1. Universidad Técnica Particular de Loja
Trabajo a distancia de Computación Básica
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Juan CuviColumnista invitado, El Comercio
Siempre habrá espíritus
aguafiestas que buscan deslucir un
acontecimiento exitoso, voces
discordantes que a todo le encuentran
un pero, de esas dedicadas por oficio
a buscarle la quinta pata al gato. Si no fuera porque contribuyen a realzar el lado positivo
de un hecho, no debería prestárseles atención. Por suerte no son muchos.
Hoy aparecen haciendo cuestionamientos al operativo de rescate de los minero en
Chile. Que con tanto dinero invertido se podrían haber edificado cientos de escuelas,
como si la vida de un ser humano pudiera ser tasada en monedas; que la operación
ha sido utilizada políticamente por Piñera, como si el Presidente chileno, un político en
esencia, no debiera comportarse como tal; que ahora los pobres mineros va a padecer
una ilusión mediática ajena a la dura realidad de sus vidas, como si en el mundo actual
fuese posible escapar a la euforia y a la fama que desatan esta clase de epopeyas.
Es muy probable que detrás de la quejumbre e insatisfacción que alientan estas
ideas exista un profundo desconocimiento sobre el drama humano que encierran ciertas
luchas por la vida. Con toda seguridad, estas mentes ni siquiera sospechan lo que
Leonardo Escobar
Psicología
UTPL, Quito
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significa vivir a oscuras durante días o semanas, cuando la principal –y tal vez única–
aspiración se reduce a ver un rayo de luz, simple y elemental indicio que nos conecta con
el mundo. Tampoco imaginan –no tienen por qué, es cierto– la fortaleza y la tristeza que
trae implícitas la preparación para una muy posible muerte, a 700 metros bajo tierra,
acosados por una sensación de abandono e impotencia, en la más patética soledad
(porque morir lejos de los suyos siempre será, en última instancia, un acto solitario).
Según fuentes de información confiables, mil millones de personas en todo el planeta
estuvieron pendientes del rescate. Una buena parte porque se identificaron con ese
valiente episodio de supervivencia; otra parte por un espontáneo sentimiento de
solidaridad; y otra parte, es cierto, por simple curiosidad. Lo grandioso fue que, en esta
dramática contienda contra la muerte, una considerable porción de la humanidad se
alineó en el bando de la vida. No hubo derrotados, como en la guerra, ni perdedores,
como en las finales del fútbol.
No recuerdo otra ocasión en la historia en que todos, indistintamente, hayamos
sido parte de una victoria inapelable, millones de seres humanos tirando del mismo cable
de acero. En esa cápsula que una y otra vez emergía de la tierra con un minero,
palpitaba ese recóndito instante en que cada uno de nosotros también se abrió paso para
ver la luz.
Si tanta gente fue capaz de sintonizarse con un logro tan intrínsecamente
humano, significa que no todo está perdido en este mundo.
Leonardo Escobar
Psicología
UTPL, Quito