1. SANTIAGO (93) 2001
ISLA EN EL TIEMPO
Omar Guzmán Miranda
Tamara Caballero Rodríguez
La prostitución:
un análisis en torno a su
definición como flagelo
de la sociedad
La prostitución constituye una estructura social que existe objeti-
vamente para la sociedad. Ha existido por los siglos de los siglos
como un fenómeno externo y coercitivo tanto para quienes la
ejercen como para los que la sufren o contemplan. Se encuentra
más allá de la subjetividad de quien la asume y de la voluntad de
quien no la desea.
De manera inicial podemos decir que la prostitución es el acto de
compraventa del cuerpo sexual de la mujer por parte de los
hombres, sin embargo, el carácter economicista de esta definición
deja una serie de lagunas sobre el por qué la mujer se prostituye,
ya que esto es considerado una conducta inadecuada y porque en
definitiva estamos no frente a un hecho económico sino frente a
un hecho social muy bien estructurado con causas eficientes y
196 efectos funcionales. Esta definición no es exacta desde el punto de
vista sociológico, no sólo porque se circunscribe al aspecto eco-
nómico de la cuestión, sino debido a que se queda en la manifes-
tación fenoménica de la prostitución y no tiene en cuenta otros
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factores que no pueden menospreciarse como, por ejemplo, los
morales axiológicos y los culturales. Aunque tampoco ninguno de
éstos por sí solo nos lleva a una definición sociológica favorable
de la prostitución, no es sólo una pérdida de valores de una mujer
que llega a asumir una moral inadecuada, es decir, contraria a la
establecida como deseada por la sociedad. De hecho aquí se
condena al factor económico, bajo el supuesto de que puede existir
prostitución sin interés mercantil de por medio.
Puntualizamos que tal condena no conduce a la negación esencial
y genérica de un flujo de intereses económicos en el acto de la
prostitución; o sea, la prostitución pura como entrega inmoral a
varios hombres al mismo tiempo, sin que medie ningún beneficio
o interés para la prostituta, no existe; y si existe, no es represen-
tativo para un fenómeno que al estudiarlo se encuentra presente en
cualquier sociedad y en cualquier tiempo.
Sin embargo, resulta inobjetable también que para que exista
prostitución debe haber degradación moral. De dos muchachas
que tengan las mismas dificultades económicas, la diferencia
entre ellas en sus respuestas para salir de ellas, la puede marcar una
visión moral de la vida y otra no moral, donde en esta última la
persona le quita valor al tipo de persona que haga el sexo con ella,
sin importarle ni sus condiciones físicas ni morales. Se requiere de
un determinado nivel de degradación moral para poder asumir una
relación íntima con alguien indeseado a partir de sus gustos,
aunque tal inmoralidad eliminaría incluso el problema del gusto
sexual. En la persona moral esto no ocurriría, la cual asumiría sus
problemas desde las posiciones de la moral establecida.
En busca de una definición a este término ya tratado hemos
encontrado elementos que no pueden faltar en el mismo como son:
1. Beneficio o interés de cualquier tipo para la prostituta en el
acto de entrega sexual de su cuerpo.
2. Cumplimiento de las normas y valores (moral) de la sociedad
respecto a las relaciones sexuales.
Pero existe un tercer elemento que es tan necesario para la
existencia de la prostitución como que constituye el medio que
hace posible la unión de los dos anteriores, aunque no es sólo esa
condición lo único que habla sobre su importancia. Sin el mismo 197
tal vez nunca se hubieran creado las condiciones sociales propi-
cias para el surgimiento de ese flagelo.
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Nos referimos a la cultura patriarcal que ha condicionado de uno
u otro modo no sólo el dominio del género masculino al femenino,
sino que ha fomentado normas y valores, incluso tradiciones, que
presentan la entrega sexual de la mujer al hombre y no al revés,
como un fenómeno normal o aceptable. Precisamente, el hecho de
que se presentase en una cultura patriarcal, hace ver que este
fenómeno si bien puede ser visto en hombres, es típico de las
mujeres en un acto de entrega cultural al hombre, lo que constituye
un problema social en cualquier parte del mundo. No es la
prostitución del hombre, sino la prostitución de las mujeres puesto
que tal acto entraña una respuesta en los marcos de la cultura
patriarcal dominante desde que el ser humano hace historia. Desde
este punto de vista la prostitución no puede ser vista únicamente
en su connotación económica y moral, sino también en la cultural
desde la perspectiva de un enfoque de género, pero que resulta
primordial, ya que la prostitución es una relación determinada
entre el hombre y la mujer a partir de una dominación establecida
culturalmente de un género (femenino) por otro (el masculino). La
lucha contra la prostitución implica una lucha contra la cultura
machista.
Este último elemento que está dado en que la prostitución se
presenta en una cultura patriarcal, permite que el fenómeno
constituya un acto de placer sexual para el género masculino, de
beneficio económico o de interés para el femenino y de degrada-
ción moral para ambos en los marcos de una cultura que la
posibilita. De tal modo, cualquier hombre depravado posibilitará
el auge de la prostitución no sólo para su placer sexual, sino
también para su beneficio económico, o sea, intercambiando
funciones el hombre también lucra con aquello que le proporciona
placer, sobre la base no sólo del desgarramiento moral de la mujer
sino del propio, o de su interés personal. Claro existe otro tipo de
hombre que sin participar en el sexo que genera la prostitución
también lucra de ella. Ése es capaz de crear prostíbulos, redes u
organizaciones en la que el objeto del placer sea la mujer y el
sujeto el hombre. Aquí tanto mujer como hombre son víctimas de
otros seres humanos (proxenetas) que al convertirse en organiza-
dores de la prostituciòn patentizan su carácter objetivo como
fenómeno macrosocial que funciona en una cultura que permite la
198 utilización de intereses sexuales y económicos tanto de hombres
como de mujeres a través del desarraigo moral. En esta dirección,
el hombre se degrada tanto como la mujer en el acto de la
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prostitución, aunque también encontramos a la mujer que organiza
esta actividad consistiendo en esto precisamente su prostitución y
no necesariamente en su entrega corporal.
A la altura de este análisis, vemos aparecer nuevos sujetos que
hacen posible la prostitución. Se les llama proxenetas o todo tipo
de delincuentes que tienen frente así, a su disposición, como
víctimas uno del otro, a los géneros masculino y femenino.
Precisamente, la prostitución es una estructura social porque no
constituye una simple relación "Tu-Yo", sino una relación más
compleja entre los géneros y la sociedad en los marcos de una
cultura patriarcal que por sus diferencias posibilita la degradación
de una mujer a favor de un hombre y de ambos a favor de una red
u organización, sea ésta grande o pequeña. La prostituta para
entrar en la estructura social de la prostitución tiene que entrar en
la red y el que quiere gozar de la prostituta debe buscar la red.
Encontrarse en dicha estructura presupone la ocupación de deter-
minadas posiciones con el desempeño de ciertos roles que carac-
terizan la actividad en cuestión.
La estructura social de la prostitución es tendida u organizada por
quienes de un defecto cultural, sacan ganancias sin producir
bienes materiales. Esto es en sí una conducta desviada ante la
sociedad, que constituye la base de delitos. Quienes practican la
prostitución, y los que de ella se sirven, son víctimas de una
estructura externa y coercitiva a ellos de la cual no pueden escapar.
Claro, también somos víctimas de ella quienes observamos el
fenómeno sin poderlo eliminar, es decir, toda la sociedad.
Sólo ahora podemos intentar definir la prostitución como una
estructura social que puede ser estudiada y definida por la socio-
logía; y que como fenómeno social que es consta por una parte de
tres elementos:
1. Beneficio o interés de cualquier tipo para la prostituta en el acto
de entrega sexual del cuerpo, para el hombre que lucra de
aquello que le proporciona placer y para los organizadores de
esa estructura social.
2. Violación de las normas y valores (morales) de la sociedad
respecto a la regulación de las relaciones sexuales. 199
3. La cultura patriarcal que subordinando la mujer al hombre se
convierte en el vehículo de la prostitución.
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Por otra parte, tiene varios sujetos sociales que la sustentan:
a. La mujer que se entrega.
b. El hombre que compra.
c. Las personas que organizan.
d. Las organizaciones y redes de la prostitución.
El objeto de este comercio sexual con ánimo de lucro es la
sociedad, que es sobre quien ella actúa con efectos degradadores.
El sujeto, visto como un todo, está compuesto por todos los sujetos
antes mencionados que gravitan sobre el objeto o sociedad crean-
do reacciones que hablan sobre los efectos negativos del fenóme-
no. Percibimos cómo la misma con sus actores desencadena toda
una serie de gamas delictivas dentro de la sociedad, lacerando sus
reguladores sociales, lo cual incide en la pérdida del clima de
estabilidad social. No sólo desencadena una decadencia social,
sino también conductas inadecuadas en medios disímiles como el
turismo, la enseñanza media y universitaria, los centros laborales,
las comunidades, la familia.... Sus tentáculos son un cáncer que se
come a la sociedad, desvalorizándola.
Hasta aquí hemos demostrado que estamos ante un fenómeno real,
con estructura social objetiva, que afecta a la sociedad. Su
existencia en todos los tiempos en los marcos de la civilización
contemporánea (entendiéndola desde la Grecia Clásica hasta la
actualidad), demuestra que siempre ha gravitado sobre las socie-
dades. Ese flagelo de la sociedad ha servido para medir el grado
de integración y regulación de mujeres y hombres en el campo de
las relaciones sexuales. En este sentido se convierte en un
indicador para la sociedad que le señala el carácter de sus relacio-
nes sexuales, que no deja de ser repudiable, cuestión que a nivel
individual permite analizarla como algo anormal en esa persona.
Una prostituta merece un análisis psicológico muy diferente que
al que puede hacérsele cuando ya ella es parte de todo un grupo
social, o sea, que el que puede llevársele a cabo desde una
perspectiva sociológica. Cuando una persona asume una posición
estructural dentro de la sociedad, su perfil psicológico, así como
sus roles y funciones, quedan mediatizados por esa ubicación
200 objetiva. No cabe duda que la impronta subjetiva de la persona
ocasiona una influencia en el hecho analizado, pero ella puede ser
vista desde las regulaciones objetivas de ese fenómeno dentro de
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la sociedad. La prostitución puede tener manifestaciones fenomé-
nicas relacionadas con la subjetividad de la practicante, pero en su
esencia se encuentra determinada por ciertos indicadores objeti-
vos. Eso es lo que nos permite hablar y ver a la prostitución como
una construcción sociocultural.
Este fenómeno se establece como el aspecto negativo de las
relaciones sexuales entre mujeres y hombres que regulan o ayudan
a definir en contraposición a éstas el aspecto positivo de las
relaciones sexuales. Cuando un fenómeno tiene una condición
normal, no quita que esa normalidad se mueva en el continuum de
lo positivo a lo negativo, lo cual ayuda a definir precisamente esa
condición porque establece una relación referencial entre dos
cosas. Si dentro de las relaciones sexuales se puede definir lo
positivo (lo bueno, lo bello), es sólo gracias a que existe algo
negativo (malo, feo) en comparación con lo cual se establece lo
anterior. Las relaciones sexuales entre hombre y mujer, siempre
tendrán un aspecto malo que permitirá definirlas como tales. Por
eso, siendo la prostitución una tergiversación de las relaciones
sexuales siempre existirá como algo malo o, cuando menos,
siempre será identificada en alguna relación disipada entre
hombre y mujer.
La prostitución, desde esta perspectiva, encierra una función
negativa porque regula cuándo, cómo y por qué una mujer y un
hombre entran en relaciones sexuales incorrectas. Si la prostitu-
ción no existiera, no sabríamos con precisión la diferencia entre
el sexo, gracias al amor, o el sexo producido por un acto en busca
de intereses de cualquier tipo que degradan moralmente tanto a la
mujer como al hombre en el contexto de una cultura machista.
Este hecho, como fenómeno negativo que se mantiene bajo
control, en sus manifestaciones se puede reducir a la mínima
expresión o extinguirse, éste es el sueño de los que luchan contra
ese flagelo. Pero ella también adopta la manifestación anómica
antes mencionada.
La prostitución se torna anómica cuando las normas y valores
existentes en la sociedad son impotentes para regular las relacio-
nes sexuales y se produce un descontrol que conduce a un
crecimiento desmesurado o anormal de ese fenómeno. Ella alcan- 201
za índices alarmantes y se observa una frecuencia mayor y más in-
tensa que cuando las normas y valores reguladores de la conducta
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ejercen una mayor influencia. Esto va acompañado de cierta
depauperación moral de la sociedad, y las personas que practican
la prostitución cada día se hacen más impunes y hasta adquieren
determinada ascendencia sobre las fuerzas vivas (productivas) de
la población que ven alarmados el mal, pero no lo pueden evitar
ni en su existencia ni en su crecimiento.
La manifestación anómica de la prostitución se convierte en un
cáncer moral para ésta. A ella recurren aquellos que amparados en
la inoperancia de las normas y valores sociales en la familia,
escuela, centro de trabajo o comunidad, optan por una vida
corrupta y pervertida. Incluso, bajo estas condiciones la sociedad
puede cambiarle el nombre a la prostitución por otro más compa-
sivo como el del jineterismo. Pero ella, en su lucha por reestable-
cer los reguladores sociales, tiene que caracterizar la actividad
rebautizada con su nombre real en cuanto a su esencia: es decir,
con el de prostitución.
Con la prostitución anómica se pierde cualquier función regulado-
ra entre el mal y el bien de las relaciones sexuales, ya que las
normas sociales que tienden a buscar determinado orden siempre
a favor de lo más positivo, se violentan o, sencillamente, se
eliminan. La impunidad en la violación de las normas morales es
lo que estimula el crecimiento anormal o patológico (anómico) de
la prostitución. Si los condicionamientos socioeconómicos y
culturales favorecen la violación de las normas y valores de la
sociedad y si las instituciones socializadoras no asumen una
posición de manutención del orden, de las normas y valores de la
sociedad, se le abre un camino fácil a la desintegración de ella
mediante el crecimiento desmesurado (anómico) de este fenóme-
no. La tan citada crisis de valores (y también de normas), no es más
que determinadas personas en el establecimiento de sus relaciones
sexuales no los tiene en cuenta. A estas alturas la prostitución no
regula nada, porque sólo engendra decadencia social. Este tipo
de prostitución fomenta personas desvalorizadas, sin normas o
valores que regulen su actitud ante la sociedad, asumiendo posi-
ciones enfermizas o dignas de animales. No hay diferencia entre
una prostituta que ha llegado a este estado de enajenación de su
condición de ser social y una perra ruina que se entrega al primer
202 perro que la olfatea en la calle.
Cabe destacar, que la crisis de valores y normas es más que eso,
puesto que a partir de una orientación de valor diferente a la
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existente en cuanto a la que regula la conducta de las personas en
correspondencia con las necesidades e intereses de la sociedad, se
crean otros valores y normas ajenos a ella y en consonancia con el
individualismo y el egoísmo. Esto equivale a una sustitución de la
tabla de valores en las acciones de las personas que practican esa
actividad. Pero como ellas son personas que viven en el medio
social, su influencia contaminante se hace sentir no sólo en el
sentido de que se imiten sus conductas negativos, sino en la
asunción de esos valores y normas negativos, que constituyen la
causa eficiente del fenómeno, pero que puede derivar en otros aún
peores. Por eso, la labor reeducativa de esas mujeres y personas en
general, no consiste en arrancarle el compromiso de no ejercer
más la prostitución, sino en volverle a reestablecer la orientación
de valor que pide y necesita la sociedad con sus valores y normas,
para que sirvan de reguladores sociales efectivos ante cualquier
otra conducta desviada.
En Cuba, en los momentos del período especial se comenzó a ver
como algo preocupante la prostitución anómica que constituye un
elemento funcional y visible más de éste. Antes del mismo, las
normas y valores de la sociedad eran suficientemente estables
para imponer el orden social, la prostitución nunca se enarboló
como una preocupación real por parte de la sociedad cubana. Las
prostitutas que existían estaban confinadas al repudio social y
quienes violaban las normas y valores sociales en materia de
relaciones sexuales eran condenadas con la efectiva entonces
etiqueta de prostituta. Esto llegó a permitir que se enarbolara la
tesis de la eliminación de ese flagelo.
El problema de la crisis es que hace al repudio tolerante y hasta
justificativo, porque por razones objetivas las normas y valores
van dejando de ser válidos, permitiendo que se conviva con el mal
sin combatirlo: se trata del síndrome de la convivencia con la
decadencia, según el cual la misma se mete dentro de las personas
sin ellas darse cuenta. Ése es el mal mayor de una crisis: sus
consecuencias sociales.
En el período especial, el fenómeno de la prostitución alcanza un
crecimiento tan elevado que se hace anómico y registrable por
todos los miembros de la sociedad, hasta por los niños. El pueblo
cubano bautiza la prostitución anómica con el nombre de jinete- 203
rismo y a todos los que participan en ella como jineteras y
jineteros. Se llega a ver sin profundidad el bautizo de un fenómeno
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negativo por un término trivial, que intenta anular inconsciente-
mente lo que en verdad no es ni más ni menos que prostitución.
Pero esto ocurre por un mecanismo de defensa de la sociedad de
no poder llamar con su verdadero nombre al regulador social que
ha perdido.
El término jineterismo o jinetera pretende restarle valor regulador
de condena a una manifestación negativa que era reguladora
porque precisamente era condenada siempre desde sus inicios por
lo que realmente era: prostitución. No es lo mismo llamar a una
persona como jinetera que como prostituta. El valor regulador de
condena del segundo término no es igual que el del primero. Tan
depauperado llega a estar el ambiente social, que una muchacha
que practica abiertamente para todos la prostitución más descar-
nada no es prostituta, sino jinetera. Se habla de la jinetera que vive
en mi barrio, pero no se condena a la prostituta que es vecina mía.
No se trata de que mi barrio haya caído en la trampa de un sofisma,
sino que ha sido víctima de aquello que no ha podido regular,
porque las normas y valores que allí había no existen ya de igual
manera, puesto que alguien los viola impunemente: la prostituta
con el nombre gentil de jinetera.
De la misma manera que una enfermedad marca la vida de una
persona, así este tipo de prostitución con el nombre de jineterismo
está presente en la sociedad cubana de manera exageradamente
visible. Se convierte más que en un patrón de conducta (que su
enraizamiento así llega a ser visto poco a poco por quienes van
perdiendo junto con esas personas las normas que lo regulan), en
la negación de patrones sociales de conductas, en manifestacio-
nes antisociales, porque precisamente conspiran contra la socie-
dad en su esencia: en la pérdida de la espiritualidad, de la moral,
que caracterizan al ser humano. Las potencias animales son
elevadas, sólo hay preocupación por lo material; mientras que las
potencias humanas dadas en la espiritualidad desaparecen poco a
poco, o se ponen en peligro.
En este momento de crisis, la prostitución aparece, y así es captada
sin reserva ni timidez por toda la población, en toda su estructura
social que la hacen compleja. Es decir, los elementos que la
componen (la búsqueda de intereses, el acto de compra-venta del
204 sexo, la decadencia moral, los efectos nocivos de la cultura
patriarcal), los sujetos sociales que la hacen posible ( mujer que
se vende, hombre que compra, red que organiza, sujetos que
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posibilitan el funcionamiento de la red, organizaciones), el objeto de
la prostitución dado en la sociedad (el sujeto social visto como un
todo compuesto por todos los sujetos anteriores actúa sobre el
objeto o sociedad, creando resultados que hablan sobre los efectos
o funciones negativas del fenómeno), la decadencia social (que
provoca conductas inadecuadas que están no sólo en los marcos
estrictos de la prostitución, sino contra conductas delictivas
complementarias o viceversa), la promiscuidad (la pareja no se
elige por amor, sino como la encarnación de un trabajo).
La prostitución se convierte en un todo endógeno compuesto por
partes, cada una de las cuales tributa sustancialmente al todo. A
esta lista de partes es necesario incorporar los medios sociales en
que se produce la prostitución. Ninguno queda excluido: el
turismo, la enseñanza media y superior, los centros de laborales,
los barrios, la familia. Pero el común denominador de todos estos
medios es el turismo, sobre cuya base surge el jineterismo o
prostitución anómica en la sociedad cubana. Como es lógico, el
turismo no es la causa de este aumento desmesurado de la
prostitución, sino la ineficiencia o ausencia de los reguladores
sociales en los marcos del período especial que convierte a esta
figura en una conducta inadecuada que no se encuentra sujeta ni
a normas ni a valores. Cuando la crisis actúa en el medio turístico,
el cual merece un análisis particular, la sociedad se encuentra
privada de las normas y valores tradicionales para llevar la
prostitución a lo normalmente permisible. Al ocurrir tal impuni-
dad, las fuerzas oportunistas de la sociedad encuentran la vía fácil
dada en la prostitución para quedarse al margen de la sociedad.
Los éxitos materiales de esa calaña estimulan la continua viola-
ción de las normas y valores de la sociedad por otros y, por
consiguiente, aumenta anómicamente la prostitución. La socie-
dad no cuenta con reguladores eficientes para, en sus diferentes
niveles, combatir una deformación diferente a las antes existentes.
Es como si un enfermo de pronto se encontrara con que los
medicamentos que se le suministran no surten el efecto deseado y
no posee un nuevo medicamento por el momento. Todo esto va
acompañado por un estado o sentimiento de frustración por parte
de la población para restaurar el orden social. Esto no hace más
que aumentar la crisis de valores y normas que aparecen en una
parte de la población en los momentos coyunturales de dificulta- 205
des económicas. Si la prostitución anómica no se acorrala, se
combate y elimina, ella inexorablemente podría tomar el cuerpo
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de la sociedad. Y lo que hoy no es representativo de la sociedad,
debe encontrar mecanismos eficientes de control social. Es lógico
pensar que si paralelamente sobre la sociedad actúan también
otras conductas inadecuadas, el peligro que nos acecha es real y
es preciso recurrir a las fuerzas vivas (productiva) del país para
entablar el combate por el reestablecimiento del orden social, de
las normas y valores que regulan la sociedad en función de su
desarrollo material y espiritual.
La pérdida o disminución de los reguladores sociales es un
fenómeno normal en cualquier crisis económica. El primer com-
bate de la prostitución es en la familia. Aquí ella es enfrentada
como una conducta negativa y esa lucha conduce al rechazo de la
prostituta en forma de expulsión del seno filial o mediante la
neutralización gracias a la victoria de las normas y valores
predominantes en la familia, los cuales en caso tal de resultar
verdaderamente fuertes en la imposición del orden, deben impo-
sibilitar el surgimiento de la prostitución en su seno. Pero también
puede darse el caso de que los reguladores de la familia no sean lo
suficientemente fuertes como para negar esa conducta negativa, la
cual no sólo puede ser aceptada por el consenso familiar, sino que
lo contamina hacia sus posiciones. Así, muchos miembros de la
familia caen en la prostitución y otros lo toleran, cerrando los ojos
para servirse de esa especie de trabajo anómico (el trabajo normal
es el socialmente útil, ya que enriquece a la sociedad por las
normas y valores materiales y morales que establece para que
exista orden, estabilidad y desarrollo material y espiritual, mien-
tras que el trabajo anónico, violando los reguladores, conduce
poco a poco a dificultades en la sociedad).
En los tiempos de crisis las normas y valores, que tienen una
connotación social por cuanto existen para regular a todo un
colectivo social que puede ser desde la sociedad en general hasta
la familia como el grupo social más pequeño con que ella cuenta,
pierden o disminuyen su función reguladora. Quien primero
siente ese efecto es la familia, porque es la primera en enfrentarse
a las personas que dejan de atender a esas normas y valores. La
prostitución es una consecuencia directa de la pérdida o disminu-
ción de los reguladores sociales, que resultan una causa eficiente
206 del efecto dado en la pérdida o disminución de los reguladores
individuales en aquellas personas que asumen un trabajo anómico
para mantener su vida. Los reguladores sociales son primarios en
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relación con los individuales y, al mismo tiempo, están determina-
dos por las condiciones materiales de vida de la sociedad. Los
efectos de una crisis recaen, en primer lugar, sobre la familia
porque es donde los individuos pasan o han pasado una mayor
parte de su vida. Por eso, no importa las condiciones materiales de
la familia para que en su seno surjan jineteras, porque la crisis se
refleja en ella no de manera directa sino a través de la pérdida de
los reguladores sociales.
Otra cuestión es la reacción de la familia ante la aparición en su
seno de una jinetera, la forma en que la jinetera en relación con la
familia manifiesta su conducta tanto a los ojos de ésta como de la
sociedad y las relaciones intersubjetivas que se establecen entre la
jinetera y los diferentes miembros de la familia y las intersubjeti-
vidades de esos miembros ante la presencia de una jinetera entre
ellas. Todo esto es determinado única y exclusivamente por el
carácter o magnitud de los reguladores sociales en esa familia, por
el cumplimiento o no de ellos bajo la influencia de un ser que no
los tiene en cuenta.
El carácter de los reguladores sociales familiares nos lleva a otra
tipología de la prostitución. Prostitución consentida, prostitución
combatida, prostitución abierta y prostitución encubierta. Los dos
primeros tipos, tienen en cuenta la relación de la familia hacia el
fenómeno y los segundos la respuesta de las prostitutas ante el
menor o mayor grado de presión de los reguladores familiares. La
consentida tiene un vínculo directo con la abierta y la combatida
con la encubierta.
Estos tipos de prostitución se explican por sí solos de acuerdo con
los elementos ofrecidos dados con anterioridad. Ellos son válidos
para el contexto familiar, pero, sin lugar a dudas, se reflejan en
todo el organismo social de igual manera en tanto contribuyen al
aumento del fenómeno. Cuando esas prostitutas salen a la calle o,
mejor dicho, están en la calle, se encuentran en resonancia con la
pérdida disminución de reguladores sociales de la sociedad y
encuentran su hábitat, ya que la pérdida de esos reguladores
familiares no son tampoco causa directa de la prostitución, sino
que éstos son efectos funcionales de los reguladores de la sociedad
que se pierden, los cuales constituyen su causa eficiente. Aquí
opera una explicación sistémica de la prostitución surgida en el 207
seno familiar, puesto que la familia vista como sistema social tiene
una organización interna a partir de la interrelación de todos
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sus elementos componentes, que interacciona, a su vez, en calidad
de subsistema, con los otros sistemas sociales del exterior, en lo
cual estaría dada su organización externa. En el análisis de este
fenómeno, como de cualquier otro, hay que ver a cada sistema
social como un sistema abierto en comunicación con otros. Por
eso, hay que precisar cómo se produce esa interacción del exterior
con el interior de la familia, lo que impide hablar sobre familias
funcionales con miembros disfuncionales, o de familias buenas
que no deben tener problemas en su seno pero que los tienen
porque los tomaron del exterior.
La prostitución es un fenómeno de la calle porque es de la
sociedad. La familia es su primera víctima. De esta parte de la
sociedad hacia ella como un todo comienza la acción corrosiva
cancerígena de la prostitución. La prostitución como desviación
de la sociedad es adquirida por cualquiera de sus miembros que
viven en una familia y realizan actividades en otros lugares tales
como escuelas, centros laborales y barriadas. Pero no es ni la
familia ni ninguno de estos lugares en el que la prostitución se
lleva a cabo, porque el fenómeno típico de la calle, disociado del
hábitat y lugares cotidianos de las personas que la practican. Esto
hace más posible la labor antisocial de las jineteras, ya que su
accionar no está vinculado con el contexto de la familia, escuela,
centros laborales o comunidades, a los cuales ellas llegan con el
ejemplo consumado de su acción, es decir, con sus ganancias y
atuendos. Los reguladores sociales en la calle funcionan con
dificultad o no funcionan y la acción reguladora se hace represiva.
La policía asume una función que si bien le es inherente, en ella
debe participar toda la sociedad.
Pero al mismo tiempo esto imposibilita la acción de los regulado-
res sociales que van demostrando su importancia ante la realidad
en crecimiento. Los hombres que viven en la sociedad son respon-
sables de esa pérdida-disminución de los reguladores sociales, los
cuales son sustituidos por el desorden y la anarquía social.
Entonces se hace necesario recurrir a reguladores jurídicos con los
cuales se compromete ante todo el Estado, y la participación de la
sociedad (de sus miembros) es menor que si se aplicaran regula-
dores sociales. La calle se convierte en un medio social carente de
208 reguladores sociales, porque es el terreno de nadie. Las
responsabilidades tienden a decaer, ya que se puede ver el mal,
pero se es tolerante con él e, incluso, indiferente. Pero éste es el
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error de la sociedad, ya que ella tiene el poder de transmitir
conductas que tienen en cuenta el surgimiento de determinadas
normas y el cumplimiento de ciertos valores o de malos ejemplos
que no los tienen en cuenta. Sin embargo, lo que en la calle se gesta
cae, sin lugar a dudas, de una u otra manera en los otros medios
sociales, que es donde la sociedad tiene más conciencia y claridad
de la existencia de reguladores sociales. Se trata, pues, de invertir
los términos. En esa dirección debe ir encaminada la formulación
de una estrategia para preservar los reguladores sociales existen-
tes y fomentar los necesarios.
El que tiene conciencia del mal social propio de la prostitución,
puede protestar contra las prostitutas y los prostituidos, pero en el
contexto de la calle, las condiciones le son adversas y sus protestas
no son tenidas en cuenta porque carecen de aliados; las otras
personas observan una discusión de principios morales entre un
agente cancerígeno y otro del bien, como una cosa rara que no le
es inherente y que no le afecta. Esto le da posible autoridad en la
calle a los que practican la prostitución.
Por otra parte, los aliados en sus medios familiares, escolares y
comunitarios debaten críticamente el fenómeno, pero no se dan
cuenta que fuera del contexto donde se produce el fenómeno sus
críticas se desvalorizan. Ese aliado potencial no lo fue real, puesto
que sus reguladores sociales no lo hacen funcionar críticamente en
todos los medios sociales. Sin quererlo se convierte en una polea
transmisora de pérdida-disminución de normas y valores que
regulen todos los componentes de la sociedad. Aquí funciona una
enajenación ante la prostitución, fuera de la visión de su práctica,
todos se sienten con el derecho de condenarla e incluso, proponer
medidas de erradicación y buscar causas, etcétera, etcétera. Es
decir, el comportamiento es absoluto. Pero a la vista de la misma,
se tiende a ver como algo ajeno, que no nos pertenece porque se
cree falsamente, que si no nos afecta directamente, no nos afectará
de algún modo nunca. Así, pues, el ser humano que es de esencia
crítica, lleva a cabo un espíritu demagógico en el análisis de un
problema tan peligroso para la sociedad como la prostitución. No
está al margen del problema, pero no lo enfrenta donde quiere y
como quiera como algo suyo en cuanto a que si afecta a la sociedad
lo afecta a él mismo. 209
De esta manera, la indiferencia ante la prostitución que vemos en
la calle, inunda paulatinamente a la comunidad, la escuela, el
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centro laboral y la familia. La misma visión enajenante con que se
enfrenta el problema constituye una expresión de que realmente
no se enfrenta. Decimos una cosa y hacemos otra, la lucha no es
real, sino ficticia e hipócrita, por eso el mal no sólo subsiste, sino
que se desarrolla, el mal llega a su clímax cuando al llenarse de
gloria se justifica.
La justificación de la prostitución es la máxima encarnación no
de la crisis material, sino de otra peor: de una crisis espiritual en
la que las normas y valores son sustituidos por la anarquía social
y la ausencia de valores tradicionales. Todo esto es posible,
lógicamente cuando hablamos de la prostitución desmesurada e
incontrolable, es decir, la anómica.
La lucha de la prostitución en otros medios sociales diferente al
callejero, tiene a su favor la victoria en el lugar donde los esfuerzos
educativos de la familia, la escuela, los centros de trabajo y la
comunidad deben confluir, pero que no lo logran porque la
estrategia educativa tributa a los medios sociales concretos pero
no a toda la sociedad. Por consiguiente, en la sociedad vista en la
calle se labra conductas ajenas a ella pero que tienden a destruirla,
imponiéndose de la manera arriba descrita. Esas antinormas y
antivalores que se gestan en la calle compiten con la educación que
se da en los otros medios sociales, y llegan a penetrar en ellos. La
educación, los educandos y los educadores se encuentran frente a
una realidad que saben cómo regular en sus medios aislados del
todo social, pero no en éstos y en la calle al mismo tiempo. La
política educacional es sólo táctica, inmediata para su medio, pero
carece de estrategia que dé resultados globales a nivel de toda la
sociedad, incluyendo, por supuesto, a la calle.
Sin embargo, la prostitución está enfilada estratégicamente hacia
la destrucción de la sociedad y de todos los medios que constitu-
yan reductos de los reguladores sociales, ya que la prostituta y el
prostituido tienden a llevar su modo de vida y de pensamiento a
todos los medios sociales. Si a la prostitución unimos otras
conductas negativas que corroen la sociedad en todas sus instan-
cias, y que se hacen también anómicas en la época de crisis,
obtenemos un cuadro bastante preocupante. La sociedad puede
perecer bajo los efectos del vicio y la corrupción sin que ninguna
210 relación social lo impida. Esto es lo que debemos evitar para ganar
en claridad sobre la importancia de la eficiencia de los reguladores
sociales de la sociedad que poco a poco se pierden o disminuyen.
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La libertad no puede existir a costa de la pérdida de la noción del
hombre de su responsabilidad ante el funcionamiento del engra-
naje de los reguladores sociales. La represión moral, no la policía-
ca que puede ser su complemento, debe ser la base de la libertad.
Las causas morales adquieren una prioridad frente a las económi-
cas a la hora no sólo de definir la prostitución sino también de
combatirla. La sociedad hace funcionar los móviles morales como
reguladores de la conducta de hombres y mujeres para luchar
contra la prostitución como flagelo de la sociedad.
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