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LA ACTITUD CIENTÍFICA COMO ESTILO DE VIDA
Traducido por: Jessi García
Las circunstancias de nuestro trabajo pueden determinar la necesidad de realizar una
mayor o menor cantidad de investigaciones, pueden exigirnos un mayor o menor nivel técnico-
científico; pero de lo que no podemos eximirnos nunca es de asumir una actitud científica
como actitud presente en todas las manifestaciones de nuestra vida y como antesala para
aprender a vivir con sabiduría.
Este capítulo no se trata tanto de adquirir conocimientos, más bien de sensibilizar para
asumir una actitud vital que se deriva de la insaciable búsqueda de verdad y de la permanente
problematización de la realidad. Cinco grandes cuestiones ponemos a consideración:
1. La esencia de la actitud científica: búsqueda de la verdad y curiosidad insaciable.
2. Formas de ser que expresan una actitud científica.
3. Obstáculos al desarrollo de una actitud científica.
4. La ética de la investigación.
5. La actitud científica como proyecto y estilo de vida.
Si el lector cuenta entre sus conocidos a algún eminente hombre de ciencia,
acostumbrado a la más minuciosa precisión cuantitativa en los experimentos y a la más
abstrusa habilidad en las deducciones de los mismos, sométalo a una pequeña prueba que
muy probablemente dará un resultado instructivo. Consúltele sobre partidos políticos, teología,
impuestos, corredores de rentas, pretensiones de las clases trabajadoras y de otros temas de
índole parecida, y es casi seguro que al poco tiempo habrá provocado una explosión y le oirá
expresar opiniones nunca comprobables con un dogmatismo que jamás desplegaría respecto
a los resultados bien cimentados de sus experiencias de laboratorio.
Este ejemplo demuestra que “la actitud científica es en cierto modo no natural al
hombre" Bertrand Russel.
1. La esencia de la actitud científica: búsqueda de la verdad y curiosidad insaciable.
Una persona puede haber adquirido una buena formación teórica y una buena
formación sobre métodos y técnicas de investigación social y, sin embargo, ciertas actitudes
vitales y ciertas características de su personalidad pueden constituir un obstáculo para la
investigación. De ahí la necesidad de asumir una actitud científica, no como forma de ser para
cuando "se hace ciencia", sino como actitud vital en todas las circunstancias y momentos de la
vida. Esto es lo que llamamos la actitud científica como estilo de vida.
¿Qué es y en qué consiste esta actitud científica?. En términos generales, puede
definirse como la predisposición a "detenerse" frente a las cosas para tratar de desentrañarlas.
El trabajo científico, en lo sustancial, consiste en formular problemas y tratar de resolverlos. Es lo
que algunos llamaron "reflejo del investigador" y que Pavlov denominó reflejo "qué es esto?".
Este interrogar e interrogarse orienta y sensibiliza nuestra capacidad de detectar, de admirarse,
de preguntar. “¡Oh, la nefasta inercia mental, la inadmirabilidad de los ignorantes!”, Exclamaba
Ramon y Cajal a aquellos que eran “incapaces de detenerse junto a las cosas, de admirarse y
de interrogarlas".
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Ahora bien, esta capacidad de admiración e interpelación ante la realidad exige dos
atributos esenciales: búsqueda de la verdad y curiosidad insaciable.
Consagrarse a la búsqueda de la verdad es el punto de arranque desde el cual es
posible asumir una actitud científica, o sea, es preguntarse y realizar el esfuerzo de resolver, con
el máximo rigor, las cuestiones planteadas como problemas.
Quien no busca la verdad es porque se cree en posesión de ella, consecuentemente
nada tiene que encontrar y nada tiene que aprender. Los “propietarios de la verdad absoluta"
son unos necios en su seguridad pues tienen la desgracia de ignorar la duda. Desde esa
“instalación" es imposible el menor atisbo de actitud científica, que es, sobre todo, actitud de
búsqueda. El científico -lo decía Claude Bernard en 1865- es el que pasa "de las verdades
parciales a las verdades más generales, pero sin pretender jamás que se halla en la verdad
absoluta" El buscador de la verdad sólo se instala en la dinámica de la provisoriedad, lo que
quiere decir que es un buscador “desinstalado”, ya que sus conclusiones científicas siempre son
relativas y nunca son definitivas.
La curiosidad insaciable, en cuanto a interrogación permanente de la realidad, es el
reverso de lo anterior. Ningún científico auténtico, ningún investigador consciente de su labor
puede decir que su búsqueda ha terminado. El científico es insaciable en su curiosidad, sabe
que ante sí tiene un océano inexplorado. No hay límites para esa curiosidad, porque la verdad
científica es dinámica y las verdades que se adquieren son parciales, siempre sujetas a
corrección.
De ahí que la actitud de búsqueda y de curiosidad insaciable lleva a una permanente
“tensión interrogativa", abierta a la duda y al reexamen de lo ya descubierto e interpelada por
lo que no se conoce. El pensamiento científico, decía Bachelard "es un libro activo, un libro a la
vez audaz y prudente, un libro del que quisiéramos dar ya una nueva edición mejorada,
refundida, reorganizada. Se trata realmente del ser de un pensamiento en vías de crecimiento".
Por eso, la actitud científica es la actitud del hombre que vive en un indagar afanoso,
interpelado por una realidad a la que admira e interroga. Sí un científico dijese: "hemos llegado
a un término ya sabemos todo lo que se puede saber sobre este punto", en ese momento
dejaría de ser científico. El investigador es siempre un problematizador.
Búsqueda de la verdad y curiosidad, insaciable conducen a una actitud existencial en
la que la vida y la ciencia no se separan. Ambas cosas no sólo no deben disociarse, sino que
cada una ha de servir para enriquecer a la otra, teniendo en cuenta que la vida es una
totalidad y la ciencia un aspecto de esa totalidad. El núcleo de lo que nosotros queremos
expresar en este capítulo es lo siguiente: el que asume una actitud científica tiene un
determinado modo de existir, esto es, de estar presente en el mundo y de acercarse a la
realidad. Para decirlo en breve: no se puede ser científico (cualquiera sea el campo o
especialidad) y luego "andar por la vida" respondiendo a otros problemas con “lugares
comunes, opiniones superficiales, explicaciones mágicas”. Tampoco se puede tener una actitud
científica y la fe del carbonero, adhiriéndose a doctrinas como si fuesen reservas sagradas de
principios incuestionables. Sin embargo, no debe entenderse lo anterior de un modo inflexible:
no queremos decir que un científico haya de responder a todo lo que acontece en su vida con
“respuestas” científicas”, es imposible, puesto que el saber de la vida cotidiana se sirve de
muchas verdades no expresadas científicamente... Es por esto que hablamos de actitud
científica, no como doctrina sino como estilo de vida.
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2. Formas de ser que expresan una actitud científica
Las formas de ser, como formas de estar presente en el mundo y de acercarse a la
realidad, expresan toda una serie de valores, maneras de pensar y actitudes subyacentes. Aquí
lo que pretendemos es señalar algunas formas de conducta que expresan una actitud
científica. ¿Cuáles son esas conductas o cualidades?
Sin lugar a dudas una cualidad capital, pero no exclusiva del científico, es la tenacidad,
perseverancia y disciplina. La historia de los grandes hombres de ciencia pone de relieve que
esta característica es común a todos ellos. “Déjeme decirle -manifestaba Pasteur a un
interlocutor- el secreto que me ha conducido hasta mi meta. Mi única fuerza reside en mi
tenacidad". Y Ramón y Cajal, en un libro destinado a dar pautas para la investigación científica,
se expresaba de manera similar: Es necesaria “la orientación permanente, durante meses, y aun
años, de todas nuestras facultades hacia un objeto de estudio". Y, en otra parte agregaba:
“toda obra grande, en arte como en ciencia, es el resultado de una gran pasión puesta al
servicio de una gran idea". Para no abundar en ejemplos sobre este punto, permítasenos citar,
por último, a uno de los más grandes sabios de toda la historia de la humanidad, Albert Einstein:
"para nuestro trabajo, decía, son necesarios dos cosas: una de ellas es una persistencia
infatigable; la otra es la habilidad para desechar algo en lo que hemos invertido muchos
sudores y muchas ideas”.
Es muy probable que, para la gente que trabaja en el ámbito de las ciencias humanas,
esta idea de la tenacidad y la perseverancia pueda resultar un tanto ajena, ya que, para ser un
científico social, no parecen ser necesarias estas exigencias, como en el caso de los científicos
que pertenecen al campo de las ciencias físico-naturales. Esta actitud es muy frecuente; Gino
Germani -uno de los sociólogos que más ha trabajado para llevar a la sociología
latinoamericana un estadio científico- ha denominado esta actitud como "noción romántica de
la investigación".
Germani considera que se trata de una postura "completamente desprovista de
sentimiento de la realidad", que fantasea una actividad puramente recreativa "en la que el
científico tan sólo se abandona al juego libre de su imaginación, y en la que el trabajo "rutinario"
queda al cuidado del personal "auxiliar””. Nada más alejado de la realidad en cualquier
trabajo individual -incluso el trabajo artístico- pues la actividad puramente creativa se halla
unida de modo indisoluble con un trabajo duro, regular, sistemático, con esfuerzos constantes y
de larga duración, en lo que el acto imaginativo se manifiesta a través de tareas que, según la
aludida actitud “romántica”, deberían considerarse “rutinas”, “materiales”. La famosa
descripción del genio que podemos aplicar al trabajo científico: "10% de inspiración y 90% de
transpiración", es de su rigurosa aplicación a toda tarea intelectual: la del escritor, del artista, del
científico natural y, por supuesto del sociólogo".
Sinceridad intelectual y capacidad de objetivar: Otra característica que expresa una
actitud científica es la sinceridad intelectual frente a los hechos que se estudian. Esta condición
es indispensable y presupone la capacidad de autocrítica y el valor de tirar por la borda todo
conocimiento, todo enunciado, toda formulación que hemos sostenido pero que la realidad
nos revela como falsa, insuficiente e ineficaz. Una actitud científica nos lleva a aprovecharnos
de nuestros errores. Para el que tiene sinceridad intelectual, un error no es una frustración, sino
un estímulo para avanzar.
Estrechamente ligada a la sinceridad intelectual, o como un aspecto de la misma, está
la capacidad de objetivar, es decir, de estudiar los hechos sin aferrarse a opiniones e ideas
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preconcebidas, prestos a abandonar cualquier posición que hemos comprobado como
inadecuada o no satisfactoria. Claude Bernard advertía que los hombres que tienen una fe
excesiva en sus teorías o en sus ideas, están mal preparados para ser investigadores. Este
desapego de las propias ideas habilita al hombre para someterse a los hechos tal como son.
Decimos que la capacidad de objetivar es la cualidad de estudiar la realidad sin
aferrarse a prejuicios, pero no afirmamos que esa capacidad signifique prescindir de lo que el
sujeto cognoscente es. Casi todos los autores afirman hoy que el observador influye, en alguna
medida, sobre la observación misma de los datos que recoge; es lo que, en física cuántica, se
ha denominado la "perturbación de Helsenberg". Este Inevitable "sello” que la subjetividad
imprime en los datos observados es lo que se reconoce como distorsión de la realidad
producida por la “ecuación personal”. Conviene que el investigador social ubique, dentro del
proceso de la investigación, su propia “ecuación” a fin de lograr la máxima validez de los
resultados.
En efecto, si en la física cuántica el principio de incertidumbre o indeterminación
manifiesta que la intervención de observar es lo suficientemente importante como para no
hablar de objetividad, tal como se venía entendiendo, el problema se presenta más
agudamente en las ciencias sociales. La objetividad en el sentido tradicional -objetivismo
ingenuo- olvida que todo conocimiento es asumido “desde" un sujeto que sirve como telón de
fondo o receptor y que tiene una estructura mental determinada por su proceso de
socialización, por su cultura, por sus concepciones y sus valores. El conocimiento científico no
emerge aislado y desconectado, como un apéndice independiente de la biografía del
científico; la objetividad del método científico no puede prescindir de su raíz existencial, como
tampoco prescinde de los acondicionamientos sociales dentro de los cuales esos
conocimientos se producen. En suma: un hecho es un dato real y objetivo. Pero es un dato que
se da a un sujeto cognoscente que interroga la realidad y que analiza e interpreta los datos que
recoge. Esto nos lleva a desechar la opinión, expresada en algunos libros de metodología,
según la cual es posible realizar un científico independiente de los valores, ideología y
sentimientos del investigador. Decimos “desechar", no porque no sea deseable, sino porque se
puede ser objetivo tanto como lo permite la naturaleza humana o tanto como somos capaces
de controlar nuestra propia ecuación personal.
3. Obstáculos para el desarrollo de una actitud científica
Hay personas que tienen un buen dominio de métodos y técnicas de investigación, una
excelente formación teórica y hasta pueden ser ideológicamente revolucionarios, pero...
psicológicamente son dogmáticos y culturalmente provincianos. Unos porque lo interiorizaron en
sus prácticas políticas que les imprimieron hábitos autoritarios; otros porque fueron asociados
con esquemas autoritarios y no han sido capaces de tomar distancia de su propio proceso de
socialización o bien porque el dogmatismo interiorizado les ha puesto anteojos. En otros casos,
el etnocentrismo los incapacita para ser conscientes de su ombliguismo (todo es valorado
desde su propia mirilla intelectual), que no es más que una forma de provincialismo cultural.
Nosotros vamos a examinar cuatro obstáculos principales al desarrollo de una actitud
científica: el dogmatismo, el espíritu de gravedad, el etnocentrismo o provincialismo cultural y el
uso de los argumentos de autoridad.
Dogmatismo: Es un modo de funcionamiento cognitivo contrapuesto al modo científico
de conocer la realidad. Se expresa en la tendencia a sostener que los propios conocimientos y
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formulaciones son verdades incontrovertibles. Para el dogmático, la doctrina que sostiene
escapa a cualquier discusión. Con ella valora los hechos a priori de la observación de los
mismos y plantea soluciones aplicando a ciegas y mecánicamente los principios doctrinales.
Como el dogmatismo conduce a una mentalidad cerrada, sólo se pueden ver de la
realidad aquellos aspectos o elementos que coinciden con el “esquema incuestionable" de
interpretación de la realidad. En algunos casos, se sustituye sin más la observación de la
realidad con la simple recurrencia a los “textos sagrados" de la doctrina (que reviste la forma de
dogma). El dogmático siempre apela al "depósito" de los conocimientos adquiridos a los que
considera como verdades consagradas e indiscutibles.
Además, por su estructura mental, el dogmático es sectario: no entiende ni tolera a
quienes no pertenecen a su secta, con prescindencia, más o menos total, de la verdad que
puede haber en las argumentaciones y razonamientos de “los otros”.
Puede decirse, por consiguiente, que el dogmático no razona, de ahí que no responda
con argumentos, datos, hechos sino que recurra al fácil expediente de poner etiquetas
descalificando todo lo que no pertenece a su secta. Aquí aparece su otra característica: la
propensión excomulgatoria (extra ecclesia non salut, fuera de la iglesia no hay salvación).
Fuerte o suave, en el dogmático siempre flota un olor a nauseabunda inquisición.
Todo esto adquiere un carácter tragicómico cuando el dogmático -que es inepto para
el trabajo intelectual- tiene la osadía de darse aires de intelectual. Seguro en la ignorancia,
segrega de su castración juicios definitorios. Además, cuando el sectario es de izquierda, se
siente la vanguardia (de ordinario no tiene retaguardia, salvo los tres o cuatro seguidores de su
secta). Como el sectario es la vanguardia, todo lo anterior está superado. Estos son los
dogmáticos "paletos": quieren estar a la vuelta de todo sin haber ido nunca a ninguna parte,
piensan que con ellos comienza la historia. Si el sectario es de derechas, por lo común está
condenada toda la perdición del presente, al tiempo que propugna el retorno al pasado, que
valora y mitifica.
Cuanto se lleva dicho, basta para comprender que el dogmatismo es lo más lejano a la
actitud científica, pues para la ciencia las verdades son parciales y siempre sujetas a
corrección. El dogmatismo no tiene apertura a otra cosa que no sean sus dogmas, esquemas y,
a veces, los simples slogans o estereotipos configurados en la infancia.
Un segundo obstáculo -muy parecido al anterior y que casi siempre va unido a él- es lo
que Niestzche llamó el “espíritu de gravedad”. Consiste en la convicción de que las actuales
estructuras de la sociedad y su jerarquía de valores son algo indiscutible. En consecuencia todo
lo que no se acomoda, no se ajusta o no se adapta a lo ya existente constituye una
anormalidad, una desviación, una manifestación patológica.
A decir verdad, el espíritu de gravedad no es sino una fachada barroca en la que se
manifiesta lo que Fromm llamaba la patología de la normalidad, y que en la práctica no es otra
cosa que el culto supersticioso a lo establecido y la instalación en el conformismo.
Un individuo totalmente ajustado a la sociedad, conformista y acrítico, no está en
condiciones de asumir una actitud científica, porque vive “lo dado" como “lo que deben ser”.
Se trata de un pensamiento esclerotizado en relación con una realidad que considera
inamovible, de ahí que su razonamiento se inmovilice en torno a esquemas y categorías rígidas.
Por el contrario, la actitud científica todo lo interroga, lo investiga, lo cuestiona, lo revisa, lo
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reformula…hasta el propio pensamiento.
El espíritu de gravedad es una visión fijista de la realidad que produce una sacralización
de valores e instituciones; el espíritu científico, en cambio, es una invitación a la desinstalación
constante a medida que se desvelan nuevos aspectos o dimensiones de la realidad. En otras
palabras, el espíritu de gravedad cumple de hecho una función sacralizadora del status quo; el
espíritu científico, por el contrario, desacraliza la realidad como una criticidad abierta hasta un
horizonte sin límites, dentro de la dinámica de la provisoriedad que se da en el proceso histórico.
El espíritu de gravedad conduce a lo que Popper considera el oscurantismo y anquilosamiento
de la “sabiduría convencional”: deja de lado la marcha de los acontecimientos, la evolución
de la realidad y apela a “su depósito” de verdades consagradas. Y con ellas sigue
interpretando el mundo.
Vinculado a lo anterior aparece un tercer obstáculo: el etnocentrismo o provincialismo
cultural. Es la tendencia a ver los procesos sociales, valores, costumbres, instituciones, papeles
sociales y todo aquello que forma parte de una sociedad bajo la óptica de la propia cultural.
Este modo de ver las cosas es lo que los antropólogos han denominado etnocentrismo,
indicando con este término una visión de la realidad distorsionada por la mirilla de los valores
culturales del propio grupo, pues se trata de un modo de "ver" las otras sociedades partiendo
del supuesto de que las propias pautas culturales constituyen la forma correcta de pensar y de
actuar. La manera concreta como cada cultura condiciona la manera de ver la realidad da
lugar a diferentes y variadas formas de provincialismo cultural.
Como un aspecto parcial de este problema, también se presentan como obstáculos las
distorsiones provenientes de la propia subcultura profesional, expresadas frecuentemente en las
simplificaciones y los reduccionismos, ya sean psicológicos, sociologismos, economicismo, etc. y
en actuar como si la ciencia que cultivamos fuese capaz de dar respuesta a todos los
problemas o lo que es más frecuente, considerarla como la más importante.
El uso de los argumentos de autoridad. Apelar a argumentos de autoridad para
reflexionar sobre la realidad es una forma de dejar de lado esa realidad. “La falsa erudición",
advertía Claude Bernard, al colocar la autoridad del hombre en lugar de los hechos, mantuvo a
la ciencia durante siglos a la altura de las ideas de Galeno, sin que nadie se atreviese a
tocarlas; y esta superstición científica fue tal que Mundini y Vesalio, que fueron los primeros en
contradecir a Galeno confrontado sus opiniones con disecciones de animales, fueron
considerados innovadores y revolucionarios.
Recurrir a argumentos de autoridad no es citar a otros para aclarar o profundizar la
propia manera de pensar, se puede y debe recurrir a las opiniones de otros, pero utilizándolas
sólo como opiniones y no como pruebas. Esgrimir argumentos de autoridad consiste en apoyar
los puntos de vista propios en teorías, afirmaciones y opiniones, sostenidas por personas o
instituciones (Iglesia o partido), como si ellas tuviesen mayor validez que las pruebas empíricas.
Este estilo de razonar, apoyado en argumentos de autoridad, no siempre excluye la verificación
empírica pero casi sin excepción conduce a un violentar la realidad para adaptarla a lo que
dice la autoridad, o bien a mirar la realidad de manera selectiva. Naturalmente, esta
selectividad tiene un sistema de preferencia que coincide con lo que dice el maestro (magister
dixit) o la doctrina a la que se adhiere el individuo con ciega incondicionalidad.
En la historia de la ciencia, el caso de Galileo es ejemplificador, y la sentencia de la
inquisición no lo es menos (pero en sentido contrario). Bernard Rusell recuerda una anécdota
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de Galileo que viene muy bien para ilustrar este punto. Siendo muy joven y profesor de la
Universidad de Pisa, los profesores de la misma sostenían que un cuerpo de diez libras de peso
tardaría en caer en un tiempo diez veces menor al que emplearía otro peso de una libra
situado a la misma altura. Una mañana subió Galileo a lo alto de la Torre Inclinada de Pisa, con
dos pesos de una y diez libras respectivamente y en el momento en' que los profesores se
dirigían con grave dignidad a sus cátedras, en presencia de los discípulos, llamó la atención y
dejo caer los dos pesos a sus pies desde lo alto de la torre. Ambos pesos llegaron
prácticamente al mismo tiempo. Los profesores, sin embargo, sostuvieron que sus ojos debían
haberles engañado, puesto que era imposible que Aristóteles se equivocase. Años después -y
ésta es una segunda anécdota- cuando hizo un telescopio e invitó a los profesores a mirar los
satélites de Júpiter, estos rehusaron, exponiendo como motivo que Aristóteles no había
mencionado dichos satélites y que, por tanto, cualquiera que pensase que los veía tenía que
estar equivocado. Hasta aquí las anécdotas relatadas por Russell.
Un ejemplo mas reciente .y por ende mas oscurantista y retrógrado del uso de la
autoridad para descalificar una formulación científica, es la "condena" de la teoría de la
herencia apoyada en las leyes de Mendel. Esta condena fue decidida por otro pontífice (Jose
Stalin) de otra iglesia (el partido comunista de la URSS), quien, apoyado en los libros sagrados
(textos de Marx, Engels, Lenin y Stalin), que contienen la verdad íntegra y definitiva, consideró
que las teorías de Mendel eran una "reacción ideológica de la burguesía", que niega las leyes
objetivas del desarrollo de la materia. Felizmente, según la autoridad del partido, "versados en
el método dialéctico, los biólogos soviéticos han rechazado todas las deformaciones idealistas y
mecanicistas de la noción de desarrollo de la vida y han puesto de relieve sus contradicciones
fundamentales, verdaderas fuerzas motrices de la evolución de los organismos y de las
especies”.
Esta superación y descalificación de las teorías de Mendel, debida sobre todo a Lisenko,
se logró gracias al “estudio de las obras de los clásicos del marxismo – leninismo”. El
dogmatismo de Lisenko (la ciencia marxista – italiana no tiene desperdicio en este punto) a
partir del materialismo dialéctico, “aportó – según la versión oficial del partido – un gran número
de hechos experimentales que refutan enteramente el mendelismo y sus pseudoleyes”.
Todos sabemos – porque se trata de hechos muy conocidos y de simple cultura general
– que Lisenko no aportó ningún hecho y que, además de detener el desarrollo de la genética
en la URSS, hizo asesinar a los científicos que no pensaban como él.
Hoy a nadie se le ocurre, en el campo de la física, de la química o de la biología – para
no indicar sino algunas ciencias – utilizar argumentos de autoridad o hacer interpretación de
textos para dirimir una discusión científica: la verificación empírica y la práctica son los únicos
jueces, aunque sólo sean provisionales, de las cuestiones científicas. Sin embargo, en el campo
de las ciencias sociales, existe esta forma de subdesarrollo científico, que es el de apelar a los
argumentos de autoridad. En el fondo, es una manera de recubrir con la ortodoxia dogmática,
la propia indigencia cultural y el bajo nivel científico.
4. La ética de la investigación
Es un aspecto al que a menudo no se le presta atención. Para algunos el hacer ciencia
aparece como algo neutro, sin connotaciones teológicas, éticas, políticas e ideológicas…
Como si la ciencia estuviese más allá del bien y del mal, y como si el científico pudiera prescindir
de toda postura moral.
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Comenzamos nuestro análisis por aquellos aspectos que, según Baveridge, son
esenciales en la ética de todo científico:
• Reconocimiento de los trabajos que han sido utilizados para obtener información
y de cualquier persona que haya colaborado en el trabajo.
• No utilizar ideas o resultados preliminares ajenos que se hayan dado a conocer
en una conversación, sin permiso para hacerlo.
• No usurpar, calificando como propio, el trabajo que sólo se ha supervisado como
director de un instituto, presentándole como coautor y colocando su nombre en primer
lugar.
Con esto naturalmente no se agota la ética de la investigación. Otro aspecto, que no
aparece directamente como ético, es el de la necesidad de formación permanente. No solo
un graduado universitario, sino también cualquier científico, por eminente que haya sido en sus
contribuciones, es siempre un “producto semi-elaborado”. La celeridad de las transformaciones
que experimenta el mundo actual exige una puesta al día permanente para no ser superados o
desbordados por los acontecimientos. Una elemental honestidad profesional y científica exige
proseguir la formación durante toda la vida activa.
Se estima que, desde comienzos de siglo, los conocimientos científicos registran doubling
time entre 10 y 15 años. Y, según un conocido estudio de la UNESCO, el 90% de todos los
hombres que en la historia de la humanidad han realizado nuevos inventos o nuevos aportes a
las ciencias vive hoy en día. Para ilustrar con otro ejemplo, digamos además que, cuando un
niño nacido hoy regrese de la Universidad, la totalidad de los conocimientos humanos será
cuatro veces mayor que en la actualidad.
Todo esto nos revela que la formación adquirida en la Universidad “se desvaloriza con
una rapidez desconcertante”. De esto, que es válido para todo quehacer humano –
consecuentemente para todas las profesiones – surge la necesidad, propiamente dramática de
formación permanente. Es lo que ya hacen algunas universidades con sus profesores y grandes
empresas con su personal superior, bajo el nombre de reciclaje profesional.
De cuanto se lleva dicho, resulta claro que el hombre del mundo moderno está
instalando la “provisionalidad”: los escenarios y los contextos cambian aceleradamente. Un
planteo teórico o una técnica de trabajo pueden quedar rápidamente fuera de época,
aunque hayan servido en otra coyuntura. En un mundo que cambia aceleradamente, todo
científico ha de tener conciencia que debe realizar un esfuerzo permanente por actualizarse.
Lo mencionado hasta ahora y la apertura de espíritu necesaria para tirar por la borda todo
aquello que ya no sirve, o que es menos válido o eficaz, constituyen hoy aspectos esenciales y
elementales de una exigencia científica.
Existe otro aspecto ético en la actitud científica: si no hay – como ya se explicó en la
primera parte de este escrito – posesión de la verdad, sino búsqueda y esfuerzo persistente por
desvelarla, nadie tiene el derecho moral – como dice la premisa básica del “Satyagraha” que
propusiera Gandhi – a imponer a los demás una interpretación particular de la verdad… Pero
tiene el derecho y el deber de vivir según sus propias ideas y de oponerse a todo lo que le
parezca incorrecto o falso en las ideas ajenas.
No podemos dejar de mencionar, y de destacar de manera muy particular, el aspecto
más importante – y con frecuencia olvidado – en la ética del investigador: ser responsable de
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las consecuencias de las propias investigaciones… Me siento casi ridículo al escribirlo, pues
pienso que para muchos científicos esto provocaría risa por su candidez e ingenuidad. ¿Por
qué?... hoy el 50% de las investigaciones científicas que se realizan a escala mundial son de
carácter militar. Traducidos estos gastos en cifras ascienden a 50.000 millones de dólares y
requieren los servicios de unos 400.000 investigadores: prácticamente el 50% del personal
científico y técnico que existe en el mundo. Esto significa que la mitad de las investigaciones
que se realizan está destinada al exterminio y que la mitad de los científicos trabaja en contra
de la humanidad.
En el contexto de esta realidad, afirmar o reivindicar una ética de la ciencia que fije
criterios para juzgar el bien o el mal acerca de lo que se investiga y del destino de las
investigaciones parece ser una inmensa ingenuidad. “El que paga el violinista elige la melodía”
dicen los realistas (en contraposición a los “idealistas”, en el sentido ético del término). Muchos
científicos declaran que la ciencia es ética y políticamente neutral, con lo cual rechazan
cualquier remordimiento ético. Sin embargo, después de la construcción de la bomba
atómica, algunos manifestaron no pocas inquietudes de conciencia.
Albert Einstein manifestaba en 1950 en el mensaje que dirigió al 43° Congreso de la
Sociedad Italiana para el Progreso de la Ciencia, “hoy es una realidad trágica: la ciencia ha
multiplicado el poder de exterminio y de discriminación y ha permitido reunir esa capacidad
bajo el control de centros de decisión cada vez más concentrados”.
“El hombre de ciencia – volvemos al mensaje de Einstein – ha llegado hasta aceptar
como algo fatal e ineluctable la esclavitud que le impone el Estado. Y se ha envilecido hasta el
extremo de contribuir obedientemente a perfeccionar los medios para la destrucción total de la
humanidad”.
“¿No hay pues, escapatoria para el hombre de ciencia? ¿Debe realmente tolerar y sufrir
todas esas ignominias?... He aquí mi respuesta: se puede destruir el hombre esencialmente libre
y escrupuloso, pero no esclavizarlo ni utilizarlo como un instrumento ciego”.
“Si los hombres de ciencia pudieran encontrar hoy día el tiempo y el valor necesario
para considerar honesta y objetivamente su situación y las tareas que tienen por delante, y si
actuaran en consecuencia, acrecentarían considerablemente las posibilidades de dar con una
solución sensata y satisfactoria a la peligrosa situación internacional presente”.
Sin ética científica, o sin ética de los científicos, no habría posibilidad de resistir al
totalitarismo tecnológico. Por eso, cuando se insiste en que los científicos deben ser apolíticos,
no se hace otra cosa que propugnar que los científicos sean idiotas del sistema político.
5. La actitud como proyecto y estilo de vida
En última instancia, la actitud científica es un estilo de vida. Hablando filosóficamente, la
vida del científico presenta las características de un proyecto, es decir, una manera concreta
de encarar el mundo y los otros. Este estilo es una “forma de ascetismo mundano a la manera
que escribió Weber, y esta exigencia – bueno es que no olviden los “intelectuales” de toda
orientación – es por completo independiente del “modelo” de desarrollo que se asuma
(occidental, oriental o término medio), del mismo modo que lo es el tipo de ciencia o de
método que se adopte o practique”.
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El trabajador social no es un científico social, no es un investigador social en sentido
estricto, pero debe asumir igualmente una actitud científica. La ciencia y la técnica no son,
como ya indicamos, el único modo de acceso a la realidad; no son tampoco la panacea
universal para todos los males, pero ni de una ni de otra podemos prescindir. Es impropio de un
profesional que vive en la era de la ciencia no asumir una actitud científica en todas las
circunstancias de su vida; actitud éticamente valiosa pues da a los hombres una apertura
espiritual e intelectual para un diálogo sin barreras de ninguna índole; porque hace flexible la
mente de los hombres, capacitándoles para liberarse de todo aquello que verifican no ser
verdadero; porque libera a los hombres de la enajenación del error y la ignorancia. En suma,
una actitud científica hace al hombre más hombre, puesto que, frente a las dos actitudes
humanas básicas: la existencia auténtica y la existencia inauténtica, opta por la primera, que es
de sinceridad fundamental, mientras que la otra ofrece, según la conocida expresión de
Heidegger, “el descanso mediante el enajenamiento de sí mismo”.
Nuestro análisis quedaría incompleto si no volviésemos a recalcar la insuficiencia de la
ciencia, del método científico y aún de una actitud científica, para resolver los problemas
humanos. Aunque parezca una paradoja, terminamos estas reflexiones sobre la actitud
científica como estilo de vida negando que la ciencia sea la única fuente de verdad y el único
instrumento de que dispone el hombre para mejorar la vida, construir una sociedad más justa y
fraternal e inventar el porvenir, la creencia en el poder de la ciencia para resolver todos los
problemas es una forma de fetichización de la misma o si se quiere, es una forma de
transformarla en un credo, una fe y una religión. La ciencia no es valor supremo del hombre.
Por consiguiente, recordamos con Bertrand Russell, “para que una civilización científica
sea una buena civilización, es necesario que el aumento de conocimiento vaya acompañado
de un aumento de sabiduría. Entendiendo por sabiduría una concepción justa de los fines de la
vida. Esto es algo que la ciencia por sí misma no proporciona. El aumento de la ciencia en si
mismo no es, por consiguiente, bastante para garantizar ningún proceso genuino, aunque
suministre uno de los ingredientes que el progreso exige…”.
“La gente normal condena la separación absurda de la ciencia y la sabiduría, en el
sentido más clásico de la palabra. Se trata, en suma, de una clara separación, que además
cada vez es mayor, entre la inmensidad de los medios puestos a su disposición y su impotencia
para subordinarlos con fines humanos y no claramente irracionales, como ocurre por ejemplo
con la carrera armamentista” (Roger Garaudy)

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La actitud científica como estilo de vida

  • 1. 1 LA ACTITUD CIENTÍFICA COMO ESTILO DE VIDA Traducido por: Jessi García Las circunstancias de nuestro trabajo pueden determinar la necesidad de realizar una mayor o menor cantidad de investigaciones, pueden exigirnos un mayor o menor nivel técnico- científico; pero de lo que no podemos eximirnos nunca es de asumir una actitud científica como actitud presente en todas las manifestaciones de nuestra vida y como antesala para aprender a vivir con sabiduría. Este capítulo no se trata tanto de adquirir conocimientos, más bien de sensibilizar para asumir una actitud vital que se deriva de la insaciable búsqueda de verdad y de la permanente problematización de la realidad. Cinco grandes cuestiones ponemos a consideración: 1. La esencia de la actitud científica: búsqueda de la verdad y curiosidad insaciable. 2. Formas de ser que expresan una actitud científica. 3. Obstáculos al desarrollo de una actitud científica. 4. La ética de la investigación. 5. La actitud científica como proyecto y estilo de vida. Si el lector cuenta entre sus conocidos a algún eminente hombre de ciencia, acostumbrado a la más minuciosa precisión cuantitativa en los experimentos y a la más abstrusa habilidad en las deducciones de los mismos, sométalo a una pequeña prueba que muy probablemente dará un resultado instructivo. Consúltele sobre partidos políticos, teología, impuestos, corredores de rentas, pretensiones de las clases trabajadoras y de otros temas de índole parecida, y es casi seguro que al poco tiempo habrá provocado una explosión y le oirá expresar opiniones nunca comprobables con un dogmatismo que jamás desplegaría respecto a los resultados bien cimentados de sus experiencias de laboratorio. Este ejemplo demuestra que “la actitud científica es en cierto modo no natural al hombre" Bertrand Russel. 1. La esencia de la actitud científica: búsqueda de la verdad y curiosidad insaciable. Una persona puede haber adquirido una buena formación teórica y una buena formación sobre métodos y técnicas de investigación social y, sin embargo, ciertas actitudes vitales y ciertas características de su personalidad pueden constituir un obstáculo para la investigación. De ahí la necesidad de asumir una actitud científica, no como forma de ser para cuando "se hace ciencia", sino como actitud vital en todas las circunstancias y momentos de la vida. Esto es lo que llamamos la actitud científica como estilo de vida. ¿Qué es y en qué consiste esta actitud científica?. En términos generales, puede definirse como la predisposición a "detenerse" frente a las cosas para tratar de desentrañarlas. El trabajo científico, en lo sustancial, consiste en formular problemas y tratar de resolverlos. Es lo que algunos llamaron "reflejo del investigador" y que Pavlov denominó reflejo "qué es esto?". Este interrogar e interrogarse orienta y sensibiliza nuestra capacidad de detectar, de admirarse, de preguntar. “¡Oh, la nefasta inercia mental, la inadmirabilidad de los ignorantes!”, Exclamaba Ramon y Cajal a aquellos que eran “incapaces de detenerse junto a las cosas, de admirarse y de interrogarlas".
  • 2. 2 Ahora bien, esta capacidad de admiración e interpelación ante la realidad exige dos atributos esenciales: búsqueda de la verdad y curiosidad insaciable. Consagrarse a la búsqueda de la verdad es el punto de arranque desde el cual es posible asumir una actitud científica, o sea, es preguntarse y realizar el esfuerzo de resolver, con el máximo rigor, las cuestiones planteadas como problemas. Quien no busca la verdad es porque se cree en posesión de ella, consecuentemente nada tiene que encontrar y nada tiene que aprender. Los “propietarios de la verdad absoluta" son unos necios en su seguridad pues tienen la desgracia de ignorar la duda. Desde esa “instalación" es imposible el menor atisbo de actitud científica, que es, sobre todo, actitud de búsqueda. El científico -lo decía Claude Bernard en 1865- es el que pasa "de las verdades parciales a las verdades más generales, pero sin pretender jamás que se halla en la verdad absoluta" El buscador de la verdad sólo se instala en la dinámica de la provisoriedad, lo que quiere decir que es un buscador “desinstalado”, ya que sus conclusiones científicas siempre son relativas y nunca son definitivas. La curiosidad insaciable, en cuanto a interrogación permanente de la realidad, es el reverso de lo anterior. Ningún científico auténtico, ningún investigador consciente de su labor puede decir que su búsqueda ha terminado. El científico es insaciable en su curiosidad, sabe que ante sí tiene un océano inexplorado. No hay límites para esa curiosidad, porque la verdad científica es dinámica y las verdades que se adquieren son parciales, siempre sujetas a corrección. De ahí que la actitud de búsqueda y de curiosidad insaciable lleva a una permanente “tensión interrogativa", abierta a la duda y al reexamen de lo ya descubierto e interpelada por lo que no se conoce. El pensamiento científico, decía Bachelard "es un libro activo, un libro a la vez audaz y prudente, un libro del que quisiéramos dar ya una nueva edición mejorada, refundida, reorganizada. Se trata realmente del ser de un pensamiento en vías de crecimiento". Por eso, la actitud científica es la actitud del hombre que vive en un indagar afanoso, interpelado por una realidad a la que admira e interroga. Sí un científico dijese: "hemos llegado a un término ya sabemos todo lo que se puede saber sobre este punto", en ese momento dejaría de ser científico. El investigador es siempre un problematizador. Búsqueda de la verdad y curiosidad, insaciable conducen a una actitud existencial en la que la vida y la ciencia no se separan. Ambas cosas no sólo no deben disociarse, sino que cada una ha de servir para enriquecer a la otra, teniendo en cuenta que la vida es una totalidad y la ciencia un aspecto de esa totalidad. El núcleo de lo que nosotros queremos expresar en este capítulo es lo siguiente: el que asume una actitud científica tiene un determinado modo de existir, esto es, de estar presente en el mundo y de acercarse a la realidad. Para decirlo en breve: no se puede ser científico (cualquiera sea el campo o especialidad) y luego "andar por la vida" respondiendo a otros problemas con “lugares comunes, opiniones superficiales, explicaciones mágicas”. Tampoco se puede tener una actitud científica y la fe del carbonero, adhiriéndose a doctrinas como si fuesen reservas sagradas de principios incuestionables. Sin embargo, no debe entenderse lo anterior de un modo inflexible: no queremos decir que un científico haya de responder a todo lo que acontece en su vida con “respuestas” científicas”, es imposible, puesto que el saber de la vida cotidiana se sirve de muchas verdades no expresadas científicamente... Es por esto que hablamos de actitud científica, no como doctrina sino como estilo de vida.
  • 3. 3 2. Formas de ser que expresan una actitud científica Las formas de ser, como formas de estar presente en el mundo y de acercarse a la realidad, expresan toda una serie de valores, maneras de pensar y actitudes subyacentes. Aquí lo que pretendemos es señalar algunas formas de conducta que expresan una actitud científica. ¿Cuáles son esas conductas o cualidades? Sin lugar a dudas una cualidad capital, pero no exclusiva del científico, es la tenacidad, perseverancia y disciplina. La historia de los grandes hombres de ciencia pone de relieve que esta característica es común a todos ellos. “Déjeme decirle -manifestaba Pasteur a un interlocutor- el secreto que me ha conducido hasta mi meta. Mi única fuerza reside en mi tenacidad". Y Ramón y Cajal, en un libro destinado a dar pautas para la investigación científica, se expresaba de manera similar: Es necesaria “la orientación permanente, durante meses, y aun años, de todas nuestras facultades hacia un objeto de estudio". Y, en otra parte agregaba: “toda obra grande, en arte como en ciencia, es el resultado de una gran pasión puesta al servicio de una gran idea". Para no abundar en ejemplos sobre este punto, permítasenos citar, por último, a uno de los más grandes sabios de toda la historia de la humanidad, Albert Einstein: "para nuestro trabajo, decía, son necesarios dos cosas: una de ellas es una persistencia infatigable; la otra es la habilidad para desechar algo en lo que hemos invertido muchos sudores y muchas ideas”. Es muy probable que, para la gente que trabaja en el ámbito de las ciencias humanas, esta idea de la tenacidad y la perseverancia pueda resultar un tanto ajena, ya que, para ser un científico social, no parecen ser necesarias estas exigencias, como en el caso de los científicos que pertenecen al campo de las ciencias físico-naturales. Esta actitud es muy frecuente; Gino Germani -uno de los sociólogos que más ha trabajado para llevar a la sociología latinoamericana un estadio científico- ha denominado esta actitud como "noción romántica de la investigación". Germani considera que se trata de una postura "completamente desprovista de sentimiento de la realidad", que fantasea una actividad puramente recreativa "en la que el científico tan sólo se abandona al juego libre de su imaginación, y en la que el trabajo "rutinario" queda al cuidado del personal "auxiliar””. Nada más alejado de la realidad en cualquier trabajo individual -incluso el trabajo artístico- pues la actividad puramente creativa se halla unida de modo indisoluble con un trabajo duro, regular, sistemático, con esfuerzos constantes y de larga duración, en lo que el acto imaginativo se manifiesta a través de tareas que, según la aludida actitud “romántica”, deberían considerarse “rutinas”, “materiales”. La famosa descripción del genio que podemos aplicar al trabajo científico: "10% de inspiración y 90% de transpiración", es de su rigurosa aplicación a toda tarea intelectual: la del escritor, del artista, del científico natural y, por supuesto del sociólogo". Sinceridad intelectual y capacidad de objetivar: Otra característica que expresa una actitud científica es la sinceridad intelectual frente a los hechos que se estudian. Esta condición es indispensable y presupone la capacidad de autocrítica y el valor de tirar por la borda todo conocimiento, todo enunciado, toda formulación que hemos sostenido pero que la realidad nos revela como falsa, insuficiente e ineficaz. Una actitud científica nos lleva a aprovecharnos de nuestros errores. Para el que tiene sinceridad intelectual, un error no es una frustración, sino un estímulo para avanzar. Estrechamente ligada a la sinceridad intelectual, o como un aspecto de la misma, está la capacidad de objetivar, es decir, de estudiar los hechos sin aferrarse a opiniones e ideas
  • 4. 4 preconcebidas, prestos a abandonar cualquier posición que hemos comprobado como inadecuada o no satisfactoria. Claude Bernard advertía que los hombres que tienen una fe excesiva en sus teorías o en sus ideas, están mal preparados para ser investigadores. Este desapego de las propias ideas habilita al hombre para someterse a los hechos tal como son. Decimos que la capacidad de objetivar es la cualidad de estudiar la realidad sin aferrarse a prejuicios, pero no afirmamos que esa capacidad signifique prescindir de lo que el sujeto cognoscente es. Casi todos los autores afirman hoy que el observador influye, en alguna medida, sobre la observación misma de los datos que recoge; es lo que, en física cuántica, se ha denominado la "perturbación de Helsenberg". Este Inevitable "sello” que la subjetividad imprime en los datos observados es lo que se reconoce como distorsión de la realidad producida por la “ecuación personal”. Conviene que el investigador social ubique, dentro del proceso de la investigación, su propia “ecuación” a fin de lograr la máxima validez de los resultados. En efecto, si en la física cuántica el principio de incertidumbre o indeterminación manifiesta que la intervención de observar es lo suficientemente importante como para no hablar de objetividad, tal como se venía entendiendo, el problema se presenta más agudamente en las ciencias sociales. La objetividad en el sentido tradicional -objetivismo ingenuo- olvida que todo conocimiento es asumido “desde" un sujeto que sirve como telón de fondo o receptor y que tiene una estructura mental determinada por su proceso de socialización, por su cultura, por sus concepciones y sus valores. El conocimiento científico no emerge aislado y desconectado, como un apéndice independiente de la biografía del científico; la objetividad del método científico no puede prescindir de su raíz existencial, como tampoco prescinde de los acondicionamientos sociales dentro de los cuales esos conocimientos se producen. En suma: un hecho es un dato real y objetivo. Pero es un dato que se da a un sujeto cognoscente que interroga la realidad y que analiza e interpreta los datos que recoge. Esto nos lleva a desechar la opinión, expresada en algunos libros de metodología, según la cual es posible realizar un científico independiente de los valores, ideología y sentimientos del investigador. Decimos “desechar", no porque no sea deseable, sino porque se puede ser objetivo tanto como lo permite la naturaleza humana o tanto como somos capaces de controlar nuestra propia ecuación personal. 3. Obstáculos para el desarrollo de una actitud científica Hay personas que tienen un buen dominio de métodos y técnicas de investigación, una excelente formación teórica y hasta pueden ser ideológicamente revolucionarios, pero... psicológicamente son dogmáticos y culturalmente provincianos. Unos porque lo interiorizaron en sus prácticas políticas que les imprimieron hábitos autoritarios; otros porque fueron asociados con esquemas autoritarios y no han sido capaces de tomar distancia de su propio proceso de socialización o bien porque el dogmatismo interiorizado les ha puesto anteojos. En otros casos, el etnocentrismo los incapacita para ser conscientes de su ombliguismo (todo es valorado desde su propia mirilla intelectual), que no es más que una forma de provincialismo cultural. Nosotros vamos a examinar cuatro obstáculos principales al desarrollo de una actitud científica: el dogmatismo, el espíritu de gravedad, el etnocentrismo o provincialismo cultural y el uso de los argumentos de autoridad. Dogmatismo: Es un modo de funcionamiento cognitivo contrapuesto al modo científico de conocer la realidad. Se expresa en la tendencia a sostener que los propios conocimientos y
  • 5. 5 formulaciones son verdades incontrovertibles. Para el dogmático, la doctrina que sostiene escapa a cualquier discusión. Con ella valora los hechos a priori de la observación de los mismos y plantea soluciones aplicando a ciegas y mecánicamente los principios doctrinales. Como el dogmatismo conduce a una mentalidad cerrada, sólo se pueden ver de la realidad aquellos aspectos o elementos que coinciden con el “esquema incuestionable" de interpretación de la realidad. En algunos casos, se sustituye sin más la observación de la realidad con la simple recurrencia a los “textos sagrados" de la doctrina (que reviste la forma de dogma). El dogmático siempre apela al "depósito" de los conocimientos adquiridos a los que considera como verdades consagradas e indiscutibles. Además, por su estructura mental, el dogmático es sectario: no entiende ni tolera a quienes no pertenecen a su secta, con prescindencia, más o menos total, de la verdad que puede haber en las argumentaciones y razonamientos de “los otros”. Puede decirse, por consiguiente, que el dogmático no razona, de ahí que no responda con argumentos, datos, hechos sino que recurra al fácil expediente de poner etiquetas descalificando todo lo que no pertenece a su secta. Aquí aparece su otra característica: la propensión excomulgatoria (extra ecclesia non salut, fuera de la iglesia no hay salvación). Fuerte o suave, en el dogmático siempre flota un olor a nauseabunda inquisición. Todo esto adquiere un carácter tragicómico cuando el dogmático -que es inepto para el trabajo intelectual- tiene la osadía de darse aires de intelectual. Seguro en la ignorancia, segrega de su castración juicios definitorios. Además, cuando el sectario es de izquierda, se siente la vanguardia (de ordinario no tiene retaguardia, salvo los tres o cuatro seguidores de su secta). Como el sectario es la vanguardia, todo lo anterior está superado. Estos son los dogmáticos "paletos": quieren estar a la vuelta de todo sin haber ido nunca a ninguna parte, piensan que con ellos comienza la historia. Si el sectario es de derechas, por lo común está condenada toda la perdición del presente, al tiempo que propugna el retorno al pasado, que valora y mitifica. Cuanto se lleva dicho, basta para comprender que el dogmatismo es lo más lejano a la actitud científica, pues para la ciencia las verdades son parciales y siempre sujetas a corrección. El dogmatismo no tiene apertura a otra cosa que no sean sus dogmas, esquemas y, a veces, los simples slogans o estereotipos configurados en la infancia. Un segundo obstáculo -muy parecido al anterior y que casi siempre va unido a él- es lo que Niestzche llamó el “espíritu de gravedad”. Consiste en la convicción de que las actuales estructuras de la sociedad y su jerarquía de valores son algo indiscutible. En consecuencia todo lo que no se acomoda, no se ajusta o no se adapta a lo ya existente constituye una anormalidad, una desviación, una manifestación patológica. A decir verdad, el espíritu de gravedad no es sino una fachada barroca en la que se manifiesta lo que Fromm llamaba la patología de la normalidad, y que en la práctica no es otra cosa que el culto supersticioso a lo establecido y la instalación en el conformismo. Un individuo totalmente ajustado a la sociedad, conformista y acrítico, no está en condiciones de asumir una actitud científica, porque vive “lo dado" como “lo que deben ser”. Se trata de un pensamiento esclerotizado en relación con una realidad que considera inamovible, de ahí que su razonamiento se inmovilice en torno a esquemas y categorías rígidas. Por el contrario, la actitud científica todo lo interroga, lo investiga, lo cuestiona, lo revisa, lo
  • 6. 6 reformula…hasta el propio pensamiento. El espíritu de gravedad es una visión fijista de la realidad que produce una sacralización de valores e instituciones; el espíritu científico, en cambio, es una invitación a la desinstalación constante a medida que se desvelan nuevos aspectos o dimensiones de la realidad. En otras palabras, el espíritu de gravedad cumple de hecho una función sacralizadora del status quo; el espíritu científico, por el contrario, desacraliza la realidad como una criticidad abierta hasta un horizonte sin límites, dentro de la dinámica de la provisoriedad que se da en el proceso histórico. El espíritu de gravedad conduce a lo que Popper considera el oscurantismo y anquilosamiento de la “sabiduría convencional”: deja de lado la marcha de los acontecimientos, la evolución de la realidad y apela a “su depósito” de verdades consagradas. Y con ellas sigue interpretando el mundo. Vinculado a lo anterior aparece un tercer obstáculo: el etnocentrismo o provincialismo cultural. Es la tendencia a ver los procesos sociales, valores, costumbres, instituciones, papeles sociales y todo aquello que forma parte de una sociedad bajo la óptica de la propia cultural. Este modo de ver las cosas es lo que los antropólogos han denominado etnocentrismo, indicando con este término una visión de la realidad distorsionada por la mirilla de los valores culturales del propio grupo, pues se trata de un modo de "ver" las otras sociedades partiendo del supuesto de que las propias pautas culturales constituyen la forma correcta de pensar y de actuar. La manera concreta como cada cultura condiciona la manera de ver la realidad da lugar a diferentes y variadas formas de provincialismo cultural. Como un aspecto parcial de este problema, también se presentan como obstáculos las distorsiones provenientes de la propia subcultura profesional, expresadas frecuentemente en las simplificaciones y los reduccionismos, ya sean psicológicos, sociologismos, economicismo, etc. y en actuar como si la ciencia que cultivamos fuese capaz de dar respuesta a todos los problemas o lo que es más frecuente, considerarla como la más importante. El uso de los argumentos de autoridad. Apelar a argumentos de autoridad para reflexionar sobre la realidad es una forma de dejar de lado esa realidad. “La falsa erudición", advertía Claude Bernard, al colocar la autoridad del hombre en lugar de los hechos, mantuvo a la ciencia durante siglos a la altura de las ideas de Galeno, sin que nadie se atreviese a tocarlas; y esta superstición científica fue tal que Mundini y Vesalio, que fueron los primeros en contradecir a Galeno confrontado sus opiniones con disecciones de animales, fueron considerados innovadores y revolucionarios. Recurrir a argumentos de autoridad no es citar a otros para aclarar o profundizar la propia manera de pensar, se puede y debe recurrir a las opiniones de otros, pero utilizándolas sólo como opiniones y no como pruebas. Esgrimir argumentos de autoridad consiste en apoyar los puntos de vista propios en teorías, afirmaciones y opiniones, sostenidas por personas o instituciones (Iglesia o partido), como si ellas tuviesen mayor validez que las pruebas empíricas. Este estilo de razonar, apoyado en argumentos de autoridad, no siempre excluye la verificación empírica pero casi sin excepción conduce a un violentar la realidad para adaptarla a lo que dice la autoridad, o bien a mirar la realidad de manera selectiva. Naturalmente, esta selectividad tiene un sistema de preferencia que coincide con lo que dice el maestro (magister dixit) o la doctrina a la que se adhiere el individuo con ciega incondicionalidad. En la historia de la ciencia, el caso de Galileo es ejemplificador, y la sentencia de la inquisición no lo es menos (pero en sentido contrario). Bernard Rusell recuerda una anécdota
  • 7. 7 de Galileo que viene muy bien para ilustrar este punto. Siendo muy joven y profesor de la Universidad de Pisa, los profesores de la misma sostenían que un cuerpo de diez libras de peso tardaría en caer en un tiempo diez veces menor al que emplearía otro peso de una libra situado a la misma altura. Una mañana subió Galileo a lo alto de la Torre Inclinada de Pisa, con dos pesos de una y diez libras respectivamente y en el momento en' que los profesores se dirigían con grave dignidad a sus cátedras, en presencia de los discípulos, llamó la atención y dejo caer los dos pesos a sus pies desde lo alto de la torre. Ambos pesos llegaron prácticamente al mismo tiempo. Los profesores, sin embargo, sostuvieron que sus ojos debían haberles engañado, puesto que era imposible que Aristóteles se equivocase. Años después -y ésta es una segunda anécdota- cuando hizo un telescopio e invitó a los profesores a mirar los satélites de Júpiter, estos rehusaron, exponiendo como motivo que Aristóteles no había mencionado dichos satélites y que, por tanto, cualquiera que pensase que los veía tenía que estar equivocado. Hasta aquí las anécdotas relatadas por Russell. Un ejemplo mas reciente .y por ende mas oscurantista y retrógrado del uso de la autoridad para descalificar una formulación científica, es la "condena" de la teoría de la herencia apoyada en las leyes de Mendel. Esta condena fue decidida por otro pontífice (Jose Stalin) de otra iglesia (el partido comunista de la URSS), quien, apoyado en los libros sagrados (textos de Marx, Engels, Lenin y Stalin), que contienen la verdad íntegra y definitiva, consideró que las teorías de Mendel eran una "reacción ideológica de la burguesía", que niega las leyes objetivas del desarrollo de la materia. Felizmente, según la autoridad del partido, "versados en el método dialéctico, los biólogos soviéticos han rechazado todas las deformaciones idealistas y mecanicistas de la noción de desarrollo de la vida y han puesto de relieve sus contradicciones fundamentales, verdaderas fuerzas motrices de la evolución de los organismos y de las especies”. Esta superación y descalificación de las teorías de Mendel, debida sobre todo a Lisenko, se logró gracias al “estudio de las obras de los clásicos del marxismo – leninismo”. El dogmatismo de Lisenko (la ciencia marxista – italiana no tiene desperdicio en este punto) a partir del materialismo dialéctico, “aportó – según la versión oficial del partido – un gran número de hechos experimentales que refutan enteramente el mendelismo y sus pseudoleyes”. Todos sabemos – porque se trata de hechos muy conocidos y de simple cultura general – que Lisenko no aportó ningún hecho y que, además de detener el desarrollo de la genética en la URSS, hizo asesinar a los científicos que no pensaban como él. Hoy a nadie se le ocurre, en el campo de la física, de la química o de la biología – para no indicar sino algunas ciencias – utilizar argumentos de autoridad o hacer interpretación de textos para dirimir una discusión científica: la verificación empírica y la práctica son los únicos jueces, aunque sólo sean provisionales, de las cuestiones científicas. Sin embargo, en el campo de las ciencias sociales, existe esta forma de subdesarrollo científico, que es el de apelar a los argumentos de autoridad. En el fondo, es una manera de recubrir con la ortodoxia dogmática, la propia indigencia cultural y el bajo nivel científico. 4. La ética de la investigación Es un aspecto al que a menudo no se le presta atención. Para algunos el hacer ciencia aparece como algo neutro, sin connotaciones teológicas, éticas, políticas e ideológicas… Como si la ciencia estuviese más allá del bien y del mal, y como si el científico pudiera prescindir de toda postura moral.
  • 8. 8 Comenzamos nuestro análisis por aquellos aspectos que, según Baveridge, son esenciales en la ética de todo científico: • Reconocimiento de los trabajos que han sido utilizados para obtener información y de cualquier persona que haya colaborado en el trabajo. • No utilizar ideas o resultados preliminares ajenos que se hayan dado a conocer en una conversación, sin permiso para hacerlo. • No usurpar, calificando como propio, el trabajo que sólo se ha supervisado como director de un instituto, presentándole como coautor y colocando su nombre en primer lugar. Con esto naturalmente no se agota la ética de la investigación. Otro aspecto, que no aparece directamente como ético, es el de la necesidad de formación permanente. No solo un graduado universitario, sino también cualquier científico, por eminente que haya sido en sus contribuciones, es siempre un “producto semi-elaborado”. La celeridad de las transformaciones que experimenta el mundo actual exige una puesta al día permanente para no ser superados o desbordados por los acontecimientos. Una elemental honestidad profesional y científica exige proseguir la formación durante toda la vida activa. Se estima que, desde comienzos de siglo, los conocimientos científicos registran doubling time entre 10 y 15 años. Y, según un conocido estudio de la UNESCO, el 90% de todos los hombres que en la historia de la humanidad han realizado nuevos inventos o nuevos aportes a las ciencias vive hoy en día. Para ilustrar con otro ejemplo, digamos además que, cuando un niño nacido hoy regrese de la Universidad, la totalidad de los conocimientos humanos será cuatro veces mayor que en la actualidad. Todo esto nos revela que la formación adquirida en la Universidad “se desvaloriza con una rapidez desconcertante”. De esto, que es válido para todo quehacer humano – consecuentemente para todas las profesiones – surge la necesidad, propiamente dramática de formación permanente. Es lo que ya hacen algunas universidades con sus profesores y grandes empresas con su personal superior, bajo el nombre de reciclaje profesional. De cuanto se lleva dicho, resulta claro que el hombre del mundo moderno está instalando la “provisionalidad”: los escenarios y los contextos cambian aceleradamente. Un planteo teórico o una técnica de trabajo pueden quedar rápidamente fuera de época, aunque hayan servido en otra coyuntura. En un mundo que cambia aceleradamente, todo científico ha de tener conciencia que debe realizar un esfuerzo permanente por actualizarse. Lo mencionado hasta ahora y la apertura de espíritu necesaria para tirar por la borda todo aquello que ya no sirve, o que es menos válido o eficaz, constituyen hoy aspectos esenciales y elementales de una exigencia científica. Existe otro aspecto ético en la actitud científica: si no hay – como ya se explicó en la primera parte de este escrito – posesión de la verdad, sino búsqueda y esfuerzo persistente por desvelarla, nadie tiene el derecho moral – como dice la premisa básica del “Satyagraha” que propusiera Gandhi – a imponer a los demás una interpretación particular de la verdad… Pero tiene el derecho y el deber de vivir según sus propias ideas y de oponerse a todo lo que le parezca incorrecto o falso en las ideas ajenas. No podemos dejar de mencionar, y de destacar de manera muy particular, el aspecto más importante – y con frecuencia olvidado – en la ética del investigador: ser responsable de
  • 9. 9 las consecuencias de las propias investigaciones… Me siento casi ridículo al escribirlo, pues pienso que para muchos científicos esto provocaría risa por su candidez e ingenuidad. ¿Por qué?... hoy el 50% de las investigaciones científicas que se realizan a escala mundial son de carácter militar. Traducidos estos gastos en cifras ascienden a 50.000 millones de dólares y requieren los servicios de unos 400.000 investigadores: prácticamente el 50% del personal científico y técnico que existe en el mundo. Esto significa que la mitad de las investigaciones que se realizan está destinada al exterminio y que la mitad de los científicos trabaja en contra de la humanidad. En el contexto de esta realidad, afirmar o reivindicar una ética de la ciencia que fije criterios para juzgar el bien o el mal acerca de lo que se investiga y del destino de las investigaciones parece ser una inmensa ingenuidad. “El que paga el violinista elige la melodía” dicen los realistas (en contraposición a los “idealistas”, en el sentido ético del término). Muchos científicos declaran que la ciencia es ética y políticamente neutral, con lo cual rechazan cualquier remordimiento ético. Sin embargo, después de la construcción de la bomba atómica, algunos manifestaron no pocas inquietudes de conciencia. Albert Einstein manifestaba en 1950 en el mensaje que dirigió al 43° Congreso de la Sociedad Italiana para el Progreso de la Ciencia, “hoy es una realidad trágica: la ciencia ha multiplicado el poder de exterminio y de discriminación y ha permitido reunir esa capacidad bajo el control de centros de decisión cada vez más concentrados”. “El hombre de ciencia – volvemos al mensaje de Einstein – ha llegado hasta aceptar como algo fatal e ineluctable la esclavitud que le impone el Estado. Y se ha envilecido hasta el extremo de contribuir obedientemente a perfeccionar los medios para la destrucción total de la humanidad”. “¿No hay pues, escapatoria para el hombre de ciencia? ¿Debe realmente tolerar y sufrir todas esas ignominias?... He aquí mi respuesta: se puede destruir el hombre esencialmente libre y escrupuloso, pero no esclavizarlo ni utilizarlo como un instrumento ciego”. “Si los hombres de ciencia pudieran encontrar hoy día el tiempo y el valor necesario para considerar honesta y objetivamente su situación y las tareas que tienen por delante, y si actuaran en consecuencia, acrecentarían considerablemente las posibilidades de dar con una solución sensata y satisfactoria a la peligrosa situación internacional presente”. Sin ética científica, o sin ética de los científicos, no habría posibilidad de resistir al totalitarismo tecnológico. Por eso, cuando se insiste en que los científicos deben ser apolíticos, no se hace otra cosa que propugnar que los científicos sean idiotas del sistema político. 5. La actitud como proyecto y estilo de vida En última instancia, la actitud científica es un estilo de vida. Hablando filosóficamente, la vida del científico presenta las características de un proyecto, es decir, una manera concreta de encarar el mundo y los otros. Este estilo es una “forma de ascetismo mundano a la manera que escribió Weber, y esta exigencia – bueno es que no olviden los “intelectuales” de toda orientación – es por completo independiente del “modelo” de desarrollo que se asuma (occidental, oriental o término medio), del mismo modo que lo es el tipo de ciencia o de método que se adopte o practique”.
  • 10. 10 El trabajador social no es un científico social, no es un investigador social en sentido estricto, pero debe asumir igualmente una actitud científica. La ciencia y la técnica no son, como ya indicamos, el único modo de acceso a la realidad; no son tampoco la panacea universal para todos los males, pero ni de una ni de otra podemos prescindir. Es impropio de un profesional que vive en la era de la ciencia no asumir una actitud científica en todas las circunstancias de su vida; actitud éticamente valiosa pues da a los hombres una apertura espiritual e intelectual para un diálogo sin barreras de ninguna índole; porque hace flexible la mente de los hombres, capacitándoles para liberarse de todo aquello que verifican no ser verdadero; porque libera a los hombres de la enajenación del error y la ignorancia. En suma, una actitud científica hace al hombre más hombre, puesto que, frente a las dos actitudes humanas básicas: la existencia auténtica y la existencia inauténtica, opta por la primera, que es de sinceridad fundamental, mientras que la otra ofrece, según la conocida expresión de Heidegger, “el descanso mediante el enajenamiento de sí mismo”. Nuestro análisis quedaría incompleto si no volviésemos a recalcar la insuficiencia de la ciencia, del método científico y aún de una actitud científica, para resolver los problemas humanos. Aunque parezca una paradoja, terminamos estas reflexiones sobre la actitud científica como estilo de vida negando que la ciencia sea la única fuente de verdad y el único instrumento de que dispone el hombre para mejorar la vida, construir una sociedad más justa y fraternal e inventar el porvenir, la creencia en el poder de la ciencia para resolver todos los problemas es una forma de fetichización de la misma o si se quiere, es una forma de transformarla en un credo, una fe y una religión. La ciencia no es valor supremo del hombre. Por consiguiente, recordamos con Bertrand Russell, “para que una civilización científica sea una buena civilización, es necesario que el aumento de conocimiento vaya acompañado de un aumento de sabiduría. Entendiendo por sabiduría una concepción justa de los fines de la vida. Esto es algo que la ciencia por sí misma no proporciona. El aumento de la ciencia en si mismo no es, por consiguiente, bastante para garantizar ningún proceso genuino, aunque suministre uno de los ingredientes que el progreso exige…”. “La gente normal condena la separación absurda de la ciencia y la sabiduría, en el sentido más clásico de la palabra. Se trata, en suma, de una clara separación, que además cada vez es mayor, entre la inmensidad de los medios puestos a su disposición y su impotencia para subordinarlos con fines humanos y no claramente irracionales, como ocurre por ejemplo con la carrera armamentista” (Roger Garaudy)