1. La Princesa Ico
Se cuenta que cuando reinaba en Lanzarote el rey Zonzomas,
llegó a las costas de la isla un navío español que venía al mando
de un caballero llamado Ruiz de Avendaño. Todos fueron recibidos
por los guanches con simpatía y hospitalidad. El mismo Zonzomas
les ofreció su palacio para vivir en él. El capitán español y la
esposa de Zonzomas se enamoraron y de su mutuo amor nació la
princesa Ico.
Pasaron los años y cuando llegó la hora de reinar a la
princesa Ico, tuvo que soportar una terrible prueba pues todos los
guanches pensaban que ella no era hija de Zonzomas.
Esta prueba se trataba de meter a Ico con otras tres
jóvenes en una cueva y prender fuego delante de la boca de la
cueva, haciendo que el humo entrara dentro y la llenara toda. Si la
princesa Ico superaba esta difícil prueba, sería considerada de
estirpe real y así ella y su hijo Guadarfía podrían reinar.
Poco antes de entrar en la cueva, una anciana fiel a su viejo
amo Zonzomas, entregó a Ico una esponja llena de agua y le dijo:
-¡Ponte la esponja en la boca para que puedas respirar mientras
haya humo!. Al cabo de un rato abrieron la cueva y aun Ico estaba
viva, mientras que las otras ya habían muerto. Entonces el faicán
habló al pueblo:
-¡Ico es la hija de Zonzomas y su hijo Guadarfía será nuestro
rey!
2. Guajara y Tinguaro
Tinguaro era un guanche valeroso, un gran guerrero y era
noble de carácter. Se casó con Guajara, hija de Beneharo el loco,
mencey de Anaga. Cuando este dejó el reino por su locura,
Tinguaro tomó el mando del reino de Anaga.
Tinguaro participó en varias batallas en defensa de su reino y
su isla. En la batalla de La Laguna luchó con fuerza y demostró
su valor (ya Tinguaro les había vencido en Acentejo, la mayor
derrota de los españoles), pero tuvo la mala suerte de ser herido.
Entonces huyó por una ladera intentando defenderse de
siete soldados que le perseguían con caballos. Uno de ellos le
alcanzó con su lanza y le hirió nuevamente derribándole al suelo.
Tinguaro, puesto de rodillas y alzando la voz dijo con tono muy
triste:
Tantos fueron los golpes que recibió el cadáver, que el rostro
y el cuerpo quedaron muy desfigurados, no pudiendo afirmar los
prisioneros guanches si era Tinguaro o Bencomo. En la duda de si
era uno u otro, ordena que le corten la cabeza y puesta en una
pica la lleven al campo enemigo.
Cuenta la tradición que Guajara, enloquecida de dolor tras la
muerte de Tinguaro, y después de vagar sin rumbo, desesperada,
tomó la decisión de precipitarse desde la cima de una
montaña., conocida hoy como el Alto de Guajara
3. Gara y Joany
En la Gomera todo estaba dispuesto para celebrar las fiestas del
Beñesmén. Era costumbre que las doncellas gomeras se acercaran a
los Chorros del Epina, siete fuentes con siete caños uno al lado del
otro que ofrecían augurio sobre la posibilidad de encontrar pareja. Las
doncellas juntaban el agua de los chorros y se miraban en ella al
despuntar el día. Si la imagen era clara, encontrarían pareja, si era
turbia, tendrían alguna desgracia.
Gara, princesa de Agulo, acudió con las demás doncellas a la fuente
y cumplió con el rito, y vio su imagen clara reflejada en el agua, pero
al quedarse demasiado tiempo contemplándose, el sol acabó por
reflejarse en el agua y la cegó. Preguntado el augur Gerián por el
significado del hecho, éste respondió a la princesa que huyera del
fuego, o se vería consumida por él.
Como cada año, los nobles tinerfeños eran invitados a participar en
las fiestas. En esta ocasión acompañaba al Mencey de Adeje su hijo
Jonay, que al participar en las competiciones atrajo la atención de
Gara. Pronto cayeron enamorados, siendo anunciado su compromiso. Tan
pronto como esto se hizo público, el Teide comenzó a echar humo y
lava, perfectamente visible desde La Gomera. El padre de Gara contó
el augurio al padre de Jonay, y rápidamente se deshizo el enlace. La
delegación tinerfeña regresó y el Teide cesó de bramar.
Jonay, se echó al agua y cruzó nadando el estrecho que separaba
su isla de la de su amada. Se volvieron a encontrar y se escaparon al
centro de la Gomera, donde pudieron contemplar al Teide desaprobando
su unión. Enterados de la fuga ordenaron su persecución, y los
amantes fueron acorralados. Para no ser vueltos a separar, se quitaron
la vida, atravesándose el pecho con una vara de cedro en un abrazo
mortal.
Gara, princesa del agua, y Jonay, príncipe del fuego, dan nombre a
la cumbre más alta de la Gomera y al Parque Nacional del Garajonay.
4. El árbol Garoé
Cuentan las crónicas que en tiempos de la conquista hubo en la isla
de Hero (Hierro), un árbol al que los naturales llamaban Garoé, y no
conocían los estudiosos otro árbol similar en todo el archipiélago o tierra
conocida. Este era capaz de destilar el agua de las brumas que llegaban a
él, por sus grandes hojas, siendo ésta recogida en unas oquedades
hechas en el suelo por los bimbaches (antiguos herreños). No había más
agua en Hero que la que destilaba el Garoé.
Cuando vieron llegar a los conquistadores se reúnen en Tagoror, pues
no era la primera vez que los barcos piratas llegaban a las islas para
diezmar a su población vendiéndola como esclavos. En dicha asamblea
acuerdan que deben cubrir las copas del Garoé para que no sea
descubierto por los extranjeros e imponer la horca a quien revelase tan
preciado secreto ya que de no encontrar agua posiblemente se fueran,
abandonando la empresa de conquistar la isla.
Habiendo guardado reservas de agua como para no volver al Garoé en
varias semanas, vieron como la expedición franco-española de Maciot
Bethencourt comenzaba a sufrir las penalidades de la sed. Fue entonces
cuando una la princesa bimbache, Guarazoca, se enamoró de un joven
andaluz de dicha expedición, y dejándose llevar por el amor, le reveló el
secreto del Garoé, sin pensar que estaba condenando a todo su pueblo a
perder la libertad. Estando Maciot al tanto de la noticia, sabía que la
conquista de la isla estaba próxima. Por contra los bimbaches, decidieron
ajusticiar a Guarazoca, ahorcándola al día siguiente.
Los españoles, cerca del famoso árbol, fundaron un pueblo en su
honor y le dieron el nombre de Guarazoca.
5. El Drago Milenario
El Drago de Icod es como un gigantesco dragón. Si se le pincha o
hiere mana una sangre roja, medicinal. De ahí que se le relacione con el
dragón de las múltiples cabezas que custodiaba el Jardín de las
Hespérides en la mitología griega.
Hace mucho tiempo desembarcó en la playa de San Marcos de Icod
un mercader procedente de tierras mediterráneas en busca de sangre de
drago (Se trataba de la savia de dicho árbol que por aquel entonces era
un producto medicinal). Cuando llegó a la playa sorprendió a unas jovencitas
guanches que se bañaban solas en el mar. Inmediatamente comenzó a
perseguirlas y logró apoderarse de una de ellas. La joven viéndose
capturada intentó cautivar su corazón ofreciéndole manjares de la tierra. El
navegante que venía en busca de la “sangre de Drago” y que traía en su
imaginación el viejo mito griego de las Hespérides, le pareció que los
frutos que le ofrecía la joven eran las míticas manzanas del Jardín de las
Hespérides. Mientras comía dando rienda suelta a sus pensamientos, ella
aprovechó para escaparse, cruzó el barranco y se refugió en un bosque
cercano. El la persiguió, pero de pronto se dio cuenta de que algo se
interponía entre él y su presa: era un árbol, que majestuoso meneaba sus
ramas como si de espadas se trataran. Su tronco se asemejaba a una
serpiente y en su interior se ocultaba la doncella guanche. El navegante,
asustado, le lanzó al supuesto monstruo una flecha que al clavarse en el
árbol hizo que de este brotara sangre líquida de Drago. Confundido y
atemorizado huyó despavorido hacia el mar y rápidamente se subió a la
barca y comenzó a alejarse de la costa ya que estaba convencido de que
había sorprendido en el jardín a una de las Hespérides a la que salió a
defender el mítico Dragón.
6. Mayantigo
Tanausú, mencey de Aceró, y Mayantigo, mencey de Aridane, luchan
por el amor de la más hermosa doncella de La Palma, Acerina. La
bella joven de ojos negros detiene el duelo y ante el Idafe, el roque
sagrado para los aborígenes palmeros, en el interior de la Caldera de
Taburiente, lugar de ofrendas y sacrificios, les hace jurar que acatarán su
decisión. Y ella juró que entregaba su amor a Tanausú.
El mismo día que se celebraba la unión entre Tanausú y Acerina, el
conquistador castellano Fernández de Lugo propuso una tregua con el
mencey, a través de un mensaje enviado con Juan de Palma, un isleño que
servía a los conquistadores y hacía de intérprete y espía. Tanausú accedió
a hablar, en contra del consejo de los miembros de su tribu. La trampa tuvo
el resultado esperado; a una señal del conquistador las tropas castellanas,
escondidas en el barranco, atacaron a los aborígenes y masacraron a los
guerreros que acompañaban al mencey y convirtieron en prisionero a
Tanausú.
Durante la larga travesía, a bordo del navío que lo llevaría a Castilla
como esclavo, se negó a probar alimento y no dijo nada más que la terrible
palabra: ¡Vacaguaré! -¡quiero morir!-. El mar fue su tumba.
Al conocer el trágico final del mencey, Acerina quiso compartir el
destino de su amado y pidió a Mayantigo que la encerrara en una de las
múltiples cuevas que los aborígenes guanches utilizaban como tumbas. Allí,
arropada con pieles de cabra, leche y miel terminó su vida, pero no la
leyenda. Se dice que Mayantigo esperó a que la princesa muriera para
encerrarse él también en aquella cueva y cumplir los augurios de los
adivinos que predecían que Mayantigo y Acerina compartirían un hogar.