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El Paititi en los Llanos de Mojos.
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Vera Tyuleneva
University of San Martín de Porres
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EL PAITITI EN LOS LLANOS DE MOJOS
VERA TYULENEVA
1
Resumen
En el artículo se contempla la posibilidad de que la fantástica tierra del Paititi, buscada durante varios siglos
en la Amazonía suroccidental, tuviera un prototipo histórico en una de las sociedades indígenas del norte de
los llanos de Mojos de la época prehispánica tardía. Para sostener esa hipótesis, se emplean fuentes
históricas, datos arqueológicos y algunos detalles etnográficos. Es una versión resumida de un trabajo
desarrollado durante más de diez años.
Palabras clave: Paititi – cayubaba, cayuvava – Mojos – etnohistoria
La tierra del anhelo
El nombre “Paititi” generalmente evoca la imagen de una tierra rica, o de una ciudad llena de
fabulosos tesoros, ubicada en alguna parte de la Amazonía suroccidental, anhelada y buscada
infructuosamente desde el siglo XVI hasta nuestros días. A menudo el Paititi se toma como un
equivalente de El Dorado.
A pesar de la neblina fantástica que envuelve el nombre “Paititi”, muchas fuentes históricas
de los siglos XVI-XVII inducen a pensar que desde la época prehispánica esta palabra estaba
vinculada con una región amazónica concreta, cuya fama llegó hasta los Andes y fue recogida por
los primeros españoles asentados en el Perú. Todo parece indicar que la idea de la existencia del
lugar llamado “Paititi” no es una creación de la época colonial, ni un mito geográfico importado del
Viejo Mundo, sino que tiene raíces sudamericanas. En las fuentes tempranas casi nunca aparece
bajo esa denominación la figura de la “ciudad de oro”, sino la de una “provincia” o región, de un
río, de una laguna o de un jefe local.
La primera mención del término “Paititi” en la historia escrita surge en una fuente peruana,
la Relación de los Quipucamayos de Vaca de Castro en 1542, como parte de la lista de las
conquistas del Inca Pachacuti:
Inga Yupangue fué a quien llamaron Pachacuti Inga, que su interpretación es “mudamientos de
tiempo”. Fué hijo y subcesor de Viracocha Inga. Conquistó hasta lo último de los Charcas, hasta
los Chichas e Diaguitas y todas las poblaciones de la Cordillera de Andes y Carabaya y por bajo
hasta los términos de Quito y toda la costa de Tarapacá, que no le quedó cosa en la costa que no la
tuviese subjeta y debajo de su señorío; y lo que no podía por armas y guerra, los trajo a sí con
halagos y dádivas, que fueron las provincias de los Chunchos y Mojos y Andes hasta tener sus
fortalezas junto al río Patite y gente de guarnición en ellas. Pobló pueblos en Ayavire, Cane y el
valle de Apolo, provincia de los Chunchos (Quipucamayos 1974 [1542-1544]: 38-39).
Hacia 1570 Juan Álvarez Maldonado nos dejó una versión más desarrollada sobre el Paititi, dotada
de los inconfundibles matices de ‘noticia rica’:
Pasado el rrío llamado Paitite, la qual tierra tiene llanos que enpieçan desde pasado el dicho rrío;
estos llanos ternán de ancho quinze leguas, poco más, según la quenta de los yndios, hasta una
cordillera de sierra alta de nieves, que la semejan los yndios que la an visto como la del Pirú,
pelada; los moradores de los llanos se llaman Corocoros, y los de la sierra se llaman Pamaynos.
1
Antropóloga e historiadora, curadora del museo del convento de Santo Domingo – Qorikancha, Cusco, Perú.
Doctorando del Programa de Estudios Andinos, Pontificia Universidad Católica del Perú. benipando@yahoo.com.
Desta sierra dan noticia ser muy rrica de metales; en ella ay grandísimo poder de gente, al modo de
los del Pirú y de las mismas cirimonias y del mismo ganado y traje, y dizen que los Yngas del Pirú
vinieron dellos. Es tanta gente y tan fuerte y diestra en la guerra, que con ser el Inga del Pirú tan
gran conquistador, aunque enbió al Paitite por muchas vezes á muchos Capitanes, no se pudo valer
con ellos, antes los desbarataron muchas vezes; y visto por el Ynga quán poco poderoso era para
contra ellos, determinó de comunicarse con el gran Señor del Paitite y por vía de presentes, y
mandó el Ynga que le hiziesen junto al rrío Paitite dos fortalezas de su nombre por memoria de que
avía llegado allí su gente. (Álvarez Maldonado 1906 [1570-1629]: 64)
A partir de aquellas fechas y a lo largo de más de un siglo, el fabuloso reino del Paititi fue objeto
de incansables búsquedas desde Cusco, Cochabamba, el Alto Beni, Apolobamba y los llanos de
Chiquitos. En 1561 en Chiquitos fue fundada Santa Cruz la Vieja (trasladada a un nuevo sitio en
1603), punto que durante largas décadas funcionaba como una de las principales puertas hacia el
lejano sueño (Levillier 1976; García Recio 1988).
Mapa 1. El oriente de Bolivia
El Paititi y los jesuitas
Desde el siglo XVI la Compañía de Jesús mostraba vivo interés por la “noticia rica” del Paititi. En
los años 1580 se establece una residencia de los jesuitas en Santa Cruz de la Sierra. En una carta de
1585, llena de esperanzas y de euforia, el primer misionero, padre Diego Samaniego, escribe en el
camino a las tierras cruceñas:
Yo estava antes informado que las necesidades de Santa Cruz de la Sierra eran extremas y que
aquella tierra era puerta para los grandes Reinos de Paitití, y así me avía inclinado a ella. [...] Se me
asentó en el coraçón que Dios me quería para Santa Cruz. El Padre Provincial me respondió:
Parece que se han confrontado nuestros coraçones: desde el mesmo puncto también se ha asentado
en mi coraçón que os quiere Dios para Santa Cruz y quiere por vuestro medio descubrir el Paitití.
(Samaniego en Egaña 1954-74, t.3: 727-728).
Desde su residencia en Santa Cruz, la Compañía se mantenía al tanto de las expediciones en busca
del país anhelado. En 1585 el padre Jerónimo de Andión acompañó la infructuosa entrada del
gobernador Lorenzo Suárez de Figueroa por el río Guapay abajo. En 1617 otro jesuita, el padre
Jerónimo de Villarnao, participó en el “descubrimiento de los torococíes” con Gonzalo de Solís
Holguín.
En la obra del padre Pallas “Misión a las Indias” de 1620 nuevamente se manifiestan las
mismas ilusiones:
Ai grandes rastros y esperancas de hallar en esta prouincia mucha riqueza y que por ella se a de
entrar al descubrimiento de otras tierras y prouincias de Gentiles, hacia las cordilleras del piru por
esta parte del rio del paraguai i por la otra asia el Brasil donde dicen está la Gran Laguna de los
Moxos (ARSI Perú 22, 1620).
A los mediados del siglo XVII, cuando los conquistadores militares empezaron a perder el buen
ánimo y la paciencia, desalentados por los “nidos de arañas, çapos y mosquitos”, los jesuitas
perseveraban. Al final, fueron ellos, y no los gobernadores con rimbombantes títulos, los que
llegaron primeros a los llanos de Mojos, se establecieron ahí y desarrollaron una singular cultura
misional (Block 1994). De ellos recibimos los primeros informes sólidos y confiables acerca de la
población nativa de la zona.
Agustín Zapata y la evangelización de los cayubabas
En los últimos años del siglo XVII, cuando los numerosos grupos de los llanos ya estaban
cristianizados y reducidos en varias misiones, uno de los padres jesuitas de la misión de San
Francisco Javier en la corriente media del río Mamoré, emprendió viaje hacia el norte para conocer
nuevas naciones de infieles y sembrar entre ellas la fe católica. Fue él quien por primera vez se topó
con los indios cayubabas. El informe más completo y coherente sobre sus incursiones está en el
escrito del padre Provincial de la Provincia Peruana de la Compañía de aquel entonces, Diego de
Eguiluz:
El año pasado de 1693 salió el Padre á hacer mision por la dilatada provincia de los Canisianas, que
está, rio abajo hácia el Norte, veinticuatro leguas distante de su reduccion adonde pocos meses
ántes habian ido de guerra y muerto algunos para su sustento, dejando en señal de triunfo las tripas
de los difuntos enredadas en unas ramas las orillas del rio, donde fuesen vistas de sus enemigos.
[…] Estos Canisianas dieron noticia de mucha gente distante, más abajo del mismo rio, enemigos
mortales suyos, llamados los Cayubabas, á los cuales no pudo ir á visitar entónces el Padre hasta
despues que entraron las aguas, como lo hizo; y habiéndolos hallado rebeldes y puestos en armas
con las flechas ajustadas á sus arcos, se rindieron con las dádivas que el Padre Agustin les hizo de
cuchillos, chaquiras, y á los principales hachas ó machetes, con lo que quedaron muy contentos, y
retornaron alegres con sus pobres comidas de maní, yuca y maiz. La gente es muchísima, y sólo en
uno de los pueblos hay más dé dos mil almas, y los demas tendrán mil ochocientos, poco más ó
ménos. El cacique principal de estos siete pueblos, era un viejo venerable, con una barba cana y
muy larga, llamado Paititi, á quien en particular regaló el Padre Agustin, y en retorno le dió un
lanzon de chonta con una punta de hueso, que tenia en la mano, matizado todo de muy vistosas
plumas, en señal de amistad; pues para entablarla usan estos bárbaros el dar sus armas. Despues de
dos dias que gastó el Padre con estos Cayubabas, se volvió á su reduccion (Eguiluz 1884 [1696]:
33-34).
Continúa:
A fines del año pasado de 1695, mandó el Padre Pedro Marban, Superior de aquella mision, al
Padre Agustin Zapata que saliese, como los años antecedentes á sus misiones ántes que acabasen
las aguas por los buenos efectos que esperaba y tenia experimentados… […] En cuanto pudo,
prosigió su empresa hasta los Cayubabas á quienes había amistado el año antecedente. Habiendo
llegado á ellos le dieron más ciertas noticias que la vez pasada de la infinidad de gente que habitaba
la tierra adentro, y asi prosiguió costeando la misma falda de la serrania de los dichos Cayubabas
hasta llegar á ver y visitar muchos y muy numerosos pueblos de más de quinientas almas cada uno,
en otro temple distinto y mejor; y habiendo entrado en un pueblo muy grande, puesto en forma, con
plaza y calles, halló á toda la gente de él junto á la puerta de un templo dedicado al demonio, á
quien actualmente estaban ofreciendo sacrificios, puestos sus dioses todos en la puerta del templo,
vestidos muy curiosamente de plumas, con unas mantas vistosas, todas labradas, como las que usan
de gala los indios de nuestro Perú, y delante de ellos muchos cuartos de carne de ciervos, venados,
conejos y avestruces puestos en sus palanganas con una hoguera de fuego en el medio, que
continuamente arden de dia y de noche, y todo el pueblo alrededor del sacrificio. Así que vieron
entrar al Padre con los indios que le acompañaban, sin desamparar el holocausto, mandaron los
principales caciques á algunos de sus indios que fuesen á recibir y asistir al huésped hasta que
acabasen con su funcion. Vinieron despues todos, y el Padre procuró agradarlos con variedad de
donecillos y en especial al cacique principal que le dió un machete y un poco de estaño, á que
mostró su agradecimiento con la liberalidad de comidas que ellos usan. Y por ser de estraña lengua
no les pudo hablar el Padre, ni hallar intérprete, y asi le pidió por señas el Padre Agustin, un
muchacho que le dieron luego con buena voluntad, y se lo llevó para enseñarle la lengua moxa, con
ánimo de volver á ellos con este intérprete en habiendo bastante número de misioneros, y
persuadirles los medios de su salvacion. La gente es muchísima, dócil y muy obsequiosa tanto que
se pueden hacer muchas reducciones de á más de diez ó doce mil almas, porque no son tierras
anegadizas como las que al presente ocupan los Padres, sino muy hermosas y todas capaces de
sementeras (Eguiluz 1884 [1696]: 35-36).
Escribiendo este texto, Eguiluz evidentemente se basaba en las cartas de Agustín Zapata enviadas
desde las misiones de Mojos. Varias de ellas, junto con muchos otros documentos jesuíticos
referentes a Mojos, hasta hace unas décadas se conservaban en la Biblioteca Nacional de Lima.
Lamentablemente, en 1943 la mayor parte de los manuscritos de la colección de la Biblioteca fue
destruida por un incendio. Por suerte, una de las cartas, de especial relevancia para nuestro tema,
había sido publicada en 1906 en la colección de documentos del Juicio de Límites entre el Perú y
Bolivia. Al parecer, los compiladores de esta colección por alguna razón tenían una afición
particular por los textos vinculados con la búsqueda del Paititi. A continuación va un fragmento de
esta carta:
Acerca de la población grande que V. R. me dice, donde está el indio llamado Paititi, digo que la he
visitado en tres años seguidos; está en parages es p (hay un blanco), diversos de estos nuestros, de
mejor temple, donde se ve (hay un blanco) y el terruño es cascajoso, y por mejor beben agua de
pozo, y la bebí yo muy fresca y delgada; en tres leguas de distancia por tierra están cinco
poblaciones grandes, y la mayor es donde está el dicho Paititi, y me parece habría hasta cuatro ó
cinco mil almas en esos cinco pueblos, con más modo y aseo, sin comparación, que estos todos que
hemos visto; diéronme noticias de muchas poblaciones cercanas, que no pude ver, porque iva en
canoa y ya todo lo demás es muy alto de lomerías. […] Yo, en tiempo de aguas, que anda la canoa
dos veces más, e andado ocho días rrío abajo donde está la población del Paititi, y en todo este
tiempo no hay rrío ninguno que entre en éste, sino rriesitos pequeños. De más á más he estado con
unos indios que viven cuatro días de camino rrío abajo, que me dicen que más abajo de sus pueblos
entra un gran rrío en éste, el cual viene del Oriente (Zapata 1906 [1695]: 25-26).
De todos los documentos conocidos, esta carta presenta la evidencia más sólida del origen de la
palabra “Paititi”. Se trata de una información de primera mano, comunicada por el misionero, quien
personalmente había conocido al jefe de los cayubabas llamado Paititi y visitó algunas de las
poblaciones de esta nación. La descripción geográfica es sobria, sin elementos fantásticos ni
alusiones a fabulosos tesoros. La carta está fechada del 8 de mayo 1695, es decir, fue escrita antes
del último viaje de Zapata a la tierra de los cayubabas, si en los datos de Eguiluz antes citados no
hay confusión.
Si tenemos en cuenta que el nombre “Paititi” fue conocido en el Perú antes de la conquista
española, su origen no podría atribuirse al nombre propio de un personaje determinado, conocido
por Zapata a fines del siglo XVII. Obviamente, se trataría de un nombre hereditario o recurrente o,
quizás, no de un nombre propio, sino de una denominación genérica de los jefes locales. Se sabe,
por ejemplo, que entre los araonas, etnia de la familia tacana, existía un notable cacique Tarano, de
quien habla Álvarez Maldonado (1906 [1570-1629]). El nombre vuelve a surgir en los documentos
del siglo XVII, en algunos de ellos como gentilicio (“taranos”: Recio de León 1906 [1623-1627]).
Nicolás Armentia se topa con el mismo nombre de jefe araona a fines del siglo XIX (Armentia 2007
[1887]). En el caso del Paititi, el nombre (o título) de los jefes pudo haberse transformado en
etnónimo, lo cual es un caso típico, y también haberse extendido para señalar un río vecino.
Los cayubabas en la actualidad y en la historia
El grupo étnico cayubaba (o cayuvava) al cual pertenecía el jefe Paititi, existe actualmente y ocupa
los territorios entre el río Mamoré, el lago Rogoaguado y el río Yacuma. Su primera mención en las
fuentes históricas la debemos no a los jesuitas sino al franciscano Gregorio de Bolívar, en 1621.
Bolívar, quien proporciona unos datos sorprendentemente detallados para su tiempo sobre el oriente
boliviano, entre otros grupos étnicos incluye a los “cayabobos”, sin ubicación geográfica precisa,
pero en vaga relación con la corriente baja del río Beni (Bolívar 1906 [1621]: 221).
Hoy en día el principal centro poblado de los cayubabas es Exaltación de la Santa Cruz (fig.
1), sobre el río Mamoré, antiguamente misión jesuítica, fundada por el padre Antonio Garriga en la
primera década del siglo XVIII, poco después de los primeros encuentros con Agustín Zapata.
Además del pueblo de Exaltación, los cayubabas forman varias comunidades de menor tamaño.
Una de ellas es Coquinal donde en 2006 fue llevado a cabo el proyecto arqueológico “Rogoaguado”
(Tyuleneva 2007 y 2010).
Fig. 1. Exaltación, 2005
(Foto: Vera Tyuleneva)
Para el año 2004 el número estimado de ese grupo era 645 personas. Sin embargo, se pueden aplicar
varios criterios de pertenencia al grupo. La población total del municipio de Exaltación,
considerado como territorio cayubaba, es mucho mayor que la cifra arriba indicada, pero todos los
centros poblados son mixtos por su composición étnica. Los cayubabas viven ahí junto con los
movimas, cuyo principal centro administrativo es Santa Ana de Yacuma, y con los numerosos
colonos de diversos orígenes y procedencias. Gabriel René Moreno observó todavía a fines del siglo
XIX que “el indio de Exaltación tiene ahora consanguinidad con europeos, cruceños, collas y, lo
que es sensible, principalmente con negros, zambos y mulatos brasileños (René Moreno 1974
[1888]: 371).
Día a día crece la cantidad de familias mixtas. La mayoría de los pobladores de Exaltación y
de las comunidades circundantes, quienes se declaran explícitamente como cayubabas, tienen sólo
uno de los dos apellidos propio de este grupo, mientras el segundo generalmente es español,
movima, quechua o de otro origen.
El idioma cayubaba es aislado, no pertenece a ninguna de las familias lingüísticas
sudamericanas y no tiene parentesco aparente con ninguna lengua vecina. Hoy este idioma se
encuentra al borde de la extinción. Todavía viven unas cuatro o cinco personas quienes afirman
saberlo, pero su manejo, tanto del vocabulario como de la gramática, es muy reducido. En el
reciente estudio de Adelaar, según los datos proporcionados por Crevels, fueron registrados “dos
semi-hablantes en grupo de 800” (Adelaar 2004: 614) y fue expresada la urgente necesidad de una
mayor documentación y análisis de esta lengua.
Es posible que el vocablo “Paititi” provenga de la lengua cayubaba, aunque no se puede
afirmarlo, pues no figura en el único diccionario existente compuesto por Harold Key en los años
1960 (Key 1975). Los morfemas que podrían haber constituido esta palabra existen y están
registrados (Key 1967, 1975), pero las posibilidades de reconstruir correctamente su semántica por
el momento son mínimas.
Volviendo a los textos de Zapata y Eguiluz, sus descripciones geográficas de la tierra de los
cayubabas resultan bastante realistas. Es cierto que el río Mamoré a aquellas alturas no recibe
afluentes grandes sino sólo ríos menores. El terreno efectivamente es cascajoso. El cascajo de color
rojizo es laterita, abundante en óxidos de hierro, tipo de suelo propio de regiones cálidas, que se
forma en base a sedimentos. La pureza y el buen sabor del agua de los pozos, en comparación con
las de aquellos de la zona de Trinidad, son conocidos.
Uno de los detalles enigmáticos en las arriba citadas cartas de Zapata y en los textos de
Eguiluz es la mención de un terreno “alto de lomerías” y de “serranías”. Las tierras de los
cayubabas son llanas, sin considerables elevaciones. Pero hay que tomar en cuenta que no se conoce
con exactitud qué área ocupaba este grupo en los tiempos de su primer contacto con los jesuitas,
antes de su reducción en la misión de Exaltación. En 1715 el jesuita Antonio Garriga apunta como
límite de jurisdicción de la misión de Exaltación por el lado oeste “los pueblos viejos inclusive, así
de Cariobabas [cayubabas] como de Mobinas [movimas]” (Garriga 1906 [1715]: 38). Se comprende
que los “pueblos viejos” en aquel momento ya estaban despoblados.
Se sabe que los cayubabas vivían a las orillas del Rogoaguado y de varios afluentes
occidentales del río Mamoré, pero queda poco clara la cuestión de sus límites hacia el norte y el este
y la de su presencia en la margen oriental del Mamoré. Por lo tanto, no se puede decir con exactitud
qué lugares visitó el Padre Zapata. Está claro que no sólo navegó por el río, sino que en algunas
oportunidades viajó tierra adentro. Se podría suponer que se dirigió hacia el oeste del Mamoré, es
decir hacia Rogoaguado, porque en ese territorio, según indica el mapa de las misiones de Mojos de
1713 (mapa 2) y varios otros documentos, se concentraba la mayor parte de la población cayubaba
de aquella época.
Mapa 2. Misiones de Mojos. 1713
Las descripciones de pueblos grandes de “más de 500 almas” “con más modo y aseo, sin
comparación, que estos todos que hemos visto”, proporcionadas por Zapata y Eguiluz, dan una idea
de una sociedad económicamente próspera y políticamente bien organizada, lo cual podría explicar
los rumores acerca de la “tierra rica” que, transformados y multiplicados, llegaron a los Andes, a
Apolobamba y a Santa Cruz en forma de la fantástica leyenda del reino del Paititi.
Cerca de los inicios del siglo XVIII la información acerca del jefe cayubaba llamado Paititi
es repetida en la “Breve noticia de las misiones de Moxos”, documento atribuido a Diego Francisco
Altamirano, que reproduce el dato sin mayores detalles e innovaciones (Altamirano 1979 [1703-
1715]: 222).
Hacia el final ya del período de las misiones jesuíticas, en un documento anónimo publicado
por Joseph Barnadas, surge una curiosa y sumamente significativa referencia a los cayubaba:
El pueblo de la Exaltación es de la nación Cayubaba, de lengua distinta de las otras naciones. Ésta
fue la menos bárbara respecto de otras, porque tenían su gobierno, observando en su serie [?] de un
modo harto político para bárbaros. Cada pueblo en su gentilidad, como que vivían en behetrías,
apartadas unas parcialidades de otras, tenían uno como Gobernador que juntamente era su
sacerdote, quien tenía el cuidado de convocar a tiempos su pueblo a un adoratorio, donde hacía una
arenga a modo de plática al auditorio, según que lo estilaban; y concluido el razonamiento, daba a
cada uno del cómulo a mascar un poco de coca (de la cual esta nación, en su barbaridad, ella sola
usaba), siguiéndose a este convite, si no es que le llamamos especie de comunión, el regocijo de sus
festejos. Se dice de estos indios que tuvieron comunicación con el Inga y era gente vestida de ricos
tejidos de algodón, cuyas labores hasta ahora son de aplauso (Anónimo (Beingolea?) 2005 [1764]:
184-185).
El primer dato que llama atención en este conciso cuadro, es el de los supuestos contactos entre los
cayubabas y los incas. Aunque no esté sustentado por otros documentos históricos, tampoco por
evidencias arqueológicas, a la luz de nuestra problemática este dato resulta de suma importancia.
El segundo detalle, que de alguna manera concuerda con el primero, es el del uso ritual de la
hoja de coca. En los llanos de Mojos la coca no se cultiva. Actualmente se conoce y se usa por la
multiétnica población local gracias a las recientes migraciones de la sierra. Pero en la época de las
misiones en Mojos tal práctica no existía. El mismo autor del documento la señala como una
excepción. El lugar más cercano donde se registra esta costumbre en forma masiva es el piedemonte
andino de Apolobamba, a la orilla occidental del río Beni. El contacto prehispánico entre los
cayubabas y las etnias de Apolobabmba (principalmente con los diversos grupos de la familia
lingüística tacana) suena muy probable, tomando en cuenta la relativa cercanía geográfica de ambas
regiones. El empleo de la hoja de coca entre los cayubaba para fines rituales puede no sólo
significar un intercambio entre los cayubabas y los grupos tacanas, sino también hablar de una
influencia en las prácticas culturales.
Otro posible bien de intercambio entre los indios de piedemonte y los de los llanos podían
ser las hachas de piedra que se encuentran en abundancia en toda la extensión del actual
departamento del Beni a pesar de la escasez de material para su confección.
El comentario de Eguiluz acerca del parecido entre las mantas de los cayubabas y los textiles
peruanos encuentra un eco en el texto de la arriba citada crónica anónima que menciona los “ricos
tejidos de algodón”. Probablemente no se trata de un parecido realmente cercano entre los tejidos
andinos de lana y las vestimentas de los cayubabas. Lo que evoca ese parecido en las mentes de los
cronistas debe ser el mismo hecho del uso de ropa tejida, costumbre que en los tiempos
prehispánicos no fue muy difundida entre la población de las tierras bajas.
El arte textil de los cayubabas se menciona en las fuentes históricas de manera recurrente.
Incluso en los tiempos coloniales y republicanos, cuando la gran parte de la población indígena de
Mojos ya dominaba el arte textil, y casi en cada reducción había tejedurías, esta etnia parece
haberse destacado entre los vecinos por sus tejidos. Los “buenos texidos” de algodón se remarcan
en el expediente de la visita de 1792 en el pueblo de Exaltación como uno de los productos
comerciales más importantes (ANB GRM MyCh vol. 12 doc VII, 1792: 23). En 1832 d’Orbigny
hablaba de los finos tejidos de Exaltación (2002 [1835-47], tomo IV: 1470). Pero ya en el
transcurso del siglo XX esta tradición entre los cayubabas desapareció por completo bajo la presión
del mercado de los textiles industriales. Se olvidó la técnica del tejido y se extinguieron las
variedades locales de algodón. En los años recientes se hizo un intento de revivir este oficio en
Exaltación, pero la continuidad de la tradición ya se había interrumpido.
No se puede afirmar que la costumbre de producción de textiles y el uso de ropa tejida entre
los cayubabas era de algún modo fruto de una influencia andina. Sin embargo, tampoco se puede
descartar tal posibilidad.
Las noticias brindadas por Zapata y Eguiluz no cayeron en el olvido, y a lo largo de los
siglos posteriores en los escritos históricos (especialmente entre los autores eclesiásticos) se
difundió la tesis de las tierras de los cayubabas como la fuente inicial de la noticia rica del Paititi
(Rodríguez Tena 2004 [1780], Bovo de Revello 2007 [1848], Armentia 1905).
Exploraciones de José Agustín Palacios
A mediados del siglo XIX los lugares en cuestión fueron visitados por el destacado explorador
boliviano José Agustín Palacios. He aquí su testimonio:
Deseoso el Supremo Gobierno de saber si el gran Lago Rogo-aguado tenía comunicación con el
Beni, o si procedía de él, para facilitar su navegación por el Mamoré, me ordenó que lo
reconociera, con cuyo motivo mandé construir un bote y emprendí la marcha.
La principié del pueblo de Exaltación que es el más inmediato, con rumbo O. E. N. O. E., cinco
leguas hasta la estancia de La Cruz, habiendo pasado media legua antes el río Iruyané, que corre a
N. E., abundante de agua y capaz de ser navegado, ignorándose su procedencia que se supone del
Beni, o de algunos curiches o pantanos de los campos de Reyes. En la estancia hay un cerro chato,
cuya altura es de 300 varas, y su base cuádrupla. Está formado de sorochi blanco criadero de oro, y
constantemente está cubierto de pajonal y montaña, entre la que se encuentra el árbol que produce
la goma elástica.
De allí continué la marcha al OE. un cuarto NOE. hasta la estancia denominada San Carlos, que
dista ocho leguas de la anterior y que está situada entre varios curiches con alturas, cuyos buenos
pastos mantienen abundante ganado. Continuando la marcha al NOE. y después de haber caminado
tres leguas, encontré la laguna Ibachuna o del Viento, que tendrá la extensión de cuatro leguas de
latitud y ocho de longitud de N. a S. y cuyo desagüe camina por entre curiches, hasta el lago Rogo-
aguado. Seguí dirigiéndome al NO. un cuarto N. dos leguas, cambiando al OE. tres leguas, al NO.
dos leguas, y al O otras dos, por terrenos más bajos hasta el gran lago Rogo-aguado conocido
también con el nombre de Domú a cuya orilla existen aún vestigios de la antigua población de los
Cayubabas, que forman hoy el pueblo de Exaltación, con una zanja o foso en su circunferencia para
precaverse sin duda de las incursiones de los Chacobos, Caripunas o Pacaguaras.
No encontrando concluido allí el bote con que contaba, me embarqué en una canoa pequeña,
dirigiéndome a las dos islas del centro, que distan una legua, y que están cubiertas de bosques
impenetrables, cuyo piso es algo superior al lago, no pasando de una vara el fondo de éste en esa
parte (Palacios 1944 [1844-47]: 22-23)
Los hitos geográficos descritos por Palacios son hoy, después de un siglo y medio, perfectamente
reconocibles. Ya se ha mencionado el pueblo de Exaltación, principal centro poblado de los
cayubabas. La estancia La Cruz o, por otro nombre, el Cerro de la Cruz, existe todavía. La estancia
San Carlos, que desde los tiempos de los jesuitas proveía Exaltación de ganado, actualmente es una
comunidad con el mismo nombre situada al borde de una gran isla de bosque hacia el sudeste del
lago Rogoaguado. En ambos lugares se hallan múltiples evidencias de la presencia de asentamientos
prehispánicos (véase Walker 2004, Tyuleneva 2007 y 2010).
La laguna Ibachuna, que hoy se conoce bajo el nombre Guachuna o Huachuna, es una del
grupo de las lagunas menores, ubicadas al sur y al este del Rogoaguado: la Guachuna es la más
oriental de ellas y la más cercana a San Carlos. Le siguen hacia el oeste la Porfía, la Encerrada y la
Fortuna. Lo que tomó Palacios por el desagüe de la laguna Ibachuna, es, probablemente, la boca del
río Tapado: “reconocí la boca del arroyo de Ibachuna con grandes curiches” (Palacios 1944 [1844-
47]: 24).
Obviamente, el dato que más salta a la vista en esta descripción, es la mención de la zanja
que Palacios correctamente atribuye a la población prehispánica. Lo más probable es que se trate de
las mismas construcciones de tierra que se pueden observar actualmente al sur de la comunidad de
Coquinal (Tyuleneva 2007: 141). El testimonio de Palacios es la primera referencia arqueológica
sobre el lago Rogoaguado. El otro nombre del lago (“Domú”) que menciona el autor es un detalle
nuevo. Actualmente este nombre no se usa.
Las dos islas que visitó Palacios deben de ser Tesoro y Yomomal que se encuentran al frente
de Coquinal. En la isla con el sugestivo nombre de “Tesoro” se encontró material arqueológico en
2005 y 2006 (véase Tyuleneva 2010; Echevarría 2008). La isla Yomomal, que está más alejada de
la orilla del lago, es pequeña, pantanosa e inhabitable.
Algunos datos demográficos
Siguiendo la historia de los cayubabas a través de varios siglos, es fácil notar el drástico contraste
entre las primeras descripciones de populosas aldeas y las posteriores modestas cifras demográficas.
El padre Zapata daba los siguientes alentadores números: “la gente es muchísima, y solo en uno de
los pueblos hay más de 2.000 almas, y los demas tendrán 1.800, poco más ó menos” (Eguiluz 1884
[1696]: 34). En su segundo viaje Zapata visitó tierra adentro “muchos y muy numerosos pueblos de
más de 500 almas cada uno” (Eguiluz [1696] 1884: 35). Basándose sobre estos datos, el cálculo
aproximado de la población total de los cayubabas daría cerca de 4.000 personas como mínimo.
Aun suponiendo que el padre Zapata, llevado por la euforia, exageró el número de los potenciales
feligreses, la diferencia sigue siendo demasiado notoria. Las excavaciones de John Walker en el
sitio El Cerro mostraron una considerable concentración de población en un solo asentamiento
(cerca de 2.000 personas), lo cual confirma la información proporcionada por Zapata (Walker 2004:
111).
Cuando el padre Antonio Garriga establece la misión de Exaltación en 1709, la funda tan
sólo con 400 indios, de los cuales en poco tiempo quedan 120 a causa de una peste (Baptista
Morales 1995: 82). Aun tomando en cuenta que no todos los cayubabas desde el comienzo
formaron parte del proceso de la reducción, y que una parte del grupo seguía por cierto tiempo
viviendo en sus comunidades de origen, esta cifra da un contraste considerable con los cálculos
demográficos de Zapata. Una estadística del año 1713 de la población de Exaltación da el número
de 1.400 almas (Vargas Ugarte 1964: 83). A los mediados del siglo XVIII la cifra estimada de sus
habitantes era de 2.000 personas aproximadamente (Anónimo (Beingolea?) 2005 [1764]: 185). En
los tiempos post-jesuíticos, los expedientes de dos Visitas en el pueblo de Exaltación de los
cayubabas hablan de 1.061 almas en 1792 y de 1.156 en 1797, respectivamente (ANB GRM MyCh
vol. 12 doc. VII, 1792 y vol. 16 doc. VII, 1797). Alcide d’Orbigny cuenta 1.984 habitantes en
Exaltación en 1832 (2002 [1835-47], tomo IV: 1470). En estos tiempos, aparentemente, en el
pueblo de Exaltación se concentraba toda la población cayubaba, con la pequeña excepción de la
arriba mencionada estancia San Carlos.
Evidentemente, el número de los cayubabas decayó drásticamente en el momento de la
primera reducción, a causa de las epidemias, luego creció y se mantuvo relativamente estable, sin
llegar jamás a las cuantiosas cifras iniciales. El fatal impacto biológico del primer contacto directo,
que parece ser un cuadro típico para las reducciones amazónicas, indudablemente aportó a la
ruptura cultural entre las sociedades mojeñas prejesuíticas y el nuevo orden reduccional.
Además, es lógico suponer que el contacto directo entre los jesuitas y los nativos de los
llanos de Mojos trajo una segunda, o tercera ola de enfermedades europeas, mientras la primera se
había expandido en Sudamérica todavía en el siglo XVI, tras la llegada de los primeros españoles a
las Indias.
De este modo, se hace más claro por qué las coloridas descripciones de Zapata y Eguiluz no
hallan continuación en las fuentes posteriores. Es muy probable que los misioneros que vinieron a
reducir a los cayubabas a los comienzos del siglo XVIII ni siquiera hayan llegado a conocer su
sociedad en toda su plenitud de antaño, topándose, en vez de una próspera y organizada etnia, con
unos pocos sobrevivientes del desastre.
La arqueología de la zona
Los avances de la arqueología en Mojos son lentos, y se enfrentan con una larga fila de obstáculos,
causados por la agreste naturaleza y la falta de infraestructura. Pero en las últimas dos décadas se
han hecho grandes pasos adelante. El mayor aporte para el estudio arqueológico de la región en
cuestión fue hecho por el investigador estadounidense John Hamilton Walker, quien en los años
1990 trabajó a las orillas de los ríos Omi e Iruyañez, dentro del antiguo territorio de los cayubabas
(Walker 2000, 2001, 2004, 2008).
En su especialización y sus objetivos, Walker siguió la línea de estudios trazada por William
Denevan (1970, 1982, 2001) y Clark Erickson (Balée y Erickson 2006), orientada hacia los patrones
agrícolas, los sistemas de subsistencia y la ecología prehispánica. El punto de interés de Walker
eran los campos de camellones en las cercanías del Omi y el Iruyañez y los sitios de ocupación
vinculados a ellos. Su objetivo fue determinar en qué épocas se cultivaban los camellones, qué
población podían sostener, cuándo y por qué razones fueron abandonados (fig. 2).
Fig. 2. Campos de camellones en el norte de los Llanos de Mojos
(Foto: Vera Tyuleneva)
Sus conclusiones se basaron mayormente en los resultados obtenidos en dos sitios de ocupación:
San Juan y El Cerro (este último lugar mencionado en el informe de José Agustín Palacios). Las
fechas radiocarbónicas de San Juan indican que el sitio fue poblado en los siglos V-VI D.C. En el
sitio fueron encontrados en abundancia fragmentos de cerámica con una característica decoración
pintada de color rojo/marrón sobre fondo crema (Walker 2004 y 2011).
La ocupación de El Cerro es mucho más tardía y corresponde al siglo XV D.C. Para este
último sitio, en base a la cantidad de depósitos culturales, Walker calcula un número de población
bastante elevado, de entre 1.800 y 2.000 personas. Esta cifra, señala el autor, concuerda con los
datos acerca del número de habitantes en los pueblos cayubabas que proporcionan Eguiluz y
Zapata, aunque no hay evidencias directas de que El Cerro siguiera poblado en la época del
contacto de los cayubabas con los jesuitas, es decir en el siglo XVII. Tal concentración de
población, según Walker, se hizo posible gracias a la agricultura intensiva de los camellones.
Los trabajos de Walker dan puntos de apoyo en la cronología arqueológica de la zona,
aunque se trate tan sólo de un primer paso en la investigación de este amplio territorio.
En toda la circunferencia del lago los lugareños, cultivando sus campos, encuentran
cerámica fragmentada en grandes cantidades, tanto utilitaria como fina decorada, con diversos tipos
de decoración, entre la que se puede constatar la prevalencia de los fragmentos pintados de color
rojo/negro/marrón sobre fondo crema. Algunos ejemplos muestran una clara similitud con la
cerámica encontrada por John Walker en el sitio San Juan, en otros casos el parecido es más lejano.
La misma cerámica se halla en cantidades más reducidas en la isla llamada “Tesoro” mencionada en
relación con el viaje de Agustín Palacios, situada a 1 km. de la orilla.
Las perlas de la laguna del Paititi
Una de las noticias más peculiares sobre la tierra del Paititi se encuentra en los escritos de Juan
Recio de León, quien estuvo a comienzos del siglo XVII en los ríos Tuichi y Beni y logró establecer
contactos bastante cercanos con los nativos de la zona. Recio narra sobre los indios anamas, quienes
vivían cerca de la confluencia del Tuychi con el Beni. De los anamas escuchó el autor lo siguiente:
Y preguntándoles qué noticia tenían de la gente que adelante avía, y del rumbo que llevavan estos
rríos, me traxeron tres ó quattro yindios principales, muy vaqueanos de aquellas navegaciones; y
haziéndoles preguntas, respondieron, que por tierra ó por agua llegavan en quatro dias á vna grande
cocha, que quiere decir grande laguna, que todos estos rríos causan en tierras muy llanas, y que hay
en ella muchas yslas muy pobladas de infinita gente; y que al Señor de todas ellas le llaman el gran
Paytiti, y que los yndios de aquellas yslas son tan ricos, que traen al cuello muchos pedaços de
ámbar, por ser amigos de olores, y conchas y barruecos de perlas, lo qual vide yo en algunos
Anamas. Y enseñándoles algunos granos de perlas que yo tenía, les dixe, que si se criavan en
aquellas conchas estos granos; y respondieron que los Paytites les davan todos aquellos géneros, y
que como aquellos granos no los sabían horadar para hazer sartas dellos, que los echavan por ay. Y
preguntándoles que de donde lo sacavan, dixeron que también lo avían preguntado á los Paytites, y
que les respondieron que de aquella concha (Recio de León 1906 [1623-1627]: 250-251).
La descripción se refiere a una laguna grande, a la cual se podía llegar por agua o por tierra en
cuatro días aproximadamente desde la confluencia del Tuichi con el Beni. Esta referencia podría ser
aplicable al lago Rogoaguado, aunque la distancia real hasta ese punto es algo mayor. Rogoaguado
efectivamente, tiene una isla con evidencias de ocupación humana, y es la mencionada isla Tesoro.
El detalle que más llama atención en este fragmento escrito, es la referencia reiterada a las
conchas de nácar y las perlas que se extraían de la laguna del Paititi. Durante las excavaciones a la
orilla norte del lago Rogoaguado en el año 2006 fueron encontradas grandes cantidades de conchas
de moluscos bivalvos que, aparentemente, servían como alimento a los pobladores nativos.
Montículos constituidos por conchas de moluscos también fueron encontrados a la orilla opuesta del
lago (lado sudeste) durante una de las prospecciones en la boca del río Tapado. Hace varios años en
otro lugar cercano a la boca del Tapado las mismas conchas fueron halladas en contextos
arqueológicos por Jaime Bocchietti, director del museo de Santa Ana de Yacuma (fig. 3). Las
muestras recogidas por él se encuentran hoy en el museo (Tyuleneva 2007 y 2010). Los
amontonamientos de conchas mezcladas con otros residuos recuerdan el tipo de sitios arqueológicos
conocidos en Brasil como “sambaquís” (Prous 1991: 204-265). Hallazgos de conchas enteras en la
zona de Trinidad y alto Mamoré, aunque sin datos acerca de su especie, están mencionados por
Nordenskiöld en 1913 (véase también Denevan 1980 [1966] : 42; Dougherty y Calandra 1981: 98).
Fig. 3. Conchas del molusco Leila Blainvilliana de contextos arqueológicos en la boca del río Tapado
(Museo Bocchietti, Santa Ana de Yacuma. Foto: Vera Tyuleneva)
Los moluscos del lago Rogoaguado fueron identificados como Leila blainvilliana (Lic. Roberto
Apaza, Unidad de Limnología, Universidad Mayor de San Andrés, La Paz). Esta especie todavía
habita en el lago Rogoaguado, aunque a juzgar por las grandes cantidades de conchas en los
contextos arqueológicos, su población en las épocas antiguas era mayor que hoy.
A pesar de insistentes preguntas hechas a los nativos en diferentes partes del departamento
del Beni, nadie ha dado evidencias de su consumo actual. Aunque Rogoaguado es el único lugar
donde hasta ahora ha sido registrada esta especie en contextos arqueológicos, al parecer es bastante
común en las aguas dulces de las llanuras de Mojos, especialmente en las lagunas y los “curiches”
(pantanos). Las conchas contienen una gruesa capa de nácar y pueden producir perlas que tienen las
mismas características que otras perlas de agua dulce: pequeño tamaño y forma irregular.
El nácar de las conchas en las culturas locales, aparentemente también tenía cierto valor. En
el museo arqueológico de Trinidad existe en la exposición permanente un collar de este material.
Pero para la población prehispánica de Rogoaguado las perlas y el nácar de este molusco debían ser
productos secundarios. Su uso principal indudablemente era alimenticio.
El valor comercial de las perlas de agua dulce según los criterios de estética y economía
occidental, es bastante bajo, lo cual explica el hecho de que la noticia sobre ellas no tuviera mayores
consecuencias en los tiempos coloniales. Tampoco hoy este recurso se explota con fines
comerciales.
De este modo, la información sobre las perlas en la laguna del Paititi que da Juan Recio de
León y que repiten algunos otros autores, encuentra una explicación real y corrobora con la
suposición de que la legendaria “laguna del Paititi” es Rogoaguado.
El Paititi y los incas
No nos olvidemos de que el nombre “Paititi” hace su primera aparición en la historia escrita en el
Perú, en el año 1542, en la “Relación” de los Quipucamayos, como el “río Patite”, donde el Inca
Pachacuti fundó dos fortalezas. El Paititi vuelve a surgir en varias otras fuentes peruanas del siglo
XVI y comienzos del XVII: entre otros autores, lo mencionan Juan Álvarez Maldonado, Pedro
Sarmiento de Gamboa y Martín de Murúa, siempre en el contexto de las conquistas de los incas en
el oriente. Para Maldonado y Sarmiento, Paititi es un río; para Murúa, una provincia. En muchos
textos, sobre todo en los tardíos, es recurrente el motivo de los “incas refugiados” en el Paititi.
Cabe deducir que los incas tenían un determinado interés en la región en cuestión,
organizaron una o varias expediciones en aquella dirección, probablemente usando las preexistentes
rutas de intercambio (véase Saignes 1985). Pero aún no queda claro cuán lejos llegaron sus
incursiones hacia el oriente y qué carácter tenía su presencia ahí.
No hay evidencias de la presencia física de las huestes incas en el norte de Mojos, menos
que menos de colonias, enclaves u otros signos de control político, pero sí hay rastros de influencia
andina en la región colindante con Mojos, en las cercanías del río Beni. Es posible que el río Paititi
de las crónicas sea el Beni (o uno de sus tramos), porque este río sirve de frontera por un lado, y de
vía de comunicación por el otro lado, entre las tierras altas y las tierras bajas. Esta suposición ya ha
sido expresada antes por Pärssinen y Siiriäinen (2003).
Los sitios arqueológicos con posible filiación tawantinsuyana en los alrededores del Beni
son:
- La red vial de la cuenca del río Tuichi, cuya creación en las fuentes históricas se atribuye a
los incas (Estevez 2005);
- San Buenaventura, donde fue encontrada una tumba con elementos de ajuar posiblemente
andinos (fig. 4; Sagárnaga 1989; Tyuleneva 2007 y 2010);
- Baba-Trau (actualmente conocido como Uaua-Uno), asentamiento y cementerio en la
corriente media del río Beni, donde en el transcurso del siglo XX fueron encontrados un
aríbalo inca, tupus (prendedores) y hachas prehispánicas de metal (del Castillo 1929: 315;
fig. 5; Portugal 1978: 99);
- La “fortaleza Ixiamas”, estructura fortificada sobre uno de los afluentes del río Beni, con
rasgos de ingeniería inca y conocida bajo el nombre popular “cuartel del inca” (Giraut 1975
y Pia 1997);
- y la “fortaleza las Piedras” en la confluencia del Beni con el Madre de Dios (Pärssinen y
Siiriäinen 2003), donde hace menos de una década fueron encontrados fragmentos de
cerámica inca imperial y un adorno de aleación de cobre (fig. 6; Saiquita 2008: 70).
Fig. 4. Diadema de oro proveniente de un contexto funerario de San Buenaventura (río Beni),
recuperada por el arqueólogo Jédu Sagárnaga
(Museo de Metales Preciosos, La Paz. Foto: Vera Tyuleneva)
Fig. 5. “Aríbalo” inca y adorno metálico del sitio Baba-Trau (Wawa-Uno).
(Según Portugal 1978: 99)
Fig. 6. Adorno de aleación de cobre, encontrado en los años 2000 en el sitio “Fortaleza Las Piedras”.
(Según Saikita 2008: 70)
En varios de estos casos puede tratarse de frutos de intercambio comercial, sobre todo orientado
hacia objetos símbolos de prestigio, más que de huellas de contacto directo, pero en todo caso esos
ejemplos hablan de unos vínculos fuertes y sistemáticos.
Entre los actuales tacana, etnia que vive en la margen izquierda del río Beni, existía un
amplio corpus de narraciones y creencias alrededor de la figura del Inca (Hissink y Hahn 1961,
tomo 1), del cual aún se conservan algunas versiones. El Inca es un personaje mítico con rasgos
sobrenaturales: camina por los picos de las montañas, pone oro y plata en la tierra y planta
almendrales y gomales. El principal lugar sagrado de los tacana es el cerro Caquiahuaca, cuyo
nombre indudablemente es de origen quechua y significa “lugar del trueno”. Caquiahuaca al mismo
tiempo es el personaje protagonista de la mitología tacana, y su figura a menudo se fusiona con la
figura del Inca. En el vocabulario tacana desde la época colonial se han registrado múltiples
préstamos del quechua y del aymará, lo cual habla de fuertes y prolongados contactos con el mundo
andino.
Apolobamba colinda hacia el sur con la región conocida en la época colonial como Larecaja,
donde las influencias andinas han sido (y son) aún más evidentes y numerosas.
Conclusiones
Intentaremos reunir los retazos arriba enumerados en un solo cuadro coherente.
La célebre noticia rica del Paititi pudo haberse originado en el norte de los llanos de Mojos,
tierra poblada en la víspera de la conquista europea por el grupo cayubaba. La agricultura intensiva
practicada la región había llevado a un notable crecimiento demográfico, gran concentración de
población y había creado una imagen de prosperidad y abundancia que se transmitía en leyendas
geográficas entre las etnias vecinas. “Paititi” vendría a ser un nombre hereditario o recurrente (o
título genérico) de los jefes locales, luego aceptado como gentilicio y el nombre de la vía fluvial que
marcaba la frontera de la tierra del Paititi, el actual río Beni en su corriente media y baja.
La fama de la tierra del Paititi llegó hasta los Andes antes de la conquista española y quedó
registrada en algunas fuentes peruanas tempranas. Los incas tenían un marcado interés hacia las
regiones amazónicas y su presencia militar y política aparentemente llegó hasta la corriente media
(y quizás también en su corriente baja) del río Beni, desde donde ellos podían haber establecido
vínculos de intercambio con “la tierra del Paititi”, usando como intermediarios a los tacana.
La reducción de los cayubabas fue acompañada de una drástica caída demográfica a fines
del siglo XVII y comienzos del XVIII, causada por las epidemias, razón por la cual los misioneros
jesuitas, primeros europeos que entraron en contacto directo con esa etnia, no llegaron a observar
muchas características de su cultura de antaño.
Siglas de archivos
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Coronel de los Reales Exercitos, y Gobernador Político y Militar de esta Provincia Don
Miguel Zamora, en él més de Enero de 1797.
ARSI Archivum Romanum Societati Iesu (Roma)
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  • 1. See discussions, stats, and author profiles for this publication at: https://www.researchgate.net/publication/273634454 El Paititi en los Llanos de Mojos. Article · January 2012 CITATIONS 0 READS 802 1 author: Vera Tyuleneva University of San Martín de Porres 6 PUBLICATIONS   5 CITATIONS    SEE PROFILE All content following this page was uploaded by Vera Tyuleneva on 16 March 2015. The user has requested enhancement of the downloaded file.
  • 2. EL PAITITI EN LOS LLANOS DE MOJOS VERA TYULENEVA 1 Resumen En el artículo se contempla la posibilidad de que la fantástica tierra del Paititi, buscada durante varios siglos en la Amazonía suroccidental, tuviera un prototipo histórico en una de las sociedades indígenas del norte de los llanos de Mojos de la época prehispánica tardía. Para sostener esa hipótesis, se emplean fuentes históricas, datos arqueológicos y algunos detalles etnográficos. Es una versión resumida de un trabajo desarrollado durante más de diez años. Palabras clave: Paititi – cayubaba, cayuvava – Mojos – etnohistoria La tierra del anhelo El nombre “Paititi” generalmente evoca la imagen de una tierra rica, o de una ciudad llena de fabulosos tesoros, ubicada en alguna parte de la Amazonía suroccidental, anhelada y buscada infructuosamente desde el siglo XVI hasta nuestros días. A menudo el Paititi se toma como un equivalente de El Dorado. A pesar de la neblina fantástica que envuelve el nombre “Paititi”, muchas fuentes históricas de los siglos XVI-XVII inducen a pensar que desde la época prehispánica esta palabra estaba vinculada con una región amazónica concreta, cuya fama llegó hasta los Andes y fue recogida por los primeros españoles asentados en el Perú. Todo parece indicar que la idea de la existencia del lugar llamado “Paititi” no es una creación de la época colonial, ni un mito geográfico importado del Viejo Mundo, sino que tiene raíces sudamericanas. En las fuentes tempranas casi nunca aparece bajo esa denominación la figura de la “ciudad de oro”, sino la de una “provincia” o región, de un río, de una laguna o de un jefe local. La primera mención del término “Paititi” en la historia escrita surge en una fuente peruana, la Relación de los Quipucamayos de Vaca de Castro en 1542, como parte de la lista de las conquistas del Inca Pachacuti: Inga Yupangue fué a quien llamaron Pachacuti Inga, que su interpretación es “mudamientos de tiempo”. Fué hijo y subcesor de Viracocha Inga. Conquistó hasta lo último de los Charcas, hasta los Chichas e Diaguitas y todas las poblaciones de la Cordillera de Andes y Carabaya y por bajo hasta los términos de Quito y toda la costa de Tarapacá, que no le quedó cosa en la costa que no la tuviese subjeta y debajo de su señorío; y lo que no podía por armas y guerra, los trajo a sí con halagos y dádivas, que fueron las provincias de los Chunchos y Mojos y Andes hasta tener sus fortalezas junto al río Patite y gente de guarnición en ellas. Pobló pueblos en Ayavire, Cane y el valle de Apolo, provincia de los Chunchos (Quipucamayos 1974 [1542-1544]: 38-39). Hacia 1570 Juan Álvarez Maldonado nos dejó una versión más desarrollada sobre el Paititi, dotada de los inconfundibles matices de ‘noticia rica’: Pasado el rrío llamado Paitite, la qual tierra tiene llanos que enpieçan desde pasado el dicho rrío; estos llanos ternán de ancho quinze leguas, poco más, según la quenta de los yndios, hasta una cordillera de sierra alta de nieves, que la semejan los yndios que la an visto como la del Pirú, pelada; los moradores de los llanos se llaman Corocoros, y los de la sierra se llaman Pamaynos. 1 Antropóloga e historiadora, curadora del museo del convento de Santo Domingo – Qorikancha, Cusco, Perú. Doctorando del Programa de Estudios Andinos, Pontificia Universidad Católica del Perú. benipando@yahoo.com.
  • 3. Desta sierra dan noticia ser muy rrica de metales; en ella ay grandísimo poder de gente, al modo de los del Pirú y de las mismas cirimonias y del mismo ganado y traje, y dizen que los Yngas del Pirú vinieron dellos. Es tanta gente y tan fuerte y diestra en la guerra, que con ser el Inga del Pirú tan gran conquistador, aunque enbió al Paitite por muchas vezes á muchos Capitanes, no se pudo valer con ellos, antes los desbarataron muchas vezes; y visto por el Ynga quán poco poderoso era para contra ellos, determinó de comunicarse con el gran Señor del Paitite y por vía de presentes, y mandó el Ynga que le hiziesen junto al rrío Paitite dos fortalezas de su nombre por memoria de que avía llegado allí su gente. (Álvarez Maldonado 1906 [1570-1629]: 64) A partir de aquellas fechas y a lo largo de más de un siglo, el fabuloso reino del Paititi fue objeto de incansables búsquedas desde Cusco, Cochabamba, el Alto Beni, Apolobamba y los llanos de Chiquitos. En 1561 en Chiquitos fue fundada Santa Cruz la Vieja (trasladada a un nuevo sitio en 1603), punto que durante largas décadas funcionaba como una de las principales puertas hacia el lejano sueño (Levillier 1976; García Recio 1988). Mapa 1. El oriente de Bolivia El Paititi y los jesuitas Desde el siglo XVI la Compañía de Jesús mostraba vivo interés por la “noticia rica” del Paititi. En los años 1580 se establece una residencia de los jesuitas en Santa Cruz de la Sierra. En una carta de 1585, llena de esperanzas y de euforia, el primer misionero, padre Diego Samaniego, escribe en el camino a las tierras cruceñas: Yo estava antes informado que las necesidades de Santa Cruz de la Sierra eran extremas y que aquella tierra era puerta para los grandes Reinos de Paitití, y así me avía inclinado a ella. [...] Se me asentó en el coraçón que Dios me quería para Santa Cruz. El Padre Provincial me respondió: Parece que se han confrontado nuestros coraçones: desde el mesmo puncto también se ha asentado en mi coraçón que os quiere Dios para Santa Cruz y quiere por vuestro medio descubrir el Paitití. (Samaniego en Egaña 1954-74, t.3: 727-728). Desde su residencia en Santa Cruz, la Compañía se mantenía al tanto de las expediciones en busca del país anhelado. En 1585 el padre Jerónimo de Andión acompañó la infructuosa entrada del gobernador Lorenzo Suárez de Figueroa por el río Guapay abajo. En 1617 otro jesuita, el padre Jerónimo de Villarnao, participó en el “descubrimiento de los torococíes” con Gonzalo de Solís Holguín. En la obra del padre Pallas “Misión a las Indias” de 1620 nuevamente se manifiestan las mismas ilusiones: Ai grandes rastros y esperancas de hallar en esta prouincia mucha riqueza y que por ella se a de entrar al descubrimiento de otras tierras y prouincias de Gentiles, hacia las cordilleras del piru por esta parte del rio del paraguai i por la otra asia el Brasil donde dicen está la Gran Laguna de los Moxos (ARSI Perú 22, 1620). A los mediados del siglo XVII, cuando los conquistadores militares empezaron a perder el buen ánimo y la paciencia, desalentados por los “nidos de arañas, çapos y mosquitos”, los jesuitas perseveraban. Al final, fueron ellos, y no los gobernadores con rimbombantes títulos, los que llegaron primeros a los llanos de Mojos, se establecieron ahí y desarrollaron una singular cultura
  • 4. misional (Block 1994). De ellos recibimos los primeros informes sólidos y confiables acerca de la población nativa de la zona. Agustín Zapata y la evangelización de los cayubabas En los últimos años del siglo XVII, cuando los numerosos grupos de los llanos ya estaban cristianizados y reducidos en varias misiones, uno de los padres jesuitas de la misión de San Francisco Javier en la corriente media del río Mamoré, emprendió viaje hacia el norte para conocer nuevas naciones de infieles y sembrar entre ellas la fe católica. Fue él quien por primera vez se topó con los indios cayubabas. El informe más completo y coherente sobre sus incursiones está en el escrito del padre Provincial de la Provincia Peruana de la Compañía de aquel entonces, Diego de Eguiluz: El año pasado de 1693 salió el Padre á hacer mision por la dilatada provincia de los Canisianas, que está, rio abajo hácia el Norte, veinticuatro leguas distante de su reduccion adonde pocos meses ántes habian ido de guerra y muerto algunos para su sustento, dejando en señal de triunfo las tripas de los difuntos enredadas en unas ramas las orillas del rio, donde fuesen vistas de sus enemigos. […] Estos Canisianas dieron noticia de mucha gente distante, más abajo del mismo rio, enemigos mortales suyos, llamados los Cayubabas, á los cuales no pudo ir á visitar entónces el Padre hasta despues que entraron las aguas, como lo hizo; y habiéndolos hallado rebeldes y puestos en armas con las flechas ajustadas á sus arcos, se rindieron con las dádivas que el Padre Agustin les hizo de cuchillos, chaquiras, y á los principales hachas ó machetes, con lo que quedaron muy contentos, y retornaron alegres con sus pobres comidas de maní, yuca y maiz. La gente es muchísima, y sólo en uno de los pueblos hay más dé dos mil almas, y los demas tendrán mil ochocientos, poco más ó ménos. El cacique principal de estos siete pueblos, era un viejo venerable, con una barba cana y muy larga, llamado Paititi, á quien en particular regaló el Padre Agustin, y en retorno le dió un lanzon de chonta con una punta de hueso, que tenia en la mano, matizado todo de muy vistosas plumas, en señal de amistad; pues para entablarla usan estos bárbaros el dar sus armas. Despues de dos dias que gastó el Padre con estos Cayubabas, se volvió á su reduccion (Eguiluz 1884 [1696]: 33-34). Continúa: A fines del año pasado de 1695, mandó el Padre Pedro Marban, Superior de aquella mision, al Padre Agustin Zapata que saliese, como los años antecedentes á sus misiones ántes que acabasen las aguas por los buenos efectos que esperaba y tenia experimentados… […] En cuanto pudo, prosigió su empresa hasta los Cayubabas á quienes había amistado el año antecedente. Habiendo llegado á ellos le dieron más ciertas noticias que la vez pasada de la infinidad de gente que habitaba la tierra adentro, y asi prosiguió costeando la misma falda de la serrania de los dichos Cayubabas hasta llegar á ver y visitar muchos y muy numerosos pueblos de más de quinientas almas cada uno, en otro temple distinto y mejor; y habiendo entrado en un pueblo muy grande, puesto en forma, con plaza y calles, halló á toda la gente de él junto á la puerta de un templo dedicado al demonio, á quien actualmente estaban ofreciendo sacrificios, puestos sus dioses todos en la puerta del templo, vestidos muy curiosamente de plumas, con unas mantas vistosas, todas labradas, como las que usan de gala los indios de nuestro Perú, y delante de ellos muchos cuartos de carne de ciervos, venados, conejos y avestruces puestos en sus palanganas con una hoguera de fuego en el medio, que continuamente arden de dia y de noche, y todo el pueblo alrededor del sacrificio. Así que vieron entrar al Padre con los indios que le acompañaban, sin desamparar el holocausto, mandaron los principales caciques á algunos de sus indios que fuesen á recibir y asistir al huésped hasta que acabasen con su funcion. Vinieron despues todos, y el Padre procuró agradarlos con variedad de donecillos y en especial al cacique principal que le dió un machete y un poco de estaño, á que
  • 5. mostró su agradecimiento con la liberalidad de comidas que ellos usan. Y por ser de estraña lengua no les pudo hablar el Padre, ni hallar intérprete, y asi le pidió por señas el Padre Agustin, un muchacho que le dieron luego con buena voluntad, y se lo llevó para enseñarle la lengua moxa, con ánimo de volver á ellos con este intérprete en habiendo bastante número de misioneros, y persuadirles los medios de su salvacion. La gente es muchísima, dócil y muy obsequiosa tanto que se pueden hacer muchas reducciones de á más de diez ó doce mil almas, porque no son tierras anegadizas como las que al presente ocupan los Padres, sino muy hermosas y todas capaces de sementeras (Eguiluz 1884 [1696]: 35-36). Escribiendo este texto, Eguiluz evidentemente se basaba en las cartas de Agustín Zapata enviadas desde las misiones de Mojos. Varias de ellas, junto con muchos otros documentos jesuíticos referentes a Mojos, hasta hace unas décadas se conservaban en la Biblioteca Nacional de Lima. Lamentablemente, en 1943 la mayor parte de los manuscritos de la colección de la Biblioteca fue destruida por un incendio. Por suerte, una de las cartas, de especial relevancia para nuestro tema, había sido publicada en 1906 en la colección de documentos del Juicio de Límites entre el Perú y Bolivia. Al parecer, los compiladores de esta colección por alguna razón tenían una afición particular por los textos vinculados con la búsqueda del Paititi. A continuación va un fragmento de esta carta: Acerca de la población grande que V. R. me dice, donde está el indio llamado Paititi, digo que la he visitado en tres años seguidos; está en parages es p (hay un blanco), diversos de estos nuestros, de mejor temple, donde se ve (hay un blanco) y el terruño es cascajoso, y por mejor beben agua de pozo, y la bebí yo muy fresca y delgada; en tres leguas de distancia por tierra están cinco poblaciones grandes, y la mayor es donde está el dicho Paititi, y me parece habría hasta cuatro ó cinco mil almas en esos cinco pueblos, con más modo y aseo, sin comparación, que estos todos que hemos visto; diéronme noticias de muchas poblaciones cercanas, que no pude ver, porque iva en canoa y ya todo lo demás es muy alto de lomerías. […] Yo, en tiempo de aguas, que anda la canoa dos veces más, e andado ocho días rrío abajo donde está la población del Paititi, y en todo este tiempo no hay rrío ninguno que entre en éste, sino rriesitos pequeños. De más á más he estado con unos indios que viven cuatro días de camino rrío abajo, que me dicen que más abajo de sus pueblos entra un gran rrío en éste, el cual viene del Oriente (Zapata 1906 [1695]: 25-26). De todos los documentos conocidos, esta carta presenta la evidencia más sólida del origen de la palabra “Paititi”. Se trata de una información de primera mano, comunicada por el misionero, quien personalmente había conocido al jefe de los cayubabas llamado Paititi y visitó algunas de las poblaciones de esta nación. La descripción geográfica es sobria, sin elementos fantásticos ni alusiones a fabulosos tesoros. La carta está fechada del 8 de mayo 1695, es decir, fue escrita antes del último viaje de Zapata a la tierra de los cayubabas, si en los datos de Eguiluz antes citados no hay confusión. Si tenemos en cuenta que el nombre “Paititi” fue conocido en el Perú antes de la conquista española, su origen no podría atribuirse al nombre propio de un personaje determinado, conocido por Zapata a fines del siglo XVII. Obviamente, se trataría de un nombre hereditario o recurrente o, quizás, no de un nombre propio, sino de una denominación genérica de los jefes locales. Se sabe, por ejemplo, que entre los araonas, etnia de la familia tacana, existía un notable cacique Tarano, de quien habla Álvarez Maldonado (1906 [1570-1629]). El nombre vuelve a surgir en los documentos del siglo XVII, en algunos de ellos como gentilicio (“taranos”: Recio de León 1906 [1623-1627]). Nicolás Armentia se topa con el mismo nombre de jefe araona a fines del siglo XIX (Armentia 2007
  • 6. [1887]). En el caso del Paititi, el nombre (o título) de los jefes pudo haberse transformado en etnónimo, lo cual es un caso típico, y también haberse extendido para señalar un río vecino. Los cayubabas en la actualidad y en la historia El grupo étnico cayubaba (o cayuvava) al cual pertenecía el jefe Paititi, existe actualmente y ocupa los territorios entre el río Mamoré, el lago Rogoaguado y el río Yacuma. Su primera mención en las fuentes históricas la debemos no a los jesuitas sino al franciscano Gregorio de Bolívar, en 1621. Bolívar, quien proporciona unos datos sorprendentemente detallados para su tiempo sobre el oriente boliviano, entre otros grupos étnicos incluye a los “cayabobos”, sin ubicación geográfica precisa, pero en vaga relación con la corriente baja del río Beni (Bolívar 1906 [1621]: 221). Hoy en día el principal centro poblado de los cayubabas es Exaltación de la Santa Cruz (fig. 1), sobre el río Mamoré, antiguamente misión jesuítica, fundada por el padre Antonio Garriga en la primera década del siglo XVIII, poco después de los primeros encuentros con Agustín Zapata. Además del pueblo de Exaltación, los cayubabas forman varias comunidades de menor tamaño. Una de ellas es Coquinal donde en 2006 fue llevado a cabo el proyecto arqueológico “Rogoaguado” (Tyuleneva 2007 y 2010). Fig. 1. Exaltación, 2005 (Foto: Vera Tyuleneva) Para el año 2004 el número estimado de ese grupo era 645 personas. Sin embargo, se pueden aplicar varios criterios de pertenencia al grupo. La población total del municipio de Exaltación, considerado como territorio cayubaba, es mucho mayor que la cifra arriba indicada, pero todos los centros poblados son mixtos por su composición étnica. Los cayubabas viven ahí junto con los movimas, cuyo principal centro administrativo es Santa Ana de Yacuma, y con los numerosos colonos de diversos orígenes y procedencias. Gabriel René Moreno observó todavía a fines del siglo XIX que “el indio de Exaltación tiene ahora consanguinidad con europeos, cruceños, collas y, lo que es sensible, principalmente con negros, zambos y mulatos brasileños (René Moreno 1974 [1888]: 371). Día a día crece la cantidad de familias mixtas. La mayoría de los pobladores de Exaltación y de las comunidades circundantes, quienes se declaran explícitamente como cayubabas, tienen sólo uno de los dos apellidos propio de este grupo, mientras el segundo generalmente es español, movima, quechua o de otro origen. El idioma cayubaba es aislado, no pertenece a ninguna de las familias lingüísticas sudamericanas y no tiene parentesco aparente con ninguna lengua vecina. Hoy este idioma se encuentra al borde de la extinción. Todavía viven unas cuatro o cinco personas quienes afirman saberlo, pero su manejo, tanto del vocabulario como de la gramática, es muy reducido. En el reciente estudio de Adelaar, según los datos proporcionados por Crevels, fueron registrados “dos semi-hablantes en grupo de 800” (Adelaar 2004: 614) y fue expresada la urgente necesidad de una mayor documentación y análisis de esta lengua. Es posible que el vocablo “Paititi” provenga de la lengua cayubaba, aunque no se puede afirmarlo, pues no figura en el único diccionario existente compuesto por Harold Key en los años 1960 (Key 1975). Los morfemas que podrían haber constituido esta palabra existen y están registrados (Key 1967, 1975), pero las posibilidades de reconstruir correctamente su semántica por el momento son mínimas. Volviendo a los textos de Zapata y Eguiluz, sus descripciones geográficas de la tierra de los cayubabas resultan bastante realistas. Es cierto que el río Mamoré a aquellas alturas no recibe
  • 7. afluentes grandes sino sólo ríos menores. El terreno efectivamente es cascajoso. El cascajo de color rojizo es laterita, abundante en óxidos de hierro, tipo de suelo propio de regiones cálidas, que se forma en base a sedimentos. La pureza y el buen sabor del agua de los pozos, en comparación con las de aquellos de la zona de Trinidad, son conocidos. Uno de los detalles enigmáticos en las arriba citadas cartas de Zapata y en los textos de Eguiluz es la mención de un terreno “alto de lomerías” y de “serranías”. Las tierras de los cayubabas son llanas, sin considerables elevaciones. Pero hay que tomar en cuenta que no se conoce con exactitud qué área ocupaba este grupo en los tiempos de su primer contacto con los jesuitas, antes de su reducción en la misión de Exaltación. En 1715 el jesuita Antonio Garriga apunta como límite de jurisdicción de la misión de Exaltación por el lado oeste “los pueblos viejos inclusive, así de Cariobabas [cayubabas] como de Mobinas [movimas]” (Garriga 1906 [1715]: 38). Se comprende que los “pueblos viejos” en aquel momento ya estaban despoblados. Se sabe que los cayubabas vivían a las orillas del Rogoaguado y de varios afluentes occidentales del río Mamoré, pero queda poco clara la cuestión de sus límites hacia el norte y el este y la de su presencia en la margen oriental del Mamoré. Por lo tanto, no se puede decir con exactitud qué lugares visitó el Padre Zapata. Está claro que no sólo navegó por el río, sino que en algunas oportunidades viajó tierra adentro. Se podría suponer que se dirigió hacia el oeste del Mamoré, es decir hacia Rogoaguado, porque en ese territorio, según indica el mapa de las misiones de Mojos de 1713 (mapa 2) y varios otros documentos, se concentraba la mayor parte de la población cayubaba de aquella época. Mapa 2. Misiones de Mojos. 1713 Las descripciones de pueblos grandes de “más de 500 almas” “con más modo y aseo, sin comparación, que estos todos que hemos visto”, proporcionadas por Zapata y Eguiluz, dan una idea de una sociedad económicamente próspera y políticamente bien organizada, lo cual podría explicar los rumores acerca de la “tierra rica” que, transformados y multiplicados, llegaron a los Andes, a Apolobamba y a Santa Cruz en forma de la fantástica leyenda del reino del Paititi. Cerca de los inicios del siglo XVIII la información acerca del jefe cayubaba llamado Paititi es repetida en la “Breve noticia de las misiones de Moxos”, documento atribuido a Diego Francisco Altamirano, que reproduce el dato sin mayores detalles e innovaciones (Altamirano 1979 [1703- 1715]: 222). Hacia el final ya del período de las misiones jesuíticas, en un documento anónimo publicado por Joseph Barnadas, surge una curiosa y sumamente significativa referencia a los cayubaba: El pueblo de la Exaltación es de la nación Cayubaba, de lengua distinta de las otras naciones. Ésta fue la menos bárbara respecto de otras, porque tenían su gobierno, observando en su serie [?] de un modo harto político para bárbaros. Cada pueblo en su gentilidad, como que vivían en behetrías, apartadas unas parcialidades de otras, tenían uno como Gobernador que juntamente era su sacerdote, quien tenía el cuidado de convocar a tiempos su pueblo a un adoratorio, donde hacía una arenga a modo de plática al auditorio, según que lo estilaban; y concluido el razonamiento, daba a cada uno del cómulo a mascar un poco de coca (de la cual esta nación, en su barbaridad, ella sola usaba), siguiéndose a este convite, si no es que le llamamos especie de comunión, el regocijo de sus festejos. Se dice de estos indios que tuvieron comunicación con el Inga y era gente vestida de ricos tejidos de algodón, cuyas labores hasta ahora son de aplauso (Anónimo (Beingolea?) 2005 [1764]: 184-185).
  • 8. El primer dato que llama atención en este conciso cuadro, es el de los supuestos contactos entre los cayubabas y los incas. Aunque no esté sustentado por otros documentos históricos, tampoco por evidencias arqueológicas, a la luz de nuestra problemática este dato resulta de suma importancia. El segundo detalle, que de alguna manera concuerda con el primero, es el del uso ritual de la hoja de coca. En los llanos de Mojos la coca no se cultiva. Actualmente se conoce y se usa por la multiétnica población local gracias a las recientes migraciones de la sierra. Pero en la época de las misiones en Mojos tal práctica no existía. El mismo autor del documento la señala como una excepción. El lugar más cercano donde se registra esta costumbre en forma masiva es el piedemonte andino de Apolobamba, a la orilla occidental del río Beni. El contacto prehispánico entre los cayubabas y las etnias de Apolobabmba (principalmente con los diversos grupos de la familia lingüística tacana) suena muy probable, tomando en cuenta la relativa cercanía geográfica de ambas regiones. El empleo de la hoja de coca entre los cayubaba para fines rituales puede no sólo significar un intercambio entre los cayubabas y los grupos tacanas, sino también hablar de una influencia en las prácticas culturales. Otro posible bien de intercambio entre los indios de piedemonte y los de los llanos podían ser las hachas de piedra que se encuentran en abundancia en toda la extensión del actual departamento del Beni a pesar de la escasez de material para su confección. El comentario de Eguiluz acerca del parecido entre las mantas de los cayubabas y los textiles peruanos encuentra un eco en el texto de la arriba citada crónica anónima que menciona los “ricos tejidos de algodón”. Probablemente no se trata de un parecido realmente cercano entre los tejidos andinos de lana y las vestimentas de los cayubabas. Lo que evoca ese parecido en las mentes de los cronistas debe ser el mismo hecho del uso de ropa tejida, costumbre que en los tiempos prehispánicos no fue muy difundida entre la población de las tierras bajas. El arte textil de los cayubabas se menciona en las fuentes históricas de manera recurrente. Incluso en los tiempos coloniales y republicanos, cuando la gran parte de la población indígena de Mojos ya dominaba el arte textil, y casi en cada reducción había tejedurías, esta etnia parece haberse destacado entre los vecinos por sus tejidos. Los “buenos texidos” de algodón se remarcan en el expediente de la visita de 1792 en el pueblo de Exaltación como uno de los productos comerciales más importantes (ANB GRM MyCh vol. 12 doc VII, 1792: 23). En 1832 d’Orbigny hablaba de los finos tejidos de Exaltación (2002 [1835-47], tomo IV: 1470). Pero ya en el transcurso del siglo XX esta tradición entre los cayubabas desapareció por completo bajo la presión del mercado de los textiles industriales. Se olvidó la técnica del tejido y se extinguieron las variedades locales de algodón. En los años recientes se hizo un intento de revivir este oficio en Exaltación, pero la continuidad de la tradición ya se había interrumpido. No se puede afirmar que la costumbre de producción de textiles y el uso de ropa tejida entre los cayubabas era de algún modo fruto de una influencia andina. Sin embargo, tampoco se puede descartar tal posibilidad. Las noticias brindadas por Zapata y Eguiluz no cayeron en el olvido, y a lo largo de los siglos posteriores en los escritos históricos (especialmente entre los autores eclesiásticos) se difundió la tesis de las tierras de los cayubabas como la fuente inicial de la noticia rica del Paititi (Rodríguez Tena 2004 [1780], Bovo de Revello 2007 [1848], Armentia 1905). Exploraciones de José Agustín Palacios A mediados del siglo XIX los lugares en cuestión fueron visitados por el destacado explorador boliviano José Agustín Palacios. He aquí su testimonio:
  • 9. Deseoso el Supremo Gobierno de saber si el gran Lago Rogo-aguado tenía comunicación con el Beni, o si procedía de él, para facilitar su navegación por el Mamoré, me ordenó que lo reconociera, con cuyo motivo mandé construir un bote y emprendí la marcha. La principié del pueblo de Exaltación que es el más inmediato, con rumbo O. E. N. O. E., cinco leguas hasta la estancia de La Cruz, habiendo pasado media legua antes el río Iruyané, que corre a N. E., abundante de agua y capaz de ser navegado, ignorándose su procedencia que se supone del Beni, o de algunos curiches o pantanos de los campos de Reyes. En la estancia hay un cerro chato, cuya altura es de 300 varas, y su base cuádrupla. Está formado de sorochi blanco criadero de oro, y constantemente está cubierto de pajonal y montaña, entre la que se encuentra el árbol que produce la goma elástica. De allí continué la marcha al OE. un cuarto NOE. hasta la estancia denominada San Carlos, que dista ocho leguas de la anterior y que está situada entre varios curiches con alturas, cuyos buenos pastos mantienen abundante ganado. Continuando la marcha al NOE. y después de haber caminado tres leguas, encontré la laguna Ibachuna o del Viento, que tendrá la extensión de cuatro leguas de latitud y ocho de longitud de N. a S. y cuyo desagüe camina por entre curiches, hasta el lago Rogo- aguado. Seguí dirigiéndome al NO. un cuarto N. dos leguas, cambiando al OE. tres leguas, al NO. dos leguas, y al O otras dos, por terrenos más bajos hasta el gran lago Rogo-aguado conocido también con el nombre de Domú a cuya orilla existen aún vestigios de la antigua población de los Cayubabas, que forman hoy el pueblo de Exaltación, con una zanja o foso en su circunferencia para precaverse sin duda de las incursiones de los Chacobos, Caripunas o Pacaguaras. No encontrando concluido allí el bote con que contaba, me embarqué en una canoa pequeña, dirigiéndome a las dos islas del centro, que distan una legua, y que están cubiertas de bosques impenetrables, cuyo piso es algo superior al lago, no pasando de una vara el fondo de éste en esa parte (Palacios 1944 [1844-47]: 22-23) Los hitos geográficos descritos por Palacios son hoy, después de un siglo y medio, perfectamente reconocibles. Ya se ha mencionado el pueblo de Exaltación, principal centro poblado de los cayubabas. La estancia La Cruz o, por otro nombre, el Cerro de la Cruz, existe todavía. La estancia San Carlos, que desde los tiempos de los jesuitas proveía Exaltación de ganado, actualmente es una comunidad con el mismo nombre situada al borde de una gran isla de bosque hacia el sudeste del lago Rogoaguado. En ambos lugares se hallan múltiples evidencias de la presencia de asentamientos prehispánicos (véase Walker 2004, Tyuleneva 2007 y 2010). La laguna Ibachuna, que hoy se conoce bajo el nombre Guachuna o Huachuna, es una del grupo de las lagunas menores, ubicadas al sur y al este del Rogoaguado: la Guachuna es la más oriental de ellas y la más cercana a San Carlos. Le siguen hacia el oeste la Porfía, la Encerrada y la Fortuna. Lo que tomó Palacios por el desagüe de la laguna Ibachuna, es, probablemente, la boca del río Tapado: “reconocí la boca del arroyo de Ibachuna con grandes curiches” (Palacios 1944 [1844- 47]: 24). Obviamente, el dato que más salta a la vista en esta descripción, es la mención de la zanja que Palacios correctamente atribuye a la población prehispánica. Lo más probable es que se trate de las mismas construcciones de tierra que se pueden observar actualmente al sur de la comunidad de Coquinal (Tyuleneva 2007: 141). El testimonio de Palacios es la primera referencia arqueológica sobre el lago Rogoaguado. El otro nombre del lago (“Domú”) que menciona el autor es un detalle nuevo. Actualmente este nombre no se usa. Las dos islas que visitó Palacios deben de ser Tesoro y Yomomal que se encuentran al frente de Coquinal. En la isla con el sugestivo nombre de “Tesoro” se encontró material arqueológico en 2005 y 2006 (véase Tyuleneva 2010; Echevarría 2008). La isla Yomomal, que está más alejada de la orilla del lago, es pequeña, pantanosa e inhabitable.
  • 10. Algunos datos demográficos Siguiendo la historia de los cayubabas a través de varios siglos, es fácil notar el drástico contraste entre las primeras descripciones de populosas aldeas y las posteriores modestas cifras demográficas. El padre Zapata daba los siguientes alentadores números: “la gente es muchísima, y solo en uno de los pueblos hay más de 2.000 almas, y los demas tendrán 1.800, poco más ó menos” (Eguiluz 1884 [1696]: 34). En su segundo viaje Zapata visitó tierra adentro “muchos y muy numerosos pueblos de más de 500 almas cada uno” (Eguiluz [1696] 1884: 35). Basándose sobre estos datos, el cálculo aproximado de la población total de los cayubabas daría cerca de 4.000 personas como mínimo. Aun suponiendo que el padre Zapata, llevado por la euforia, exageró el número de los potenciales feligreses, la diferencia sigue siendo demasiado notoria. Las excavaciones de John Walker en el sitio El Cerro mostraron una considerable concentración de población en un solo asentamiento (cerca de 2.000 personas), lo cual confirma la información proporcionada por Zapata (Walker 2004: 111). Cuando el padre Antonio Garriga establece la misión de Exaltación en 1709, la funda tan sólo con 400 indios, de los cuales en poco tiempo quedan 120 a causa de una peste (Baptista Morales 1995: 82). Aun tomando en cuenta que no todos los cayubabas desde el comienzo formaron parte del proceso de la reducción, y que una parte del grupo seguía por cierto tiempo viviendo en sus comunidades de origen, esta cifra da un contraste considerable con los cálculos demográficos de Zapata. Una estadística del año 1713 de la población de Exaltación da el número de 1.400 almas (Vargas Ugarte 1964: 83). A los mediados del siglo XVIII la cifra estimada de sus habitantes era de 2.000 personas aproximadamente (Anónimo (Beingolea?) 2005 [1764]: 185). En los tiempos post-jesuíticos, los expedientes de dos Visitas en el pueblo de Exaltación de los cayubabas hablan de 1.061 almas en 1792 y de 1.156 en 1797, respectivamente (ANB GRM MyCh vol. 12 doc. VII, 1792 y vol. 16 doc. VII, 1797). Alcide d’Orbigny cuenta 1.984 habitantes en Exaltación en 1832 (2002 [1835-47], tomo IV: 1470). En estos tiempos, aparentemente, en el pueblo de Exaltación se concentraba toda la población cayubaba, con la pequeña excepción de la arriba mencionada estancia San Carlos. Evidentemente, el número de los cayubabas decayó drásticamente en el momento de la primera reducción, a causa de las epidemias, luego creció y se mantuvo relativamente estable, sin llegar jamás a las cuantiosas cifras iniciales. El fatal impacto biológico del primer contacto directo, que parece ser un cuadro típico para las reducciones amazónicas, indudablemente aportó a la ruptura cultural entre las sociedades mojeñas prejesuíticas y el nuevo orden reduccional. Además, es lógico suponer que el contacto directo entre los jesuitas y los nativos de los llanos de Mojos trajo una segunda, o tercera ola de enfermedades europeas, mientras la primera se había expandido en Sudamérica todavía en el siglo XVI, tras la llegada de los primeros españoles a las Indias. De este modo, se hace más claro por qué las coloridas descripciones de Zapata y Eguiluz no hallan continuación en las fuentes posteriores. Es muy probable que los misioneros que vinieron a reducir a los cayubabas a los comienzos del siglo XVIII ni siquiera hayan llegado a conocer su sociedad en toda su plenitud de antaño, topándose, en vez de una próspera y organizada etnia, con unos pocos sobrevivientes del desastre. La arqueología de la zona Los avances de la arqueología en Mojos son lentos, y se enfrentan con una larga fila de obstáculos, causados por la agreste naturaleza y la falta de infraestructura. Pero en las últimas dos décadas se han hecho grandes pasos adelante. El mayor aporte para el estudio arqueológico de la región en
  • 11. cuestión fue hecho por el investigador estadounidense John Hamilton Walker, quien en los años 1990 trabajó a las orillas de los ríos Omi e Iruyañez, dentro del antiguo territorio de los cayubabas (Walker 2000, 2001, 2004, 2008). En su especialización y sus objetivos, Walker siguió la línea de estudios trazada por William Denevan (1970, 1982, 2001) y Clark Erickson (Balée y Erickson 2006), orientada hacia los patrones agrícolas, los sistemas de subsistencia y la ecología prehispánica. El punto de interés de Walker eran los campos de camellones en las cercanías del Omi y el Iruyañez y los sitios de ocupación vinculados a ellos. Su objetivo fue determinar en qué épocas se cultivaban los camellones, qué población podían sostener, cuándo y por qué razones fueron abandonados (fig. 2). Fig. 2. Campos de camellones en el norte de los Llanos de Mojos (Foto: Vera Tyuleneva) Sus conclusiones se basaron mayormente en los resultados obtenidos en dos sitios de ocupación: San Juan y El Cerro (este último lugar mencionado en el informe de José Agustín Palacios). Las fechas radiocarbónicas de San Juan indican que el sitio fue poblado en los siglos V-VI D.C. En el sitio fueron encontrados en abundancia fragmentos de cerámica con una característica decoración pintada de color rojo/marrón sobre fondo crema (Walker 2004 y 2011). La ocupación de El Cerro es mucho más tardía y corresponde al siglo XV D.C. Para este último sitio, en base a la cantidad de depósitos culturales, Walker calcula un número de población bastante elevado, de entre 1.800 y 2.000 personas. Esta cifra, señala el autor, concuerda con los datos acerca del número de habitantes en los pueblos cayubabas que proporcionan Eguiluz y Zapata, aunque no hay evidencias directas de que El Cerro siguiera poblado en la época del contacto de los cayubabas con los jesuitas, es decir en el siglo XVII. Tal concentración de población, según Walker, se hizo posible gracias a la agricultura intensiva de los camellones. Los trabajos de Walker dan puntos de apoyo en la cronología arqueológica de la zona, aunque se trate tan sólo de un primer paso en la investigación de este amplio territorio. En toda la circunferencia del lago los lugareños, cultivando sus campos, encuentran cerámica fragmentada en grandes cantidades, tanto utilitaria como fina decorada, con diversos tipos de decoración, entre la que se puede constatar la prevalencia de los fragmentos pintados de color rojo/negro/marrón sobre fondo crema. Algunos ejemplos muestran una clara similitud con la cerámica encontrada por John Walker en el sitio San Juan, en otros casos el parecido es más lejano. La misma cerámica se halla en cantidades más reducidas en la isla llamada “Tesoro” mencionada en relación con el viaje de Agustín Palacios, situada a 1 km. de la orilla. Las perlas de la laguna del Paititi Una de las noticias más peculiares sobre la tierra del Paititi se encuentra en los escritos de Juan Recio de León, quien estuvo a comienzos del siglo XVII en los ríos Tuichi y Beni y logró establecer contactos bastante cercanos con los nativos de la zona. Recio narra sobre los indios anamas, quienes vivían cerca de la confluencia del Tuychi con el Beni. De los anamas escuchó el autor lo siguiente: Y preguntándoles qué noticia tenían de la gente que adelante avía, y del rumbo que llevavan estos rríos, me traxeron tres ó quattro yindios principales, muy vaqueanos de aquellas navegaciones; y haziéndoles preguntas, respondieron, que por tierra ó por agua llegavan en quatro dias á vna grande cocha, que quiere decir grande laguna, que todos estos rríos causan en tierras muy llanas, y que hay en ella muchas yslas muy pobladas de infinita gente; y que al Señor de todas ellas le llaman el gran Paytiti, y que los yndios de aquellas yslas son tan ricos, que traen al cuello muchos pedaços de
  • 12. ámbar, por ser amigos de olores, y conchas y barruecos de perlas, lo qual vide yo en algunos Anamas. Y enseñándoles algunos granos de perlas que yo tenía, les dixe, que si se criavan en aquellas conchas estos granos; y respondieron que los Paytites les davan todos aquellos géneros, y que como aquellos granos no los sabían horadar para hazer sartas dellos, que los echavan por ay. Y preguntándoles que de donde lo sacavan, dixeron que también lo avían preguntado á los Paytites, y que les respondieron que de aquella concha (Recio de León 1906 [1623-1627]: 250-251). La descripción se refiere a una laguna grande, a la cual se podía llegar por agua o por tierra en cuatro días aproximadamente desde la confluencia del Tuichi con el Beni. Esta referencia podría ser aplicable al lago Rogoaguado, aunque la distancia real hasta ese punto es algo mayor. Rogoaguado efectivamente, tiene una isla con evidencias de ocupación humana, y es la mencionada isla Tesoro. El detalle que más llama atención en este fragmento escrito, es la referencia reiterada a las conchas de nácar y las perlas que se extraían de la laguna del Paititi. Durante las excavaciones a la orilla norte del lago Rogoaguado en el año 2006 fueron encontradas grandes cantidades de conchas de moluscos bivalvos que, aparentemente, servían como alimento a los pobladores nativos. Montículos constituidos por conchas de moluscos también fueron encontrados a la orilla opuesta del lago (lado sudeste) durante una de las prospecciones en la boca del río Tapado. Hace varios años en otro lugar cercano a la boca del Tapado las mismas conchas fueron halladas en contextos arqueológicos por Jaime Bocchietti, director del museo de Santa Ana de Yacuma (fig. 3). Las muestras recogidas por él se encuentran hoy en el museo (Tyuleneva 2007 y 2010). Los amontonamientos de conchas mezcladas con otros residuos recuerdan el tipo de sitios arqueológicos conocidos en Brasil como “sambaquís” (Prous 1991: 204-265). Hallazgos de conchas enteras en la zona de Trinidad y alto Mamoré, aunque sin datos acerca de su especie, están mencionados por Nordenskiöld en 1913 (véase también Denevan 1980 [1966] : 42; Dougherty y Calandra 1981: 98). Fig. 3. Conchas del molusco Leila Blainvilliana de contextos arqueológicos en la boca del río Tapado (Museo Bocchietti, Santa Ana de Yacuma. Foto: Vera Tyuleneva) Los moluscos del lago Rogoaguado fueron identificados como Leila blainvilliana (Lic. Roberto Apaza, Unidad de Limnología, Universidad Mayor de San Andrés, La Paz). Esta especie todavía habita en el lago Rogoaguado, aunque a juzgar por las grandes cantidades de conchas en los contextos arqueológicos, su población en las épocas antiguas era mayor que hoy. A pesar de insistentes preguntas hechas a los nativos en diferentes partes del departamento del Beni, nadie ha dado evidencias de su consumo actual. Aunque Rogoaguado es el único lugar donde hasta ahora ha sido registrada esta especie en contextos arqueológicos, al parecer es bastante común en las aguas dulces de las llanuras de Mojos, especialmente en las lagunas y los “curiches” (pantanos). Las conchas contienen una gruesa capa de nácar y pueden producir perlas que tienen las mismas características que otras perlas de agua dulce: pequeño tamaño y forma irregular. El nácar de las conchas en las culturas locales, aparentemente también tenía cierto valor. En el museo arqueológico de Trinidad existe en la exposición permanente un collar de este material. Pero para la población prehispánica de Rogoaguado las perlas y el nácar de este molusco debían ser productos secundarios. Su uso principal indudablemente era alimenticio. El valor comercial de las perlas de agua dulce según los criterios de estética y economía occidental, es bastante bajo, lo cual explica el hecho de que la noticia sobre ellas no tuviera mayores consecuencias en los tiempos coloniales. Tampoco hoy este recurso se explota con fines comerciales.
  • 13. De este modo, la información sobre las perlas en la laguna del Paititi que da Juan Recio de León y que repiten algunos otros autores, encuentra una explicación real y corrobora con la suposición de que la legendaria “laguna del Paititi” es Rogoaguado. El Paititi y los incas No nos olvidemos de que el nombre “Paititi” hace su primera aparición en la historia escrita en el Perú, en el año 1542, en la “Relación” de los Quipucamayos, como el “río Patite”, donde el Inca Pachacuti fundó dos fortalezas. El Paititi vuelve a surgir en varias otras fuentes peruanas del siglo XVI y comienzos del XVII: entre otros autores, lo mencionan Juan Álvarez Maldonado, Pedro Sarmiento de Gamboa y Martín de Murúa, siempre en el contexto de las conquistas de los incas en el oriente. Para Maldonado y Sarmiento, Paititi es un río; para Murúa, una provincia. En muchos textos, sobre todo en los tardíos, es recurrente el motivo de los “incas refugiados” en el Paititi. Cabe deducir que los incas tenían un determinado interés en la región en cuestión, organizaron una o varias expediciones en aquella dirección, probablemente usando las preexistentes rutas de intercambio (véase Saignes 1985). Pero aún no queda claro cuán lejos llegaron sus incursiones hacia el oriente y qué carácter tenía su presencia ahí. No hay evidencias de la presencia física de las huestes incas en el norte de Mojos, menos que menos de colonias, enclaves u otros signos de control político, pero sí hay rastros de influencia andina en la región colindante con Mojos, en las cercanías del río Beni. Es posible que el río Paititi de las crónicas sea el Beni (o uno de sus tramos), porque este río sirve de frontera por un lado, y de vía de comunicación por el otro lado, entre las tierras altas y las tierras bajas. Esta suposición ya ha sido expresada antes por Pärssinen y Siiriäinen (2003). Los sitios arqueológicos con posible filiación tawantinsuyana en los alrededores del Beni son: - La red vial de la cuenca del río Tuichi, cuya creación en las fuentes históricas se atribuye a los incas (Estevez 2005); - San Buenaventura, donde fue encontrada una tumba con elementos de ajuar posiblemente andinos (fig. 4; Sagárnaga 1989; Tyuleneva 2007 y 2010); - Baba-Trau (actualmente conocido como Uaua-Uno), asentamiento y cementerio en la corriente media del río Beni, donde en el transcurso del siglo XX fueron encontrados un aríbalo inca, tupus (prendedores) y hachas prehispánicas de metal (del Castillo 1929: 315; fig. 5; Portugal 1978: 99); - La “fortaleza Ixiamas”, estructura fortificada sobre uno de los afluentes del río Beni, con rasgos de ingeniería inca y conocida bajo el nombre popular “cuartel del inca” (Giraut 1975 y Pia 1997); - y la “fortaleza las Piedras” en la confluencia del Beni con el Madre de Dios (Pärssinen y Siiriäinen 2003), donde hace menos de una década fueron encontrados fragmentos de cerámica inca imperial y un adorno de aleación de cobre (fig. 6; Saiquita 2008: 70). Fig. 4. Diadema de oro proveniente de un contexto funerario de San Buenaventura (río Beni), recuperada por el arqueólogo Jédu Sagárnaga (Museo de Metales Preciosos, La Paz. Foto: Vera Tyuleneva) Fig. 5. “Aríbalo” inca y adorno metálico del sitio Baba-Trau (Wawa-Uno). (Según Portugal 1978: 99)
  • 14. Fig. 6. Adorno de aleación de cobre, encontrado en los años 2000 en el sitio “Fortaleza Las Piedras”. (Según Saikita 2008: 70) En varios de estos casos puede tratarse de frutos de intercambio comercial, sobre todo orientado hacia objetos símbolos de prestigio, más que de huellas de contacto directo, pero en todo caso esos ejemplos hablan de unos vínculos fuertes y sistemáticos. Entre los actuales tacana, etnia que vive en la margen izquierda del río Beni, existía un amplio corpus de narraciones y creencias alrededor de la figura del Inca (Hissink y Hahn 1961, tomo 1), del cual aún se conservan algunas versiones. El Inca es un personaje mítico con rasgos sobrenaturales: camina por los picos de las montañas, pone oro y plata en la tierra y planta almendrales y gomales. El principal lugar sagrado de los tacana es el cerro Caquiahuaca, cuyo nombre indudablemente es de origen quechua y significa “lugar del trueno”. Caquiahuaca al mismo tiempo es el personaje protagonista de la mitología tacana, y su figura a menudo se fusiona con la figura del Inca. En el vocabulario tacana desde la época colonial se han registrado múltiples préstamos del quechua y del aymará, lo cual habla de fuertes y prolongados contactos con el mundo andino. Apolobamba colinda hacia el sur con la región conocida en la época colonial como Larecaja, donde las influencias andinas han sido (y son) aún más evidentes y numerosas. Conclusiones Intentaremos reunir los retazos arriba enumerados en un solo cuadro coherente. La célebre noticia rica del Paititi pudo haberse originado en el norte de los llanos de Mojos, tierra poblada en la víspera de la conquista europea por el grupo cayubaba. La agricultura intensiva practicada la región había llevado a un notable crecimiento demográfico, gran concentración de población y había creado una imagen de prosperidad y abundancia que se transmitía en leyendas geográficas entre las etnias vecinas. “Paititi” vendría a ser un nombre hereditario o recurrente (o título genérico) de los jefes locales, luego aceptado como gentilicio y el nombre de la vía fluvial que marcaba la frontera de la tierra del Paititi, el actual río Beni en su corriente media y baja. La fama de la tierra del Paititi llegó hasta los Andes antes de la conquista española y quedó registrada en algunas fuentes peruanas tempranas. Los incas tenían un marcado interés hacia las regiones amazónicas y su presencia militar y política aparentemente llegó hasta la corriente media (y quizás también en su corriente baja) del río Beni, desde donde ellos podían haber establecido vínculos de intercambio con “la tierra del Paititi”, usando como intermediarios a los tacana. La reducción de los cayubabas fue acompañada de una drástica caída demográfica a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII, causada por las epidemias, razón por la cual los misioneros jesuitas, primeros europeos que entraron en contacto directo con esa etnia, no llegaron a observar muchas características de su cultura de antaño. Siglas de archivos ANB Archivo Nacional de Bolivia GRM MyCh Mojos y Chiquitos, colección Gabriel René Moreno Vol. 12, doc. VII: Expediente de la Visita practicada en el Pueblo de la Exaltacion de Moxos: Partido del Rio Mamoré, 1792.
  • 15. Vol. 16, doc. VII: Visita del Pueblo de la Exaltacion de la Santa Cruz que pasó, el Theniente Coronel de los Reales Exercitos, y Gobernador Político y Militar de esta Provincia Don Miguel Zamora, en él més de Enero de 1797. ARSI Archivum Romanum Societati Iesu (Roma) Perú Provincia jesuítica del Perú Bibliografía Adelaar Willem F.H. 2004 The Languages of the Andes, New York: Cambridge University Press. Altamirano Diego Francisco 1979 [1703-1715] Historia de la misión de Mojos, Biblioteca “José Agustín Palacios”, La Paz: Instituto Boliviano de Cultura. Álvarez Maldonado Juan 1906 [1570-1629] “Información de méritos y servicios de... titulado descubridor de Nueva Andalucía, Chunchos, Mojos y Paititi, acompañada de una relación de su descubrimiento”, en Víctor M. Maurtua (ed.): Juicio de Límites entre el Perú y Bolivia. Prueba Peruana Presentada al gobierno de la República Argentina. Vol. VI (Gobernaciones de Álvarez Maldonado y Laegui Urquiza), Barcelona: 1-104. Anónimo (Beingolea, Juan de?) 2005 [1764?] “Noticia de las misiones de Mojos”, en Josep M. Barnadas y Manuel Plaza (ed.): Mojos: Seis relaciones jesuíticas. Geografía – etnografía – evangelización. 1670-1763, Cochabamba: Historia Boliviana: 161-194. Armentia Nicolás 1905 Descripción del territorio de las Misiones Franciscanas de Apolobamba, por otro nombre, frontera de Caupolicán. La Paz. 2007 [1887] “Navegación del Madre de Dios”, en Exploraciones de los Ríos del Sur. Serie Monumenta Amazónica, Lima: Ceta: 461-619. Balée, William; Erickson, Clark Erickson (ed.) 2006 Time and Complexity in Historical Ecology: Studies in the Neotropical Lowlands. N.Y.: Columbia University Press. Baptista Morales Javier 1995 “Misiones de Mojos”. Yachay 12 (21): 71-90. Block David 1994 Mission Culture on the Upper Amazon: Native Tradition, Jesuit Enterprise and Secular Policy in Moxos, 1660-1880, Lincoln: University of Nebraska Press. Bolívar Gregorio de 1906 [1621] “Relación de la entrada de Bolívar en compañía de Diego Ramírez de Carlos a las provincias de los indios Chunchos en 1621”, en Víctor M. Maurtua (ed.): Juicio de Límites entre el Perú y Bolivia. Prueba Peruana Presentada al gobierno de la República Argentina. Vol. VIII (Chunchos), Madrid: 205-237. Bovo de Revello Julián 2007 [1848] “Brillante Porvenir del Cusco”, en Exploraciones de los Ríos del Sur. Serie Monumenta Amazónica, Lima: Ceta: 107-223. Del Castillo Marius 1929 El Corazón de la América Meridional, Barcelona. Denevan William M. 1980 [1966] La geografía cultural aborigen se los llanos de Mojos, La Paz: Editorial “Juventud”. 1970 “Aboriginal Drained-Field Cultivation in the Americas”, Science 169: 647- 654.
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