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AGUA DULCE
  Paco Armada




    relatos cortos
AGUA DULCE
                                                                   Paco Armada



© Textos y fotografías: Paco Armada, 2012




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quier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecá-
nico, el tratamiento informático, la venta, el alquiler o
cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autoriza-
ción previa y por escrito de los titulares del copyright.
I



    Aprovechando el ordenador encendido y conectado a la red, abrí
la página del SIGPAC para echar una ojeada a los mapas que tantas
otras veces tengo visto para planificar alguna de las muchas rutas que
llegué a hacer por toda la geografía gallega. Para esta ocasión bus-
caba algo relativamente cercano, y tenía claro de que se trataba.
    Mi interpretación de las curvas de nivel en los mapas no es algo
de lo que pueda presumir, pero son una primera ayuda antes de bus-
car información por otros medios.
    En esta ocasión, enseguida dejé mi huella dactilar marcada en la
pantalla del ordenador, señalando un punto que me parecía intere-
sante, cerca de Pontevedra. Un pequeño regato en medio de unas
curvas de nivel tan próximas entre ellas me hacía pensar que había la
posibilidad de que existiese una fervenza –traducción gallega de «un
salto de agua», nombre que utilizaré a partir de ahora–, lo que tenía
en mente encontrar desde que comenzé a ver el mapa.
    Una vez bien localizado el lugar, por otros derroteros traté de en-
contrar fotografías u otro material que me indicasen si era un en-
torno que mereciese la pena visitar. Fué una busqueda en vano, lo
que me hizo pensar que sería un lugar poco relevante, aunque por los
alrededores sí había cosas que podían ser interesantes a la hora de
hacer alguna fotografía, una de mis aficiones predilectas; así que
quedó decidido aunque con algunas dudas, en la primera oportuni-
dad, emprendo la ruta.
                                —5—
Paco Armada                                                                                                                            Agua dulce


    Los preparativos para salir de ruta viajando en una Kawasaki KLE      doles por los lugares de las proximidades que mereciesen un alto para
no requieren mucho tiempo. No hay espacio para llevar muchas              hacer alguna fotografía, y aprovechar para preguntar si conocían el
cosas... una muda de ropa, una botella de líquido y la inseparable        lugar al que me dirigía, aunque sin poder dar nombres, y calculando
cámara de fotos. Mi indumentria, la normal de motero, consiste en         que todavía faltaban unos cuarenta kilómetros.
cazadora y pantalón de cordura, botas y guantes; del casco está de           —Ríos por aquí pasan unos cuantos –me dijo uno de ellos– pero
más hablar.                                                               hay que conocer un poco para encontrar los lugares más bonitos,
    Siempre que salgo hacia Pontevedra, mi primera parada es el area      que quedan algo separados de la carretera.
de servicio de Rande, para tomar un simple café. En esta parada              —Bueno, algo encontraré –le contesté convencido que así sería.
siempre me dió la sensación de estar comenzando un largo viaje.
    Después de dejar la autopista y las carreteras principales, es             A los pocos kilómetros llegué a Santa Eufemia, la última aldea
cuando realmente comienzo a disfrutar de mis viajes. Lo sinuoso de        por la que tendría que pasar según los datos que tomé en el mapa del
las carreteras secundarias hacen más amena la ruta.                       SIGPAC, antes de salir de casa.
    En esta ocasión, el clima está ayudando con un estupendo día               Alrededor de un precioso cruceiro se encontraba un grupo de ju-
primaveral que hace que no me preocupe mucho del acelerador para          bilados sentados –lo digo con ese término porque no creo que nin-
ir disfrutando del entorno, cubierto de unos bonitos tonos verdes         guno bajase de los setenta años, aunque en estos lugares ese nombre
del que sobresalen algunas especies que están en plena floración y        es un mero nombre administrativo, ya que los puedes ver trabajando
dan un aspecto multicolor al paisaje.                                     en el campo con la misma o mayor agilidad que muchos jóvenes–,
                                                                          como si fuese la Plaza Mayor de algunos pueblos.
    Ya llevo unas cuantas paradas para hacer algunas fotografías. Ese          Al parar la moto, dejaron sus conversaciones y me radiografiaron
si es uno de los pocos inconvenientes de la moto, el no poder llevar      sin decir una sola palabra entre ellos. Intuía que se preguntaban
todo a mano para parar, fotografiar y continuar la ruta... quita casco,   quien sería ese y que hace por aquí.
quita guantes, coge cámara, dispara y comienza el proceso inverso; y           Bajé de la moto y me acerqué a ellos. Después de un efusivo sa-
claro, aprovechar en muchas ocasiones para fumar el cigarrillo.           ludo, al que me contestaron de la misma forma, les pregunté si co-
    El horario ya no es el adecuado para una nueva parada, en esta        nocían en las cercanías algún establecimiento donde pasar la noche.
ocasión para almorzar. Mi descontrol a la hora de las comidas no es            Esta gente no está muy acostumbrada a que ningún foráneo se
algo inusual. Decidí parar en un bar de uno de los pueblos por los        detenga a conversar con ellos, y sé que les agrada, por lo que quedé
que pasaba y tomé un café mientras comenzaba a entablar conver-           allí un rato contándoles el motivo del por qué me encontraba por allí.
sación con los paisanos que se encontraban en el local, preguntán-        Seguro que les gusta que la gente visite esos lugares, aunque ellos no

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le den el mérito que le damos los visitantes. Es una cuestión de ru-            Lo que se distingue como la entrada principal del edificio debió
tina y la costumbre de verlos. Nos pasa a todos.                            ser en su momento la entrada de las cuadras, y unas escaleras exte-
    —Allí arriba –me comenzó a decir uno de ellos, indicando con            riores de piedra que su momento darían acceso a la entrada de la vi-
el dedo hacia una casa que se apreciaba en lo alto de una loma– están       vienda, acababan ahora en una bonita terraza dispuesta con tres
preparando una casa de turismo rural, pero no sé si ya está funcio-         mesas, presumiblemente del nuevo restaurante. Una terraza que su-
nando.                                                                      pongo será el primer lugar que ocupen los clientes, si el tiempo lo
    —Bueno, me acercaré a preguntar, que no queda tan lejos.                permite, a pesar de estar cubierto, para disfrutar de un buen al-
    —Para llegar, siga recto por toda esta calle y lo lleva directamente.   muerzo o cena.
    La despedida, por mi parte, fué un simple «muchas gracias» y un             Por todo el entorno del edificio estaba descubriendo pequeños
elocuente «hasta luego» de todos los allí reunidos, como si lo tuvie-       rincones, cada cual más acogedor.
sen ensayado, y salí de allí con la sensación de que a mis espaldas             En uno de los laterales de la planta baja, que en principio no está
todas las miradas se dirigían hacia mi hasta que me perdieron de vista      a la vista, por su disposición di por hecho que se trataba de las habi-
en la primera curva. Me quedó la pena de no haber fotografiado              taciones, cada una con una fuerte puerta de madera noble y una ven-
aquel precioso cruceiro, pero seguramente volvería a pasar por el sin       tana bajo la que hay, en cada una, un rústico sillón de madera de dos
que hubiese una reunión tan concurrida como la de ahora.                    plazas. Por lo que descubriría más tarde, las habitaciones eran am-
                                                                            plias, con una cama grande, un secreter rústico con su silla y un có-
    Dejé la moto en una pequeña explanada de tierra, a modo de              modo sillón: el armario era un mueble fuerte de madera de castaño.
aparcamiento, a un costado de la entrada de A Casa das Pedras (La           El amplio baño disponía de una gran bañera que destacaba entre el
Casa de las Piedras), según indicaba un bonito cartel tallado en ma-        resto del típico mobiliario de cualquier baño.
dera y sujeto por unos postes de piedra.                                        Las vistas desde este lugar son amplias, con un típico paisaje rural,
    Un pequeño letrero en una de las columnas que sujetaban el car-         perfecto para unos momentos de relajación antes de acabar el día en
tel, indicaba los horarios del restaurante. Todavía faltaba hora y          la habitación, porque la finca del complejo no daba lugar a que cons-
media para la apertura.                                                     truyesen muy próximo. Todo sembrado de un cuidado cesped, con
    Entré en el recinto del complejo y advertí que allí no había nadie.     una pequeña piscina en uno de los extremos, con sus tumbonas y
Se trata de la típica casa labriega antigua, compuesta por varias cons-     sombrillas para disfrute de los clientes.
trucciones, todas rehabilitadas, al menos por su parte exterior, con            Mientras esperaba que apareciese alguien por aquel desértico
muy buen gusto. No cabe duda que las obras fueron dirigidas por al-         lugar, escogí uno de aquellos acogedores rincones que había visto
guien que conoce muy bien como eran antiguamente esas casas.                con anterioridad, y aguardé acompañado de un libro.

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    En menos de quince minutos escuché el ruído de un coche, pro-       ponsable del restaurante, me das tiempo por si podemos acondicio-
cedente de donde había dejado la moto.                                  narte una habitación para esta noche.
    Al entrar, se dirigió hacia mi un joven moreno, de unos treinta y       —Con una cama, un jabón y una toalla de baño –le dije– me
cinco años, no muy alto pero si corpulento. Di por hecho que era el     doy por satisfecho.
dueño de la casa.                                                           —Tampoco tenemos nada que ofrecerte de desayuno, pero ya
    —Hola –me dijo con voz muy coloquial–, ¿buscas algo?                buscaré la forma de prepararte algo.
    —Hola. Perdona que entrase sin permiso, viendo que no había             De pronto se escuchó una voz femenina con un tono muy can-
nadie –fué lo primero que dije–. Quería una habitación para esta        tarín —¡Holaaaaa! Perdón, creí que estabas solo –le dijo a mi anfi-
noche y me hablaron ahí al lado, en el pueblo, de este lugar. También   trión.
quería algo de cenar, aunque ya me fijé en el letrero con el horario        —Esta es mi hermana Elena y, por cierto, mi nombre es Marcos.
del restaurante y veo que todavía es temprano.                              —Me alegro de conoceros. Yo me llamo Paco –respondí a la pre-
    —Para cenar no hay ningún problema. Ya hace una temporada           sentación.
que estamos trabajando, y en esta época del año abrimos solo los            A el le dí un apretón de manos y a ella un beso en cada mejilla.
fines de semana, incluyendo los viernes como hoy. Pero el tema de
las habitaciones –me contaba con un tono de cierta preocupación–            Elena era una mujer jóven, aunque algo mayor que su hermano,
todavía no lo tenemos inaugurado. Solamente hay una habitación          más alta y con una figura muy bien esculpida, por lo que se intuía a
ocupada y es por unos amigos que vinieron a pasar unos días de va-      través de la ajustada ropa que llevaba; tenía el cabello oscuro algo ri-
caciones y de paso nos echan una mano a la hora de la rehabilitación    zado hasta la altura de los hombros y un semblante moreno, en con-
que estamos realizando, porque todo lo que ves lo estamos haciendo      traste con sus ojos claros; los dos pronunciados hoyuelos en sus
con nuestras propias manos. Cuando llegamos aquí esto era una           mejillas me parecieron de una mujer simpática y estrovertida. Su
ruína que nos dejaron de herencia familiar.                             largo cuello le daba un aire de elegancia. Tuve que esforzarme bas-
    —Pues por lo que vi por fuera, tengo que felicitaros, porque me     tante para tratar de disimular la radiografía que estaba haciendo de
parece un lugar sumamente llamativo y relajante.                        un cuerpo tan sensual y atractivo.
    De todos modos, se me echó el mundo encima, viendo la hora              Marcos le contó mi situación a su hermana y lo que podrían
que era y tener que pensar en buscar alojamiento en una zona tan        hacer. Ella asintió con la cabeza.
apartada como aquella. ¿Y ahora que hago? –pensé.                           —Pues no quiero distraeros –dije dirigiéndome a los dos–. Voso-
    Se quedó un poco pensativo y al rato me dijo... —bueno, si vas      tros hacer lo que tengais que hacer y yo me quedaré aquí leyendo un
a quedarte a cenar, ahora cuando llegue mi hermana, que es la res-      poco, esperando que me aviseis. No tengo prisa para nada.

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   Todavía era temprano pero ya empezaba a oscurecer un poco               De vez en cuando se acercaba preguntándome que tal iba todo,
cuando se me acercó Elena con la carta del restaurante y preguntán-    y a punto estuve de contestarle que los mejores momentos eran
dome si quería cenar dentro o prefería el lugar donde estaba.          cuando llegaba ella. Me alegro de no haberlo dicho, porque me pa-
   —Este me parece un lugar magnífico –advertí–, si no es incó-        reció un piropo ordinario.
modo para vosotros el atenderme aquí.
   —En absoluto; además es mi rincón favorito, donde vengo siem-           Después de la cena me invitó a que los acompañase al interior
pre que tengo un momento libre.                                        del restaurante. Ya habían marchado todos los clientes y sólo quedaba
   —Sabía yo que tenía buen gusto –dije con ironía.                    Marcos con los amigos que pasarían allí la noche y algún empleado
   Se alejó y regresó enseguida con la carta, pero con las dudas que   de la cocina. Fué una reunión muy coloquial, y un momento que
tenía, conseguí convencerla para que escogiera ella el menú.           Marcos aprovechó para enseñarme el interior del local.
                                                                           Entre otras cosas me explicó el nombre del establecimiento, el
    No sé cómo ni por qué, pero de repente me di cuenta que está-      por qué de A Casa das Pedras. En la entrada, donde hay una barra que
bamos los dos allí hablando de forma distendida y entretenida, con-    dá acceso al restaurante, una parte importante del piso es una gran
tándonos un poco el uno al otro las cosas a las que nos dedicábamos.   piedra de granito irregular, imposible para poner algunas mesas y
Parecíamos un par de amigos que llevábamos ya algún tiempo que         unas sillas. Otra gran piedra, de las mismas características, confor-
nos conocíamos.                                                        maba una de las paredes del restaurante. Realmente quedaba bonito
    En un momento determinado, se levantó y me dijo —voy a ver         en los dos casos. Tal y como imaginaba cuando llegué y vi el exterior,
como va tu cena, que estarás pasando hambre por mi culpa.              el interior parecía un verdadero museo, con sus piezas de labranza an-
    No me importaría quedar sin cenar –pensé– por continuar con        tiguas distribuídas de forma muy meditada para conseguir un am-
este ambiente tan agradable que estaba disfrutando con ella.           biente insultantemente acogedor y rústico.
    El menú que escogió para mi no podía estar más exquisito, aun-         Salimos fuera y me llevó a otra de las construcciones, lo que había
que demasiado abundante para lo que estoy acostumbrado a cenar,        imaginado como la antigua bodega, y no me equivoqué. Me dejó
aunque también es cierto que este día no había almorzado nada.         totalmente sorprendido, lo más bonito y espectacular de todo el
    De primer plato, un delicioso revuelto con erizos de mar, y de     complejo. Los útiles tradicionales de una vieja bodega estaban ma-
segundo un rape con una salsa parecida a la bechamel. Un menú          gistralmente combinados con elementos modernistas. Un lugar
muy curioso para encontrarme en una zona rural del interior, pero      digno de aparecer en las publicaciones sobre interiorismo más pres-
seguramente que elegido así por Elena a propósito, sabiendo que era    tigiosas. Me contaba Marcos que ese lugar lo tenía reservado para
de zona costera.                                                       gente y acontecimientos especiales.

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Paco Armada                                                                                                                               Agua dulce


    Llegada la hora, me despedí de todos para irme a mi habitación.             Disfruté de un desayuno que no desmerecía de los mejores buf-
Estaba una noche clara pero fresca, por lo que cogí de la habitación        fetes de cualquier hotel, que no se limitó al aspecto culinario, ya que
una manta que me dejaron de repuesto y, envuelto en ella, me fuí al         tuvo la delicadeza de incluir el periódico.
sofa de la entrada.                                                             Me despedí de Marcos, recogí mis trastos en la Kawasaki y me
    Pasado un tiempo prudencial, dí por hecho que ya todo el mundo          dispuse a emprender la marcha. Ya con la moto encendida, ví hacia
se había ido a dormir, cuando a través de una zona de cierta oscuri-        todas partes por si todavía podía ver a Elena por allí, pero fué en
dad vi una silueta que no podía olvidar.                                    vano.
    —¡Qué abrigadito estás ahí –me dijo Elena.
    A pesar de mi timidez, sin decir nada, hice un gesto que nunca
pensé que haría... extendí el brazo con la manta agarrada, dando a
entender que había sitio para uno más. Sin mediar palabra, se sentó
a mi lado y pasé mi brazo sobre sus hombros, formando un todo con
la manta.
    Hubo de todo... alguna que otra palabra, momentos de silencio,
y finalmente unas cómplices caricias y besos que continuaron den-
tro de la habitación.
    Por la mañana me despertó un pequeño tirón en la barba. Allí
estaba ella, terminando de vestirse y con una sonrisa pícara que mos-
traban los hoyuelos de su rostro.
    —Más tarde seguramente aparecerá mi hermano con algo que
ofrecerte para desayunar. Yo tengo que irme a casa.
    Viendo hacia atrás, sin apartar su mirada de la mía, caminó len-
tamente hacia la puerta. Se detuvo allí un instante y observé como, sin
perder la sonrisa, sus ojos brillaban de forma diferente y no tuvo fuer-
zas para reprimir que una lágrima callese por su cara. Estuve a punto
de levantarme e ir hacia ella, pero enseguida desapareció tras la puerta.
    Antes de darme una ducha, quedé allí un rato en la cama, con la
mirada perdida y pensando, ¿volveré algún día?

                                — 14 —                                                                     — 15 —
II



    El clima fue mi aliado otra vez en el día de hoy, con una tempe-
ratura de lo más agradable, pensando en el calor que desprende la ca-
zadora de cordura que llevo siempre para viajar en moto.

    Tal y como había pensado, hice mi primera parada a los pocos
metros, junto al cruceiro donde ayer me encontrara con el grupo de
jubilados. Hoy estaba solitario y pude hacer unos cuantos disparos
con mi cámara.
    En un par de ocasiones tuve que preguntar por las carreteras que
debía seguir, y la indicación más clara me la dió una mujer que es-
taba trabajando en el campo.
    —El único lugar que se puede parecer a lo que usted dice debe
ser detrás de la capilla de San Cosme –aunque lo dijo sin mucho
convencimiento, lo que me hacía pensar que no descubriría ningún
paraje espectacular–. Tiene que coger la carretera que baja ahí de-
lante y pronto encontrará la capilla. Allí tiene que buscar el río.
    Continué mi camino, atento a ver la capilla, pero ya llevaba unos
cuantos quilómetros y no veía nada. O la capilla no estaba tan pró-
xima a la carretera o transité junto a ella y me pasó desapercibida en
un momento en que iba más atento a la conducción, porque me
encontraba en una zona de bastantes curvas.
    Retrocedí, pensando que tal vez la carretera que me indicara
aquella mujer, era otra.
                               — 17 —
Paco Armada                                                                                                                           Agua dulce


    Yendo de camino de vuelta, me fijé en una pequeña caseta al          grupo de gente bulliciosa, como me tiene ocurrido en lugares simi-
borde de la carretera. —No puede ser esa la capilla –pensé–, ahí ma-     lares.
lamente entra el cura. De todos modos aparqué la moto.                       La vegetación de todo el entorno es el clásico de un lugar como
    Excepto la parte que daba a la carretera, el resto estaba cubierto   este, con unos helechos matizados en un verde intenso, signo de fres-
por una espesa vegetación, y no podía reconocer camino alguno.           cura, y alguna que otra especie de las que desconozco sus nombres.
Traté de afinar el oído por si escuchaba el sonido del agua, pero lo     Los árboles se distribuían entre algunos robles y abedules.
que se sentía parecían más bien las ramas de os árboles al mecerse con       Las fervenzas tenían dos características que las diferenciaban. En
el viento.                                                               una de ellas el agua caía tropezando sobre las piedras de la pared y
    En un momento tuve la intuición de que un diminuto sendero,          desplazando el agua al medio de la poza, mientras que en la otra,
cubierto de hierba –señal de que hacía tiempo que nadie transitaba       algo más grande, el agua caía dejando un pequeño espacio desde la
por allí– se presentaba ante mi.                                         pared, aunque no vi la forma de pasar a través de ese hueco, algo que
    A los pocos metros, el espacio comenzó a ser un poco más amplio      se me antojaba un placer.
y ahora sí tenía la sensación de estar escuchando el sonido del agua.        Desde que llegué, el tiempo se había detenido. No puede ser que
    No podía creerme lo que estaba viendo. Me quedé sentado un           en un rincón tan reducido pudiese haber tanta belleza.
buen rato en el tronco de un arbol caído, admirando aquel paisaje            Menos mal que habia desayunado bien y abundante, porque
que parecía recién sacado de un cuento, antes de ponerme a exami-        abandonar ahora este lugar para irme a almorzar hubiese sido un cri-
nar un poco todo que allí había.                                         men. Tenía que seguir disfrutándolo.
    El agua de sus dos fervenzas, de una altura considerable, caía con
fuerza en una pequeña poza, que a diferencia de otras que tengo              Me acerqué un momento hasta la moto a buscar la botella de
visto, su agua era oscura y no se podía apreciar el fondo.               agua que tenía en la maleta. Al regresar, unos metros antes de llegar
    Como si perteneciese a otro río diferente, frente a las fervenzas,   a la poza, quedé petrificado, inmovil. Lo que estaba viendo no podía
el agua bajaba zizagueando por una zona con escaso desnivel, rom-        ser real y no estaba soñando, o al menos me negaba a que así fuese,
piendo entre las piedras de su poco profundo cauce.                      y no era un espejismo.
    El lugar era una pequeña y profunda fraga con muy poco espa-             Jugueteando en medio de la pequeña poza con el agua que caía
cio para moverse por ella, lo que me hizo pensar que no era un lugar     de la fervenza, una muchacha estaba nadando y se la veía disfrutar del
ideal para una familia que pensara pasar un día de pic-nic. Segura-      agua.
mente ese era el motivo de que no fuese muy conocido. Me alegré de           Allí, paralizado, oculto por algo de la exhuberante vegetación, no
ello, porque lo que menos me agradaría allí sería encontrarme con un     sabía que hacer. No sé el tiempo que estuve observándola, pero no

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Paco Armada                                                                                                                            Agua dulce


quería que ella me viese en aquella situación, ocultándome, como si           —Mi nombre es Paco –me presenté, dándome cuenta de la forma
fuese el típico despreciable «mirón» contemplando a una bella mujer.      ordinaria y tonta de la presentación–, ¿y tu como te llamas?
    Decidí continuar hacia adelante, disimulando como si no hu-               Extendió los brazos con las palmas de las manos hacia arriba e in-
biese visto a nadie. En el momento en que advirtió mi presencia, se       clinó hacia un lado la cabeza, como indicando que no sabía de que
precipitó a esconderse detrás de la fervenza.                             le hablaba o tral vez tratando de hacerme saber que no me importaba.
    Me senté disimulando que estaba leyendo un libro, pero no de-             —Pues te llamaré Nefrey, el nombre de una diosa del agua, según
jaba de mirar de reojo hacia el lugar por donde había desaparecido.       leí hace poco en un libro.
    No sé el tiempo que transcurrió, pero estaba extrañado del                —Me gusta Nefrey –me dijo– pero no soy ninguna diosa. –No
tiempo que aguantaba en aquellas gélidas aguas, o tal vez por detrás      lo dijo como si pensase que me estaba burlando, sino con cierto tono
de aquella fervenza había alguna especie de tunel por el que había lle-   de humildad.
gado, ya que desde donde yo había dejado la moto no veía posible              Poco a poco fue abandonando su timidez y comenzó a nadar
otro camino de acceso.                                                    hacia mi, al tiempo que iba transformando su gesto desconfiado por
    Después de un tiempo, que a mi me pareció eterno, vi como aso-        una leve sonrisa.
maba timidamente la cabeza por uno de los costados de la fervenza.            Su forma de hablar y sus gestos me hicieron ver que no se trataba
    Hubo un prolongado cruce de miradas que aproveché para exa-           de la típica mujer a la que se le sube a la cabeza su hermosura y se
minar cada milímetro de su rostro. La piel oscura de su cara tenía un     comporta de forma altruista. Todo lo contrario, veía en ella una
brillo especial que le daba el agua; sus enormes ojos también oscu-       mujer discreta, accesible y modesta.
ros me traspasaban el alma y su cabello, que suponía rizado, se ex-           Así como iba acercándose, su rostro me parecía cada vez más her-
tendía formando un círculo por la superficie del agua con un              moso. Con la oscuridad del agua no podía intuír el resto de su
movimiento rítmico producido por las ondas que formaba la fer-            cuerpo, pero en un momento dejó al aire sus hombros, algo que me
venza.                                                                    parece de las partes más sensuales de una mujer, y los suyos eran
    —¡Hola! –fue un simple y tímido saludo que se me ocurrió por          como los que había soñado en muchas ocasiones.
romper aquel silencio.                                                        Sin salir del agua, se acomodó junto a mi dejando sus senos tam-
    Ella me contestó con otro —¡Hola! –similar al mío, también muy        bién a la vista. Unos senos con proporciones perfectas y firmes, po-
tímido.                                                                   siblemente por la temperatura del agua.
    A pesar de esa simple palabra, su voz me dejó bastante perplejo.          Mi corazón latía con tal intensidad que creo que se podía escu-
No tenía acento extranjero, pero noté como si fuese de alguien que        charse en el ambiente, a pesar del ruído estridente producido por el
está comenzando a conocer el idioma.                                      agua de las fervenzas.

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Paco Armada                                                                                                                             Agua dulce


    No me atreví a pedirle que saliese del agua para sentarse junto a      que quedé con cierta incertidumbre. Se dirigió a la parte del río
mi, en el tronco tumbado donde estaba, aunque tampoco ella dió             donde el agua, frente a las fervenzas, bajaba entre las piedras.
muestras de querer hacerlo. Tal vez no tenía intención de mostrar              Mi asombro superó todas las espectativas. Cuando llegó a ese
todo su cuerpo, ni yo me veía tan desesperado por verlo, aunque            lugar, dió una especie de fuerte aleteo y fue cuando, por primera vez,
tengo que reconocer que me gustaría. Lo que sí seguía era descon-          vi todo su cuerpo. Hasta la cintura era el escultural cuerpo de la
certado pensando en como podía aguantar tanto tiempo sumergida             mujer que había visto, pero de cintura hacia abajo era el cuerpo de
en aquel agua de tan baja temperatura.                                     una nutria. ¿Acababa de estar con una sirena? En ese caso, ¿una si-
                                                                           rena especial, una sirena de agua dulce?
    Apenas hablábamos, casi todo se limitaba a una conversación con
la mirada, y las pocas palabras que intercambiamos trataban sobre lu-          Desde siempre, los cuentos de sirenas los podemos leer conti-
gares tan mágicos como el que estábamos en ese momento. Me llamó           nuamente, con todo tipo de interpretaciones, pero esto que estaba vi-
la atención lo familiarizada que parecía sentirse con ellos, y la satis-   viendo era otra historia, esto era real. Acababa de vivirlo y no podía
fación con que nombraba algunos, aunque también noté tristeza en           creérmelo, ¿o es qué hasta tal punto pudo llegar mi imaginación?
su rostro al hablar de otros, algunos que yo conocía y me parecían         ¿era ya hora de despertar de algún sueño? ¿puede ser que lo que ví se
maravillosos, aunque manipulados por la mano del hombre. Respeté           limitase a un efecto óptico que mi mente interpretó de forma ex-
su pensamiento y no quise preguntarle por los motivos, aunque ima-         traña? A mi cabeza llegaron infinidad de preguntas y de repente me
giné que sería la consecuencia de esa manipulación; el simple hecho        entró una ansiedad increíble, pensando en las últimas palabras
de notar tristeza en su rostro me pareció suficiente para no urgar en      cuando le pregunté si volvería a verla al día siguiente. En caso afir-
su sentimiento. Estaba resultando todo muy bonito como para es-            mativo, ¿cómo reacionaría? Son tantas las cosas que me gustaría saber
tropearlo.                                                                 que me asustaba tanto su reación como la mía.
                                                                               Con ese asombro y la mente en blanco, me costó abandonar el
     El sol comenzó a teñir los preciosos colores del entorno en otros     lugar pero ya comenzaba a oscurecer, y me quedé con la idea de que
más grises y apagados, cuando me dijo que ya era hora de abandonar         mañana regresaría y podría volver a verla.
el lugar. La despedida fue una profunda mirada, mientras aproveché             En todo el viaje de regreso a casa no podía pensar en otra cosa, y
para decirle —Quería hacer algunas fotografías, pero ya no hay la luz      ya en ella apenas pude conciliar el sueño. Aunque la sensación era ex-
adecuada. Regresaré mañana, y me gustaría volver a estar contigo.          trañísima, me consideré el hombre más afortunado de la Tierra.
     Me contestó con una deliciosa sonrisa que interpreté como un
sí, lo que me llenó de placer, aunque también tengo que reconocer

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III



    Este día me levanté temprano, sin apenas haber dormido. Me dí
una buena ducha para terminar de despejarme, aunque con todo lo
que tenía en la cabeza, ya estaba bastante despejado.
    Cogí los trastos del día anterior y salí en busca de la moto. En esta
ocasión no fuí al área de servicio de la autopista. Paré en la cafetería
de un amigo para tomarme el típico café con leche y un croissant.
    No me atreví a contar nada de lo que me había sucedido el día an-
terior, no solo por el convencimiento de que no me creerían, sino que
quería guardármelo todo para mi.
    Todavía era temprano pero tenía prisa por reanudar la marcha y
llegar cuanto antes a la fervenza. ¿Estaría allí mi diosa Nefrey?
    Durante todo el camino tuve un intercambio de sensaciones, ilu-
siones y desánimos pensando en si la vería. ¿Sentiría ella esas mis-
mas sensaciones que yo? Lo que tenía claro es que ella era consciente
de que conocía su secreto... o no tan secreto, porque nunca dió mues-
tras de querer ocultarme nada.

   Hice todo el viaje de un tirón, a excepción de una pequeña pa-
rada para repostar gasolina.
   Al llegar junto a la ermita de San Cosme, aparqué la moto a la
sombra y recogí todos los intrumentos fotográficos. En ese momento
me dí cuenta que el día anterior no había hecho ni una sola foto-
grafía de las fervenzas.
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Paco Armada                                                                                                                          Agua dulce


    Me encontraba al borde del agua y tuve una increíble sensación      Mi mano quedó paralizada a mitad de camino, pero no pude con-
de soledad. Tal vez todavía era temprano, pero la idea de que Nefrey    tenerme y, mientras nos mirábamos fijamente el uno al otro, aparté
no apareciese recorrió mi cerebro. Me pasé un largo rato viendo para    el cabello que tapaba parte de su rostro. Su respuesta fue una suave
el agua, con los ojos enrojecidos y aguantando que me saltase alguna    sonrisa.
lágrima.                                                                    Estábamos tan cerca el uno del otro que sentí unas ganas irrefle-
    Con algo de desesperación y tristeza comenzé a gritar —¡Hola!,      mables de besarla en los labios. Ella lo notó y me frenó pasando sus
¡hola!, ¡Nefrey! ¿estás por aquí? La única respuesta que tenía era el   dedos por mis labios con tal dulzura que me dejó todo el cuerpo in-
agua rompiendo contra la poza.                                          movilizado.
    Sin mucho convencimiento me puse a hacer algunas fotografías,           Fueron unos momentos de tensión pasional tan intensos, por
aunque no sé si por mi estado de ánimo, pero ninguna me parecía         parte de ambos, que en otras circunstancias hubiese desencadenado
buena, aunque también es cierto que el escaso espacio que había no      en la fusión de nuestros cuerpos. Era tal esa tensión que algo había
permitía buenos ángulos.                                                que hacer para relajarnos antes de que nuestros cuerpos estallasen.
    Recogí la cámara en su bolsa y el trípode en su funda y me quedé        A modo de juego, puse mi mano sobre su cabeza y la sumergí en
allí sentado, pensativo, en el mismo tronco caído donde estuviera       el agua. Al salir a la superficie, con una sonrisa cómplice, rodeó mi
ayer. Creo que me puse a soñar despierto.                               cuello con sus brazos y me besó en los labios.
    —Hola –me pareció escuchar vagamente, sin distinguir de donde           —Esto es una locura, una agradable y deliciosa locura –me dijo–.
procedía aquella voz.                                                   Ya viste ayer , cuando nos despedimos, lo diferente que somos.
    —Hola Paco –volví a escuchar nuevamente sin saber otra vez la           Asentí con la cabeza, acariciando su rostro y apartando las gotas
procedencia, aunque en eta ocasión si distinguí que era la voz de Ne-   de agua que había por su cara.
frey.
    En ese momento, la sensación de todo mi cuerpo cambió radi-             Cuando había llegado, a primera hora, me había quitado el pan-
calmente. Me dí cuenta que estaba jugando conmigo a «las escondi-       talón de cordura que uso para ir en la moto y quedé con unas ber-
das», saludándome cada vez desde un lugar diferente.                    mudas para estar más fresco y al menos poder meter las piernas en
    Me impacientaba y empezaba a tener ganas de volver a ver su ros-    el agua.
tro, cuando de repente surgió del agua justo al lado de donde me en-        No sé sobre que se apoyó, pero quedó a mi altura, me quitó la ca-
contraba sentado.                                                       miseta y me abrazó rozando sus senos contra mi y pegando su cara
    Mi primera intención fue acercar mi mano para acariciar su ca-      contra la mía. Fue un momento que no puedo medir en el tiempo,
bello, pero hizo un gesto, con cara de asombro, de querer apartarse.    pero podría quedarme así, acariciando su suave y húmeda espalda

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Paco Armada                                                                                                                          Agua dulce


todo el tiempo del mundo. El contacto de sus senos me producía             —Es una historia larga, entre el mundo de tu especie y el mío. No
una excitación tal que inevitablemente hacía que ella tuviese que      quiero culparte de nada, pero los humanos estais consiguiendo nues-
notar la erección a la que estaba sometido.                            tra completa extinción.
    Estábamos los dos en un estado de éxtasis tan profundo que no          La historia que comenzó a contarme me pareció de lo más real,
existía nada más que nosotros dos a nuestro alrededor. A pesar de      y sí me hacía tener la sensación de cierta culpabilidad.
todo, en un momento en que me fijé en su mirada, aparte de sentir          Como si del mismísimo muro de Berlín se tratase, la construcción
lo a gusto que estaba, también noté un algo de tristeza en esa mi-     de innumerables embalses dividió en grupos más pequeños de lo que
rada.                                                                  ya eran sus individuos, al margen de limitar el acceso a a zonas donde
    —¿Ocurre algo? –le pregunté con preocupación.                      se abastecían de alimentos, lo que produjo la aniquilación de muchos
    —Podría estar así contigo –me contestó– hasta que te aburrieses    de ellos. La contaminación de muchos ríos, sencillamente los ase-
de mi.                                                                 sinó descaradamente. La desecación de muchos cauces los hizo des-
    —Estás loca, nadie puede estar en estos momentos tan feliz como    aparecer por deshidratación, y así cantidad de motivos que los
lo estoy yo.                                                           humanos pudimos y podemos evitar.
    Se quedó un rato pensativa y luego me dijo —Hay algo que tengo         Me contaba Nefrey que lleva muchos años tratando de sobrevi-
que contarte. Existe la posibilidad de convertir mi cuerpo en el de    vir en unas condiciones de extrema dureza, en soledad, y vigilando
una mujer de tu especie, aunque sea tan solo durante unas horas.       a escondidas los pocos entornos habitables que quedan para su es-
    Me pareció algo totalmente extraordinario, pensando en poder       pecie, por lo que conoce bien los hábitos humanos, de los que des-
hacer el amor con ella.                                                taca la falta total de sensibilidad a la hora de conservarlos.
    —Es algo que solo puedo hacer una vez en mi vida y lo estaba re-       No quería ser egoísta ni hacerle pensar en desinterés por mi parte,
servando para una ocasión muy especial, y tu eres especial.            pero le hablé sobre esa transformación que me mencionó.
    A estas alturas no me parecía que sus palabras pudiesen rubori-        —Me muero de ganas por hacer el amor contigo –le dije viéndola
zarme, pero noté un ardor en mi cara que me hacía pensar que sí era    fijamente a los ojos–, pero no soportaría que te ocurriese algo por no
posible.                                                               poder disponer de esa opción para escapar de alguna situación de
                                                                       emergencia.
   Estábamos los dos con los mismos sentimientos, pero presentía           Me acarició la cara y me dió a entender con su sonrisa que ella
que algo ocurría con esa transformación de la que me hablaba.          también lo deseaba.
   —¿Por qué no lo hiciste hasta ahora? –pregunté con incerti-             La abrazé con fuerza, como queriendo disculparme por todo el
dumbre–. Cuéntame que te preocupa.                                     mal que le estábamos haciendo, pero quiso hacer una pausa de estar

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con esos malos tragos y se separó de mi para comenzar a jugar y dis-         Veía cada centímetro de su figura y estaba tan fascinado que era
frutar del momento que llevábamos juntos, chapoteando en el agua         incapaz de moverme, esperando que llegase junto a mi. Me estaba
hasta dejarme totalmente empapado. La sonrisa volvió a su rostro y       dando cuenta de que el cuerpo perfecto de mujer sí existe y estaba
yo me limité a disfrutar de su presencia.                                practicamente a mi lado. Las curvas de sus caderas y aquellas piernas
    Sabía que no era posible, pero tuve tiempo para soñar que en         largas tan bien esculpidas, con unas rodillas modeladas en armonía
otras circunstancias habría algunas cosas que podríamos hacer jun-       con el resto, sin el mínimo defecto, eran una verdadera provocación
tos y me resultarían extraordinarias. Pasear juntos por un parque, co-   para mis sentidos.
gidos de la mano; sentarnos en alguna terraza a tomar algo mientras          El espacio que había junto al tronco del viejo roble caído donde
conversábamos de cualquier tema... entiendo que es egoista por mi        me sentaba era escaso pero ¿quién necesitaba más? Su cuerpo sobre
parte, porque seguramente sus propuestas serían mucho más intere-        el mío me dejó prisionero en una carcel de la que no quería escapar.
santes.                                                                  Estaba en una deliciosa celda de castigo.
    Encendí un cigarrillo para relajarme mientras la observaba y en-         Acaricié cada milímetro de su cuerpo suave mientras nos besába-
seguida me dijo —Vés, eso al final acaba también en el río.              mos en la boca en un único beso sin que fuésemos capaces de sepa-
    —De eso nada, chica lista –le contesté–, y metiendo la mano en       rar nuestros labios. Era tal la intensidad del momento que ni siquiera
el bolsillo saqué un pequeño cenicero. Esto me lo regaló una buena       se escuchaba el sonido del agua. Los dos sentíamos una excitación tan
amiga malagueña.                                                         fuerte que éramos incapaces de controlarla.
    —¿Chica? –me respondió sonriendo– soy Nefrey, ¿o ya no lo re-            Mientras hacíamos el amor, Nefrey mostraba una pasión llena de
cuerdas? aunque no soy ninguna diosa.                                    placer que también hacía mío, y nuestras miradas se perdían en el es-
    —Nefrey, una sirena de agua dulce –le dije.                          pacio, mientras nuestros cuerpos se movían al unísono, ritmicamente
    Sonrió con picardía y nuevamente comenzó a chapotear el agua         y nuestra respiración se aceleraba cada vez más con algún que otro ge-
contra mi.                                                               mido.
                                                                             Quedamos extenuados, con los cuerpos sudorosos como si aca-
   De pronto, su rostro cambió la sonrisa y se convirtió en un gesto     básemos de salir del agua.
que intuí con rasgos sensuales.                                              No intercambiamos palabra alguna y éramos incapaces de sepa-
   Comenzó a acercarse lentamente hacia mi, saliendo del agua y          rarnos ni un solo milímetro el uno del otro. No sé por cuanto tiempo
dejando cada vez más partes de su cuerpo al descubierto. Había de-       estuvimos así, pero debió ser prolongado aunque no era esa mi sen-
cidido dar marcha adelante con la transformación y yo no podía ne-       sación, hasta que Nefrey se incorporó y, agarrándome de la mano,
garme ni evitarlo.                                                       hizo un ademán de dirigirnos hacia el agua.

                               — 30 —                                                                   — 31 —
Paco Armada                                                                                                                           Agua dulce


    —Voy a morir helado –le dije sorprendido– en este agua tan he-           Quedé allí inmerso en mi soledad y me encontraba desorientado;
lada.                                                                    casi no podía saber donde estaba, viendo de un lado para otro para
    —Mientras estés en contacto con cualquier parte de mi cuerpo         tratar de ubicarme.
–dijo con todo convencimiento–, no sentirás frío en el agua.
    Así ocurrió, aunque no se si era por su indicación o por el estado      Aquel lugar y todo lo que allí aconteció quedó grabado en mi
en que me encontraba.                                                    mente para siempre. Nunca llegué a saber el nombre de aquel paraje
    Continuamos con nuestros juegos eróticos en el agua, esta vez        y continúa siendo un emplazamiento que nunca recomendé a nadie
con gestos sonrientes y fundiendo nuevamente nuestros cuerpos en         para visitar; lo quería para mi. Aún sin ella, desde aquellos días el
uno solo. La sensación era tan excitante que olvidé que estábamos en     lugar sigue siendo mágico, y cada cosa permanece en su sitio.
el agua y la fuerza de la fervenza golpeaba sobre nuestra piel. Lo
único que sentía era que me encontraba nuevamente dentro de ella,
que nuevamente éramos uno solo. Apartaba el cabello de su cara y era
incapaz de dejar de besar aquellos labios mojados mientras ella me
miraba con pasión.
    Pasamos todo ese tiempo sin intercambiar palabra alguna, y la
única comunicación era la complicidad de miradas y sonrisas... y
¡cuánto nos decíamos con aquello!

    Llegó un momento en que advertí algo extraño en ella. El agua
que había en su cara no era agua del río, eran lágrimas. Ella se per-
cató de que me había fijado en ese detalle y me pidió que saliese del
agua.
    Me quedé un rato desconcertado pero acaté su decisión, pasando
antes las yemas de mis dedos por aquellas lágrimas para borrarlas
pero nuevamente surgían otras. ¿Qué estaba sucediendo?
    Una vez fuera del agua, quedó viendo para mi fijamente, me
lanzó un último beso con la mano y desapareció entre las aguas. Fue
la última vez que la vi.

                               — 32 —                                                                  — 33 —
EPÍLOGO



    Desde hace ya muchos años, una de mis aficciones de tiempo
libre es hacer rutas para conocer lugares nuevos y recordar otros que
visité tiempo atrás.
    En esta ocasión me encontraba por las Fragas del Eume, entre
otros motivos por las ganas de ver las obras de rehabilitación de las
que había escuchado hablar sobre el monasterio de Caaveiro.
    Era también una buena oportunidad para disfrutar del río que, a
pesar de que ya lo conocía, siempre me deleitaba encontrando cosas
nuevas.
    En una zona con una vegetación tan espesa que apenas dejaba
entrar la luz del sol y el río se estrechaba hasta el punto en que casi
se podía cruzar con un par de saltos, me detuve a descansar un rato.
    Las aguas del río corrían mansas en aquel lugar, y me llamó la
atención unas pequeñas ondas en la superficie. En principio imaginé
que eran producidas por algún pez que nadaba por allí, pero para
mi sorpresa, en la otra ribera del río, entre la vegetación, una nutria
se revolcaba jugando con el agua.
    Según mis escasos conocimientos, estos animales solo se encuen-
tran en zonas fluviales donde la contaminación es escasa o nula, por
lo que cada vez es más difícil encontrarlos. Me alegró pensar que allí
se diesen esas condiciones.
    A pesar de la idea que tenía de que se trata de un animal huidizo,
no se inmutó ante mi presencia y continuó jugueteando, incluso
                               — 35 —
Paco Armada


acercándose descaradamente a mi en alguna ocasión a una distancia
prudencial, lo que me producía una sensación agradable, con la per-
cepción «ilusoria» de que podría acariciarla.

   Hacía tres años que había visto a Nefrey por última vez.




                             — 36 —

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Agua dulce

  • 1. AGUA DULCE Paco Armada relatos cortos
  • 2. AGUA DULCE Paco Armada © Textos y fotografías: Paco Armada, 2012 Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por cual- quier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecá- nico, el tratamiento informático, la venta, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autoriza- ción previa y por escrito de los titulares del copyright.
  • 3. I Aprovechando el ordenador encendido y conectado a la red, abrí la página del SIGPAC para echar una ojeada a los mapas que tantas otras veces tengo visto para planificar alguna de las muchas rutas que llegué a hacer por toda la geografía gallega. Para esta ocasión bus- caba algo relativamente cercano, y tenía claro de que se trataba. Mi interpretación de las curvas de nivel en los mapas no es algo de lo que pueda presumir, pero son una primera ayuda antes de bus- car información por otros medios. En esta ocasión, enseguida dejé mi huella dactilar marcada en la pantalla del ordenador, señalando un punto que me parecía intere- sante, cerca de Pontevedra. Un pequeño regato en medio de unas curvas de nivel tan próximas entre ellas me hacía pensar que había la posibilidad de que existiese una fervenza –traducción gallega de «un salto de agua», nombre que utilizaré a partir de ahora–, lo que tenía en mente encontrar desde que comenzé a ver el mapa. Una vez bien localizado el lugar, por otros derroteros traté de en- contrar fotografías u otro material que me indicasen si era un en- torno que mereciese la pena visitar. Fué una busqueda en vano, lo que me hizo pensar que sería un lugar poco relevante, aunque por los alrededores sí había cosas que podían ser interesantes a la hora de hacer alguna fotografía, una de mis aficiones predilectas; así que quedó decidido aunque con algunas dudas, en la primera oportuni- dad, emprendo la ruta. —5—
  • 4. Paco Armada Agua dulce Los preparativos para salir de ruta viajando en una Kawasaki KLE doles por los lugares de las proximidades que mereciesen un alto para no requieren mucho tiempo. No hay espacio para llevar muchas hacer alguna fotografía, y aprovechar para preguntar si conocían el cosas... una muda de ropa, una botella de líquido y la inseparable lugar al que me dirigía, aunque sin poder dar nombres, y calculando cámara de fotos. Mi indumentria, la normal de motero, consiste en que todavía faltaban unos cuarenta kilómetros. cazadora y pantalón de cordura, botas y guantes; del casco está de —Ríos por aquí pasan unos cuantos –me dijo uno de ellos– pero más hablar. hay que conocer un poco para encontrar los lugares más bonitos, Siempre que salgo hacia Pontevedra, mi primera parada es el area que quedan algo separados de la carretera. de servicio de Rande, para tomar un simple café. En esta parada —Bueno, algo encontraré –le contesté convencido que así sería. siempre me dió la sensación de estar comenzando un largo viaje. Después de dejar la autopista y las carreteras principales, es A los pocos kilómetros llegué a Santa Eufemia, la última aldea cuando realmente comienzo a disfrutar de mis viajes. Lo sinuoso de por la que tendría que pasar según los datos que tomé en el mapa del las carreteras secundarias hacen más amena la ruta. SIGPAC, antes de salir de casa. En esta ocasión, el clima está ayudando con un estupendo día Alrededor de un precioso cruceiro se encontraba un grupo de ju- primaveral que hace que no me preocupe mucho del acelerador para bilados sentados –lo digo con ese término porque no creo que nin- ir disfrutando del entorno, cubierto de unos bonitos tonos verdes guno bajase de los setenta años, aunque en estos lugares ese nombre del que sobresalen algunas especies que están en plena floración y es un mero nombre administrativo, ya que los puedes ver trabajando dan un aspecto multicolor al paisaje. en el campo con la misma o mayor agilidad que muchos jóvenes–, como si fuese la Plaza Mayor de algunos pueblos. Ya llevo unas cuantas paradas para hacer algunas fotografías. Ese Al parar la moto, dejaron sus conversaciones y me radiografiaron si es uno de los pocos inconvenientes de la moto, el no poder llevar sin decir una sola palabra entre ellos. Intuía que se preguntaban todo a mano para parar, fotografiar y continuar la ruta... quita casco, quien sería ese y que hace por aquí. quita guantes, coge cámara, dispara y comienza el proceso inverso; y Bajé de la moto y me acerqué a ellos. Después de un efusivo sa- claro, aprovechar en muchas ocasiones para fumar el cigarrillo. ludo, al que me contestaron de la misma forma, les pregunté si co- El horario ya no es el adecuado para una nueva parada, en esta nocían en las cercanías algún establecimiento donde pasar la noche. ocasión para almorzar. Mi descontrol a la hora de las comidas no es Esta gente no está muy acostumbrada a que ningún foráneo se algo inusual. Decidí parar en un bar de uno de los pueblos por los detenga a conversar con ellos, y sé que les agrada, por lo que quedé que pasaba y tomé un café mientras comenzaba a entablar conver- allí un rato contándoles el motivo del por qué me encontraba por allí. sación con los paisanos que se encontraban en el local, preguntán- Seguro que les gusta que la gente visite esos lugares, aunque ellos no —6— —7—
  • 5. Paco Armada Agua dulce le den el mérito que le damos los visitantes. Es una cuestión de ru- Lo que se distingue como la entrada principal del edificio debió tina y la costumbre de verlos. Nos pasa a todos. ser en su momento la entrada de las cuadras, y unas escaleras exte- —Allí arriba –me comenzó a decir uno de ellos, indicando con riores de piedra que su momento darían acceso a la entrada de la vi- el dedo hacia una casa que se apreciaba en lo alto de una loma– están vienda, acababan ahora en una bonita terraza dispuesta con tres preparando una casa de turismo rural, pero no sé si ya está funcio- mesas, presumiblemente del nuevo restaurante. Una terraza que su- nando. pongo será el primer lugar que ocupen los clientes, si el tiempo lo —Bueno, me acercaré a preguntar, que no queda tan lejos. permite, a pesar de estar cubierto, para disfrutar de un buen al- —Para llegar, siga recto por toda esta calle y lo lleva directamente. muerzo o cena. La despedida, por mi parte, fué un simple «muchas gracias» y un Por todo el entorno del edificio estaba descubriendo pequeños elocuente «hasta luego» de todos los allí reunidos, como si lo tuvie- rincones, cada cual más acogedor. sen ensayado, y salí de allí con la sensación de que a mis espaldas En uno de los laterales de la planta baja, que en principio no está todas las miradas se dirigían hacia mi hasta que me perdieron de vista a la vista, por su disposición di por hecho que se trataba de las habi- en la primera curva. Me quedó la pena de no haber fotografiado taciones, cada una con una fuerte puerta de madera noble y una ven- aquel precioso cruceiro, pero seguramente volvería a pasar por el sin tana bajo la que hay, en cada una, un rústico sillón de madera de dos que hubiese una reunión tan concurrida como la de ahora. plazas. Por lo que descubriría más tarde, las habitaciones eran am- plias, con una cama grande, un secreter rústico con su silla y un có- Dejé la moto en una pequeña explanada de tierra, a modo de modo sillón: el armario era un mueble fuerte de madera de castaño. aparcamiento, a un costado de la entrada de A Casa das Pedras (La El amplio baño disponía de una gran bañera que destacaba entre el Casa de las Piedras), según indicaba un bonito cartel tallado en ma- resto del típico mobiliario de cualquier baño. dera y sujeto por unos postes de piedra. Las vistas desde este lugar son amplias, con un típico paisaje rural, Un pequeño letrero en una de las columnas que sujetaban el car- perfecto para unos momentos de relajación antes de acabar el día en tel, indicaba los horarios del restaurante. Todavía faltaba hora y la habitación, porque la finca del complejo no daba lugar a que cons- media para la apertura. truyesen muy próximo. Todo sembrado de un cuidado cesped, con Entré en el recinto del complejo y advertí que allí no había nadie. una pequeña piscina en uno de los extremos, con sus tumbonas y Se trata de la típica casa labriega antigua, compuesta por varias cons- sombrillas para disfrute de los clientes. trucciones, todas rehabilitadas, al menos por su parte exterior, con Mientras esperaba que apareciese alguien por aquel desértico muy buen gusto. No cabe duda que las obras fueron dirigidas por al- lugar, escogí uno de aquellos acogedores rincones que había visto guien que conoce muy bien como eran antiguamente esas casas. con anterioridad, y aguardé acompañado de un libro. —8— —9—
  • 6. Paco Armada Agua dulce En menos de quince minutos escuché el ruído de un coche, pro- ponsable del restaurante, me das tiempo por si podemos acondicio- cedente de donde había dejado la moto. narte una habitación para esta noche. Al entrar, se dirigió hacia mi un joven moreno, de unos treinta y —Con una cama, un jabón y una toalla de baño –le dije– me cinco años, no muy alto pero si corpulento. Di por hecho que era el doy por satisfecho. dueño de la casa. —Tampoco tenemos nada que ofrecerte de desayuno, pero ya —Hola –me dijo con voz muy coloquial–, ¿buscas algo? buscaré la forma de prepararte algo. —Hola. Perdona que entrase sin permiso, viendo que no había De pronto se escuchó una voz femenina con un tono muy can- nadie –fué lo primero que dije–. Quería una habitación para esta tarín —¡Holaaaaa! Perdón, creí que estabas solo –le dijo a mi anfi- noche y me hablaron ahí al lado, en el pueblo, de este lugar. También trión. quería algo de cenar, aunque ya me fijé en el letrero con el horario —Esta es mi hermana Elena y, por cierto, mi nombre es Marcos. del restaurante y veo que todavía es temprano. —Me alegro de conoceros. Yo me llamo Paco –respondí a la pre- —Para cenar no hay ningún problema. Ya hace una temporada sentación. que estamos trabajando, y en esta época del año abrimos solo los A el le dí un apretón de manos y a ella un beso en cada mejilla. fines de semana, incluyendo los viernes como hoy. Pero el tema de las habitaciones –me contaba con un tono de cierta preocupación– Elena era una mujer jóven, aunque algo mayor que su hermano, todavía no lo tenemos inaugurado. Solamente hay una habitación más alta y con una figura muy bien esculpida, por lo que se intuía a ocupada y es por unos amigos que vinieron a pasar unos días de va- través de la ajustada ropa que llevaba; tenía el cabello oscuro algo ri- caciones y de paso nos echan una mano a la hora de la rehabilitación zado hasta la altura de los hombros y un semblante moreno, en con- que estamos realizando, porque todo lo que ves lo estamos haciendo traste con sus ojos claros; los dos pronunciados hoyuelos en sus con nuestras propias manos. Cuando llegamos aquí esto era una mejillas me parecieron de una mujer simpática y estrovertida. Su ruína que nos dejaron de herencia familiar. largo cuello le daba un aire de elegancia. Tuve que esforzarme bas- —Pues por lo que vi por fuera, tengo que felicitaros, porque me tante para tratar de disimular la radiografía que estaba haciendo de parece un lugar sumamente llamativo y relajante. un cuerpo tan sensual y atractivo. De todos modos, se me echó el mundo encima, viendo la hora Marcos le contó mi situación a su hermana y lo que podrían que era y tener que pensar en buscar alojamiento en una zona tan hacer. Ella asintió con la cabeza. apartada como aquella. ¿Y ahora que hago? –pensé. —Pues no quiero distraeros –dije dirigiéndome a los dos–. Voso- Se quedó un poco pensativo y al rato me dijo... —bueno, si vas tros hacer lo que tengais que hacer y yo me quedaré aquí leyendo un a quedarte a cenar, ahora cuando llegue mi hermana, que es la res- poco, esperando que me aviseis. No tengo prisa para nada. — 10 — — 11 —
  • 7. Paco Armada Agua dulce Todavía era temprano pero ya empezaba a oscurecer un poco De vez en cuando se acercaba preguntándome que tal iba todo, cuando se me acercó Elena con la carta del restaurante y preguntán- y a punto estuve de contestarle que los mejores momentos eran dome si quería cenar dentro o prefería el lugar donde estaba. cuando llegaba ella. Me alegro de no haberlo dicho, porque me pa- —Este me parece un lugar magnífico –advertí–, si no es incó- reció un piropo ordinario. modo para vosotros el atenderme aquí. —En absoluto; además es mi rincón favorito, donde vengo siem- Después de la cena me invitó a que los acompañase al interior pre que tengo un momento libre. del restaurante. Ya habían marchado todos los clientes y sólo quedaba —Sabía yo que tenía buen gusto –dije con ironía. Marcos con los amigos que pasarían allí la noche y algún empleado Se alejó y regresó enseguida con la carta, pero con las dudas que de la cocina. Fué una reunión muy coloquial, y un momento que tenía, conseguí convencerla para que escogiera ella el menú. Marcos aprovechó para enseñarme el interior del local. Entre otras cosas me explicó el nombre del establecimiento, el No sé cómo ni por qué, pero de repente me di cuenta que está- por qué de A Casa das Pedras. En la entrada, donde hay una barra que bamos los dos allí hablando de forma distendida y entretenida, con- dá acceso al restaurante, una parte importante del piso es una gran tándonos un poco el uno al otro las cosas a las que nos dedicábamos. piedra de granito irregular, imposible para poner algunas mesas y Parecíamos un par de amigos que llevábamos ya algún tiempo que unas sillas. Otra gran piedra, de las mismas características, confor- nos conocíamos. maba una de las paredes del restaurante. Realmente quedaba bonito En un momento determinado, se levantó y me dijo —voy a ver en los dos casos. Tal y como imaginaba cuando llegué y vi el exterior, como va tu cena, que estarás pasando hambre por mi culpa. el interior parecía un verdadero museo, con sus piezas de labranza an- No me importaría quedar sin cenar –pensé– por continuar con tiguas distribuídas de forma muy meditada para conseguir un am- este ambiente tan agradable que estaba disfrutando con ella. biente insultantemente acogedor y rústico. El menú que escogió para mi no podía estar más exquisito, aun- Salimos fuera y me llevó a otra de las construcciones, lo que había que demasiado abundante para lo que estoy acostumbrado a cenar, imaginado como la antigua bodega, y no me equivoqué. Me dejó aunque también es cierto que este día no había almorzado nada. totalmente sorprendido, lo más bonito y espectacular de todo el De primer plato, un delicioso revuelto con erizos de mar, y de complejo. Los útiles tradicionales de una vieja bodega estaban ma- segundo un rape con una salsa parecida a la bechamel. Un menú gistralmente combinados con elementos modernistas. Un lugar muy curioso para encontrarme en una zona rural del interior, pero digno de aparecer en las publicaciones sobre interiorismo más pres- seguramente que elegido así por Elena a propósito, sabiendo que era tigiosas. Me contaba Marcos que ese lugar lo tenía reservado para de zona costera. gente y acontecimientos especiales. — 12 — — 13 —
  • 8. Paco Armada Agua dulce Llegada la hora, me despedí de todos para irme a mi habitación. Disfruté de un desayuno que no desmerecía de los mejores buf- Estaba una noche clara pero fresca, por lo que cogí de la habitación fetes de cualquier hotel, que no se limitó al aspecto culinario, ya que una manta que me dejaron de repuesto y, envuelto en ella, me fuí al tuvo la delicadeza de incluir el periódico. sofa de la entrada. Me despedí de Marcos, recogí mis trastos en la Kawasaki y me Pasado un tiempo prudencial, dí por hecho que ya todo el mundo dispuse a emprender la marcha. Ya con la moto encendida, ví hacia se había ido a dormir, cuando a través de una zona de cierta oscuri- todas partes por si todavía podía ver a Elena por allí, pero fué en dad vi una silueta que no podía olvidar. vano. —¡Qué abrigadito estás ahí –me dijo Elena. A pesar de mi timidez, sin decir nada, hice un gesto que nunca pensé que haría... extendí el brazo con la manta agarrada, dando a entender que había sitio para uno más. Sin mediar palabra, se sentó a mi lado y pasé mi brazo sobre sus hombros, formando un todo con la manta. Hubo de todo... alguna que otra palabra, momentos de silencio, y finalmente unas cómplices caricias y besos que continuaron den- tro de la habitación. Por la mañana me despertó un pequeño tirón en la barba. Allí estaba ella, terminando de vestirse y con una sonrisa pícara que mos- traban los hoyuelos de su rostro. —Más tarde seguramente aparecerá mi hermano con algo que ofrecerte para desayunar. Yo tengo que irme a casa. Viendo hacia atrás, sin apartar su mirada de la mía, caminó len- tamente hacia la puerta. Se detuvo allí un instante y observé como, sin perder la sonrisa, sus ojos brillaban de forma diferente y no tuvo fuer- zas para reprimir que una lágrima callese por su cara. Estuve a punto de levantarme e ir hacia ella, pero enseguida desapareció tras la puerta. Antes de darme una ducha, quedé allí un rato en la cama, con la mirada perdida y pensando, ¿volveré algún día? — 14 — — 15 —
  • 9. II El clima fue mi aliado otra vez en el día de hoy, con una tempe- ratura de lo más agradable, pensando en el calor que desprende la ca- zadora de cordura que llevo siempre para viajar en moto. Tal y como había pensado, hice mi primera parada a los pocos metros, junto al cruceiro donde ayer me encontrara con el grupo de jubilados. Hoy estaba solitario y pude hacer unos cuantos disparos con mi cámara. En un par de ocasiones tuve que preguntar por las carreteras que debía seguir, y la indicación más clara me la dió una mujer que es- taba trabajando en el campo. —El único lugar que se puede parecer a lo que usted dice debe ser detrás de la capilla de San Cosme –aunque lo dijo sin mucho convencimiento, lo que me hacía pensar que no descubriría ningún paraje espectacular–. Tiene que coger la carretera que baja ahí de- lante y pronto encontrará la capilla. Allí tiene que buscar el río. Continué mi camino, atento a ver la capilla, pero ya llevaba unos cuantos quilómetros y no veía nada. O la capilla no estaba tan pró- xima a la carretera o transité junto a ella y me pasó desapercibida en un momento en que iba más atento a la conducción, porque me encontraba en una zona de bastantes curvas. Retrocedí, pensando que tal vez la carretera que me indicara aquella mujer, era otra. — 17 —
  • 10. Paco Armada Agua dulce Yendo de camino de vuelta, me fijé en una pequeña caseta al grupo de gente bulliciosa, como me tiene ocurrido en lugares simi- borde de la carretera. —No puede ser esa la capilla –pensé–, ahí ma- lares. lamente entra el cura. De todos modos aparqué la moto. La vegetación de todo el entorno es el clásico de un lugar como Excepto la parte que daba a la carretera, el resto estaba cubierto este, con unos helechos matizados en un verde intenso, signo de fres- por una espesa vegetación, y no podía reconocer camino alguno. cura, y alguna que otra especie de las que desconozco sus nombres. Traté de afinar el oído por si escuchaba el sonido del agua, pero lo Los árboles se distribuían entre algunos robles y abedules. que se sentía parecían más bien las ramas de os árboles al mecerse con Las fervenzas tenían dos características que las diferenciaban. En el viento. una de ellas el agua caía tropezando sobre las piedras de la pared y En un momento tuve la intuición de que un diminuto sendero, desplazando el agua al medio de la poza, mientras que en la otra, cubierto de hierba –señal de que hacía tiempo que nadie transitaba algo más grande, el agua caía dejando un pequeño espacio desde la por allí– se presentaba ante mi. pared, aunque no vi la forma de pasar a través de ese hueco, algo que A los pocos metros, el espacio comenzó a ser un poco más amplio se me antojaba un placer. y ahora sí tenía la sensación de estar escuchando el sonido del agua. Desde que llegué, el tiempo se había detenido. No puede ser que No podía creerme lo que estaba viendo. Me quedé sentado un en un rincón tan reducido pudiese haber tanta belleza. buen rato en el tronco de un arbol caído, admirando aquel paisaje Menos mal que habia desayunado bien y abundante, porque que parecía recién sacado de un cuento, antes de ponerme a exami- abandonar ahora este lugar para irme a almorzar hubiese sido un cri- nar un poco todo que allí había. men. Tenía que seguir disfrutándolo. El agua de sus dos fervenzas, de una altura considerable, caía con fuerza en una pequeña poza, que a diferencia de otras que tengo Me acerqué un momento hasta la moto a buscar la botella de visto, su agua era oscura y no se podía apreciar el fondo. agua que tenía en la maleta. Al regresar, unos metros antes de llegar Como si perteneciese a otro río diferente, frente a las fervenzas, a la poza, quedé petrificado, inmovil. Lo que estaba viendo no podía el agua bajaba zizagueando por una zona con escaso desnivel, rom- ser real y no estaba soñando, o al menos me negaba a que así fuese, piendo entre las piedras de su poco profundo cauce. y no era un espejismo. El lugar era una pequeña y profunda fraga con muy poco espa- Jugueteando en medio de la pequeña poza con el agua que caía cio para moverse por ella, lo que me hizo pensar que no era un lugar de la fervenza, una muchacha estaba nadando y se la veía disfrutar del ideal para una familia que pensara pasar un día de pic-nic. Segura- agua. mente ese era el motivo de que no fuese muy conocido. Me alegré de Allí, paralizado, oculto por algo de la exhuberante vegetación, no ello, porque lo que menos me agradaría allí sería encontrarme con un sabía que hacer. No sé el tiempo que estuve observándola, pero no — 18 — — 19 —
  • 11. Paco Armada Agua dulce quería que ella me viese en aquella situación, ocultándome, como si —Mi nombre es Paco –me presenté, dándome cuenta de la forma fuese el típico despreciable «mirón» contemplando a una bella mujer. ordinaria y tonta de la presentación–, ¿y tu como te llamas? Decidí continuar hacia adelante, disimulando como si no hu- Extendió los brazos con las palmas de las manos hacia arriba e in- biese visto a nadie. En el momento en que advirtió mi presencia, se clinó hacia un lado la cabeza, como indicando que no sabía de que precipitó a esconderse detrás de la fervenza. le hablaba o tral vez tratando de hacerme saber que no me importaba. Me senté disimulando que estaba leyendo un libro, pero no de- —Pues te llamaré Nefrey, el nombre de una diosa del agua, según jaba de mirar de reojo hacia el lugar por donde había desaparecido. leí hace poco en un libro. No sé el tiempo que transcurrió, pero estaba extrañado del —Me gusta Nefrey –me dijo– pero no soy ninguna diosa. –No tiempo que aguantaba en aquellas gélidas aguas, o tal vez por detrás lo dijo como si pensase que me estaba burlando, sino con cierto tono de aquella fervenza había alguna especie de tunel por el que había lle- de humildad. gado, ya que desde donde yo había dejado la moto no veía posible Poco a poco fue abandonando su timidez y comenzó a nadar otro camino de acceso. hacia mi, al tiempo que iba transformando su gesto desconfiado por Después de un tiempo, que a mi me pareció eterno, vi como aso- una leve sonrisa. maba timidamente la cabeza por uno de los costados de la fervenza. Su forma de hablar y sus gestos me hicieron ver que no se trataba Hubo un prolongado cruce de miradas que aproveché para exa- de la típica mujer a la que se le sube a la cabeza su hermosura y se minar cada milímetro de su rostro. La piel oscura de su cara tenía un comporta de forma altruista. Todo lo contrario, veía en ella una brillo especial que le daba el agua; sus enormes ojos también oscu- mujer discreta, accesible y modesta. ros me traspasaban el alma y su cabello, que suponía rizado, se ex- Así como iba acercándose, su rostro me parecía cada vez más her- tendía formando un círculo por la superficie del agua con un moso. Con la oscuridad del agua no podía intuír el resto de su movimiento rítmico producido por las ondas que formaba la fer- cuerpo, pero en un momento dejó al aire sus hombros, algo que me venza. parece de las partes más sensuales de una mujer, y los suyos eran —¡Hola! –fue un simple y tímido saludo que se me ocurrió por como los que había soñado en muchas ocasiones. romper aquel silencio. Sin salir del agua, se acomodó junto a mi dejando sus senos tam- Ella me contestó con otro —¡Hola! –similar al mío, también muy bién a la vista. Unos senos con proporciones perfectas y firmes, po- tímido. siblemente por la temperatura del agua. A pesar de esa simple palabra, su voz me dejó bastante perplejo. Mi corazón latía con tal intensidad que creo que se podía escu- No tenía acento extranjero, pero noté como si fuese de alguien que charse en el ambiente, a pesar del ruído estridente producido por el está comenzando a conocer el idioma. agua de las fervenzas. — 20 — — 21 —
  • 12. Paco Armada Agua dulce No me atreví a pedirle que saliese del agua para sentarse junto a que quedé con cierta incertidumbre. Se dirigió a la parte del río mi, en el tronco tumbado donde estaba, aunque tampoco ella dió donde el agua, frente a las fervenzas, bajaba entre las piedras. muestras de querer hacerlo. Tal vez no tenía intención de mostrar Mi asombro superó todas las espectativas. Cuando llegó a ese todo su cuerpo, ni yo me veía tan desesperado por verlo, aunque lugar, dió una especie de fuerte aleteo y fue cuando, por primera vez, tengo que reconocer que me gustaría. Lo que sí seguía era descon- vi todo su cuerpo. Hasta la cintura era el escultural cuerpo de la certado pensando en como podía aguantar tanto tiempo sumergida mujer que había visto, pero de cintura hacia abajo era el cuerpo de en aquel agua de tan baja temperatura. una nutria. ¿Acababa de estar con una sirena? En ese caso, ¿una si- rena especial, una sirena de agua dulce? Apenas hablábamos, casi todo se limitaba a una conversación con la mirada, y las pocas palabras que intercambiamos trataban sobre lu- Desde siempre, los cuentos de sirenas los podemos leer conti- gares tan mágicos como el que estábamos en ese momento. Me llamó nuamente, con todo tipo de interpretaciones, pero esto que estaba vi- la atención lo familiarizada que parecía sentirse con ellos, y la satis- viendo era otra historia, esto era real. Acababa de vivirlo y no podía fación con que nombraba algunos, aunque también noté tristeza en creérmelo, ¿o es qué hasta tal punto pudo llegar mi imaginación? su rostro al hablar de otros, algunos que yo conocía y me parecían ¿era ya hora de despertar de algún sueño? ¿puede ser que lo que ví se maravillosos, aunque manipulados por la mano del hombre. Respeté limitase a un efecto óptico que mi mente interpretó de forma ex- su pensamiento y no quise preguntarle por los motivos, aunque ima- traña? A mi cabeza llegaron infinidad de preguntas y de repente me giné que sería la consecuencia de esa manipulación; el simple hecho entró una ansiedad increíble, pensando en las últimas palabras de notar tristeza en su rostro me pareció suficiente para no urgar en cuando le pregunté si volvería a verla al día siguiente. En caso afir- su sentimiento. Estaba resultando todo muy bonito como para es- mativo, ¿cómo reacionaría? Son tantas las cosas que me gustaría saber tropearlo. que me asustaba tanto su reación como la mía. Con ese asombro y la mente en blanco, me costó abandonar el El sol comenzó a teñir los preciosos colores del entorno en otros lugar pero ya comenzaba a oscurecer, y me quedé con la idea de que más grises y apagados, cuando me dijo que ya era hora de abandonar mañana regresaría y podría volver a verla. el lugar. La despedida fue una profunda mirada, mientras aproveché En todo el viaje de regreso a casa no podía pensar en otra cosa, y para decirle —Quería hacer algunas fotografías, pero ya no hay la luz ya en ella apenas pude conciliar el sueño. Aunque la sensación era ex- adecuada. Regresaré mañana, y me gustaría volver a estar contigo. trañísima, me consideré el hombre más afortunado de la Tierra. Me contestó con una deliciosa sonrisa que interpreté como un sí, lo que me llenó de placer, aunque también tengo que reconocer — 22 — — 23 —
  • 13. III Este día me levanté temprano, sin apenas haber dormido. Me dí una buena ducha para terminar de despejarme, aunque con todo lo que tenía en la cabeza, ya estaba bastante despejado. Cogí los trastos del día anterior y salí en busca de la moto. En esta ocasión no fuí al área de servicio de la autopista. Paré en la cafetería de un amigo para tomarme el típico café con leche y un croissant. No me atreví a contar nada de lo que me había sucedido el día an- terior, no solo por el convencimiento de que no me creerían, sino que quería guardármelo todo para mi. Todavía era temprano pero tenía prisa por reanudar la marcha y llegar cuanto antes a la fervenza. ¿Estaría allí mi diosa Nefrey? Durante todo el camino tuve un intercambio de sensaciones, ilu- siones y desánimos pensando en si la vería. ¿Sentiría ella esas mis- mas sensaciones que yo? Lo que tenía claro es que ella era consciente de que conocía su secreto... o no tan secreto, porque nunca dió mues- tras de querer ocultarme nada. Hice todo el viaje de un tirón, a excepción de una pequeña pa- rada para repostar gasolina. Al llegar junto a la ermita de San Cosme, aparqué la moto a la sombra y recogí todos los intrumentos fotográficos. En ese momento me dí cuenta que el día anterior no había hecho ni una sola foto- grafía de las fervenzas. — 25 —
  • 14. Paco Armada Agua dulce Me encontraba al borde del agua y tuve una increíble sensación Mi mano quedó paralizada a mitad de camino, pero no pude con- de soledad. Tal vez todavía era temprano, pero la idea de que Nefrey tenerme y, mientras nos mirábamos fijamente el uno al otro, aparté no apareciese recorrió mi cerebro. Me pasé un largo rato viendo para el cabello que tapaba parte de su rostro. Su respuesta fue una suave el agua, con los ojos enrojecidos y aguantando que me saltase alguna sonrisa. lágrima. Estábamos tan cerca el uno del otro que sentí unas ganas irrefle- Con algo de desesperación y tristeza comenzé a gritar —¡Hola!, mables de besarla en los labios. Ella lo notó y me frenó pasando sus ¡hola!, ¡Nefrey! ¿estás por aquí? La única respuesta que tenía era el dedos por mis labios con tal dulzura que me dejó todo el cuerpo in- agua rompiendo contra la poza. movilizado. Sin mucho convencimiento me puse a hacer algunas fotografías, Fueron unos momentos de tensión pasional tan intensos, por aunque no sé si por mi estado de ánimo, pero ninguna me parecía parte de ambos, que en otras circunstancias hubiese desencadenado buena, aunque también es cierto que el escaso espacio que había no en la fusión de nuestros cuerpos. Era tal esa tensión que algo había permitía buenos ángulos. que hacer para relajarnos antes de que nuestros cuerpos estallasen. Recogí la cámara en su bolsa y el trípode en su funda y me quedé A modo de juego, puse mi mano sobre su cabeza y la sumergí en allí sentado, pensativo, en el mismo tronco caído donde estuviera el agua. Al salir a la superficie, con una sonrisa cómplice, rodeó mi ayer. Creo que me puse a soñar despierto. cuello con sus brazos y me besó en los labios. —Hola –me pareció escuchar vagamente, sin distinguir de donde —Esto es una locura, una agradable y deliciosa locura –me dijo–. procedía aquella voz. Ya viste ayer , cuando nos despedimos, lo diferente que somos. —Hola Paco –volví a escuchar nuevamente sin saber otra vez la Asentí con la cabeza, acariciando su rostro y apartando las gotas procedencia, aunque en eta ocasión si distinguí que era la voz de Ne- de agua que había por su cara. frey. En ese momento, la sensación de todo mi cuerpo cambió radi- Cuando había llegado, a primera hora, me había quitado el pan- calmente. Me dí cuenta que estaba jugando conmigo a «las escondi- talón de cordura que uso para ir en la moto y quedé con unas ber- das», saludándome cada vez desde un lugar diferente. mudas para estar más fresco y al menos poder meter las piernas en Me impacientaba y empezaba a tener ganas de volver a ver su ros- el agua. tro, cuando de repente surgió del agua justo al lado de donde me en- No sé sobre que se apoyó, pero quedó a mi altura, me quitó la ca- contraba sentado. miseta y me abrazó rozando sus senos contra mi y pegando su cara Mi primera intención fue acercar mi mano para acariciar su ca- contra la mía. Fue un momento que no puedo medir en el tiempo, bello, pero hizo un gesto, con cara de asombro, de querer apartarse. pero podría quedarme así, acariciando su suave y húmeda espalda — 26 — — 27 —
  • 15. Paco Armada Agua dulce todo el tiempo del mundo. El contacto de sus senos me producía —Es una historia larga, entre el mundo de tu especie y el mío. No una excitación tal que inevitablemente hacía que ella tuviese que quiero culparte de nada, pero los humanos estais consiguiendo nues- notar la erección a la que estaba sometido. tra completa extinción. Estábamos los dos en un estado de éxtasis tan profundo que no La historia que comenzó a contarme me pareció de lo más real, existía nada más que nosotros dos a nuestro alrededor. A pesar de y sí me hacía tener la sensación de cierta culpabilidad. todo, en un momento en que me fijé en su mirada, aparte de sentir Como si del mismísimo muro de Berlín se tratase, la construcción lo a gusto que estaba, también noté un algo de tristeza en esa mi- de innumerables embalses dividió en grupos más pequeños de lo que rada. ya eran sus individuos, al margen de limitar el acceso a a zonas donde —¿Ocurre algo? –le pregunté con preocupación. se abastecían de alimentos, lo que produjo la aniquilación de muchos —Podría estar así contigo –me contestó– hasta que te aburrieses de ellos. La contaminación de muchos ríos, sencillamente los ase- de mi. sinó descaradamente. La desecación de muchos cauces los hizo des- —Estás loca, nadie puede estar en estos momentos tan feliz como aparecer por deshidratación, y así cantidad de motivos que los lo estoy yo. humanos pudimos y podemos evitar. Se quedó un rato pensativa y luego me dijo —Hay algo que tengo Me contaba Nefrey que lleva muchos años tratando de sobrevi- que contarte. Existe la posibilidad de convertir mi cuerpo en el de vir en unas condiciones de extrema dureza, en soledad, y vigilando una mujer de tu especie, aunque sea tan solo durante unas horas. a escondidas los pocos entornos habitables que quedan para su es- Me pareció algo totalmente extraordinario, pensando en poder pecie, por lo que conoce bien los hábitos humanos, de los que des- hacer el amor con ella. taca la falta total de sensibilidad a la hora de conservarlos. —Es algo que solo puedo hacer una vez en mi vida y lo estaba re- No quería ser egoísta ni hacerle pensar en desinterés por mi parte, servando para una ocasión muy especial, y tu eres especial. pero le hablé sobre esa transformación que me mencionó. A estas alturas no me parecía que sus palabras pudiesen rubori- —Me muero de ganas por hacer el amor contigo –le dije viéndola zarme, pero noté un ardor en mi cara que me hacía pensar que sí era fijamente a los ojos–, pero no soportaría que te ocurriese algo por no posible. poder disponer de esa opción para escapar de alguna situación de emergencia. Estábamos los dos con los mismos sentimientos, pero presentía Me acarició la cara y me dió a entender con su sonrisa que ella que algo ocurría con esa transformación de la que me hablaba. también lo deseaba. —¿Por qué no lo hiciste hasta ahora? –pregunté con incerti- La abrazé con fuerza, como queriendo disculparme por todo el dumbre–. Cuéntame que te preocupa. mal que le estábamos haciendo, pero quiso hacer una pausa de estar — 28 — — 29 —
  • 16. Paco Armada Agua dulce con esos malos tragos y se separó de mi para comenzar a jugar y dis- Veía cada centímetro de su figura y estaba tan fascinado que era frutar del momento que llevábamos juntos, chapoteando en el agua incapaz de moverme, esperando que llegase junto a mi. Me estaba hasta dejarme totalmente empapado. La sonrisa volvió a su rostro y dando cuenta de que el cuerpo perfecto de mujer sí existe y estaba yo me limité a disfrutar de su presencia. practicamente a mi lado. Las curvas de sus caderas y aquellas piernas Sabía que no era posible, pero tuve tiempo para soñar que en largas tan bien esculpidas, con unas rodillas modeladas en armonía otras circunstancias habría algunas cosas que podríamos hacer jun- con el resto, sin el mínimo defecto, eran una verdadera provocación tos y me resultarían extraordinarias. Pasear juntos por un parque, co- para mis sentidos. gidos de la mano; sentarnos en alguna terraza a tomar algo mientras El espacio que había junto al tronco del viejo roble caído donde conversábamos de cualquier tema... entiendo que es egoista por mi me sentaba era escaso pero ¿quién necesitaba más? Su cuerpo sobre parte, porque seguramente sus propuestas serían mucho más intere- el mío me dejó prisionero en una carcel de la que no quería escapar. santes. Estaba en una deliciosa celda de castigo. Encendí un cigarrillo para relajarme mientras la observaba y en- Acaricié cada milímetro de su cuerpo suave mientras nos besába- seguida me dijo —Vés, eso al final acaba también en el río. mos en la boca en un único beso sin que fuésemos capaces de sepa- —De eso nada, chica lista –le contesté–, y metiendo la mano en rar nuestros labios. Era tal la intensidad del momento que ni siquiera el bolsillo saqué un pequeño cenicero. Esto me lo regaló una buena se escuchaba el sonido del agua. Los dos sentíamos una excitación tan amiga malagueña. fuerte que éramos incapaces de controlarla. —¿Chica? –me respondió sonriendo– soy Nefrey, ¿o ya no lo re- Mientras hacíamos el amor, Nefrey mostraba una pasión llena de cuerdas? aunque no soy ninguna diosa. placer que también hacía mío, y nuestras miradas se perdían en el es- —Nefrey, una sirena de agua dulce –le dije. pacio, mientras nuestros cuerpos se movían al unísono, ritmicamente Sonrió con picardía y nuevamente comenzó a chapotear el agua y nuestra respiración se aceleraba cada vez más con algún que otro ge- contra mi. mido. Quedamos extenuados, con los cuerpos sudorosos como si aca- De pronto, su rostro cambió la sonrisa y se convirtió en un gesto básemos de salir del agua. que intuí con rasgos sensuales. No intercambiamos palabra alguna y éramos incapaces de sepa- Comenzó a acercarse lentamente hacia mi, saliendo del agua y rarnos ni un solo milímetro el uno del otro. No sé por cuanto tiempo dejando cada vez más partes de su cuerpo al descubierto. Había de- estuvimos así, pero debió ser prolongado aunque no era esa mi sen- cidido dar marcha adelante con la transformación y yo no podía ne- sación, hasta que Nefrey se incorporó y, agarrándome de la mano, garme ni evitarlo. hizo un ademán de dirigirnos hacia el agua. — 30 — — 31 —
  • 17. Paco Armada Agua dulce —Voy a morir helado –le dije sorprendido– en este agua tan he- Quedé allí inmerso en mi soledad y me encontraba desorientado; lada. casi no podía saber donde estaba, viendo de un lado para otro para —Mientras estés en contacto con cualquier parte de mi cuerpo tratar de ubicarme. –dijo con todo convencimiento–, no sentirás frío en el agua. Así ocurrió, aunque no se si era por su indicación o por el estado Aquel lugar y todo lo que allí aconteció quedó grabado en mi en que me encontraba. mente para siempre. Nunca llegué a saber el nombre de aquel paraje Continuamos con nuestros juegos eróticos en el agua, esta vez y continúa siendo un emplazamiento que nunca recomendé a nadie con gestos sonrientes y fundiendo nuevamente nuestros cuerpos en para visitar; lo quería para mi. Aún sin ella, desde aquellos días el uno solo. La sensación era tan excitante que olvidé que estábamos en lugar sigue siendo mágico, y cada cosa permanece en su sitio. el agua y la fuerza de la fervenza golpeaba sobre nuestra piel. Lo único que sentía era que me encontraba nuevamente dentro de ella, que nuevamente éramos uno solo. Apartaba el cabello de su cara y era incapaz de dejar de besar aquellos labios mojados mientras ella me miraba con pasión. Pasamos todo ese tiempo sin intercambiar palabra alguna, y la única comunicación era la complicidad de miradas y sonrisas... y ¡cuánto nos decíamos con aquello! Llegó un momento en que advertí algo extraño en ella. El agua que había en su cara no era agua del río, eran lágrimas. Ella se per- cató de que me había fijado en ese detalle y me pidió que saliese del agua. Me quedé un rato desconcertado pero acaté su decisión, pasando antes las yemas de mis dedos por aquellas lágrimas para borrarlas pero nuevamente surgían otras. ¿Qué estaba sucediendo? Una vez fuera del agua, quedó viendo para mi fijamente, me lanzó un último beso con la mano y desapareció entre las aguas. Fue la última vez que la vi. — 32 — — 33 —
  • 18. EPÍLOGO Desde hace ya muchos años, una de mis aficciones de tiempo libre es hacer rutas para conocer lugares nuevos y recordar otros que visité tiempo atrás. En esta ocasión me encontraba por las Fragas del Eume, entre otros motivos por las ganas de ver las obras de rehabilitación de las que había escuchado hablar sobre el monasterio de Caaveiro. Era también una buena oportunidad para disfrutar del río que, a pesar de que ya lo conocía, siempre me deleitaba encontrando cosas nuevas. En una zona con una vegetación tan espesa que apenas dejaba entrar la luz del sol y el río se estrechaba hasta el punto en que casi se podía cruzar con un par de saltos, me detuve a descansar un rato. Las aguas del río corrían mansas en aquel lugar, y me llamó la atención unas pequeñas ondas en la superficie. En principio imaginé que eran producidas por algún pez que nadaba por allí, pero para mi sorpresa, en la otra ribera del río, entre la vegetación, una nutria se revolcaba jugando con el agua. Según mis escasos conocimientos, estos animales solo se encuen- tran en zonas fluviales donde la contaminación es escasa o nula, por lo que cada vez es más difícil encontrarlos. Me alegró pensar que allí se diesen esas condiciones. A pesar de la idea que tenía de que se trata de un animal huidizo, no se inmutó ante mi presencia y continuó jugueteando, incluso — 35 —
  • 19. Paco Armada acercándose descaradamente a mi en alguna ocasión a una distancia prudencial, lo que me producía una sensación agradable, con la per- cepción «ilusoria» de que podría acariciarla. Hacía tres años que había visto a Nefrey por última vez. — 36 —