2. EDITORIAL:
Aquí te va el segundo boletín dedicado a
la literatura con temática rock. Al
parecer la idea está cuajando, hasta el
punto de que ya hay un montón de gente
que desea recibir el boletín y otros que nos
están pidiendo un correo electrónico
donde contactarnos. Ya tenemos una
dirección de e-mail. Apúntala:
rockstalg@yahoo.com.
En este número te ofrecemos sendos
cuentos rockstálgicos de José Ramón
Fajardo y Sergio Cevedo, pioneros en
Cuba de la narrativa rock, así como
continuamos con la sección de poesía, esta
vez dedicada al movimiento beatnik y a
dos de sus principales gestores: Jack Kerouac y Allen Ginsberg. También te
ofrecemos la segunda parte del ensayo El rock, su reflejo en la narrativa y
cerramos con la historia del heavy metal, dedicada esta vez a ese genio de la
guitarra que fue Jimmi Hendrix.
Los editores
INDICE:
1. El tema prohibido (o casi): El Rock, su reflejo en la narrativa cubana
y mundial (Segunda parte) Por Raúl Aguiar y Yoss
2. Los pioneros. Aquella dura noche, por José Ramón Fajardo.
3. Poesía rock: Soledad mexicana, Jack Kerouac. América. Allen
Ginsberg
4. Sergio Cevedo: rockstalgia bohemia. Por Yoss
5. Rapsodia bohemia. Sergio Cevedo.
6. Historia del Heavy metal (Segunda parte). Raúl Aguiar
3. EL TEMA PROHIBIDO (O CASI):
El rock: su reflejo en la narrativa cubana y mundial (segunda parte)
Por Raúl Aguiar & Yoss
(2)Rock, rock, rock around the clock (Bill Haley and The Comets)
O intento de crónica secuencial de un fenómeno proteico:
Origen y desarrollo de la literatura rock.
A finales de la década de los 40 surgen
dos tipos fundamentales de narrativa, siempre
en los Estados Unidos: la de los escritores
realista-naturalistas y la de los que utilizan el
humor negro y una fantasía basada en el
absurdo para describir el horror tecnológico de
la guerra. Una narrativa también signada por el
vapor etílico: La llamada generación perdida.
Los relatos de Scott Fitzgerald se codean con
las narraciones de Hemingway, Norman
Mailer, J.D. Salinger, Henry Miller, Steinbeck
y algunas piezas dramáticas de Tennesse
Williams… todavía, podría decirse,
improvisando, probando caminos, con fondo de
jazz. Estas se publican a la par de los autores
más duros de la novela negra (Hammett,
Chandler, Goodis o McCoy), más desoladoras,
más desengañadas si cabe, o pudiera decirse,
más bluseadas.
La literatura y el cine norteamericanos
comienzan a poblar sus historias con una especie de rockeros avant la lettre: rebeldes
sin causa, vagabundos, jóvenes violentos, pandillas... Johny, el cínico motorista forrado
de cuero negro de Marlon Brando en El Salvaje y el inquieto James Dean de Rebelde
sin causa se vuelven de la noche a la mañana los ídolos juveniles. El rock & roll tomará
el relevo de esa mitología en la siguiente década, convirtiéndose en la banda sonora por
excelencia de los outsiders.
Mientras, en la Europa de postguerra, triunfan los personajes existencialistas de
boina y sweater. La época es de los Angry Young Men ingleses, de los héroes
desorientados e insensibles de Sartre y Camus, los inconformes de Malraux o los
4. desertores de Boris Vian, los mismos que se imbricarán más tarde en el corazón de toda
la cultura de resistencia europea a la hegemonía sociocultural estadounidense de los 60.
Los beatniks estadounidenses de
la quinta década fueron, en su
gran mayoría y desde sus
principios, un movimiento
literario.
La aparición del largo poema Howl de Allen Ginsberg en 1956 vino a ser, aparte de su
valor real como poema, la declaración de toda una generación. Jack Kerouac, en su
novela On the road (1957), cuenta la historia del mítico (pero completamente real) Neal
Cassidy y otros jóvenes beat que van de ciudad en ciudad, hablando, soñando,
bebiendo, fumando cannabis, escribiendo la nueva poesía, viviendo una nueva libertad,
lejos de la sociedad anquilosada y vacía de la posguerra y revelándose en contra de los
valores de la misma. La marihuana reemplaza al alcohol y esto implica una diferencia
con respecto a sus antecesores y al mismo tiempo una nueva religión, personal e
intransferible. Pero andar de ciudad en ciudad tiene su razón. Han elegido estar fuera.
Por propia voluntad, son parias de una sociedad que ya no pueden soportar.
En otra novela de 1958, Los vagabundos del Dharma, Kerouac aborda el tema
del desarrollo personal a través del Budismo Zen. A esta siguieron Ángeles de
desolación (1958), quizás su obra más intensa y Big Sur (1962), donde describe la
retirada de un líder beat a la costa californiana en un intento de rehacer su vida.
De esta generación quedarían unos cuantos poemas y novelas excelentes de
Ginsberg, Gregory Corso, Philip Lamentia, Michael McClure, el Doctor Sax de Jack
Kerouac, Cain´s Book de Alexander Trocchi, Last exit to Brooklyn de Hubert Selby Jr.,
y las inquietantes Yonqui (1953) y Naked lunch (1959) de William Burroughs, ambas
devenidas posteriormente Biblias de la subcultura underground de las drogas duras.
Hubo mucha energía entre los beats; muchos de los beatniks mayores siguieron a lo
largo de toda su vida un compromiso serio con el mundo: hasta el propio Señor
Heroína, William Burroughs, poco antes de su muerte colaboraba con Laurie Anderson
y otros grupos punks y de heavy metal. Allen Ginsberg llegaría a ocupar en los 60 la
condición de sumo sacerdote (junto con Timothy Leary, el papá del LSD) de los
hippies, ya en plena efervescencia del rock.
Sin embargo, a despecho de sus antecesores beatniks, el movimiento hippie fue
más light: eminentemente musical, su preocupación estética fue más bien gráfica,
sonora o artesanal, psicoquímica o erótica, antes que literaria. Cuando más, llegó al
comic, o comix, la irreverente historieta underground que nos dejara joyitas de
neurastenia generacional como las páginas autobiográficas de Robert Crump y los
incombustibles Freak Brothers. Leonard Cohen fue autor de varias novelas
parcialmente autobiográficas, El juego favorito (1963) y Los hermosos vencidos (1966)
antes de conquistar la fama como compositor e intérprete de rock. Sus novelas tienen un
estilo provocador y vanguardista, una mezcla de misticismo y realismo, pero aún
impregnado de la estética de la generación Beat.
En 1967, una muchacha de diecisiete años llamada Susan E.
Hinton publica Rebeldes (Outsiders), que inmediatamente se tradujo a
varios idiomas y que el director Francis Ford Coppola llevó al cine en
1983. Al año de su publicación fue seleccionado por el New York
Herald Tribune como “el mejor libro dirigido a jóvenes y libreros” de
Estados Unidos. Ese año se vendieron más de nueve millones de
5. ejemplares. Su segundo libro, Rumble Fish, (1968) corrió la misma suerte que el
primero, incluida la versión cinematográfica de Coppola, que también la llevó al cine en
1983 con un inolvidable uso del blanco y negro y dos tremendas interpretaciones de
Matt Dillon y Mickey Rourke, que así se convirtieron a su vez en ídolos generacionales,
como ocurriera años antes con Brando y Dean.
La escritura de Susan E. Hinton se caracteriza por un realismo descarnado lleno
de fuerza y desgarro para abordar los graves conflictos de los jóvenes inmersos en
problemas personales y sociales que los superan y desbordan. La violencia, que llega
hasta el crimen, preside la vida de unos muchachos abandonados a su suerte que
conviven con la droga, el alcoholismo, el acoso y abuso sexual, la delincuencia familiar
o personal y que, sin esperanza de futuro, se aferran al presente como lo más valioso
que les puede ofrecer la vida. Otras de sus obras son: Esto ya es otra historia (1971) y
Tex (1975).
Norman Mailer, ya famoso por Los desnudos y los muertos, estremecedora
crítica sobre la II Guerra Mundial, publica en 1968 Los ejércitos de la noche, una
descripción de la marcha hasta el Pentágono en protesta por la guerra de Vietnam. Tom
Wolfe, uno de los creadores del Nuevo Periodismo, en su Gaseosa de ácido eléctrico
(1968), hace un recuento de los viajes de Ken Kesey (el polémico autor de la
inolvidable Alguien voló sobre el nido del Cuco) y un grupo de escritores, músicos y
radicales conocido como The Merry Pranksters (Los Alegres Bromistas) predicando las
bondades del LSD por todo el país. Hasta el escritor británico de ciencia-ficción Brian
W. Aldiss en su A cabeza descalza (Barefoot in the head), de 1969, escribe sobre una
Europa alucinada después de una guerra mundial en la que se utilizan bombas
psicoquímicas alucinógenas en lugar de nucleares. En 1971 Don DeLillo, novelista
estadounidense, publica Americana, un relato fantasmagórico de un viaje por carretera
que denota la influencia de John Dos Passos, Jack Kerouac y Thomas
Pynchon. En 1973 aparece otra novela suya, Great Jones Street, en el
que describe el mundo de la música rock, contrastando su aspecto
empresarial con la carrera personal de un cantante llamado Bucky
Wunderlick. Algunos autores ajenos al movimiento como Elia Kazán en
Los asesinos o John Updike en El regreso de Conejo (1971), darían su
punto de vista, si bien un tanto reaccionario, sobre lo que estaba
sucediendo… mostrando de paso que no es preciso compartir los puntos
de vista de un fenómeno ni estar de acuerdo con su desarrollo para saber
reflejarlo literariamente con maestría.
Claro que la contaminación funciona en ambos sentidos;
también el rock se hace permeable a la literatura. Podrían
considerarse como poemas excelentes algunas piezas de Bob
Dylan, Lennon, Jim Morrison (autor de varios poemarios
independientes de sus letras), Janis Joplin, David Bowie o los
rockeros sinfónicos (Peter Gabriel, Rick Wakeman, Roger
Waters, Ian Anderson), de los 70. Lou Reed, otra de las figuras
legendarias de la música rock ha esgrimido a menudo su “oficio
de escritor” para esclarecer un poco sus composiciones más
herméticas como Berlín, New York o Rock&roll heart. En sus
textos se ha enfrentado siempre con los aspectos más sórdidos de
la existencia humana, como el suicidio, la incertidumbre sexual o la drogadicción.
6. Sería demasiado extenso para cualquier prólogo citar todas las obras europeas o
norteamericanas que desde mediados los 70 a nuestros días, han abordado la subcultura
del rock como tema central o indirecto para sus historias. De todas formas citaremos los
que a nuestro entender son los más importantes: Libros ya clásicos
de Robert Greenfield (Viajando con los Rolling Stones), relatos de
Terry Southern, las novelas road movie de Barry Gidford, los
personajes de Tama Janovitz, Handke, Julian Barnes en Metroland
(1980), Bret Easton Ellis (American Psycho), Tomas Pynchon en
Vineland (1990), Douglas Coupland con sus libros Shampoo Planet
(1992), Generation X (1993), e Irving Welsh con Trainspotting
(1994), entre muchos otros, han consolidado esa literatura que tiene
en el rock, la droga, la alienación o por lo menos en la melancolía
por los 60s, su centro de gravedad. A estos pueden agregárseles
muchos relatos de autores del mal llamado Realismo Sucio como Jayne Anne Phillips,
Tobias Wolff, Richard Ford (en su segunda novela La última oportunidad, de 1981,
relata la historia de un ex-combatiente de Vietnam complicado en México en un asunto
de drogas), Bobbie Ann Mason y J. Carol Oates, por sólo citar algunos. Generación que
creció fumando hierba, participando en manifestaciones de protesta y contemplando con
ira la inacabable sangría de la guerra de Vietnam. Mención aparte merecen algunos
relatos y novelas de los jóvenes del Movimiento Canibal, de Italia, representado entre
otros por Aldo Nove (Superwoobinda), Niccoló Ammaniti (Branquias), Massimiliano
Governi y Tiziano Scarpa, entre muchos más. Sus obras se caracterizan por estar
bastante saturadas con sangre y sadismo, muy al estilo del American Psycho de Brian
Easton Ellis, devenido velozmente un nuevo clásico. Y por supuesto, imposible olvidar
al super icono underground de las últimas décadas, el Gran Desclasado Borracho, San
Charles Bukowski.
(Continúa en el próximo boletín)
7. PIONEROS DE LA NARRATIVA DE ROCK EN CUBA:
José Ramón Fajardo
Pepe, además de una excelente persona (y
bebedor de cuidado, lo que casi viene a ser
sinónimo de escritor por estas latitudes) es
un viejo rockero de corazón, de esos que
según el refrán nunca mueren, y a los que se
les escapa aún la lagrimita cuando se les
mencionan a grupos míticos de la escena
nacional como Los Almas Vertiginosas, Los
Kent o Electra. Y un irredento
beatlemaníaco, además. Cosa que, si ya no
quedara bien clara con el título de su cuento
aquí incluido, sería evidente en el del libro
del que fue tomado, su Premio David de
cuento de 1986: Nosotros vivimos en un
submarino amarillo. Como comentario, valga señalar que, si hoy alguno se permite
dudar de que un cuento sobre cómo aprender a bailar algo que parece más disco que otra
cosa tenga que ver con el tema del rock, es porque nunca vivió aquellas deliciosas
fiestecitas que de los 70 que siempre empezaban con coreografías de salón al ritmo de
los Bee Gees y los Boney M para luego subir de tono hacia la pura “perreta
limpiasuelos” con las guitarras distorsionadas de Led Zeppelin, Deep Purple y ¿por qué
no? los Cream con el furibundo Eric Clapton. Y que si no sabías bailar, hermano,
definitivamente eras un cheo, un cuadrado, estabas out y ninguna jevita te iba a mirar
¿está claro?
8. AQUELLA DURA NOCHE
José Ramón Fajardo
“Quiero escuchar el grito
de la mariposa”
Jim Morrison
No estás en un palacio. Nada de cariátides adustas ni
orlados capiteles. Basta con retorcerse; con que te
retuerzas hasta soltar el alma. Sólo un frontón calcáreo
a cuatro pisos de la calle, reflejando en los charcos de
asfalto un escudo de visos tiznados por el humo de los
ómnibus que asciende entre silbidos y frenazos y baja
luego par de metros apenas y llega a la ventana de
venecianas abiertas sobre ti.
El vestido de la madre de Anita es color persiana y la
cara de Ana tiene un tinte crema que les extienden fría
en vasos diminutos y sudados, porque llegaron rápido,
primero, qué temprano muchachos, a pesar de la
llovizna y el hollín de los ómnibus que los hace
estornudar echándoles la culpa cuando la bebida roza la
garganta y desciende flamígera estómago abajo hacia la
calle por la escalera estrecha de mármol reluciente que
subieron preguntándose la hora y tocaron apenados en la puerta olorosa a barniz, con
tallados primorosos que tocan más alto cerca del escándalo y les abren despacio los
brazos lánguidos pálidos de Anita con pañuelo de cabeza y la saya de la escuela todavía.
Ya está oscuro. La llovizna se esfuma y los postes del teléfono están húmedos; sus hilos
negros y tensos gotean atravesando las luces de la calle que comienzan a encenderse.
Desde el balcón puedes palparlos con sólo estirar la mano mientras Octavio y Gil
entresacan discos del montón y Rubén elogia a la madre de Ana unos horribles platos de
pared, además del vestido, el espacio en la sala, la posición de la casa y abre a cada
momento, no se moleste señora, también son del aula, a Mayra, Nubia, Orlando, Darío,
que llegan sonriendo, estampándose besitos ruidosos, si un poco tarde se hizo por la
lluvia, no importa.
Ana sabe que esperas a Antonieta a quizás lo ignora en absoluto. Pero te agrada pensar
que lo conoce, que también ella es un poco cómplice de armar este tinglado, como lo
son Octavio, Gil, Rubén y por supuesto tú, ¿yo?, sí, tú, es la primera vez que vienes.
Ana sonríe a tu lado. Con un dedo barres el agua depositada en la baranda. Te observa
con su nariz afilada, entrecerrando los ojillos azules. Somos vecinos casi, finge
lamentarse, y nunca habías subido. Bueno, la consuelas, nunca hiciste una fiesta. Ahora
voy a hacer muchas, señala a la madre de reojo, se ha dado cuenta que no son terribles.
Se ríe. Llegan Lilian y un grupo que parece demoler la sala. Ana se zambulle entre
ellos; luego emerge y te mira. Bueno Franco sale del balcón, dicen que bailarás, vaya
acontecimiento.
9. Si un mosaico de simétricas florituras, calculo rápido, tiene veinte por veinte, es claro,
repito por lo bajo, cuatrocientos de área, cuatrocientos centímetros cuadrados. ¡No es
nada! Entre ellos hay que sembrar un zapato y remover los cartílagos. No se puede
contar más con ese pie, con el otro, apremia Gil, sigue el ritmo del bajo, es lo más
importante. Trato de seguirlo pero el ritmo me esquiva, escamotea su fluido monocorde
y vuelvo a abandonarme entre los mosaicos. Un elefante, me grita Rubén en la cara,
baila mejor que tú. Es que ahora sí empiezo. Gil ladea la cabeza, sigue el ritmo del bajo,
todo consiste en retorcer el cuerpo, basta con eso. Y de nuevo el disco lanza los gritos
de costumbre, los que hasta ahora oía acomodado en el asiento. Puedes pasarte la vida
sin bailar. Levanto la aguja, alzo los hombros y me tiendo en el piso. Ustedes tienen que
enseñarme. Puedes no bailar nunca pero tampoco imagines que vas a conseguirte una
mujer, y menos la que le gusta a él, agrega Gil sigue el ritmo del bajo. Los miro
nuevamente y reparo que hablan de mí, que reprochan la carencia de estilo. Se hace
demasiado tarde para estar en el piso olvidando y casi comprendiendo que hablan acerca
de como no acierto un cabrón paso que me levanta decidido a buscarlo entre los
cuatrocientos centímetros cuadrados del mosaico. Gil tuerce los dedos de su mano
derecha. Juanito, Tico, Pepe, todos bailan como les da la gana, no es problema de
reglas, míranos. Rubén vira, se agacha, agita los brazos, suda, míralo Franco, mírame,
no te puedes cansar, tienes que colocarte un motor en el estómago y seguir el ritmo del
bajo, eso es, pero más rápido, con esa pierna quieta, moviendo todo el lado, sincroniza
los movimientos, imprímeles fuerza, vas aprendiendo que es fácil, verdad, voy
aprendiendo que es terriblemente difícil, pero sigo machacando las filigranas del piso,
zafándome las articulaciones, porque cuando Antonieta me vea no va a resistirse.
Llegamos tarde, se lamenta Diosdado, y en efecto, la cola se convierte en un gentío
espeso que huye del calor agrupándose bajo los portales polvorientos. Son más de las
diez y opino que es mejor regresar. Todavía, me dice Luis, voy de excursión, y se pierde
entre las bolsas playeras y los pañuelos multicolores. Una vieja cerca de nosotros
masculla palabrotas contra los choferes. Luis regresa, nos llama desde la otra acera.
Ya tenemos puesto: toda la escuela está delante. Vamos y es un grupo grande. Conozco
a cinco o seis. Avanzamos media calle. Luis opina que nos salvamos y Diosdado le
pone cara de gratitud a los tipos. Ahora estamos cerca del ómnibus y no son las once.
Qué va, las diez y cuarto. ¿Qué hora tienen? La voz es conocida. Antonieta por poco te
quedas. Mucho sueño de ayer, estoy rendida. El rubio y el flaco del collar le hacen
espacio en la pared mugrienta. Nos vamos en la otra. Ella asiente y sonríe. Está
abanicándose con un periódico. Se lo pido y así tal vez me salude. En efecto, ¿es de
hoy?, eh miren a Franco, se está poniendo buena la playa, me dice y no sé qué decirle.
Creo que los demás sonríen con disimulo. Estoy molesto, pero Antonieta me deja sin
palabras. No puedo hablar como ella, hilvanando frases con la misma seguridad burlona
que utiliza conmigo. No tengo más opción que enrojecer y repito que me preste el
periódico. Enseguida compruebo que no puedo leer, las letras se arremolinan indóciles.
Ella me trata así porque no fumo como el rubio, ni bailo como el flaco del collar, ni
hablo como saben sus amigos. Apenas logro a veces un que hay si no me interrumpe
antes con un chiste. Intento decirle algo agradable y llega Omar el fuerte. Antonieta se
aparta y conversan. Me quedo, no voy, hasta luego. Tengo la impresión de que hablaban
de mí, de como se divertirán en la playa con mis torpezas. Dice Luis que me quede.
Diosdado trata de aguantarme, vamos anda, venimos temprano. Inútil, temprano voy
para casa y el resto del domingo pensaré en Antonieta. Quiero figurarla como si hablara
en serio, o mejor, besándonos. Cómo que se va Franco, no me hagan eso. Vuelvo a
sonrojarme a distancia. Me llaman, me llama, Franco, Franco. No vuelvo la cabeza y
camino más rápido.
10. Prefiero la otra cara del disco. En la estridencia logro encontrar reposo. No recuerdo el
inicio, pero ahora desarrollo más velocidad. Tengo los músculos torcidos. Rubén y Gil
observan satisfechos mi desvencijamiento. Lo haces muy bien, pero no te arrepientas y
sigue. Gil baila un poco para hacerme compañía. Parece cansado y se retuerce despacio.
Rubén trepa por un butacón, cambia la música, pone algo lento. Gil me abraza. Ya la
conquisté. Rubén suspira. Se acabó, no puedo más. Se ríen. Te falta por lo menos una
hora. Hoy no bailo más. Es casi de noche y era de mediodía cuando comenzamos.
Pienso en los vecinos y en mi hermana que llega de la escuela. El piso está sucio y frío.
Restriego el pelo contra los mosaicos. Gil apaga el tocadiscos. Se despiden. Mañana es
el último ensayo, sabes más que nosotros. No me levanto. Las botas de Rubén
repercuten en mis oídos. Entra mi hermana. Adiós, ahí te lo dejamos medio muerto.
Permaneces sentado en un extremo de la sala. Las piezas cada vez te resultan más largas
porque ella no aparece y en su lugar observas como la gente se revuelve brincando,
como se entremezclan los perfumes, como se demora. Un rato antes la fiesta había
adquirido un sentido distinto al que tú esperabas. Te llevaron hasta el centro del baile,
todos reían y Octavio te guiñaba un ojo y señalaba un disco manoseado. Bailaste.
Restriegas los zapatos contra el piso y bailas, bailaste con Cecilia, con Norma, con
Lucrecia y ya, terminas molesto por la broma y el claro expectante abierto alrededor y
sales al balcón donde nadie pueda circundar tu pena y el enfado se disipa al fresco de la
noche. Si no lo hiciste mal, murmura Anita y su madre dice mira que son estos
muchachos; cuando adquieres conciencia de haber hecho algo grande, te sientes
aferrado a la sala, obtienes una paridad desconocida y quieres entonces agradecerle a
Rubén las lecciones, a Gil sigue el ritmo del bajo el impulso reciente que recorre tu
cuerpo y endurece tu cuello para cuando ella entre partir a su encuentro sin rodeos. Pero
aún no aparece y entras al baile donde nadie se ríe de ti ahora, ni te aplauden ni te ven
más que abriéndote paso fugaz entre el grupo que salta y pone cara de angustia
aparejada a la cintura que desciende espasmódica hasta el suelo y se incorporan lentos,
triturando el aire con las manos que suben y bajan y suben y se quedan arriba, todas en
alto, hasta que alzas las tuyas, se acaba la canción y llegas a un extremo donde esperarás
que la puerta deje de abrirse en vano y Antonieta entre para demostrarle en el tumulto
que aprendiste bien las florituras del piso de tu casa a cada contracción en que ella deje
de reírse y al fin te mire seria, envuelta por el susto que le has proporcionado de repente
como el beso que sueñas poder darle quizás en la escalera, tal vez en el balcón todavía
húmedo.
La música retumba, resuena, se estira reptando, evade los pies que atisbas con fijeza y
entre ellos Antonieta llega y no puedes continuar sentado tomándote el ponche tan
tranquilo como un momento atrás. La buscas y se asombra de verse arrastrada
repentinamente por ti hacia uno de los márgenes desprovistos de muebles. No dice mira
a Franco, no se ríe; tiene un vestido negro y muy corto y la cara sudada, roja de creyón.
Huele bien. Así la has imaginado siempre, menos alta, sin esos tacones que martillean
constantes, lanzados a cada flexión de las rodillas contra el espacio que tus pies ocupan
solapadamente rápidos. Se limita a bailar, no hace comentarios, responde a tu reclamo
sin preguntar con quien has aprendido, se interesa sólo por electrizar aún más la
constricción que recorre su cuerpo por instantes y transmite a tus piernas la energía de
los pequeños saltos que das en el lugar como se debe y ahora sí sonríe, pero es para
decirte que lo haces muy bien y arreciar el ritmo que devora dos, tres, cuatro canciones
hasta que descansan al fresco y ella mira a la calle con aire preocupado y tú en silencio
atinas preguntar si espera a alguien para recibir un vaho de tristeza junto a la negativa.
11. No sabes que decirle porque nunca la has visto retraída, absteniéndose de prenderte una
carcajada en las mejillas. Ya Gil te lo decía, bailando bien todo se arregla y además de
Pepe, de Lino, de Vicente, también manejas a tu antojo, como quieres, los resortes de la
noche, pero no sabes empezar y la ves silenciosa y crees que has comenzado a
doblegarla suavemente como esa melodía lenta que los lleva de nuevo hacia la sala.
Tienes las manos en sus hombros, giran moviéndose apenas y aprietas su cintura; la
atraes y suspira; basta con una palabra en el oído, una frase pequeña, susurrante, que
habrá de continuar al ¿qué te pasa? Sin respuesta y otro suspiro breve, entrecortado. La
miras y sus ojos se pierden encima de tu cabeza. No tengo nada. Pero sigue mirando
hacia otro sitio, deja de suspirar y sólo mira para congelarte la palabra que falta, la
única, la que no le dirás al menos esta noche y seguro que nunca, porque sus ojos no
caminan hacia ti que te apartas un poco y vuelves las manos a sus hombros mientras su
vista acaricia el afiche que se alza en la pared únicamente para reflejar el destello de sus
pupilas con la fulguración metálica de la guitarra que Eric Clapton empuña furibundo.
12. POESÍA BEATNIK
JACK KEROUAC Y
ALLEN GINSBERG
Soledad mexicana
Jack Kerouac
Y soy un extraño sin felicidad
caminando las calles de México
recordando_
Mis amigos, se me han muerto,
mis amantes desaparecieron,
mis putas fueron proscriptas,
mi cama apedreada y sacudida
por los terremotos__ y no tengo
hierba santa para volarme a la luz
de las velas y soñar__ humo de autobuses
solo eso, tormentas de polvo, y las mucamas
que me espían furtivamente a través de un agujero
en la puerta, taladrado secretamente para observar
las almohadas con que hacen el amor los
masturbadores__
Yo soy la gárgola
de Nuestra Señora
soñando en el espacio
sueños grises -brumosos_
Mi rostro apunta hacia Napoleón
_______no tengo forma______
La libreta en la que anota las direcciones postales
está plagada de "Que en paz descanse"
No creo en el valor del vacío,
me siento cómodo sin honor__
Mi único amigo es un viejo marica
que no posee una máquina de escribir
Que, si fuera mi amigo,
Intentaría sodomizarme.
Queda algo de mayonesa,
una no deseada botella de aceite,
campesinos lavando el tragaluz,
un loco con quien comparto el mismo cielorraso
13. hace gárgaras en el baño contiguo
unas cien veces por día__
Si me emborracho tengo sed
_si camino mi pie se rompe_
_si sonrió mi máscara es una farsa_
_si lloro sólo soy un niño_
_si recuerdo miento_
_si escribo, ya todo fue escrito_
_si muero, la muerte llega a su fin
_si vivo, la muerte recién comienza_
_si espero, la espera es más prolongada_
_si parto, la partida ya no existe_
Si me duermo la dicha suprema es pesada
la dicha pesa sobre mis párpados_
_si voy a cines baratos me comen las chinches
No tengo dinero para cines lujosos
___Si no hago nada
nada lo hace
América
Allen Ginsberg
Me dirijo a ti.
¿Vas a permitir que Time Magazine ordene tu
vida emotiva?
Me obsesiona Time Magazine
Lo leo cada semana.
Sus portadas me miran fijamente cada vez
que paso por la confitería de la esquina.
Lo leo en los sótanos de la Biblioteca
Pública de Berkeley.
Me habla siempre de la responsabilidad. Los
hombres de negocios son serios. Los
productores de cine son serios. Todo el
mundo es serio, excepto yo.
Se me ocurre que yo soy América.
De nuevo hablo conmigo mismo.
Asia se rebela contra mí.
No tengo ni la sombra de una posibilidad.
14. SERGIO CEVEDO: ROCKSTALGIA
BOHEMIA
Sergio Cevedo Sosa (1956) Ingeniero químico,
hombre culto, simpático, afable, de innato talento
musical (capaz, por ejemplo, de tocar pasablemente
varios instrumentos sin nunca haber estudiado
ninguno, y de hacer versiones de Clarence
Clearwater que no asquearían a un músico
profesional ) Sergito empezó escribiendo... ciencia
ficción (¡!), en el Taller Literario Oscar Hurtado,
bajo la égida de Daína Chaviano. Pero ya en el 87 ganó el Premio David con su libro de
cuentos La noche de un día difícil (otro título de clarísima inspiración beatlera) al cual
pertenece el texto que incluimos aquí. Vencedor en el 89 (compartido entre varios) del
Premio Caimán Barbudo con su noveleta La costa, el “Padre Sergio” se convirtió casi
en figura tutelar para los jóvenes e iconoclastas (valga la redundancia... y ojalá valiera
siempre) narradores del Establo. Si bien luego su producción narrativa ha sido
esporádica y escasa, nunca ha dejado de ser sólida y sobre todo original. Por ejemplo,
baste citar el divertidísimo relato Anglóstica, ganador del concurso Fernando Gónzalez
en 1996, un magistral pastiche ¿anglófilo o anglófobo? de las lecturas del Ivanhoe de
Walter Scott y el Robin Hood de Roger Lancelyn Green, que sin embargo, no deja de
hincar en la problemática clasista cubana (y cuyos protagonistas caen presos en un
concierto del bardo Charlie Var-ela, que no será rock puro, pero casi, que conste) Glosa
a los inmortales Queen, verdadera declaración generacional de derechos, Rapsodia
bohemia es uno de esos cuentos que a uno le dan ganas de haber vivido: como el filme
Hair, de Milos Forman, una de esas extremas, ultraidealistas utopías adolescentes que,
si nunca te pasó siquiera por la cabeza cometer a los 18 ¿estás seguro de que estuviste
vivo, bróder?
15. RAPSODIA BOHEMIA
Sergio Cevedo Sosa
Galileo, Galileo, Galileo, Galileo
Galileo, fígaro –magnífico-
but I´m just a poor boy –nobody loves me-
from a poor family
Bohemian Rapsody
Queen
Poco después llegaron Dioni, Puig y El Yuma. El
Yuma con sus sandalias cochambrosas. Parecía un
grillo caminando sobre los arrecifes.
El día transcurrió de lo más bueno. Al principio no
tanto. Yo sin deseos de hacer nada. Dioni sacó dinero
y nos compramos malta. Entonces pude darme cuenta
de qué hambre. Dioni es un tipo espléndido: nos las
pagó a los cuatro. Para comprar la malta tuvimos que
movernos porque lo que es en esta playa del Tritón no
venden nada. A veces, por agosto, cuando la gente
está de vacaciones y en la costa no cabe nadie más,
plantan dos o tres quioscos y dale. Una malta, en
verdad, no es casi nada; pero no había más dinero.
Qué le ibamos hacer, señaló el Yuma, vámonos. Puig
se quedó un poco atrás sorteando los bolsillos; una
peseta. ¡La vida misma, nos salvamos!, aunque a decir verdad, una malta entre cuatro...
Vimos que Puig se empinó el vaso, y en menos tiempo del que tardamos en creerlo se la
había echado entera. Miré al Yuma y a Dioni: tremendas caras. A mí no me hace gracia
la gente casasola, tan individualista, pero no dije nada porque en definitiva el Yuma y
Dioni lo conocían de antes y debían ser ellos quienes abrieran fuego. No le dijeron nada.
Por mí el tal Puig tenía una cruz.
Cuando volvíamos, tropezamos con Belkis y Sandralee, Gatillo y otro a quien yo no
conocía. Bueno, acababa de llegar. Sandralee se quejaba porque yo no traía la guitarra y
así la cosa no valía. Me besó a flor de labios y después besó al Yuma, corrido, hacia el
mentón, porque en ese momento el Yuma se desentendía mirando para el cielo ¡Dios!,
recordó entonces Dioni, vámonos al Castillo antes de que a otra gente se le antoje.
Vamos.
Ese es nuestro lugar en esta playa. También en 110 o en 34 o en la playita 16 solemos
agruparnos en sitios fijos. Aquí son esas rocas levantadas en forma de columnas: las
torres del castillo. Hacia el centro se asientan otras rocas cada vez más pequeñas entre o
sobre las cuales nos acotejamos.
Lo primero es quitarnos todo el trapo. Nos quedamos en trusa. No es nada aconsejable
dejar los pies descalzos, esto es puro arrecife, dienteperro, y anda sato el erizo desde el
mismo momento de penetrar al agua. Me baño con los tenis. El Yuma no es un grillo
16. sino un tipo genial con sus sandalias. Los pies que Puig extrae de adentro de sus botas
son callosos y recios; a él que va a importarle si pisa vidrio o un pedazo de lata o el
afilado dienteperro. Sandralee le hace burla de sus pies que parecen tractores y yo no sé
por qué se los envidio y ahora deseo tenerlos yo también. Alguien prende un cigarro.
Fuma un poco y lo pasa. Casi siempre es el Dioni. Esta vez por variar, correspondió al
desconocido (desconocido para mí) inaugurar el fumadero. Se llamaba Juan Luis y los
demás lo conocían. A juzgar por su aspecto no coge mucha playa.
Entramos en el agua. No es prolongado el chapuzón aunque el agua está fría, como se
necesita. Cuando volvemos, empieza Belkis con el lío de su asqueroso dorador. El
dorador mejor del mundo. Mejor que el de las tiendas, los de afuera, mejor, mucho
mejor. Desde que la conozco le vengo oyendo el cuento: me la tiene pelada. Amiel, un
salvavidas de allá de Varadero le había enseñado a prepararlo. Oigan la fórmula. A dos
dedos de aceite mineral se le agregan dos más de aceite de coco y unas goticas de
petróleo (puede ser gasolina de aviación). Luego se añade la mitad de un frasquito de
yodo y se agita y se agita: esa es la base. En otro pomo tenemos agua oxigenada con
esquirlitas de jabón (el de baño es mejor, puede sustituirse por champú): ese es el
catalizador. Luego se mezcla de ambos pomos sobre la palma de la mano en el
momento de emplearse y ya. Si alguien quiere probarlo...
Ella es la única que lo usa a pesar de sus muelas de loca propaganda y ni siquiera Puig
se presta. “Belkis par de pomitos”, nos burlamos y sonríe. Tengo entendido que al
principio montaba unos berrinches del carajo. Después nos colocamos sobre lugares
más o menos pasablemente planos, para broncearnos con el sol. De frente o bocabajo,
cambiándonos de posición de cuando en cuando. Yo me acomodo junto a Sandralee,
aunque hoy no me ha hecho mucho caso ¡Qué diferente de aquella vez en la Playita
Dieciséis cuando me decidí a llevar a Erika la primera vez! Ahora la extraño. A Erika.
No es que sienta deseos de tocar, no. Gatillo inicia la conversación. Anoche vi en El
Atelier a Ariel y al Pluma, ¿se recuerdan? ¡Qué par de tipos esos! Ahora se mueven en
una onda extraña... No, no me explicaron bien. Dicen que andar friqueando es comer
mierda. Tenían dinero y estaban con un par de niñas...
Se conversa de todo, de todo lo que pueda imaginarse, de lo que nadie se imagina, o por
lo menos yo no había imaginado. A veces me entra miedo de escucharlos y no sé si
están locos, si de verdad piensan así o hablan sólo para impresionar. Parece que los más
camados son Gatillo y Barbosa, uno que no ha venido hoy, del cual los otros hablan
siempre con respeto, pero no sé, no sé, no acabo de pasarlo. Desde que lo conozco ha
sido igual. Ahora hablamos de rock. Ahí es donde Puig y el Yuma se ripean, llegan a
acalorarse con opiniones encontradas y no se acaban de poner de acuerdo. Hay que
mandarlos a callar. Sandralee se ha virado y me ha dado la espalda. Puig se echa sobre
Belkis que se broncea bocabajo y comienza a frotar, trusa con trusa, a calentarse sobre
las ancas de ella. Se la meto, la saco, la meto, se la saco. Sandralee tuerce el cuello y
Puig mira pacá, mira que grande se me ha puesto. Yo enseguida aprovecho para
pegarme a Sandralee que está diciendo alarde, lo tuyo es sólo alarde, y que por dárselas
recula, ni que tú fueras tan caliente. ¿Tú tienes dudas?, salta Puig, ¿dudas yo?, oye, que
va, perro que ladra...
Y nos sorprende el Dioni parado ¿qué volá?, en lo alto de una piedra y fueteando una
camisa. ¿Ustedes en el candeleo y nosotros las pajas?, el Yuma y el Gatillo también con
fuetes de camisa, ¡o acaban la candela o los enfriamos a fuetazos! Chaquea de Puig la
espalda, ¡coño duele!, otro fuetazo, ¡ay! Dioni, el Yuma, el Gatillo levántense,
17. ¡despeguen!, fuetazo en mis costillas, ¡ay!, los calentones para el agua, fuetazos ¡ay!, a
ver si se les baja la temperatura.
Tremenda jodedera la que armamos cuando volvimos para el agua. Me banqueteé con
Sandralee. Belkis cogió lo suyo. El Dioni y el muchacho que se llama Juan Luis
rompieron a nadar para allá afuera. Quedamos cuatro para dos. Puig estrujaba a Belkis y
yo con Sandralee. El Gatillo busca a ver, un chance, un chance socios, coño, un
chancesito. ¡Echate para allá! El Yuma no participaba, sólo miraba, nos miraba de una
manera un poco extraña como con un recelo. Sandralee se escapó, se me fue de las
manos por culpa del Gatillo con su cochina pegadera y se aproximó al Yuma. El se
quedó ahí tieso. Justo cuando ella lo alcanzaba, se sumergió y vino a salir bastante lejos.
Luego empezó a nadar siguiendo al Dioni y a Juan Luis. Sandralee regresó, me daba
lástima, y continuó avanzando hasta la orilla eludiendo mi abrazo. Soltó unas palabrotas
al Gatillo cuando este la bloqueó a ver si la agarraba. Salió del agua y se sentó sobre una
piedra. No creo fuera llanto. ¿Y a esta qué le dio?, gruñó el Gatillo, ¿qué le dio? ¿se las
va a dar de santa ahora? Me zambullí y eché a nadar hacia Dioni y los otros, que
entonces regresaban.
Después que pasó un rato dimos un recorrido por la playa. Vi a algunos de la escuela.
Yo no los saludé y ellos tampoco saludaron. Para no estar de vacaciones, bastante gente
viene aquí: veamos si conozco a alguien.
Belkis y Sandralee son quienes más conocen. Puig pone mala cara cada vez que saludan
o conversan. Machos, siempre varones, las señala, que cohetones son las dos. Dioni y el
Yuma van delante, también saludan mucho. Claro, viven aquí en el propio Miramar. Yo
no vivo tan lejos, puedo venir a pie. Y los demás proceden de otros barrios más o menos
lejanos. Sin embargo, conocen, por lo menos a cuatro o cinco tipos. Yo no conozco a
nadie. Hasta ahora sólo he visto a una vecina, viejuca ella, y me hice el desentendido.
Belkis, Puig y el Gatillo se marcharon en cuanto comenzó a ponerse el sol. El Yuma y
Sandralee habían cogido por su lado tan misteriosamente que ni siquiera lo notamos.
Quedamos sólo Dioni, el tal Juan Luis y yo.
Juan Luis contaba de su beca de donde lo expulsaron porque le habían robado una
camisa y él no se iba a quedar así. Cuando intentaba hacer lo mismo, lo cogieron. Luego
a la Dirección y adiós, ya está. Lo londo es que en su escuela robaba todo el mundo
pero se pone tan dichoso que es a él a quien parten; a él que hasta el momento no había
robado un chícharo. Así sucede. No existe la justicia sino la buena o mala suerte.
Porque Juan Luis no es un ladrón o por lo menos yo no lo considero como tal. Uno es o
no las cosas en relación a los demás y si ocurría así, como él nos cuenta, ¿cómo querían
que actuase? Y botarlo de allí fue una maraña y una injusticia y una mariconá, y una
manera hija de puta de lavarse las manos y así ignorar todo el problema que no es el de
un alumno robando una camisa, y continuar aparentando que no sucede nada: aquí todo
tranquilo, quieto, requieto y ya.
Más o menos igual fue mi problema pero para qué hablar ahora de eso. Mejor hago
como ellos, que han callado, Juan Luis, Dioni, cada uno dedicado a su silencio. No
pensar, no pensar; así me digo siempre pero no logro nunca olvidar lo que quiero. No lo
puedo evitar. Como si prohibírselo uno mismo fuera razón de más para que acudan a la
mente las cosas con más fuerza. Debíamos tener en la cabeza algún botón como el de un
radio para encenderse o apagarse a voluntad. Me pasaría el día desconectado. O tal vez
no. Quiénsabe. Hay muchas cosas importantes, o por las cuales en definitiva vale la
pena no escapar, aunque en este momento no se me ocurra alguna como ejemplo, pues
no hablo ya de música, de socios ni de amigos ni de mujeres ni esas cosas, sino de algo
18. que ahora no encuentro como definir porque algo falta o ha faltado o está y
sencillamente no ha venido.
Toda esa mierda iba pensando cuando Dioni tosió. Fue como si nos despertáramos.
Qué raro que no vino Yanheris – le dije a Dioni entonces sin el menor motivo. Fue que
se me ocurrió.
No sé. No sé por qué. No tengo idea.
Lo dijo de algún modo que supe que había estado todo el tiempo pendiente de su
ausencia. Luego quiso aclararnos y agregó:
Ella es normal.
¿Normal?
Juan Luis también se interesó:
Quiero decir... estudia.
Me dio por sonreir.
Nosotros somos anormales, ¿no?
Más o menos.
Juan Luis imitó a un mongo.
Vivan los anormales – dijo.
19. LA HISTORIA DEL HEAVY METAL
(SEGUNDA PARTE)
Los orígenes. Introducción
En nuestro capítulo anterior nos habíamos referido al grupo
Cream, tres músicos llamados Ginger Baker, Eric Clapton
y Jack Bruce, que hicieron la mprimera gran leyenda del
rock duro. La vida de este grupo fue corta, pero intensa e
imprescindible para comprender el rock de los años
sesenta.
Y junto a los Cream, inevitablemente, la figura mágica,
casi espectral de un genio llamado James Marshall
Hendrix. Un músico nacido en los Estados Unidos, pero
emigrado a Inglaterra en 1965, después de curtirse como
músico acompañando artistas negros de soul y rythm and
blues. En 1967 crea The Jimmi Hendrix Experience y edita
“Are you Experienced”, la otra piedra angular del rock
duro en sus comienzos.
También, al igual que en el caso de Cream, su fulgurante carrera finalizó con su trágica
muerte en septiembre de 1970, es decir, apenas tres años. Pero en esos años creó
escuela, lo que es por definición el sonido de la guitarra heavy, bien respaldado por
Noel Redding al bajo y Mitch Mitchell a la batería. Hendrix era lo más salvaje, lo más
bestial, tanto en su estudio como en vivo, haciendo arder la guitarra en pleno escenario,
desplegando una intensidad sonora sin límites. Su fuerza, unida al torrente de
creatividad, imaginación y progresión musical que Jimmi Hendrix desarrolló a lo largo
de su carrera llegaron a ser la Biblia donde leerían los guitarristas de los 70 y los 80.
Solo con escuchar “Purple haze”, su eléctrica versión del “All along the Watchtower”
de Bob Dylan, “Voodoo Child”, o “Foxy Lady”, se entiendse su influencia en toda la
música, y muy especialmente en la guitarra eléctrica. Para la historia quedan sus
recitales en Monterrey, Woodstock y Wight, los grandes festivales de rock de la década
del 60.
Ya estamos en 1968. Es en este momento donde alcanzan su apogeo la histórica Jam
Session de blues eléctrico, llevadas por músicos como Paul Butterfield, Al Kooper,
Michael Blomfield, Nick Gravenites, que versionando clásicos del blues llegaron a
grabar lp´s como aquel histórico “Supersession” de 1968, el antecedente más directo de
aquellas interminables versiones en vivo que Led Zeppelin harían más directamente por
el blues, como “Dazed and Confused.”
Otro de los guitarristas del grupo Yardbirds, en 1968 monta junto a Rod Stewart el Jeff
Beck Group, con una obra de debut llamada “Truth”, mientras que un exmúsico de John
20. Mayall, Andy Fraser, está iniciando junto a un cantante llamado Paul Rodgers y un
guitarrista llamado Paul Kosoff una historia que algún día se llamará Free. Y en 1968
también, los Yardbirds pierden como guitarrista a Jimmy Page, que ya te puedes
imaginar lo que está tramando…
En definitiva. Al amparo del ciclón que supusieron Hendrix, Cream, y todo el blues
progresivo, en Inglaterra el rock está gestando, ya cada vez más, lo que va a ser el heavy
metal. Pero para que esta historia continúe, también es necesario analizar lo que fue esta
época al otro lado del Atlántico, en los Estados Unidos. Pero eso mejor te lo dejo para el
próximo capítulo.