Plan de marketing de TUYRA. PAZ, Oscar. 2012 05-12.pptx
La combi en Lima, un sistema de transporte único
1. Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Sociodiversidad del Perú
Oscar Paz
La “combi” en Lima
¿Quién no usa la combi? Yo la uso y seguramente tú también. Está en todos lados.
Como en un acto de magia, al levantar la mano aparece. Y el pasaje no es caro. Un sol
y nada más. A menos que el usuario no tenga experiencia. Porque el usuario curtido
regatea, pelea y llega incluso a bajarse para no pagar un sol y veinte céntimos. Me
refiero al que pasa cinco horas diarias metido en la combi, al usuario promedio que
invierte su tiempo, aproximadamente veintiún por ciento de las horas de un año, para
aprender a moverse con naturalidad en un sistema de transportes caótico.
Mi experiencia en el sistema de transporte público de pasajeros en Lima
En 2006 empecé a vivir en Lima y a disfrutar del mejor servicio de transporte del mundo.
Recuerdo que la primera combi que tomé era la que me llevaba al centro
preuniversitario donde estudiaba durante el verano. Estar dentro de un vehículo sucio y
maloliente durante una hora no era una actividad que realizaba en Cusco todos los días
en la mañana. Claro que tenía que utilizar el transporte público, pero la ruta no duraba
más de quince minutos. Solamente estaba en un bus, similar a los “huevos” de Lima,
durante más de un cuarto de hora cuando algunos fines de semana decidía ir a una
provincia rural del departamento. Cuando subía a un ómnibus que me llevaba a, por
ejemplo, Urubamba, me esperaba un viajecito de no menos de una hora, pero a
diferencia de lo que vería por los vidrios que no son de seguridad de los automóviles de
Lima, el paisaje era agrario o natural: campos cultivados, nevados, bosques primitivos,
etc. Usar la combi en Lima fue, pues, una experiencia nueva.
Pero no empecé a utilizar este sistema de transporte público de pasajeros de Lima con
la emoción con la que un niño quiere subir a la montaña rusa. No, ni en sueños. Me
sentía angustiado: no sabía cómo actuar, cuánto tenía que pagar ni en qué paradero
bajarme. Algunos podrían pensar que eso sólo nos pasa a los “serranos”, como nos
dicen, a los habitantes de los medios rurales y urbanos de los Andes, algunos
pobladores del desierto del Pacífico. Yo no lo creo. Es más bien un sentimiento que
tienen todas las personas que empiezan a ser usuarios de un nuevo sistema de
transporte, aunque evidentemente ese sentimiento se intensifica cuando el sistema no
tiene nada de sistemático. Cuando en 2008 estaba en Bogotá como turista, la angustia
me cogió del cuello otra vez. Tenía que utilizar el Transmilenio, un sistema de transporte
parecido al Metropolitano pero con una red vial mucho más extensa, para visitar a una
persona que vivía en la periferia del casco histórico de la ciudad. Subí a una estación y,
como había información sobre la ruta, los paraderos, el precio del pasaje, y todo estaba
ordenado, mi temor fue disminuyendo hasta desaparecer. Ese mismo año en Bogotá
también pude ver un caos similar al que hay en Lima debido al transporte público de
pasajeros. Evidentemente, no me subí a ningún micro u ómnibus de la tierra del macho
de América. No sé si los visitantes nacionales o extranjeros que llegan a Lima prefieren
el Metropolitano antes que la combi. Pero supongo que sienten angustia cuando por
necesidad o deseo o algún otro motivo tienen que usar un vehículo pequeño, sucio,
peligroso e incómodo.
Con el tiempo me acostumbré. Ahora subir a la combi es parte del rito de todas las
mañanas: despertar, ducharse, desayunar, caminar hasta el paradero con sueño,
esperar en él durante unos minutos mientras rezo para encontrar un asiento disponible,
2. subir, colocarme los auriculares y ver la calle por la ventana o sumergirme en algún libro
de literatura para olvidar dónde estoy. Y para regresar a casa, es lo mismo, aunque
algunas veces me quedo dormido. Creo que solamente dos veces me he despertado
unas cuantas cuadras después de mi paradero. Parece que es como un reloj que con la
experiencia se incorpora para que el usuario se despierte justo antes del paradero:
después de 60 cabeceadas suena una alarma que hace levantar la cabeza y abrir los
ojos. El tiempo hace que los usuarios se acostumbren a todo. Los asientos incómodos,
esos a los que se les salen las cubiertas y que muestran los metales sobre los que uno
va a sentarse, son poco a poco confortables sillones. Las frenadas y aceleradas
bruscas y constantes se convierten en masajes relajantes. Los hedores de la masa se
transforman en exquisitos perfumes de la aristocracia versallesca. Y, finalmente, la
presión de los cuerpos vecinos cuando el vehículo va “sopa” se siente como el roce de
almohadas de plumas. Ya todo da igual, con tal de llegar a hora a la chamba o a
estudiar.
Los personajes de la combi
Lo que más me ha llamado la atención en la combi son los personajes fantásticos que
habitan en ella. Desde el conductor hasta los pasajeros, todos son personajes dignos de
ser descritos en El libro de los seres imaginarios de Jorge Luis Borges.
Dentro de la gama de conductores que puede haber, el chofer tipo es aquel que coimea,
acumula papeletas, no pisa el freno cuando el semáforo está en ámbar porque tiene
que cumplir con un horario, no le interesan los pasajeros y, lo más característico, le
gusta el fútbol. Es tan hincha que, cuando juega la selección peruana, no sale a
chambear. El cobrador también es especial, porque nunca cobra de acuerdo a la tarifa
establecida en una pegatina adherida a una ventana lateral del vehículo, siempre
entrega un boleto que no corresponde con el precio que el usuario paga y es el que se
encarga de jalar a la demanda diferida o a “soles con patas” que no saben con que línea
llegar a su destino. Cuando la combi está detenida por la luz roja del semáforo, el
cobrador se baja y con una tabla, sobre la que están pintados los nombres de las calles
más importantes del itinerario, empieza a recolectar monedas para llenar el vehículo, tal
como si fuera un chanchito, hasta que esté “plomeado” o, en otras palabras,
rebalsando. Pero para que el sistema funcione a la perfección, el chofer necesita al
datero o controlador. Es fácil reconocerlo. Está parado en los paraderos; tiene un
cuaderno, lapicero; mira su reloj a cada rato; y desde los vehículos de transporte público
le tiran monedas de diez o veinte céntimos, que recoge normalmente del piso. Su
función es insustituible. Él se encarga de dar información al sistema para que se
autorregule. Por su labor tenemos vehículos a cada rato. ¡Gracias datero!
Los mensajes que emite el datero están compuestos por dos tipos de datos:
cuantitativos y cualitativos. Por un lado, los datos cuantitativos los emite de dos
maneras. Puede decir, por ejemplo, “uno, cinco, tres”. A primera vista, parece difícil de
descodificar. Pero es simple. “uno” significa que el vehículo que recibe el mensaje (a)
está a un minuto de otro vehículo de la misma línea (b) que pasó antes. “Cinco” significa
que el vehículo b está a cinco minutos de un vehículo c. Y “tres” significa que el vehículo
c está a su vez a tres minutos de otro vehículo (d). En otras palabras:”uno, cinco, tres”
significa que entre a y b hay un minuto, que entre b y c hay cinco minutos, y que entre c
y d hay tres minutos. Pero también puede decir solamente “uno” para indicar al vehículo
que recibe la información que entre él y el vehículo que pasó antes hay solamente un
minuto. Sin embargo, los datos cuantitativos están normalmente acompañados de data
cualitativa. Por ejemplo, pueden decir “tres, cuatro, huevo”. Eso significa que el vehículo
3. que recibe la información está a tres minutos de un bus marca Toyota modelo Coaster,
que está a su vez a cuatro minutos de otro vehículo del que no importa dar datos. Está
misma forma (dato cuantitativo, dato cuantitativo, dato cualitativo) se repite con otras
variables cualitativas que dan información sobre cuán lleno o vacío está un vehículo, o
sobre la circulación de los vehículos de una misma línea. “Sopa, “plomeado”, “plancha”
y “media plancha” forman parte del grupo de data sobre la cantidad de pasajeros en un
vehículo. “Sopa” significa lleno: mientras que “plomeado”, repleto hasta reventar.
“Plancha” quiere decir que todos los pasajeros están sentados y “media plancha” que
hay algunos asientos que están vacíos. “Pampa” forma parte del grupo de datos que
dan información sobre la circulación de los vehículos de una misma línea, puesto que
quiere decir que solamente hay pocos vehículos de la línea en un trayecto.
Toño es un datero de 42 años que trabaja independientemente en la esquina de la
avenida Arequipa y la Aramburú. Hay diferencias entre los dateros independientes y los
que trabajan para una empresa: los independientes son llamados a secas “dateros” e
informan a todas las líneas sin discriminación; mientras que los que trabajan para una
empresa son llamados “controladores”. Éstos solo informan a una línea, la cual los
ubica en puntos estratégicos del itinerario, y también se encargan de verificar si los
cobradores entregan boletos a todos los pasajeros que ya han pagado por el transporte.
Toño es un datero a secas. Trabaja más de diez años en el mismo lugar. Aceptó que le
haga una entrevista sólo si le pagaba tres soles. Sí que tiene experiencia. Él trabaja
ocho horas al día toda la semana. Diariamente recibe 45 soles, así que al mes debería
tener 1 350 soles de ingresos. Con cada dateo recibe diez, veinte o cincuenta céntimos,
puesto que no hay una tarifa establecida. Si se demoran más en pasar, le dan más
dinero para que no anote el verdadero tiempo en el que pasaron y les reduzca los
minutos. Según él, a los conductores no les conviene separarse por mucho tiempo del
vehículo que los sigue, porque éste, que está detrás de ellos, puede aprovechar eso y
alcanzarlos para quitarles pasajeros. Pero el no falsifica los tiempos, aunque reciba
cincuenta céntimos o un sol. Él sabe que su función es permitir que el sistema se
autorregule para no perjudicar a los usuarios, que quieren tener un vehículo siempre a
mano.
Aparte de la triada de personajes insustituibles están también los vendedores de bienes
futuristas; los músicos y cantantes “coveros” o compositores; los mendigos que cuentan
historias asombrosas; y los pasajeros. De estos últimos hay de todo tipo: los
dormilones, los vanidosos, los pulcros, los borrachos, los gritones… A mi me llaman la
atención los vendedores, pues tienen estrategias de venta que ni a Michael Porter se le
hubieran podido ocurrir, y los mendigos, porque sus historias son más cautivantes que
las obras de Dostoyevski.
Algunas consideraciones finales
La mayoría de limeños estamos acostumbrados al sistema de transporte público caótico
de la ciudad. Pero no creo que debamos dejarnos llevar por la “fuerza de la costumbre”,
como diría Jaime Urrutia de Gabinete Caligari, pues dicho sistema de transporte genera
varios graves problemas sociales. En 2007, según la Defensoría del Pueblo, la mayor
cantidad de accidentes de tránsito ocurrían en Lima. En ese mismo año, según un
estudio del Banco Mundial, la ciudad de Lima ocupaba el primer puesto en
contaminación atmosférica, delante de Santiago, en segundo lugar, y México D.F., en el
tercero. Pero los problemas que genera el sistema de transporte no solamente son
sociales. También pueden ser turísticos: en un estudio de 2009 sobre competitividad de
viajes y turismo, elaborado por el Foro Económico Mundial, Perú estaba el puesto 125,
4. de 133 destinos turísticos, en el componente de infraestructura de transporte terrestre.
Es evidente, pues, que nuestro querido sistema de transporte público de pasajeros no
puede quedase así como está.