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Queridos amigos:
Con este artículo terminaré de relataros cuáles fueron los comienzos del Centro de
Minusválidos en el que habéis tomado parte muy activa puesto que gracias a vuestra
colaboración he podido llevar a cabo la puesta en marcha de este lugar que se ha convertido
en refugio de todos aquellos que no han tenido la suerte de nacer como los demás o han tenido
la desgracia de conocer un accidente al comienzo de sus vidas
Es cierto que no habéis podido sufragar el coste de los edificios pero me habéis
apoyado para que continuara con mi dedicación a los más desfavorecidos y sentía siempre la
seguridad de vuestro apoyo para que no les faltara lo necesario y pudieran llegar a ser
personas, que no se vieran obligadas a vivir de la mendicidad, sino a ganarse el pan con el
sudor de su frente, al igual que los demás, y que les ha proporcionado una felicidad que jamás
lo esperaban conseguir.
Han pasado 50 años desde el
comienzo de esta obra. Algunos de los
colaboradores han fallecido, otros se
han dado de baja, pero muchos seguís
en la brecha y os lo agradezco de
verdad. Al comienzo de cada año,
cuando veo llegar a los nuevos, con
unos cuerpos maltrechos, algunos como
pequeños monstruos, pero siempre
sonrientes, y pienso en vosotros que
seguís apoyándome a pesar de no
conocerles, me da fuerzas para seguir
en la tarea y hacer que entre todos,
haya un poco más de felicidad en este
mundo. Por eso os digo: MUCHAS GRACIAS. Y sigo con mi relato.
Con la marcha del Caterpillar no se terminaron las calamidades. Para hacer las
explanaciones tuvimos que desplazar una tubería de agua potable que pasaba por nuestros
terrenos y que suministra el agua a un barrio de 5.000 habitantes. La tubería nueva no había
tenido tiempo para asentarse en su nueva “cama” y se vio sepultada por la tierra que
empujaba la máquina. La conducción quedó enterrada a unos 8 o 10 metros de profundidad en
algunos lugares.
Uno de aquellos días que vivía bajo la psicosis del desastre, vi que brotaba del suelo
agua limpia y se había formado un buen pozo justamente encima de donde se había colocado
la tubería. ¿Sería que alguna roca la había agujereado o que las toneladas de tierra que
cayeron encima habrían producido alguna rotura?. Consulté con varios técnicos y me dijeron
que efectivamente aquello tenía todos los visos de ser agua potable que escapaba de la
tubería. ¿Qué hacer?.
En mi imaginación ya veía a los 5.000 habitantes de ese barrio poniendo el grito en el
cielo y manifestándose ante la casa cural por haberles dejado a secas y a la empresa,
reclamándome daños y perjuicios. Esto suponía mi ruina antes de tener un real. Era muy difícil,
en plena época de lluvias, abrir una zanja de esa profundidad para dejar los tubos al
descubierto.
Encontré a un contratista
congoleño dispuesto a sacarme de
apuros. Decía haber realizado trabajos
mucho más urgentes y peligrosos que el
que le proponía. Al día siguiente se
presentó con 40 hombres equipados de
picos y palas e inmediatamente se
pusieron a la tarea. Tenía curiosidad por
saber cómo iban a llegar a la zona más
profunda. Según él no había ningún
problema. Bastaba con abrir una zanja.
Para mi modo de ver eso era imposible,
porque al estar la tierra blanda, se
desmoronaría en cuanto la zanja tuviera
un poco de profundidad, lo cual impediría la prosecución de los trabajos u ocasionaría alguna
desgracia. Al hacerle estas observaciones me respondió despectivamente que de sermones
entendería mucho pero de trabajos, nada. Ante respuesta tan categórica me pareció que lo
mejor que podía hacer era marcharme y dejarle con sus hombres.
Mañana y tarde enviaba mis “espías” al barrio, que se encuentra como a unos 2
kilómetros, para saber si les llegaba el agua con la presión normal o se notaba alguna
anomalía. En el lugar de mis trabajos, el agua seguía manando en la medida que
profundizaban la zanja. Cada vez parecía más evidente que procedía de la tubería, pero no
debía ser una avería muy importante porque el agua llegaba a su destino. Mejor, así nos daría
tiempo para descubrirla antes de que nos lo echaran en cara.
No habían alcanzado los dos metros de profundidad cuando tuvieron que rendirse a la
evidencia. Las paredes se desmoronaban, no podían seguir cavando. Por mucho que les insistí
que cavaran en abanico o en embudo, es decir, que se abriera mucho en el comienzo para ir
estrechándose en la medida que descendieran, no me hicieron caso. Prefirieron marcharse y
me dejaron empantanado.
Pero no todo iba a ser desastres. Por aquel tiempo dejó de llover y salió un sol
implacable. Nunca he recibido los rayos de sol con tanta alegría como entonces. Cada noche
miraba al cielo y si lo veía estrellado me dormía como un niño porque tenía la certeza de que al
día siguiente seguiría luciendo el sol. Pero si por desgracia se mostraba nublado, temía los
chaparrones nocturnos porque las descargas solían ser torrenciales. Entonces comenzaban las
taquicardias y no pegaba ojo hasta caer rendido de cansancio.
Pero esta vez iba a tener suerte. Lució el sol
durante 10 días consecutivos y me permitió que se
formara una costra seca, dura sobre el barrizal, que
lo frenó definitivamente. Las lluvias posteriores no
consiguieron atravesar esa primera capa arcillosa y
el terraplén no se ha movido ni un palmo hasta
nuestros días. Más adelante, planté árboles, arbustos
y cañas en sus laderas para asentarlo
definitivamente.
Después de no pocos sobresaltos llegó la época seca. El agua seguía llegando al
barrio y el manantial se había secado. No era sino filtraciones de la montaña que no había
encontrado mejor sitio para salir a luz que justamente encima de la tubería. Eso me tranquilizó.
Pero para evitar situaciones parecidas en el futuro, aproveché la estación seca para coger unos
cuantos trabajadores y siguiendo mi teoría, llegar a poner la tubería al descubierto. Fue un gran
trabajo pero vimos que no había ningún escape y si algún día habría que hacer alguna
reparación, ahora ha quedado fácilmente accesible. Y así, llegaron mis días de marcharme de
vacaciones.
Llegué a Bilbao con los planos bajo el brazo pero sin saber a qué puerta llamar.
Busqué, pregunté, me informé y comencé a enviar informes sin conocer a qué clase de
organismos me dirigía. Estaba obsesionado por conseguir el dinero que me hacía falta. Escribí
a Oxfam en Inglaterra, Campagne contre le Faim en
Francia, Misereor y Cebemo en Alemania, Catholic
Relief Services en Australia. Mientras tanto fui a
Madrid. Hablé con Caritas Nacional, Unicef, Campaña
Contra el Hambre. Solamente este último me prometió
ayudarme en parte pero no antes de dos años puesto
que tenían muchos casos pendientes a los que aún no
habían podido ayudarles.
Comenzaron a llegar algunas respuestas,
unos para decirme que ellos solo se ocupaban de enviar alimentos, otros me indicaban que su
finalidad era el desarrollo agrícola, otros me respondieron que su radio de acción se limitaba al
Norte de África. Pasaba el tiempo y seguía sin calentar el bolsillo. No tuve más remedio que
coger la maleta y pasearme por Europa. Si otros conseguían financiar sus proyectos ¿No
podría hacer yo otro tanto?.
Llegué a Paris. No tenía ninguna dirección. Pregunté en una parroquia la dirección de
organismos de ayuda al Tercer Mundo. No tenían mucha idea pero consiguieron encontrar
alguna en el listín de teléfonos. Allí me presentaba. No conseguía nada pero al menos me
daban nuevas direcciones. Estuve tres días. Recorrí Paris de Norte a Sur y de Este a Oeste.
Visité los Caballeros de la Orden de Malta en un peniche sobre el Sena, Terre des Hommes,
Médecins sans Frontières, Secours Catholique donde me prometieron ayudas para pequeños
proyectos, y muchos organismos más que ya no recuerdo. En algunos sabía de antemano que
no iba a conseguir nada pero me presentaba buscando más direcciones cuando ya había
terminado las que tenía.
De allí pasé a Bruselas. Llegué en mal momento
porque era la víspera de su fiesta nacional y la empalmaban
con el fin de semana, lo cual suponía cuatro días más sin
hacer nada. Continué viaje a Aquisgran (Alemania). Visité
Misereor a quien había escrito antes una carta de la que no
había tenido contestación. Me comunicaron que el informe
estaba incompleto porque faltaba el acuerdo del Obispo y
una vez que la tuvieran examinarían el proyecto
detenidamente. Había agotado mis direcciones. Cansado de
tanto bocadillo y mala fonda, regresé a Bilbao. Continuaba
como el primer día, no había conseguido un céntimo.
Solamente unas vagas promesas que podían esfumarse
como el humo al primer soplo del viento.
Me faltaba un mes para regresar al Congo. En
vacaciones anteriores había predicado en algunas parroquias
para mantener aquel centro incipiente, porque el dinero de
Mgr Cirarda se había liquidado hacía tiempo. No me quedaba
otra alternativa. Tenía que subir de nuevo a los púlpitos a mendigar el pan de cada día. Visité a
unos cuantos párrocos para exponer mis necesidades y pedirles la posibilidad de tomar la
palabra en sus parroquias.
Tampoco fue nada fácil. Tenían muchas razones que impedían mi presencia en sus
iglesias. Unos porque tenían grandes deudas por reformas que habían efectuado en sus
parroquias y necesitaban de las colectas para hacer frente a las mismas. Otros porque
consideraban que en las iglesias se pedía demasiado hasta aburrir a los sufridos fieles.
Algunos me insinuaron que ya teníamos la colecta del día de las Misiones Diocesanas, etc.
Por eso estoy muy agradecido a aquellos que supieron
comprender mi angustia y me dispensaron una calurosa acogida,
ayudándome a que la campaña resultara provechosa. No puedo pasar
bajo silencio a aquellos párrocos que fueron mi salvavidas cuando
estaba a punto de naufragar: D. Manuel Rámila, párroco de S.
Francisco Javier; D. José Manuel Apellaniz, párroco de S. Fernando; D.
José Luis Achótegui, párroco de El Salvador; D. Epifanio Mezo, párroco
de Santiago. En otras, como El Carmen, Begoña… proyectaba una
pequeña película super 8 que había realizado con los pormenores de la
vida del Centro. Pasé también por algunos colegios, centros y asociaciones, como la
Asociación de S. Francisco Javier de la Residencia de los Jesuitas.
En cada una de las charlas y predicaciones sugería la posibilidad de comprometerse
al mantenimiento del Centro mediante una cuotas mensuales de 100 o 200 pesetas, que a
través del Banco podían ser ingresadas en una cuenta que había abierto con este fin. No me
atrevía a pedir cuotas más elevadas por miedo a no poder encontrar posibles colaboradores.
Aunque eran cantidades muy pequeñas intentaba asegurar de alguna manera el alimento
cotidiano. Por aquel entonces conseguí 150 suscripciones. Lástima que muchos de ellos no
han actualizado sus cuotas de 1978 y con las devaluaciones sucesivas, su valor ha quedado
enormemente reducido.
Al término de mis vacaciones, lo único que tenía asegurado era un millón de pesetas
que había conseguido entre charlas, sermones, amistades, etc. Durante ese período dconocí
un organismo vizcaíno, Amigos del Tercer Mundo, que juntamente con Medicus Mundi,
ayudaban a Misiones Diocesanas. Me presentaron a su presidente, D. José Tellería y aunque
en aquel primer momento estaban ya comprometidos en proyectos concretos, a partir de esa
fecha, todos los años me están ayudando según sus posibilidades, con el producto de la
exposición-venta que organizan cada año en un local de la Gran Vía de Bilbao alrededor de las
fechas de Navidad.
El regreso no fue triunfante, pero al menos tenía algo con qué comenzar. No había
descansado mucho pero llevaba sobre mis espaldas el peso de todos aquellos minusválidos y
no podía abandonarles sin tener la sensación de traicionarles.
Mientras terminaba de preparar el terreno donde iban a
ser ubicadas las futuras construcciones – de nuevo con la pala
mecánica pero sin sobresaltos – Me llegó una carta de la Santa
Infancia Alemana (Kinder Mission Work) en la que me anunciaba
que habían recibido el informa de Misereor y se comprometía a
ayudarnos con una cantidad de 2.800.000 FB. Esa fue la gran
sorpresa. Ahora sí que se podían iniciar los trabajos, con la
seguridad de terminarlos. Meses más tarde Campaña contra el
Hambre me enviaba un millón de pesetas. La semilla había caído
en buena tierra y comenzaba a dar su fruto.
Teniendo el dinero en mano, las
construcciones fueron rápidas. No recuerdo con
exactitud si fue a finales del 79 o a primeros del 80
cuando nos instalamos en los nuevos edificios. ¡Qué
diferencia! Poder sentarse a comer en una mesa, tener
duchas propias, espacio llano para jugar. Estaba más
admirado que los propios niños. Era como un sueño.
Todavía quedaba mucho por hacer pero se iría
completando poco a poco.
Entre los organismos más importantes que
han contribuido a la financiación del Centro aparte de
los ya citados, debo nombrar a Nederland Kinder postzegel (Holanda), Santa Infancia
(Vaticano), Secours Catholique (Francia), Campaña contra el Hambre (Madrid), Justicia y paz
(Bilbao), Amigos del Tercer Mundo (Bilbao)
Esta es la historia del Centro “KILIMA CHA KITUMAINI” = La Colina de la Esperanza,
por lo menos su primera parte, porque el Centro continúa y cada día podía ir contando su
historia de alegrías y tristezas, siempre con la ilusión de proclamar la llegada del Reino porque
“…los ciegos ven, los cojos andan, y los pobres han recibido la buena noticia”
Nota: Actualmente, en el año 2022, tenemos 80 minusválidos entre chicos y chicas La tarifa
establecida es de 100 $ por todo el año. Muchos no pagan, pero no por eso quedan
excluidos.
El Centro consta de una escuela primaria
de ocho clases.
- Una escuela de corte y confección
- Internado
-Taller de ortopedia.
- Sala de recuperación o Fisioterapia
- Dispensario, con dos médicos, 6
enfermeros, sala de operaciones.
- Clínica Oftalmológica con médico, 4
enfermeros, sala de operaciones.
- Dispensario con 60 camas. Trabajan las 24
horas del día.
- Clínica con 20 camas
.
La colaboración de todos vosotros nos permite seguir manteniendo este Centro para
que su nombre “la colina de la esperanza” sea siempre una realidad.
Un abrazo.
Xabier

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KILIMA 135 Mayo 2022

  • 1. Queridos amigos: Con este artículo terminaré de relataros cuáles fueron los comienzos del Centro de Minusválidos en el que habéis tomado parte muy activa puesto que gracias a vuestra colaboración he podido llevar a cabo la puesta en marcha de este lugar que se ha convertido en refugio de todos aquellos que no han tenido la suerte de nacer como los demás o han tenido la desgracia de conocer un accidente al comienzo de sus vidas Es cierto que no habéis podido sufragar el coste de los edificios pero me habéis apoyado para que continuara con mi dedicación a los más desfavorecidos y sentía siempre la seguridad de vuestro apoyo para que no les faltara lo necesario y pudieran llegar a ser personas, que no se vieran obligadas a vivir de la mendicidad, sino a ganarse el pan con el sudor de su frente, al igual que los demás, y que les ha proporcionado una felicidad que jamás lo esperaban conseguir. Han pasado 50 años desde el comienzo de esta obra. Algunos de los colaboradores han fallecido, otros se han dado de baja, pero muchos seguís en la brecha y os lo agradezco de verdad. Al comienzo de cada año, cuando veo llegar a los nuevos, con unos cuerpos maltrechos, algunos como pequeños monstruos, pero siempre sonrientes, y pienso en vosotros que seguís apoyándome a pesar de no conocerles, me da fuerzas para seguir en la tarea y hacer que entre todos, haya un poco más de felicidad en este mundo. Por eso os digo: MUCHAS GRACIAS. Y sigo con mi relato. Con la marcha del Caterpillar no se terminaron las calamidades. Para hacer las explanaciones tuvimos que desplazar una tubería de agua potable que pasaba por nuestros terrenos y que suministra el agua a un barrio de 5.000 habitantes. La tubería nueva no había tenido tiempo para asentarse en su nueva “cama” y se vio sepultada por la tierra que empujaba la máquina. La conducción quedó enterrada a unos 8 o 10 metros de profundidad en algunos lugares. Uno de aquellos días que vivía bajo la psicosis del desastre, vi que brotaba del suelo agua limpia y se había formado un buen pozo justamente encima de donde se había colocado la tubería. ¿Sería que alguna roca la había agujereado o que las toneladas de tierra que cayeron encima habrían producido alguna rotura?. Consulté con varios técnicos y me dijeron
  • 2. que efectivamente aquello tenía todos los visos de ser agua potable que escapaba de la tubería. ¿Qué hacer?. En mi imaginación ya veía a los 5.000 habitantes de ese barrio poniendo el grito en el cielo y manifestándose ante la casa cural por haberles dejado a secas y a la empresa, reclamándome daños y perjuicios. Esto suponía mi ruina antes de tener un real. Era muy difícil, en plena época de lluvias, abrir una zanja de esa profundidad para dejar los tubos al descubierto. Encontré a un contratista congoleño dispuesto a sacarme de apuros. Decía haber realizado trabajos mucho más urgentes y peligrosos que el que le proponía. Al día siguiente se presentó con 40 hombres equipados de picos y palas e inmediatamente se pusieron a la tarea. Tenía curiosidad por saber cómo iban a llegar a la zona más profunda. Según él no había ningún problema. Bastaba con abrir una zanja. Para mi modo de ver eso era imposible, porque al estar la tierra blanda, se desmoronaría en cuanto la zanja tuviera un poco de profundidad, lo cual impediría la prosecución de los trabajos u ocasionaría alguna desgracia. Al hacerle estas observaciones me respondió despectivamente que de sermones entendería mucho pero de trabajos, nada. Ante respuesta tan categórica me pareció que lo mejor que podía hacer era marcharme y dejarle con sus hombres. Mañana y tarde enviaba mis “espías” al barrio, que se encuentra como a unos 2 kilómetros, para saber si les llegaba el agua con la presión normal o se notaba alguna anomalía. En el lugar de mis trabajos, el agua seguía manando en la medida que profundizaban la zanja. Cada vez parecía más evidente que procedía de la tubería, pero no debía ser una avería muy importante porque el agua llegaba a su destino. Mejor, así nos daría tiempo para descubrirla antes de que nos lo echaran en cara. No habían alcanzado los dos metros de profundidad cuando tuvieron que rendirse a la evidencia. Las paredes se desmoronaban, no podían seguir cavando. Por mucho que les insistí que cavaran en abanico o en embudo, es decir, que se abriera mucho en el comienzo para ir estrechándose en la medida que descendieran, no me hicieron caso. Prefirieron marcharse y me dejaron empantanado. Pero no todo iba a ser desastres. Por aquel tiempo dejó de llover y salió un sol implacable. Nunca he recibido los rayos de sol con tanta alegría como entonces. Cada noche miraba al cielo y si lo veía estrellado me dormía como un niño porque tenía la certeza de que al día siguiente seguiría luciendo el sol. Pero si por desgracia se mostraba nublado, temía los chaparrones nocturnos porque las descargas solían ser torrenciales. Entonces comenzaban las taquicardias y no pegaba ojo hasta caer rendido de cansancio. Pero esta vez iba a tener suerte. Lució el sol durante 10 días consecutivos y me permitió que se formara una costra seca, dura sobre el barrizal, que lo frenó definitivamente. Las lluvias posteriores no consiguieron atravesar esa primera capa arcillosa y el terraplén no se ha movido ni un palmo hasta nuestros días. Más adelante, planté árboles, arbustos y cañas en sus laderas para asentarlo definitivamente. Después de no pocos sobresaltos llegó la época seca. El agua seguía llegando al barrio y el manantial se había secado. No era sino filtraciones de la montaña que no había
  • 3. encontrado mejor sitio para salir a luz que justamente encima de la tubería. Eso me tranquilizó. Pero para evitar situaciones parecidas en el futuro, aproveché la estación seca para coger unos cuantos trabajadores y siguiendo mi teoría, llegar a poner la tubería al descubierto. Fue un gran trabajo pero vimos que no había ningún escape y si algún día habría que hacer alguna reparación, ahora ha quedado fácilmente accesible. Y así, llegaron mis días de marcharme de vacaciones. Llegué a Bilbao con los planos bajo el brazo pero sin saber a qué puerta llamar. Busqué, pregunté, me informé y comencé a enviar informes sin conocer a qué clase de organismos me dirigía. Estaba obsesionado por conseguir el dinero que me hacía falta. Escribí a Oxfam en Inglaterra, Campagne contre le Faim en Francia, Misereor y Cebemo en Alemania, Catholic Relief Services en Australia. Mientras tanto fui a Madrid. Hablé con Caritas Nacional, Unicef, Campaña Contra el Hambre. Solamente este último me prometió ayudarme en parte pero no antes de dos años puesto que tenían muchos casos pendientes a los que aún no habían podido ayudarles. Comenzaron a llegar algunas respuestas, unos para decirme que ellos solo se ocupaban de enviar alimentos, otros me indicaban que su finalidad era el desarrollo agrícola, otros me respondieron que su radio de acción se limitaba al Norte de África. Pasaba el tiempo y seguía sin calentar el bolsillo. No tuve más remedio que coger la maleta y pasearme por Europa. Si otros conseguían financiar sus proyectos ¿No podría hacer yo otro tanto?. Llegué a Paris. No tenía ninguna dirección. Pregunté en una parroquia la dirección de organismos de ayuda al Tercer Mundo. No tenían mucha idea pero consiguieron encontrar alguna en el listín de teléfonos. Allí me presentaba. No conseguía nada pero al menos me daban nuevas direcciones. Estuve tres días. Recorrí Paris de Norte a Sur y de Este a Oeste. Visité los Caballeros de la Orden de Malta en un peniche sobre el Sena, Terre des Hommes, Médecins sans Frontières, Secours Catholique donde me prometieron ayudas para pequeños proyectos, y muchos organismos más que ya no recuerdo. En algunos sabía de antemano que no iba a conseguir nada pero me presentaba buscando más direcciones cuando ya había terminado las que tenía. De allí pasé a Bruselas. Llegué en mal momento porque era la víspera de su fiesta nacional y la empalmaban con el fin de semana, lo cual suponía cuatro días más sin hacer nada. Continué viaje a Aquisgran (Alemania). Visité Misereor a quien había escrito antes una carta de la que no había tenido contestación. Me comunicaron que el informe estaba incompleto porque faltaba el acuerdo del Obispo y una vez que la tuvieran examinarían el proyecto detenidamente. Había agotado mis direcciones. Cansado de tanto bocadillo y mala fonda, regresé a Bilbao. Continuaba como el primer día, no había conseguido un céntimo. Solamente unas vagas promesas que podían esfumarse como el humo al primer soplo del viento. Me faltaba un mes para regresar al Congo. En vacaciones anteriores había predicado en algunas parroquias para mantener aquel centro incipiente, porque el dinero de Mgr Cirarda se había liquidado hacía tiempo. No me quedaba otra alternativa. Tenía que subir de nuevo a los púlpitos a mendigar el pan de cada día. Visité a unos cuantos párrocos para exponer mis necesidades y pedirles la posibilidad de tomar la palabra en sus parroquias. Tampoco fue nada fácil. Tenían muchas razones que impedían mi presencia en sus iglesias. Unos porque tenían grandes deudas por reformas que habían efectuado en sus parroquias y necesitaban de las colectas para hacer frente a las mismas. Otros porque
  • 4. consideraban que en las iglesias se pedía demasiado hasta aburrir a los sufridos fieles. Algunos me insinuaron que ya teníamos la colecta del día de las Misiones Diocesanas, etc. Por eso estoy muy agradecido a aquellos que supieron comprender mi angustia y me dispensaron una calurosa acogida, ayudándome a que la campaña resultara provechosa. No puedo pasar bajo silencio a aquellos párrocos que fueron mi salvavidas cuando estaba a punto de naufragar: D. Manuel Rámila, párroco de S. Francisco Javier; D. José Manuel Apellaniz, párroco de S. Fernando; D. José Luis Achótegui, párroco de El Salvador; D. Epifanio Mezo, párroco de Santiago. En otras, como El Carmen, Begoña… proyectaba una pequeña película super 8 que había realizado con los pormenores de la vida del Centro. Pasé también por algunos colegios, centros y asociaciones, como la Asociación de S. Francisco Javier de la Residencia de los Jesuitas. En cada una de las charlas y predicaciones sugería la posibilidad de comprometerse al mantenimiento del Centro mediante una cuotas mensuales de 100 o 200 pesetas, que a través del Banco podían ser ingresadas en una cuenta que había abierto con este fin. No me atrevía a pedir cuotas más elevadas por miedo a no poder encontrar posibles colaboradores. Aunque eran cantidades muy pequeñas intentaba asegurar de alguna manera el alimento cotidiano. Por aquel entonces conseguí 150 suscripciones. Lástima que muchos de ellos no han actualizado sus cuotas de 1978 y con las devaluaciones sucesivas, su valor ha quedado enormemente reducido. Al término de mis vacaciones, lo único que tenía asegurado era un millón de pesetas que había conseguido entre charlas, sermones, amistades, etc. Durante ese período dconocí un organismo vizcaíno, Amigos del Tercer Mundo, que juntamente con Medicus Mundi, ayudaban a Misiones Diocesanas. Me presentaron a su presidente, D. José Tellería y aunque en aquel primer momento estaban ya comprometidos en proyectos concretos, a partir de esa fecha, todos los años me están ayudando según sus posibilidades, con el producto de la exposición-venta que organizan cada año en un local de la Gran Vía de Bilbao alrededor de las fechas de Navidad. El regreso no fue triunfante, pero al menos tenía algo con qué comenzar. No había descansado mucho pero llevaba sobre mis espaldas el peso de todos aquellos minusválidos y no podía abandonarles sin tener la sensación de traicionarles. Mientras terminaba de preparar el terreno donde iban a ser ubicadas las futuras construcciones – de nuevo con la pala mecánica pero sin sobresaltos – Me llegó una carta de la Santa Infancia Alemana (Kinder Mission Work) en la que me anunciaba que habían recibido el informa de Misereor y se comprometía a ayudarnos con una cantidad de 2.800.000 FB. Esa fue la gran sorpresa. Ahora sí que se podían iniciar los trabajos, con la seguridad de terminarlos. Meses más tarde Campaña contra el Hambre me enviaba un millón de pesetas. La semilla había caído en buena tierra y comenzaba a dar su fruto. Teniendo el dinero en mano, las construcciones fueron rápidas. No recuerdo con exactitud si fue a finales del 79 o a primeros del 80 cuando nos instalamos en los nuevos edificios. ¡Qué diferencia! Poder sentarse a comer en una mesa, tener duchas propias, espacio llano para jugar. Estaba más admirado que los propios niños. Era como un sueño. Todavía quedaba mucho por hacer pero se iría completando poco a poco. Entre los organismos más importantes que han contribuido a la financiación del Centro aparte de
  • 5. los ya citados, debo nombrar a Nederland Kinder postzegel (Holanda), Santa Infancia (Vaticano), Secours Catholique (Francia), Campaña contra el Hambre (Madrid), Justicia y paz (Bilbao), Amigos del Tercer Mundo (Bilbao) Esta es la historia del Centro “KILIMA CHA KITUMAINI” = La Colina de la Esperanza, por lo menos su primera parte, porque el Centro continúa y cada día podía ir contando su historia de alegrías y tristezas, siempre con la ilusión de proclamar la llegada del Reino porque “…los ciegos ven, los cojos andan, y los pobres han recibido la buena noticia” Nota: Actualmente, en el año 2022, tenemos 80 minusválidos entre chicos y chicas La tarifa establecida es de 100 $ por todo el año. Muchos no pagan, pero no por eso quedan excluidos. El Centro consta de una escuela primaria de ocho clases. - Una escuela de corte y confección - Internado -Taller de ortopedia. - Sala de recuperación o Fisioterapia - Dispensario, con dos médicos, 6 enfermeros, sala de operaciones. - Clínica Oftalmológica con médico, 4 enfermeros, sala de operaciones. - Dispensario con 60 camas. Trabajan las 24 horas del día. - Clínica con 20 camas . La colaboración de todos vosotros nos permite seguir manteniendo este Centro para que su nombre “la colina de la esperanza” sea siempre una realidad. Un abrazo. Xabier