaleza le
coqueteaba con el giro de su luz.
Ricardo avanzó sobre el rompeolas. No sabía
por qué. Y entró sin temor, sin que nada ni nadie
se lo prohibiese.
De pronto se sintió en la mitad del espigón, en
la mitad de la oscuridad, en la mitad de la noche.
Hacia el sur, en el horizonte, titilaban algunas
boyas mientras, al norte, los faroles de Villa del
Cerro eran puntos de luz mortecina.
–Viejo barrio. –murmuró Ricardo.
Recordó sus calles: Francia, Chile, Grecia, Suecia...
y la playa. Recorrerlo era dar una vuelta al mundo
para, como todos los vagabundos, terminar a la orilla
del mar.
Diap 9
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
01 LA ESCOLLERA
Ciudad Vieja, mil novecientos y...
LA ESCOLLERA
::::::
Una ola golpeó contra la escollera y salpicó a
Ricardo sacándole de su ensimismamiento. El
mar estaba algo encrespado y la brisa ya era
fuerte y fría.
No sabía cuanto tiempo había estado allí. Ni
cuantos recuerdos había traído con su
nostalgia. Pero debía marcharse. El agua puede
ser vida... y muerte.
Dejó la caña allí, recordando lo dicho por
Pedro.
Pocos minutos después se hallaba cruzando
las oscuras calles del puerto. Vio que se le
acercaba un bulto.
Era un vagabundo. Este le saludó, su tono se
parecía al de Pedro, y con voz ronca le pidió un
cigarrillo.
Ricardo se lo dio y a continuación encendió
el fósforo.
El rostro del vago se alumbró y Ricardo
sintió frío. Esa cara barbuda, con ojos rojizos
de alcohol, hace años...
El hombre había sido el portero del Banco
que estaba en la esquina donde Ricardo
esperaba a la que luego se convertiría en su
esposa... y también en otro recuerdo.
Pedro volvió a ofrecerle la caña. Ricardo
tomó el aparejo, no quería ofenderle.
En la tenue luz del faro notó que no tenía
anzuelo. Así se lo hizo notar a Pedro y éste le
indicó:
–Usted se lo pondrá. Yo uso el de la fe, otros
usan el de la ilusión... Eche la línea y sabremos
cual es su anzuelo.
Ricardo obedeció, temía que fuese un loco y
lo empujara al mar si no le hacía caso.
Cuando el hilo iba en el aire, en su extremo
se vio un anzuelo gris con una carnada ocre.
Y comprendió que era la verdad y que debía
quedarse pescando.
Nuevamente oyó la serena voz de Pedro:
–Cuando se vaya habrá pescado en la
profundidad de los recuerdos con el anzuelo de
la nostalgia y la carnada de la desilusión.
Buenas noches, compañero.
El hombre se levantó yéndose en la
penumbra. Ricardo necesitaba quedarse, ya
sentía mordiendo en el anzuelo.
–¿Dónde le dejo la caña? –le gritó a Pedro:
–Ahí mismo... Siempre hay alguien que la
recoge, y siempre alguien la deja.
Diap 10
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
LA ESCOLLERALA ESCOLLERA
Y se fue con su andar de yira. El hombre la
miró con triste sonrisa.
Los minutos pasaron poco a poco con la
ginebra.
Ricardo sentía la necesidad de contar lo
sucedido.
Nadie le creería. Pero esa mujer estaría
acostumbrada a escuchar mayores fantasías de
los marineros borrachos.
La llamó y, diciéndole que se sirviera lo que
quisiese para que así ganara algo, narró lo
acontecido.
La mujer fue cambiando su fingida sonrisa
por un rostro serio. Luego, con una naturalidad
pasmosa, le preguntó:
–¿Y cómo llamarías lo que pescaste?
–Ese hombre, Pedro, dijo que cada uno lo
nombraba a su manera. En mi caso le diría:
Mito.
–No sos el único que ha contado esa historia.
Tantos son, que a ese hombre le dicen el
pescador de los mitos. ¿Y tus recuerdos, los
volviste a echar a las profundidades?
–A muchos no pude... ni puedo desde hace
tiempo.
No debería ser, pero el tiempo le había
enseñado que todo podía ser. Los dos eran dos
extremos de un mundo sin destino y los
extremos se tocan.
Y el vago se despidió:
–Gracias, señor. Adiós.
Aquel hombre le decía adiós al presente, al
pasado, a todo. Lo vio alejarse y, como Ricardo
no podía despedirse de su pasado, giró en
busca de las calles de su presente.
Se dirigió el mundo de bebidas distintas, de
marineros parecidos y de mujeres iguales.
Entró en un pequeño bar.
Se sentó cerca de una ventana. Le llegó un
perfume.
–Está fresco afuera...
La mujer tenía el mismo tono sin sentido del
guarda del ómnibus. Con su sonrisa
estereotipada siguió:
–¿Querés algo?
–Bueno, tráeme una ginebra...
La mujer fue a buscarla. Se dio cuenta que
Ricardo no necesitaba su compañía y le dejó la
botella, diciendo:
–Si deseás algo más, me llamás.
Diap 11
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
LA ESCOLLERALA ESCOLLERA
–Como todos nosotros... Vivimos y agonizamos
con los mitos... y esa agonía nos envenena.
Ricardo miró la mujer y le pareció una
señora disfrazada de yira.
Como el portero era un señor con disfraz de
vago...
Como él era un lejano muchacho con disfraz
de señor.
Un viejo tango repetía:
"Mi pobre alma de bohemio".
Sintió que otra vez el Quijote que llevaba dentro
debía ponerse la coraza de formalidad.
Pagó a la fulana y salió.
Con grandes pasos llegó a la parada, detuvo
al ómnibus que parecía un animal iluminado.
Subió a él de un salto.
Pagó el boleto. Saludó.
Todos los viajeros somos conocidos después
de andar por los mismos caminos.
Apoyó la cabeza en el vidrio de la ventanilla,
que reflejó a un hombre ya viejo y cansado.
Y... se quedó dormido.
...oo0oo...
Diap 12
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
LA ESCOLLERALA ESCOLLERA
Diap 13
Cayó... y fue hundiéndose en la profundidad,
más, y más... parecía que nunca se acabaría el
hilo.
Pero, como todo, tenía un límite y se detuvo.
Ricardo se dirigió a su compañero:
–Usted dice que el agua es el principio de la
vida, en mi conciencia lo sé. Sin embargo en
mis recuerdos, casi siempre ha estado junto a
la muerte.
–Ya alguno ha mordido el anzuelo, –dijo el
pescador– el hilo se está moviendo.
Ricardo instintivamente alzó la caña. Pedro
le aconsejó:
–Vaya sacándolo poco a poco. Sin hacer
fuerza. Si se rompe la línea, tendría el dolor de
haberlo perdido y ese mito agonizaría en el
fondo o sería devorado por otros más
grandes... Mientras tanto, cuente, recuerde.
–Y cuando lo haya terminado de sacar, –
agregó Ricardo– deberé devolverlo a la
profundidad... al mito y al cuento.
–Acaso... ¿No son iguales? –susurró Pedro.
::::::
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
02 BLANCA
El primer amor nunca se olvida…
BLANCA
Ricardo se hallaba en el banco de piedra.
Otra vez sentado en la mitad de la escollera,
en la mitad de la oscuridad, en la mitad de la
noche.
Y otra vez el mar lamía suavemente el
espigón.
Pedro vino desde la punta y se sentó junto a
él, preguntándole:
–¿Volvió para pescar en lo profundo de sus
recuerdos?
–Hay algo que me empuja hasta aquí para
hacerlo. No entiendo la razón. Pero, usted hoy
no trajo la caña.
–La razón es muy simple: Aquí está en
soledad... y sin embargo lo rodea el mar, el
agua, el principio y resumen de la vida.. Y la
caña la tiene a su lado, donde la dejó.
Ricardo miró a su derecha, el aparejo
estaba allí.
Lo tomó y arrojó el sedal al mar, en el aire
vio el anzuelo gris con su carnada ocre.
Con firmeza heredada de su ancestro
éusquero, hizo confesar a la niña su
enamoramiento y el causante del mismo.
Drasticamente el progenitor tomó medidas
inapelables:
Internó a Blanca en un colegio de monjas.
Sólo salía los domingos para su antañona casa.
Y amenazó con ponerla de pupila completa si
veía a Ricardo.
A todas partes la trasladaba el padre.
Y la madre iba con ella a misa los domingos,
debiendo vigilar que no se hallase cerca el
muchacho.
Era el único lugar que Ricardo podía verla,
oculto y desde la acera de enfrente.
Sin embargo, Blanca y Ricardo jamás se
habían tocado.
Era el primer amor.
Había llegado al corazón teniendo una
pureza tal que, con sólo al rozarse en el tranvía
ambos se sonrojaban.
Y ahora...hasta eso les era prohibido.
::::::
::::::
Montevideo, 1945...
Ricardo vivía en un suburbio obrero, Blanca
en Capurro, él en una calle de casitas sencillas,
ella en una con mansiones de señores
adinerados y con estirpe.
Se encontraron en el Liceo Bauzá. Ella
estaba en primer año y él en tercero, ella era
baja y él alto, ella descendiente de vasco e india
charrúa, el de italianos y gallegos.
Coincidieron sólo en algo: Era el primer
amor de los dos.
Y poca cosas hay tan pura e idealista, tan
ferviente y romántica, como el primer amor de
dos jóvenes.
Ricardo le escribía poemas, le regalaba un
pimpollo blanco de rosa (que robaba de una
cerca próxima al liceo) y la acompañaba en el
tranvía.
Blanca empezó a pintarse los labios, o poner
color en sus mejillas, a arreglar su negra
cabellera (legado de su bisabuela) y a estar
junto a Ricardo en todos los recreos.
No escaparon al ojo avizor del padre esos
cambios en su adorada y única hija.
Diap 14
BLANCABLANCA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Quizás su lejana abuela india habría visto así
a aquel vasco francés para que nada le
importara la exterminación de su tribu y
siguiera tras ese intruso blanco y le diera su
amor formando una de las pocas familias
autóctonas.
El rostro todavía infantil de Blanca
transparentaba las emociones que sentía. Su
madre miró al autoritario esposo con una
vencida súplica señalando la niña.
El hombre levantó la vista del diario donde
leía el precio de la lana. Observó a su hija y, con
una sonrisa de superioridad, movió la cabeza
frente a ese capricho juvenil.
El avión ya estaba sobre territorio uruguayo.
Abajo se veía serpentear la costa azul con sus
arenas blancas bordeadas de una franja de
verde vegetación.
Más adentro brillaban las lagunas que
salpicaban la tierra.
Todo era paz y serenidad, en el paisaje, en el
aire, en el aparato.
Blanca volvía con sus padres de Río Janeiro.
Al llegar las vacaciones el severo terrateniente
decidió darle, como premio a su acatamiento
en el colegio de las monjas, el pasarlas en una
estancia que tenía la familia en el interior y un
paseo a esa ciudad.
El avión se acercaba a la frontera uruguaya
volando con imperceptibles vibraciones.
Habían dejado atrás la ciudad de Porto
Alegre. Blanca, con su cabeza apoyada en la
ventanilla vivía en sus añoranzas. La belleza de
Río y el sentirse sola en un mundo de mayores,
le hacía sentir más la falta de Ricardo.
Ni el claustro impuesto ni los meses pasados
sin estar cerca de él ni todos los paseos
brindados por su padre habían logrado que lo
olvidara.
Por lo contrario, su amor crecía y la
separación lo idealizaba. A través de la
ventanilla le parecía verlo: dulce, cariñoso,
fuerte, con su cabello rubio, sus ojos azules.
Sonrió triste apoyando su renegrida
cabellera contra el vidrio.
Diap 15
BLANCABLANCA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Blanca sentía un dulce cansancio. Una fatiga
llena de paz. Le dolían los pies como si hubiese
caminado mucho.
Apenas notaba los rostros angustiados de sus
padres y las azafatas.
Percibió que la levantaban en brazos y la
recostaban...
Sólo parte de ella llevaban. Sus pies habían
quedado como mudos testigos del drama allá,
bajo el asiento... y ella se estaba desangrando.
Por un momento su vista se aclaró. Vio a su
madre llorando, a su padre cubriéndose la cara
con las manos. El cansancio aumentaba. Le
parecía flotar dentro el avión..
El aparato acuatizó de emergencia en la
Laguna Negra. Rapidamente los pasajeros
fueron llevados a la orilla.
Blanca nuevamente se sintió transportada en
brazos. Le parecía ser niña pequeña otra vez.
La depositaron bajo una palmera. El aire
tibio la hizo volver en sí. Cerca de ella algunas
mujeres rezaban.
Y... en un instante todo cambió.
El avión saltó, sacudiéndose como una fiera
herida. Por debajo de la ventanilla de Blanca se
abrió un hueco por el cual penetró algo a
velocidad indescriptible.
La muchacha sintió un extraño calor en sus
pies y luego el frío entrando por esa abertura.
A sus espaldas creyó oír un quejido apagado.
El avión se inclinó por unos momentos para
luego volver a tomar su posición normal.
Dentro, la locura y el terror tomaban posesión
de los pasajeros.
La tripulación trataba de calmarlos.
El avión descendía rápidamente. Los letreros
de abrocharse los cinturones se iluminaron.
Pero fueron las aeromozas quienes tuvieron
que hacerlo a los pasajeros por la histeria
dominante.
El que estaba detrás de Blanca no lo necesitaría
más. La hélice que al partirse había penetrado
en la cabina, le había atravesado el tórax. Luego
siguió su trayectoria atravesando el avión para
volver a su reino del aire.
Diap 16
BLANCABLANCA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
::::::
Fue velada en la mansión de Capurro.
Una amiga le avisó a Ricardo que no fuese a
la casa ni al entierro. La madre de Blanca se lo
había pedido, ya que el padre lo odiaba y decía
que la causa de la muerte de su niña había sido
ese muchacho. Que si no hubiera sido por él, no
hubiesen hecho ese viaje y no habría pasado
nada.
La mente humana, y más si es decadente,
necesita excusas y culpables para sus propios
problemas. Achacar a un tercero esa
responsabilidad, es una solución.
También a través de esa amiga supo lo
sucedido y las últimas palabras de Blanca . La
madre se lo había narrado entre sollozos,
diciéndole que se lo transmitiera a Ricardo.
Y Blanca se convirtió en un mito,
permaneciendo viva y sonriente, sin verla con
la grisácea palidez de la muerte.
Le pareció que la bóveda del cielo se alejaba
a una velocidad increíble mientras el rostro
desesperado de su padre y el lloroso de su
madre se agrandaban.
Y comprendió... moría.
Pero no sentía temor ni angustia. Era algo
sereno, pacífico. Los árboles abanicaban sus
hojas dejando entrar el sol.
Creyó ver el rubio cabello de Ricardo. El
cansancio volvía.
La oscuridad iba apoderándose de todo.
–Mamá... Papá... Ricardo... te...
El susurro de las palmeras silenció su último
susurro. Y la brisa se lo llevó sobre las rizadas
aguas de la laguna.
Allí quedaba Blanca, quieta, mansa, con su
rostro aún infantil, con su cuerpo mutilado.
Junto a sus piernas un charco de sangre
había teñido la tierra.
Quizás, siglos atrás, otra sangre india habría
quedado allí fertilizando la tierra nativa para
beneficio del conquistador.
Diap 17
BLANCABLANCA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
El ruego no evitó que él fuese al panteón
donde dejaron sus restos y allí llorase solo. Ni
que asistiese a la misa por el descanso de esa
infantil y pura alma.
Antes de terminar el oficio, Ricardo
abandonó el templo y cruzó a la vereda de
enfrente. La madre de Blanca salió de la iglesia
acompañada de varias amigas.
Lo vio a través de la calle... por unos
instantes quedaron mirándose.
Jamás volvería a sentir como se puede
hablar sin palabras y cuanto se puede decir en
silencio.
Entre esa señora envejecida y ese muchacho
triste, entre una vida que tenía su último dolor
y una que sentía el primero, hubo más
comunicación y afecto que todos los abrazos y
palabras de consuelo que la rodeaban.
::::::
::::::
El salpicar de una ola contra la escollera le
trajo el frío de la realidad presente mientras
oía la voz del pescador:
–Ya lo sacó afuera. Quítele el anzuelo y
devuélvalo a la profundidad antes que agonice.
Ricardo miró la punta de la caña, el hilo
estaba recogido y en el extremo colgaba un
brillante y pequeño pez blanco con reflejos
azules que se agitaba con cada vez menos.
Con rapidez lo trajo a su lado, le quitó el
anzuelo, lo puso en la palma de su mano, lo
acarició con ternura... y lo arrojó a donde
había estado. Por un momento serpenteó en la
superficie para luego hundirse en las
profundidades.
Miró el mar, se estaban encrespando. Y oyó
a Pedro decir mientras se alejaba en la
oscuridad:
–Fue un joven y hermoso Mito, mereció
vivir... y también seguir viviendo donde está.
Se dio vuelta. El pescador ya se había ido.
Ricardo dejó la vara junto al asiento y se
marchó.
...oo0oo...
Diap 18
BLANCABLANCA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Cuando Ricardo era pequeño, su madre no
quería que fuese como los demás del barrio
sino un niño respetuoso y educado. Y le había
hecho jurar que nunca se pelearía.
El padre de Ricardo constituía un hombre
con formación enciclopédica y humanista. Al
saber el juramento de su hijo lo libró de él y le
enseñó a defenderse.
Y fue respetado en ese barrio donde las calles
tenían nombres de lugares extranjeros, lugares
de donde habían salido los padres de los niños
que corrían en ellas.
La calle Barcelona terminaba en un muelle
que servía de atracadero al barquito que
cruzaba la bahía. Además, hacía de trampolín
para zambullirse los muchachos en verano.
En el muelle próximo, los remolcadores
arrimaban las chatas cargadas de carbón, que
luego un pequeño trencito llevaba a los
galpones para volverlo calor en invierno.
En la barra de muchachos había uno
llamado Chancha. Nadie le quería porque
siempre andaba sucio y mocoso.
El mote le venía porque el padre, un pobre
francés, criaba cerdos y el muchacho contaba lo
que hacía con las cochinas. A los demás les
asqueaba estar cerca de él.
Un día apareció el belga Pierre, un niño de
nueve años, tímido, de modales delicados, que
nunca se peleaba.
Su padre, un hombre culto y fino, había
venido como administrador de uno de los
frigoríficos cercanos del barrio.
Con mentalidad idealista prefirió vivir en el
barrio, en vez de hacerlo en la ciudad o en
algún barrio aristocrático.
Diap 19
PIERRE
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOSLA AGONÍA DE LOS MITOS
03 PIERRE
El buen amigo siempre ayuda...
Otra vez estaba Ricardo sentado en la
mitad de la noche, en la mitad de la oscuridad,
en la mitad de la escollera.
Pedro aún no había llegado, pero tomó la
caña y lanzó la línea a la profundidad.
Al hacerlo sintió que el pescador estaba a su
lado y que el hilo se hundía más que nunca.
::::::
::::::
A mitad de año cambiaron el director de la
escuela.
El señor Vanberg era un atlético y varonil
hombre que hacía suspirar a las maestras y
quedar en posición de firmes a los alumnos con
sólo mirarlos.
De educación militar, tenía por divisa la
hombría.
Cuando notó el problema, pasaba horas
hablando en francés con Pierre. Y hacía quedar
después de la salida al Chancha en la dirección.
Nadie supo lo que le decía.
Nunca más se vio a Pierre en compañía del
Chancha.
::::::
Aquella tarde todos los muchachos estaban
en el muelle. Incluso
Pierre que, desde su cambio, había logrado
la amistad de algunos de la barra.
Todos se sentaban en el muelle y se iban
tirando al agua, riendo entre ellos y sin cruzar
palabras con el Chancha.
Se largaron Ricardo y Pierre. Desde la otra
esquina se zambulló el Chancha.
Y mandó a su hijo al colegio público, como
uno más de los muchachos de los pobladores
emigrantes.
Sabiendo que el padre del Chancha hablaba
su idioma, dejó que se estableciera camaradería
entre los dos chicos, a pesar de las diferencias.
También al inicio hubo amistad con Ricardo.
Pero, pronto los muchachos se alejaron de
Pierre. Que el Chancha lo usaba como a las
cochinas, era algo evidente.
El belga lloraba cada vez que lo despreciaban,
pero para la barra tanto uno como el otro eran
seres repugnantes.
Ricardo lo comentó con su padre y éste le
dijo que debía ser un buen amigo y protegerlo...
hay seres débiles y los que tuvieron la suerte de
ser más fuertes deben ayudarlos.
Su madre le aconsejó que no se juntara con
esa gente, que ambos eran porquerías...
Y Ricardo pensó que por causa de ella quizás
él habría sido uno de ellos.
Si bien no dejó la amistad de Pierre, tampoco le
protegía.
Diap 20
PIERREPIERRE
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
A las siete y media, la madre de Pierre
llamaba en la casa de Ricardo. Aquella señora
tan fina, venía desencajada.
–Señora, disculpe... ¿Su hijo no habrá visto a
mi Pierre? Hace rato que lo busco.
La madre de Ricardo lo llamó y la señora le
preguntó:
–¿No has visto a Pierre?
–Sí, señora. Estaba con nosotros en el
muelle. Hará como una hora. Dijo que se iba
enseguida.
–¿En el muelle?... Mon dié... Dios mío, se
ahogó.
–No, señora. Pierre nada bien. Estará con
algún amigo.
–Ricardo, anda a ver si lo encuentras. –
indicó su madre.
Esa noche fue de angustia. El Chancha decía
que lo había dejado en el muelle. El comisario
fue hasta allí. Llamaron a un vecino ruso, que
era campeón de natación, éste movió la cabeza
diciendo:
–Si se ahogó, sale a flote. Si no, lo busco
mañana.
Se oyó la voz iracunda de Ricardo.
–Dejalo en paz... no seas abusador.
Subió con el belga la escalera de cemento del
muelle. El Chancha, sentado en un escalón
cubierto por el mar, reía.
El belga le gritó con los ojos llenos de lágrimas:
–¡Tu e une cochón... macró... fils du putén!
–Y vos sos mi mujercita.
Ricardo fue a darle un golpe, pero la barra
los separó. La alegría acabó y los muchachos
empezaron a irse.
En el muelle quedaron solamente el
Chancha, Pierre y Ricardo. Lo último que éste
oyó fue que el belga decía:
–Le voy a decir a mon pere...
–¿Te acompaño a tu casa, Pierre? –dijo
Ricardo.
–No, gracias mon amí. Yo soy un hombre.
No soy una mujercita para que me protejan.
Enseguida me voy.
Ricardo los dejó. Eran las seis de la tarde.
Las olas rompían suavemente en las rocas y
restos de barcazas que estaban a la izquierda,
lugar peligroso.
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PIERREPIERRE
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
El día siguiente, lo sacaba de entre los
hierros de una lancha hundida.. El belga tenía
el cuerpo hinchado y lleno de heridas. Los
marineros alejaron a los de la barra para que no
viesen el cadáver. El vecino les increpó:
–¿No le avisaron que nunca se zambullera
allí? ¡Cuántas veces les he dicho que de ese lado
hay remolinos y rocas!
Los compañeros le aseguraron que él sabía
eso.
El ruso acompañó a Ricardo para la casa.
Estaba callado. Ricardo también.
Recién al separarse, el hombre habló:
–Qué raro, muchacho... qué raro. Chao...
Y Ricardo quedó pensando que debía
haberlo cuidado. Para eso era su amigo.
Un amigo muy especial. Que si no fuese por
su padre, él hubiera podido ser como Pierre.
Los padres del belga se fueron para su país. Y
se llevaron el cadáver de hijo.
El Chancha creció, se convirtió en un
proxeneta y lo mataron en el puerto.
::::::
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PIERREPIERRE
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
::::::
Ricardo sintió que algo temblaba en la
punta de la caña.
Algo parecido a una oscura anguila
serpenteaba colgando.
–Quítele el anzuelo enseguida y échelo
rápido de vuelta a la profundidad. –gritó el
pescador– Y tenga cuidado, ese es un Mito que
muerde, y la herida no se cura del todo.
Ricardo así lo hizo. Cuando se dio vuelta, ya
Pedro se había ido en la oscuridad.
Y él, más aliviado, dejó la caña y se marchó.
...oo0oo...
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ESPERANZA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Ricardo ya estaba en Preparatorios de
Arquitectura y tenía que tomar notas de un
libro que había visto en la biblioteca del liceo.
Esa tarde fue a allí y lo halló.
Al finalizar la consulta coincidió con la salida
del turno vespertino.
En el patio se encontró con compañeros que
estaban en años menores cuando él cursaba el
último.
Fue cuando la vio por primera vez.
Rubia, blanca, alta, formas seductoras, cabellera
suelta y sensual, y una voz melosa acorde pero
con tono arrabalero.
Supo que venía de otro liceo y estaba en
tercero.
Su llamaba Esperanza. Era la antítesis de
aquel primer amor desaparecido.
Pero la juventud entierra pronto sus dolores
pasados y esa muchacha atraía instintivamente,
Ricardo quedó enamorado de ella.
Y ella de él. Era una distinción que una liceal
hubiese podido conquistar a alguien ya en la
Universidad
04 ESPERANZA
No todas las mujeres son buenas ...
algunas son más
La luna estaba en cuarto menguante y la
superficie del mar mansamente plana. No
corría la brisa y no se oía el ruido del agua
contra la escollera.
En el asiento, en medio de la noche, en medio
de la penumbra, en medio de la escollera, ya
estaba Pedro el pescador.
Ricardo llegó y se sentó a su derecha.
–Hermosa noche para sacar mitos de lo
profundo. –dijo Pedro– La caña está allí,
esperando por usted.
Ricardo la tomó lanzando el sedal. Le
pareció que el anzuelo llevaba una carnada
roja. Y se fue hundiendo en la profundidad.
Enseguida sintió que algo quería morderla.
–En una noche así los mitos suben, –siguió
el pescador– y cuando lo tenga en el anzuelo
vaya sacándolo lentamente.
::::::
El romance se mantuvo durante el año
lectivo y llegaron las vacaciones.
Fuese por la mayor edad o una mejor
redacción, ese año Ricardo escribió más
poemas a su Esperanza y la idealizó como un
sueño etéreo... poco correspondiente a su
personalidad y figura voluptuosa.
Esperanza fue a pasar las vacaciones en
Pocitos, en el apartamento de una tía cercano a
la playa y allí tostar su rosada piel luciendo en
traje de baño su atractiva figura.
En cambio Ricardo las aprovechó para
estudiar en la mañana, y en la tarde obtener el
dinero para los costosos libros vendiendo en el
bazar de unos conocidos.
Poco podía ver a Esperanza, en el día ella
estaba en la playa y en la noche siempre en
alguna reunión con la tía.
Eso acentuaba su amor.
Las veces que se reunía con ella,
ocasionalmente y en el atardecer, le entregaba sus
poemas susurrándole los sueños de un futuro
juntos.
Se volvió una costumbre que Ricardo bajase
en el liceo luego de sus estudios matutinos, allí
esperase cuando ella entraba a su turno y le
regalara una flor, o un poema.
Luego Ricardo se marchaba a estudiar para
volver al liceo a la hora de salida de ella y
acompañarla a su casa, una humilde construcción
de bloques y cinc.
El padre de Esperanza le hizo entrar a su
hogar sin ningún preámbulo.
Era un hombre de cultura general y a la vez
con dichos del campo y populares. Una mezcla
de hombre educado y de cliente de bar.
La madre una enjuta mujer donde las
frustraciones eran disimuladas bajo una capa
de risas.
Cuando Ricardo conoció la hermana mayor
de Esperanza pensó que era una callejera que
se había equivocado de casa.
Pero... el amor hace ver bella a una verruga.
Y Ricardo sólo quería estar cerca de Esperanza,
que su nombre correspondiese al afecto que él
nuevamente sentía.
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ESPERANZAESPERANZA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Esa tarde ella lo llamó al bazar. Quería verlo
en una esquina de la avenida Rivera a las siete
de la noche.
Le extrañó la hora avanzada, pero así en la
penumbra era más hermoso decirle sus
sentimientos.
Al poco tiempo de estar allí, llegó ella. Venía
en el auto de la tía, ésta le sonrió en forma
extraña y se marchó.
Esperanza y Ricardo fueron caminando
hasta la esquina, doblaron y siguieron hasta
mitad de cuadra.
Era un largo muro. Esperanza se recostó
contra la pared.
Estaba más voluptuosa y atractiva que
nunca. Con un provocativo escote donde se veía
su abundante pecho bronceado por el sol. Los
labios eran rojos e incitantes.
Ella le preguntó si la quería, pero su tono no
era de amor sino de insinuación.
Él dijo que sí.
Y ella lo besó en forma apasionada.
En Ricardo las reacciones eran de todo tipo.
::::::
Ricardo estaba en la biblioteca preparándose
para el próximo examen.
Se le acercó un compañero que cursaba en el
año siguiente. El joven tenía fama de picaflor.
Se sentó frente a él y, luego de algunas
palabras, le dijo:
–Hoy estuve en la playa con una barra de
muchachos y muchachas. Al saber lo que yo
estudiaba, una de ellas me dijo que te conocía.
Se llama Esperanza... ¿Es tu novia?
Ricardo sintió que le corría un frío por el
cuerpo a pesar del calor veraniego. Y algo le
hizo decir:
–No... Sólo son cosas del liceo.
–Mejor así. Porque esa muchacha es muy
alegre... y muy atractiva. Y si se me da, no voy a
perder la oportunidad.
–Cada uno es dueño de su vida. –respondió
Ricardo.
El compañero se fue con una sonrisa y él
quedó con sus propios pensamientos.
La realidad iba surgiendo en forma fina y
amarga, pero aún él no quería perder la esperanza.
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ESPERANZAESPERANZA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
–Muchacho... ¿Sabes que hay tras esa larga
pared?
Al ver la negativa de Ricardo, siguió:
–La casa de citas más conocida de la ciudad.
Y finalizó con voz seria:
–Y ella es más buena que las demás... porque
no pudiendo serlo, lo fue.
::::::
Ella lo miró. Y en aquel sensual rostro surgió
una triste expresión.
Abrió su cartera sacando un pequeño libro.
Se lo dio a Ricardo mientras le decía:
–Son tus poemas... Los mandé encuadernar.
–¿Y por qué me los das?
–Quiero que los guardes en recuerdo mío.
Ricardo no preguntó más, era el final.
Esperanza le acarició la cara mientras le
susurraba:
–Adiós, Ricardo... sos más bueno que yo.
Le dio un beso lleno de cariño, y se marchó
hacia la esquina. Dobló y desapareció.
::::::
El día siguiente Ricardo comentó con uno de
los dueños del bazar lo sucedido.
Era un hombre de los tantos que disfrazan su
sensibilidad con una broma.
El viejo lo tomó del brazo llevándolo para el
fondo del local, y allí le dijo con amarga ironía:
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ESPERANZAESPERANZA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
El salpicar de una ola le mojó el rostro.
En el extremo de la caña colgaba un Mito,
blanco, de formas redondeadas.
–¿No le dije que era una noche hermosa
para sacarlo a la superficie? –le dijo Pedro
mientras se alejaba.
Ricardo sacó el anzuelo suavemente, y
arrojó ese mito a donde debía estar, a la
profundidad.
Y, dejando la caña donde siempre, volvió
hacia la ciudad.
...oo0oo...
.
La enfermedad de su padre hizo ver a
Ricardo que debía enfrentar el hecho que podía
quedar como responsable del hogar.
Cambió sus estudios para la noche y a través
de un antiguo amigo de su padre, quien
trabajaba en una industria de Bella Vista,
ingresó en la Oficina Técnica.
Viendo que él quería saber el porqué de las
cosas y no sólo conformarse con repetirlas,
pronto fue adoptado como pupilo por César,
uno de los jefes y amigo de su padre.
César tenía fama (y la demostraba) de ser
rudo, grosero, de gran experiencia, exigente
instructor y... muy mujeriego.
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CÉSAR
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
05 CÉSAR
A las personas mayores
se les debe respetar...
Era de esas noches que en cualquier momento
podía desatarse una tormenta.
Nubes negras y grises se movían con rapidez
en el cielo, mientras una ominosa tranquilidad
dominaba el ambiente y el agua alrededor de
la escollera parecía un viscoso y oscuro aceite.
A pesar de esos aciagos indicios, Ricardo
caminaba por el espigón hacia el asiento en su
centro, centro de la noche y de la oscuridad.
Ya creía que el pescador no había llegado
cuando lo vio al pie del asiento, en la calzada
de la escollera, sobre las rocas, con sus piernas
hacia el mar.
–Tome la caña y siéntese aquí, –le dijo Pedro–
es mejor acercarse a la superficie cuando la
noche es bochornosa...
Ricardo le obedeció. En un voleo tiró la línea,
pero a pesar de oír el ruido no vio donde caía el
anzuelo.
El silencio y el pesado aire volvieron a
dominar, de vez en cuando sobre la superficie
aparecía una burbuja de aire y se formaban
ondas a su alrededor.
–Son los mitos ocultos. –señaló el pescador–
Allá en lo hondo luchan entre ellos, pero no se
matan. Necesitan de una carnada para
satisfacerse. Y lo que les ebulle en su interior,
cada tanto se les escapa.
Ricardo sintió que algo había mordido el
anzuelo y comenzó lentamente a recoger el hilo.
::::::
Don César tenía un auto que sólo usaba para
ir y volver del trabajo. Cuando iba al centro de
la ciudad, lo dejaba en la fábrica y tomaba un
ómnibus, viniendo luego a buscarlo. Cosa que
hacía todos los viernes al finalizar las labores.
::::::
Ricardo, con su molestosa tabla de dibujo a
la espalda, volvía de presentar examen de
dibujo en Preparatorio Nocturno. Para él había
sido algo fácil.
El único problema fue que ese día y desde las
ocho de la noche había huelga general de
transporte... y eran las once. La ciudad estaba
muerta y los taxis no paraban.
Caminando vino por la avenida principal
hasta la calle Paraguay. Allí dobló hacia la
derecha, esa calle lo llevaría hasta otra cercana
a la fábrica.
Dentro del abundante plantel de mujeres de
la fábrica, las cuales en su mayoría no eran muy
santas, pocas no habían tenido una aventura
con él. Aventura corta y beneficiosa.
Don César, hombre cincuentón, reía de la
formalidad de Ricardo y por no aprovechar éste
los ofrecimientos de las obreras deseosas de
estrenar a ese joven.
A los tres meses lo clasificaron como
dibujante y la mayor parte de su trabajo eran
proyectos de Don César.
Los demás empleados estaban asombrados
del respeto que el viejo tenía hacia Ricardo y de
la dedicación con que le transmitía su
experiencia en los mínimos puntos.
El joven atribuía esto a la amistad con su
padre, ya que Ricardo lo respetaba por ser una
persona mayor, pero era poco afable con él a
causa de su grosería y tosquedad.
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CÉSARCÉSAR
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
A medida que avanzaban en la tenebrosa
calle, don César era más amable y con una
dulzura impropia de él.
Actuaba distinto, insinuante, tierno, sensual.
Le ofreció a Ricardo, una vez llegados a la
fábrica, llevarlo en el auto hasta su casa, cosa
que éste rechazó ya fuertemente.
Fue cuando el cántaro estalló. El hombre le
pedía de la forma más apasionada estar con él.
Que él pagaba todos los gastos, que había una
amueblada cerca. Le ofrecía dinero para irse
Ricardo luego en un taxi.
Y describía con voluptuosidad las relaciones
a tener.
Ricardo comenzó a acelerar el paso
abandonando a ese viejo degenerado, la sangre
ebullía en su rostro, se sentía rebajado,
corrompido, defraudado por ese hombre.
Pero el viejo corrió y, agarrándole, lo empujó
contra un portón. Allí volvió a rogarle y se
arrodilló buscando...
Recién el muchacho comprendió. El que se
ofrecía era el viejo... ¡y le rogaba a Ricardo que
fuese su hombre!
Para llegar a la empresa aún le faltaba dos
kilómetros y medio, pero a él le gustaba
caminar. Dormiría allí y en la mañana buscaría
algún medio para llegar a su barrio.
No le gustaba mucho ir a esas horas y por esa
calle. Ahí estaban los burdeles y yiras de baja
categoría a la pesca de los que llegaban en los
últimos trenes a la Estación Central.
Pero las paralelas eran más tenebrosas aún:
Una corría junto a la bahía siendo refugio de
atorrantes y bichicomes. La otra una avenida
agitada de día, llena de bancos y depósitos,
pero en la noche un oscuro antro de maleantes.
Cuando pasaba frente a la señorial y antigua
puerta de la estación oyó que lo llamaban. Era
don César.
Al decirle Ricardo que iba hacia la fábrica, el
viejo se le acopló manifestando que no había
querido ir solo por esa calle por temor a que lo
asaltasen.
Cariñosamente lo tomó del brazo. Esto
molestó a Ricardo, nunca le había gustado que
lo tocase un hombre. Ni su padre lo hacía. Eso
en su barrio era mal visto.
Diap 29
CÉSARCÉSAR
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
–¡Marica de mierda!...
El grito de Ricardo resonó en la silenciosa
vía.
De la calle transversal surgieron unas yiras.
Una puerta se abrió y salieron algunas
quilomberas. Todas se acercaron a Ricardo.
Don César había desaparecido.
El muchacho se sintió como un ridículo
Jesucristo con su tabla al hombro y rodeado
por esa mujeres... Y les contó lo sucedido.
Algunas rieron, otras ofrecieron su mercadería
para calmarlo, y las más veteranas le dijeron
con una caricia:
–Sigue tu camino, muchacho. La vida está
llena de ésos. Por afuera son una cosa y por
dentro otra.
Ricardo no se detuvo en la fábrica. Siguió,
siguió y siguió caminando hasta su barrio...
eran quince kilómetros más.
Cuando llegó a su casa amanecía.
No contó a nadie lo sucedido, ni siquiera a su
padre. Pero al mes siguiente despedían a
Ricardo por reducción de personal.
Diap 30
CÉSARCÉSAR
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
::::::
Ricardo sintió el salpicar de las olas en sus
piernas. El mar estaba subiendo.
Miró el extremo de la caña. Como siempre
había un mito colgando del hilo.
Pero éste apenas se movía. Se veía viejo y
sucio.
–Sáquelo antes que agonice allí y pudra el
lugar; –dijo el pescador– esos se arrastran por
el fondo, entre la porquería. Tenga cuidado al
sacarle el anzuelo. Cuando muerden no sueltan.
Y aunque los mate, la infección sigue.
Pedro se levantó yéndose para el faro.
Ricardo estuvo a punto de matar ese mito, ese
bicho, pero tuvo lástima y le quitó el gancho
echándolo de vuelta a su ambiente.
Puso la caña en su lugar y él se fue para la
ciudad.
...oo0oo…
Diap 31
::::::
Ricardo había dejado a sus padres en los
respaldos de arena que les había hecho frente a
la orilla del mar.
La noche era calurosa, y la luna llena
alumbraba la calle.
En los asientos de la vereda, jóvenes y
muchachas comenzaban lo que podía ser la
unión de sus vidas.
Ricardo caminaba en dirección a la parada
del ómnibus para ir a visitar su novia en Paso
Molino cuando se cruzó con Laura quien estaba
de vacaciones en el barrio.
Hacía dos años que no la veía y el encuentro
despertó emociones que no sentía desde la
época del liceo.
Estaban hablando cuando llegó un amigo
corriendo en la moto y dijo angustiado que don
Julio, el padre de Ricardo, se había sentido mal
y lo estaban llevando para la casa.
Ya allí, el doctor explicó que el peligro había
pasado, pero don Julio tenía que evitar hacer
esfuerzos. Posiblemente hubiese sido un infarto
y debía verlo un especialista.
PADRE
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
06 PADRE
Los padres deben ser un ejemplo...
Al entrar en la escollera, Ricardo se asombró
de la placidez del agua.
Había luna y, cada vez que salía entre las
nubes, podía verse el rompeolas de enfrente.
No corría la brisa. El aire estaba fresco.
Pedro ya se encontraba en el asiento de
piedra, en medio de todo, de la escollera, de la
penumbra y de la noche.
Ricardo se sentó a su lado; tomó la caña, la
cual parecía estar siempre en el mismo lugar y,
lanzando la línea a la profundidad y con
energía, le dijo al pescador:
–Hoy necesito sacar un mito a la superficie.
–Lo sacará; –afirmo Pedro– el anzuelo ha
brillado como pocas veces a la luz de la luna...
aunque usted no lo vio.
::::::
La vicisitudes de lo sucedido hizo que el
pretendiente de la hermana de Ricardo entrara
a la casa, y él sin darse cuenta lo realizó en la
casona de su novia.
Don Julio dejaba hacer.
Aquel hombre dinámico, grande, se había
vuelto un manso y resignado paciente.
::::::
Ricardo había ido esa mañana al astillero.
Allí, junto al agua, los barcos enfermos
tomaban reposo esperando que les curasen las
heridas del mar. Algunos yacían escorados.
Sus mástiles servían de altas tribunas para
ver los partidos de fútbol en la cancha del Club.
Como esos viejos barcos ya no saldrían más,
venían a ellos las gaviotas: viajeros del pasado;
y los niños: viajeros del futuro.
Al volver del Astillero la mesa estaba
dispuesta como de costumbre, pero su padre
había preferido ir a acostarse.
Su madre le preguntó en que había quedado
con la jubilación de don Julio.
Al responderle Ricardo que el jefe de
personal había sido antipático y engreído, ella
dijo:
::::::
Ricardo estaba en el mirador al fondo de la
casa, viendo abstraído la entrada del puerto.
Un buque iba llegando.
Pensaba cuando su padre le decía como eran
los barcos. Sentado en sus rodillas le iba
explicando de donde venían, que cosas traían y
cuales se llevaban. Otras veces señalaba
contento y diciendo que al día siguiente
tendrían carta del abuelo y la abuela. Pero un
día trajo carta sólo del abuelo. Y Ricardo vio a
su padre llorar.
Ese hombre grande, fuerte, que siempre
tenía solución para los problemas y era el mejor
consejero... lloraba.
Y Ricardo lloró con él, no por la abuela
muerta a quien no conocía, sino por ver llorar a
su padre.
::::::
Don Julio fue visto por un cardiólogo quien
confirmó el diagnóstico. Y el mundo de esa
familia cambió.
Mudaron el dormitorio de sus padres abajo,
cerca del jardín. Compraron un sillón hamaca
para que su padre pasara en él las terribles
horas vacías de trabajo.
Diap 32
PADREPADRE
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
–Eso es lo que ganó por preocuparse tanto
en el trabajo. Ese jefe te trató así porque Julio
siempre se llevó mal con él. Le dije que no
convenía tenerlo de enemigo. Pero tu padre es
un cabezadura , y ahora ya ves...
Los dos hijos se miraron con asombro frente
a la crítica. Los ausentes nunca tienen razón.
Ricardo salió al patio. Se sentó en un viejo
banco de madera que, siendo niño pequeño,
había ayudado a su padre a construir.
Pensó en las frases de su madre, en su padre
enfermo. El ocaso de los dioses...
Miró hacia la ventana del dormitorio de su
padre. Se sorprendió al verlo en ella, sonriendo.
Por un momento le pareció el fuerte y
eufórico hombre de su niñez, un gigante desde
su altura.
El viejo le llamó y el muchacho fue a hablar
con él:
::::::
–Ricardo... –le dijo su padre– Estás lleno de
ideales. Es la fortuna de la juventud. No le
hagas mucho caso a mamá. Las mujeres sólo
ven la seguridad, sus ideales son de otro tipo.
Me siento orgulloso de ti. Trata de mantenerte
así, no te dejes influir por nadie. Haz lo que
Diap 33
PADREPADRE
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
creas que es correcto. Y si ves que lo que
hiciste, está mal, no dudes en echar para atrás
y corregirlo. Pero, si es tuya la razón, no te
dejes llevar por la opinión de la mayoría.
Recuerda que el pueblo con pan y circo, o con
carne y fútbol, no ve la decadencia.
Ricardo seguía con la cabeza gacha mirando
como los gorriones comían las migajas.
Y su padre continuó:
–Los principios de un hombre son como la
virginidad de una mujer. Cuando se pierde, es
para siempre. No se pierde de a poquito. Y
aunque después se quiera arreglar, es
imposible. Lo mismo sucede con los principios
de un hombre. No puedes ceder un poco cada
vez. Cada vez que te vendes, te vendes del todo.
La voz de su padre cambió, sus ojos veían lejos:
–El mejor consejo que puedo darte es que
aprendas a perdonar los errores. Los de los
demás y sobre todo los propios, los tuyos. Ellos
nos acompañan por la vida.
Ricardo miró a su padre. ¡Qué grande era ese
viejo!
Sí... Era el ocaso de los dioses. Pero éste,
como los mitológicos griegos, era todo un dios
y todo un hombre.
Diap 34
PADREPADRE
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
::::::
Ricardo ya trabajaba.
Su vida había cambiado. Estudio, trabajo,
familia, novia...
Solo tenía cinco horas para dormir.
Esa noche, al volver de Preparatorios
Nocturno, fue hasta la cocina para comer algo y
luego subir al dormitorio.
Poco después apareció su madre, pálida,
desorbitada:
–Está muerto...
A Ricardo le pareció que la voz la traía un
viento helado... y quedó estático.
Y así quedaron mirándose madre e hijo.
Su padre murió como había vivido: sin dar
molestias.
Sin agonía pasó del sueño diario al eterno.
Lo velaron.
Vinieron los amigos del viejo, los de Ricardo,
los de su hermana, los compañeros humildes
del trabajo.
Pero ningún jefe o director... ya no se le
podía utilizar.
El día siguiente al entierro, su madre le dio
varias carpetas y una caja a Ricardo.
Así lo había pedido su padre.
En ellas estaban los papeles del viejo.
Los trámites de una jubilación que aún no
había cobrado.
El título de propiedad de esa casita.
Y unas hojas donde contaba su vida
solicitando a su hijo que las leyese a solas.
Abrió la caja.
Ricardo encontró las piezas de un juego de
ajedrez, eran hermosísimas...
Su padre las había tallado sin que él lo viese.
Sólo faltaba terminar el rey blanco... la
muerte le había dado jaque mate.
No fuiste mi primer hijo ni tu madre la
primer mujer.
Al volver al pueblo había hambre.
Los soldados tenían dinero y las muchachas
se daban para tener comida y protección.Hubo
una que vivió conmigo y quedó embarazada.
Sentí temor de esa responsabilidad y la dejé.
Ella se hizo un aborto y murió a causa de él.
Conocí a tu madre, ella todavía era menor y
su familia no quería que se casara conmigo.
Nos fugamos a América, y aquí nos casamos.
Empecé a trabajar en el astillero.
Tú habías nacido y ya teníamos ahorrado
para volver a nuestro país.
Estalló la crisis mundial, perdí el trabajo, los
ahorros. En todas partes había paros.
Me ofrecieron ir como rompehuelgas... y fui.
Mi familia necesitaba comer.
Y si no entré fue porque tuve miedo de los
piquetes huelguistas.
::::::
Ricardo fue al mirador y comenzó a leer la
historia:
"Hijo...
Sólo he sido un hombre más en el camino
que le tocó recorrer, tratando de olvidar los
errores cometidos en él, y de obtener el pan de
cada día para los suyos.
De mi infancia y juventud muchas cosas
conoces, ya que en las frías noches te las conté
junto a la cocina de leña.
Pero debes saber otras que nunca quise traer
de vuelta a la superficie.
Serví en la guerra y maté seres que ni
conocía ni me habían hecho daño alguno... y
me sentí normal al hacerlo, como si cumpliese
con mi trabajo.
Abusé de mujeres y robé el alimento de los
vencidos avanzando como triunfador.
Y me escondí retrocediendo cobarde cuando
la suerte se volvió adversa.
Diap 35
PADREPADRE
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Luego en una carpintería, al saber que tenía
un hijo pequeño, la mujer encinta y que yo era
ebanista, me dieron trabajo... de limpiador y
barrendero. Y lo acepté.
La crisis pasó, el aserradero mandó buscar a
los obreros y oficiales que había echado. Vimos
que la mayoría de los jefes y capataces habían
permanecido allí... y tuvimos que aceptar las
condiciones que nos ponían. Nació tu hermana,
compramos esta casita y la pagamos con
sacrificios.
Al tener cuarenta años tuve una aventura
con otra mujer. Tu madre lo supo. Sufrió, y ese
es otro de mis errores. Tu madre siempre siguió
a mi lado como una compañera fiel...
Y frente a ustedes me hizo ver más grande de
lo que era.
Pero, sólo fui un hombre más...
No me idealices ni me juzgues frente a un
ideal.
Hasta siempre hijo."
Diap 36
PADREPADRE
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
::::::
Ricardo sacó de su bolsillo unos papeles y
los tiró a la oscuridad. Sintió que algo mordía
el anzuelo y fue sacando lentamente el hilo.
Un fuerte y grande mito colgaba de su
punta. Pero las hojas se le habían adherido y
no lo dejaban moverse... agonizaba.
–Es el Mito más hermoso que ha sacado. –
dijo Pedro– Muchos lo han traído a la
superficie y lo vuelven a echar.
–Así luce en la penumbra de la noche. –
comentó Ricardo.
–Cuando son niños, –siguió el pescador– lo
ven enorme y le temen; jóvenes creen que no
vale la pena tenerlo cerca, mayores desean
haberlo tenido más, y viejos comprenden que
sólo es un mito más. Quítele el anzuelo al
suyo... es muy hermoso para dejarlo agonizar
por unos papeles.
El pescador se fue.
Ricardo quitó el anzuelo y las hojas a ese
mito. Lo acarició... devolviéndolo a su lugar.
Y dejando la caña donde siempre... retornó
a su camino.
...oo0oo…
Diap 37
::::::
Agosto de 1950
En las calles aledañas a Plaza Independencia
se juntaba lo céntrico, lo bohemio y lo
innombrable.
Allí estaban, próximos los mejores hoteles,
excelentes restoranes, bancos centrales, agencias
de viajes, oficinas gubernamentales, tiendas,
locales para regalos, la estatua del héroe nacional,
burdeles, amuebladas, casas de empeño, miserables
pensiones, yiras... y todo lo que el ser humano en
el día desea comprar y en lo noche ocultar.
Por sus calles pasaban los tranvías
alumbrando cada tanto las escenas nocturnas,
cortando con sus ruedas la basura y
despertando con sus campanas a la realidad.
Ricardo estaba frustrado. Ya tenía veinte
años, pero aún seguía perteneciendo a ese
grupo de seres extraños que en su juventud
hacen de la lucha diaria, las ilusiones, el amor y
el sexo, un ideal, un mito.
Y en el término de pocos meses se habían
acumulado los golpes de la realidad:
Su padre, amigo y consejero, había muerto.
La mujer a quien había ofrecido su amor, lo
había dejado. En los estudios, el fracaso lo
había acompañado. Y en el trabajo, sin razón
alguna, lo habían despedido.
MALENA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
07 MALENA
Para eso... están esas mujeres...
Cuando Ricardo llegó esa noche oscura a la
entrada de la escollera tuvo un sobresalto: La
reja estaba cerrada.
Temió que ese desahogo de ahondar en los
recuerdos lo hubiese perdido como tantas cosas.
Empujó el portón y éste se abrió con un chirrido,
como un lamento desde lo profundo. Y él
penetró por el sendero hacia el asiento de piedra
en medio del espigón, de la noche, de la
penumbra.
Cerca del faro, en su punta se veía la figura
del pescador. Pedro le saludó de lejos, pero no se
acercó. También él estaría pescando... o
necesitaba estar solo.
Ricardo encontró la caña donde siempre y.
con un amplio voleo lanzó la línea a la
profundidad. Por un instante le pareció que el
anzuelo gris tenía reflejos azules y que la
carnada ocre se movía contra la tenue luz de las
estrellas.
::::::
El cigarrillo acabó. Estaba tomando el coñac,
reconoció el buquet y agradeció al cantinero
con una mirada.
A medida que la bebida le iba haciendo
entrar en calor sentía deseos de estar con una
de esas mujeres.
Siempre las había rechazado, les tenía
compasión, pero... ¿Acaso eso no era soberbia?
Él podía rechazarlas, pero...
¿Quién era él?
Un estúpido idealista que dejaba de vivir la
realidad por correr tras los sueños. El portador
de un mito encarcelado en el fondo de su alma.
De un mito de pureza, de amor, de justicia, de
lucha, de superación. Y todo lo había perdido,
todo... sólo le quedaba el mito del sexo.
¿Una de ellas?... ¿Por qué no?... ¿Acaso sería
peor?... ¿Y quién era él, sino un hombre más?...
Sólo un hombre más.
Miró al bolichero y pidió lo mismo. Apoyó la
cabeza contra la ventana, vio que una mujer
salía de su columna y caminaba al lado de un
hombre, éste no le hizo caso y ella volvió a su
escondite. La reconoció, le decían Malena. Era
una de las más bonitas. Al pasar por allí,
muchas veces se había preguntado qué hacía
una mujer así en esa calle.
Ricardo venía por la avenida. Detrás de las
ventanas de los bares los noctámbulos se
entibiaban con un café.
Cruzó la plaza. Bajó hacía la parada del
tranvía. Al llegar a la esquina, su alma de
bohemio le hizo entrar en un bar. Las caras de
los clientes le indicó que eran caficios.
Se sentó junto a la ventana. El bolichero se
acercó.
–Buenas noches, señor. ¿Qué le sirvo?
Había pronunciado señor como si nunca lo
dijese. Era el único rostro decente, pero tenía
un rictus amargo.
–Buenas noches. Un coñac, por favor. –le
respondió.
Luego sacó un cigarrillo. El hombre se lo
encendió, era una amabilidad poco común y le
agradeció.
Ricardo miraba a través de las cortinas. Vio a
las yiras refugiadas tras las columnas del
Edificio Monte Piedad. Cada vez que un
hombre pasaba por la vereda, salían como
fantasmas de su rincón y lo acompañaban unos
pasos ofreciéndose como mercadería.
Sonrió triste. Las compadecía tanto como
despreciaba a los caficios que desde ese café las
controlaban.
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MALENAMALENA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Ricardo pagó y subió tras ella.
La figura exageradamente sexual de la mujer
le despertó sentimientos eróticos. Nunca antes
había tenido relaciones... y menos con una
profesional.
Entraron a un cuarto. Ricardo se quitó el
sobretodo. La mujer se iba desnudando
maquinalmente, sin recato, sin gracia. Miró al
muchacho y, sonriendo, le dijo:
–¿Te vas a desnudar o piensas hacerlo vestido?
Ella se había quedado en ropa interior.
Ricardo enrojeció. Miró a Malena, era
realmente una hembra apetecible. Se desnudó
acostándose con ella.
Pero le molestaba todo: la cama, la luz, el
olor, el radiador de querosén, el cuarto. En un
rincón había una mesa con una palangana y
una jarra esmaltada.
Miró la ropa de ella sobre una silla y la de él
en otra. Era un cuadro deprimente, miserable,
repugnante.
La mujer empezó a acariciarlo sexualmente,
pero lo hacía de una manera artificial,
mecánica. Se sentó sobre él y se acercó a la cara
del muchacho. Se enderezó molesta:
–¿Qué te pasa?... ¿Tomaste?
–Sí... Para darme coraje... Es la primera vez...
Se tomó el coñac de un trago y pidió otro.
Notó que el último era barato. Comprendió que
en la filosofía del cantinero, éste veía que
Ricardo estaba llegando al fondo del abismo,
allí donde no importa el valor de las cosas.
Pagó. Salió a la calle. Cruzó a la vereda de
enfrente. De atrás de las columnas salían las
incitaciones. Hacía demasiado frío para
caminar contra el viento. Él iba hacia donde
había visto guarecerse a Malena. La oyó:
–¿Vamos, viejo?
Ricardo se detuvo. En su mente giraban los
recuerdos y la vida decente, la amargura y el
deseo. Ella repitió:
–¿Vamos?... ¿Qué esperas con este frío?
Malena notó que él la miraba con deseo,
pero también con temor. Comprendió que era
joven y sonrió.
–Vamos...–dijo tierna– Te costó decidirte.
Sin contestar, Ricardo cruzó al hotelucho de
enfrente. La mujer abrió la puerta. Una escalera
empezaba a pocos pasos.
En el pequeño zaguán, un viejo sentando
junto a un pobre hornillo se envolvía en una
bufanda. Miró a Ricardo. Malena codeó a éste,
diciéndole:
–Dale cinco pesos.
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MALENAMALENA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
–Perdoname, muchacho. Tengo que seguir. Y
otra vez no tomes: El coraje no viene en botellas.
Ricardo sacó seis pesos y se los entregó.
Malena los puso en la cartera junto con la ficha
de Sanidad y se dirigió a la puerta para abrirla.
Ricardo venía detrás. Recordó las palabras de la
mujer. Sacó cinco pesos más, la tomó del brazo
y se los dio. Ella lo miró asombrada, y los
guardó mientras le murmuraba:
–Gracias... pero me has dado mucho más
que eso.
Se abrigaron y salieron. La garúa caía
empujada por el viento. Malena corrió para
enfrente. Ricardo fue hacia la parada del
tranvía. Al llegar se dio vuelta. Vio a Malena
entrando en el cafetín... y se sintió más vacío
que antes.
::::::
Un sábado de tarde, Ricardo estaba en un
cine del centro donde proyectaban una famosa
película de dibujos.
Escuchó detrás suyo una dulce voz infantil
haciendo preguntas. La persona que la
acompañaba le respondía con dulzura maternal
dando explicaciones de amplia cultura.
Ricardo en primer momento dudó, pero a la
tercera vez de oírla se dio vuelta... era Malena.
–¡Si serás pelotudo!... Tan buen mozo y tan
bobo.
Ricardo se sintió como un niño que lo
reprochasen por una falta desconocida. Sin
embargo, con el esfuerzo de ella, él algo reaccionó.
Malena volvió a mirarlo con ternura. Agarró su
cartera de la mesita de luz y sacó algo:
–Seguro que no trajiste condón. Es un peso
más.
Ella se lo colocó y, luego de una agitación más
mecánica que apasionada, él pudo medianamente
cumplir.
La mujer se levantó y se dirigió hacia la
mesita. Puso la palangana en el suelo y,
vertiendo un líquido rojizo desde la jarra,
comenzó a hacerse la higiene delante de él.
Ricardo la observaba como si estuviese
viendo un film de otro mundo. No atinaba ni a
moverse. Ella lo miró y le dijo:
–¿Qué esperas? Tendría que cobrarte el
doble. Vístete.
El muchacho obedeció sin chistar. Se sentía
insatisfecho, mal. No había sido lo maravilloso
que decían los demás. La mujer, ya vestida, le
ayudó a ponerse el saco y el sobretodo. Le
acomodó la bufanda alrededor del cuello. Y le
expresó con una sonrisa comprensiva:
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MALENAMALENA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Y la criatura, una hermosa niña que se
parecía a ella.
Malena estaba vestida y arreglada formal. No
parecía ser la misma. Era una madre.
Ella lo miró, sus ojos dijeron que lo había
reconocido, pero ni siquiera esbozó un saludo.
La película terminó y el público salió con el
tropel típico de cuando hay niños.
Ricardo se apuró y fue a comprar unos
chocolates. Salió a la calle.
Vio que Malena y su hija esperaban el
ómnibus en la esquina.
Se acercó a la niña y le dio los dulces.
La madre le indicó la consabida frase:
–¿Qué se dice?
–Gracias, señor. –expresó una infantil voz
con alegría.
–Gracias, señor... –repitió una maternal voz
emocionada.
–Por nada, señora. Soy yo el que le da las
gracias.
Y acariciando el pelo de la niña, Ricardo se
dio vuelta marchándose.
Al dar unos pocos pasos, oyó a sus espaldas:
–Mamá... ¿Quién es ese señor?
–Un hombre.
::::::
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MALENAMALENA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
::::::
Ricardo, sintió el salpicar del agua salada.
En la punta de la caña un mito se zarandeaba
de un lado para otro.
Recién se dio cuenta que tenía a Pedro, el
pescador, sentado a su lado.
No sabía desde cuando, y éste le dijo:
–Sáquelo y devuélvalo. Ese es un mito que
muchos han tenido... aunque, siempre vuelve a
morder cualquier anzuelo.
Ricardo se lo desprendió con facilidad.
Al arrojarlo de vuelta a su lugar, murmuró
a Pedro:
–Cincuenta años después sigo preguntándome
que quiso decir Malena y cuales son los
verdaderos valores.
–Usted sabe la respuesta, pero hay otros
mitos que aún debe sacar. –dijo el pescador
perdiéndose en la oscuridad.
Ricardo dejó la caña donde siempre.
El mito que había sacado esa noche a la
superficie aún giraba en ella de un lado para
otro... pero, dando un salto, volvió a lo hondo.
Ricardo se dirigió hacia la ciudad... la reja
seguía abierta.
...oo0oo...
::::::
Desde 1930 a 1950 los jóvenes estudiantes de
secundaria y preparatorios tuvieron una
caterva de profesores que de educadores sólo
ostentaban el nombre.
Salvo excepciones recordadas con cariño y
respeto, la mayoría de ellos eran profesionales
fracasados que a través de la política obtenían y
se anquilosaban en un cargo.
Desquitaban su frustración en los alumnos
haciéndoles memorizar definiciones inmutables
a fin de no molestarse en razonar y poniendo
freno a cualquier progreso.
Tiempo pasó para que surgiese la nueva
generación de profesores que, saliendo de un
Instituto, formaban a la juventud y no la tullían
como aquellos viejos frustrados.
Ricardo perteneció a lo juventud de la
primera época.
Era un muchacho romántico, idealista... y
varonil.
En ese entonces se daban seres donde se
conjugaban al mismo tiempo valores de pureza
sobre la amistad, el amor, el sexo... y un orgullo
viril, bohemio y de hombría.
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LA FRANCESA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
08 LA FRANCESA
Estudia... Si quieres vivir mejor
Esa noche el mar tenía un vaivén lento y
rítmico, las olas al golpear contra el muro de
rocas salpicaban sin fuerza para volver a
buscar su origen rapidamente.
En el asiento del medio del rompeolas estaba
Pedro viendo la oscuridad.
Ricardo, al sentarse, dio con el pie en la caña
de pescar y ésta rodó al borde de la escollera.
–No la rompa ni la deje caer, –dijo el
pescador– es la que le permite buscar los mitos
en la profundidad.
–La golpeé con el pie sin quererlo, –
respondió Ricardo– cuando debería haberla
tomado con las manos.
–Es humano... a veces se destruye con los pies
lo que se hace con las manos. Pero está sana...
eche el sedal.
.
::::::
Ricardo rió del casi y le peinó para atrás una
mecha de pelo oxigenado a la Francesa. Lo hizo
con cariño.
En la vieja había algo maternal y lo trataba a
él con sano afecto.
–No, Francesa, perdóname. No es por asco
.Es que no me gusta basurear el amor ni
comprar por un rato el sexo..
–Muchacho... –dijo ella con ternura–
Mientras puedas, sigue así. Hasta a nosotras
nos da vergüenza decir lo que hacemos. Pero
este país es como mi Francia. Tout va tres bien,
mientras tengas los sentimientos en la
izquierda y la cartera en la derecha. Hasta la ley
respecto a la prostitución tiene un reglamento
cínico. Es permitida y controlada pero la mujer
que la ejerce no tiene cédula de identidad, o sea
no es un ser social... ¡Vive la igualité! Sin
embargo, si se casa se le da cédula y puede
seguir en su oficio aunque el marido la
explote... ¡Vive la Liberté! Se le puede detener
en cualquier momento para revisar su tarjeta
de control, pero si está con un hombre se le
deja en paz... ¡Vive la Fraternité!
::::::
Ese examen y el Carnaval cayeron en los días
finales de febrero.
A la cinco de la tarde los llamados profesores
se retiraron haciendo burla del mal acontecido
a los alumnos.
Los estudiantes formaron grupo en el patio.
Uno de ellos, con sonrisa de resignación, para
animar el ambiente dijo ir a lo de la Francesa
para olvidar la penas. Y salieron a la calle
bajando los gastados escalones del instituto.
La casa de prostitutas, forma elegante de
decir quilombo, estaba cerca de las calles Sierra
y Lima.
Ricardo fue con sus compañeros y, como en
otras ocasiones, se quedó en el patio mientras
los demás estaban en los cuartos.
A esa hora era difícil que aparecieran más
clientes.
La Francesa cerró la puerta cancel y se sentó
junto a Ricardo.
–Hola, Rubio. Como siempre miras vivir... Si
no te gustan ésas, hay una botija recién llegada,
casi nueva.
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LA FRANCESALA FRANCESA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
–Yo era una muchacha charmant. Pero vino
ese macró. Hasta tuve una nena. –miró a
Ricardo con dulzura– No digas nada. El edificio
que está en Benito Blanco, es mío. La nena me
la crían unos amigos. Cuando yo muera será
todo para ella. Nunca sabrá que soy su madre.
La voy a ver cuando va a misa, en el parque de
enfrente. Es tan linda.
Los dos se quedaron callados, Ricardo le
preguntó:
–¿Por qué me has confiado todo esto?
–Porque sé que no hablarás. Eres diferente a
la mayoría. Además, aunque hablases nadie te
lo creería, dirían que fueron bromas de una loca
vieja. Pero, un día lo contarás y quizás te creerán.
Así es la vida... y la vida es un quilombo.
La Francesa se paró despidiéndose con voz
falsa. Ricardo levantó la vista.
Vio unos clientes entrando por el zaguán.
Dos eran profesores y el otro un bedel de
Instituto. Sonrieron nerviosamente.
La matrona los llevó a unos cuartos donde
las mujeres estaban desocupadas.
Esta vez Ricardo rió, agregando burlón:
–Sí, tenemos la cosa perfectamente organizada.
–Ma oui, –siguió la Francesa– todos los
viernes a la Asistencia para la revisión. Todas
las noches nos visita un inspector de sanidad, a
quien hay que darle una propina. Y lo único
que nos falta es tener la jubilación.
–La merecen más que las que se jubilan por
ley madre. –dijo él– Ustedes trabajan todos los
días, horario nocturno y son el único servicio
público que deja satisfecho al cliente.
En esta ocasión fue la Francesa quien rió, y
agregó:
–Además, tenemos escalafón: Si trabajamos
en la calle, somos yiras. En la casa,
quilomberas. En un café, ficheras. En un
casino, minas. En apartamento, mantenidas. Y
un montón de nombres. Tenemos más que la
Virgen María.
Ricardo volvió a sonreír ante la ironía y le
dijo mirándola:
–La verdad que debes haber sido muy
buena.
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LA FRANCESALA FRANCESA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
La función empezaba.
A Ricardo le vino a la memoria el inicio de la
ópera Los Payasos: "La gente paga"...
Los muchachos dejaban los cuartos
escandalizando. La Francesa les pedía orden.
Salieron a la calle Sierra.
Estaban colocando faroles y guirnaldas.
Un amigo gritó:
–Ricardo, anímate. ¿En qué estás pensando?
–En que ahí adentro... todo el año es carnaval.
::::::
Años después Ricardo, con más golpes y
menos ideales, se enteró que la Francesa había
muerto. Fue a la casa cercana a Sierra y Lima.
Le dijeron donde ella reposaba.
Se acercó al cementerio y llegó hasta la
tumba.
Sobre ella sólo había una simple cruz de
cemento y un trozo de marmolina que decía:
Juliette Jesuis.
Sin fechas, sin recordatorios.
Ricardo miró esa tierra que cubría la que
había sido la tierra árida donde habían dejado
sus semillas estériles todo una generación.
:::::::
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LA FRANCESALA FRANCESA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
::::::
Ricardo sintió que la línea se movía. La fue
sacando lento.
Por un momento quedó colgando del anzuelo
un mito con reflejos amarillos. Ni siquiera lo
salpicó.
Luego se soltó del gancho y cayó volviendo a
las profundidades.
–Es de los que han mordido muchas veces el
anzuelo, –dijo Pedro– y a fuerza de tanto
hacerlo lo hacen sin herirse ni quedar en él, pero
les atrae la carnada... así es la vida.
–Sí... –Ricardo afirmó meditando– Y
comprendo que debo contar eso. Quizás otros lo
crean. Ella lo dijo.
–Así es, –agregó el pescador mientras se
marchaba en la penumbra– y piense que mito
fue más importante... ¿el de aquellos que se
decían profesores o el de ella?
Cuando Ricardo se fue, ya la noche moría.
...oo0oo...
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EL SISTEMA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
::::::
Ricardo, luego de lo sucedido con don César,
aquel viejo conocido de su padre, no deseaba
comprometer a éste una vez más pidiéndole
trabajo entre sus amigos.
Fue a hablar con don Roque, el dueño de la
barraca, quien le pagaba por hacerle planos que
firmaban otros.
El señor le ofreció más por los dibujos, pero
no un trabajo fijo. Ricardo se sintió
defraudado, no por la negativa sino porque le
duplicaba lo que acostumbraba retribuirle.
Y comprendió que había sido aprovechado
por alguien a quien creía respetable y que le
estaba haciendo un favor.
Don Roque le recomendó con un líder
político de la zona. Ricardo, como su padre, no
era amigo de favoritismos. Pero, por no hacer
un desprecio al viejo, fue.
El politiquero lo recibió con la consabida
perorata, indicándole que lo ubicaría en una
dependencia estatal... pero debía ayudarle en
ese club para las propagandas y obtención de
más votantes para las próximas elecciones.
A Ricardo le parecía que ese hombre le había
puesto un collar y le estaba enseñando a hacer
morisquetas.
09 EL SISTEMA
El hombre que obra bien es respetado.
Caía una fina garúa cuando Ricardo bajó en
el puerto.
Sin embargo la llovizna desapareció al
aproximarse a la escollera. El camino y las
piedras fueron secándose.
El faro en el extremo del espigón brillaba
intensamente a través de los cristales lavados
por la lluvia.
Ricardo se sentó y tomó la caña que estaba a
su derecha, Aún tenía la fresca humedad del
chubasco reciente y la disfrutó mientras enviaba
en un amplio vuelo el sedal.
Pedro llegó y, sentándose, le dijo con
satisfacción:
–Agradable noche para sacar mitos. Cuesta
comprender que toda esa profundidad que nos
rodea se llenó con el agua que caía del cielo...
gota a gota, día a día, año a año.
–Golpe a golpe, –completó Ricardo– y como
dijo el poeta: llanto a llanto. Y en esa
profundidad nació la vida... Y desde el principio,
unos seres se unieron y otros se devoraron.
–Esté atento, la línea se agita. Ya deben estar
mordiendo.
::::::
De pronto salieron de las calles aledañas
patrullas y milicos que los detuvieron
llevándolos a la comisaría.
–Solamente en patota podían ganarte. –dijo
el comisario a Ricardo– Andá, botija. Estos no
volverán a ir juntos.
::::::
La comisaría de la seccional 24 se
encontraba en la mitad de la cuadra, en una
calle que subía rectamente.
Costaba llegar a la comisaría, siempre se
hacía con la respiración agitada, así se fuese
por algo sin importancia.
En la esquina había un boliche del cual salía
la caña para olvidar sus penas los presos y
calentarse el cuerpo los milicos en la frías
noches.
Era un boliche de altura... para llegar al bar
había que subir seis empinados escalones.
Diagonal con él estaba el almacén. Allí los
policías y los botijas mandados por los
detenidos podían comprar algo extra para
completar las menguadas raciones oficiales.
El fondo de la comisaría colindaba con el de
la iglesia, donde las desafortunadas, y a veces
golpeadas, mujeres de los presos rezaban al
Señor de La Paciencia. No se sabía si era para
que los soltasen o los dejasen más.
El caudillo le dijo que esa noche lo esperaba
en la reunión. Que con tendría beneficios sin
abandonar sus estudios.
–¡Señor!... –practicamente gritó Ricardo,
yéndose– yo no me vendo. Quería en trabajo,
no un acomodo.
El demagogo enrojeció asombrado, y cínico
le endilgó:
–Muchacho papanata... ya aprenderás.
Cuando contó lo sucedido, sólo lo apoyó su
padre. Los demás: amigos, madre, hermano,
novia, lo creyeron tonto o le dijeron si no había
pensado en las consecuencias.
::::::
Esa noche Ricardo caminaba con su tabla al
hombro. Había huelga y los transportes
llegaban sólo hasta la Curva.
Llegando a la calle Holanda vio surgir de la
penumbra una pandilla. Con tabla como escudo
y la regla T como garrote, se dispuso a
defenderse. El cabecilla rió y le dijo:
–Así que sos el guapo que ofendió al
secretario. Vamos a ver si con unos golpes
aprendes a respetar a la gente importante y se
te salen del balero las estupideces.
Se arrojaron en gavilla dándole golpes,
mientras él le daba con la tabla y la regla la cual
enseguida se partió.
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EL SISTEMAEL SISTEMA
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::::::
El primer barrio donde aparecieron las
patotas fue en un suburbio formado por
familias que venían del interior del país
buscando la solución a su pobreza, sólo para
ver que lo único que habían hecho era
cambiarla por la miseria.
Los hijos de esos hogares, tenían que
resultar frustrados e inadaptados proclives al
pandillaje.
Sin embargo, tan rápido como surgieron las
patotas, fueron desapareciendo.
El comisario de esa seccional era Florencio
Verdugón. Y en su historial constaba una
cualidad poco común, más aún en la policía,
era correcto y humano.
Un hombre fornido, que apenas llegaba a
1,65 metros de estatura, de 45 años, mirada
penetrante y pocas palabras.
Estaba casado y tenía una hija de 16 años.
Dada la eficiencia, lo fueron rotando por las
comisarías en que existiese ese flagelo. Y donde
él llegaba... se acababa.
El sistema era sencillo: Hacía una redada y
detenía toda la patota. Encerraba los patoteros,
juntos, en una celda. En otra a la vista, ponían
al cabecilla y al de menos categoría.
Frente a la iglesia estaba la plaza. Sus
asientos servían a los policías para hablar con
las minas en la noche.
Junto al templo estaba la cervecería, en la
otra esquina la bodega de vinos y cerca, un
quilombo y la seccional judicial.
Tres cuadras más abajo se hallaba la
Asistencia, desde la cual subían lo heridos de
las riñas, o llevaban a los que "habían tropezado”
en los escalones de la comisaría.
Ese era un barrio donde el cura, el juez, el
practicante de la Asistencia, el bodeguero, el
comisario, y algunos más, en las noches se
sentaban en el boliche o en la cervecería para
charlar, mirando las lejanas luces de la ciudad.
Donde los criminales eran enviados
rápidamente para la Central, ya que sus delitos
avergonzaban al barrio y a la comisaría.
Pero, llegó una época en la cual se confundió
reo con prepotente, malevo con malandro, barra
con patota. Surgieron jóvenes camorristas que
atemorizaban a los transeúntes nocturnos,
llegando hasta la violación y apaleo.
Eso duró poco. Hubo un hombre que terminó
con las patotas: Don Florencio Verdugón.
Comisario de policía. Profesión: Instructor de
Educación Física y ex-boxeador.
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EL SISTEMAEL SISTEMA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Y hasta a jugar básquetbol con los
muchachos y Ricardo en el patio del colegio.
Pero fue lo suficiente para ganarse la
admiración del barrio. Y en ése difícilmente se
admiraba a un policía.
Causó extrañeza saber para donde lo
mandaban.
Lo enviaron a un barrio residencial, con
avenidas que tenían flores en su centro, con
hermosas calles donde, en grandes terrenos y
rodeadas por hermosos jardines, se levantaban
quintas señoriales y mansiones aristocráticas.
Allí vivían capitalistas, ganaderos, banqueros,
grandes industriales, políticos de renombre y
embajadores.
La comisaría era de paredes en ladrillo visto,
tenía una fuente, paredes pintadas, finos
muebles, sólo dos celdas espaciosas, y
dormitorio para los agentes fuera de servicio.
Inexplicablemente, en esa zona también
surgieron las patotas. Pero no estaban
constituidas por los frustrados hijos de pobres
hombres fracasados y mujeres amargadas.
Por lo contrario eran los hijos de familias
bien, de padres pudientes y poderosos, de
madres instruidas y adineradas, educados en
los mejores y más caros colegios privados.
El comisario se ponía un par de guantes de
boxeo y hacía colocar otros a los dos
pandilleros. Luego les decía:
–Ustedes se creen guapos y les gusta pegar a
la gente. Vamos a ver lo valiente que son.
Peleen hasta que uno quede en el suelo.
Cuando salga ése, entrará otro. Si no boxean, lo
harán conmigo... y yo soy profesional.
Pocos se negaban a pelear. Cambiaban al ver
al rebelde ensangrentado por un puñetazo de
Florencio a la nariz.
Al terminar, nuevamente los ponían todos
juntos. Nadie vuelve a ser amigo de alguien que
le ha pegado en la cara.
En la mañana hacía correr la voz que a las
nueve iba a soltarlos, y la gente formaba una fila
por donde pasaban los patoteros entre burlas.
Muchos amenazaban, pero a Don Florencio
le sobraba coraje para ir solo y desarmado.
::::::
El comisario Florencio Verdugón estuvo
poco tiempo en la seccional 24. Quizás el barrio
era tranquilo, o la fama se anticipaba a su
llegada. Permaneció menos de un mes.
Apenas le dio tiempo para tomar unas copas
con el cura, el bodeguero, el practicante, el juez
y algunos más.
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EL SISTEMAEL SISTEMA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Al abrirlo halló fotos de su hija en actos
depravantes. Una nota decía:
"Desaparecen los archivos y desaparecen los
negativos"
No lo hizo. Renunció y dijo a los periodistas
el porqué. No se publicó, los dueños de
editoriales son poderosos.
Don Florencio se equivocó. Su sistema no
pudo con el sistema. Creyó que estaba en una
comisaría suburbana. Porque en los barrios
bajos, y aún entre los enemigos, se respeta a un
hombre de verdad.
::::::
Sólo podía haber una explicación: Les atraía
la excitación para su aburrida y fácil vida,
además de dar rienda suelta a sus bajos
instintos ocultos bajo su capa de educación.
Los ataques de esas patotas llegaron al
escándalo, pero ningún comisario de allí
arriesgaba su cómoda posición.
La prensa comenzó a reclamar. Fue cuando
mandaron a Florencio Verdugón, quien llegó
con su sistema.
::::::
Don Florencio se colocó los guantes de
boxeo, los niños bien lo miraban despectivos...
Y la jefatura se llenó de una caterva de
abogados reclamando por los derechos de esos
menores y con demandas por abuso de autoridad.
Nunca se vio tantos abogados. Y tantos
periodistas. Él no se acobardó. No aplicaría su
sistema, pero permanecerían detenidos esa
noche. El suceso salió en primera plana.
El día siguiente el comisario Florencio
recibió llamadas de altos jerarcas, sugerencias
de sus superiores, y hasta ofertas de bienes, si
hacía desaparecer los legajos.
Esa noche volvió a detener otra pandilla de
señoritos, y llamó a los diarios. Las patotas
desaparecieron también allí.
El lunes, el comisario recibió un sobre.
Diap 50
EL SISTEMAEL SISTEMA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Ricardo sintió el salpicar del agua fría.
En el extremo del aparejo colgaba lo sacado.
Y oyó a Pedro decir:
–Esos son difíciles de encontrar. Muchos lo
mordían en tanto salía, pero no lo vencieron.
Quítele el anzuelo, no lo deje agonizar. Los
demás lo devorarían si cae moribundo.
Ricardo así lo hizo. Con respeto lo devolvió a
su lugar.
–La noche fue linda para sacar mitos. –
musitó Pedro, yéndose– Y admirable el que sacó
y devolvió.
Ricardo dejó la caña y, meditando, también
se fue.
...oo0oo...
Diap 51
LAURA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Laura vivía en la calle Maracaibo, cerca de la
biblioteca del barrio La Curva. Era hija de
Lewis Loveston y María Arisprieta, él un inglés
del frigorífico y ella una bella criolla.
Laura tenía la elegante esbeltez de su padre,
su cabello rubio y los ojos claros.
De su madre heredó la belleza, la carnosa
boca, el pelo ondulado y sus sentimientos criollos.
Un día vio a Ricardo saliendo de la biblioteca
y le atrajo. Lo conoció realmente y pudo estar
cerca de él cuando fue al liceo.
Pero él sólo era su amigo y siempre la ayudaba
en sus dificultades, fuese de estudios o físicas.
Ricardo vivía en el extremo opuesto, cerca de
la playa. Ella era dos años menor que él,
estaban en distintos cursos, pero normalmente
se esperaban para volver juntos al barrio en el
tranvía. Laura empezó a formar un sueño...
Los amigos, riendo, los llamaban novios y él
seguía la broma. Laura temblaba cada vez que
oía eso. Y pretendía no ver cuando él se
enamoraba de otra.
10 LAURA
El hombre que obra bien es respetado.
Ese sábado Ricardo llegó a la escollera en el
atardecer. El sol se estaba ocultando en el
oeste bajo el horizonte del mar, el cual
reflejaba los arreboles de las nubes.
Algunos pescadores recogían sus avíos y la
pesca de la tarde. Eran pescadores y peces
normales, los de siempre. Ninguno se parecía
a Pedro, y ningún pez a los mitos.
Ricardo prefirió esperar que se fuesen todos
y llegara la noche para avanzar sobre el
espigón. Ellos, al pasar a su lado, lo saludaban
por educación y lo miraban extrañados.
Al irse el último se dio cuenta de sus
miradas, él no traía caña y su apariencia no
correspondía a la de un pescador.
Se adentró sobre el muro de piedras y fue
hasta el asiento. La noche era oscura y las olas al
pegar contra el espigón retornaban haciendo
remolinos.
Vio venir a Pedro. Y, antes que éste llegase
tomó la caña que estaba en su lugar echando
el sedal a la profundidad.
–Lo vi arribar temprano, –dijo el pescador
sentándose junto a él– aún estaban los que
pescan realidades. Hoy debe estar ansioso por
buscar un mito en lo profundo.
::::::
–Encontraste lo que soñabas. –dijo para no
mentir.
–La vida es una cosa y los sueños otra. –
respondió él.
Ricardo la había cubierto de arena hasta las
rodillas pero, cuando fue a poner más arriba, se
contuvo.
Ambos rieron y se sonrojaron.
Ya no eran niños jugando en la playa.
::::::
Jueves de noche. En la calle Grecia los
jóvenes iban tras las muchachas diciéndoles
halagos o acompañándolas.
Ricardo estaba allí antes de ir a visitar a
Elena. Caminaba junto a Laura.
Ella estaba vestida con pantalones blancos.
De pronto, gritó furiosa.
Un mocoso había tocado atrás a Laura. Sus
dedos estaban marcados en los pantalones.
El botija quiso huir, pero Ricardo lo agarró
del cuello.
Le parecía que las manchas las hubiese
hecho en la piel de ella.
Seguía apretando. El muchacho se asfixiaba.
Laura se interpuso tomándole la cara a
Ricardo y sollozando le rogó:
–Déjalo... por lo que más quieras... no te
arruines...
Un día, el padre de Laura su jubiló y decidió
mudarse para el Parque Centenario.
Y ella, con tristeza, se fue.
::::::
Pasaron algunos años. Laura completó un
curso de enfermera y fue a trabajar en una
clínica. Mientras, Ricardo se había ennoviado y
ya estudiaba en Facultad.
Una noche él iba a visitar a su novia y se
cruzó en la calle con Laura, quien había venido
a pasar las vacaciones en su viejo barrio.
Estaban hablando cuando un amigo les avisó
que el padre de Ricardo se había sentido mal.
Días después, visto su padre por un cardiólogo,
Ricardo fue a la playa. Allí estaba Laura. Ella se
sentó mirándolo de frente. Echó la cabeza atrás
y sus senos se levantaron.
Ricardo tuvo ganas de abrazarla. Pero su
conciencia lo controló: Laura era su amiga.
–¿A qué clínica llevaste tu papá? –le
preguntó ella.
–A la que trabaja mi novia. Está en la calle
San José.
Laura iba a decir que trabajaba allí, pero algo
la contuvo.
–¿Y tu novia, cómo se llama?
–Elena. Quizás la conozcas. Es nurse como
vos.
Diap 52
LAURALAURA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Vieron salir de la clínica a dos muchachas. Pero
quien venía con la novia del otro joven era Laura.
Los novios se marcharon.
Laura y Ricardo quedaron solos en la esquina.
–¿Y Elena?... –preguntó él.
–Se quedará un poco más. Me dijo que estás
trabajando en la constructora Benamires. Chao,
Ricardo.
Se iba ya que estar junto a él, y en la noche, la
afectaba.
–Así es. Chao, preciosa.
Ella tembló al oírlo y se marchó. Ricardo volvió
al bar. El portero seguía frente a su café. Miró el
fondo de la taza.
–Esa muchacha te quiere. –murmuró.
–No haga bromas... Somos amigos desde el
liceo. Vino a decirme que mi novia tardará
todavía.
–Recuerda muchacho: El hombre siempre
destruye lo que ama, y ama aquello que lo
destruye.
::::::
Días después, la novia de Ricardo le dijo que
Laura, quien iba a menudo a la Asociación de
Enfermeras, le había pedido avisarle que
necesitaban hacer una obra allí.
A la mañana siguiente el muchacho llamó por
teléfono pidiendo hablar con Laura.
Ricardo, al oírla, abrió las manos y el muchacho
escapó profiriendo insultos y amenazas.
Luego de reflexionar en la locura que podía
haber cometido, fue a consolar a Laura. Cuando
todo se hubo calmado, recién él se marchó.
Nada contó a Elena. Sabía como pensaba.
Creería que eran cosas de ese barrio.
::::::
Semanas más tarde Ricardo y su padre
estaban en la clínica. Su novia le dijo algo. Pero
él no la pudo oír.
En un consultorio había visto a Laura.
Ella levantó la cabeza viéndolo preocupada.
Luego esbozó un saludo indiferente. Él contestó
igual. Elena le preguntó si se conocían, y él sólo
dijo que era una compañera del liceo.
Los meses se sucedieron.
Falleció el padre de Ricardo. Lo enterraron
en el panteón de la familia de Elena.
Ricardo trabajaba en una empresa constructora
como proyectista.
Y su noviazgo seguía el ritmo de la normalidad.
::::::
Era viernes en el anochecer, y había un
festejo en la clínica.
Ricardo y otro joven esperaban en el bar. El
portero del Banco estaba frente a una taza de café
Diap 53
LAURALAURA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
–Pareces un ángel flotando entre las ruinas.
–dijo él.
–Sí... ¿no me ves las alitas? –respondió,
dándose vuelta.
Ricardo sintió latir su sangre al ver aquel
bello cuerpo a la sensual luz. Ella volvió a girar
y avanzó hacia él, diciendo:
–Ángeles fueron los que subieron estas cosas
aquí.
Se sentó en un viejo diván. Ricardo se apoyó
en el borde de la jamba mirando afuera. El mar
reflejaba los colores del cielo. El ruido de la
calle llegaba como un murmullo. Luego él fue
hasta el diván y se sentó junto a ella. Laura se
levantó yendo hacia la ventana y desde allí dijo
en voz baja:
–¡Quien fuera pintor para grabar un
momento así!
–Y para pintarte a ti. Así, con ese cielo... –
murmuró Ricardo con voz trémula– Laura,
eres preciosa.
Y, empujado por un valor sin freno, se
levantó y fue hasta la ventana. Laura seguía
mirando para afuera, sin moverse.
Ricardo notó el cuerpo de ella temblando, la
tibieza que emanaba, sus senos latir, sus manos
aferradas a la ventana, su boca apretada...
Ésta le explicó que la secretaria pensaba
hacer reformas dentro las torres. Quedaron en
que Ricardo iría a verlas el sábado de tarde
luego de revisar otra obra en un balneario.
En la dieciochesca casona lo esperaba Laura
y conoció a la Nena Noguera, la secretaria, una
elegante y fina señorita cincuentona quien
creyó que él era novio de la muchacha, y ambos
no lo desmintieron sin comprender el porqué.
::::::
Los dos jóvenes se hallaban solos y tomando
medidas en la parte alta de la torre sur. Laura
se curvaba con elegancia al agacharse para
sostener el extremo de la cinta métrica.
En el centro se encontraba una escalera de
caracol que se perdía en la buhardilla.
Ricardo preguntó que había allí y, al no
saberlo tampoco Laura, los dos subieron.
Ricardo se adelantó para abrir una ventana.
El aire fresco entró y con él la tenue claridad
del atardecer.
Miró la habitación atestada de antigüedades
sin uso que, con esa inexplicable pulcritud de
casas antiguas, no tenían polvo.
Laura, parada junto a la escalera, recorría
con la vista ese museo. La luz rosada de los
arreboles la iluminó.
Diap 54
LAURALAURA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
–Mi Laura, no llores... –la abrazó con
ternura– Ha sido culpa mía. Te quise como un
ideal y te he hecho esto–Ricardo... lo hicimos
los dos. Y soy feliz de ser tuya. Pero tengo
miedo de este amor y del mundo de afuera.
–Un mundo que nos espera... tenemos que
bajar a él.
Y los dos jóvenes bajaron. Luego, sonrojados
frente a la compresiva mirada de la Nena
Noguera, salieron a la calle.
Estaban silenciosos esperando el ómnibus
que llevase a Laura a su casa. El vehículo
llegaba. Ella murmuró:
–¿Y Elena?...
–No sé... no sé. –él respiró hondo– ¿Te veo
mañana?
–No. Llámame el lunes. Tenemos que pensar.
El ómnibus se detuvo. Laura se dio vuelta
antes de subir y le dijo con un destello de
felicidad en sus ojos:
–No importa lo que suceda... te quiero.
Subió. El coche se alejó. A Ricardo le parecía
que se llevaba una parte su ser.
Cruzó la calle para tomar su transporte. La
noche era tibia, bella... el amor maravilloso.
Pero su ceño se frunció... pensaba en Elena,
su novia.
::::::
Y el perfume de su piel lo dominó.
Le dio vuelta poniéndola frente a él y,
enloquecido, la besó. Ella abrió la boca
desesperada y se estrechó a él.
Y así recorriéndose mutuamente y diciendo
expresiones de amor llegaron el diván y se
poseyeron con pasión... con toda la fuerza
guardada de ese amor callado por años.
::::::
Eran las siete de la noche cuando Ricardo se
levantó y fue hasta la ventana. Se sintió dichoso
y culpable a la vez.
La quería, la quería como siempre había
soñado amar. ¿Pero cómo había podido hacerle
eso? Él siempre la había cuidado. La había
protegido. Ella siempre había confiado en él.
Avergonzado, no se atrevía a mirarla.
Laura se sentó en el diván.
Estaba completamente feliz. Había temido
ese momento... y había sido el más hermoso.
Lo miró y se sintió parte de él.,
El aire fresco le hizo meditar: ¿Qué locura
había hecho? ¿Por qué él no hablaba?
–Ricardo...¿Qué piensas? ¿Creerás que soy
una?... –dijo en un susurro, echándose a sollozar.
Diap 55
LAURALAURA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Llegaron a una esquina alejada de la casa de
Laura. Se detuvieron.
Ricardo sentía el perfume, la respiración de
ella... y con un nudo en la voz le musitó
ruborizado:
–Laura... quiero estar otra vez contigo...
–Yo también, –murmuró ella– nunca creí
necesitarte tanto.
Y él la vio alejarse hasta que se perdió en la
oscuridad.
::::::
Sábado de tarde. Ricardo, en su cuarto,
dudaba entre ir a visitar a su novia o quedarse.
Podía dejar pasar el tiempo, pero eso no
daría una solución.
Había demasiados lazos. Una llamada de
teléfono, un encuentro de su madre con Elena,
o de él con el padre de ella.
Éste le dado el panteón para que descansara
su padre, le había logrado el trabajo, el
arquitecto era su amigo.
Fue a visitarla y nada dijo.
Y como le había mentido a su madre en el
almuerzo, le mintió diciéndole que el domingo iría
con unos amigos a una parrillada en una playa.
A su vez, Laura dijo a sus padres que pasaría
ese día con unas compañeras en un balneario.
Ese fin de semana Ricardo visitó a Elena,
pero no se atrevió a decirle la verdad y calló.
El lunes en la mañana llamó a Laura en la
clínica. Luego de decirse la felicidad de amarse,
quedaron en verse a las seis de la tarde en el
monumento a La Carreta.
Cuando Laura colgó el aparato vio que Elena
estaba junto a ella. La sonrisa de su compañera
le indicó que no había dicho nada peligroso.
Elena le hizo una broma y se fue.
Laura sintió que su conciencia y sus
sentimientos tenían una lucha encontrada.
Recordó los años que había soñado con él.
La amargura de creerlo perdido. No quería
volver a eso. Que Dios la perdonase... no podía
dejar de quererlo.
::::::
Ricardo miraba el monumento.
Laura llegó y se estrechó a su brazo, reclinando
su cabeza en el hombro de él.
–¿No te lleva el gaucho en la carreta? –dijo
dulcemente.
–No. Hace tiempo que se fue solo... llevándose
con éltodo lo quefuimos...–respondiómelancólico.
Se pararon del banco y comenzaron a caminar.
Iban hacía la avenida. Ni se tocaban las manos,
pero cada vez que sus cuerpos se rozaban la
sangre le hervía.
Diap 56
LAURALAURA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Las semanas se convirtieron en meses.
Ricardo, en forma inconsciente, fue amoldándose
a esa anormal situación.
Progresaba en su trabajo y ya era hombre de
confianza del arquitecto. La relación con Elena
se mantenía en visitas oficiales donde su mente
hacía abstracción de Laura.
Estaba con Laura en un banco del parque.
Ricardo se separó de ella.
Miró las piedras del camino, diciendo:
–Tengo que ir a ver un parcelamiento cerca
de la Laguna del Diario. Va a ser algo fabuloso.
El arquitecto me dijo que fuese el viernes y
pasara el fin de semana allí.
–Entonces... ¿no te veré en esos días? –
susurró Laura.
Él continuó en voz baja, sin mirarla, rojo de
vergüenza:
–Podría ser lo contrario... pensé que vinieras
conmigo.
–Ricardo... ¿Qué no daría para estar junto a
ti?... Pero eso es imposible. ¿Cómo voy a ir?
¿Qué voy a decir?
–No te preocupes, –dijo, acariciándola– era
sólo un sueño.
::::::
Diap 57
LAURALAURA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
Además del amor y la pasión... veían
tristemente que la mentira los iba uniendo.
::::::
El domingo a las ocho de la mañana Ricardo
estaba en la Curva esperado el ómnibus donde
vendría ella. Irían a la playa de Pajas Blancas.
Vio su manita delicada asomando por la
ventanilla del transporte y subió a él.
Venía lleno de pasajeros y con esfuerzo
Ricardo llegó hasta cerca de ella. Laura cedió el
asiento a una señora para estar junto a él.
En el balneario jugaron, se bañaron,
almorzaron.
Y en la tarde, en una hondonada entre
eucaliptos, teniendo por testigos el cielo y los
pájaros... se amaron con pasión.
Ya en el atardecer tomaron el ómnibus para
volver. El guarda, al darles los boletos les
preguntó hacia donde iban.
Ricardo pidió para la Curva. Laura indicó
hasta el Centro.
Los dos se miraron y se les llenaron los ojos
de lágrimas.. En un solo instante volvía la
realidad de dos destinos.
::::::
Era señora frente a esa gente. Era la señora
prohibida de un amor prohibido.
Recordó a la Nena. No. No quería ser una
rama seca y estéril de amor. Ese momento y ese
lugar, les pertenecía.
Soltó su cabello y bajó a esperar en la
entrada a Ricardo.
::::::
Luego de almorzar, Laura y él subieron al
cuarto. Querían aprovechar cada instante de
amor, cada forma de pasión.
Eran como dos niños que habían hallado un
nuevo juego y querían probar todas la maneras
de jugarlo.
Dulcemente cansados, reposaban. Ella
recostada en su pecho. Cerca de la ingle le vio
una cicatriz, y preguntó:
–¿Y esto que fue?... ¿Te operaron?
–Sí... –dijo riéndose– me operó el Pocho con
una navaja.
Laura se sentó. Los recuerdos surgieron.
Comprendió. El Pocho era hermano del
mocoso que la había tocado.
–¿Fue por lo de esa noche?... Yo sabía que eso
no iba a quedar así, –Laura seguía angustiada– y
todo por mi culpa.
Diap 58
LAURALAURA
LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
El sábado en la mañana Laura bajaba del
coche de la Nena, frente a la entrada de unos de
los pequeños hoteles construidos junto a las
escolleras de Las Delicias.
La señorita Noguera había vuelto ese sueño
en realidad. Laura nunca hubiera pensado que
esa mujer, conocida como secretaria adusta y
severa, le brindase la oportunidad de ser feliz
con su Ricardo.
La había pasado a buscar por su casa
diciendo a los padres de Laura que ésta estaría
esos días con ella en el chalet de su familia, en
San Rafael.
La muchacha entró a la recepción y,
temblando, preguntó por Ricardo. El empleado
respondió con afabilidad:
–Buenos días, señora. Su esposo salió con el
señor agrimensor. Me pidió que le dijese que
volvía enseguida. Su llave, señora. El joven la
acompañará a su habitación.
El muchacho tomó la valija. Laura lo siguió
sin reaccionar aún de la emoción de sentirse
llamar señora de Ricardo.
La habitación estaba frente al mar. Abrió la
ventana.
En la terraza había personas desayunando.
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  • 3. Diap 3 LA AGONÍA DE LOS MITOS Rosalino Carigi 1972 - 1982 VERSIÓN NOVIEMBRE 2015 CUENTOS CORTOS de una LARGA VERDAD
  • 4. Había una vez... un lugar… unos mitos… Y ahora hay… muchos más… Diap 4
  • 5. LA AGONÍA DE LOS MITOS Y a los inolvidables profesores de Tercer Año C (1945) que nos enseñaron sus conocimientos y... a pensar: Sta. A. Vilar del Valle. Francés Charmant. Sra. Palmira de Areco Inglés Lady. Sra. A. B. de Cotelo Freire C. Musical ¡Bravo! Sra. René S. de Tiriboschi Química Magnífica. Srta. Margot Acosta y Lara Literatura Cultura. Sr. Eduardo Mullin Matemáticas Un caballero. Sr. Mario Tornaría Física Hombre cabal. Sr. Jorge Chebataroff C. Geográf. Innovador. Sr. Andrés Pombo Dibujo Artífice. Sr. Teófilo Arias Historia Nuestro Sócrates. Con un recuerdo especial para el peculiar director: Sr. Francisco Lacueva Castro. Y a ese gran bedel que tiene el mayor honor en la memoria: Recuerdo sus anécdotas... pero no su nombre. A Otto Bauer Y a todos los que tuvieron la dicha de poder ir al viejo Liceo Bauzá. * Diap 5 DEDICATORIA LA AGONÍA DE LOS MITOS * Aquel que estaba en la Avda. Agraciada, ¨frente a la calle Francisco Gómez, cerca del almacén de Autorello, donde robábamos porotos para jugar.
  • 6. ÍNDICE Diap 6 LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS No. CUENTO Diap. INICIO 1 DEDICATORIA 2 PRESENTACIÓN 5 NOTAS 6 01 LA ESCOLLERA 7 02 BLANCA 11 03 PIERRE 17 04 ESPERANZA 21 05 CÉSAR 25 06 PADRE 29 07 MALENA 35 08 LA FRANCESA 40 09 EL SISTEMA 44 10 LAURA 49 11 EL POCHO 65 12 LA NENA 69 No. CUENTO Diap. 13 LOS GUSANOS 75 14 LA NOVIA 93 15 WILLIAM 110 16 MADRE 118 17 EL JUDÍO 126 18 ALSINA 137 19 REENCUENTRO 147 20 LOS CANGREJOS 159 21 BORIS 169 22 ELENA 179 23 MARIEL 189 24 MARTA 201 25 LA MURGA 209 CONCLUSIÓN 217 NOTAS FINALES 218 FINAL 217 ANEXO (SE DICE DE MÍ – EL AUTOR) 221
  • 7. En el año 2000, viejo lo escrito y yo, traté de convertirla en una recolección de cuentos. Pienso que no fue un solo mito sino muchos mitos los que nos inculcaron. Y con Ricardo se les fue sacando, poco a poco, de la profundidad. Acompañado por Pedro, ese pescador que siempre nos ayuda y nos espera en medio de la noche, de la oscuridad, de la escollera y... del tiempo. En su versión original se ambientó en el Uruguay de mi niñez y juventud. La vida me ha demostrado que esas cosas y esos seres pueden hallarse en todas partes. No habrá otra revisión. Yo he envejecido y el Uruguay ha cambiado. Ni él ni yo volveremos a ser lo que fuimos: La Agonía de un Mito... o de los Mitos. Rosalino Carigi Octubre del año 2005 El original de La Agonía de un Mito fue escrito en 1972 teniendo yo 43 años, edad donde se cree saber la verdad. Era una novela con personajes basados en sucesos de seres que existieron y otros surgidos de la imaginación. Indicaba que podía ser una narración, algunos hechos acontecieron y muchos lugares aún existen. Prevenía que no era una historia, ya que no se basaba en hechos fidedignos. Pero, la historia es según quien la cuenta y la quieren entender aquellos que la oyen. Agregaba que no era una biografía, pero es imposible escribir sin que la fantasía se mezcle con los recuerdos. Y concluía diciendo que tan sólo era un cuento largo, demasiado largo... un mito. Un mito con el cual nos criaron a los jóvenes desde 1930 a 1950 en el Uruguay, y llevamos por el resto de la vida. Diap 7 PRESENTACIÓN LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS PRESENTACIÓN
  • 8. De la novela original “La Agonía De Los Mitos”, se sacaron temas para los libros: “Las Grietas” y "Cuentos Que No Se Debieron Contar". Para “La Agonía De Los Mitos” actual, se pusieron temas que eran de los libros: "La Grieta", “Cuentos De Siempre”, “Cuentos Primitivos, Tontos Y No Tanto”, "Cuentos que no se debieron contar". Y en Febrero del año 2003, Marzo de 2004 y Mayo de 2005, se hicieron otras modificaciones. Haciendo revisión de todo lo escrito, y más envejecido y decepcionado, se hicieron correcciones: La introducción “Escollera” se consideró cuento. Se cambió el orden de los cuentos para que hubiese, en lo posible, una relación de tiempo y secuencia entre ellos. Sin embargo, por el tema y los personajes principales de los mismos, no siempre fue posible hacerlo. Por tanto, cada uno es en sí una narración independiente aunque esté relacionado con todo el tema del libro. Y están formados por los recuerdos del personaje, con un preámbulo y conclusión del encuentro con el pescador y su charla de cosas indirectamente relacionadas con el cuento. Diap 8 LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS NOTAS OTRAS EN LA VERSIÓN DEL AÑO 2015 Pienso que está resumido en lo escrito en la primer página de esta presentación: Había una vez... un lugar… unos mitos… Y ahora hay… muchos más… ¿Muchos más que?... ¿Veces?... ¿Lugares?... ¿Mitos?...
  • 9. :::::: Ricardo notó un asiento de cemento y piedras delante de él. Se sentó. Divagaba, cuando vio venir por la escollera un hombre desde el faro. Observó que llevaba una caña de pescar. Pero, no traía ningún pescado. El hombre se sentó a su lado y le ofreció la caña: –Buenas noches... Me llamo Pedro. ¿Le gustaría pescar? –Buenas... –respondió Ricardo presentándose– No, gracias. No me gusta ver como agoniza un pez fuera del agua. Y por lo que se ve... usted no sacó mucho. –Todos los seres agonizan fuero de su ambiente. Llevo tiempo aquí... He sacado unos cuantos del fondo. –¿Y dónde están? –Allá, en la profundidad. Es su lugar. Hay que devolverlos donde deben estar. Si pretendemos que sigan vivos junto a nosotros... agonizan. Y si los tenemos afuera mucho tiempo, pueden envenenarnos. –Debe gustarle mucho pescar para hacer eso ¿Qué es lo que pesca? –Cada uno le pone un nombre... y todos significan lo mismo. –Baja... La monótona voz del guarda sorprendió a Ricardo en el estribo del ómnibus. No sabía si era una pregunta o una conclusión. Bajó. Lejos, vio los anuncios de los bares con nombres de lugares lejanos. Nostalgia del puerto por otros puertos. Caminado en las penumbras llegó a la escollera. La noche era serena, sin luna, una suave brisa llegaba de la oscuridad, el mar lamía suavemente el espigón. En su punta, un faro guiñaba como viejo vicioso mientras la Farola de la Fortaleza le coqueteaba con el giro de su luz. Ricardo avanzó sobre el rompeolas. No sabía por qué. Y entró sin temor, sin que nada ni nadie se lo prohibiese. De pronto se sintió en la mitad del espigón, en la mitad de la oscuridad, en la mitad de la noche. Hacia el sur, en el horizonte, titilaban algunas boyas mientras, al norte, los faroles de Villa del Cerro eran puntos de luz mortecina. –Viejo barrio. –murmuró Ricardo. Recordó sus calles: Francia, Chile, Grecia, Suecia... y la playa. Recorrerlo era dar una vuelta al mundo para, como todos los vagabundos, terminar a la orilla del mar. Diap 9 LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS 01 LA ESCOLLERA Ciudad Vieja, mil novecientos y... LA ESCOLLERA
  • 10. :::::: Una ola golpeó contra la escollera y salpicó a Ricardo sacándole de su ensimismamiento. El mar estaba algo encrespado y la brisa ya era fuerte y fría. No sabía cuanto tiempo había estado allí. Ni cuantos recuerdos había traído con su nostalgia. Pero debía marcharse. El agua puede ser vida... y muerte. Dejó la caña allí, recordando lo dicho por Pedro. Pocos minutos después se hallaba cruzando las oscuras calles del puerto. Vio que se le acercaba un bulto. Era un vagabundo. Este le saludó, su tono se parecía al de Pedro, y con voz ronca le pidió un cigarrillo. Ricardo se lo dio y a continuación encendió el fósforo. El rostro del vago se alumbró y Ricardo sintió frío. Esa cara barbuda, con ojos rojizos de alcohol, hace años... El hombre había sido el portero del Banco que estaba en la esquina donde Ricardo esperaba a la que luego se convertiría en su esposa... y también en otro recuerdo. Pedro volvió a ofrecerle la caña. Ricardo tomó el aparejo, no quería ofenderle. En la tenue luz del faro notó que no tenía anzuelo. Así se lo hizo notar a Pedro y éste le indicó: –Usted se lo pondrá. Yo uso el de la fe, otros usan el de la ilusión... Eche la línea y sabremos cual es su anzuelo. Ricardo obedeció, temía que fuese un loco y lo empujara al mar si no le hacía caso. Cuando el hilo iba en el aire, en su extremo se vio un anzuelo gris con una carnada ocre. Y comprendió que era la verdad y que debía quedarse pescando. Nuevamente oyó la serena voz de Pedro: –Cuando se vaya habrá pescado en la profundidad de los recuerdos con el anzuelo de la nostalgia y la carnada de la desilusión. Buenas noches, compañero. El hombre se levantó yéndose en la penumbra. Ricardo necesitaba quedarse, ya sentía mordiendo en el anzuelo. –¿Dónde le dejo la caña? –le gritó a Pedro: –Ahí mismo... Siempre hay alguien que la recoge, y siempre alguien la deja. Diap 10 LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS LA ESCOLLERALA ESCOLLERA
  • 11. Y se fue con su andar de yira. El hombre la miró con triste sonrisa. Los minutos pasaron poco a poco con la ginebra. Ricardo sentía la necesidad de contar lo sucedido. Nadie le creería. Pero esa mujer estaría acostumbrada a escuchar mayores fantasías de los marineros borrachos. La llamó y, diciéndole que se sirviera lo que quisiese para que así ganara algo, narró lo acontecido. La mujer fue cambiando su fingida sonrisa por un rostro serio. Luego, con una naturalidad pasmosa, le preguntó: –¿Y cómo llamarías lo que pescaste? –Ese hombre, Pedro, dijo que cada uno lo nombraba a su manera. En mi caso le diría: Mito. –No sos el único que ha contado esa historia. Tantos son, que a ese hombre le dicen el pescador de los mitos. ¿Y tus recuerdos, los volviste a echar a las profundidades? –A muchos no pude... ni puedo desde hace tiempo. No debería ser, pero el tiempo le había enseñado que todo podía ser. Los dos eran dos extremos de un mundo sin destino y los extremos se tocan. Y el vago se despidió: –Gracias, señor. Adiós. Aquel hombre le decía adiós al presente, al pasado, a todo. Lo vio alejarse y, como Ricardo no podía despedirse de su pasado, giró en busca de las calles de su presente. Se dirigió el mundo de bebidas distintas, de marineros parecidos y de mujeres iguales. Entró en un pequeño bar. Se sentó cerca de una ventana. Le llegó un perfume. –Está fresco afuera... La mujer tenía el mismo tono sin sentido del guarda del ómnibus. Con su sonrisa estereotipada siguió: –¿Querés algo? –Bueno, tráeme una ginebra... La mujer fue a buscarla. Se dio cuenta que Ricardo no necesitaba su compañía y le dejó la botella, diciendo: –Si deseás algo más, me llamás. Diap 11 LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS LA ESCOLLERALA ESCOLLERA
  • 12. –Como todos nosotros... Vivimos y agonizamos con los mitos... y esa agonía nos envenena. Ricardo miró la mujer y le pareció una señora disfrazada de yira. Como el portero era un señor con disfraz de vago... Como él era un lejano muchacho con disfraz de señor. Un viejo tango repetía: "Mi pobre alma de bohemio". Sintió que otra vez el Quijote que llevaba dentro debía ponerse la coraza de formalidad. Pagó a la fulana y salió. Con grandes pasos llegó a la parada, detuvo al ómnibus que parecía un animal iluminado. Subió a él de un salto. Pagó el boleto. Saludó. Todos los viajeros somos conocidos después de andar por los mismos caminos. Apoyó la cabeza en el vidrio de la ventanilla, que reflejó a un hombre ya viejo y cansado. Y... se quedó dormido. ...oo0oo... Diap 12 LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS LA ESCOLLERALA ESCOLLERA
  • 13. Diap 13 Cayó... y fue hundiéndose en la profundidad, más, y más... parecía que nunca se acabaría el hilo. Pero, como todo, tenía un límite y se detuvo. Ricardo se dirigió a su compañero: –Usted dice que el agua es el principio de la vida, en mi conciencia lo sé. Sin embargo en mis recuerdos, casi siempre ha estado junto a la muerte. –Ya alguno ha mordido el anzuelo, –dijo el pescador– el hilo se está moviendo. Ricardo instintivamente alzó la caña. Pedro le aconsejó: –Vaya sacándolo poco a poco. Sin hacer fuerza. Si se rompe la línea, tendría el dolor de haberlo perdido y ese mito agonizaría en el fondo o sería devorado por otros más grandes... Mientras tanto, cuente, recuerde. –Y cuando lo haya terminado de sacar, – agregó Ricardo– deberé devolverlo a la profundidad... al mito y al cuento. –Acaso... ¿No son iguales? –susurró Pedro. :::::: LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS 02 BLANCA El primer amor nunca se olvida… BLANCA Ricardo se hallaba en el banco de piedra. Otra vez sentado en la mitad de la escollera, en la mitad de la oscuridad, en la mitad de la noche. Y otra vez el mar lamía suavemente el espigón. Pedro vino desde la punta y se sentó junto a él, preguntándole: –¿Volvió para pescar en lo profundo de sus recuerdos? –Hay algo que me empuja hasta aquí para hacerlo. No entiendo la razón. Pero, usted hoy no trajo la caña. –La razón es muy simple: Aquí está en soledad... y sin embargo lo rodea el mar, el agua, el principio y resumen de la vida.. Y la caña la tiene a su lado, donde la dejó. Ricardo miró a su derecha, el aparejo estaba allí. Lo tomó y arrojó el sedal al mar, en el aire vio el anzuelo gris con su carnada ocre.
  • 14. Con firmeza heredada de su ancestro éusquero, hizo confesar a la niña su enamoramiento y el causante del mismo. Drasticamente el progenitor tomó medidas inapelables: Internó a Blanca en un colegio de monjas. Sólo salía los domingos para su antañona casa. Y amenazó con ponerla de pupila completa si veía a Ricardo. A todas partes la trasladaba el padre. Y la madre iba con ella a misa los domingos, debiendo vigilar que no se hallase cerca el muchacho. Era el único lugar que Ricardo podía verla, oculto y desde la acera de enfrente. Sin embargo, Blanca y Ricardo jamás se habían tocado. Era el primer amor. Había llegado al corazón teniendo una pureza tal que, con sólo al rozarse en el tranvía ambos se sonrojaban. Y ahora...hasta eso les era prohibido. :::::: :::::: Montevideo, 1945... Ricardo vivía en un suburbio obrero, Blanca en Capurro, él en una calle de casitas sencillas, ella en una con mansiones de señores adinerados y con estirpe. Se encontraron en el Liceo Bauzá. Ella estaba en primer año y él en tercero, ella era baja y él alto, ella descendiente de vasco e india charrúa, el de italianos y gallegos. Coincidieron sólo en algo: Era el primer amor de los dos. Y poca cosas hay tan pura e idealista, tan ferviente y romántica, como el primer amor de dos jóvenes. Ricardo le escribía poemas, le regalaba un pimpollo blanco de rosa (que robaba de una cerca próxima al liceo) y la acompañaba en el tranvía. Blanca empezó a pintarse los labios, o poner color en sus mejillas, a arreglar su negra cabellera (legado de su bisabuela) y a estar junto a Ricardo en todos los recreos. No escaparon al ojo avizor del padre esos cambios en su adorada y única hija. Diap 14 BLANCABLANCA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 15. Quizás su lejana abuela india habría visto así a aquel vasco francés para que nada le importara la exterminación de su tribu y siguiera tras ese intruso blanco y le diera su amor formando una de las pocas familias autóctonas. El rostro todavía infantil de Blanca transparentaba las emociones que sentía. Su madre miró al autoritario esposo con una vencida súplica señalando la niña. El hombre levantó la vista del diario donde leía el precio de la lana. Observó a su hija y, con una sonrisa de superioridad, movió la cabeza frente a ese capricho juvenil. El avión ya estaba sobre territorio uruguayo. Abajo se veía serpentear la costa azul con sus arenas blancas bordeadas de una franja de verde vegetación. Más adentro brillaban las lagunas que salpicaban la tierra. Todo era paz y serenidad, en el paisaje, en el aire, en el aparato. Blanca volvía con sus padres de Río Janeiro. Al llegar las vacaciones el severo terrateniente decidió darle, como premio a su acatamiento en el colegio de las monjas, el pasarlas en una estancia que tenía la familia en el interior y un paseo a esa ciudad. El avión se acercaba a la frontera uruguaya volando con imperceptibles vibraciones. Habían dejado atrás la ciudad de Porto Alegre. Blanca, con su cabeza apoyada en la ventanilla vivía en sus añoranzas. La belleza de Río y el sentirse sola en un mundo de mayores, le hacía sentir más la falta de Ricardo. Ni el claustro impuesto ni los meses pasados sin estar cerca de él ni todos los paseos brindados por su padre habían logrado que lo olvidara. Por lo contrario, su amor crecía y la separación lo idealizaba. A través de la ventanilla le parecía verlo: dulce, cariñoso, fuerte, con su cabello rubio, sus ojos azules. Sonrió triste apoyando su renegrida cabellera contra el vidrio. Diap 15 BLANCABLANCA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 16. Blanca sentía un dulce cansancio. Una fatiga llena de paz. Le dolían los pies como si hubiese caminado mucho. Apenas notaba los rostros angustiados de sus padres y las azafatas. Percibió que la levantaban en brazos y la recostaban... Sólo parte de ella llevaban. Sus pies habían quedado como mudos testigos del drama allá, bajo el asiento... y ella se estaba desangrando. Por un momento su vista se aclaró. Vio a su madre llorando, a su padre cubriéndose la cara con las manos. El cansancio aumentaba. Le parecía flotar dentro el avión.. El aparato acuatizó de emergencia en la Laguna Negra. Rapidamente los pasajeros fueron llevados a la orilla. Blanca nuevamente se sintió transportada en brazos. Le parecía ser niña pequeña otra vez. La depositaron bajo una palmera. El aire tibio la hizo volver en sí. Cerca de ella algunas mujeres rezaban. Y... en un instante todo cambió. El avión saltó, sacudiéndose como una fiera herida. Por debajo de la ventanilla de Blanca se abrió un hueco por el cual penetró algo a velocidad indescriptible. La muchacha sintió un extraño calor en sus pies y luego el frío entrando por esa abertura. A sus espaldas creyó oír un quejido apagado. El avión se inclinó por unos momentos para luego volver a tomar su posición normal. Dentro, la locura y el terror tomaban posesión de los pasajeros. La tripulación trataba de calmarlos. El avión descendía rápidamente. Los letreros de abrocharse los cinturones se iluminaron. Pero fueron las aeromozas quienes tuvieron que hacerlo a los pasajeros por la histeria dominante. El que estaba detrás de Blanca no lo necesitaría más. La hélice que al partirse había penetrado en la cabina, le había atravesado el tórax. Luego siguió su trayectoria atravesando el avión para volver a su reino del aire. Diap 16 BLANCABLANCA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 17. :::::: Fue velada en la mansión de Capurro. Una amiga le avisó a Ricardo que no fuese a la casa ni al entierro. La madre de Blanca se lo había pedido, ya que el padre lo odiaba y decía que la causa de la muerte de su niña había sido ese muchacho. Que si no hubiera sido por él, no hubiesen hecho ese viaje y no habría pasado nada. La mente humana, y más si es decadente, necesita excusas y culpables para sus propios problemas. Achacar a un tercero esa responsabilidad, es una solución. También a través de esa amiga supo lo sucedido y las últimas palabras de Blanca . La madre se lo había narrado entre sollozos, diciéndole que se lo transmitiera a Ricardo. Y Blanca se convirtió en un mito, permaneciendo viva y sonriente, sin verla con la grisácea palidez de la muerte. Le pareció que la bóveda del cielo se alejaba a una velocidad increíble mientras el rostro desesperado de su padre y el lloroso de su madre se agrandaban. Y comprendió... moría. Pero no sentía temor ni angustia. Era algo sereno, pacífico. Los árboles abanicaban sus hojas dejando entrar el sol. Creyó ver el rubio cabello de Ricardo. El cansancio volvía. La oscuridad iba apoderándose de todo. –Mamá... Papá... Ricardo... te... El susurro de las palmeras silenció su último susurro. Y la brisa se lo llevó sobre las rizadas aguas de la laguna. Allí quedaba Blanca, quieta, mansa, con su rostro aún infantil, con su cuerpo mutilado. Junto a sus piernas un charco de sangre había teñido la tierra. Quizás, siglos atrás, otra sangre india habría quedado allí fertilizando la tierra nativa para beneficio del conquistador. Diap 17 BLANCABLANCA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 18. El ruego no evitó que él fuese al panteón donde dejaron sus restos y allí llorase solo. Ni que asistiese a la misa por el descanso de esa infantil y pura alma. Antes de terminar el oficio, Ricardo abandonó el templo y cruzó a la vereda de enfrente. La madre de Blanca salió de la iglesia acompañada de varias amigas. Lo vio a través de la calle... por unos instantes quedaron mirándose. Jamás volvería a sentir como se puede hablar sin palabras y cuanto se puede decir en silencio. Entre esa señora envejecida y ese muchacho triste, entre una vida que tenía su último dolor y una que sentía el primero, hubo más comunicación y afecto que todos los abrazos y palabras de consuelo que la rodeaban. :::::: :::::: El salpicar de una ola contra la escollera le trajo el frío de la realidad presente mientras oía la voz del pescador: –Ya lo sacó afuera. Quítele el anzuelo y devuélvalo a la profundidad antes que agonice. Ricardo miró la punta de la caña, el hilo estaba recogido y en el extremo colgaba un brillante y pequeño pez blanco con reflejos azules que se agitaba con cada vez menos. Con rapidez lo trajo a su lado, le quitó el anzuelo, lo puso en la palma de su mano, lo acarició con ternura... y lo arrojó a donde había estado. Por un momento serpenteó en la superficie para luego hundirse en las profundidades. Miró el mar, se estaban encrespando. Y oyó a Pedro decir mientras se alejaba en la oscuridad: –Fue un joven y hermoso Mito, mereció vivir... y también seguir viviendo donde está. Se dio vuelta. El pescador ya se había ido. Ricardo dejó la vara junto al asiento y se marchó. ...oo0oo... Diap 18 BLANCABLANCA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 19. Cuando Ricardo era pequeño, su madre no quería que fuese como los demás del barrio sino un niño respetuoso y educado. Y le había hecho jurar que nunca se pelearía. El padre de Ricardo constituía un hombre con formación enciclopédica y humanista. Al saber el juramento de su hijo lo libró de él y le enseñó a defenderse. Y fue respetado en ese barrio donde las calles tenían nombres de lugares extranjeros, lugares de donde habían salido los padres de los niños que corrían en ellas. La calle Barcelona terminaba en un muelle que servía de atracadero al barquito que cruzaba la bahía. Además, hacía de trampolín para zambullirse los muchachos en verano. En el muelle próximo, los remolcadores arrimaban las chatas cargadas de carbón, que luego un pequeño trencito llevaba a los galpones para volverlo calor en invierno. En la barra de muchachos había uno llamado Chancha. Nadie le quería porque siempre andaba sucio y mocoso. El mote le venía porque el padre, un pobre francés, criaba cerdos y el muchacho contaba lo que hacía con las cochinas. A los demás les asqueaba estar cerca de él. Un día apareció el belga Pierre, un niño de nueve años, tímido, de modales delicados, que nunca se peleaba. Su padre, un hombre culto y fino, había venido como administrador de uno de los frigoríficos cercanos del barrio. Con mentalidad idealista prefirió vivir en el barrio, en vez de hacerlo en la ciudad o en algún barrio aristocrático. Diap 19 PIERRE LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOSLA AGONÍA DE LOS MITOS 03 PIERRE El buen amigo siempre ayuda... Otra vez estaba Ricardo sentado en la mitad de la noche, en la mitad de la oscuridad, en la mitad de la escollera. Pedro aún no había llegado, pero tomó la caña y lanzó la línea a la profundidad. Al hacerlo sintió que el pescador estaba a su lado y que el hilo se hundía más que nunca. ::::::
  • 20. :::::: A mitad de año cambiaron el director de la escuela. El señor Vanberg era un atlético y varonil hombre que hacía suspirar a las maestras y quedar en posición de firmes a los alumnos con sólo mirarlos. De educación militar, tenía por divisa la hombría. Cuando notó el problema, pasaba horas hablando en francés con Pierre. Y hacía quedar después de la salida al Chancha en la dirección. Nadie supo lo que le decía. Nunca más se vio a Pierre en compañía del Chancha. :::::: Aquella tarde todos los muchachos estaban en el muelle. Incluso Pierre que, desde su cambio, había logrado la amistad de algunos de la barra. Todos se sentaban en el muelle y se iban tirando al agua, riendo entre ellos y sin cruzar palabras con el Chancha. Se largaron Ricardo y Pierre. Desde la otra esquina se zambulló el Chancha. Y mandó a su hijo al colegio público, como uno más de los muchachos de los pobladores emigrantes. Sabiendo que el padre del Chancha hablaba su idioma, dejó que se estableciera camaradería entre los dos chicos, a pesar de las diferencias. También al inicio hubo amistad con Ricardo. Pero, pronto los muchachos se alejaron de Pierre. Que el Chancha lo usaba como a las cochinas, era algo evidente. El belga lloraba cada vez que lo despreciaban, pero para la barra tanto uno como el otro eran seres repugnantes. Ricardo lo comentó con su padre y éste le dijo que debía ser un buen amigo y protegerlo... hay seres débiles y los que tuvieron la suerte de ser más fuertes deben ayudarlos. Su madre le aconsejó que no se juntara con esa gente, que ambos eran porquerías... Y Ricardo pensó que por causa de ella quizás él habría sido uno de ellos. Si bien no dejó la amistad de Pierre, tampoco le protegía. Diap 20 PIERREPIERRE LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 21. A las siete y media, la madre de Pierre llamaba en la casa de Ricardo. Aquella señora tan fina, venía desencajada. –Señora, disculpe... ¿Su hijo no habrá visto a mi Pierre? Hace rato que lo busco. La madre de Ricardo lo llamó y la señora le preguntó: –¿No has visto a Pierre? –Sí, señora. Estaba con nosotros en el muelle. Hará como una hora. Dijo que se iba enseguida. –¿En el muelle?... Mon dié... Dios mío, se ahogó. –No, señora. Pierre nada bien. Estará con algún amigo. –Ricardo, anda a ver si lo encuentras. – indicó su madre. Esa noche fue de angustia. El Chancha decía que lo había dejado en el muelle. El comisario fue hasta allí. Llamaron a un vecino ruso, que era campeón de natación, éste movió la cabeza diciendo: –Si se ahogó, sale a flote. Si no, lo busco mañana. Se oyó la voz iracunda de Ricardo. –Dejalo en paz... no seas abusador. Subió con el belga la escalera de cemento del muelle. El Chancha, sentado en un escalón cubierto por el mar, reía. El belga le gritó con los ojos llenos de lágrimas: –¡Tu e une cochón... macró... fils du putén! –Y vos sos mi mujercita. Ricardo fue a darle un golpe, pero la barra los separó. La alegría acabó y los muchachos empezaron a irse. En el muelle quedaron solamente el Chancha, Pierre y Ricardo. Lo último que éste oyó fue que el belga decía: –Le voy a decir a mon pere... –¿Te acompaño a tu casa, Pierre? –dijo Ricardo. –No, gracias mon amí. Yo soy un hombre. No soy una mujercita para que me protejan. Enseguida me voy. Ricardo los dejó. Eran las seis de la tarde. Las olas rompían suavemente en las rocas y restos de barcazas que estaban a la izquierda, lugar peligroso. Diap 21 PIERREPIERRE LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 22. El día siguiente, lo sacaba de entre los hierros de una lancha hundida.. El belga tenía el cuerpo hinchado y lleno de heridas. Los marineros alejaron a los de la barra para que no viesen el cadáver. El vecino les increpó: –¿No le avisaron que nunca se zambullera allí? ¡Cuántas veces les he dicho que de ese lado hay remolinos y rocas! Los compañeros le aseguraron que él sabía eso. El ruso acompañó a Ricardo para la casa. Estaba callado. Ricardo también. Recién al separarse, el hombre habló: –Qué raro, muchacho... qué raro. Chao... Y Ricardo quedó pensando que debía haberlo cuidado. Para eso era su amigo. Un amigo muy especial. Que si no fuese por su padre, él hubiera podido ser como Pierre. Los padres del belga se fueron para su país. Y se llevaron el cadáver de hijo. El Chancha creció, se convirtió en un proxeneta y lo mataron en el puerto. :::::: Diap 22 PIERREPIERRE LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS :::::: Ricardo sintió que algo temblaba en la punta de la caña. Algo parecido a una oscura anguila serpenteaba colgando. –Quítele el anzuelo enseguida y échelo rápido de vuelta a la profundidad. –gritó el pescador– Y tenga cuidado, ese es un Mito que muerde, y la herida no se cura del todo. Ricardo así lo hizo. Cuando se dio vuelta, ya Pedro se había ido en la oscuridad. Y él, más aliviado, dejó la caña y se marchó. ...oo0oo...
  • 23. Diap 23 ESPERANZA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS Ricardo ya estaba en Preparatorios de Arquitectura y tenía que tomar notas de un libro que había visto en la biblioteca del liceo. Esa tarde fue a allí y lo halló. Al finalizar la consulta coincidió con la salida del turno vespertino. En el patio se encontró con compañeros que estaban en años menores cuando él cursaba el último. Fue cuando la vio por primera vez. Rubia, blanca, alta, formas seductoras, cabellera suelta y sensual, y una voz melosa acorde pero con tono arrabalero. Supo que venía de otro liceo y estaba en tercero. Su llamaba Esperanza. Era la antítesis de aquel primer amor desaparecido. Pero la juventud entierra pronto sus dolores pasados y esa muchacha atraía instintivamente, Ricardo quedó enamorado de ella. Y ella de él. Era una distinción que una liceal hubiese podido conquistar a alguien ya en la Universidad 04 ESPERANZA No todas las mujeres son buenas ... algunas son más La luna estaba en cuarto menguante y la superficie del mar mansamente plana. No corría la brisa y no se oía el ruido del agua contra la escollera. En el asiento, en medio de la noche, en medio de la penumbra, en medio de la escollera, ya estaba Pedro el pescador. Ricardo llegó y se sentó a su derecha. –Hermosa noche para sacar mitos de lo profundo. –dijo Pedro– La caña está allí, esperando por usted. Ricardo la tomó lanzando el sedal. Le pareció que el anzuelo llevaba una carnada roja. Y se fue hundiendo en la profundidad. Enseguida sintió que algo quería morderla. –En una noche así los mitos suben, –siguió el pescador– y cuando lo tenga en el anzuelo vaya sacándolo lentamente. ::::::
  • 24. El romance se mantuvo durante el año lectivo y llegaron las vacaciones. Fuese por la mayor edad o una mejor redacción, ese año Ricardo escribió más poemas a su Esperanza y la idealizó como un sueño etéreo... poco correspondiente a su personalidad y figura voluptuosa. Esperanza fue a pasar las vacaciones en Pocitos, en el apartamento de una tía cercano a la playa y allí tostar su rosada piel luciendo en traje de baño su atractiva figura. En cambio Ricardo las aprovechó para estudiar en la mañana, y en la tarde obtener el dinero para los costosos libros vendiendo en el bazar de unos conocidos. Poco podía ver a Esperanza, en el día ella estaba en la playa y en la noche siempre en alguna reunión con la tía. Eso acentuaba su amor. Las veces que se reunía con ella, ocasionalmente y en el atardecer, le entregaba sus poemas susurrándole los sueños de un futuro juntos. Se volvió una costumbre que Ricardo bajase en el liceo luego de sus estudios matutinos, allí esperase cuando ella entraba a su turno y le regalara una flor, o un poema. Luego Ricardo se marchaba a estudiar para volver al liceo a la hora de salida de ella y acompañarla a su casa, una humilde construcción de bloques y cinc. El padre de Esperanza le hizo entrar a su hogar sin ningún preámbulo. Era un hombre de cultura general y a la vez con dichos del campo y populares. Una mezcla de hombre educado y de cliente de bar. La madre una enjuta mujer donde las frustraciones eran disimuladas bajo una capa de risas. Cuando Ricardo conoció la hermana mayor de Esperanza pensó que era una callejera que se había equivocado de casa. Pero... el amor hace ver bella a una verruga. Y Ricardo sólo quería estar cerca de Esperanza, que su nombre correspondiese al afecto que él nuevamente sentía. Diap 24 ESPERANZAESPERANZA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 25. Esa tarde ella lo llamó al bazar. Quería verlo en una esquina de la avenida Rivera a las siete de la noche. Le extrañó la hora avanzada, pero así en la penumbra era más hermoso decirle sus sentimientos. Al poco tiempo de estar allí, llegó ella. Venía en el auto de la tía, ésta le sonrió en forma extraña y se marchó. Esperanza y Ricardo fueron caminando hasta la esquina, doblaron y siguieron hasta mitad de cuadra. Era un largo muro. Esperanza se recostó contra la pared. Estaba más voluptuosa y atractiva que nunca. Con un provocativo escote donde se veía su abundante pecho bronceado por el sol. Los labios eran rojos e incitantes. Ella le preguntó si la quería, pero su tono no era de amor sino de insinuación. Él dijo que sí. Y ella lo besó en forma apasionada. En Ricardo las reacciones eran de todo tipo. :::::: Ricardo estaba en la biblioteca preparándose para el próximo examen. Se le acercó un compañero que cursaba en el año siguiente. El joven tenía fama de picaflor. Se sentó frente a él y, luego de algunas palabras, le dijo: –Hoy estuve en la playa con una barra de muchachos y muchachas. Al saber lo que yo estudiaba, una de ellas me dijo que te conocía. Se llama Esperanza... ¿Es tu novia? Ricardo sintió que le corría un frío por el cuerpo a pesar del calor veraniego. Y algo le hizo decir: –No... Sólo son cosas del liceo. –Mejor así. Porque esa muchacha es muy alegre... y muy atractiva. Y si se me da, no voy a perder la oportunidad. –Cada uno es dueño de su vida. –respondió Ricardo. El compañero se fue con una sonrisa y él quedó con sus propios pensamientos. La realidad iba surgiendo en forma fina y amarga, pero aún él no quería perder la esperanza. Diap 25 ESPERANZAESPERANZA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 26. –Muchacho... ¿Sabes que hay tras esa larga pared? Al ver la negativa de Ricardo, siguió: –La casa de citas más conocida de la ciudad. Y finalizó con voz seria: –Y ella es más buena que las demás... porque no pudiendo serlo, lo fue. :::::: Ella lo miró. Y en aquel sensual rostro surgió una triste expresión. Abrió su cartera sacando un pequeño libro. Se lo dio a Ricardo mientras le decía: –Son tus poemas... Los mandé encuadernar. –¿Y por qué me los das? –Quiero que los guardes en recuerdo mío. Ricardo no preguntó más, era el final. Esperanza le acarició la cara mientras le susurraba: –Adiós, Ricardo... sos más bueno que yo. Le dio un beso lleno de cariño, y se marchó hacia la esquina. Dobló y desapareció. :::::: El día siguiente Ricardo comentó con uno de los dueños del bazar lo sucedido. Era un hombre de los tantos que disfrazan su sensibilidad con una broma. El viejo lo tomó del brazo llevándolo para el fondo del local, y allí le dijo con amarga ironía: Diap 26 ESPERANZAESPERANZA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS El salpicar de una ola le mojó el rostro. En el extremo de la caña colgaba un Mito, blanco, de formas redondeadas. –¿No le dije que era una noche hermosa para sacarlo a la superficie? –le dijo Pedro mientras se alejaba. Ricardo sacó el anzuelo suavemente, y arrojó ese mito a donde debía estar, a la profundidad. Y, dejando la caña donde siempre, volvió hacia la ciudad. ...oo0oo... .
  • 27. La enfermedad de su padre hizo ver a Ricardo que debía enfrentar el hecho que podía quedar como responsable del hogar. Cambió sus estudios para la noche y a través de un antiguo amigo de su padre, quien trabajaba en una industria de Bella Vista, ingresó en la Oficina Técnica. Viendo que él quería saber el porqué de las cosas y no sólo conformarse con repetirlas, pronto fue adoptado como pupilo por César, uno de los jefes y amigo de su padre. César tenía fama (y la demostraba) de ser rudo, grosero, de gran experiencia, exigente instructor y... muy mujeriego. Diap 27 CÉSAR LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS 05 CÉSAR A las personas mayores se les debe respetar... Era de esas noches que en cualquier momento podía desatarse una tormenta. Nubes negras y grises se movían con rapidez en el cielo, mientras una ominosa tranquilidad dominaba el ambiente y el agua alrededor de la escollera parecía un viscoso y oscuro aceite. A pesar de esos aciagos indicios, Ricardo caminaba por el espigón hacia el asiento en su centro, centro de la noche y de la oscuridad. Ya creía que el pescador no había llegado cuando lo vio al pie del asiento, en la calzada de la escollera, sobre las rocas, con sus piernas hacia el mar. –Tome la caña y siéntese aquí, –le dijo Pedro– es mejor acercarse a la superficie cuando la noche es bochornosa... Ricardo le obedeció. En un voleo tiró la línea, pero a pesar de oír el ruido no vio donde caía el anzuelo. El silencio y el pesado aire volvieron a dominar, de vez en cuando sobre la superficie aparecía una burbuja de aire y se formaban ondas a su alrededor. –Son los mitos ocultos. –señaló el pescador– Allá en lo hondo luchan entre ellos, pero no se matan. Necesitan de una carnada para satisfacerse. Y lo que les ebulle en su interior, cada tanto se les escapa. Ricardo sintió que algo había mordido el anzuelo y comenzó lentamente a recoger el hilo. ::::::
  • 28. Don César tenía un auto que sólo usaba para ir y volver del trabajo. Cuando iba al centro de la ciudad, lo dejaba en la fábrica y tomaba un ómnibus, viniendo luego a buscarlo. Cosa que hacía todos los viernes al finalizar las labores. :::::: Ricardo, con su molestosa tabla de dibujo a la espalda, volvía de presentar examen de dibujo en Preparatorio Nocturno. Para él había sido algo fácil. El único problema fue que ese día y desde las ocho de la noche había huelga general de transporte... y eran las once. La ciudad estaba muerta y los taxis no paraban. Caminando vino por la avenida principal hasta la calle Paraguay. Allí dobló hacia la derecha, esa calle lo llevaría hasta otra cercana a la fábrica. Dentro del abundante plantel de mujeres de la fábrica, las cuales en su mayoría no eran muy santas, pocas no habían tenido una aventura con él. Aventura corta y beneficiosa. Don César, hombre cincuentón, reía de la formalidad de Ricardo y por no aprovechar éste los ofrecimientos de las obreras deseosas de estrenar a ese joven. A los tres meses lo clasificaron como dibujante y la mayor parte de su trabajo eran proyectos de Don César. Los demás empleados estaban asombrados del respeto que el viejo tenía hacia Ricardo y de la dedicación con que le transmitía su experiencia en los mínimos puntos. El joven atribuía esto a la amistad con su padre, ya que Ricardo lo respetaba por ser una persona mayor, pero era poco afable con él a causa de su grosería y tosquedad. Diap 28 CÉSARCÉSAR LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 29. A medida que avanzaban en la tenebrosa calle, don César era más amable y con una dulzura impropia de él. Actuaba distinto, insinuante, tierno, sensual. Le ofreció a Ricardo, una vez llegados a la fábrica, llevarlo en el auto hasta su casa, cosa que éste rechazó ya fuertemente. Fue cuando el cántaro estalló. El hombre le pedía de la forma más apasionada estar con él. Que él pagaba todos los gastos, que había una amueblada cerca. Le ofrecía dinero para irse Ricardo luego en un taxi. Y describía con voluptuosidad las relaciones a tener. Ricardo comenzó a acelerar el paso abandonando a ese viejo degenerado, la sangre ebullía en su rostro, se sentía rebajado, corrompido, defraudado por ese hombre. Pero el viejo corrió y, agarrándole, lo empujó contra un portón. Allí volvió a rogarle y se arrodilló buscando... Recién el muchacho comprendió. El que se ofrecía era el viejo... ¡y le rogaba a Ricardo que fuese su hombre! Para llegar a la empresa aún le faltaba dos kilómetros y medio, pero a él le gustaba caminar. Dormiría allí y en la mañana buscaría algún medio para llegar a su barrio. No le gustaba mucho ir a esas horas y por esa calle. Ahí estaban los burdeles y yiras de baja categoría a la pesca de los que llegaban en los últimos trenes a la Estación Central. Pero las paralelas eran más tenebrosas aún: Una corría junto a la bahía siendo refugio de atorrantes y bichicomes. La otra una avenida agitada de día, llena de bancos y depósitos, pero en la noche un oscuro antro de maleantes. Cuando pasaba frente a la señorial y antigua puerta de la estación oyó que lo llamaban. Era don César. Al decirle Ricardo que iba hacia la fábrica, el viejo se le acopló manifestando que no había querido ir solo por esa calle por temor a que lo asaltasen. Cariñosamente lo tomó del brazo. Esto molestó a Ricardo, nunca le había gustado que lo tocase un hombre. Ni su padre lo hacía. Eso en su barrio era mal visto. Diap 29 CÉSARCÉSAR LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 30. –¡Marica de mierda!... El grito de Ricardo resonó en la silenciosa vía. De la calle transversal surgieron unas yiras. Una puerta se abrió y salieron algunas quilomberas. Todas se acercaron a Ricardo. Don César había desaparecido. El muchacho se sintió como un ridículo Jesucristo con su tabla al hombro y rodeado por esa mujeres... Y les contó lo sucedido. Algunas rieron, otras ofrecieron su mercadería para calmarlo, y las más veteranas le dijeron con una caricia: –Sigue tu camino, muchacho. La vida está llena de ésos. Por afuera son una cosa y por dentro otra. Ricardo no se detuvo en la fábrica. Siguió, siguió y siguió caminando hasta su barrio... eran quince kilómetros más. Cuando llegó a su casa amanecía. No contó a nadie lo sucedido, ni siquiera a su padre. Pero al mes siguiente despedían a Ricardo por reducción de personal. Diap 30 CÉSARCÉSAR LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS :::::: Ricardo sintió el salpicar de las olas en sus piernas. El mar estaba subiendo. Miró el extremo de la caña. Como siempre había un mito colgando del hilo. Pero éste apenas se movía. Se veía viejo y sucio. –Sáquelo antes que agonice allí y pudra el lugar; –dijo el pescador– esos se arrastran por el fondo, entre la porquería. Tenga cuidado al sacarle el anzuelo. Cuando muerden no sueltan. Y aunque los mate, la infección sigue. Pedro se levantó yéndose para el faro. Ricardo estuvo a punto de matar ese mito, ese bicho, pero tuvo lástima y le quitó el gancho echándolo de vuelta a su ambiente. Puso la caña en su lugar y él se fue para la ciudad. ...oo0oo…
  • 31. Diap 31 :::::: Ricardo había dejado a sus padres en los respaldos de arena que les había hecho frente a la orilla del mar. La noche era calurosa, y la luna llena alumbraba la calle. En los asientos de la vereda, jóvenes y muchachas comenzaban lo que podía ser la unión de sus vidas. Ricardo caminaba en dirección a la parada del ómnibus para ir a visitar su novia en Paso Molino cuando se cruzó con Laura quien estaba de vacaciones en el barrio. Hacía dos años que no la veía y el encuentro despertó emociones que no sentía desde la época del liceo. Estaban hablando cuando llegó un amigo corriendo en la moto y dijo angustiado que don Julio, el padre de Ricardo, se había sentido mal y lo estaban llevando para la casa. Ya allí, el doctor explicó que el peligro había pasado, pero don Julio tenía que evitar hacer esfuerzos. Posiblemente hubiese sido un infarto y debía verlo un especialista. PADRE LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS 06 PADRE Los padres deben ser un ejemplo... Al entrar en la escollera, Ricardo se asombró de la placidez del agua. Había luna y, cada vez que salía entre las nubes, podía verse el rompeolas de enfrente. No corría la brisa. El aire estaba fresco. Pedro ya se encontraba en el asiento de piedra, en medio de todo, de la escollera, de la penumbra y de la noche. Ricardo se sentó a su lado; tomó la caña, la cual parecía estar siempre en el mismo lugar y, lanzando la línea a la profundidad y con energía, le dijo al pescador: –Hoy necesito sacar un mito a la superficie. –Lo sacará; –afirmo Pedro– el anzuelo ha brillado como pocas veces a la luz de la luna... aunque usted no lo vio. ::::::
  • 32. La vicisitudes de lo sucedido hizo que el pretendiente de la hermana de Ricardo entrara a la casa, y él sin darse cuenta lo realizó en la casona de su novia. Don Julio dejaba hacer. Aquel hombre dinámico, grande, se había vuelto un manso y resignado paciente. :::::: Ricardo había ido esa mañana al astillero. Allí, junto al agua, los barcos enfermos tomaban reposo esperando que les curasen las heridas del mar. Algunos yacían escorados. Sus mástiles servían de altas tribunas para ver los partidos de fútbol en la cancha del Club. Como esos viejos barcos ya no saldrían más, venían a ellos las gaviotas: viajeros del pasado; y los niños: viajeros del futuro. Al volver del Astillero la mesa estaba dispuesta como de costumbre, pero su padre había preferido ir a acostarse. Su madre le preguntó en que había quedado con la jubilación de don Julio. Al responderle Ricardo que el jefe de personal había sido antipático y engreído, ella dijo: :::::: Ricardo estaba en el mirador al fondo de la casa, viendo abstraído la entrada del puerto. Un buque iba llegando. Pensaba cuando su padre le decía como eran los barcos. Sentado en sus rodillas le iba explicando de donde venían, que cosas traían y cuales se llevaban. Otras veces señalaba contento y diciendo que al día siguiente tendrían carta del abuelo y la abuela. Pero un día trajo carta sólo del abuelo. Y Ricardo vio a su padre llorar. Ese hombre grande, fuerte, que siempre tenía solución para los problemas y era el mejor consejero... lloraba. Y Ricardo lloró con él, no por la abuela muerta a quien no conocía, sino por ver llorar a su padre. :::::: Don Julio fue visto por un cardiólogo quien confirmó el diagnóstico. Y el mundo de esa familia cambió. Mudaron el dormitorio de sus padres abajo, cerca del jardín. Compraron un sillón hamaca para que su padre pasara en él las terribles horas vacías de trabajo. Diap 32 PADREPADRE LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 33. –Eso es lo que ganó por preocuparse tanto en el trabajo. Ese jefe te trató así porque Julio siempre se llevó mal con él. Le dije que no convenía tenerlo de enemigo. Pero tu padre es un cabezadura , y ahora ya ves... Los dos hijos se miraron con asombro frente a la crítica. Los ausentes nunca tienen razón. Ricardo salió al patio. Se sentó en un viejo banco de madera que, siendo niño pequeño, había ayudado a su padre a construir. Pensó en las frases de su madre, en su padre enfermo. El ocaso de los dioses... Miró hacia la ventana del dormitorio de su padre. Se sorprendió al verlo en ella, sonriendo. Por un momento le pareció el fuerte y eufórico hombre de su niñez, un gigante desde su altura. El viejo le llamó y el muchacho fue a hablar con él: :::::: –Ricardo... –le dijo su padre– Estás lleno de ideales. Es la fortuna de la juventud. No le hagas mucho caso a mamá. Las mujeres sólo ven la seguridad, sus ideales son de otro tipo. Me siento orgulloso de ti. Trata de mantenerte así, no te dejes influir por nadie. Haz lo que Diap 33 PADREPADRE LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS creas que es correcto. Y si ves que lo que hiciste, está mal, no dudes en echar para atrás y corregirlo. Pero, si es tuya la razón, no te dejes llevar por la opinión de la mayoría. Recuerda que el pueblo con pan y circo, o con carne y fútbol, no ve la decadencia. Ricardo seguía con la cabeza gacha mirando como los gorriones comían las migajas. Y su padre continuó: –Los principios de un hombre son como la virginidad de una mujer. Cuando se pierde, es para siempre. No se pierde de a poquito. Y aunque después se quiera arreglar, es imposible. Lo mismo sucede con los principios de un hombre. No puedes ceder un poco cada vez. Cada vez que te vendes, te vendes del todo. La voz de su padre cambió, sus ojos veían lejos: –El mejor consejo que puedo darte es que aprendas a perdonar los errores. Los de los demás y sobre todo los propios, los tuyos. Ellos nos acompañan por la vida. Ricardo miró a su padre. ¡Qué grande era ese viejo! Sí... Era el ocaso de los dioses. Pero éste, como los mitológicos griegos, era todo un dios y todo un hombre.
  • 34. Diap 34 PADREPADRE LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS :::::: Ricardo ya trabajaba. Su vida había cambiado. Estudio, trabajo, familia, novia... Solo tenía cinco horas para dormir. Esa noche, al volver de Preparatorios Nocturno, fue hasta la cocina para comer algo y luego subir al dormitorio. Poco después apareció su madre, pálida, desorbitada: –Está muerto... A Ricardo le pareció que la voz la traía un viento helado... y quedó estático. Y así quedaron mirándose madre e hijo. Su padre murió como había vivido: sin dar molestias. Sin agonía pasó del sueño diario al eterno. Lo velaron. Vinieron los amigos del viejo, los de Ricardo, los de su hermana, los compañeros humildes del trabajo. Pero ningún jefe o director... ya no se le podía utilizar. El día siguiente al entierro, su madre le dio varias carpetas y una caja a Ricardo. Así lo había pedido su padre. En ellas estaban los papeles del viejo. Los trámites de una jubilación que aún no había cobrado. El título de propiedad de esa casita. Y unas hojas donde contaba su vida solicitando a su hijo que las leyese a solas. Abrió la caja. Ricardo encontró las piezas de un juego de ajedrez, eran hermosísimas... Su padre las había tallado sin que él lo viese. Sólo faltaba terminar el rey blanco... la muerte le había dado jaque mate.
  • 35. No fuiste mi primer hijo ni tu madre la primer mujer. Al volver al pueblo había hambre. Los soldados tenían dinero y las muchachas se daban para tener comida y protección.Hubo una que vivió conmigo y quedó embarazada. Sentí temor de esa responsabilidad y la dejé. Ella se hizo un aborto y murió a causa de él. Conocí a tu madre, ella todavía era menor y su familia no quería que se casara conmigo. Nos fugamos a América, y aquí nos casamos. Empecé a trabajar en el astillero. Tú habías nacido y ya teníamos ahorrado para volver a nuestro país. Estalló la crisis mundial, perdí el trabajo, los ahorros. En todas partes había paros. Me ofrecieron ir como rompehuelgas... y fui. Mi familia necesitaba comer. Y si no entré fue porque tuve miedo de los piquetes huelguistas. :::::: Ricardo fue al mirador y comenzó a leer la historia: "Hijo... Sólo he sido un hombre más en el camino que le tocó recorrer, tratando de olvidar los errores cometidos en él, y de obtener el pan de cada día para los suyos. De mi infancia y juventud muchas cosas conoces, ya que en las frías noches te las conté junto a la cocina de leña. Pero debes saber otras que nunca quise traer de vuelta a la superficie. Serví en la guerra y maté seres que ni conocía ni me habían hecho daño alguno... y me sentí normal al hacerlo, como si cumpliese con mi trabajo. Abusé de mujeres y robé el alimento de los vencidos avanzando como triunfador. Y me escondí retrocediendo cobarde cuando la suerte se volvió adversa. Diap 35 PADREPADRE LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 36. Luego en una carpintería, al saber que tenía un hijo pequeño, la mujer encinta y que yo era ebanista, me dieron trabajo... de limpiador y barrendero. Y lo acepté. La crisis pasó, el aserradero mandó buscar a los obreros y oficiales que había echado. Vimos que la mayoría de los jefes y capataces habían permanecido allí... y tuvimos que aceptar las condiciones que nos ponían. Nació tu hermana, compramos esta casita y la pagamos con sacrificios. Al tener cuarenta años tuve una aventura con otra mujer. Tu madre lo supo. Sufrió, y ese es otro de mis errores. Tu madre siempre siguió a mi lado como una compañera fiel... Y frente a ustedes me hizo ver más grande de lo que era. Pero, sólo fui un hombre más... No me idealices ni me juzgues frente a un ideal. Hasta siempre hijo." Diap 36 PADREPADRE LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS :::::: Ricardo sacó de su bolsillo unos papeles y los tiró a la oscuridad. Sintió que algo mordía el anzuelo y fue sacando lentamente el hilo. Un fuerte y grande mito colgaba de su punta. Pero las hojas se le habían adherido y no lo dejaban moverse... agonizaba. –Es el Mito más hermoso que ha sacado. – dijo Pedro– Muchos lo han traído a la superficie y lo vuelven a echar. –Así luce en la penumbra de la noche. – comentó Ricardo. –Cuando son niños, –siguió el pescador– lo ven enorme y le temen; jóvenes creen que no vale la pena tenerlo cerca, mayores desean haberlo tenido más, y viejos comprenden que sólo es un mito más. Quítele el anzuelo al suyo... es muy hermoso para dejarlo agonizar por unos papeles. El pescador se fue. Ricardo quitó el anzuelo y las hojas a ese mito. Lo acarició... devolviéndolo a su lugar. Y dejando la caña donde siempre... retornó a su camino. ...oo0oo…
  • 37. Diap 37 :::::: Agosto de 1950 En las calles aledañas a Plaza Independencia se juntaba lo céntrico, lo bohemio y lo innombrable. Allí estaban, próximos los mejores hoteles, excelentes restoranes, bancos centrales, agencias de viajes, oficinas gubernamentales, tiendas, locales para regalos, la estatua del héroe nacional, burdeles, amuebladas, casas de empeño, miserables pensiones, yiras... y todo lo que el ser humano en el día desea comprar y en lo noche ocultar. Por sus calles pasaban los tranvías alumbrando cada tanto las escenas nocturnas, cortando con sus ruedas la basura y despertando con sus campanas a la realidad. Ricardo estaba frustrado. Ya tenía veinte años, pero aún seguía perteneciendo a ese grupo de seres extraños que en su juventud hacen de la lucha diaria, las ilusiones, el amor y el sexo, un ideal, un mito. Y en el término de pocos meses se habían acumulado los golpes de la realidad: Su padre, amigo y consejero, había muerto. La mujer a quien había ofrecido su amor, lo había dejado. En los estudios, el fracaso lo había acompañado. Y en el trabajo, sin razón alguna, lo habían despedido. MALENA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS 07 MALENA Para eso... están esas mujeres... Cuando Ricardo llegó esa noche oscura a la entrada de la escollera tuvo un sobresalto: La reja estaba cerrada. Temió que ese desahogo de ahondar en los recuerdos lo hubiese perdido como tantas cosas. Empujó el portón y éste se abrió con un chirrido, como un lamento desde lo profundo. Y él penetró por el sendero hacia el asiento de piedra en medio del espigón, de la noche, de la penumbra. Cerca del faro, en su punta se veía la figura del pescador. Pedro le saludó de lejos, pero no se acercó. También él estaría pescando... o necesitaba estar solo. Ricardo encontró la caña donde siempre y. con un amplio voleo lanzó la línea a la profundidad. Por un instante le pareció que el anzuelo gris tenía reflejos azules y que la carnada ocre se movía contra la tenue luz de las estrellas. ::::::
  • 38. El cigarrillo acabó. Estaba tomando el coñac, reconoció el buquet y agradeció al cantinero con una mirada. A medida que la bebida le iba haciendo entrar en calor sentía deseos de estar con una de esas mujeres. Siempre las había rechazado, les tenía compasión, pero... ¿Acaso eso no era soberbia? Él podía rechazarlas, pero... ¿Quién era él? Un estúpido idealista que dejaba de vivir la realidad por correr tras los sueños. El portador de un mito encarcelado en el fondo de su alma. De un mito de pureza, de amor, de justicia, de lucha, de superación. Y todo lo había perdido, todo... sólo le quedaba el mito del sexo. ¿Una de ellas?... ¿Por qué no?... ¿Acaso sería peor?... ¿Y quién era él, sino un hombre más?... Sólo un hombre más. Miró al bolichero y pidió lo mismo. Apoyó la cabeza contra la ventana, vio que una mujer salía de su columna y caminaba al lado de un hombre, éste no le hizo caso y ella volvió a su escondite. La reconoció, le decían Malena. Era una de las más bonitas. Al pasar por allí, muchas veces se había preguntado qué hacía una mujer así en esa calle. Ricardo venía por la avenida. Detrás de las ventanas de los bares los noctámbulos se entibiaban con un café. Cruzó la plaza. Bajó hacía la parada del tranvía. Al llegar a la esquina, su alma de bohemio le hizo entrar en un bar. Las caras de los clientes le indicó que eran caficios. Se sentó junto a la ventana. El bolichero se acercó. –Buenas noches, señor. ¿Qué le sirvo? Había pronunciado señor como si nunca lo dijese. Era el único rostro decente, pero tenía un rictus amargo. –Buenas noches. Un coñac, por favor. –le respondió. Luego sacó un cigarrillo. El hombre se lo encendió, era una amabilidad poco común y le agradeció. Ricardo miraba a través de las cortinas. Vio a las yiras refugiadas tras las columnas del Edificio Monte Piedad. Cada vez que un hombre pasaba por la vereda, salían como fantasmas de su rincón y lo acompañaban unos pasos ofreciéndose como mercadería. Sonrió triste. Las compadecía tanto como despreciaba a los caficios que desde ese café las controlaban. Diap 38 MALENAMALENA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 39. Ricardo pagó y subió tras ella. La figura exageradamente sexual de la mujer le despertó sentimientos eróticos. Nunca antes había tenido relaciones... y menos con una profesional. Entraron a un cuarto. Ricardo se quitó el sobretodo. La mujer se iba desnudando maquinalmente, sin recato, sin gracia. Miró al muchacho y, sonriendo, le dijo: –¿Te vas a desnudar o piensas hacerlo vestido? Ella se había quedado en ropa interior. Ricardo enrojeció. Miró a Malena, era realmente una hembra apetecible. Se desnudó acostándose con ella. Pero le molestaba todo: la cama, la luz, el olor, el radiador de querosén, el cuarto. En un rincón había una mesa con una palangana y una jarra esmaltada. Miró la ropa de ella sobre una silla y la de él en otra. Era un cuadro deprimente, miserable, repugnante. La mujer empezó a acariciarlo sexualmente, pero lo hacía de una manera artificial, mecánica. Se sentó sobre él y se acercó a la cara del muchacho. Se enderezó molesta: –¿Qué te pasa?... ¿Tomaste? –Sí... Para darme coraje... Es la primera vez... Se tomó el coñac de un trago y pidió otro. Notó que el último era barato. Comprendió que en la filosofía del cantinero, éste veía que Ricardo estaba llegando al fondo del abismo, allí donde no importa el valor de las cosas. Pagó. Salió a la calle. Cruzó a la vereda de enfrente. De atrás de las columnas salían las incitaciones. Hacía demasiado frío para caminar contra el viento. Él iba hacia donde había visto guarecerse a Malena. La oyó: –¿Vamos, viejo? Ricardo se detuvo. En su mente giraban los recuerdos y la vida decente, la amargura y el deseo. Ella repitió: –¿Vamos?... ¿Qué esperas con este frío? Malena notó que él la miraba con deseo, pero también con temor. Comprendió que era joven y sonrió. –Vamos...–dijo tierna– Te costó decidirte. Sin contestar, Ricardo cruzó al hotelucho de enfrente. La mujer abrió la puerta. Una escalera empezaba a pocos pasos. En el pequeño zaguán, un viejo sentando junto a un pobre hornillo se envolvía en una bufanda. Miró a Ricardo. Malena codeó a éste, diciéndole: –Dale cinco pesos. Diap 39 MALENAMALENA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 40. –Perdoname, muchacho. Tengo que seguir. Y otra vez no tomes: El coraje no viene en botellas. Ricardo sacó seis pesos y se los entregó. Malena los puso en la cartera junto con la ficha de Sanidad y se dirigió a la puerta para abrirla. Ricardo venía detrás. Recordó las palabras de la mujer. Sacó cinco pesos más, la tomó del brazo y se los dio. Ella lo miró asombrada, y los guardó mientras le murmuraba: –Gracias... pero me has dado mucho más que eso. Se abrigaron y salieron. La garúa caía empujada por el viento. Malena corrió para enfrente. Ricardo fue hacia la parada del tranvía. Al llegar se dio vuelta. Vio a Malena entrando en el cafetín... y se sintió más vacío que antes. :::::: Un sábado de tarde, Ricardo estaba en un cine del centro donde proyectaban una famosa película de dibujos. Escuchó detrás suyo una dulce voz infantil haciendo preguntas. La persona que la acompañaba le respondía con dulzura maternal dando explicaciones de amplia cultura. Ricardo en primer momento dudó, pero a la tercera vez de oírla se dio vuelta... era Malena. –¡Si serás pelotudo!... Tan buen mozo y tan bobo. Ricardo se sintió como un niño que lo reprochasen por una falta desconocida. Sin embargo, con el esfuerzo de ella, él algo reaccionó. Malena volvió a mirarlo con ternura. Agarró su cartera de la mesita de luz y sacó algo: –Seguro que no trajiste condón. Es un peso más. Ella se lo colocó y, luego de una agitación más mecánica que apasionada, él pudo medianamente cumplir. La mujer se levantó y se dirigió hacia la mesita. Puso la palangana en el suelo y, vertiendo un líquido rojizo desde la jarra, comenzó a hacerse la higiene delante de él. Ricardo la observaba como si estuviese viendo un film de otro mundo. No atinaba ni a moverse. Ella lo miró y le dijo: –¿Qué esperas? Tendría que cobrarte el doble. Vístete. El muchacho obedeció sin chistar. Se sentía insatisfecho, mal. No había sido lo maravilloso que decían los demás. La mujer, ya vestida, le ayudó a ponerse el saco y el sobretodo. Le acomodó la bufanda alrededor del cuello. Y le expresó con una sonrisa comprensiva: Diap 40 MALENAMALENA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 41. Y la criatura, una hermosa niña que se parecía a ella. Malena estaba vestida y arreglada formal. No parecía ser la misma. Era una madre. Ella lo miró, sus ojos dijeron que lo había reconocido, pero ni siquiera esbozó un saludo. La película terminó y el público salió con el tropel típico de cuando hay niños. Ricardo se apuró y fue a comprar unos chocolates. Salió a la calle. Vio que Malena y su hija esperaban el ómnibus en la esquina. Se acercó a la niña y le dio los dulces. La madre le indicó la consabida frase: –¿Qué se dice? –Gracias, señor. –expresó una infantil voz con alegría. –Gracias, señor... –repitió una maternal voz emocionada. –Por nada, señora. Soy yo el que le da las gracias. Y acariciando el pelo de la niña, Ricardo se dio vuelta marchándose. Al dar unos pocos pasos, oyó a sus espaldas: –Mamá... ¿Quién es ese señor? –Un hombre. :::::: Diap 41 MALENAMALENA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS :::::: Ricardo, sintió el salpicar del agua salada. En la punta de la caña un mito se zarandeaba de un lado para otro. Recién se dio cuenta que tenía a Pedro, el pescador, sentado a su lado. No sabía desde cuando, y éste le dijo: –Sáquelo y devuélvalo. Ese es un mito que muchos han tenido... aunque, siempre vuelve a morder cualquier anzuelo. Ricardo se lo desprendió con facilidad. Al arrojarlo de vuelta a su lugar, murmuró a Pedro: –Cincuenta años después sigo preguntándome que quiso decir Malena y cuales son los verdaderos valores. –Usted sabe la respuesta, pero hay otros mitos que aún debe sacar. –dijo el pescador perdiéndose en la oscuridad. Ricardo dejó la caña donde siempre. El mito que había sacado esa noche a la superficie aún giraba en ella de un lado para otro... pero, dando un salto, volvió a lo hondo. Ricardo se dirigió hacia la ciudad... la reja seguía abierta. ...oo0oo...
  • 42. :::::: Desde 1930 a 1950 los jóvenes estudiantes de secundaria y preparatorios tuvieron una caterva de profesores que de educadores sólo ostentaban el nombre. Salvo excepciones recordadas con cariño y respeto, la mayoría de ellos eran profesionales fracasados que a través de la política obtenían y se anquilosaban en un cargo. Desquitaban su frustración en los alumnos haciéndoles memorizar definiciones inmutables a fin de no molestarse en razonar y poniendo freno a cualquier progreso. Tiempo pasó para que surgiese la nueva generación de profesores que, saliendo de un Instituto, formaban a la juventud y no la tullían como aquellos viejos frustrados. Ricardo perteneció a lo juventud de la primera época. Era un muchacho romántico, idealista... y varonil. En ese entonces se daban seres donde se conjugaban al mismo tiempo valores de pureza sobre la amistad, el amor, el sexo... y un orgullo viril, bohemio y de hombría. Diap 42 LA FRANCESA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS 08 LA FRANCESA Estudia... Si quieres vivir mejor Esa noche el mar tenía un vaivén lento y rítmico, las olas al golpear contra el muro de rocas salpicaban sin fuerza para volver a buscar su origen rapidamente. En el asiento del medio del rompeolas estaba Pedro viendo la oscuridad. Ricardo, al sentarse, dio con el pie en la caña de pescar y ésta rodó al borde de la escollera. –No la rompa ni la deje caer, –dijo el pescador– es la que le permite buscar los mitos en la profundidad. –La golpeé con el pie sin quererlo, – respondió Ricardo– cuando debería haberla tomado con las manos. –Es humano... a veces se destruye con los pies lo que se hace con las manos. Pero está sana... eche el sedal. . ::::::
  • 43. Ricardo rió del casi y le peinó para atrás una mecha de pelo oxigenado a la Francesa. Lo hizo con cariño. En la vieja había algo maternal y lo trataba a él con sano afecto. –No, Francesa, perdóname. No es por asco .Es que no me gusta basurear el amor ni comprar por un rato el sexo.. –Muchacho... –dijo ella con ternura– Mientras puedas, sigue así. Hasta a nosotras nos da vergüenza decir lo que hacemos. Pero este país es como mi Francia. Tout va tres bien, mientras tengas los sentimientos en la izquierda y la cartera en la derecha. Hasta la ley respecto a la prostitución tiene un reglamento cínico. Es permitida y controlada pero la mujer que la ejerce no tiene cédula de identidad, o sea no es un ser social... ¡Vive la igualité! Sin embargo, si se casa se le da cédula y puede seguir en su oficio aunque el marido la explote... ¡Vive la Liberté! Se le puede detener en cualquier momento para revisar su tarjeta de control, pero si está con un hombre se le deja en paz... ¡Vive la Fraternité! :::::: Ese examen y el Carnaval cayeron en los días finales de febrero. A la cinco de la tarde los llamados profesores se retiraron haciendo burla del mal acontecido a los alumnos. Los estudiantes formaron grupo en el patio. Uno de ellos, con sonrisa de resignación, para animar el ambiente dijo ir a lo de la Francesa para olvidar la penas. Y salieron a la calle bajando los gastados escalones del instituto. La casa de prostitutas, forma elegante de decir quilombo, estaba cerca de las calles Sierra y Lima. Ricardo fue con sus compañeros y, como en otras ocasiones, se quedó en el patio mientras los demás estaban en los cuartos. A esa hora era difícil que aparecieran más clientes. La Francesa cerró la puerta cancel y se sentó junto a Ricardo. –Hola, Rubio. Como siempre miras vivir... Si no te gustan ésas, hay una botija recién llegada, casi nueva. Diap 43 LA FRANCESALA FRANCESA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 44. –Yo era una muchacha charmant. Pero vino ese macró. Hasta tuve una nena. –miró a Ricardo con dulzura– No digas nada. El edificio que está en Benito Blanco, es mío. La nena me la crían unos amigos. Cuando yo muera será todo para ella. Nunca sabrá que soy su madre. La voy a ver cuando va a misa, en el parque de enfrente. Es tan linda. Los dos se quedaron callados, Ricardo le preguntó: –¿Por qué me has confiado todo esto? –Porque sé que no hablarás. Eres diferente a la mayoría. Además, aunque hablases nadie te lo creería, dirían que fueron bromas de una loca vieja. Pero, un día lo contarás y quizás te creerán. Así es la vida... y la vida es un quilombo. La Francesa se paró despidiéndose con voz falsa. Ricardo levantó la vista. Vio unos clientes entrando por el zaguán. Dos eran profesores y el otro un bedel de Instituto. Sonrieron nerviosamente. La matrona los llevó a unos cuartos donde las mujeres estaban desocupadas. Esta vez Ricardo rió, agregando burlón: –Sí, tenemos la cosa perfectamente organizada. –Ma oui, –siguió la Francesa– todos los viernes a la Asistencia para la revisión. Todas las noches nos visita un inspector de sanidad, a quien hay que darle una propina. Y lo único que nos falta es tener la jubilación. –La merecen más que las que se jubilan por ley madre. –dijo él– Ustedes trabajan todos los días, horario nocturno y son el único servicio público que deja satisfecho al cliente. En esta ocasión fue la Francesa quien rió, y agregó: –Además, tenemos escalafón: Si trabajamos en la calle, somos yiras. En la casa, quilomberas. En un café, ficheras. En un casino, minas. En apartamento, mantenidas. Y un montón de nombres. Tenemos más que la Virgen María. Ricardo volvió a sonreír ante la ironía y le dijo mirándola: –La verdad que debes haber sido muy buena. Diap 44 LA FRANCESALA FRANCESA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 45. La función empezaba. A Ricardo le vino a la memoria el inicio de la ópera Los Payasos: "La gente paga"... Los muchachos dejaban los cuartos escandalizando. La Francesa les pedía orden. Salieron a la calle Sierra. Estaban colocando faroles y guirnaldas. Un amigo gritó: –Ricardo, anímate. ¿En qué estás pensando? –En que ahí adentro... todo el año es carnaval. :::::: Años después Ricardo, con más golpes y menos ideales, se enteró que la Francesa había muerto. Fue a la casa cercana a Sierra y Lima. Le dijeron donde ella reposaba. Se acercó al cementerio y llegó hasta la tumba. Sobre ella sólo había una simple cruz de cemento y un trozo de marmolina que decía: Juliette Jesuis. Sin fechas, sin recordatorios. Ricardo miró esa tierra que cubría la que había sido la tierra árida donde habían dejado sus semillas estériles todo una generación. ::::::: Diap 45 LA FRANCESALA FRANCESA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS :::::: Ricardo sintió que la línea se movía. La fue sacando lento. Por un momento quedó colgando del anzuelo un mito con reflejos amarillos. Ni siquiera lo salpicó. Luego se soltó del gancho y cayó volviendo a las profundidades. –Es de los que han mordido muchas veces el anzuelo, –dijo Pedro– y a fuerza de tanto hacerlo lo hacen sin herirse ni quedar en él, pero les atrae la carnada... así es la vida. –Sí... –Ricardo afirmó meditando– Y comprendo que debo contar eso. Quizás otros lo crean. Ella lo dijo. –Así es, –agregó el pescador mientras se marchaba en la penumbra– y piense que mito fue más importante... ¿el de aquellos que se decían profesores o el de ella? Cuando Ricardo se fue, ya la noche moría. ...oo0oo...
  • 46. Diap 46 EL SISTEMA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS :::::: Ricardo, luego de lo sucedido con don César, aquel viejo conocido de su padre, no deseaba comprometer a éste una vez más pidiéndole trabajo entre sus amigos. Fue a hablar con don Roque, el dueño de la barraca, quien le pagaba por hacerle planos que firmaban otros. El señor le ofreció más por los dibujos, pero no un trabajo fijo. Ricardo se sintió defraudado, no por la negativa sino porque le duplicaba lo que acostumbraba retribuirle. Y comprendió que había sido aprovechado por alguien a quien creía respetable y que le estaba haciendo un favor. Don Roque le recomendó con un líder político de la zona. Ricardo, como su padre, no era amigo de favoritismos. Pero, por no hacer un desprecio al viejo, fue. El politiquero lo recibió con la consabida perorata, indicándole que lo ubicaría en una dependencia estatal... pero debía ayudarle en ese club para las propagandas y obtención de más votantes para las próximas elecciones. A Ricardo le parecía que ese hombre le había puesto un collar y le estaba enseñando a hacer morisquetas. 09 EL SISTEMA El hombre que obra bien es respetado. Caía una fina garúa cuando Ricardo bajó en el puerto. Sin embargo la llovizna desapareció al aproximarse a la escollera. El camino y las piedras fueron secándose. El faro en el extremo del espigón brillaba intensamente a través de los cristales lavados por la lluvia. Ricardo se sentó y tomó la caña que estaba a su derecha, Aún tenía la fresca humedad del chubasco reciente y la disfrutó mientras enviaba en un amplio vuelo el sedal. Pedro llegó y, sentándose, le dijo con satisfacción: –Agradable noche para sacar mitos. Cuesta comprender que toda esa profundidad que nos rodea se llenó con el agua que caía del cielo... gota a gota, día a día, año a año. –Golpe a golpe, –completó Ricardo– y como dijo el poeta: llanto a llanto. Y en esa profundidad nació la vida... Y desde el principio, unos seres se unieron y otros se devoraron. –Esté atento, la línea se agita. Ya deben estar mordiendo. ::::::
  • 47. De pronto salieron de las calles aledañas patrullas y milicos que los detuvieron llevándolos a la comisaría. –Solamente en patota podían ganarte. –dijo el comisario a Ricardo– Andá, botija. Estos no volverán a ir juntos. :::::: La comisaría de la seccional 24 se encontraba en la mitad de la cuadra, en una calle que subía rectamente. Costaba llegar a la comisaría, siempre se hacía con la respiración agitada, así se fuese por algo sin importancia. En la esquina había un boliche del cual salía la caña para olvidar sus penas los presos y calentarse el cuerpo los milicos en la frías noches. Era un boliche de altura... para llegar al bar había que subir seis empinados escalones. Diagonal con él estaba el almacén. Allí los policías y los botijas mandados por los detenidos podían comprar algo extra para completar las menguadas raciones oficiales. El fondo de la comisaría colindaba con el de la iglesia, donde las desafortunadas, y a veces golpeadas, mujeres de los presos rezaban al Señor de La Paciencia. No se sabía si era para que los soltasen o los dejasen más. El caudillo le dijo que esa noche lo esperaba en la reunión. Que con tendría beneficios sin abandonar sus estudios. –¡Señor!... –practicamente gritó Ricardo, yéndose– yo no me vendo. Quería en trabajo, no un acomodo. El demagogo enrojeció asombrado, y cínico le endilgó: –Muchacho papanata... ya aprenderás. Cuando contó lo sucedido, sólo lo apoyó su padre. Los demás: amigos, madre, hermano, novia, lo creyeron tonto o le dijeron si no había pensado en las consecuencias. :::::: Esa noche Ricardo caminaba con su tabla al hombro. Había huelga y los transportes llegaban sólo hasta la Curva. Llegando a la calle Holanda vio surgir de la penumbra una pandilla. Con tabla como escudo y la regla T como garrote, se dispuso a defenderse. El cabecilla rió y le dijo: –Así que sos el guapo que ofendió al secretario. Vamos a ver si con unos golpes aprendes a respetar a la gente importante y se te salen del balero las estupideces. Se arrojaron en gavilla dándole golpes, mientras él le daba con la tabla y la regla la cual enseguida se partió. Diap 47 EL SISTEMAEL SISTEMA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 48. :::::: El primer barrio donde aparecieron las patotas fue en un suburbio formado por familias que venían del interior del país buscando la solución a su pobreza, sólo para ver que lo único que habían hecho era cambiarla por la miseria. Los hijos de esos hogares, tenían que resultar frustrados e inadaptados proclives al pandillaje. Sin embargo, tan rápido como surgieron las patotas, fueron desapareciendo. El comisario de esa seccional era Florencio Verdugón. Y en su historial constaba una cualidad poco común, más aún en la policía, era correcto y humano. Un hombre fornido, que apenas llegaba a 1,65 metros de estatura, de 45 años, mirada penetrante y pocas palabras. Estaba casado y tenía una hija de 16 años. Dada la eficiencia, lo fueron rotando por las comisarías en que existiese ese flagelo. Y donde él llegaba... se acababa. El sistema era sencillo: Hacía una redada y detenía toda la patota. Encerraba los patoteros, juntos, en una celda. En otra a la vista, ponían al cabecilla y al de menos categoría. Frente a la iglesia estaba la plaza. Sus asientos servían a los policías para hablar con las minas en la noche. Junto al templo estaba la cervecería, en la otra esquina la bodega de vinos y cerca, un quilombo y la seccional judicial. Tres cuadras más abajo se hallaba la Asistencia, desde la cual subían lo heridos de las riñas, o llevaban a los que "habían tropezado” en los escalones de la comisaría. Ese era un barrio donde el cura, el juez, el practicante de la Asistencia, el bodeguero, el comisario, y algunos más, en las noches se sentaban en el boliche o en la cervecería para charlar, mirando las lejanas luces de la ciudad. Donde los criminales eran enviados rápidamente para la Central, ya que sus delitos avergonzaban al barrio y a la comisaría. Pero, llegó una época en la cual se confundió reo con prepotente, malevo con malandro, barra con patota. Surgieron jóvenes camorristas que atemorizaban a los transeúntes nocturnos, llegando hasta la violación y apaleo. Eso duró poco. Hubo un hombre que terminó con las patotas: Don Florencio Verdugón. Comisario de policía. Profesión: Instructor de Educación Física y ex-boxeador. Diap 48 EL SISTEMAEL SISTEMA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 49. Y hasta a jugar básquetbol con los muchachos y Ricardo en el patio del colegio. Pero fue lo suficiente para ganarse la admiración del barrio. Y en ése difícilmente se admiraba a un policía. Causó extrañeza saber para donde lo mandaban. Lo enviaron a un barrio residencial, con avenidas que tenían flores en su centro, con hermosas calles donde, en grandes terrenos y rodeadas por hermosos jardines, se levantaban quintas señoriales y mansiones aristocráticas. Allí vivían capitalistas, ganaderos, banqueros, grandes industriales, políticos de renombre y embajadores. La comisaría era de paredes en ladrillo visto, tenía una fuente, paredes pintadas, finos muebles, sólo dos celdas espaciosas, y dormitorio para los agentes fuera de servicio. Inexplicablemente, en esa zona también surgieron las patotas. Pero no estaban constituidas por los frustrados hijos de pobres hombres fracasados y mujeres amargadas. Por lo contrario eran los hijos de familias bien, de padres pudientes y poderosos, de madres instruidas y adineradas, educados en los mejores y más caros colegios privados. El comisario se ponía un par de guantes de boxeo y hacía colocar otros a los dos pandilleros. Luego les decía: –Ustedes se creen guapos y les gusta pegar a la gente. Vamos a ver lo valiente que son. Peleen hasta que uno quede en el suelo. Cuando salga ése, entrará otro. Si no boxean, lo harán conmigo... y yo soy profesional. Pocos se negaban a pelear. Cambiaban al ver al rebelde ensangrentado por un puñetazo de Florencio a la nariz. Al terminar, nuevamente los ponían todos juntos. Nadie vuelve a ser amigo de alguien que le ha pegado en la cara. En la mañana hacía correr la voz que a las nueve iba a soltarlos, y la gente formaba una fila por donde pasaban los patoteros entre burlas. Muchos amenazaban, pero a Don Florencio le sobraba coraje para ir solo y desarmado. :::::: El comisario Florencio Verdugón estuvo poco tiempo en la seccional 24. Quizás el barrio era tranquilo, o la fama se anticipaba a su llegada. Permaneció menos de un mes. Apenas le dio tiempo para tomar unas copas con el cura, el bodeguero, el practicante, el juez y algunos más. Diap 49 EL SISTEMAEL SISTEMA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 50. Al abrirlo halló fotos de su hija en actos depravantes. Una nota decía: "Desaparecen los archivos y desaparecen los negativos" No lo hizo. Renunció y dijo a los periodistas el porqué. No se publicó, los dueños de editoriales son poderosos. Don Florencio se equivocó. Su sistema no pudo con el sistema. Creyó que estaba en una comisaría suburbana. Porque en los barrios bajos, y aún entre los enemigos, se respeta a un hombre de verdad. :::::: Sólo podía haber una explicación: Les atraía la excitación para su aburrida y fácil vida, además de dar rienda suelta a sus bajos instintos ocultos bajo su capa de educación. Los ataques de esas patotas llegaron al escándalo, pero ningún comisario de allí arriesgaba su cómoda posición. La prensa comenzó a reclamar. Fue cuando mandaron a Florencio Verdugón, quien llegó con su sistema. :::::: Don Florencio se colocó los guantes de boxeo, los niños bien lo miraban despectivos... Y la jefatura se llenó de una caterva de abogados reclamando por los derechos de esos menores y con demandas por abuso de autoridad. Nunca se vio tantos abogados. Y tantos periodistas. Él no se acobardó. No aplicaría su sistema, pero permanecerían detenidos esa noche. El suceso salió en primera plana. El día siguiente el comisario Florencio recibió llamadas de altos jerarcas, sugerencias de sus superiores, y hasta ofertas de bienes, si hacía desaparecer los legajos. Esa noche volvió a detener otra pandilla de señoritos, y llamó a los diarios. Las patotas desaparecieron también allí. El lunes, el comisario recibió un sobre. Diap 50 EL SISTEMAEL SISTEMA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS Ricardo sintió el salpicar del agua fría. En el extremo del aparejo colgaba lo sacado. Y oyó a Pedro decir: –Esos son difíciles de encontrar. Muchos lo mordían en tanto salía, pero no lo vencieron. Quítele el anzuelo, no lo deje agonizar. Los demás lo devorarían si cae moribundo. Ricardo así lo hizo. Con respeto lo devolvió a su lugar. –La noche fue linda para sacar mitos. – musitó Pedro, yéndose– Y admirable el que sacó y devolvió. Ricardo dejó la caña y, meditando, también se fue. ...oo0oo...
  • 51. Diap 51 LAURA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS Laura vivía en la calle Maracaibo, cerca de la biblioteca del barrio La Curva. Era hija de Lewis Loveston y María Arisprieta, él un inglés del frigorífico y ella una bella criolla. Laura tenía la elegante esbeltez de su padre, su cabello rubio y los ojos claros. De su madre heredó la belleza, la carnosa boca, el pelo ondulado y sus sentimientos criollos. Un día vio a Ricardo saliendo de la biblioteca y le atrajo. Lo conoció realmente y pudo estar cerca de él cuando fue al liceo. Pero él sólo era su amigo y siempre la ayudaba en sus dificultades, fuese de estudios o físicas. Ricardo vivía en el extremo opuesto, cerca de la playa. Ella era dos años menor que él, estaban en distintos cursos, pero normalmente se esperaban para volver juntos al barrio en el tranvía. Laura empezó a formar un sueño... Los amigos, riendo, los llamaban novios y él seguía la broma. Laura temblaba cada vez que oía eso. Y pretendía no ver cuando él se enamoraba de otra. 10 LAURA El hombre que obra bien es respetado. Ese sábado Ricardo llegó a la escollera en el atardecer. El sol se estaba ocultando en el oeste bajo el horizonte del mar, el cual reflejaba los arreboles de las nubes. Algunos pescadores recogían sus avíos y la pesca de la tarde. Eran pescadores y peces normales, los de siempre. Ninguno se parecía a Pedro, y ningún pez a los mitos. Ricardo prefirió esperar que se fuesen todos y llegara la noche para avanzar sobre el espigón. Ellos, al pasar a su lado, lo saludaban por educación y lo miraban extrañados. Al irse el último se dio cuenta de sus miradas, él no traía caña y su apariencia no correspondía a la de un pescador. Se adentró sobre el muro de piedras y fue hasta el asiento. La noche era oscura y las olas al pegar contra el espigón retornaban haciendo remolinos. Vio venir a Pedro. Y, antes que éste llegase tomó la caña que estaba en su lugar echando el sedal a la profundidad. –Lo vi arribar temprano, –dijo el pescador sentándose junto a él– aún estaban los que pescan realidades. Hoy debe estar ansioso por buscar un mito en lo profundo. ::::::
  • 52. –Encontraste lo que soñabas. –dijo para no mentir. –La vida es una cosa y los sueños otra. – respondió él. Ricardo la había cubierto de arena hasta las rodillas pero, cuando fue a poner más arriba, se contuvo. Ambos rieron y se sonrojaron. Ya no eran niños jugando en la playa. :::::: Jueves de noche. En la calle Grecia los jóvenes iban tras las muchachas diciéndoles halagos o acompañándolas. Ricardo estaba allí antes de ir a visitar a Elena. Caminaba junto a Laura. Ella estaba vestida con pantalones blancos. De pronto, gritó furiosa. Un mocoso había tocado atrás a Laura. Sus dedos estaban marcados en los pantalones. El botija quiso huir, pero Ricardo lo agarró del cuello. Le parecía que las manchas las hubiese hecho en la piel de ella. Seguía apretando. El muchacho se asfixiaba. Laura se interpuso tomándole la cara a Ricardo y sollozando le rogó: –Déjalo... por lo que más quieras... no te arruines... Un día, el padre de Laura su jubiló y decidió mudarse para el Parque Centenario. Y ella, con tristeza, se fue. :::::: Pasaron algunos años. Laura completó un curso de enfermera y fue a trabajar en una clínica. Mientras, Ricardo se había ennoviado y ya estudiaba en Facultad. Una noche él iba a visitar a su novia y se cruzó en la calle con Laura, quien había venido a pasar las vacaciones en su viejo barrio. Estaban hablando cuando un amigo les avisó que el padre de Ricardo se había sentido mal. Días después, visto su padre por un cardiólogo, Ricardo fue a la playa. Allí estaba Laura. Ella se sentó mirándolo de frente. Echó la cabeza atrás y sus senos se levantaron. Ricardo tuvo ganas de abrazarla. Pero su conciencia lo controló: Laura era su amiga. –¿A qué clínica llevaste tu papá? –le preguntó ella. –A la que trabaja mi novia. Está en la calle San José. Laura iba a decir que trabajaba allí, pero algo la contuvo. –¿Y tu novia, cómo se llama? –Elena. Quizás la conozcas. Es nurse como vos. Diap 52 LAURALAURA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 53. Vieron salir de la clínica a dos muchachas. Pero quien venía con la novia del otro joven era Laura. Los novios se marcharon. Laura y Ricardo quedaron solos en la esquina. –¿Y Elena?... –preguntó él. –Se quedará un poco más. Me dijo que estás trabajando en la constructora Benamires. Chao, Ricardo. Se iba ya que estar junto a él, y en la noche, la afectaba. –Así es. Chao, preciosa. Ella tembló al oírlo y se marchó. Ricardo volvió al bar. El portero seguía frente a su café. Miró el fondo de la taza. –Esa muchacha te quiere. –murmuró. –No haga bromas... Somos amigos desde el liceo. Vino a decirme que mi novia tardará todavía. –Recuerda muchacho: El hombre siempre destruye lo que ama, y ama aquello que lo destruye. :::::: Días después, la novia de Ricardo le dijo que Laura, quien iba a menudo a la Asociación de Enfermeras, le había pedido avisarle que necesitaban hacer una obra allí. A la mañana siguiente el muchacho llamó por teléfono pidiendo hablar con Laura. Ricardo, al oírla, abrió las manos y el muchacho escapó profiriendo insultos y amenazas. Luego de reflexionar en la locura que podía haber cometido, fue a consolar a Laura. Cuando todo se hubo calmado, recién él se marchó. Nada contó a Elena. Sabía como pensaba. Creería que eran cosas de ese barrio. :::::: Semanas más tarde Ricardo y su padre estaban en la clínica. Su novia le dijo algo. Pero él no la pudo oír. En un consultorio había visto a Laura. Ella levantó la cabeza viéndolo preocupada. Luego esbozó un saludo indiferente. Él contestó igual. Elena le preguntó si se conocían, y él sólo dijo que era una compañera del liceo. Los meses se sucedieron. Falleció el padre de Ricardo. Lo enterraron en el panteón de la familia de Elena. Ricardo trabajaba en una empresa constructora como proyectista. Y su noviazgo seguía el ritmo de la normalidad. :::::: Era viernes en el anochecer, y había un festejo en la clínica. Ricardo y otro joven esperaban en el bar. El portero del Banco estaba frente a una taza de café Diap 53 LAURALAURA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 54. –Pareces un ángel flotando entre las ruinas. –dijo él. –Sí... ¿no me ves las alitas? –respondió, dándose vuelta. Ricardo sintió latir su sangre al ver aquel bello cuerpo a la sensual luz. Ella volvió a girar y avanzó hacia él, diciendo: –Ángeles fueron los que subieron estas cosas aquí. Se sentó en un viejo diván. Ricardo se apoyó en el borde de la jamba mirando afuera. El mar reflejaba los colores del cielo. El ruido de la calle llegaba como un murmullo. Luego él fue hasta el diván y se sentó junto a ella. Laura se levantó yendo hacia la ventana y desde allí dijo en voz baja: –¡Quien fuera pintor para grabar un momento así! –Y para pintarte a ti. Así, con ese cielo... – murmuró Ricardo con voz trémula– Laura, eres preciosa. Y, empujado por un valor sin freno, se levantó y fue hasta la ventana. Laura seguía mirando para afuera, sin moverse. Ricardo notó el cuerpo de ella temblando, la tibieza que emanaba, sus senos latir, sus manos aferradas a la ventana, su boca apretada... Ésta le explicó que la secretaria pensaba hacer reformas dentro las torres. Quedaron en que Ricardo iría a verlas el sábado de tarde luego de revisar otra obra en un balneario. En la dieciochesca casona lo esperaba Laura y conoció a la Nena Noguera, la secretaria, una elegante y fina señorita cincuentona quien creyó que él era novio de la muchacha, y ambos no lo desmintieron sin comprender el porqué. :::::: Los dos jóvenes se hallaban solos y tomando medidas en la parte alta de la torre sur. Laura se curvaba con elegancia al agacharse para sostener el extremo de la cinta métrica. En el centro se encontraba una escalera de caracol que se perdía en la buhardilla. Ricardo preguntó que había allí y, al no saberlo tampoco Laura, los dos subieron. Ricardo se adelantó para abrir una ventana. El aire fresco entró y con él la tenue claridad del atardecer. Miró la habitación atestada de antigüedades sin uso que, con esa inexplicable pulcritud de casas antiguas, no tenían polvo. Laura, parada junto a la escalera, recorría con la vista ese museo. La luz rosada de los arreboles la iluminó. Diap 54 LAURALAURA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 55. –Mi Laura, no llores... –la abrazó con ternura– Ha sido culpa mía. Te quise como un ideal y te he hecho esto–Ricardo... lo hicimos los dos. Y soy feliz de ser tuya. Pero tengo miedo de este amor y del mundo de afuera. –Un mundo que nos espera... tenemos que bajar a él. Y los dos jóvenes bajaron. Luego, sonrojados frente a la compresiva mirada de la Nena Noguera, salieron a la calle. Estaban silenciosos esperando el ómnibus que llevase a Laura a su casa. El vehículo llegaba. Ella murmuró: –¿Y Elena?... –No sé... no sé. –él respiró hondo– ¿Te veo mañana? –No. Llámame el lunes. Tenemos que pensar. El ómnibus se detuvo. Laura se dio vuelta antes de subir y le dijo con un destello de felicidad en sus ojos: –No importa lo que suceda... te quiero. Subió. El coche se alejó. A Ricardo le parecía que se llevaba una parte su ser. Cruzó la calle para tomar su transporte. La noche era tibia, bella... el amor maravilloso. Pero su ceño se frunció... pensaba en Elena, su novia. :::::: Y el perfume de su piel lo dominó. Le dio vuelta poniéndola frente a él y, enloquecido, la besó. Ella abrió la boca desesperada y se estrechó a él. Y así recorriéndose mutuamente y diciendo expresiones de amor llegaron el diván y se poseyeron con pasión... con toda la fuerza guardada de ese amor callado por años. :::::: Eran las siete de la noche cuando Ricardo se levantó y fue hasta la ventana. Se sintió dichoso y culpable a la vez. La quería, la quería como siempre había soñado amar. ¿Pero cómo había podido hacerle eso? Él siempre la había cuidado. La había protegido. Ella siempre había confiado en él. Avergonzado, no se atrevía a mirarla. Laura se sentó en el diván. Estaba completamente feliz. Había temido ese momento... y había sido el más hermoso. Lo miró y se sintió parte de él., El aire fresco le hizo meditar: ¿Qué locura había hecho? ¿Por qué él no hablaba? –Ricardo...¿Qué piensas? ¿Creerás que soy una?... –dijo en un susurro, echándose a sollozar. Diap 55 LAURALAURA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 56. Llegaron a una esquina alejada de la casa de Laura. Se detuvieron. Ricardo sentía el perfume, la respiración de ella... y con un nudo en la voz le musitó ruborizado: –Laura... quiero estar otra vez contigo... –Yo también, –murmuró ella– nunca creí necesitarte tanto. Y él la vio alejarse hasta que se perdió en la oscuridad. :::::: Sábado de tarde. Ricardo, en su cuarto, dudaba entre ir a visitar a su novia o quedarse. Podía dejar pasar el tiempo, pero eso no daría una solución. Había demasiados lazos. Una llamada de teléfono, un encuentro de su madre con Elena, o de él con el padre de ella. Éste le dado el panteón para que descansara su padre, le había logrado el trabajo, el arquitecto era su amigo. Fue a visitarla y nada dijo. Y como le había mentido a su madre en el almuerzo, le mintió diciéndole que el domingo iría con unos amigos a una parrillada en una playa. A su vez, Laura dijo a sus padres que pasaría ese día con unas compañeras en un balneario. Ese fin de semana Ricardo visitó a Elena, pero no se atrevió a decirle la verdad y calló. El lunes en la mañana llamó a Laura en la clínica. Luego de decirse la felicidad de amarse, quedaron en verse a las seis de la tarde en el monumento a La Carreta. Cuando Laura colgó el aparato vio que Elena estaba junto a ella. La sonrisa de su compañera le indicó que no había dicho nada peligroso. Elena le hizo una broma y se fue. Laura sintió que su conciencia y sus sentimientos tenían una lucha encontrada. Recordó los años que había soñado con él. La amargura de creerlo perdido. No quería volver a eso. Que Dios la perdonase... no podía dejar de quererlo. :::::: Ricardo miraba el monumento. Laura llegó y se estrechó a su brazo, reclinando su cabeza en el hombro de él. –¿No te lleva el gaucho en la carreta? –dijo dulcemente. –No. Hace tiempo que se fue solo... llevándose con éltodo lo quefuimos...–respondiómelancólico. Se pararon del banco y comenzaron a caminar. Iban hacía la avenida. Ni se tocaban las manos, pero cada vez que sus cuerpos se rozaban la sangre le hervía. Diap 56 LAURALAURA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS
  • 57. Las semanas se convirtieron en meses. Ricardo, en forma inconsciente, fue amoldándose a esa anormal situación. Progresaba en su trabajo y ya era hombre de confianza del arquitecto. La relación con Elena se mantenía en visitas oficiales donde su mente hacía abstracción de Laura. Estaba con Laura en un banco del parque. Ricardo se separó de ella. Miró las piedras del camino, diciendo: –Tengo que ir a ver un parcelamiento cerca de la Laguna del Diario. Va a ser algo fabuloso. El arquitecto me dijo que fuese el viernes y pasara el fin de semana allí. –Entonces... ¿no te veré en esos días? – susurró Laura. Él continuó en voz baja, sin mirarla, rojo de vergüenza: –Podría ser lo contrario... pensé que vinieras conmigo. –Ricardo... ¿Qué no daría para estar junto a ti?... Pero eso es imposible. ¿Cómo voy a ir? ¿Qué voy a decir? –No te preocupes, –dijo, acariciándola– era sólo un sueño. :::::: Diap 57 LAURALAURA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS Además del amor y la pasión... veían tristemente que la mentira los iba uniendo. :::::: El domingo a las ocho de la mañana Ricardo estaba en la Curva esperado el ómnibus donde vendría ella. Irían a la playa de Pajas Blancas. Vio su manita delicada asomando por la ventanilla del transporte y subió a él. Venía lleno de pasajeros y con esfuerzo Ricardo llegó hasta cerca de ella. Laura cedió el asiento a una señora para estar junto a él. En el balneario jugaron, se bañaron, almorzaron. Y en la tarde, en una hondonada entre eucaliptos, teniendo por testigos el cielo y los pájaros... se amaron con pasión. Ya en el atardecer tomaron el ómnibus para volver. El guarda, al darles los boletos les preguntó hacia donde iban. Ricardo pidió para la Curva. Laura indicó hasta el Centro. Los dos se miraron y se les llenaron los ojos de lágrimas.. En un solo instante volvía la realidad de dos destinos. ::::::
  • 58. Era señora frente a esa gente. Era la señora prohibida de un amor prohibido. Recordó a la Nena. No. No quería ser una rama seca y estéril de amor. Ese momento y ese lugar, les pertenecía. Soltó su cabello y bajó a esperar en la entrada a Ricardo. :::::: Luego de almorzar, Laura y él subieron al cuarto. Querían aprovechar cada instante de amor, cada forma de pasión. Eran como dos niños que habían hallado un nuevo juego y querían probar todas la maneras de jugarlo. Dulcemente cansados, reposaban. Ella recostada en su pecho. Cerca de la ingle le vio una cicatriz, y preguntó: –¿Y esto que fue?... ¿Te operaron? –Sí... –dijo riéndose– me operó el Pocho con una navaja. Laura se sentó. Los recuerdos surgieron. Comprendió. El Pocho era hermano del mocoso que la había tocado. –¿Fue por lo de esa noche?... Yo sabía que eso no iba a quedar así, –Laura seguía angustiada– y todo por mi culpa. Diap 58 LAURALAURA LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS El sábado en la mañana Laura bajaba del coche de la Nena, frente a la entrada de unos de los pequeños hoteles construidos junto a las escolleras de Las Delicias. La señorita Noguera había vuelto ese sueño en realidad. Laura nunca hubiera pensado que esa mujer, conocida como secretaria adusta y severa, le brindase la oportunidad de ser feliz con su Ricardo. La había pasado a buscar por su casa diciendo a los padres de Laura que ésta estaría esos días con ella en el chalet de su familia, en San Rafael. La muchacha entró a la recepción y, temblando, preguntó por Ricardo. El empleado respondió con afabilidad: –Buenos días, señora. Su esposo salió con el señor agrimensor. Me pidió que le dijese que volvía enseguida. Su llave, señora. El joven la acompañará a su habitación. El muchacho tomó la valija. Laura lo siguió sin reaccionar aún de la emoción de sentirse llamar señora de Ricardo. La habitación estaba frente al mar. Abrió la ventana. En la terraza había personas desayunando.