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LA PERVIVENCIA DE LA LITERATURA
LATINA Y LA PROSA FILOSÓFICA.
Máster en formación del profesorado
Asignatura: Los clásicos latinos y su pervivencia en la literatura occidental
Docente: María José Muñoz Jiménez
Alumno: Miguel Ángel Quesada López
UCM 2012-2012
1.- INTRODUCCIÓN
1.1- La literatura en el tiempo.
Exegi monumentum aere perennius
regalique situ pyramidum altius,
quod non imber edax, non Aquilo inpotens
possit diruere aut innumerabilis
annorum series et fuga temporum.
Non omnis moriar multaque pars mei
uitabit Libitinam; usque ego postera
crescam laude recens, dum Capitolium
scandet cum tacita uirgine pontifex.
Dicar, qua uiolens obstrepit Aufidus
et qua pauper aquae Daunus agrestium
regnauit populorum, ex humili potens
princeps Aeolium carmen ad Italos
deduxisse modos. Sume superbiam
quaesitam meritis et mihi Delphica
lauro cinge uolens, Melpomene, comam
“He levantado un monumento más duradero que el bronce, más elevado que el
regio sepulcro de las pirámides, que ni la lluvia voraz, ni el inmoderado Aquilón
podrán derruir, ni la innumerable sucesión de los años o el paso de los tiempos.
No moriré por entero, y gran parte de mí sobrevivirá a la Muerte; seguiré yo
creciendo rejuvenecido por la futura gloria, mientras al Capitolio ascienda el
pontífice junto a la silenciada virgen.
Allá donde el violento Aúfido ruge y donde Dauno, parco en aguas, reinó sobre
los agrestes pueblos, se contará de mi que, poderoso aunque de humilde origen,
fui el primero en traer el cantar eolio a las maneras itálicas. Toma este
reconocimiento debido a tus méritos, Melpómene, y cíñeme, de buena voluntad,
los cabellas con el laurel de Delfos.”
En esta incomparable oda1
, Horacio, quien ya en otras de sus obras realiza una profunda
reflexión literaria, como en el Ars poetica, expone aquí una de las grandes cuestiones de
la literatura: su relación con el tiempo. Efectivamente, como toda creación humana, la
literatura está supeditada al paso del tiempo, y por tanto, para estudiarla adecuadamente,
ha de tenerse en cuenta su relación con éste.
El ser humano ha concebido el tiempo en tres estados: presente, pasado y futuro. En
relación con su presente, sabemos que una creación literaria está condicionada por él.
Su contenido, su forma, su autor y público pertenecen a un contexto histórico
determinado que influye inevitablemente en la obra. Así, por ejemplo, la Eneida no
habría sido posible de no haber existido Virgilio, de no haber gobernado Augusto, y de
no haberse compuesto el programa político y propagandístico de este gobernante.
1
La Oda III, 10, fue creada inicialmente por Horacio con intención de cerrar así sus Carmina, varios años
antes de que Mecenas y Augusto le encomendaran el libro IV, en el que se incluyen las denominadas
“odas romanas”, que se han de incluir dentro del mismo programa político y cultural que la Eneida. Así,
el Exegi monumentum suponía la despedida de la lírica por parte de Horacio, en la que trataba de dejar
claras sus intenciones literarias y pasaba revista a sus logros en este campo.
Además el presente de una obra no es un momento concreto, ya que la creación literaria
es un proceso que toma tiempo, y de hecho, como en el caso de la Eneida, tal proceso
puede verse interrumpido.
En relación con su pasado, decimos que una creación literaria parte de unos
precedentes. Cuando un autor compone una obra, parte del conocimiento previo que ha
adquirido para tal composición. Y cierta parte de ese conocimiento se debe a las
anteriores obras que ya se habían creado y que pueden funcionar como modelos, si toma
de ellas elementos formales, o como fuentes, si las emplea para adquirir contenidos. Al
conjunto de esas obras previas lo denominamos tradición. Continuando con el ejemplo
de Virgilio, podemos decir que cuando comenzó a componer la Eneida, parte de la
tradición que manejó eran Homero, los epilios alejandrinos, o la anterior épica latina de
tema histórico.
En cuanto a su futuro, sabemos que las obras que se crean pueden funcionar a su vez
como tradición de las posteriores, al ser empleadas como modelos o fuentes de autores
que componen más tarde. A este fenómeno, contrario y complementario de la tradición2
,
lo denominamos pervivencia. Así, vemos que la Eneida pervivió en numerosas obras
posteriores, como la Farsalia de Lucano, las Púnicas de Silio Itálico, la Araucana de
Ercilla y otras muchas más, como veremos.
La pervivencia de una obra o un autor pueden darse de diferentes maneras. Decimos que
la pervivencia es literaria cuando una obra se erige en modelo o fuente de otras obras
posteriores. Pero también encontramos otros tipos de pervivencia, como la intertextual,
cuando un autor menciona a otro (como la presencia del propio Virgilio en la Divina
Comedia de Dante), o a su obra, sin tomarlo como modelo o fuente; o bien cuando el
espíritu de un autor subyace en la obra de otro, sin poder ser detectados pasajes
específicos.
Por último, no hay que olvidar que al lado del complejísimo tramado de relaciones entre
obras y autores a lo largo del tiempo, se da paralelamente la labor filológica, que trata
de recuperar la literatura y que, al fin y al cabo, es también otro tipo de pervivencia. Las
traducciones, ediciones, comentarios y estudios científicos forman también parte de la
historia literaria, por lo que es necesario prestarles su parte de atención.
En el caso específico de la literatura clásica, el camino de su pervivencia y legado ha
sido especialmente accidentado. La gran cantidad de obras y autores perdidos hacen que
el estado de la literatura sea semejante al de los restos arqueológicos, pues al igual que
unas pocas columnas caídas, nos permiten imaginar el conjunto, aunque sólo sean una
pequeña parte del total. Siempre nos queda el consuelo de que lo conservado es la parte
mejor, y la prueba es que a lo largo de tantos siglos y generaciones, de tantos cambios
estéticos y movimientos culturales, la literatura clásica siempre ha sido vista como un
modelo y un referente.
Cada pasaje de un autor, sea medieval o renacentista, barroco o romántico, que remite al
legado clásico, supone la confirmación, consagración y triunfo de la literatura latina,
que se revela así, a través de instantáneas, como eterna e insuperable, o como dice
Horacio, un monumentum aere perennius.
2
Una gran frase sobre en qué consiste la tradición y su carácter complementario con la pervivencia es la
de T. S. Eliot en The Sacred Wood: “What happens when a new work of art is created is something that
happens simultaneously to all the works of art that preceded it.”
1.2- Panorama general de la pervivencia de la literatura latina.
1.2.1- Edad Media.
Durante la Edad Media, la relación entre literatura latina y romance es de gran
importancia en España. Ya desde el s. XI hay centros que cultivan la literatura latina en
el norte de la Península Ibérica, en Navarra y sobre todo Cataluña. Se establecieron
entonces algunas escuelas de poetas latinos, que compusieron canciones amorosas y
panegíricos fúnebres, entre los cuales los más antiguos son los que tratan la historia del
Cid, como el Poema del Campeador, o la Historia de Rodrigo.
La invasión árabe supuso una interrupción de la tradición clásica en un primer
momento, pero en el s. XII y XIII se manifiestan los frutos del renacimiento latino de la
época. Entre ellos, la archiconocida Escuela de Traductores de Toledo, que aunque nace
en la primera mitad del s. XII, es en el siguiente, con Alfonso X el Sabio, cuando
alcanza su máximo esplendor.
En conjunto, dentro de la poesía de la etapa de los ss. XII y XIII, no hay una gran
cantidad de reminiscencias clásicas. Del poema más importante que tenemos del XII, el
Cantar de Mio Cid, no parece haber influencia clásica directa y explícita, sino la
indirecta que pueda quedar de la formación culta del autor, como, por ejemplo, el
motivo del locus amoenus en la descripción del robledal de Corpes.
En el s. XIII aparece el mester de clerecía, lo que supone la incorporación de los
clérigos a la literatura castellana, y con ellos, la tradición clásica, que habiendo estada
encerrada en los monasterios, se vuelve accesible al vulgo. Con este fin pedagógico
tradujo y adaptó varias obras Gonzalo de Berceo ( 1252), tratando de recrear los
originales en una lengua comprensible para todos y con un estilo atractivo. Pero
tampoco aquí hay influencia clásica directa, porque Berceo siguió textos latinos
medievales, no clásicos. Dentro del mester de clerecía las dos obras que más claramente
son muestra de pervivencia clásica son el Libro de Alexandre y el Libro de Apolonio. El
primero, de entre 1230 y 1250, reelabora ampliamente obras anteriores sobre el tema,
entre las cuales no sólo están las medievales europeas (como la Alejandreida de Gautier
de Châtillon), sino que se emplea a Quinto Curcio, las Metamorfosis y las Heroidas de
Ovidio, entre otros. El Libro de Apolonio remite a la Historia Apolloni regis Tyri, una
obra del s. III que forma parte de las pocas novelas latinas que conservamos.
Dentro de la prosa de estos dos siglos, el más importante ejemplo de pervivencia es la
General Estoria de Alfonso X el Sabio. Tomando como hilo conductor los Cánones de
Eusebio y san Jerónimo, incorpora materiales de Lucano, Estacio, Plinio el Mayor, y
sobre todo, Ovidio.
En cuanto al s XIV, la obra que más cantidad de influencia clásica manifiesta es el
Libro de Buen Amor, compuesto por el Arcipreste de Hita Juan Ruiz. Si bien para esta
obra se suele decir que empleó una comedia elegíaca latina, el Pánfilo, y a través de ella
recibió el Ars amandi de Ovidio, parece que el autor conoció él mismo la obra ovidiana
y la empleó en varios pasajes.
La característica fundamental de la pervivencia en época medieval es la falta de una
ruptura con el mundo antiguo. Los medievales se consideraban a sí mismos como
descendientes directos de los antiguos romanos, y por tanto, carecían del
distanciamiento del que nació después el respeto. Hay varios pasajes que ejemplifican
excelentemente esta visión medieval, como el pasaje de la General Estoria, en la que se
dice: Allecto, Thesiphone et Meiera. E es este nombre Allecto conpuesto destas dos
palabras: de a que dizie el griego por lo que nos los latinos dezimos sin en el lenguaie
de Castiella, er latos en el griego otrossí por lo que dizen fo/gura en el castellano; onde
Allecto tanto quiere dezir cuerno sin folgura..., donde llama poderosamente la atención
ese nos los latinos. Otro ejemplo de manipulación medieval de los textos antiguos es la
adaptación, más que traducción, de la Bucólica IV de Virgilio por parte de Juan del
Encina. Los medievales, en suma, adaptaban la obra antigua y la cristianizaban
moldeando la materia para su propio tiempo y circunstancia.
1.2.2- Renacimiento.
Durante el s. XV llega el influjo del Trecento a la literatura castellana, con las ideas de
Petrarca, Bocaccio y Dante, entre otros. Uno de los mejores representantes de
pervivencia en esta etapa, conocida como Prerrenacimiento, fue Enrique de Villena
(1384-1434), traductor de Virgilio, Cicerón y Vegecio, además de creador de
importantes obras como Los doce trabajos de Hércules, el Tratado de la consolación o
la Epístola a Quiñones, en las cuales se percibe claro influjo de la literatura clásica. No
menos importante fue el Marqués de Santillana (1398-1458), en cuyas obras se mezcla
pervivencia italiana y clásica, como en la Comedieta de Ponza, el Infierno de los
enamorados o el Triumphete de Amor, en los que conviven Bocaccio y Petrarca con
Virgilio y Ovidio. Juan de Mena (1411-1456), traductor de la Ilias latina, volvió su
mirada a la literatura clásica de manera más evidente y erudita, como se aprecia en La
Coronación, las Coplas contra los pecados mortales, o, por supuesto, en el Laberinto de
Fortuna, su obra cumbre. Por último, hay que mencionar en este período a Fernando de
Rojas (1470-1541), creador de La Celestina, en la cual de nuevo conviven tradición
italiana y clásica, con Petrarca, Séneca, Terencio, Virgilio, Tibulo, etc.
En el Renacimiento se produce un cambio de mentalidad. Aparece un gran respeto y
admiración por la obra clásica, y la tendencia medieval a cristianizar y adaptar se va a
atenuar. Durante esta etapa se combinan las tendencias italianas con un sentimiento
patriótico, cristiano y moralizante, que se reforzará durante el Barroco. Aparecen las
primeras grandes figuras durante este período, que suele dividirse entre los reinados de
Carlos V y Felipe II.-
En el ámbito del teatro tenemos a Bartolomé Torres Naharro (1485-1524), a Gil Vicente
(1465-1536), Francisco López de Villalobos (1473-1549) y Hernán Pérez de Oliva
(1497-1537). Torres Naharro y Gil Vicente se caracterizaron por cierta resistencia a la
influencia italiana y la persistencia de elementos medievales. Con todo, en el primero se
ve un claro influjo de la comedia de Plauto y la poética Horaciana en sus Propalladia,
mientras que el segundo sólo incorpora temas como el mitológico en su Exhortación de
la guerra o en su Auto de la sibila Casandra. Villalobos fue uno de los primeros autores
de lo que se conoce como teatro humanístico, consistente en versiones muy eruditas
más destinadas a la lectura de un público reducido, pero culto, que a la representación
para el vulgo, como se puede apreciar en su Anfitrión. Pérez de Oliva, por su parte,
alcanza mayor calidad con dos tragedias, la Electra y La venganza de Agamenón.
El teatro humanístico, especialmente la tragedia, tuvo una gran cantidad de seguidores
sobre todo durante el reinado de Felipe II, como consecuencia de la difusión de la
Poética de Aristóteles. En tal línea estuvieron Fray Jerónimo Bermúdez (1530-1599) o
Antonio Ferrerira (1528-1569). Por el contrario, Juan de la Cueva (1550-1610), aunque
se inspire en Séneca u Horacio, tiene una técnica alejada del teatro clásico.
En la poesía renacentista se produjo una auténtica revolución que llenó de gloria la
literatura castellana. El influjo de Petrarca, Virgilio, Horacio y Ovidio caló hondamente
en los poetas de este período, que alcanza una calidad nunca antes vista en la literatura
castellana. En primer lugar, hay que destacar a Juan Boscán (1487-1542) y a Garcilaso
de la Vega (1503-1536). Boscán, en su Fábula de Hero y Leandro, toma el testigo de
Homero, Virgilio, Horacio y Ovidio entre otros, dando origen a una de las formas
literarias más importantes de los ss. XVI y XVII: la fábula mitológica. Garcilaso, gran
conocedor del latín y el griego, inaugura el uso de la estrofa denominada lira, para poder
componer a la manera de las estrofas de Horacio, su principal inspiración, pero no
única, ya que también sigue la estela de Catulo, Ovidio y Tibulo. También es el primero
en elaborar el soneto, otra de las principales formas poéticas para el relato mitológico.
Asimismo hay que mencionar sus églogas, consideradas su poesía de mayor calidad.
Diego Hurtado de Mendoza (1503-1576) fue, de igual manera, un gran conocedor de la
antigüedad clásica, e introdujo la epístola horaciana de contenido filosófico y moral. Por
otra parte, Cristóbal de Castillejo (1490-1550) trató de resistirse a la métrica
italianizante, como Gregorio Silvestre (1520-1569): uno y otro cultivaron la fábula
mitológica. Otro de los grandes autores que ejemplifican el espíritu renacentista fue
Fray Luis de León (1528-1591), quien logró combinar la tradición clásica, la influencia
italiana y el espíritu cristiana, como se ve en su extraordinaria poesía castellana, influida
por Virgilio, Horacio y Tibulo. La estela de Fray Luis fue seguida por la denominada
escuela de Salamanca, cuyos máximos representantes fueron Francisco de Medrano
(1570-1607) y Francisco de Aldana (1537-1578). De una tendencia contraria, en la que
se trataba de unir tradición clásica y cultura popular fue la escuela sevillana,
representada por Fernando de Herrera (1534-1597). Por último, hay que mencionar a
Alonso de Ercilla (1533-1594), el autor más importante de épica culta, quien escribió la
Araucana, tomando como principal modelo la Farsalia de Lucano.
En la prosa, el género que más avanza es el de la didáctica. La forma del diálogo se
vuelve muy común, siguiendo bien el modelo de Cicerón, si se quiere dar valor y
prestigio a las ideas que se exponen, bien el de Luciano, caracterizado por el humor, la
sátira y la heterodoxia. Los primeros prosistas que siguen esta línea fueron los hermanos
Alfonso de Valdés (1490-1532) y Juan de Valdés (1499-1541), autores de obras como
Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, del primero, o Diálogo de la lengua, del
segundo. A Cristóbal de Villalón se le han atribuído obras tan importantes como El
Crotalón, un diálogo antibelicista, o El Scholástico¸ trata la educación ideal de un
universitario.
Dejando a un lado la prosa didáctica, Pedro Mexía (1499-1551) presenta rasgos de
César en su obra historiográfica Historia imperial y cesárea, y de Gelio, Macrobio o
Plinio el Mayor en su Silva de varia lección, obra miscelánea de gran éxito en su época.
También fue historiador, entre otros, Luis de Ávila y Zúñiga (1500-1564), creador del
Comentario de la guerra de Alemania, en la que se percibe su buen conocimiento de los
historiadores romanos. En cuanto a la novela pastoril tenemos a Jorge de Montemayor
(1520-1561), creador de Los siete libros de Diana, y a Gaspar Gil Polo (1540-1585),
autor de Diana enamorada. Por último, cabe destacar que durante el Renacimiento la
prosa de ficción tuvo un notable éxito. El Lazarillo de Tormes, o El Patrañuelo, de Juan
de Timoneda, son sólo un par de muestras de una línea de pervivencia cuya importancia
radica en que será una de las que maneje Miguel de Cervantes, y que asegura la
pervivencia de Apuleyo, entre otros autores.
1.2.3- Barroco.
Mientras que el Renacimiento ha sido habitualmente considerado como algo importado,
el Barroco siempre se ha visto como la intensificación de ciertos rasgos propios del
carácter hispano. Durante esta época España pierde la hegemonía política, que pasa a
Francia. Se inicia una etapa en la que el desengaño rompe la armonía renacentista para
dar lugar al desequilibrio propio del Barroco. La literatura clásica se empieza a emplear
para buscar el contraste, la novedad, el desequilibrio. Triunfa un enfoque burlesco y
satírico, a través del uso exagerado del ornato. El soneto, la fábula mitológica y el teatro
se consagran como vehículos principales de la pervivencia. Los clásicos que se imitaban
en el Renacimiento, Virgilio, Horacio y Ovidio, siguen funcionando como modelos,
pero se incorporan a la lista los autores de época imperial: Séneca, Lucano, Juvenal,
Marcial, Apuleyo, etc.
En el teatro se produce un giro. Si bien en época renacentista predominaba un teatro
culto, dirigido a un público reducido, en el teatro barroco se regresa al gran público y a
lo popular, pero sin abandonar las reminiscencias clásicas. Ello se refleja muy bien en el
autor más importante de teatro de esta etapa, Lope de Vega (1562-1635), en cuyas obras
se percibe la herencia de Ovidio o Apuleyo, entre otros, como en Adonis y Venus, El
marido más firme o El amor enamorado. La estela de Lope es seguida por autores como
Guillén de Castro (1569-1631) y Tirso de Molina (1571-1579), en los cuales el legado
clásico es menor, porque se creía que con Lope el teatro castellano había finalmente
superado al antiguo. También de gran importancia fue Pedro Calderón de la Barca
(1600-1681), quien manejó más o menos los mismos autores, como en Ni Amor se libra
de amor o Céfalo y Procris, y configuró el género de la zarzuela.
La poesía de esta etapa se divide en dos grandes corrientes. La primera, siguiendo la
estela de Fray Luis de León, buscaba una expresión sobria, como su contenido. Así,
tenemos en esta línea a Juan de Arguijo (1567-1622), quien compuso una serie de
sonetos que recuperaban pasajes de la Eneida, o Rodrigo Caro (1573-1647), imitador de
Ausonio y compositor de la célebre Canción a las ruinas de Itálica, en la que pervive
Propercio. Cierran esta corriente Los hermanos Leonardo de Argensola, Bartolomé Juan
(1561-1631) y Lupercio (1559-1613), y esteban Manuel de Villegas (1589-1669), en
quienes el autor más presente fue Horacio, pero también Persio, Juvenal y Marcial.
La otra gran corriente es la denominada poesía culterana, caracterizada por recargar la
forma con gran cantidad de recursos y dificultar la comprensión. Esta forma de poesía
se preconfigura con Luis Carrillo y Sotomayor (1582-1611), quien escribió un Libro de
erudición poética, inspirado por Quintiliano y que sienta las bases de la poesía
culterana. El autor de mayor importancia dentro de este movimiento, es, evidentemente,
Luis de Góngora (1561-1627), quien debe mucho a la poesía clásica, al emplear
profusamente la mitología en sus metáforas y cultismos, siendo deudor principalmente
de Ovidio, pero también Virgilio. Los seguidores más importantes de Góngora fueron
Juan de Jáuregui (1583-1641) y Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), de los cuales el
primero emplea a Horacio, Marcial y Lucano.
Mención aparte y propia merece el gran autor de la época, Francisco de Quevedo (1580-
1645). Su extraordinaria cultura se percibe en sus dos grandes tipos de composiciones.
Por un lado, tenemos obras de carácter meditativo y serio, en las cuales pesa el
pensamiento de Séneca, y por otro, las de tipo satírico, en las que aparecen trazas de
Horacio, Persio, Juvenal, y sobre todo, Marcial. De su producción poética destacan los
Sonetos morales, mientras que en prosa tenemos la Doctrina moral, la Doctrina estoica,
o el De los remedios de cualquier fortuna como ejemplos de pervivencia senequiana.
Con todo, la corona se la lleva el insuperable Miguel de Cervantes (1547-1616), en
quien pervive la novela antigua y Apuleyo, como en La Galatea o las Novelas
ejemplares, y por supuesto, en el Quijote. Otros ejemplos de pervivencia en Cervantes
son Virgilio, Ovidio, y en fin, muchísimos otros más.
Otros autores de prosa que también hubo en este período fueron Diego de Saavedra
Fajardo (1584-1648) o Francisco de Moncada (1586-1635), entre otros. Del primero
tenemos la Idea de un príncipe político-cristiano en cien empresas¸ en la que de nuevo
aparece Séneca, y del segundo la Expedición de los catalanes y aragoneses contra
turcos y griegos, donde se percibe la huella de Salustio y Tácito.
1.2.4- Neoclasicismo y Romanticismo.
Durante el s. XVIII llegan nuevos aires procedentes de Francia. Se produce un intento
de regresar a la armonía renacentista, pero demasiado cargado de artificialidad. Las
obras de esta etapa, demasiado sometidas a normas y reglas literarias, carecen de la
auténtica vida que se percibía en las obras renacentistas. Como resultado, se producirá
un hastío que desembocará en un movimiento contrario, el Romanticismo.
En el teatro del s XVIII la zarzuela se consagra como espectáculo cortesano. En este
tipo de teatro destaca José de Cañizares (1676-1750), autor de obras cuya trama trata el
galanteo, como Acis y Galatea o El rapto de Ganímedes. Nicolás Fernámdez de Moratín
(1731-1780) se mostró como el mayor partidario del teatro francés, como declaró en sus
desengaños al teatro españoly demostró con Lucrecia. El autor de mayor éxito en la
época fue Vicente García de la Huerta (1734-1787) gracias a su obra Raquel, y se ve en
él pervivencia de Sófocles en El Agamenón vengado. A su vez, Leandro Fernández de
Moratín (1760-1828) es el mejor representante de la comedia neoclásica, al seguir las
leyes de las tres unidades y buscar un fin moralista en La derrota de los pedantes y El sí
de las niñas, obras con las que fija el patrón de la comedia clasicista del XIX.
En el caso de la poesía el acercamiento al Neoclasicismo se produce durante el segundo
tercio del XVIII tras la Poética de Luzán, con los autores José Antonio Porcel (1715-
1794) y Alonso Verdugo y Castilla (1703-1767), autores el primero de El Adonis y el
segundo de fábula de Alfeo y Aretusa, en las cuales se emplea a Ovidio, pero también a
Garcilaso y Góngora. José Cadalso (1741-1782) también muestra influencia de
Garcilaso junto a Quevedo, Horacio y Ovidio en sus obras, recogidas en Ocios de mi
juventud. En esta época la fábula alcanza gran calidad con Juan de Iriarte (1750-1791) y
Félix María Samaniego (1745-1801). En las Fáulas literarias del primero se detecta la
presencia de Horacio, Esopo y Aristóteles, y buscan ante todo atacar a sus enemigos
literarios. Por el contrario, las Fábulas morales del segundo tienen un fin
eminentemente didáctico, siguiendo la estela de La Fontaine, pero sin perder de vista a
Esopo y Fedro.
Juan Menéndez de Valdés (1754-1817) merece ser recordado por sus odas
anacreónticas, en las que pervive la obra de Catulo, como en el grupo de tales
composiciones que se denomina La paloma de Filis o el conjunto de poemas Los besos
del amor. Se trata de poemas de gran vivacidad, lo que las diferencia de su época. Por
último, hay que decir que durante esta etapa se cultivó habitualmente el epigrama,
tomando como modelo a Marcial, y muchos de los autores mencionados trabajaron este
género, como Samaniego, Iriarte o los Moratín.
La llegada del Romanticismo a España es tardía, ya que produce tras la vuelta de los
participantes en la Guerra de Independencia. Se distinguen, en general, dos tendencias.
La primera consiste en una vuelta a la Edad Media y al Siglo de Oro, y la segunda tiene
un carácter subversivo y liberal. En general, la literatura supone una ruptura con la
tradición clasicista. La métrica tiene una libertad total, y los temas abandonan lo
bucólico y la mitología, al preferir la historia, leyenda nacional y la intimidad. En el
estilo se prefiere la vehemencia y expresividad al equilibrio. Sin embargo, muchos de
los poetas románticos comienzan como clasicistas, y no abandonan completamente la
tradición clásica. Se produce de cuando en cuando el llamado exotismo clasicista, que
consiste en la inclusión esporádica de detalles o alusiones clásicas a lo largo del
predominante romanticismo.
Dos poetas románticos con detalles clasicistas son Juan Arolas (1805-1849) y Gustavo
Adolfo Bécquer (1836-1870). Arolas cultiva una poesía erótica en sus Cartas
amatorias, con huellas de Catulo, Tibulo u Ovidio. Bécquer estudió en su juventud la
literatura clásica y su primera poesía refleja la impronta de Horacio, que sigue vigente
en sus Rimas, aunque también se percibe a Tibulo. La citada Guerra de la Independencia
supuso además un resurgir de la épica culta, representada en este período por Ramón de
Valvidares (1826), quien con su Iberíada sigue la estela de la Eneida, la Araucana y
los Luisíadas. También pertenece a este subgénero Juan Anronio Ramis y Ramis (1746-
1819), autore de la Alonsíada. En cuanto a la fábula el autor más importante del s. XIX
es Juan Eugenio de Hartzenbusch (1806-1880), y en cuanto al llamado Premodernismo,
Manuel reina (1856-1905), autor de los Poemas paganos y de El jardín de los poetas,
donde se hacen varias referencias a Catulo, Virgilio u Ovidio.
En la prosa destacó Juan Valera (1824-1905), gran conocedor de la tradición clásica,
algo excepcional durante la época, que supo valorarla y asimilarla. Compuso poesía con
influjo de Catulo, Horacio y Propercio e hizo alguna que otra traducción. De su creación
en prosa lo más importante es la novela Pepita Jiménez, en la que se aprecian pasajes
relacionables con Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio, y otros. En cuanto a la obra de
Benito Pérez Galdós (1843-1920), se pueden rastrear algunas citas y latinismos en sus
Episodios nacionales y en Doña Perfecta. De igual manera ocurre con la producción de
Leopoldo Alas “Clarín” (1852-1901), en la que también hay algún detalle clásico, pero
no es lo habitual.
En el ámbito del teatro se produce el triunfo del Romanticismo con Don Álvaro o la
fuerza del sino, de Don Ángel de Saavedra, duque de Rivas (1794-1865), obra
anticlásica por hechos como la ruptura de las unidades dramáticas, la mezcla de tragedia
y comedia o la desenfrenada pasión. Tras este hito en la literatura, se observan pocos
elementos clásicos en el teatro posterior. Hay casos aislados, como la Virginia de
Manuel Tamayo y Baus (1829-1818), o la tragedia La muerte de César, de Ventura de
la Vega (1807-1865), pero no muchos más.
2.-PERVIVENCIA DE LA PROSA FILOSÓFICA
2. 1.- La filosofía en Roma y su literatura.
Neque enim hoc concesserim, rationem rectae honestaeque vitae, ut quidam
putaverunt, ad philosophos relegandam, cum vir ille vere civilis et publicarum
privatarumque rerum administrationi accommodatus, qui regere consiliis urbes,
fundare legibus, emendare iudiciis possit, non alius sit profecto quam orator.
Quare, tametsi me fateor usurum quibusdam quae philosophorum libris
continentur, tamen ea iure vereque contenderim esse operis nostri proprieque ad
artem oratoriam pertinere.
“Pues no podría admitir que la teoría de una vida recta y honrada, como algunos
pensaron, se deba dejar a los filósofos, porque aquel hombre, ciudadano de
verdad, adecuado a la administración de lo privado y lo público, que pueda
gobernar ciudades con sus consejos o cimentarlas con leyes, no puede ser otro
que el orador. Por ello, aunque reconozco que voy a valerme de algunas ideas
que se encuentran en los libros de los filósofos, sin embargo, puedo defender con
verdad y justicia que tales cosas son asuntos y por sí mismas pertenecen al arte
oratoria.”
Tales frases escribe Marco Fabio Quintiliano, en torno al 94 d.C., en su proemio al libro
I de la Institutio Oratoria. Como en ellas se puede leer, el autor parece dispuesto a
defender su bando en una disputa entre oratoria y filosofía, que según él mismo, venía
ya de antiguo. Pero, ¿a qué se debía esta larga controversia?
El camino de la filosofía en Roma había sido accidentado hasta entonces. Su principal
opositora había sido la oratoria, en una competición que se había jugado en el terreno de
la educación. De una parte, la formación en oratoria y retórica había sido la educación
tradicional desde la república, pensada para formar hombres de estado capaces de
participar en la vida del foro, para lo cual era imprescindible tal tipo de educación. Por
el contrario, la filosofía había sido vista como un camino hacia la vida interior del
hombre, apartada de lo público.
Tal oposición puso en conflicto dos rasgos del pensamiento romano: su profundo
sentido del estado y la sensibilidad por la persona y sus derechos. Desde el contacto con
la cultura helenística el proceso de emancipación del individuo y el interés por el mundo
interior se habían acentuado, a la par que la expansión de Roma por el Mediterráneo
exigía la fundamentación y precisión de Roma en el orden mundial y la historia. Por
ello, en aquellas etapas de la historia romana en las que se intentaba definir o redefinir
lo que era y debía ser Roma, tal inclinación hacia el propio yo en lugar de hacia la
comunidad se percibió como una amenaza. Esta querella se reprodujo en varios
momentos de la historia romana, y culminó en los siguientes hitos: en el 173 a.C. fueron
expulsados los epicúreos Alceo y Filisco; en el 161 se prohibió la permanencia en la
ciudad a los maestros de filosofía; en el 155 se despidió a la embajada ateniense
formada por el académico Carnéades, el estoico Diógenes y el peripatético Critolao; y
en los últimos años de su mandato, Domiciano ordenó la expulsión de Epicteto y otros
sabios, por considerarlos elementos subversivos.
Los primeros precursores de la filosofía en Roma fueron los poetas y dramaturgos,
quienes inspiraron sus ideas en la Italia meridional y Sicilia. Así, por ejemplo, Ennio
tuvo un “sueño pitagórico”, y tradujo al latín a autores como Epicarmo de Siracusa y
Evémero de Messene. De igual manera, Accio o Pacuvio mostraron en sus dramas un
tono ilustrado, así como reminiscencias de la tragedia de Eurípides, que suponían una
introducción al mito y la filosofía. Por último, en la comedia de Terencio se encuentran
profundas cuestiones éticas.
Pero fue tras la victoria sobre Macedonia cuando realmente comenzaron a fluir las ideas
filosóficas a Roma. Los primeros filósofos que apreciaron los romanos fueron Jenofonte
y Sócrates, de quienes acogieron su sentido práctico y aprendieron que la filosofía es
diálogo y tiene a la reflexión activa sobre sí mismos.
Con el auge del círculo de los Escipiones se colocó un firme punto de apoyo para la
filosofía, de igual manera que para el resto de aportaciones helenas. Fue por vía de este
círculo aristocrático que llegaron a Roma las ideas estoicas, de la mano de Panecio, su
discípulo Posidonio de Rodas, y Crates de Malos. De la escuela estoica se obtuvo la
rígida moral y ética, compaginable con la supremacía del estado y el sacrificio del
individuo. Fue con Catón el Joven con quien esta escuela se convirtió en el credo de los
aristócratas republicanos, y que posteriormente se convirtió en la bandera de la
resistencia senatorial durante los mandatos de los Julio-Claudios y los Flavios, para
después llegar a ser la ideología del régimen con Marco Aurelio.
Otras escuelas filosóficas también fueron acogidas en Roma. El escepticismo,
representado por Filón de Larisa, y el academicismo, renovado por Antíoco de Ascalón,
llegaron a la gran urbe y ejercieron su influencia sobre destacados personajes de la vida
pública, como C. Aurelio Cota, L. Lúculo, L. Tuberón e incluso Cicerón. Menos
populares fueron el peripatetismo, hacia el que se inclinaron M. Pisón y M. Licinio
Craso, y el epicuerísmo, por el cual se vieron atraídos personajes del círculo de César y
otros políticos como L. Calpurnio Pisón, así como los grandes poetas Virgilio y
Horacio.
La filosofía adoptó diversas formas en la literatura latina. El primer género que se ocupó
directamente de esta materia fue la poesía didáctica, con el De rerum natura de
Lucrecio. Con esta obra, dedicada a la exposición de las teorías epicúreas, se iniciaba
una tendencia que continuaría a lo largo de toda la literatura filosófica, la de inclinarse
más a la práctica de la meditación que a la indagación. Por norma general, la literatura
filosófica estuvo pensada para servir a la cultura general y dirigida a un público amplio.
La filosofía continuó su andadura literaria en diversas formas de prosa. El siguiente gran
autor de literatura filosófica fue Cicerón, quien creó dos tipos de obras: ensayo y
diálogo. Al primer tipo pertenece el De officiis, mientras que el segundo está más
ampliamente representado, como veremos más tarde. Al contrario que Lucrecio,
Cicerón no pretendía convertir a su público, sino que sirviéndose del diálogo presenta
opiniones contrarias para exponer los grandes temas, ofreciendo una visión de conjunto
de la filosofía helenística. Se trata de un diálogo más a la manera de Aristóteles que de
Platón, ya que los diferentes interlocutores exponen sus opiniones mediante discursos
de relativa longitud, no a través de preguntas y respuestas.
La forma del diálogo filosófico cambió con Séneca, quien lo orientó en dos direcciones.
Por una parte, compuso las epístolas filosóficas, y por otra, compuso una serie de
tratados que conservaban algunos elementos del diálogo a la manera de la diatriba.
Apuleyo recuperó el ensayo a la manera del De officiis, aunque con un carácter más
cercano al compendio dedicado a los principiantes. Por último, Boecio trató la filosofía
en una mezcla de prosa y verso.
2.2- Cicerón.
El primer gran autor de prosa filosófica fue Marco Tulio Cicerón. Se puede decir, sin
miedo a equivocarse, que Cicerón ha sido uno de los autores que más poderosamente ha
influido en la historia del pensamiento y de la literatura occidental. Como veremos más
adelante, su pervivencia es clara y constante, y en ciertos períodos, brillante. Un paso
previo al estudio de su pervivencia, es examinar en líneas generales su vida, la relación
de ésta con su producción literaria, y su estilo y pensamiento.
2.2.1- Vida, pensamiento, obra.
Marco Tulio Cicerón nació el 106 a.C. en Arpinum, hoy Arpino, un municipio del Lacio
situado a poco más de cien kilómetros al sudeste de Roma, que tiempo antes había sido
una de las principales ciudades del pueblo volsco, hasta que en el 304 a.C. fuera
conquistada y profundamente romanizada en lengua, vida y ambiente durante esos
doscientos años. La gens en la que nació fue la de los Tulios, perteneciente al ordo
equester, y por tanto, con gran nivel adquisitivo, aunque con pocas posibilidades en el
campo político. Durante sus primeros años Cicerón destacó de tal manera en sus
estudios que provocó los celos no ya de sus compañeros, sino de los padres de éstos.
Posiblemente fue su gran talento natural lo que llevó a su padre a mudarse a un barrio
del Esquilino en Roma, para asegurarle a él y a su hermano Quinto una buena
formación. Gracias a sus buenas relaciones y contactos, el padre de Cicerón logró que
éste quedara al cuidado de Quinto Mucio Escévola “el augur”, con lo que el joven
Marco entraba en uno de los más prestigiosos círculos intelectuales y culturales,
verdaderos expertos en el arte del derecho y muy influyentes en política. A la muerte de
Escévola el augur en el 87 a.C., tomó el testigo de su tutela otro Quinto Mucio
Escévola, “el pontífice”, quien a su vez murió el 82 a.C.. Bajo la tutela de uno y de otro
adquirió una excelente formación al amparo de los más sobresalientes personajes de la
sociedad romana. El propio Cicerón recordaría con gran aprecio estos primeros años y
maestros en escritos como el De legibus o el De amicitia.
Los primeros años del s. I a.C. fueron tumultuosos. En el 91 había comenzado la Guerra
Social, que enfrentó a Roma con sus aliados itálicos, los socii. Cicerón participó en ella
como tribuno del cónsul Pompeyo Estrabón durante el 89. Al año siguiente Lucio
Cornelio Sila entró a sangre y fuego en Roma para hacerse elegir cónsul mientras su
adversario Mario huía de la urbe. Al partir Sila para enfrentarse a Mitrídates del Ponto,
Mario regresó en el 87 y ejecutó a muchos de sus adversarios políticos, entre ellos,
aquel primer Escévola o el gran orador del momento, Antonio. En el 82 regresó Sila,
quien inauguró su dictadura con mano de hierro, al establecer persecuciones, condenas a
muerte y confiscaciones de bienes.
Durante estos años, tras la vuelta de su militancia, Cicerón se dedicó al estudio y el
aprendizaje, no sólo de retórica, sino también de filosofía, algo bastante novedoso en
Roma. Aprendió griego y tradujo obras como el Económico de Jenofonte, los
Fenómenos de Arato y algunos diálogos de Platón, entre los que se encontraba el
Protágoras. Tales traducciones se han perdido, salvo la de los Fenómenos, pero
tenemos noticia de ellas por los gramáticos del s. IV. En cuanto a su propia producción
literaria, compuso el De inventione antes de los veinte años.
Su primera actuación en el campo de la oratoria fue en el 81 a.C., en defensa de Publio
Quintio. En ese juicio se enfrentaba por primera vez a Hortensio, el abogado más
famoso de aquellos años, con quien luego trabaría una gran amistad. En el 80 volvería a
escena en defensa de Sexto Roscio. Uno y otro discursos fueron reelaborados
posteriormente, y los conocemos como Pro Quinctio y Pro Sexto Roscio Amerino.
Tras estos primeros éxitos Cicerón se embarcó en el grand tour de la época, es decir, a
Grecia, para completar definitivamente sus estudios de retórica y filosofía. Visitó
Atenas, Rodas y Esmirna, donde estudió con los más destacados maestros del momento,
como Posidonio. Durante este viaje le acompañó su hermano Quinto, y conoció a Tito
Pomponio Ático, quien sería uno de sus mayores amigos, así como su editor. A su
regreso, contrajo matrimonio con Terencia, quien le daría dos hijos: Tulia y Marco.
Gracias a sus primeros logros como abogado, sus buenas relaciones con el ordo
equester y los contactos que obtuvo de su matrimonio con la noble Terencia, Cicerón
pudo comenzar su carrera política. Al cumplir treinta años en el 76 a.C. fue nombrado
cuestor en Sicilia, donde destacó hasta tal punto por su brillante y justa administración,
que los propios habitantes de la isla le encomendaron su primer gran caso: acusar a
Gayo Verres. El proceso del 70 contra éste fue su primer gran éxito, tras el cual le
lloverían las peticiones y empezaría a competir por el título de mejor orador de Roma.
Las seis Verrinas fueron uno de los tres grandes bloques de discursos, que junto a las
Catilinarias y las Filípicas, forman casi la mitad de los discursos conservados.
El triunfo contra Verres le proporcionó el prestigio necesario para proseguir su ascenso
en el cursus honorum, siendo edil en el 69 y pretor en el 66. Finalmente, logró alcanzar
el consulado en el año 63. Era la primera vez en más de treinta años, desde Mario, que
un homo novus lograba tal honor.
Durante su consulado descubrió y desmanteló la conspiración que había urdido Lucio
Sergio Catilina, para después ejecutar a sus partidarios en el fallido golpe de estado. Sus
enemigos políticos aprovecharon ese error en el 58, cuando Publio Claudio Pulcro,
quien había pasado a llamarse Clodio tras rechazar sus orígenes nobles, alcanzó el
tribunado. Ese mismo año emitió una serie de leyes en la Asamblea de la plebe
destinadas contra Cicerón, quien tuvo que exiliarse de Roma durante un año, hasta que
una asamblea de mayor poder, los Comitia centuriata, revocó el exilio. Cicerón regresó
a Roma el cuatro de septiembre del 57, ovacionado por el Senado y el pueblo.
Los discursos que realizó tras su regreso destacan por sus ideas políticas, que anuncian
el contenido del De republica, y también apuntan a un acercamiento político a César.
Pese a ello, Cicerón tuvo que retirarse durante el primer triunvirato de César, Pompeyo
y Craso, en la década del 60 al 50. Aprovechó este período para componer sus bellos
tratados retóricos y filosóficos. El De oratore fue elaborado en el 55, y el De republica
entre el 54 y el 51, cuando fue publicado. En el 52 compuso los tres libros del
incompleto De legibus, que inicialmente había proyectado para ocupar ocho libros.
Tras su mandato como procónsul en Cilicia, regresó a Roma el cuatro de enero del 49,
sólo ocho días antes del estallido de la guerra civil entre César y Pompeyo. Pese a sus
intentos de mediar entrambos y de mantenerse al margen, finalmente huyó de Italia y se
unió a la facción pompeyana, de la cual se separó tras la derrota de Farsalia, a los dos
años de haber comenzado el conflicto y dos años antes de su finalización en Munda.
Esperó en el puerto de Brindis a César hasta su llegada en el 47, siendo éste ya vencedor
indiscutible y dictador de Roma. Ese mismo año se divorció de Terencia. De esta época
son el Brutus, Paradoxa stoicorum, Orator, De optimo genere oratorum y De partitione
oratoria. También son del 47 los discursos Pro Marcello y Pro Ligario.
En el 45 murió su hija Tulia, y como consecuencia, Cicerón se retiró a la soledad de su
villa costera en Ástura, buscando paz en la filosofía. Compuso la Consolatio y el
Hortensius, obras hoy perdidas, así como los Academica y el De finibus. Tras la
creación de estas obras, en las que Cicerón examina y valora las diferentes escuelas
filosóficas para discernir en qué consisten la verdad, la felicidad o la virtud, se dedica a
las Tusculanae disputationes y al De natura deorum.
Ya en el 44 escribe el De senectute y el De divinatione. Tras la muerte de César el 15 de
marzo, y las siguientes semanas de caos y confusión, se ausentó de Roma para no
regresar hasta Agosto, sin perder el contacto con los conjurados. El mismo año se
produjeron los primeros enfrentamientos políticos con Antonio, con la creación de la
primera y segunda Filípicas. En una nueva partida de Roma, a la que volvió en
Diciembre, escribió el De officiis y el De amicitia, sus últimos escritos aparte de las
restantes Filípicas. Con el auge de Octaviano tras la Guerra de Módena y su posterior
alianza con Antonio y Lépido en el segundo triunvirato, quedaba sellada la suerte de
Cicerón, quien fue asesinado en el mes de noviembre del 43 por un tal Herennio,
centurión al servicio de Antonio.
Se podría decir que Cicerón fue al latín lo que Cervantes al castellano. Marcó un nivel
lingüístico tal que tras su producción sólo se podía escribir de dos modos: a la manera
del propio Cicerón o contra su manera. Su contribución al latín a la hora de volcar
términos griegos no fue jamás igualada por escritor alguno.
Como se ha visto, fue un autor muy polifacético, que trató varios tipos de géneros,
aunque con desigual fortuna. Así, por ejemplo, de su poesía nos han llegado de él obras
menores (De consulatu suo), mientras que de oratoria, retórica y ensayo nos han llegado
verdaderas obras maestras.
En sus obras encontramos una acabada estructuración del texto. Fundamenta la prosa
sobre el período, en especial el trimembre, para realizar una ordenación lógica,
armónica y natural de las ideas, con gran sensibilidad psicológica y artística. Cicerón
hace viajar al lector a través de las líneas de modo armonioso, a través de secuencias
paratácticas e hipotácticas bellamente entretejidas.
Cicerón, en su aspecto ético, sigue la estela del humanismo propio del Círculo de los
Escipiones. Busca y pretende una concordia ordinum, en la que sapientia y elocuentia,
otium y negotium, plebs y nobilitas alcanzan el sincretismo, la armonía y la
multiplicidad. De ahí se deriva una contemplación previa a la acción, que se desarrolla
en el ámbito de la cosmopoliteia. En cuanto a suu adscripción filosófica, no está
demasiado clara. Aunque parece que se inclinó más por el academicismo, abundan en él
ideas estoicas, peripatéticas y epicúreas, y hace gala de su gran conocimiento de todas
ellas.
En fin, la producción de Cicerón se puede dividir en tres cuatro bloques (dejando de
lado obras menores como el De consulatu suo): oratoria, retórica, epistolario y obras
filosóficas.
Recapitulando lo ya dicho, tenemos tres períodos creativos en Cicerón, en cuanto a
prosa filosófica y retórica se refiere3
. El primer período va del 89 al 82, el segundo del
55 al 45, y el tercero del 45 al 43 a.C. Al primer período no corresponde ninguna obra
filosófica, tan sólo discursos y el De inventione. En el segundo período se enmarcan De
republica y De legibus. En el tercero, el resto: De finibus bonorum et malorum,
3
La producción de los discursos se suele dividir en diez períodos: antes y después del viaje a Grecia(I, II),
las Verrinas (III), pretura (IV), consulado (V), antes (VI) y después del exilio (VII), antes de la dictadura
de César (VIII), durante la dictadura (IX), y tras la muerte de César (X).
Academica, Tusculanarum disputationum libri, De natura deorum, De senectute,
Timaeus, De divinatione, De fato, De amicitia, De officiis y Topica.4
2.2.2- Tradición y pervivencia.
Las obras filosóficas de Cicerón han llegado con tradiciones diversas. En primer lugar,
hay que decir que existió una colección que se transmitió en conjunto a través de los
mismos manuscritos, compuesta por De natura deorum, De legibus, De divinatione,
Timaeus, De fato, Topica, Paradoxa stoicorum, Academica (sólo el segundo libro) y De
legibus. Los manuscritos más importantes de esta antología son el Leidensis Vossianus
84 (A; s. IX-X) y 86 (B; s. IX-XI); el Laurentianus S. Marci 257 (s. X) y el
Vindobonensis 189 (s. X). En cuanto al De republica, aparte de una gran cantidad de
transmisión indirecta, y de que el Somnum Scipionis tuvo su propia tradición por
separado, el manuscrito más importante es el palimpsesto que Angelo Mai redescubrió
en 1822, el Vaticanus Latinus 5757, única fuente para los fragmentos conservados de
los libros I-V. Los diálogos más importantes, como De amicitia, De senectute y De
officiis, están muy bien representados, todos con manuscritos que se remontan al s. IX
(Codex Diotianus deperditus y Monacensis 15514 para De amicitia, Parisinus 6332 y
Leidensis Vossianus O. 79 para De senectute, y Harleianus 2716 para De officiis, que
incluso tiene tres familias textuales).
Ya en la propia antigüedad Cicerón dejó una gran huella. Como se ha dicho antes, su
nivel formal le llevó a sentar un precedente semejante al de Virgilio en la poesía, que no
podía ser ignorado por los autores posteriores. Los que se ocuparon de la retórica
colocaron la figura de Cicerón en un alto pedestal, como ocurre con Séneca el Mayor y
Quintiliano. Dice así Séneca el Mayor, contraponiendo la declamación de su época con
la verdadera oratoria de Cicerón:
Declamabat autem Cicero non quales nunc controversias dicimus, ne tales
quidem quales ante Ciceronem dicebantur, quas thesis vocabant. Hoc enim
genus materiae, quo nos exercemur, adeo novum est, ut nomen quoque eius
novum sit. Controversias nos dicimus: Cicero causas vocabat.
“Lo que Cicerón declamaba no era como lo que ahora denominamos
“controversias”, ni siquiera como las llamadas “tesis” que se pronunciaban antes
que él. Pues este tipo de material, del que nos valemos, es tan reciente que
también su nombre es reciente. Nosotros lo denominamos “controversias”:
Cicerón lo llamaba “causas”. Controversiae, I, proem. 12.
Vemos aquí a Séneca tomando a Cicerón como un referente de la oratoria, como el eje a
partir del cual medir la historia de ese arte y su enseñanza. En cuanto a Quintiliano, le
cita multitud de ocasiones en la Institutio oratoria, y le concede el honor de haber sido
el orador más perfecto (la meta que se persigue en la propia Institutio). En el libro II, al
exponer cuáles son los autores que deben leer los alumnos principiantes, dice así el de
Calahorra:
Cicero, ut mihi quidem uidetur, et iucundus incipientibus quoque et apertus est
satis, nec prodesse tantum sed etiam amari potest: tum, quem ad modum Liuius
praecipit, ut quisque erit Ciceroni simillimus.
44
Además, hay que incluir las obras que nos han llegado fragmentariamente o que se han perdido:
Hortensius, De gloria, De virtutibus, De auguriis, De iure civile in artem redigendo.
“Cicerón, a mi parecer, también es agradable y comprensible para los
primerizos, y no sólo les puede serles favorable, sino incluso llegar a ser amado
por ellos. Después, como indica Livio, otros, mientras sea cada uno lo más
parecido posible a Cicerón”. Institutio oratoria, II, 5, 20.
Es decir, que no sólo es la mejor lectura para los alumnos, sino que es la medida para
saber cuáles deben ser leídos, siempre en el caso de la prosa. En un pasaje posterior,
tratando una etapa más avanzada de la educación, llega a decir: ille se profecisse sciat,
cui Cicero valde placebit, “que sepa que ha progresado ése al que le agrade Cicerón”
(X, 1, 112).
En épocas posteriores hay que tener en cuenta que Plinio el Mayor y Tácito le tienen
presente. En el caso de Tácito está claro que, como Séneca el Joven, escribe contra la
manera de Cicerón, pero no hay que olvidar su Dialogus de oratoribus. Ya en época
cristiana Minucio Félix y Lactancio siguen sus diálogos, y los apologistas emplean
abundantemente el De natura deorum
En la literatura más tardía (IV-V), Ambrosio de Milán trata de dar un nuevo sentido al
De officiis, buscando en la exposición de lo honestum frente a lo utile de Cicerón
argumentos compatibles con la moral cristiana. Agustín de Hipona en sus Confessiones,
dice:
Inter hos ego inbecilla tunc aetate discebam libros eloquentiae, in qua eminere
cupiebam fine damnabili et ventoso per gaudia vanitatis humanae. et usitato iam
discendi ordine perveneram in librum cuiusdam Ciceronis, cuius linguam fere
omnes mirantur, pectus non ita. sed liber ille ipsius exhortationem continet ad
philosophiam et vocatur 'Hortensius'. ille vero liber mutavit affectum meum, et
ad te ipsum, domine, mutavit preces meas, et vota ac desideria mea fecit alia.
“Entre tales gentes yo, en tan tierna edad, aprendía los libros de retórica, en la
que deseaba sobresalir con un fin perjudicial y vano, para el gozo de la vanidad
humana. Y en el orden habitual de aprendizaje, descubrí cierto libro de Cicerón,
cuya lengua casi todos admiraban, mas no su esencia. Este libro contiene una
exhortración de aquél a la filosofía, y se llama Hortensis. Aquel libro cambió mi
ánimo y dirigió a ti, Señor, mis súplicas, y mis deseos y anhelos hizo que fueran
otros.” Confessiones, III, 4.
En este pasaje se nota la alta estima que San Agustín tuvo por la obra filosófica de
Cicerón, y cómo se percibía en sus obras cierta carga cristiana, derivada de su contenido
moral y ético. El mismo autor, en De civitate Dei, II, 21, realiza un pequeño resumen
del De republica. También tienen pervivencia de Cicerón su Contra académicos, De
vita beata y otras obras.
Durante época medieval, hasta el Renacimiento carolingio, la tendencia general fue la
realización de antologías, como la de Cicerón en la obra de Hadoardo, quien crea una
compilación de gran extensión que demuestra que disponía de los tratados filosóficos.
Con la llegada de Carlomagno, Cicerón vuelve a ser considerado como modelo de estilo
cuidado, como se puede apreciar en la obra de Loup de Ferrières, quien sigue su estela
en Epistulae o el Liber de tribus questionibus.
Su popularidad aumenta durante el s XI y culmina en el XII con Juan de Salisbury y
Otón de Freising. Se trata de un autor bien conservado y muy leído, por su alta calidad y
por formar parte del canon educativo, pero sólo en parte, ya que las epístolas, por
ejemplo, eran muy raras y había pocos ejemplares. Su permanencia queda asegurada
con su presencia en el Florilegium Gallicum.
En el s. XIII encontramos la presencia del Somnum scipionis en el Roman de la rose,
obra conjunta de Guillaume de Lorris y Jean de Meung. No es un caso de pervivencia
directa, ya que Guillaume de Lorris conoce el fragmento del De republica a través del
comentario de Macrobio. Dice así el inicio del Roman de la rose:
Cy est le rommant de la rose
ou tout l'art d'amour est enclose
Maintes gens vont disant que songes
Ne sont que fables et mensonges
Mais on peult tel songe songer
Qui pourtant n'est pas mensonger
Ains est apres bien apparent
Si en puis trouver pour garant
Macrobe ung aucteur treaffable
Qui ne tient pas songes a fable
Aincoys escript la vision
Laquelle advint a Scipion
“Éste es el romance de la rosa,
en el que se encuentra todo el arte de amar.
Muchos dirán que los sueños
no son más que cuentos y mentiras.
Mas se puede soñar un sueño
que no sea mentira,
sino que al final sea bueno.
Puedo nombrar para mi argumento
A Macrobio, un autor muy agradable
Quien no tiene los sueños por cuento
Sino que escribió la visión
Aquella que le vino a Escipión.”
En la segunda parte de la obra, que es la que escribe Jean de Meung, se emplean el De
amicitia y el De senectute. A diferencia de Guillaume de Lorris, Meung era un escritor
muy culto, conocedor de sus fuentes y modelos clásicos, como se aprecia en los versos
si con Tulles le nous remembre/ou livre de sa Rethorique,/qui mout est sciance
autantique (vv. 16166-16168), donde se menciona específicamente a Cicerón como
Tulles.
En este mismo siglo XIII, en Italia, Dante Alighieri compone su Divina Comedia.
Influye sobre esta obra también el Somnum Scipionis, al tratarse también de una visión
del más allá, y de nuevo aparece mencionado Cicerón por el nomen:
Tutti lo miran, tutti onor li fanno:
quivi vid’ïo Socrate e Platone,
che ’nnanzi a li altri più presso li stanno;
Democrito che ’l mondo a caso pone,
Dïogenès, Anassagora e Tale,
Empedoclès, Eraclito e Zenone;
e vidi il buono accoglitor del quale,
Dïascoride dico; e vidi Orfeo,
Tulïo e Lino e Seneca morale;
“Todos lo admiran, todos le honran,
allí vi a Sócrates y a Platón,
que más cerca suyo que los otros están.
Demócrito que el mundo del acaso pone,
Diógenes, Anaxágoras y Tales,
Empédocles, Heráclito y Zenón,
Y vi al buen apreciador de cualidades
digo a Dioscórides: y vi a Orfeo,
Tulio y Lino y Séneca moral” (Infierno, IV, 133-141).
Con la llegada del Trecento a Italia, y el nacimiento del humanismo, Cicerón pasa a
ocupar un lugar verdaderamente privilegiado. Considerado por los primeros humanistas
como el perfecto ejemplo de qué debe ser el latín, se produce cierto desencanto al
redescubrir sus cartas y comprobar que no es oro todo lo que reluce. Pero aún así,
Cicerón queda como modelo de buen latín, y su pensamiento despierta gran interés. De
nuevo, el Somnum Scipionis es el pasaje más empleado, por ejemplo, por Petrarca en I
Trionfi, además de emplear ciertos pasajes de la Eneida. La admiración por Cicerón la
compartieron Coluccio Salutati, quien tuvo en su biblioteca un ejemplar de sus cartas, y
Leonardo Bruni, quien le tuvo como gran modelo al tratar de devolver al humanismo su
carácter republicano y laico de los inicios. Dentro de la literatura inglesa Chaucer
emplea una vez más el Somnum Scipionis en su Parliament of Fowls, donde se dice así
en el prólogo de la obra:
This book of which I make of mencioun,
Entitled was al thus, as I shal telle,
'Tullius of the dreme of Scipioun.';
Chapitres seven hit hadde, of hevene and helle,
And erthe, and soules that therinnr dwelle,
Of whiche, as shortly as I can hit trete,
Of his sentence I wol you seyn the grete. (vv. 29-35)
Ya en la literatura española, se sigue la tendencia de emplear el famoso pasaje del De
republica. Así lo hace Bernat Metge (1340-1413) en El sueño, la primera manifestación
de prosa prehumanistica en España, en la que muestra grandes conocimientos de los
clásicos. En el mismo ámbito catalán aparecen los primeros traductores de Cicerón,
como Ferrán Valentí, quien traduce los Paradoxa stoicorum, o Antonio Canals, con el
De providentia.
Durante el s. XV siguen los estudios y ejemplos de pervivencia de Cicerón. Alonso
Fernández de Madrigal (1410-1455) emplea profusamente el De natura deorum en su
obra Sobre los dioses de los gentiles, en la cual también se detecta a Virgilio, Ovidio y
San Agustín, además del Genealogia deorum de Bocaccio. Por ejemplo, en el siguiente
pasaje se puede ver funcionando a la vez a Bocaccio y a Cicerón:
La tercera Miverva es fija del Jupiter segundo, a la qual Tulio, libro De natura
deorum, llama Tritonia e dize el mismo Tulio que esta fue la que fallo las
guerras e dizen que es hermana de Mars e algunos la llamaron Bellona: de esta
fabla Stacio poeta en la Thebayda. Algunos pensaron esta Minerva que falló las
guerras ser aquella Minerva que nascío dc la cabeça de Jupiter; e no es ella,
mas los gentiles la pusieron por dos deesas e dieron cosas diversas. ca a la
primera Minerva dixeron ser vírgen e sin marido; a ésta que falló las guerras
ponen ser casada e danle fijos ea, segun afirma Tulio, libro De natura deorum,
ésta parió el primero Apolo. scyendo preñada de Vulcano, fijo de Celio. (Texto
de Madrigal).
Minerva, non ea cui cognomen Trytonia fuit, Iovis secundi fuit filia, ut scribit
Tullius de Naturis deorum; quam idem Tullius inventricem asserit fuisset
bellorum atque principem, et ob id a nonnullis Bellona appellata est; et soror
Martis et auriga, ut testan videtur Statius dicens… Nec ea fuit hec quam veteres
virginem et sterilem asseruere, quin imo, ut idem dicit Tullius. ex Vulcano, Celi
filio antiquissimo, Apollinem primum peperit.(Texto de Bocaccio).
Mientras, el De amicitia es traducido por el Marqués de Santillana con la ayuda de
Nuño Guzmán, y se sabe que poseyó un ejemplar del De officiis. También Enrique de
Villena trabaja a Cicerón, y en Los proverbios para la educación del príncipe Don
Enrique de Iñigo López de Mendoza se pueden encontrar pasajes no sólo de Cicerón,
sino también de muchos otros autores, como Sócrates, Platón, Aristóteles, Terencio,
Virgilio, o San Agustín. Alonso de Cartagena tradujo los diálogos De oficiis y De
senectute.
Como ya se dijo antes, en época renacentista el diálogo es la forma más empleada de la
prosa. De sus dos vertientes, la ciceroniana es la que se empleó a la hora de dar prestigio
y valor a las ideas que se querían exponer. Así ocurría con los de los hermanos Alfonso
de Valdés (1490-1532) y Juan de Valdés (1499-1541), autores de obras de Diálogo de
las cosas ocurridas en Roma el primero y del Diálogo de la lengua el segundo. Siguió
con la labor de traductor Francisco Támara al verter al castellano De amicitia y De
senectute, las mismas obras que tradujo Thomas Newton treintaiún años después en
1577. En cuanto a las cartas, las tradujo Pedro Simón Abril.
En épocas más modernas Cicerón ha seguido siendo apreciado, por pensadores de la
talla de Lutero, Hume, o Voltaire. Con la llegada de la Revolución francesa y la
necesidad del debate para un gobierno no monárquico, el prestigio de la oratoria sacó de
nuevo brillo al nombre de Cicerón.
A comienzos del s. XIX es redescubierto, como ya se ha dicho, el De republica, oculto
en un palimpsesto, gracias al cardenal Angelo Mai. Con motivo de tan feliz hallazo,
Giacomo Leopardi le dedica uno de sus Canti, el Ad Angelo Mai quand'ebbe trovato i
libri di Cicerone della Repubblica, sin hacer mención del propio Cicerón o del De
republica en todo el poema.
Durante el siglo XX la pervivencia de Cicerón se ha visto reducida al campo de la
novela histórica. Es el caso de La columna de hierro, de Taylor Cadwell, El sueño de
Escipión, de Iain Pears, o las obras pseudopolicíacas de Ron Burns. Sobre la novela
histórica y Cicerón, consúltese el trabajo de J. M. Baños al respecto.
En general, la pervivencia de Cicerón ha sido constante, con mayor o menor influjo,
pero segura. Menéndez Pelayo, en su Bibliografía hispano-latina clásica, registra un
total de ciento cuatro bibliotecas en las que se encuentran códices con obras de Cicerón,
un total de setenta y siete ediciones, y ochenta y siete traducciones en castellano,
diecinueve en portugués, tres en catalán y dos en euskera.
2.3- Séneca.
2.3.1- Vida, pensamiento, obra.
Lucio Anneo Séneca nació, por lo que se puede deducir de sus escritos, poco antes o
poco después del inicio de la era cristiana (la fecha más probable es el 4 d.C.), en
Corduba, ciudad de la provincia Bética en Hispania. Tanto su familia paterna, la de los
Anneos, como la materna, la de los Helvios, descendían de antiguos colonos itálicos
establecidos en la provincia. Pertenecían al ordo equester, por lo cual tenían un gran
poder adquisitivo, y debían ser bastantes influyente en la vida política y social de la
provincia.
Su padre se llamó, como él, Lucio Anneo Séneca, y para distinguirlos se les llama
Séneca el Mayor y Séneca el Joven. Su padre fue un afamado rétor de la época, del cual
conservamos una obra fundamental para conocer la oratoria de la época, las Oratorum
et rhetorum sententiae, divisiones et colores.
Séneca fue el segundo de tres hermanos varones, siendo el mayor Marco Anneo Novato,
llamado más tarde Marco Junio Galión por ser adoptado, y el menor Marco Anneo
Mela, quien fue padre de otro de los grandes escritores del período neroniano, de
Lucano.
Muy probablemente Séneca pasó su primera infancia en su ciudad natal, pero se sabe
que también se educó en Roma, donde su padre vivió largas temporadas. Aunque de su
aprendizaje con el gramático mantuvo un mal recuerdo, las clases de filosofía con el
neopitagórico Soción y el estoico Atala le entusiasmaron y cambiaron para siempre.
Tras decidirse por la carrera senatorial, estudió con afán la retórica y leyó profusamente
a los autores latinos, e incluso escribió algunos carmina.
A la edad de veintitantos años se sabe que marchó a Egipto una temporada, buscando un
clima más favorable a su delicada salud, afectada por problemas respiratorios. Allí le
acogió su tía materna, esposa del prefecto de Egipto. Séneca aprovechó la estancia para
escribir una obra etnológica sobre los egipcios.
A su regreso de Egipto arranca su primera etapa política, bajo el mandato de Tiberio,
ocupando el cargo de cuestor y por tanto accediendo al Senado. Durante esta época
compone el De consolatione ad Marciam, De ira y otras obras sobre ciencias naturales.
Durante el reinado de Calígula es ya seguro que fue senador, antes de la muerte de su
padre en el 39. En este momento ya tiene cierto renombre, conocido en medios políticos
y sociales como un gran orador. Ello se comprueba por el hecho de que Calígula hubiera
pensado en ordenar su muerte. Séneca se libró cuando cierta favorita dijo al emperador
que moriría pronto por la tisis.
En el 41, ya bajo el gobierno de Claudio, Séneca fue acusado de adulterio con Julia
Livilla, una de las princesas imperiales, y exiliado a Córcega. Allí permaneció recluido
unos largos ocho años. De esta etapa son el De consolatione ad matrem Helviam y De
consolatione ad Polybium, obras en las que se respira ya un espíritu estoico, con ideas
defensoras de un gobierno al estilo de Augusto, opuesto al absolutismo de Claudio.
Tales ideas llamaron la atención de la nueva esposa de Claudio, Agripina, quien hizo
llamar al filósofo para que se encargara de la tutela de su hijo Nerón, quien asciende al
trono en el 54. Como preceptor del princeps, y después como consejero, Séneca
participa del gobierno activamente, y ello se nota en la paz, eficacia y buena
administración de los primeros años de Nerón, quien había retomado el modelo de
Augusto. De este período son la Apocolocyntosis divii Claudii, De brevitate vita, De
tranquilitate animi, De constantia sapientis, De vita beata, De clementia.
Con el asesinato de Agripina comenzó una etapa muy diferente en el gobierno de
Nerón. Rodeado de males consejeros, el gobierno del emperador degeneró en una dura
tiranía, marcada por el absolutismo y la crueldad. La muerte de Burro no hizo más que
agudizar la mala situación, con el ascenso de Tigelino y Popea. De esta etapa son De
otio y De providentia.
En el año 62, tras haber ofrecido su renuncia a un puesto en el consilium principis, que
Nerón le negó, Séneca no pudo soportar más el saqueo al que sometió el emperador a
Italia y las provincias para reconstruir Roma tras el incendio. Tras retirarse de los
círculos palatinos y la política activa, Séneca procuró ausentarse de la ciudad tanto
como le fue posible, algo que no le sentó especialmente bien al príncipe. Durante este
retiro, que duró tres años, Séneca compuso las Questiones naturales, De beneficiis y las
Epistulae morales ad Lucilium.
El emperador no se atrevió a acabar con su vida hasta el 65, año en que se produjo la
Conjura de Pisón. Como a tantos otros opositores al gobierno tiránico, Séneca fue
muerto so pretexto de haber participado en la revuelta. El delator que le involucró en la
conjura para salvar su propio pellejo fue Antonio Natalis, consciente de la enemistad
entre el emperador y su antiguo maestro.
Se cuenta que, un tribuno, despachado para encargarse de Séneca se hizo acompañar de
un pelotón de soldados, con el que rodeó la finca y se montó guardia para impedir la
huida. Mientras, el tribuno se entrevistó con el filósofo, quien al responder a las
preguntas del militar, demostró su inocencia. El mismo tribuno en persona se encargó
de referir lo ocurrido al emperador. Sin embargo, éste no se contuvo y ordenó ejecutar a
Séneca. El tribuno, al volver a la finca, en presencia de Popea y Tigelino, se negó a
entrar, mandando a uno de sus centuriones a comunicar la pena de muerte a Séneca.
Séneca se quitó la vida en abril del 65. Después que se le negara la oportunidad de hacer
testamento, el filósofo dijo a sus familiares y amigos presentes que, ya que no se le
permitía mostrar su agradecimiento a quienes lo merecían, les daría como herencia lo
único que le quedaba, la imagen de su vida, como recuerdo y guía para la plenitud
espiritual.
Resumiendo lo dicho, los períodos creativos de Séneca son tres. El primero de ellos,
llamado de juventud, abarca hasta su regreso de Egipto, y trata sobre todo temas de
ciencias naturales, a los que regresa más tarde. El período intermedio ocupa hasta su
regreso del exilio, y podemos subdividirlo en una primera etapa, bajo el mandato de
Calígula, y una segunda, bajo Claudio. Durante estos años trabaja las primeras obras de
filosofía y las consolationes. Tras su retorno de Córcega, comienza la etapa madura, que
de nuevo, se divide en durante y después de su actividad política. Corresponden al
primer subperíodo la mayor parte de la producción filosófica, y al segundo, el
epistolario y las Quaestiones naturales. En cuanto a las tragedias, se suele decir que
corresponden a los años del exilio.
Su obra filosófica la podemos dividir en varios bloques: consolationes, epístolas, y
diálogos.
Las consolationes se diferencian por ser diatribas, es decir, discursos o ensayos de
extensión media dirigidos a personas concretas a propósito de un hecho concreto. Se
puede distinguir en ellas dos partes: una primera, con tópicos y preceptos para calmar el
dolor por una desgracia concreta; y una segunda, a base de exempla sobre cómo
sobrellevar el dolor.
Las epístolas son un total de 124 cartas dirigidas a Lucilio, amigo, y en cierto modo,
discípulo de Séneca. En ellas Séneca va contestando a las dudas y cuestiones que le
plantea su corresponsal, tratando de emplear la filosofía, ante todo estoica, para guiarle
en el camino de la vida. Su gran belleza literaria y de pensamiento hace de las epístolas
la obra más importante de este autor.
Por último, los denominados diálogos consisten en una serie de tratados o ensayos en
los que se exponen diferentes aspectos del estoicismo a propósito de tal o cual tema. De
extensión variada, en ellos Séneca emplea el conocido método del interlocutor
imaginario, recurso mediante el cual el propio autor va planteando interrogantes y
objeciones a la reflexión para que ésta se desarrolle y crezca.
El estilo de Séneca se encuadra dentro del cambio estético que acontece durante la
llamada Edad de Plata. En general, a diferencia de los autores republicanos y augústeos,
en época post-julioclaudia los modelos y fuentes a superar no van a ser griegos, sino
romanos. Los géneros se reconfiguran y transforman, y la lengua busca la
independencia frente a Cicerón y Virgilio, desembocando en un barroquismo propio de
la época, en el caso de Séneca, se caracteriza por un bello efecto de stacatto, un poco
lejano del armónico fluir de Cicerón. El nuevo régimen de gobierno supone una nueva
relación con el poder por parte de la literatura, que puede oponerse o ser partidaria del
emperador de turno. Por último, se produce una atomización, es decir, las partes de las
obras comienzan a ser más independientes e importantes que el conjunto, como en el
caso de las epístolas.
Séneca, en cuanto a su pensamiento, es el pensador más importante en lengua latina
desde Cicerón, y mantiene tal título sin disputa hasta la llegada de San Agustín. Es el
gran filósofo estoico, con el que triunfa esta escuela definitivamente. Se trata de la punta
del iceberg, ya que el estoicismo se convierte en la bandera de la oposición senatorial
durante los gobiernos de las dinastías Julio-Claudia y Flavia, como bien atestigua, entre
otros, Tácito. Durante el gobierno de la dinastía Antonina, que recupera la antigua
armonía entre Senado y princeps, el estoicismo llega al trono, como prueba el hito de
las Meditaciones de Marco Aurelio. A la larga, esta escuela que se fundamenta en
Séneca llega a ser el punto de anclaje en que se apoya el cristianismo en Roma.
2.3.2- Tradición y pervivencia.
La mayor parte de los diálogos se transmitieron juntos. El códice más antiguo es el
Medilanensis Ambrosianus C. 90 (s.XI), del que derivan otros que le completan allí
donde es ilegible. Los diálogos De beneficiis y De clementia se conservan en el
Vaticanus Palatinus 1547 (s.VIII) y del Vaticanus Regin. Latinus 1529 (IX), del que
derivan más de trescientas copias posteriores. Es un caso muy particular en la historia
de la crítica textual, ya que al conservarse el arquetipo, se puede estudiar y apreciar con
detalle la historia de la corrupción del texto. En cuanto a las epístolas, se han
transmitido en dos grupos separados. Las cartas 1-88 y 89-124 tienen sus propias
tradiciones, con varias familias cada una. Los manuscritos más antiguos son, del primer
grupo, el Parisinus lat. 8540 (IX), y del segundo, el Bambergensis Class. 46 (IX).
El influjo de Séneca se percibe muy claramente en la propia antigüedad. El caso más
evidente es el de Tácito, quien además de verse fuertemente influido por su estoicismo,
narra el episodio de su muerte en Annales, XV, 60-64. Quintiliano, como seguidor del
estilo de Cicerón, y defensor de la educación basada en la retórica en lugar de en la
filosofía, polemiza con él y se debe defender de los seguidores de Séneca:
Ex industria Senecam in omni genere eloquentiae distuli, propter
vulgatam falso de me opinionem qua damnare eum et invisum quoque
habere sum creditus. Quod accidit mihi dum corruptum et omnibus vitiis
fractum dicendi genus revocare ad severiora iudicia contendo: tum
autem solus hic fere in manibus adulescentium fuit.
“A propósito he dejado aparte a Séneca en todo género de elocuencia, por
el falso rumor extendido sobre mí, según el cual se cree que yo le
condeno e incluso le aborrezco. Me sucede esto justo cuando intento que
la elocuencia, corrupta y quebrada por todo tipo de vicios, vuelva a unos
criterios más estrictos; cuando sólo él ha estado en manos de los
jóvenes.” Intitutio oratoria, X, 1, 125.
La crítica de Quintiliano sobre el estilo abrupto de Séneca se extiende bastante (128-
130), y la misma visión negativa se percibe en Frontón y Aulo Gelio.
Sin embargo, esta visión negativa no perdura mucho. En épocas más tardías, Séneca es
apreciado por su elevada carga moral, y en época cristiana es muy leído por los padres
de la Iglesia. Tertuliano le considera muy cercano, Seneca saepe noster, dice (De
anima, 2, 682). Lactancio le considera todo un prodigio en cuanto a su inteligencia:
omnium stoicorum acutissimus (Div. Inst. II, 8, 23), qui volet scire omnia, Senecae
libros in manut sumat (V, 9, 19). De hecho, se le intenta cristianizar. El propio
Lactancio dice que Séneca habría sido cristiano de haber podido: potuit ese verus dei
cultor, si quis illi monstrasset (VI, 24, 13-14) Aparecen unas cartas apócrifas entre él y
San Pablo, basándose en la noticia de que el hermano mayor de Séneca, Galión, se
encontró con el santo (Hechos de los Apóstoles, 18, 12-17).
Mientras el Imperio se mantuvo, el conocimiento de Séneca fue amplio y seguro, y
perduró sin problemas mientras hubo cierta homogeneidad cultural. Sirve como ejemplo
el que San Agustín, criticando al inculto Fausto, diga que legerat aliquas Tullianas
orationes et paucissimos Senecae libros (Conf. V, 6, 11), es decir, que todo el mundo
tenía acceso a él. Pero ya en el s IV comienza a perderse en el olvido, como atestigua el
que Sidonio Apolinar (430-488) confunda a Séneca padre y Séneca hijo con dos
autores, uno trágico y otro filosófico. Así dice:
Non quod Corduba praepotens alumnis
Facundum ciet hic putes legendum
Quórum unus colit hispidum Platona
Incassumque suum monet Neronem,
Orchestram colit alter Euripidis…
No esperes leer aquí la elocuencia que evoca Córdoba, sobresaliente en sus
hijos, de los cuales uno cultiva al áspero Platón, y aconseja en vano a su
discípulo Nerón, y el otro cultiva la orquesta de Eurípides…” (Carmina, 9, 230-
234)
En cuanto a la poesía, pensamiento y su estilo se perciben en Lucano, Silio Itálico y
Prudencia, así como en la Consolatio de Boecio.
Desde finales de la Antigüedad hasta el s. XIII, no hay en España pervivencia de
Séneca. A partir de ese siglo se reanuda después de que entren en la península códices
procedentes de Francia e Italia. Las primeras noticias que tenemos son del reinado de
Fernando III (1271-1252). En la biblioteca de Alfonso X el Sabio debió haber ya varios
ejemplares, pues se detectan pasajes de Séneca en obras como las Siete Partidas. Ese
mismo siglo aparecen algunas de las primeras traducciones, como la del De ira, por un
anónimo, y que de hecho es la primera traducción de una obra de Séneca a lengua
vulgar. Además de obras completas, durante la Edad Media aparecen muchos florilegios
con citas de Séneca, siendo los más conocidos De copia verborum, De paupertate, o De
sapientia. La mayor parte de estas flores proceden de las epístolas.
Así, en la misma tónica, durante el s. XIV Séneca va a ser empleado sobre todo en
escritos con carácter moralista o político, generalmente a través de máximas. En el
Libro de buen Amor el Arcipreste le cita habitualmente en este sentido. Así, por poner
un ejemplo, dice: “La pobredat alegre es muy noble rriquessa”, remitiendo a la epístola
II, 5 : Honesta, inquit Epicurus, res est paupertas laeta.
Con la llegada del s. XV Séneca pasa a ser muy leído, estudiado y conocido. Se
producen numerosas traducciones y ediciones de sus obras. Por nombrar alguna,
podemos mencionar la de Alonso de Cartagena del De vita beata, o la de las epístolas
por Fernán Pérez de Guzmán.
En los inicios del Renacimiento la obra más importante con pervivencia de Séneca es,
sin duda, la Celestina, en la que sigue estando presente a base de sentencias. Las citas
de Séneca llegan a través del Auctoritates Aristotelis5
, un florilegio que recogía pasajes
filosóficos. Por ejemplo, en el acto I, cuando Celestina trata de ganarse a Pármeno,
aparecen varias citas de las epístolas:
PÁRMENO.- Mi fe, madre, no creo a nadie.
CELESTINA.- Estremo es creer a todos e yerro no creer a niguno (utrumque
vitium est, et ómnibus credere et nulli: Ep. Ad Luc. 3, 4).
PÁRMENO.- Digo que te creo; pero no me atreuo: déxame.
CELESTINA.- ¡O mezquino! De enfermo coraçón es no poder sufrir el bien
(Infirmi animi est pati non posse divitias: 5, 6). Da Dios hauas a quien no tiene
quixadas. ¡O simple! Dirás que a donde ay mayor entendimiento ay menor
fortuna e donde más discreción allí es menor la fortuna! Dichos son.
PÁRMENO.- ¡O Celestina! Oydo he a mis mayores que vn exemplo de luxuría o
auaricia mucho malhaze e que con aquellos deue hombre conuersar, que le fagan
mejor e aquellos dexar, a quien él mejores piensa hazer (Unum exemplum
luxuriae aut avaritiae multum mali facit: 7, 7). E Sempronio, en su enxemplo, no
me hará mejor ni yo a él sanaré su vicio. E puesto que yo a lo que dizes me
incline, solo yo querría saberlo: porque a lo menos por el exemplo fuese oculto
el pecado. E, si hombre vencido del deleyte va contra la virtud, no se atreua a la
honestad.
CELESTINA.- Sin prudencia hablas, que de ninguna cosa es alegre possessión
sin compañía (nullius boni sine socio iucunda possesio est: 6,4)
Encontramos también numerosos ejemplos en la poesía moralizante, por ejemplo en la
de Pérez de Guzmán. Veamos un ejemplo:
La fresca yra y saña
No es luego de amonestar;
Dexa la vn poco amansar;
5
Véase el artículo de Íñigo Ruiz Arzálluz, ““El mundo intelectual del antiguo autor: las Auctoritates
Aristotelis en la Celestina primitiva”, Boletín de la Real Academia Española LXXVI, 1996, Cuaderno
CCLXIX, pp. 265-283
Despues, con buen tiento y maña,
Hauezes con el sañoso
Otorgando y consintiendo,
Hauezes contradiciendo,
Le faras hauer reposo.
El que en si non tiene tiento,
Con la nueua turbación
Dela tu insultacion
Haura doble sentimiento;
Dexa pasar el furor
Si el peligro non es cercano;
Despues, con manso dulçor,
Del enfermo faras sano (“Remedio ala fresca yra y saña”)
Tenemos aquí en este poema reminiscencias del De ira. En la primera estrofa, remite a
III, 29, 2, que dice: Primam iram non audebimus oratione mulcere: surda est et amens;
dabimus illi spatium. Remedia in remissionibus prosunt; nec oculos tumentis temptamus
uim rigentem mouendo incitaturi, nec cetera uitia dum feruent: initia morborum quies
curat. La segunda a III, 40, 2: Castigare uero irascentem et ultro obirasci incitare est:
uarie adgredieris blandeque…
Durante el Renacimiento, su popularidad aumenta con la edición de Erasmo en 1515, y
a partir de entonces es traducido a multitud de lenguas vernáculas: al francés, al alemán
por Michael Herr, al inglés por Goldling, etc. En 1614 es editada su obra completa por
Lodge. Dentro de la literatura castellana, su presencia es evidente en la producción de
Luis Vives y Antonio de Guevara. También se puede encontrar su presencia en la lírica.
Horacio, el modelo principal de los poetas de este período, como Garcilaso, Mendoza,
Arquijo, Herrera, Luis de León o Andrada, era visto con cierto matiz estoico. Ello
explica que junto a él aparezcan otros autores como fuentes complementarias, y uno de
ellos fue Séneca. Aunque en estos casos suele funcionar como autor trágico, en algunos
casos también están presentes las epístolas. Por ejemplo, en A Iuan Antonio del Alcázar
por la templanza, de Medrano:
Aquella sola, Flavio, suerte una
Justamente es del sabio suspirada
Que ni falta en lo asaz ni sobra en nada;
Limitada igualmente y no importuna.
Quiero, a fuer de la toga, la fortuna,
Limpia, de mi medida, y concertada;
Ni con grandeza pródiga sobrada,
Ni corta y miserablemente ayuna.
Llegue a los pies, al tanto que, ceñida,
No bese el suelo, no, la toga; y sea
Tal mi suerte que sirva y luzga toda.
No, Flavio, no la quiero desceñida,
Ni arrastre, no; que el desaliño afeam
Y no “onrra lo que arrastra, sino enloda”.
Donde se remite a la carta 5, especialmente al pasaje de la toga: Intus omnia dissimilia
sint, frons populo nostra conveniat. Non splendeat toga, ne sordeat quidem.
Durante el Barroco Séneca es muy apreciado. Por una parte, su estilo y lengua se
apartan del clasicismo propio de los modelos renacentistas, que es precisamente de lo
que quiere apartarse el espíritu de esta época. Por otra, su elevada carga moral y ética se
combina bien con la dimensión espiritual de los autores barrocos, que se implican en un
viaje hacia la búsqueda de la propia identidad e interioridad. Los primeros autores que
se interesan por el filósofo fueron Andrés Fernández de Adrada, quien compone la
Epistola moral a Fabio, y Luis Carrillo y Sotomayor, precedente del culteranismo de
Góngora y traductor del De brevitate vita. Influye Séneca también en Baltasar Gracián y
sus obras de política y ética.
Sin embargo, el autor que más pervivencia de Séneca tiene es Francisco de Quevedo,
quien, como sabemos, tiene dos líneas de pensamiento complementarias en su
producción literaria. Por un lado, está la línea satírica, burlesca, para la cual bebe de
Marcial. Pero por otra parte, Quevedo escribió una serie de obras con un espíritu
meditabundo y ascético, que respiraban en clave de Séneca. Progresivamente, Quevedo
realiza un viaje desde el estoicismo al cristianismo a través de la moral. Así comopone
su Doctrina moral del conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas, su Sermón
estoico de censura moral, Discurso de todos los diablos, De los remedios de cualquier
fortuna, Doctrina estoica, El retraído, Poítica de Dios, y Providencia de Dios. De los
muchos ejemplos posibles, tomemos el siguiente de la Doctrina moral:
Has de tratarle, no como quien vive por él, que es necedad, ni como quien vive
para él, que es delito; sino como quien no puede vivir sin él. Trátale como al
criado: susténtale y vístele y mándale; que sería cosa fea que te mandase quien
nació para servirte, y que nació confesando con lágrimas su servidumbre; y
muerto, dirá en la sepultura que por sí aun eso no merecía. Bien permite la razón
que vivas con el cuerpo, y lo ama; mas no se halla con caudal de sustentar sus
apetitos; que esos, como hijos de la vanidad, te gastarán todo el caudal, y
desperdiciarán los tesoros del entendimiento”.
Fateor insitam esse nobis corporis nostri caritatem; fateor nos huius gerere
tutelam. Non nego indulgendum illi, serviendum nego; multis enim serviet qui
corpori servit, qui pro illo nimium timet, qui ad illud omnia refert. Sic gerere
nos debemus, non tamquam propter corpus vivere debeamus, sed tamquam non
possimus sine corpore; huius nos nimius amor timoribus inquietat,
sollicitudinibus onerat, contumeliis obicit (Ep. ad Luc, 14, 1-2).
Con el Barroco culmina la influencia senequiana en la literatura castellana. Ni antes, ni
después, no sólo no influye tanto el filósofo, sino que las obras que inspira no fueron de
tal calidad como las de Quevedo o Gracián.
Séneca, en la república literaria de Europa, influye poderosamente tanto en su faceta de
dramaturgo como en la de filósofo. Su teatro inspira, entre otros, al de Giambattista
Giraldi, Jodelle, Corneille, Montaigne, Shakespeare o Alfieri. Su filosofía se convierte
en un camino hacia el yo, que inspira y eleva las ideas de los filósofos posteriores, así
como de los grandes moralistas, como Rosseau, Francis Bacon, Pascal, Schopenhauer o
Nietzsche.
2.4- Apuleyo.
2.4.1- Vida, pensamiento, obras.
Apuleyo nació en torno al 125 d.C. en Madaura, una pequeña ciudad de la provincia de
Cartago. Nació en una familia de clase bastante alta, si tenemos en cuenta que su padre
llegó incluso a ejercer de duumvir, la máxima magistratura municipal. Su formación en
gramática y retórica la recibió en Cartago, y después marchó a Atenas, donde
perfeccionó su conocimiento del griego y de la filosofía. Tras visitar otras partes de la
parte oriental del Imperio, viaja a Roma y regresa a Cartago tras diez años de viaje.
Comienza entonces a ganarse la vida como rétor y maestro en diversas áreas,
impartiendo conferencias en latín y griego con gran éxito.
En un viaje a Alejandría cae enfermo y se ve obligado a detenerse en Oea, Trípoli,
donde se hospeda en casa de un amigo. Allí recibe la visita de Sicinio Ponciano,
compañero suyo de estudios, quien le ofrece su propio hogar. Allí Apuleyo conoce a
Pudentilla, la madre de Ponciano, una viuda rica. Apuleyo cautiva su corazón y se casa
con ella, lo que hace que sus herederos le denuncien acusándolo de haber hechizado a la
viuda.
El juicio se celebró en Sábrata en el 158. En él Apuleyo pronunció un discurso que
después publicó, la Apologia, escrito por el cual conocemos sus datos biográficos. Del
juicio salió absuelto. Permaneció en Oea tres años más, impartiendo clases y
componiendo alguna de sus obras. Obtuvo gran éxito y llegó a ser nombrado sacerdote
de la provincia del culto imperial e incluso se le llegaron a erigir estatuas en varias
ciudades, entre ellas Cartago.
Los últimos datos fechables con seguridad fueron los discursos pronunciados en honor
del procónsul Severiano Honorino en 162 y del procónsul Escipión Orfito en 164.
Mientras que las Metamorfosis pueden ubicarse en el tiempo después del proceso por
brujería, no se puede establecer una fecha clara para los Florida o sus obras filosóficas.
La obra más importante, sin duda, son las Metamorfosis. Se trata de uno de los pocos
ejemplares de novela latina, junto al Satyricon, u otros escritos como Dictis, Dares,
Historia Apolloni regis Tyri, o las vidas de santos. Las Metamorfosis comparten el
argumento con una obra en griego, el Onos, de Luciano de Samosata. Una y otro se
diferencian en su extensión, que es mayor en la obra de Apuleyo, y por la ausencia de
fábulas milesias en la de Luciano. Sabemos gracias al gramático Focio que ambas
derivan de una obra más antigua, de un autor llamado Lucio de Patrás, también titulada
Metamorfosis.
Las Metamorfosis de Apuleyo, también conocidas por El asno de oro, nos relatan las
peripecias de Lucio, un joven interesado en la magia que acaba mal parado por su
excesiva curiosidad y convertido en asno en un experimento fallido con la magia. Como
asno, va pasando por las manos de diferentes amos, quienes se comportan ante él sin
máscaras ni tapujos, pues, al fin y al cabo, sólo es un asno. Presenciar la maldad y
miseria ajenas transforma de nuevo a Lucio, pero en esta ocasión, en su personalidad,
convirtiéndose en una persona honrada, humilde y prudente. La obra concluye con la
iniciación en los misterios de Isis de Lucio. La obra tiene una gran carga moral y ética,
combinada con la religiosa, que se evoca en el lector con el mismo procedimiento que la
fábula, la sátira o el epigrama, a través de la burla y el juego, con un lenguaje sencillo y
fluido.
Las Metamorfosis se caracterizan por incluir a lo largo del relato diversas
composiciones menores que conocemos como fábulas milesias, que se encuentran
insertadas como relatos que pronuncian diferentes personajes en la obra. La más
importante de ellas es el cuento de Cupido y Psique, colocado en la parte nuclear de las
Metamorfosis, y que, como la obra principal, no relatan el viaje de Psique, la cual en su
peregrinación exterior realiza al tiempo un viaje interior que la cambia y transforma.
Por otra parte, conocemos varias obras menores de Apuleyo. Los Florida son un
conjunto de fragmentos de discursos, al estilo de la obra de Séneca el Mayor o los
florilegios medievales, recuperando el gusto por los extractos de la literatura
postaugústea y premonizando los compendios tardíos y medievales. Por último,
Apuleyo escribió también un reducido número de obras cercanas a la filosofía, como el
De Platone et eius dogmate, De deo Socratis, De mundo, y Peri hermeneiae, aunque la
autenticidad de éste último se discute. Todas ellas muestran ideas propias del
neoplatonismo y academicismo.
2.4.2-Tradición y pervivencia.
De las tres obras principales, es decir, de Metamorfosis, Apologia y Florida, hay un
códice que perteneció a Bocaccio, el Mediceus Laurentianus plu 68. 2 (s. XI), que
contiene también partes de Tácito. Es el arquetipo para estas obras, pues, como muestras
las subscriptiones, remonta a un tardoantiguo hoy perdido del IV. En cuanto a las obras
filosóficas, se han transmitido en conjunto, y se ha perdido el arquetipo. Hay algunos
códices valiosos como el Bruxellensis 10054/6 (s. XI) o el Nederlandensis Leidensis
Vossianus 4º 10 (s. XI).
Durante las épocas más antiguas Apuleyo es considerado, ante todo, un filósofo. Su
obra supone una especie de calentamiento para la recepción del platonismo, ya que
combina la filosofía con las religiones de salvación. Macrobio se sorprende de que un
filósofo como él escriba una también novela y ya reconoce semejanzas con el Satyricon:
Fabulae, quarum nomen indicat falsi professionem, aut tantum conciliandae
auribus uoluptatis aut adhortationis quoque in bonam frugem gratia repertae
sunt. Auditum mulcent uelut comoediae, quales Menander eiusue imitatores
agendas dederunt, uel argumenta fictis casibus amatorum referta, quibus uel
multum se Arbiter exercuit uel Apuleium non numquam lusisse miramur
“Las “fábulas”, de las cuales su nombre indica que cuenta algo ficticio, fueron
inventadas bien sólo para ganarse los oídos, bien con motivo de exhortar a una
buena acción. Endulzan el oído por un lado las comedias, como las que
Menandro hizo representar o sus seguidores; y por otra las historias que cuentan
los azares ficticios de enamorados, en las que mucho se ejercitó Árbitro y nos
sorprende que Apuleyo escribiera alguna.” (Comentario al Somnum Scipionis, I,
1).
La dimensión espiritual y religiosa de las Metamorfosis hace que sea una obra bien
recibida por el cristianismo. San Agustín, en sus Confesiones, sin duda tiene influjo de
Apuleyo, y trata de buscar el sentido alegórico de la conversión en asno, como si fuera
una ilusión (De civitate Dei, XVIII, 18). En el s. V Marciano Capela reelabora el
Cuento de Cupido y Psique en su De nuptiis Philologiae et Mercurii.
La misma concepción de Apuleyo como filósofo se mantiene en el s. XII. Juan de
Salisbury, quien le incluye en su lista de filósofos (Policraticus 7).
En el s. XIV Bocaccio redescubre las Metamorfosis, y su influjo se percibe en algunos
pasajes del Decamerón. De esta manera la faceta de novelista comienza a imponerse
sobre la de filósofo. Por ejemplo, es clara la pervivencia de Apuleyo en el pasaje en que
Peronella y Gianello engañan al marido de la primera con la táctica de la tinaja (Jornada
séptima, segunda narración), como ocurre en Metamorfosis IX 5-7. El mismo Bocaccio,
en su Sobre las genealogías de los dioses gentiles realiza una alegorización del Cuento
de Cupido y Psique.
A partir de este momento, la pervivencia de Apuleyo se percibe en la proliferación de
relatos con asnos, de maridos engañados y de alegorizaciones del célebre Cuento de
Cupido y Psique.
En España se traduce por primera vez las Metamorfosis, gracias a Diego López de
Cortegana en 1513. Se trata de una traducción de tal calidad que durante mucho tiempo
ha sido la única, e incluso fue reeditada en 1998 con una introducción de Carlos García
Gual, en un momento en que ya había muchas otras traducciones más modernas.
Dentro de la novela castellana las Metamorfosis han influido en obras de tanta
importancia como El Lazarillo de Tormes o El Quijote. En una y otra obra llega
Apuleyo a través de la traducción de Cortegana. En el caso del Lazarillo, la pervivencia
de Apuleyo se encuentra en dos puntos. En primer lugar, en el carácter del clérigo de
Maqueda se ven rasgos del avaro Milón. En segundo lugar, el episodio en que Lucio
roba al par de hermanos la comida influye en el del arcón cerrado y los ratones del
Lazarillo.
En el caso del Quijote, la obra de Apuleyo influye a nivel estructural, al tratarse de un
relato más amplio en el que se insertan episodios y narraciones. También se encuentra
en el propio nombre del protagonista, ya que en la traducción de Cortegana se puede
leer en el libro XI: “otro iba armado con quijote y capacete y barbera y con broquel en
la mano, que parecía que salía del juego de la esgrima”, refiriéndose a disfraces votivos
en una procesión. Además, algunos episodios, como el de Rocinante y las yeguas (Q. I,
15) o el de los odres de vino (I, 35), también están presentes en las Metamorfosis.
2.5.- Boecio.
2.5.1- Vida, pensamiento, obras.
Anicio Manlio Severino Boecio nació en el año 480 d.C. en Roma, en el seno de una
familia aristocrática y acomodada. Su padre, que había sido cónsul en el 487, murió
cuando él era aún joven, y por ello pasó a estar bajo la protección de importantes
personalidades como la de Q. Aurelio Memio Símaco, con cuya hija contrajo
matrimonio.
Los buenos contactos que hace le garantizaron una gran carrera política. Estuvo a las
órdenes de Teodorico, quien tras tenerle a su servicio algunos años le nombró cónsul
sine collega, y se ocupó de atender a las necesidades de Gundobando y Clodoveo. Sus
dos hijos llegaron a ser cónsules en el 522 sin tener la edad requerida, y poco más tarde
se le concede el título de magister officiorum, es decir, superintendente de todos los
cargos palatinos y estatales.
Su carrera se truncó cuando las tensiones internas entre godos y romanos, y entre un rey
arriano y un senado católico estallaron. La acusación al patricio Altino de alta traición
por sus relaciones con Justiniano, fue un episodio crítico de este conflicto interno.
Boecio, inmediatamente, partió para Verona para defender los intereses del Senado, y es
acusado y condenado por el propio Teodorico. Tras un período de encarcelamiento en
Calvezano, fue ejecutado en el 524. Al año siguiente es también ejecutado Símaco.
Boecio pertenece a ese turbulento período en el que se da el lento pero inevitable paso
de la Antigüedad a la Edad Media. Poco después de su muerte Benito funda Monte
Cassino en el 529, y el emperador Justiniano cierra la Academia platónica. Fue
consciente del cambio que se estaba operando, y por ello, para hacer accesible a
Occidente la filosofía, se propuso la traducción de Aristóteles y Platón, pero por culpa
de Teodorico Europa se perdió durante mucho tiempo lo mejor de la filosofía griega.
Por suerte para nosotros, Boecio tuvo tiempo de componer alguna de sus obras durante
su arresto.
La obra que más nos interesa es la Consolatio Philosophiae, un escrito elaborado
artísticamente en el que Boecio dialoga con la filosofía personificada, en el que se
mezclan prosa y verso y se recuperan las ideas de Platón, Cicerón, Séneca, San Agustín
y contiene grandes dosis de estoicismo, ya cristianizado.
2.5.2- Tradición y pervivencia.
La técnica de convertir una abstracción en personaje perdura a lo largo del tiempo a
través de Edad Media, Renacimiento y Barroco. La Consolatio es uno de los libros más
leídos hasta la Edad Mod-erna, y apenas cincuenta años tras la invención de la imprenta
hay ya cuarenta ediciones.
Durante la Edad Media el rey Alfredo (848-901), al tratar de restablecer la cultura latina
y cristiana en Gran Bretaña tras las duras invasiones que había sufrido la isla, traduce
importantes textos como la regla pastoral de San Gregorio, la Historia de la nación
inglesa de San Beda Venerable, las Historias contra los paganos de Orosio, y la
Consolatio Philosophiae. En esta ocasión, se trata más de una adpatación, en la que se
suprimen lo difícil, se añaden homilías morales y se cristianiza lo necesario. También
traducen la obra Chaucer, Notker III Labeón, al antiguo alemán, y Máximo Planudes, al
griego. En cuanto a pervivencia propiamente literaria, hay pasajes del Libro de la rosa,
en la parte de Jean de Meung, en que se emplea la Consolatio.
En época renacentista traduce la obra al italiano Brunetto Latini, el maestro de Dante,
quien a su vez sigue la Consolatio en su Convivio (2, 13). Petrarca, en Triumphos,
emplea junto al Somnum Scipionis y la Eneida pasajes de la Consolatio. En España el
caso más importante es el de Enrique de Villena, quien en Los doce trabajos de
Hércules, sigue la estructura y contenido de la Consolotaio en cada uno de los doce
capítulos, uno para cada trabajo.
En cuanto a comentarios, podemos nombrar el de Juan escoto, el de Gilbertus
Porretanis, o el de William Occam.
3.- BIBLIOGRAFÍA.
Libros.
HERNÁNDEZ MIGUEL, L.A., La Tradición Clásica. La transmisión de las literaturas
griega y latina antiguas y su recepción en las vernáculas occidentales, Madrid, Liceus,
2008
HIGHET, G, La tradición clásica. Influencias griegas y romanas en la literatura
occidental, 2 vols., México, F.C.E., 1954.
Mª. R. LIDA DE MALKIEL, La tradición clásica en España, Barcelona, Ariel, 1975.
CODOÑER, C. et al, Historia de la literatura latina, , Madrid, Ed. Cátedra, 1997.
BLÜHER, K. A., Séneca en España. Investigaciones sobre la recepción de Séneca en
España desde el siglo XIII hasta el siglo XVII, , Madrid, Ed. Gredos, 1983.
BICKEL, E., Historia de la literatura romana, Madrid, Ed. Gredoss 1987.
VON ALBRECHT, M., Historia de la literatura romana, 2 volúmenes, Barcelona, Ed.
Herder, 1997.
NÚÑEZ GONZÁLEZ, J. Mª., El ciceronianismo en España,Valladolid, 1993.
Artículos.
CRISTÓBAL LÓPEZ, V. “Tradición Clásica: concepto y bibliografía”, Edad de Oro 29
(2005), pp. 27-46.
CRISTÓBAL LÓPEZ, V., “Pervivencia de autores latinos en la literatura española: una
aproximación bibliográfica”, Tempus 26 (2000), pp. 5-76.
GUILLÉN, J., “Cicerón en España”, Atti del I Congresso Internazionale di Studi
ciceroniani, Roma 1961, II, pp. 247-282.
BAÑOS, J.M. “Cicerón novelado”, Humanismo y pervivencia del mundo clásico: homenaje al
profesor Antonio Fontán (coord. por José María Maestre Maestre, Luis Charlo Brea, Joaquín
Pascual Barea), Vol. 4, 2002, pp. 2019-2035.
RUIZ ARZÁLLUZ, I., “El mundo intelectual del antiguo autor: las Auctoritates Aristotelis en la
Celestina primitiva”, Boletín de la Real Academia Española LXXVI, 1996, Cuaderno CCLXIX,
pp. 265-283
La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

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La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

  • 1. LA PERVIVENCIA DE LA LITERATURA LATINA Y LA PROSA FILOSÓFICA. Máster en formación del profesorado Asignatura: Los clásicos latinos y su pervivencia en la literatura occidental Docente: María José Muñoz Jiménez Alumno: Miguel Ángel Quesada López UCM 2012-2012
  • 2. 1.- INTRODUCCIÓN 1.1- La literatura en el tiempo. Exegi monumentum aere perennius regalique situ pyramidum altius, quod non imber edax, non Aquilo inpotens possit diruere aut innumerabilis annorum series et fuga temporum. Non omnis moriar multaque pars mei uitabit Libitinam; usque ego postera crescam laude recens, dum Capitolium scandet cum tacita uirgine pontifex. Dicar, qua uiolens obstrepit Aufidus et qua pauper aquae Daunus agrestium regnauit populorum, ex humili potens princeps Aeolium carmen ad Italos deduxisse modos. Sume superbiam quaesitam meritis et mihi Delphica lauro cinge uolens, Melpomene, comam “He levantado un monumento más duradero que el bronce, más elevado que el regio sepulcro de las pirámides, que ni la lluvia voraz, ni el inmoderado Aquilón podrán derruir, ni la innumerable sucesión de los años o el paso de los tiempos. No moriré por entero, y gran parte de mí sobrevivirá a la Muerte; seguiré yo creciendo rejuvenecido por la futura gloria, mientras al Capitolio ascienda el pontífice junto a la silenciada virgen. Allá donde el violento Aúfido ruge y donde Dauno, parco en aguas, reinó sobre los agrestes pueblos, se contará de mi que, poderoso aunque de humilde origen, fui el primero en traer el cantar eolio a las maneras itálicas. Toma este reconocimiento debido a tus méritos, Melpómene, y cíñeme, de buena voluntad, los cabellas con el laurel de Delfos.” En esta incomparable oda1 , Horacio, quien ya en otras de sus obras realiza una profunda reflexión literaria, como en el Ars poetica, expone aquí una de las grandes cuestiones de la literatura: su relación con el tiempo. Efectivamente, como toda creación humana, la literatura está supeditada al paso del tiempo, y por tanto, para estudiarla adecuadamente, ha de tenerse en cuenta su relación con éste. El ser humano ha concebido el tiempo en tres estados: presente, pasado y futuro. En relación con su presente, sabemos que una creación literaria está condicionada por él. Su contenido, su forma, su autor y público pertenecen a un contexto histórico determinado que influye inevitablemente en la obra. Así, por ejemplo, la Eneida no habría sido posible de no haber existido Virgilio, de no haber gobernado Augusto, y de no haberse compuesto el programa político y propagandístico de este gobernante. 1 La Oda III, 10, fue creada inicialmente por Horacio con intención de cerrar así sus Carmina, varios años antes de que Mecenas y Augusto le encomendaran el libro IV, en el que se incluyen las denominadas “odas romanas”, que se han de incluir dentro del mismo programa político y cultural que la Eneida. Así, el Exegi monumentum suponía la despedida de la lírica por parte de Horacio, en la que trataba de dejar claras sus intenciones literarias y pasaba revista a sus logros en este campo.
  • 3. Además el presente de una obra no es un momento concreto, ya que la creación literaria es un proceso que toma tiempo, y de hecho, como en el caso de la Eneida, tal proceso puede verse interrumpido. En relación con su pasado, decimos que una creación literaria parte de unos precedentes. Cuando un autor compone una obra, parte del conocimiento previo que ha adquirido para tal composición. Y cierta parte de ese conocimiento se debe a las anteriores obras que ya se habían creado y que pueden funcionar como modelos, si toma de ellas elementos formales, o como fuentes, si las emplea para adquirir contenidos. Al conjunto de esas obras previas lo denominamos tradición. Continuando con el ejemplo de Virgilio, podemos decir que cuando comenzó a componer la Eneida, parte de la tradición que manejó eran Homero, los epilios alejandrinos, o la anterior épica latina de tema histórico. En cuanto a su futuro, sabemos que las obras que se crean pueden funcionar a su vez como tradición de las posteriores, al ser empleadas como modelos o fuentes de autores que componen más tarde. A este fenómeno, contrario y complementario de la tradición2 , lo denominamos pervivencia. Así, vemos que la Eneida pervivió en numerosas obras posteriores, como la Farsalia de Lucano, las Púnicas de Silio Itálico, la Araucana de Ercilla y otras muchas más, como veremos. La pervivencia de una obra o un autor pueden darse de diferentes maneras. Decimos que la pervivencia es literaria cuando una obra se erige en modelo o fuente de otras obras posteriores. Pero también encontramos otros tipos de pervivencia, como la intertextual, cuando un autor menciona a otro (como la presencia del propio Virgilio en la Divina Comedia de Dante), o a su obra, sin tomarlo como modelo o fuente; o bien cuando el espíritu de un autor subyace en la obra de otro, sin poder ser detectados pasajes específicos. Por último, no hay que olvidar que al lado del complejísimo tramado de relaciones entre obras y autores a lo largo del tiempo, se da paralelamente la labor filológica, que trata de recuperar la literatura y que, al fin y al cabo, es también otro tipo de pervivencia. Las traducciones, ediciones, comentarios y estudios científicos forman también parte de la historia literaria, por lo que es necesario prestarles su parte de atención. En el caso específico de la literatura clásica, el camino de su pervivencia y legado ha sido especialmente accidentado. La gran cantidad de obras y autores perdidos hacen que el estado de la literatura sea semejante al de los restos arqueológicos, pues al igual que unas pocas columnas caídas, nos permiten imaginar el conjunto, aunque sólo sean una pequeña parte del total. Siempre nos queda el consuelo de que lo conservado es la parte mejor, y la prueba es que a lo largo de tantos siglos y generaciones, de tantos cambios estéticos y movimientos culturales, la literatura clásica siempre ha sido vista como un modelo y un referente. Cada pasaje de un autor, sea medieval o renacentista, barroco o romántico, que remite al legado clásico, supone la confirmación, consagración y triunfo de la literatura latina, que se revela así, a través de instantáneas, como eterna e insuperable, o como dice Horacio, un monumentum aere perennius. 2 Una gran frase sobre en qué consiste la tradición y su carácter complementario con la pervivencia es la de T. S. Eliot en The Sacred Wood: “What happens when a new work of art is created is something that happens simultaneously to all the works of art that preceded it.”
  • 4. 1.2- Panorama general de la pervivencia de la literatura latina. 1.2.1- Edad Media. Durante la Edad Media, la relación entre literatura latina y romance es de gran importancia en España. Ya desde el s. XI hay centros que cultivan la literatura latina en el norte de la Península Ibérica, en Navarra y sobre todo Cataluña. Se establecieron entonces algunas escuelas de poetas latinos, que compusieron canciones amorosas y panegíricos fúnebres, entre los cuales los más antiguos son los que tratan la historia del Cid, como el Poema del Campeador, o la Historia de Rodrigo. La invasión árabe supuso una interrupción de la tradición clásica en un primer momento, pero en el s. XII y XIII se manifiestan los frutos del renacimiento latino de la época. Entre ellos, la archiconocida Escuela de Traductores de Toledo, que aunque nace en la primera mitad del s. XII, es en el siguiente, con Alfonso X el Sabio, cuando alcanza su máximo esplendor. En conjunto, dentro de la poesía de la etapa de los ss. XII y XIII, no hay una gran cantidad de reminiscencias clásicas. Del poema más importante que tenemos del XII, el Cantar de Mio Cid, no parece haber influencia clásica directa y explícita, sino la indirecta que pueda quedar de la formación culta del autor, como, por ejemplo, el motivo del locus amoenus en la descripción del robledal de Corpes. En el s. XIII aparece el mester de clerecía, lo que supone la incorporación de los clérigos a la literatura castellana, y con ellos, la tradición clásica, que habiendo estada encerrada en los monasterios, se vuelve accesible al vulgo. Con este fin pedagógico tradujo y adaptó varias obras Gonzalo de Berceo ( 1252), tratando de recrear los originales en una lengua comprensible para todos y con un estilo atractivo. Pero tampoco aquí hay influencia clásica directa, porque Berceo siguió textos latinos medievales, no clásicos. Dentro del mester de clerecía las dos obras que más claramente son muestra de pervivencia clásica son el Libro de Alexandre y el Libro de Apolonio. El primero, de entre 1230 y 1250, reelabora ampliamente obras anteriores sobre el tema, entre las cuales no sólo están las medievales europeas (como la Alejandreida de Gautier de Châtillon), sino que se emplea a Quinto Curcio, las Metamorfosis y las Heroidas de Ovidio, entre otros. El Libro de Apolonio remite a la Historia Apolloni regis Tyri, una obra del s. III que forma parte de las pocas novelas latinas que conservamos. Dentro de la prosa de estos dos siglos, el más importante ejemplo de pervivencia es la General Estoria de Alfonso X el Sabio. Tomando como hilo conductor los Cánones de Eusebio y san Jerónimo, incorpora materiales de Lucano, Estacio, Plinio el Mayor, y sobre todo, Ovidio. En cuanto al s XIV, la obra que más cantidad de influencia clásica manifiesta es el Libro de Buen Amor, compuesto por el Arcipreste de Hita Juan Ruiz. Si bien para esta obra se suele decir que empleó una comedia elegíaca latina, el Pánfilo, y a través de ella recibió el Ars amandi de Ovidio, parece que el autor conoció él mismo la obra ovidiana y la empleó en varios pasajes. La característica fundamental de la pervivencia en época medieval es la falta de una ruptura con el mundo antiguo. Los medievales se consideraban a sí mismos como descendientes directos de los antiguos romanos, y por tanto, carecían del distanciamiento del que nació después el respeto. Hay varios pasajes que ejemplifican excelentemente esta visión medieval, como el pasaje de la General Estoria, en la que se dice: Allecto, Thesiphone et Meiera. E es este nombre Allecto conpuesto destas dos palabras: de a que dizie el griego por lo que nos los latinos dezimos sin en el lenguaie
  • 5. de Castiella, er latos en el griego otrossí por lo que dizen fo/gura en el castellano; onde Allecto tanto quiere dezir cuerno sin folgura..., donde llama poderosamente la atención ese nos los latinos. Otro ejemplo de manipulación medieval de los textos antiguos es la adaptación, más que traducción, de la Bucólica IV de Virgilio por parte de Juan del Encina. Los medievales, en suma, adaptaban la obra antigua y la cristianizaban moldeando la materia para su propio tiempo y circunstancia. 1.2.2- Renacimiento. Durante el s. XV llega el influjo del Trecento a la literatura castellana, con las ideas de Petrarca, Bocaccio y Dante, entre otros. Uno de los mejores representantes de pervivencia en esta etapa, conocida como Prerrenacimiento, fue Enrique de Villena (1384-1434), traductor de Virgilio, Cicerón y Vegecio, además de creador de importantes obras como Los doce trabajos de Hércules, el Tratado de la consolación o la Epístola a Quiñones, en las cuales se percibe claro influjo de la literatura clásica. No menos importante fue el Marqués de Santillana (1398-1458), en cuyas obras se mezcla pervivencia italiana y clásica, como en la Comedieta de Ponza, el Infierno de los enamorados o el Triumphete de Amor, en los que conviven Bocaccio y Petrarca con Virgilio y Ovidio. Juan de Mena (1411-1456), traductor de la Ilias latina, volvió su mirada a la literatura clásica de manera más evidente y erudita, como se aprecia en La Coronación, las Coplas contra los pecados mortales, o, por supuesto, en el Laberinto de Fortuna, su obra cumbre. Por último, hay que mencionar en este período a Fernando de Rojas (1470-1541), creador de La Celestina, en la cual de nuevo conviven tradición italiana y clásica, con Petrarca, Séneca, Terencio, Virgilio, Tibulo, etc. En el Renacimiento se produce un cambio de mentalidad. Aparece un gran respeto y admiración por la obra clásica, y la tendencia medieval a cristianizar y adaptar se va a atenuar. Durante esta etapa se combinan las tendencias italianas con un sentimiento patriótico, cristiano y moralizante, que se reforzará durante el Barroco. Aparecen las primeras grandes figuras durante este período, que suele dividirse entre los reinados de Carlos V y Felipe II.- En el ámbito del teatro tenemos a Bartolomé Torres Naharro (1485-1524), a Gil Vicente (1465-1536), Francisco López de Villalobos (1473-1549) y Hernán Pérez de Oliva (1497-1537). Torres Naharro y Gil Vicente se caracterizaron por cierta resistencia a la influencia italiana y la persistencia de elementos medievales. Con todo, en el primero se ve un claro influjo de la comedia de Plauto y la poética Horaciana en sus Propalladia, mientras que el segundo sólo incorpora temas como el mitológico en su Exhortación de la guerra o en su Auto de la sibila Casandra. Villalobos fue uno de los primeros autores de lo que se conoce como teatro humanístico, consistente en versiones muy eruditas más destinadas a la lectura de un público reducido, pero culto, que a la representación para el vulgo, como se puede apreciar en su Anfitrión. Pérez de Oliva, por su parte, alcanza mayor calidad con dos tragedias, la Electra y La venganza de Agamenón. El teatro humanístico, especialmente la tragedia, tuvo una gran cantidad de seguidores sobre todo durante el reinado de Felipe II, como consecuencia de la difusión de la Poética de Aristóteles. En tal línea estuvieron Fray Jerónimo Bermúdez (1530-1599) o Antonio Ferrerira (1528-1569). Por el contrario, Juan de la Cueva (1550-1610), aunque se inspire en Séneca u Horacio, tiene una técnica alejada del teatro clásico. En la poesía renacentista se produjo una auténtica revolución que llenó de gloria la literatura castellana. El influjo de Petrarca, Virgilio, Horacio y Ovidio caló hondamente
  • 6. en los poetas de este período, que alcanza una calidad nunca antes vista en la literatura castellana. En primer lugar, hay que destacar a Juan Boscán (1487-1542) y a Garcilaso de la Vega (1503-1536). Boscán, en su Fábula de Hero y Leandro, toma el testigo de Homero, Virgilio, Horacio y Ovidio entre otros, dando origen a una de las formas literarias más importantes de los ss. XVI y XVII: la fábula mitológica. Garcilaso, gran conocedor del latín y el griego, inaugura el uso de la estrofa denominada lira, para poder componer a la manera de las estrofas de Horacio, su principal inspiración, pero no única, ya que también sigue la estela de Catulo, Ovidio y Tibulo. También es el primero en elaborar el soneto, otra de las principales formas poéticas para el relato mitológico. Asimismo hay que mencionar sus églogas, consideradas su poesía de mayor calidad. Diego Hurtado de Mendoza (1503-1576) fue, de igual manera, un gran conocedor de la antigüedad clásica, e introdujo la epístola horaciana de contenido filosófico y moral. Por otra parte, Cristóbal de Castillejo (1490-1550) trató de resistirse a la métrica italianizante, como Gregorio Silvestre (1520-1569): uno y otro cultivaron la fábula mitológica. Otro de los grandes autores que ejemplifican el espíritu renacentista fue Fray Luis de León (1528-1591), quien logró combinar la tradición clásica, la influencia italiana y el espíritu cristiana, como se ve en su extraordinaria poesía castellana, influida por Virgilio, Horacio y Tibulo. La estela de Fray Luis fue seguida por la denominada escuela de Salamanca, cuyos máximos representantes fueron Francisco de Medrano (1570-1607) y Francisco de Aldana (1537-1578). De una tendencia contraria, en la que se trataba de unir tradición clásica y cultura popular fue la escuela sevillana, representada por Fernando de Herrera (1534-1597). Por último, hay que mencionar a Alonso de Ercilla (1533-1594), el autor más importante de épica culta, quien escribió la Araucana, tomando como principal modelo la Farsalia de Lucano. En la prosa, el género que más avanza es el de la didáctica. La forma del diálogo se vuelve muy común, siguiendo bien el modelo de Cicerón, si se quiere dar valor y prestigio a las ideas que se exponen, bien el de Luciano, caracterizado por el humor, la sátira y la heterodoxia. Los primeros prosistas que siguen esta línea fueron los hermanos Alfonso de Valdés (1490-1532) y Juan de Valdés (1499-1541), autores de obras como Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, del primero, o Diálogo de la lengua, del segundo. A Cristóbal de Villalón se le han atribuído obras tan importantes como El Crotalón, un diálogo antibelicista, o El Scholástico¸ trata la educación ideal de un universitario. Dejando a un lado la prosa didáctica, Pedro Mexía (1499-1551) presenta rasgos de César en su obra historiográfica Historia imperial y cesárea, y de Gelio, Macrobio o Plinio el Mayor en su Silva de varia lección, obra miscelánea de gran éxito en su época. También fue historiador, entre otros, Luis de Ávila y Zúñiga (1500-1564), creador del Comentario de la guerra de Alemania, en la que se percibe su buen conocimiento de los historiadores romanos. En cuanto a la novela pastoril tenemos a Jorge de Montemayor (1520-1561), creador de Los siete libros de Diana, y a Gaspar Gil Polo (1540-1585), autor de Diana enamorada. Por último, cabe destacar que durante el Renacimiento la prosa de ficción tuvo un notable éxito. El Lazarillo de Tormes, o El Patrañuelo, de Juan de Timoneda, son sólo un par de muestras de una línea de pervivencia cuya importancia radica en que será una de las que maneje Miguel de Cervantes, y que asegura la pervivencia de Apuleyo, entre otros autores.
  • 7. 1.2.3- Barroco. Mientras que el Renacimiento ha sido habitualmente considerado como algo importado, el Barroco siempre se ha visto como la intensificación de ciertos rasgos propios del carácter hispano. Durante esta época España pierde la hegemonía política, que pasa a Francia. Se inicia una etapa en la que el desengaño rompe la armonía renacentista para dar lugar al desequilibrio propio del Barroco. La literatura clásica se empieza a emplear para buscar el contraste, la novedad, el desequilibrio. Triunfa un enfoque burlesco y satírico, a través del uso exagerado del ornato. El soneto, la fábula mitológica y el teatro se consagran como vehículos principales de la pervivencia. Los clásicos que se imitaban en el Renacimiento, Virgilio, Horacio y Ovidio, siguen funcionando como modelos, pero se incorporan a la lista los autores de época imperial: Séneca, Lucano, Juvenal, Marcial, Apuleyo, etc. En el teatro se produce un giro. Si bien en época renacentista predominaba un teatro culto, dirigido a un público reducido, en el teatro barroco se regresa al gran público y a lo popular, pero sin abandonar las reminiscencias clásicas. Ello se refleja muy bien en el autor más importante de teatro de esta etapa, Lope de Vega (1562-1635), en cuyas obras se percibe la herencia de Ovidio o Apuleyo, entre otros, como en Adonis y Venus, El marido más firme o El amor enamorado. La estela de Lope es seguida por autores como Guillén de Castro (1569-1631) y Tirso de Molina (1571-1579), en los cuales el legado clásico es menor, porque se creía que con Lope el teatro castellano había finalmente superado al antiguo. También de gran importancia fue Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), quien manejó más o menos los mismos autores, como en Ni Amor se libra de amor o Céfalo y Procris, y configuró el género de la zarzuela. La poesía de esta etapa se divide en dos grandes corrientes. La primera, siguiendo la estela de Fray Luis de León, buscaba una expresión sobria, como su contenido. Así, tenemos en esta línea a Juan de Arguijo (1567-1622), quien compuso una serie de sonetos que recuperaban pasajes de la Eneida, o Rodrigo Caro (1573-1647), imitador de Ausonio y compositor de la célebre Canción a las ruinas de Itálica, en la que pervive Propercio. Cierran esta corriente Los hermanos Leonardo de Argensola, Bartolomé Juan (1561-1631) y Lupercio (1559-1613), y esteban Manuel de Villegas (1589-1669), en quienes el autor más presente fue Horacio, pero también Persio, Juvenal y Marcial. La otra gran corriente es la denominada poesía culterana, caracterizada por recargar la forma con gran cantidad de recursos y dificultar la comprensión. Esta forma de poesía se preconfigura con Luis Carrillo y Sotomayor (1582-1611), quien escribió un Libro de erudición poética, inspirado por Quintiliano y que sienta las bases de la poesía culterana. El autor de mayor importancia dentro de este movimiento, es, evidentemente, Luis de Góngora (1561-1627), quien debe mucho a la poesía clásica, al emplear profusamente la mitología en sus metáforas y cultismos, siendo deudor principalmente de Ovidio, pero también Virgilio. Los seguidores más importantes de Góngora fueron Juan de Jáuregui (1583-1641) y Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), de los cuales el primero emplea a Horacio, Marcial y Lucano. Mención aparte y propia merece el gran autor de la época, Francisco de Quevedo (1580- 1645). Su extraordinaria cultura se percibe en sus dos grandes tipos de composiciones. Por un lado, tenemos obras de carácter meditativo y serio, en las cuales pesa el pensamiento de Séneca, y por otro, las de tipo satírico, en las que aparecen trazas de Horacio, Persio, Juvenal, y sobre todo, Marcial. De su producción poética destacan los Sonetos morales, mientras que en prosa tenemos la Doctrina moral, la Doctrina estoica, o el De los remedios de cualquier fortuna como ejemplos de pervivencia senequiana.
  • 8. Con todo, la corona se la lleva el insuperable Miguel de Cervantes (1547-1616), en quien pervive la novela antigua y Apuleyo, como en La Galatea o las Novelas ejemplares, y por supuesto, en el Quijote. Otros ejemplos de pervivencia en Cervantes son Virgilio, Ovidio, y en fin, muchísimos otros más. Otros autores de prosa que también hubo en este período fueron Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648) o Francisco de Moncada (1586-1635), entre otros. Del primero tenemos la Idea de un príncipe político-cristiano en cien empresas¸ en la que de nuevo aparece Séneca, y del segundo la Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos, donde se percibe la huella de Salustio y Tácito. 1.2.4- Neoclasicismo y Romanticismo. Durante el s. XVIII llegan nuevos aires procedentes de Francia. Se produce un intento de regresar a la armonía renacentista, pero demasiado cargado de artificialidad. Las obras de esta etapa, demasiado sometidas a normas y reglas literarias, carecen de la auténtica vida que se percibía en las obras renacentistas. Como resultado, se producirá un hastío que desembocará en un movimiento contrario, el Romanticismo. En el teatro del s XVIII la zarzuela se consagra como espectáculo cortesano. En este tipo de teatro destaca José de Cañizares (1676-1750), autor de obras cuya trama trata el galanteo, como Acis y Galatea o El rapto de Ganímedes. Nicolás Fernámdez de Moratín (1731-1780) se mostró como el mayor partidario del teatro francés, como declaró en sus desengaños al teatro españoly demostró con Lucrecia. El autor de mayor éxito en la época fue Vicente García de la Huerta (1734-1787) gracias a su obra Raquel, y se ve en él pervivencia de Sófocles en El Agamenón vengado. A su vez, Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) es el mejor representante de la comedia neoclásica, al seguir las leyes de las tres unidades y buscar un fin moralista en La derrota de los pedantes y El sí de las niñas, obras con las que fija el patrón de la comedia clasicista del XIX. En el caso de la poesía el acercamiento al Neoclasicismo se produce durante el segundo tercio del XVIII tras la Poética de Luzán, con los autores José Antonio Porcel (1715- 1794) y Alonso Verdugo y Castilla (1703-1767), autores el primero de El Adonis y el segundo de fábula de Alfeo y Aretusa, en las cuales se emplea a Ovidio, pero también a Garcilaso y Góngora. José Cadalso (1741-1782) también muestra influencia de Garcilaso junto a Quevedo, Horacio y Ovidio en sus obras, recogidas en Ocios de mi juventud. En esta época la fábula alcanza gran calidad con Juan de Iriarte (1750-1791) y Félix María Samaniego (1745-1801). En las Fáulas literarias del primero se detecta la presencia de Horacio, Esopo y Aristóteles, y buscan ante todo atacar a sus enemigos literarios. Por el contrario, las Fábulas morales del segundo tienen un fin eminentemente didáctico, siguiendo la estela de La Fontaine, pero sin perder de vista a Esopo y Fedro. Juan Menéndez de Valdés (1754-1817) merece ser recordado por sus odas anacreónticas, en las que pervive la obra de Catulo, como en el grupo de tales composiciones que se denomina La paloma de Filis o el conjunto de poemas Los besos del amor. Se trata de poemas de gran vivacidad, lo que las diferencia de su época. Por último, hay que decir que durante esta etapa se cultivó habitualmente el epigrama, tomando como modelo a Marcial, y muchos de los autores mencionados trabajaron este género, como Samaniego, Iriarte o los Moratín. La llegada del Romanticismo a España es tardía, ya que produce tras la vuelta de los participantes en la Guerra de Independencia. Se distinguen, en general, dos tendencias.
  • 9. La primera consiste en una vuelta a la Edad Media y al Siglo de Oro, y la segunda tiene un carácter subversivo y liberal. En general, la literatura supone una ruptura con la tradición clasicista. La métrica tiene una libertad total, y los temas abandonan lo bucólico y la mitología, al preferir la historia, leyenda nacional y la intimidad. En el estilo se prefiere la vehemencia y expresividad al equilibrio. Sin embargo, muchos de los poetas románticos comienzan como clasicistas, y no abandonan completamente la tradición clásica. Se produce de cuando en cuando el llamado exotismo clasicista, que consiste en la inclusión esporádica de detalles o alusiones clásicas a lo largo del predominante romanticismo. Dos poetas románticos con detalles clasicistas son Juan Arolas (1805-1849) y Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). Arolas cultiva una poesía erótica en sus Cartas amatorias, con huellas de Catulo, Tibulo u Ovidio. Bécquer estudió en su juventud la literatura clásica y su primera poesía refleja la impronta de Horacio, que sigue vigente en sus Rimas, aunque también se percibe a Tibulo. La citada Guerra de la Independencia supuso además un resurgir de la épica culta, representada en este período por Ramón de Valvidares (1826), quien con su Iberíada sigue la estela de la Eneida, la Araucana y los Luisíadas. También pertenece a este subgénero Juan Anronio Ramis y Ramis (1746- 1819), autore de la Alonsíada. En cuanto a la fábula el autor más importante del s. XIX es Juan Eugenio de Hartzenbusch (1806-1880), y en cuanto al llamado Premodernismo, Manuel reina (1856-1905), autor de los Poemas paganos y de El jardín de los poetas, donde se hacen varias referencias a Catulo, Virgilio u Ovidio. En la prosa destacó Juan Valera (1824-1905), gran conocedor de la tradición clásica, algo excepcional durante la época, que supo valorarla y asimilarla. Compuso poesía con influjo de Catulo, Horacio y Propercio e hizo alguna que otra traducción. De su creación en prosa lo más importante es la novela Pepita Jiménez, en la que se aprecian pasajes relacionables con Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio, y otros. En cuanto a la obra de Benito Pérez Galdós (1843-1920), se pueden rastrear algunas citas y latinismos en sus Episodios nacionales y en Doña Perfecta. De igual manera ocurre con la producción de Leopoldo Alas “Clarín” (1852-1901), en la que también hay algún detalle clásico, pero no es lo habitual. En el ámbito del teatro se produce el triunfo del Romanticismo con Don Álvaro o la fuerza del sino, de Don Ángel de Saavedra, duque de Rivas (1794-1865), obra anticlásica por hechos como la ruptura de las unidades dramáticas, la mezcla de tragedia y comedia o la desenfrenada pasión. Tras este hito en la literatura, se observan pocos elementos clásicos en el teatro posterior. Hay casos aislados, como la Virginia de Manuel Tamayo y Baus (1829-1818), o la tragedia La muerte de César, de Ventura de la Vega (1807-1865), pero no muchos más.
  • 10. 2.-PERVIVENCIA DE LA PROSA FILOSÓFICA 2. 1.- La filosofía en Roma y su literatura. Neque enim hoc concesserim, rationem rectae honestaeque vitae, ut quidam putaverunt, ad philosophos relegandam, cum vir ille vere civilis et publicarum privatarumque rerum administrationi accommodatus, qui regere consiliis urbes, fundare legibus, emendare iudiciis possit, non alius sit profecto quam orator. Quare, tametsi me fateor usurum quibusdam quae philosophorum libris continentur, tamen ea iure vereque contenderim esse operis nostri proprieque ad artem oratoriam pertinere. “Pues no podría admitir que la teoría de una vida recta y honrada, como algunos pensaron, se deba dejar a los filósofos, porque aquel hombre, ciudadano de verdad, adecuado a la administración de lo privado y lo público, que pueda gobernar ciudades con sus consejos o cimentarlas con leyes, no puede ser otro que el orador. Por ello, aunque reconozco que voy a valerme de algunas ideas que se encuentran en los libros de los filósofos, sin embargo, puedo defender con verdad y justicia que tales cosas son asuntos y por sí mismas pertenecen al arte oratoria.” Tales frases escribe Marco Fabio Quintiliano, en torno al 94 d.C., en su proemio al libro I de la Institutio Oratoria. Como en ellas se puede leer, el autor parece dispuesto a defender su bando en una disputa entre oratoria y filosofía, que según él mismo, venía ya de antiguo. Pero, ¿a qué se debía esta larga controversia? El camino de la filosofía en Roma había sido accidentado hasta entonces. Su principal opositora había sido la oratoria, en una competición que se había jugado en el terreno de la educación. De una parte, la formación en oratoria y retórica había sido la educación tradicional desde la república, pensada para formar hombres de estado capaces de participar en la vida del foro, para lo cual era imprescindible tal tipo de educación. Por el contrario, la filosofía había sido vista como un camino hacia la vida interior del hombre, apartada de lo público. Tal oposición puso en conflicto dos rasgos del pensamiento romano: su profundo sentido del estado y la sensibilidad por la persona y sus derechos. Desde el contacto con la cultura helenística el proceso de emancipación del individuo y el interés por el mundo interior se habían acentuado, a la par que la expansión de Roma por el Mediterráneo exigía la fundamentación y precisión de Roma en el orden mundial y la historia. Por ello, en aquellas etapas de la historia romana en las que se intentaba definir o redefinir lo que era y debía ser Roma, tal inclinación hacia el propio yo en lugar de hacia la comunidad se percibió como una amenaza. Esta querella se reprodujo en varios momentos de la historia romana, y culminó en los siguientes hitos: en el 173 a.C. fueron expulsados los epicúreos Alceo y Filisco; en el 161 se prohibió la permanencia en la ciudad a los maestros de filosofía; en el 155 se despidió a la embajada ateniense formada por el académico Carnéades, el estoico Diógenes y el peripatético Critolao; y en los últimos años de su mandato, Domiciano ordenó la expulsión de Epicteto y otros sabios, por considerarlos elementos subversivos. Los primeros precursores de la filosofía en Roma fueron los poetas y dramaturgos, quienes inspiraron sus ideas en la Italia meridional y Sicilia. Así, por ejemplo, Ennio tuvo un “sueño pitagórico”, y tradujo al latín a autores como Epicarmo de Siracusa y Evémero de Messene. De igual manera, Accio o Pacuvio mostraron en sus dramas un
  • 11. tono ilustrado, así como reminiscencias de la tragedia de Eurípides, que suponían una introducción al mito y la filosofía. Por último, en la comedia de Terencio se encuentran profundas cuestiones éticas. Pero fue tras la victoria sobre Macedonia cuando realmente comenzaron a fluir las ideas filosóficas a Roma. Los primeros filósofos que apreciaron los romanos fueron Jenofonte y Sócrates, de quienes acogieron su sentido práctico y aprendieron que la filosofía es diálogo y tiene a la reflexión activa sobre sí mismos. Con el auge del círculo de los Escipiones se colocó un firme punto de apoyo para la filosofía, de igual manera que para el resto de aportaciones helenas. Fue por vía de este círculo aristocrático que llegaron a Roma las ideas estoicas, de la mano de Panecio, su discípulo Posidonio de Rodas, y Crates de Malos. De la escuela estoica se obtuvo la rígida moral y ética, compaginable con la supremacía del estado y el sacrificio del individuo. Fue con Catón el Joven con quien esta escuela se convirtió en el credo de los aristócratas republicanos, y que posteriormente se convirtió en la bandera de la resistencia senatorial durante los mandatos de los Julio-Claudios y los Flavios, para después llegar a ser la ideología del régimen con Marco Aurelio. Otras escuelas filosóficas también fueron acogidas en Roma. El escepticismo, representado por Filón de Larisa, y el academicismo, renovado por Antíoco de Ascalón, llegaron a la gran urbe y ejercieron su influencia sobre destacados personajes de la vida pública, como C. Aurelio Cota, L. Lúculo, L. Tuberón e incluso Cicerón. Menos populares fueron el peripatetismo, hacia el que se inclinaron M. Pisón y M. Licinio Craso, y el epicuerísmo, por el cual se vieron atraídos personajes del círculo de César y otros políticos como L. Calpurnio Pisón, así como los grandes poetas Virgilio y Horacio. La filosofía adoptó diversas formas en la literatura latina. El primer género que se ocupó directamente de esta materia fue la poesía didáctica, con el De rerum natura de Lucrecio. Con esta obra, dedicada a la exposición de las teorías epicúreas, se iniciaba una tendencia que continuaría a lo largo de toda la literatura filosófica, la de inclinarse más a la práctica de la meditación que a la indagación. Por norma general, la literatura filosófica estuvo pensada para servir a la cultura general y dirigida a un público amplio. La filosofía continuó su andadura literaria en diversas formas de prosa. El siguiente gran autor de literatura filosófica fue Cicerón, quien creó dos tipos de obras: ensayo y diálogo. Al primer tipo pertenece el De officiis, mientras que el segundo está más ampliamente representado, como veremos más tarde. Al contrario que Lucrecio, Cicerón no pretendía convertir a su público, sino que sirviéndose del diálogo presenta opiniones contrarias para exponer los grandes temas, ofreciendo una visión de conjunto de la filosofía helenística. Se trata de un diálogo más a la manera de Aristóteles que de Platón, ya que los diferentes interlocutores exponen sus opiniones mediante discursos de relativa longitud, no a través de preguntas y respuestas. La forma del diálogo filosófico cambió con Séneca, quien lo orientó en dos direcciones. Por una parte, compuso las epístolas filosóficas, y por otra, compuso una serie de tratados que conservaban algunos elementos del diálogo a la manera de la diatriba. Apuleyo recuperó el ensayo a la manera del De officiis, aunque con un carácter más cercano al compendio dedicado a los principiantes. Por último, Boecio trató la filosofía en una mezcla de prosa y verso.
  • 12. 2.2- Cicerón. El primer gran autor de prosa filosófica fue Marco Tulio Cicerón. Se puede decir, sin miedo a equivocarse, que Cicerón ha sido uno de los autores que más poderosamente ha influido en la historia del pensamiento y de la literatura occidental. Como veremos más adelante, su pervivencia es clara y constante, y en ciertos períodos, brillante. Un paso previo al estudio de su pervivencia, es examinar en líneas generales su vida, la relación de ésta con su producción literaria, y su estilo y pensamiento. 2.2.1- Vida, pensamiento, obra. Marco Tulio Cicerón nació el 106 a.C. en Arpinum, hoy Arpino, un municipio del Lacio situado a poco más de cien kilómetros al sudeste de Roma, que tiempo antes había sido una de las principales ciudades del pueblo volsco, hasta que en el 304 a.C. fuera conquistada y profundamente romanizada en lengua, vida y ambiente durante esos doscientos años. La gens en la que nació fue la de los Tulios, perteneciente al ordo equester, y por tanto, con gran nivel adquisitivo, aunque con pocas posibilidades en el campo político. Durante sus primeros años Cicerón destacó de tal manera en sus estudios que provocó los celos no ya de sus compañeros, sino de los padres de éstos. Posiblemente fue su gran talento natural lo que llevó a su padre a mudarse a un barrio del Esquilino en Roma, para asegurarle a él y a su hermano Quinto una buena formación. Gracias a sus buenas relaciones y contactos, el padre de Cicerón logró que éste quedara al cuidado de Quinto Mucio Escévola “el augur”, con lo que el joven Marco entraba en uno de los más prestigiosos círculos intelectuales y culturales, verdaderos expertos en el arte del derecho y muy influyentes en política. A la muerte de Escévola el augur en el 87 a.C., tomó el testigo de su tutela otro Quinto Mucio Escévola, “el pontífice”, quien a su vez murió el 82 a.C.. Bajo la tutela de uno y de otro adquirió una excelente formación al amparo de los más sobresalientes personajes de la sociedad romana. El propio Cicerón recordaría con gran aprecio estos primeros años y maestros en escritos como el De legibus o el De amicitia. Los primeros años del s. I a.C. fueron tumultuosos. En el 91 había comenzado la Guerra Social, que enfrentó a Roma con sus aliados itálicos, los socii. Cicerón participó en ella como tribuno del cónsul Pompeyo Estrabón durante el 89. Al año siguiente Lucio Cornelio Sila entró a sangre y fuego en Roma para hacerse elegir cónsul mientras su adversario Mario huía de la urbe. Al partir Sila para enfrentarse a Mitrídates del Ponto, Mario regresó en el 87 y ejecutó a muchos de sus adversarios políticos, entre ellos, aquel primer Escévola o el gran orador del momento, Antonio. En el 82 regresó Sila, quien inauguró su dictadura con mano de hierro, al establecer persecuciones, condenas a muerte y confiscaciones de bienes. Durante estos años, tras la vuelta de su militancia, Cicerón se dedicó al estudio y el aprendizaje, no sólo de retórica, sino también de filosofía, algo bastante novedoso en Roma. Aprendió griego y tradujo obras como el Económico de Jenofonte, los Fenómenos de Arato y algunos diálogos de Platón, entre los que se encontraba el Protágoras. Tales traducciones se han perdido, salvo la de los Fenómenos, pero tenemos noticia de ellas por los gramáticos del s. IV. En cuanto a su propia producción literaria, compuso el De inventione antes de los veinte años. Su primera actuación en el campo de la oratoria fue en el 81 a.C., en defensa de Publio Quintio. En ese juicio se enfrentaba por primera vez a Hortensio, el abogado más famoso de aquellos años, con quien luego trabaría una gran amistad. En el 80 volvería a
  • 13. escena en defensa de Sexto Roscio. Uno y otro discursos fueron reelaborados posteriormente, y los conocemos como Pro Quinctio y Pro Sexto Roscio Amerino. Tras estos primeros éxitos Cicerón se embarcó en el grand tour de la época, es decir, a Grecia, para completar definitivamente sus estudios de retórica y filosofía. Visitó Atenas, Rodas y Esmirna, donde estudió con los más destacados maestros del momento, como Posidonio. Durante este viaje le acompañó su hermano Quinto, y conoció a Tito Pomponio Ático, quien sería uno de sus mayores amigos, así como su editor. A su regreso, contrajo matrimonio con Terencia, quien le daría dos hijos: Tulia y Marco. Gracias a sus primeros logros como abogado, sus buenas relaciones con el ordo equester y los contactos que obtuvo de su matrimonio con la noble Terencia, Cicerón pudo comenzar su carrera política. Al cumplir treinta años en el 76 a.C. fue nombrado cuestor en Sicilia, donde destacó hasta tal punto por su brillante y justa administración, que los propios habitantes de la isla le encomendaron su primer gran caso: acusar a Gayo Verres. El proceso del 70 contra éste fue su primer gran éxito, tras el cual le lloverían las peticiones y empezaría a competir por el título de mejor orador de Roma. Las seis Verrinas fueron uno de los tres grandes bloques de discursos, que junto a las Catilinarias y las Filípicas, forman casi la mitad de los discursos conservados. El triunfo contra Verres le proporcionó el prestigio necesario para proseguir su ascenso en el cursus honorum, siendo edil en el 69 y pretor en el 66. Finalmente, logró alcanzar el consulado en el año 63. Era la primera vez en más de treinta años, desde Mario, que un homo novus lograba tal honor. Durante su consulado descubrió y desmanteló la conspiración que había urdido Lucio Sergio Catilina, para después ejecutar a sus partidarios en el fallido golpe de estado. Sus enemigos políticos aprovecharon ese error en el 58, cuando Publio Claudio Pulcro, quien había pasado a llamarse Clodio tras rechazar sus orígenes nobles, alcanzó el tribunado. Ese mismo año emitió una serie de leyes en la Asamblea de la plebe destinadas contra Cicerón, quien tuvo que exiliarse de Roma durante un año, hasta que una asamblea de mayor poder, los Comitia centuriata, revocó el exilio. Cicerón regresó a Roma el cuatro de septiembre del 57, ovacionado por el Senado y el pueblo. Los discursos que realizó tras su regreso destacan por sus ideas políticas, que anuncian el contenido del De republica, y también apuntan a un acercamiento político a César. Pese a ello, Cicerón tuvo que retirarse durante el primer triunvirato de César, Pompeyo y Craso, en la década del 60 al 50. Aprovechó este período para componer sus bellos tratados retóricos y filosóficos. El De oratore fue elaborado en el 55, y el De republica entre el 54 y el 51, cuando fue publicado. En el 52 compuso los tres libros del incompleto De legibus, que inicialmente había proyectado para ocupar ocho libros. Tras su mandato como procónsul en Cilicia, regresó a Roma el cuatro de enero del 49, sólo ocho días antes del estallido de la guerra civil entre César y Pompeyo. Pese a sus intentos de mediar entrambos y de mantenerse al margen, finalmente huyó de Italia y se unió a la facción pompeyana, de la cual se separó tras la derrota de Farsalia, a los dos años de haber comenzado el conflicto y dos años antes de su finalización en Munda. Esperó en el puerto de Brindis a César hasta su llegada en el 47, siendo éste ya vencedor indiscutible y dictador de Roma. Ese mismo año se divorció de Terencia. De esta época son el Brutus, Paradoxa stoicorum, Orator, De optimo genere oratorum y De partitione oratoria. También son del 47 los discursos Pro Marcello y Pro Ligario. En el 45 murió su hija Tulia, y como consecuencia, Cicerón se retiró a la soledad de su villa costera en Ástura, buscando paz en la filosofía. Compuso la Consolatio y el
  • 14. Hortensius, obras hoy perdidas, así como los Academica y el De finibus. Tras la creación de estas obras, en las que Cicerón examina y valora las diferentes escuelas filosóficas para discernir en qué consisten la verdad, la felicidad o la virtud, se dedica a las Tusculanae disputationes y al De natura deorum. Ya en el 44 escribe el De senectute y el De divinatione. Tras la muerte de César el 15 de marzo, y las siguientes semanas de caos y confusión, se ausentó de Roma para no regresar hasta Agosto, sin perder el contacto con los conjurados. El mismo año se produjeron los primeros enfrentamientos políticos con Antonio, con la creación de la primera y segunda Filípicas. En una nueva partida de Roma, a la que volvió en Diciembre, escribió el De officiis y el De amicitia, sus últimos escritos aparte de las restantes Filípicas. Con el auge de Octaviano tras la Guerra de Módena y su posterior alianza con Antonio y Lépido en el segundo triunvirato, quedaba sellada la suerte de Cicerón, quien fue asesinado en el mes de noviembre del 43 por un tal Herennio, centurión al servicio de Antonio. Se podría decir que Cicerón fue al latín lo que Cervantes al castellano. Marcó un nivel lingüístico tal que tras su producción sólo se podía escribir de dos modos: a la manera del propio Cicerón o contra su manera. Su contribución al latín a la hora de volcar términos griegos no fue jamás igualada por escritor alguno. Como se ha visto, fue un autor muy polifacético, que trató varios tipos de géneros, aunque con desigual fortuna. Así, por ejemplo, de su poesía nos han llegado de él obras menores (De consulatu suo), mientras que de oratoria, retórica y ensayo nos han llegado verdaderas obras maestras. En sus obras encontramos una acabada estructuración del texto. Fundamenta la prosa sobre el período, en especial el trimembre, para realizar una ordenación lógica, armónica y natural de las ideas, con gran sensibilidad psicológica y artística. Cicerón hace viajar al lector a través de las líneas de modo armonioso, a través de secuencias paratácticas e hipotácticas bellamente entretejidas. Cicerón, en su aspecto ético, sigue la estela del humanismo propio del Círculo de los Escipiones. Busca y pretende una concordia ordinum, en la que sapientia y elocuentia, otium y negotium, plebs y nobilitas alcanzan el sincretismo, la armonía y la multiplicidad. De ahí se deriva una contemplación previa a la acción, que se desarrolla en el ámbito de la cosmopoliteia. En cuanto a suu adscripción filosófica, no está demasiado clara. Aunque parece que se inclinó más por el academicismo, abundan en él ideas estoicas, peripatéticas y epicúreas, y hace gala de su gran conocimiento de todas ellas. En fin, la producción de Cicerón se puede dividir en tres cuatro bloques (dejando de lado obras menores como el De consulatu suo): oratoria, retórica, epistolario y obras filosóficas. Recapitulando lo ya dicho, tenemos tres períodos creativos en Cicerón, en cuanto a prosa filosófica y retórica se refiere3 . El primer período va del 89 al 82, el segundo del 55 al 45, y el tercero del 45 al 43 a.C. Al primer período no corresponde ninguna obra filosófica, tan sólo discursos y el De inventione. En el segundo período se enmarcan De republica y De legibus. En el tercero, el resto: De finibus bonorum et malorum, 3 La producción de los discursos se suele dividir en diez períodos: antes y después del viaje a Grecia(I, II), las Verrinas (III), pretura (IV), consulado (V), antes (VI) y después del exilio (VII), antes de la dictadura de César (VIII), durante la dictadura (IX), y tras la muerte de César (X).
  • 15. Academica, Tusculanarum disputationum libri, De natura deorum, De senectute, Timaeus, De divinatione, De fato, De amicitia, De officiis y Topica.4 2.2.2- Tradición y pervivencia. Las obras filosóficas de Cicerón han llegado con tradiciones diversas. En primer lugar, hay que decir que existió una colección que se transmitió en conjunto a través de los mismos manuscritos, compuesta por De natura deorum, De legibus, De divinatione, Timaeus, De fato, Topica, Paradoxa stoicorum, Academica (sólo el segundo libro) y De legibus. Los manuscritos más importantes de esta antología son el Leidensis Vossianus 84 (A; s. IX-X) y 86 (B; s. IX-XI); el Laurentianus S. Marci 257 (s. X) y el Vindobonensis 189 (s. X). En cuanto al De republica, aparte de una gran cantidad de transmisión indirecta, y de que el Somnum Scipionis tuvo su propia tradición por separado, el manuscrito más importante es el palimpsesto que Angelo Mai redescubrió en 1822, el Vaticanus Latinus 5757, única fuente para los fragmentos conservados de los libros I-V. Los diálogos más importantes, como De amicitia, De senectute y De officiis, están muy bien representados, todos con manuscritos que se remontan al s. IX (Codex Diotianus deperditus y Monacensis 15514 para De amicitia, Parisinus 6332 y Leidensis Vossianus O. 79 para De senectute, y Harleianus 2716 para De officiis, que incluso tiene tres familias textuales). Ya en la propia antigüedad Cicerón dejó una gran huella. Como se ha dicho antes, su nivel formal le llevó a sentar un precedente semejante al de Virgilio en la poesía, que no podía ser ignorado por los autores posteriores. Los que se ocuparon de la retórica colocaron la figura de Cicerón en un alto pedestal, como ocurre con Séneca el Mayor y Quintiliano. Dice así Séneca el Mayor, contraponiendo la declamación de su época con la verdadera oratoria de Cicerón: Declamabat autem Cicero non quales nunc controversias dicimus, ne tales quidem quales ante Ciceronem dicebantur, quas thesis vocabant. Hoc enim genus materiae, quo nos exercemur, adeo novum est, ut nomen quoque eius novum sit. Controversias nos dicimus: Cicero causas vocabat. “Lo que Cicerón declamaba no era como lo que ahora denominamos “controversias”, ni siquiera como las llamadas “tesis” que se pronunciaban antes que él. Pues este tipo de material, del que nos valemos, es tan reciente que también su nombre es reciente. Nosotros lo denominamos “controversias”: Cicerón lo llamaba “causas”. Controversiae, I, proem. 12. Vemos aquí a Séneca tomando a Cicerón como un referente de la oratoria, como el eje a partir del cual medir la historia de ese arte y su enseñanza. En cuanto a Quintiliano, le cita multitud de ocasiones en la Institutio oratoria, y le concede el honor de haber sido el orador más perfecto (la meta que se persigue en la propia Institutio). En el libro II, al exponer cuáles son los autores que deben leer los alumnos principiantes, dice así el de Calahorra: Cicero, ut mihi quidem uidetur, et iucundus incipientibus quoque et apertus est satis, nec prodesse tantum sed etiam amari potest: tum, quem ad modum Liuius praecipit, ut quisque erit Ciceroni simillimus. 44 Además, hay que incluir las obras que nos han llegado fragmentariamente o que se han perdido: Hortensius, De gloria, De virtutibus, De auguriis, De iure civile in artem redigendo.
  • 16. “Cicerón, a mi parecer, también es agradable y comprensible para los primerizos, y no sólo les puede serles favorable, sino incluso llegar a ser amado por ellos. Después, como indica Livio, otros, mientras sea cada uno lo más parecido posible a Cicerón”. Institutio oratoria, II, 5, 20. Es decir, que no sólo es la mejor lectura para los alumnos, sino que es la medida para saber cuáles deben ser leídos, siempre en el caso de la prosa. En un pasaje posterior, tratando una etapa más avanzada de la educación, llega a decir: ille se profecisse sciat, cui Cicero valde placebit, “que sepa que ha progresado ése al que le agrade Cicerón” (X, 1, 112). En épocas posteriores hay que tener en cuenta que Plinio el Mayor y Tácito le tienen presente. En el caso de Tácito está claro que, como Séneca el Joven, escribe contra la manera de Cicerón, pero no hay que olvidar su Dialogus de oratoribus. Ya en época cristiana Minucio Félix y Lactancio siguen sus diálogos, y los apologistas emplean abundantemente el De natura deorum En la literatura más tardía (IV-V), Ambrosio de Milán trata de dar un nuevo sentido al De officiis, buscando en la exposición de lo honestum frente a lo utile de Cicerón argumentos compatibles con la moral cristiana. Agustín de Hipona en sus Confessiones, dice: Inter hos ego inbecilla tunc aetate discebam libros eloquentiae, in qua eminere cupiebam fine damnabili et ventoso per gaudia vanitatis humanae. et usitato iam discendi ordine perveneram in librum cuiusdam Ciceronis, cuius linguam fere omnes mirantur, pectus non ita. sed liber ille ipsius exhortationem continet ad philosophiam et vocatur 'Hortensius'. ille vero liber mutavit affectum meum, et ad te ipsum, domine, mutavit preces meas, et vota ac desideria mea fecit alia. “Entre tales gentes yo, en tan tierna edad, aprendía los libros de retórica, en la que deseaba sobresalir con un fin perjudicial y vano, para el gozo de la vanidad humana. Y en el orden habitual de aprendizaje, descubrí cierto libro de Cicerón, cuya lengua casi todos admiraban, mas no su esencia. Este libro contiene una exhortración de aquél a la filosofía, y se llama Hortensis. Aquel libro cambió mi ánimo y dirigió a ti, Señor, mis súplicas, y mis deseos y anhelos hizo que fueran otros.” Confessiones, III, 4. En este pasaje se nota la alta estima que San Agustín tuvo por la obra filosófica de Cicerón, y cómo se percibía en sus obras cierta carga cristiana, derivada de su contenido moral y ético. El mismo autor, en De civitate Dei, II, 21, realiza un pequeño resumen del De republica. También tienen pervivencia de Cicerón su Contra académicos, De vita beata y otras obras. Durante época medieval, hasta el Renacimiento carolingio, la tendencia general fue la realización de antologías, como la de Cicerón en la obra de Hadoardo, quien crea una compilación de gran extensión que demuestra que disponía de los tratados filosóficos. Con la llegada de Carlomagno, Cicerón vuelve a ser considerado como modelo de estilo cuidado, como se puede apreciar en la obra de Loup de Ferrières, quien sigue su estela en Epistulae o el Liber de tribus questionibus. Su popularidad aumenta durante el s XI y culmina en el XII con Juan de Salisbury y Otón de Freising. Se trata de un autor bien conservado y muy leído, por su alta calidad y por formar parte del canon educativo, pero sólo en parte, ya que las epístolas, por ejemplo, eran muy raras y había pocos ejemplares. Su permanencia queda asegurada con su presencia en el Florilegium Gallicum.
  • 17. En el s. XIII encontramos la presencia del Somnum scipionis en el Roman de la rose, obra conjunta de Guillaume de Lorris y Jean de Meung. No es un caso de pervivencia directa, ya que Guillaume de Lorris conoce el fragmento del De republica a través del comentario de Macrobio. Dice así el inicio del Roman de la rose: Cy est le rommant de la rose ou tout l'art d'amour est enclose Maintes gens vont disant que songes Ne sont que fables et mensonges Mais on peult tel songe songer Qui pourtant n'est pas mensonger Ains est apres bien apparent Si en puis trouver pour garant Macrobe ung aucteur treaffable Qui ne tient pas songes a fable Aincoys escript la vision Laquelle advint a Scipion “Éste es el romance de la rosa, en el que se encuentra todo el arte de amar. Muchos dirán que los sueños no son más que cuentos y mentiras. Mas se puede soñar un sueño que no sea mentira, sino que al final sea bueno. Puedo nombrar para mi argumento A Macrobio, un autor muy agradable Quien no tiene los sueños por cuento Sino que escribió la visión Aquella que le vino a Escipión.” En la segunda parte de la obra, que es la que escribe Jean de Meung, se emplean el De amicitia y el De senectute. A diferencia de Guillaume de Lorris, Meung era un escritor muy culto, conocedor de sus fuentes y modelos clásicos, como se aprecia en los versos si con Tulles le nous remembre/ou livre de sa Rethorique,/qui mout est sciance autantique (vv. 16166-16168), donde se menciona específicamente a Cicerón como Tulles. En este mismo siglo XIII, en Italia, Dante Alighieri compone su Divina Comedia. Influye sobre esta obra también el Somnum Scipionis, al tratarse también de una visión del más allá, y de nuevo aparece mencionado Cicerón por el nomen: Tutti lo miran, tutti onor li fanno: quivi vid’ïo Socrate e Platone, che ’nnanzi a li altri più presso li stanno; Democrito che ’l mondo a caso pone, Dïogenès, Anassagora e Tale, Empedoclès, Eraclito e Zenone; e vidi il buono accoglitor del quale, Dïascoride dico; e vidi Orfeo, Tulïo e Lino e Seneca morale;
  • 18. “Todos lo admiran, todos le honran, allí vi a Sócrates y a Platón, que más cerca suyo que los otros están. Demócrito que el mundo del acaso pone, Diógenes, Anaxágoras y Tales, Empédocles, Heráclito y Zenón, Y vi al buen apreciador de cualidades digo a Dioscórides: y vi a Orfeo, Tulio y Lino y Séneca moral” (Infierno, IV, 133-141). Con la llegada del Trecento a Italia, y el nacimiento del humanismo, Cicerón pasa a ocupar un lugar verdaderamente privilegiado. Considerado por los primeros humanistas como el perfecto ejemplo de qué debe ser el latín, se produce cierto desencanto al redescubrir sus cartas y comprobar que no es oro todo lo que reluce. Pero aún así, Cicerón queda como modelo de buen latín, y su pensamiento despierta gran interés. De nuevo, el Somnum Scipionis es el pasaje más empleado, por ejemplo, por Petrarca en I Trionfi, además de emplear ciertos pasajes de la Eneida. La admiración por Cicerón la compartieron Coluccio Salutati, quien tuvo en su biblioteca un ejemplar de sus cartas, y Leonardo Bruni, quien le tuvo como gran modelo al tratar de devolver al humanismo su carácter republicano y laico de los inicios. Dentro de la literatura inglesa Chaucer emplea una vez más el Somnum Scipionis en su Parliament of Fowls, donde se dice así en el prólogo de la obra: This book of which I make of mencioun, Entitled was al thus, as I shal telle, 'Tullius of the dreme of Scipioun.'; Chapitres seven hit hadde, of hevene and helle, And erthe, and soules that therinnr dwelle, Of whiche, as shortly as I can hit trete, Of his sentence I wol you seyn the grete. (vv. 29-35) Ya en la literatura española, se sigue la tendencia de emplear el famoso pasaje del De republica. Así lo hace Bernat Metge (1340-1413) en El sueño, la primera manifestación de prosa prehumanistica en España, en la que muestra grandes conocimientos de los clásicos. En el mismo ámbito catalán aparecen los primeros traductores de Cicerón, como Ferrán Valentí, quien traduce los Paradoxa stoicorum, o Antonio Canals, con el De providentia. Durante el s. XV siguen los estudios y ejemplos de pervivencia de Cicerón. Alonso Fernández de Madrigal (1410-1455) emplea profusamente el De natura deorum en su obra Sobre los dioses de los gentiles, en la cual también se detecta a Virgilio, Ovidio y San Agustín, además del Genealogia deorum de Bocaccio. Por ejemplo, en el siguiente pasaje se puede ver funcionando a la vez a Bocaccio y a Cicerón: La tercera Miverva es fija del Jupiter segundo, a la qual Tulio, libro De natura deorum, llama Tritonia e dize el mismo Tulio que esta fue la que fallo las guerras e dizen que es hermana de Mars e algunos la llamaron Bellona: de esta fabla Stacio poeta en la Thebayda. Algunos pensaron esta Minerva que falló las guerras ser aquella Minerva que nascío dc la cabeça de Jupiter; e no es ella, mas los gentiles la pusieron por dos deesas e dieron cosas diversas. ca a la
  • 19. primera Minerva dixeron ser vírgen e sin marido; a ésta que falló las guerras ponen ser casada e danle fijos ea, segun afirma Tulio, libro De natura deorum, ésta parió el primero Apolo. scyendo preñada de Vulcano, fijo de Celio. (Texto de Madrigal). Minerva, non ea cui cognomen Trytonia fuit, Iovis secundi fuit filia, ut scribit Tullius de Naturis deorum; quam idem Tullius inventricem asserit fuisset bellorum atque principem, et ob id a nonnullis Bellona appellata est; et soror Martis et auriga, ut testan videtur Statius dicens… Nec ea fuit hec quam veteres virginem et sterilem asseruere, quin imo, ut idem dicit Tullius. ex Vulcano, Celi filio antiquissimo, Apollinem primum peperit.(Texto de Bocaccio). Mientras, el De amicitia es traducido por el Marqués de Santillana con la ayuda de Nuño Guzmán, y se sabe que poseyó un ejemplar del De officiis. También Enrique de Villena trabaja a Cicerón, y en Los proverbios para la educación del príncipe Don Enrique de Iñigo López de Mendoza se pueden encontrar pasajes no sólo de Cicerón, sino también de muchos otros autores, como Sócrates, Platón, Aristóteles, Terencio, Virgilio, o San Agustín. Alonso de Cartagena tradujo los diálogos De oficiis y De senectute. Como ya se dijo antes, en época renacentista el diálogo es la forma más empleada de la prosa. De sus dos vertientes, la ciceroniana es la que se empleó a la hora de dar prestigio y valor a las ideas que se querían exponer. Así ocurría con los de los hermanos Alfonso de Valdés (1490-1532) y Juan de Valdés (1499-1541), autores de obras de Diálogo de las cosas ocurridas en Roma el primero y del Diálogo de la lengua el segundo. Siguió con la labor de traductor Francisco Támara al verter al castellano De amicitia y De senectute, las mismas obras que tradujo Thomas Newton treintaiún años después en 1577. En cuanto a las cartas, las tradujo Pedro Simón Abril. En épocas más modernas Cicerón ha seguido siendo apreciado, por pensadores de la talla de Lutero, Hume, o Voltaire. Con la llegada de la Revolución francesa y la necesidad del debate para un gobierno no monárquico, el prestigio de la oratoria sacó de nuevo brillo al nombre de Cicerón. A comienzos del s. XIX es redescubierto, como ya se ha dicho, el De republica, oculto en un palimpsesto, gracias al cardenal Angelo Mai. Con motivo de tan feliz hallazo, Giacomo Leopardi le dedica uno de sus Canti, el Ad Angelo Mai quand'ebbe trovato i libri di Cicerone della Repubblica, sin hacer mención del propio Cicerón o del De republica en todo el poema. Durante el siglo XX la pervivencia de Cicerón se ha visto reducida al campo de la novela histórica. Es el caso de La columna de hierro, de Taylor Cadwell, El sueño de Escipión, de Iain Pears, o las obras pseudopolicíacas de Ron Burns. Sobre la novela histórica y Cicerón, consúltese el trabajo de J. M. Baños al respecto. En general, la pervivencia de Cicerón ha sido constante, con mayor o menor influjo, pero segura. Menéndez Pelayo, en su Bibliografía hispano-latina clásica, registra un total de ciento cuatro bibliotecas en las que se encuentran códices con obras de Cicerón, un total de setenta y siete ediciones, y ochenta y siete traducciones en castellano, diecinueve en portugués, tres en catalán y dos en euskera. 2.3- Séneca.
  • 20. 2.3.1- Vida, pensamiento, obra. Lucio Anneo Séneca nació, por lo que se puede deducir de sus escritos, poco antes o poco después del inicio de la era cristiana (la fecha más probable es el 4 d.C.), en Corduba, ciudad de la provincia Bética en Hispania. Tanto su familia paterna, la de los Anneos, como la materna, la de los Helvios, descendían de antiguos colonos itálicos establecidos en la provincia. Pertenecían al ordo equester, por lo cual tenían un gran poder adquisitivo, y debían ser bastantes influyente en la vida política y social de la provincia. Su padre se llamó, como él, Lucio Anneo Séneca, y para distinguirlos se les llama Séneca el Mayor y Séneca el Joven. Su padre fue un afamado rétor de la época, del cual conservamos una obra fundamental para conocer la oratoria de la época, las Oratorum et rhetorum sententiae, divisiones et colores. Séneca fue el segundo de tres hermanos varones, siendo el mayor Marco Anneo Novato, llamado más tarde Marco Junio Galión por ser adoptado, y el menor Marco Anneo Mela, quien fue padre de otro de los grandes escritores del período neroniano, de Lucano. Muy probablemente Séneca pasó su primera infancia en su ciudad natal, pero se sabe que también se educó en Roma, donde su padre vivió largas temporadas. Aunque de su aprendizaje con el gramático mantuvo un mal recuerdo, las clases de filosofía con el neopitagórico Soción y el estoico Atala le entusiasmaron y cambiaron para siempre. Tras decidirse por la carrera senatorial, estudió con afán la retórica y leyó profusamente a los autores latinos, e incluso escribió algunos carmina. A la edad de veintitantos años se sabe que marchó a Egipto una temporada, buscando un clima más favorable a su delicada salud, afectada por problemas respiratorios. Allí le acogió su tía materna, esposa del prefecto de Egipto. Séneca aprovechó la estancia para escribir una obra etnológica sobre los egipcios. A su regreso de Egipto arranca su primera etapa política, bajo el mandato de Tiberio, ocupando el cargo de cuestor y por tanto accediendo al Senado. Durante esta época compone el De consolatione ad Marciam, De ira y otras obras sobre ciencias naturales. Durante el reinado de Calígula es ya seguro que fue senador, antes de la muerte de su padre en el 39. En este momento ya tiene cierto renombre, conocido en medios políticos y sociales como un gran orador. Ello se comprueba por el hecho de que Calígula hubiera pensado en ordenar su muerte. Séneca se libró cuando cierta favorita dijo al emperador que moriría pronto por la tisis. En el 41, ya bajo el gobierno de Claudio, Séneca fue acusado de adulterio con Julia Livilla, una de las princesas imperiales, y exiliado a Córcega. Allí permaneció recluido unos largos ocho años. De esta etapa son el De consolatione ad matrem Helviam y De consolatione ad Polybium, obras en las que se respira ya un espíritu estoico, con ideas defensoras de un gobierno al estilo de Augusto, opuesto al absolutismo de Claudio. Tales ideas llamaron la atención de la nueva esposa de Claudio, Agripina, quien hizo llamar al filósofo para que se encargara de la tutela de su hijo Nerón, quien asciende al trono en el 54. Como preceptor del princeps, y después como consejero, Séneca participa del gobierno activamente, y ello se nota en la paz, eficacia y buena administración de los primeros años de Nerón, quien había retomado el modelo de
  • 21. Augusto. De este período son la Apocolocyntosis divii Claudii, De brevitate vita, De tranquilitate animi, De constantia sapientis, De vita beata, De clementia. Con el asesinato de Agripina comenzó una etapa muy diferente en el gobierno de Nerón. Rodeado de males consejeros, el gobierno del emperador degeneró en una dura tiranía, marcada por el absolutismo y la crueldad. La muerte de Burro no hizo más que agudizar la mala situación, con el ascenso de Tigelino y Popea. De esta etapa son De otio y De providentia. En el año 62, tras haber ofrecido su renuncia a un puesto en el consilium principis, que Nerón le negó, Séneca no pudo soportar más el saqueo al que sometió el emperador a Italia y las provincias para reconstruir Roma tras el incendio. Tras retirarse de los círculos palatinos y la política activa, Séneca procuró ausentarse de la ciudad tanto como le fue posible, algo que no le sentó especialmente bien al príncipe. Durante este retiro, que duró tres años, Séneca compuso las Questiones naturales, De beneficiis y las Epistulae morales ad Lucilium. El emperador no se atrevió a acabar con su vida hasta el 65, año en que se produjo la Conjura de Pisón. Como a tantos otros opositores al gobierno tiránico, Séneca fue muerto so pretexto de haber participado en la revuelta. El delator que le involucró en la conjura para salvar su propio pellejo fue Antonio Natalis, consciente de la enemistad entre el emperador y su antiguo maestro. Se cuenta que, un tribuno, despachado para encargarse de Séneca se hizo acompañar de un pelotón de soldados, con el que rodeó la finca y se montó guardia para impedir la huida. Mientras, el tribuno se entrevistó con el filósofo, quien al responder a las preguntas del militar, demostró su inocencia. El mismo tribuno en persona se encargó de referir lo ocurrido al emperador. Sin embargo, éste no se contuvo y ordenó ejecutar a Séneca. El tribuno, al volver a la finca, en presencia de Popea y Tigelino, se negó a entrar, mandando a uno de sus centuriones a comunicar la pena de muerte a Séneca. Séneca se quitó la vida en abril del 65. Después que se le negara la oportunidad de hacer testamento, el filósofo dijo a sus familiares y amigos presentes que, ya que no se le permitía mostrar su agradecimiento a quienes lo merecían, les daría como herencia lo único que le quedaba, la imagen de su vida, como recuerdo y guía para la plenitud espiritual. Resumiendo lo dicho, los períodos creativos de Séneca son tres. El primero de ellos, llamado de juventud, abarca hasta su regreso de Egipto, y trata sobre todo temas de ciencias naturales, a los que regresa más tarde. El período intermedio ocupa hasta su regreso del exilio, y podemos subdividirlo en una primera etapa, bajo el mandato de Calígula, y una segunda, bajo Claudio. Durante estos años trabaja las primeras obras de filosofía y las consolationes. Tras su retorno de Córcega, comienza la etapa madura, que de nuevo, se divide en durante y después de su actividad política. Corresponden al primer subperíodo la mayor parte de la producción filosófica, y al segundo, el epistolario y las Quaestiones naturales. En cuanto a las tragedias, se suele decir que corresponden a los años del exilio. Su obra filosófica la podemos dividir en varios bloques: consolationes, epístolas, y diálogos. Las consolationes se diferencian por ser diatribas, es decir, discursos o ensayos de extensión media dirigidos a personas concretas a propósito de un hecho concreto. Se puede distinguir en ellas dos partes: una primera, con tópicos y preceptos para calmar el
  • 22. dolor por una desgracia concreta; y una segunda, a base de exempla sobre cómo sobrellevar el dolor. Las epístolas son un total de 124 cartas dirigidas a Lucilio, amigo, y en cierto modo, discípulo de Séneca. En ellas Séneca va contestando a las dudas y cuestiones que le plantea su corresponsal, tratando de emplear la filosofía, ante todo estoica, para guiarle en el camino de la vida. Su gran belleza literaria y de pensamiento hace de las epístolas la obra más importante de este autor. Por último, los denominados diálogos consisten en una serie de tratados o ensayos en los que se exponen diferentes aspectos del estoicismo a propósito de tal o cual tema. De extensión variada, en ellos Séneca emplea el conocido método del interlocutor imaginario, recurso mediante el cual el propio autor va planteando interrogantes y objeciones a la reflexión para que ésta se desarrolle y crezca. El estilo de Séneca se encuadra dentro del cambio estético que acontece durante la llamada Edad de Plata. En general, a diferencia de los autores republicanos y augústeos, en época post-julioclaudia los modelos y fuentes a superar no van a ser griegos, sino romanos. Los géneros se reconfiguran y transforman, y la lengua busca la independencia frente a Cicerón y Virgilio, desembocando en un barroquismo propio de la época, en el caso de Séneca, se caracteriza por un bello efecto de stacatto, un poco lejano del armónico fluir de Cicerón. El nuevo régimen de gobierno supone una nueva relación con el poder por parte de la literatura, que puede oponerse o ser partidaria del emperador de turno. Por último, se produce una atomización, es decir, las partes de las obras comienzan a ser más independientes e importantes que el conjunto, como en el caso de las epístolas. Séneca, en cuanto a su pensamiento, es el pensador más importante en lengua latina desde Cicerón, y mantiene tal título sin disputa hasta la llegada de San Agustín. Es el gran filósofo estoico, con el que triunfa esta escuela definitivamente. Se trata de la punta del iceberg, ya que el estoicismo se convierte en la bandera de la oposición senatorial durante los gobiernos de las dinastías Julio-Claudia y Flavia, como bien atestigua, entre otros, Tácito. Durante el gobierno de la dinastía Antonina, que recupera la antigua armonía entre Senado y princeps, el estoicismo llega al trono, como prueba el hito de las Meditaciones de Marco Aurelio. A la larga, esta escuela que se fundamenta en Séneca llega a ser el punto de anclaje en que se apoya el cristianismo en Roma. 2.3.2- Tradición y pervivencia. La mayor parte de los diálogos se transmitieron juntos. El códice más antiguo es el Medilanensis Ambrosianus C. 90 (s.XI), del que derivan otros que le completan allí donde es ilegible. Los diálogos De beneficiis y De clementia se conservan en el Vaticanus Palatinus 1547 (s.VIII) y del Vaticanus Regin. Latinus 1529 (IX), del que derivan más de trescientas copias posteriores. Es un caso muy particular en la historia de la crítica textual, ya que al conservarse el arquetipo, se puede estudiar y apreciar con detalle la historia de la corrupción del texto. En cuanto a las epístolas, se han transmitido en dos grupos separados. Las cartas 1-88 y 89-124 tienen sus propias tradiciones, con varias familias cada una. Los manuscritos más antiguos son, del primer grupo, el Parisinus lat. 8540 (IX), y del segundo, el Bambergensis Class. 46 (IX). El influjo de Séneca se percibe muy claramente en la propia antigüedad. El caso más evidente es el de Tácito, quien además de verse fuertemente influido por su estoicismo, narra el episodio de su muerte en Annales, XV, 60-64. Quintiliano, como seguidor del
  • 23. estilo de Cicerón, y defensor de la educación basada en la retórica en lugar de en la filosofía, polemiza con él y se debe defender de los seguidores de Séneca: Ex industria Senecam in omni genere eloquentiae distuli, propter vulgatam falso de me opinionem qua damnare eum et invisum quoque habere sum creditus. Quod accidit mihi dum corruptum et omnibus vitiis fractum dicendi genus revocare ad severiora iudicia contendo: tum autem solus hic fere in manibus adulescentium fuit. “A propósito he dejado aparte a Séneca en todo género de elocuencia, por el falso rumor extendido sobre mí, según el cual se cree que yo le condeno e incluso le aborrezco. Me sucede esto justo cuando intento que la elocuencia, corrupta y quebrada por todo tipo de vicios, vuelva a unos criterios más estrictos; cuando sólo él ha estado en manos de los jóvenes.” Intitutio oratoria, X, 1, 125. La crítica de Quintiliano sobre el estilo abrupto de Séneca se extiende bastante (128- 130), y la misma visión negativa se percibe en Frontón y Aulo Gelio. Sin embargo, esta visión negativa no perdura mucho. En épocas más tardías, Séneca es apreciado por su elevada carga moral, y en época cristiana es muy leído por los padres de la Iglesia. Tertuliano le considera muy cercano, Seneca saepe noster, dice (De anima, 2, 682). Lactancio le considera todo un prodigio en cuanto a su inteligencia: omnium stoicorum acutissimus (Div. Inst. II, 8, 23), qui volet scire omnia, Senecae libros in manut sumat (V, 9, 19). De hecho, se le intenta cristianizar. El propio Lactancio dice que Séneca habría sido cristiano de haber podido: potuit ese verus dei cultor, si quis illi monstrasset (VI, 24, 13-14) Aparecen unas cartas apócrifas entre él y San Pablo, basándose en la noticia de que el hermano mayor de Séneca, Galión, se encontró con el santo (Hechos de los Apóstoles, 18, 12-17). Mientras el Imperio se mantuvo, el conocimiento de Séneca fue amplio y seguro, y perduró sin problemas mientras hubo cierta homogeneidad cultural. Sirve como ejemplo el que San Agustín, criticando al inculto Fausto, diga que legerat aliquas Tullianas orationes et paucissimos Senecae libros (Conf. V, 6, 11), es decir, que todo el mundo tenía acceso a él. Pero ya en el s IV comienza a perderse en el olvido, como atestigua el que Sidonio Apolinar (430-488) confunda a Séneca padre y Séneca hijo con dos autores, uno trágico y otro filosófico. Así dice: Non quod Corduba praepotens alumnis Facundum ciet hic putes legendum Quórum unus colit hispidum Platona Incassumque suum monet Neronem, Orchestram colit alter Euripidis… No esperes leer aquí la elocuencia que evoca Córdoba, sobresaliente en sus hijos, de los cuales uno cultiva al áspero Platón, y aconseja en vano a su discípulo Nerón, y el otro cultiva la orquesta de Eurípides…” (Carmina, 9, 230- 234) En cuanto a la poesía, pensamiento y su estilo se perciben en Lucano, Silio Itálico y Prudencia, así como en la Consolatio de Boecio. Desde finales de la Antigüedad hasta el s. XIII, no hay en España pervivencia de Séneca. A partir de ese siglo se reanuda después de que entren en la península códices procedentes de Francia e Italia. Las primeras noticias que tenemos son del reinado de
  • 24. Fernando III (1271-1252). En la biblioteca de Alfonso X el Sabio debió haber ya varios ejemplares, pues se detectan pasajes de Séneca en obras como las Siete Partidas. Ese mismo siglo aparecen algunas de las primeras traducciones, como la del De ira, por un anónimo, y que de hecho es la primera traducción de una obra de Séneca a lengua vulgar. Además de obras completas, durante la Edad Media aparecen muchos florilegios con citas de Séneca, siendo los más conocidos De copia verborum, De paupertate, o De sapientia. La mayor parte de estas flores proceden de las epístolas. Así, en la misma tónica, durante el s. XIV Séneca va a ser empleado sobre todo en escritos con carácter moralista o político, generalmente a través de máximas. En el Libro de buen Amor el Arcipreste le cita habitualmente en este sentido. Así, por poner un ejemplo, dice: “La pobredat alegre es muy noble rriquessa”, remitiendo a la epístola II, 5 : Honesta, inquit Epicurus, res est paupertas laeta. Con la llegada del s. XV Séneca pasa a ser muy leído, estudiado y conocido. Se producen numerosas traducciones y ediciones de sus obras. Por nombrar alguna, podemos mencionar la de Alonso de Cartagena del De vita beata, o la de las epístolas por Fernán Pérez de Guzmán. En los inicios del Renacimiento la obra más importante con pervivencia de Séneca es, sin duda, la Celestina, en la que sigue estando presente a base de sentencias. Las citas de Séneca llegan a través del Auctoritates Aristotelis5 , un florilegio que recogía pasajes filosóficos. Por ejemplo, en el acto I, cuando Celestina trata de ganarse a Pármeno, aparecen varias citas de las epístolas: PÁRMENO.- Mi fe, madre, no creo a nadie. CELESTINA.- Estremo es creer a todos e yerro no creer a niguno (utrumque vitium est, et ómnibus credere et nulli: Ep. Ad Luc. 3, 4). PÁRMENO.- Digo que te creo; pero no me atreuo: déxame. CELESTINA.- ¡O mezquino! De enfermo coraçón es no poder sufrir el bien (Infirmi animi est pati non posse divitias: 5, 6). Da Dios hauas a quien no tiene quixadas. ¡O simple! Dirás que a donde ay mayor entendimiento ay menor fortuna e donde más discreción allí es menor la fortuna! Dichos son. PÁRMENO.- ¡O Celestina! Oydo he a mis mayores que vn exemplo de luxuría o auaricia mucho malhaze e que con aquellos deue hombre conuersar, que le fagan mejor e aquellos dexar, a quien él mejores piensa hazer (Unum exemplum luxuriae aut avaritiae multum mali facit: 7, 7). E Sempronio, en su enxemplo, no me hará mejor ni yo a él sanaré su vicio. E puesto que yo a lo que dizes me incline, solo yo querría saberlo: porque a lo menos por el exemplo fuese oculto el pecado. E, si hombre vencido del deleyte va contra la virtud, no se atreua a la honestad. CELESTINA.- Sin prudencia hablas, que de ninguna cosa es alegre possessión sin compañía (nullius boni sine socio iucunda possesio est: 6,4) Encontramos también numerosos ejemplos en la poesía moralizante, por ejemplo en la de Pérez de Guzmán. Veamos un ejemplo: La fresca yra y saña No es luego de amonestar; Dexa la vn poco amansar; 5 Véase el artículo de Íñigo Ruiz Arzálluz, ““El mundo intelectual del antiguo autor: las Auctoritates Aristotelis en la Celestina primitiva”, Boletín de la Real Academia Española LXXVI, 1996, Cuaderno CCLXIX, pp. 265-283
  • 25. Despues, con buen tiento y maña, Hauezes con el sañoso Otorgando y consintiendo, Hauezes contradiciendo, Le faras hauer reposo. El que en si non tiene tiento, Con la nueua turbación Dela tu insultacion Haura doble sentimiento; Dexa pasar el furor Si el peligro non es cercano; Despues, con manso dulçor, Del enfermo faras sano (“Remedio ala fresca yra y saña”) Tenemos aquí en este poema reminiscencias del De ira. En la primera estrofa, remite a III, 29, 2, que dice: Primam iram non audebimus oratione mulcere: surda est et amens; dabimus illi spatium. Remedia in remissionibus prosunt; nec oculos tumentis temptamus uim rigentem mouendo incitaturi, nec cetera uitia dum feruent: initia morborum quies curat. La segunda a III, 40, 2: Castigare uero irascentem et ultro obirasci incitare est: uarie adgredieris blandeque… Durante el Renacimiento, su popularidad aumenta con la edición de Erasmo en 1515, y a partir de entonces es traducido a multitud de lenguas vernáculas: al francés, al alemán por Michael Herr, al inglés por Goldling, etc. En 1614 es editada su obra completa por Lodge. Dentro de la literatura castellana, su presencia es evidente en la producción de Luis Vives y Antonio de Guevara. También se puede encontrar su presencia en la lírica. Horacio, el modelo principal de los poetas de este período, como Garcilaso, Mendoza, Arquijo, Herrera, Luis de León o Andrada, era visto con cierto matiz estoico. Ello explica que junto a él aparezcan otros autores como fuentes complementarias, y uno de ellos fue Séneca. Aunque en estos casos suele funcionar como autor trágico, en algunos casos también están presentes las epístolas. Por ejemplo, en A Iuan Antonio del Alcázar por la templanza, de Medrano: Aquella sola, Flavio, suerte una Justamente es del sabio suspirada Que ni falta en lo asaz ni sobra en nada; Limitada igualmente y no importuna. Quiero, a fuer de la toga, la fortuna, Limpia, de mi medida, y concertada; Ni con grandeza pródiga sobrada, Ni corta y miserablemente ayuna. Llegue a los pies, al tanto que, ceñida, No bese el suelo, no, la toga; y sea Tal mi suerte que sirva y luzga toda. No, Flavio, no la quiero desceñida, Ni arrastre, no; que el desaliño afeam Y no “onrra lo que arrastra, sino enloda”. Donde se remite a la carta 5, especialmente al pasaje de la toga: Intus omnia dissimilia sint, frons populo nostra conveniat. Non splendeat toga, ne sordeat quidem.
  • 26. Durante el Barroco Séneca es muy apreciado. Por una parte, su estilo y lengua se apartan del clasicismo propio de los modelos renacentistas, que es precisamente de lo que quiere apartarse el espíritu de esta época. Por otra, su elevada carga moral y ética se combina bien con la dimensión espiritual de los autores barrocos, que se implican en un viaje hacia la búsqueda de la propia identidad e interioridad. Los primeros autores que se interesan por el filósofo fueron Andrés Fernández de Adrada, quien compone la Epistola moral a Fabio, y Luis Carrillo y Sotomayor, precedente del culteranismo de Góngora y traductor del De brevitate vita. Influye Séneca también en Baltasar Gracián y sus obras de política y ética. Sin embargo, el autor que más pervivencia de Séneca tiene es Francisco de Quevedo, quien, como sabemos, tiene dos líneas de pensamiento complementarias en su producción literaria. Por un lado, está la línea satírica, burlesca, para la cual bebe de Marcial. Pero por otra parte, Quevedo escribió una serie de obras con un espíritu meditabundo y ascético, que respiraban en clave de Séneca. Progresivamente, Quevedo realiza un viaje desde el estoicismo al cristianismo a través de la moral. Así comopone su Doctrina moral del conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas, su Sermón estoico de censura moral, Discurso de todos los diablos, De los remedios de cualquier fortuna, Doctrina estoica, El retraído, Poítica de Dios, y Providencia de Dios. De los muchos ejemplos posibles, tomemos el siguiente de la Doctrina moral: Has de tratarle, no como quien vive por él, que es necedad, ni como quien vive para él, que es delito; sino como quien no puede vivir sin él. Trátale como al criado: susténtale y vístele y mándale; que sería cosa fea que te mandase quien nació para servirte, y que nació confesando con lágrimas su servidumbre; y muerto, dirá en la sepultura que por sí aun eso no merecía. Bien permite la razón que vivas con el cuerpo, y lo ama; mas no se halla con caudal de sustentar sus apetitos; que esos, como hijos de la vanidad, te gastarán todo el caudal, y desperdiciarán los tesoros del entendimiento”. Fateor insitam esse nobis corporis nostri caritatem; fateor nos huius gerere tutelam. Non nego indulgendum illi, serviendum nego; multis enim serviet qui corpori servit, qui pro illo nimium timet, qui ad illud omnia refert. Sic gerere nos debemus, non tamquam propter corpus vivere debeamus, sed tamquam non possimus sine corpore; huius nos nimius amor timoribus inquietat, sollicitudinibus onerat, contumeliis obicit (Ep. ad Luc, 14, 1-2). Con el Barroco culmina la influencia senequiana en la literatura castellana. Ni antes, ni después, no sólo no influye tanto el filósofo, sino que las obras que inspira no fueron de tal calidad como las de Quevedo o Gracián. Séneca, en la república literaria de Europa, influye poderosamente tanto en su faceta de dramaturgo como en la de filósofo. Su teatro inspira, entre otros, al de Giambattista Giraldi, Jodelle, Corneille, Montaigne, Shakespeare o Alfieri. Su filosofía se convierte en un camino hacia el yo, que inspira y eleva las ideas de los filósofos posteriores, así como de los grandes moralistas, como Rosseau, Francis Bacon, Pascal, Schopenhauer o Nietzsche.
  • 27. 2.4- Apuleyo. 2.4.1- Vida, pensamiento, obras. Apuleyo nació en torno al 125 d.C. en Madaura, una pequeña ciudad de la provincia de Cartago. Nació en una familia de clase bastante alta, si tenemos en cuenta que su padre llegó incluso a ejercer de duumvir, la máxima magistratura municipal. Su formación en gramática y retórica la recibió en Cartago, y después marchó a Atenas, donde perfeccionó su conocimiento del griego y de la filosofía. Tras visitar otras partes de la parte oriental del Imperio, viaja a Roma y regresa a Cartago tras diez años de viaje. Comienza entonces a ganarse la vida como rétor y maestro en diversas áreas, impartiendo conferencias en latín y griego con gran éxito. En un viaje a Alejandría cae enfermo y se ve obligado a detenerse en Oea, Trípoli, donde se hospeda en casa de un amigo. Allí recibe la visita de Sicinio Ponciano, compañero suyo de estudios, quien le ofrece su propio hogar. Allí Apuleyo conoce a Pudentilla, la madre de Ponciano, una viuda rica. Apuleyo cautiva su corazón y se casa con ella, lo que hace que sus herederos le denuncien acusándolo de haber hechizado a la viuda. El juicio se celebró en Sábrata en el 158. En él Apuleyo pronunció un discurso que después publicó, la Apologia, escrito por el cual conocemos sus datos biográficos. Del juicio salió absuelto. Permaneció en Oea tres años más, impartiendo clases y componiendo alguna de sus obras. Obtuvo gran éxito y llegó a ser nombrado sacerdote de la provincia del culto imperial e incluso se le llegaron a erigir estatuas en varias ciudades, entre ellas Cartago. Los últimos datos fechables con seguridad fueron los discursos pronunciados en honor del procónsul Severiano Honorino en 162 y del procónsul Escipión Orfito en 164. Mientras que las Metamorfosis pueden ubicarse en el tiempo después del proceso por brujería, no se puede establecer una fecha clara para los Florida o sus obras filosóficas. La obra más importante, sin duda, son las Metamorfosis. Se trata de uno de los pocos ejemplares de novela latina, junto al Satyricon, u otros escritos como Dictis, Dares, Historia Apolloni regis Tyri, o las vidas de santos. Las Metamorfosis comparten el argumento con una obra en griego, el Onos, de Luciano de Samosata. Una y otro se diferencian en su extensión, que es mayor en la obra de Apuleyo, y por la ausencia de fábulas milesias en la de Luciano. Sabemos gracias al gramático Focio que ambas derivan de una obra más antigua, de un autor llamado Lucio de Patrás, también titulada Metamorfosis. Las Metamorfosis de Apuleyo, también conocidas por El asno de oro, nos relatan las peripecias de Lucio, un joven interesado en la magia que acaba mal parado por su excesiva curiosidad y convertido en asno en un experimento fallido con la magia. Como asno, va pasando por las manos de diferentes amos, quienes se comportan ante él sin máscaras ni tapujos, pues, al fin y al cabo, sólo es un asno. Presenciar la maldad y miseria ajenas transforma de nuevo a Lucio, pero en esta ocasión, en su personalidad, convirtiéndose en una persona honrada, humilde y prudente. La obra concluye con la iniciación en los misterios de Isis de Lucio. La obra tiene una gran carga moral y ética, combinada con la religiosa, que se evoca en el lector con el mismo procedimiento que la fábula, la sátira o el epigrama, a través de la burla y el juego, con un lenguaje sencillo y fluido.
  • 28. Las Metamorfosis se caracterizan por incluir a lo largo del relato diversas composiciones menores que conocemos como fábulas milesias, que se encuentran insertadas como relatos que pronuncian diferentes personajes en la obra. La más importante de ellas es el cuento de Cupido y Psique, colocado en la parte nuclear de las Metamorfosis, y que, como la obra principal, no relatan el viaje de Psique, la cual en su peregrinación exterior realiza al tiempo un viaje interior que la cambia y transforma. Por otra parte, conocemos varias obras menores de Apuleyo. Los Florida son un conjunto de fragmentos de discursos, al estilo de la obra de Séneca el Mayor o los florilegios medievales, recuperando el gusto por los extractos de la literatura postaugústea y premonizando los compendios tardíos y medievales. Por último, Apuleyo escribió también un reducido número de obras cercanas a la filosofía, como el De Platone et eius dogmate, De deo Socratis, De mundo, y Peri hermeneiae, aunque la autenticidad de éste último se discute. Todas ellas muestran ideas propias del neoplatonismo y academicismo. 2.4.2-Tradición y pervivencia. De las tres obras principales, es decir, de Metamorfosis, Apologia y Florida, hay un códice que perteneció a Bocaccio, el Mediceus Laurentianus plu 68. 2 (s. XI), que contiene también partes de Tácito. Es el arquetipo para estas obras, pues, como muestras las subscriptiones, remonta a un tardoantiguo hoy perdido del IV. En cuanto a las obras filosóficas, se han transmitido en conjunto, y se ha perdido el arquetipo. Hay algunos códices valiosos como el Bruxellensis 10054/6 (s. XI) o el Nederlandensis Leidensis Vossianus 4º 10 (s. XI). Durante las épocas más antiguas Apuleyo es considerado, ante todo, un filósofo. Su obra supone una especie de calentamiento para la recepción del platonismo, ya que combina la filosofía con las religiones de salvación. Macrobio se sorprende de que un filósofo como él escriba una también novela y ya reconoce semejanzas con el Satyricon: Fabulae, quarum nomen indicat falsi professionem, aut tantum conciliandae auribus uoluptatis aut adhortationis quoque in bonam frugem gratia repertae sunt. Auditum mulcent uelut comoediae, quales Menander eiusue imitatores agendas dederunt, uel argumenta fictis casibus amatorum referta, quibus uel multum se Arbiter exercuit uel Apuleium non numquam lusisse miramur “Las “fábulas”, de las cuales su nombre indica que cuenta algo ficticio, fueron inventadas bien sólo para ganarse los oídos, bien con motivo de exhortar a una buena acción. Endulzan el oído por un lado las comedias, como las que Menandro hizo representar o sus seguidores; y por otra las historias que cuentan los azares ficticios de enamorados, en las que mucho se ejercitó Árbitro y nos sorprende que Apuleyo escribiera alguna.” (Comentario al Somnum Scipionis, I, 1). La dimensión espiritual y religiosa de las Metamorfosis hace que sea una obra bien recibida por el cristianismo. San Agustín, en sus Confesiones, sin duda tiene influjo de Apuleyo, y trata de buscar el sentido alegórico de la conversión en asno, como si fuera una ilusión (De civitate Dei, XVIII, 18). En el s. V Marciano Capela reelabora el Cuento de Cupido y Psique en su De nuptiis Philologiae et Mercurii. La misma concepción de Apuleyo como filósofo se mantiene en el s. XII. Juan de Salisbury, quien le incluye en su lista de filósofos (Policraticus 7).
  • 29. En el s. XIV Bocaccio redescubre las Metamorfosis, y su influjo se percibe en algunos pasajes del Decamerón. De esta manera la faceta de novelista comienza a imponerse sobre la de filósofo. Por ejemplo, es clara la pervivencia de Apuleyo en el pasaje en que Peronella y Gianello engañan al marido de la primera con la táctica de la tinaja (Jornada séptima, segunda narración), como ocurre en Metamorfosis IX 5-7. El mismo Bocaccio, en su Sobre las genealogías de los dioses gentiles realiza una alegorización del Cuento de Cupido y Psique. A partir de este momento, la pervivencia de Apuleyo se percibe en la proliferación de relatos con asnos, de maridos engañados y de alegorizaciones del célebre Cuento de Cupido y Psique. En España se traduce por primera vez las Metamorfosis, gracias a Diego López de Cortegana en 1513. Se trata de una traducción de tal calidad que durante mucho tiempo ha sido la única, e incluso fue reeditada en 1998 con una introducción de Carlos García Gual, en un momento en que ya había muchas otras traducciones más modernas. Dentro de la novela castellana las Metamorfosis han influido en obras de tanta importancia como El Lazarillo de Tormes o El Quijote. En una y otra obra llega Apuleyo a través de la traducción de Cortegana. En el caso del Lazarillo, la pervivencia de Apuleyo se encuentra en dos puntos. En primer lugar, en el carácter del clérigo de Maqueda se ven rasgos del avaro Milón. En segundo lugar, el episodio en que Lucio roba al par de hermanos la comida influye en el del arcón cerrado y los ratones del Lazarillo. En el caso del Quijote, la obra de Apuleyo influye a nivel estructural, al tratarse de un relato más amplio en el que se insertan episodios y narraciones. También se encuentra en el propio nombre del protagonista, ya que en la traducción de Cortegana se puede leer en el libro XI: “otro iba armado con quijote y capacete y barbera y con broquel en la mano, que parecía que salía del juego de la esgrima”, refiriéndose a disfraces votivos en una procesión. Además, algunos episodios, como el de Rocinante y las yeguas (Q. I, 15) o el de los odres de vino (I, 35), también están presentes en las Metamorfosis.
  • 30. 2.5.- Boecio. 2.5.1- Vida, pensamiento, obras. Anicio Manlio Severino Boecio nació en el año 480 d.C. en Roma, en el seno de una familia aristocrática y acomodada. Su padre, que había sido cónsul en el 487, murió cuando él era aún joven, y por ello pasó a estar bajo la protección de importantes personalidades como la de Q. Aurelio Memio Símaco, con cuya hija contrajo matrimonio. Los buenos contactos que hace le garantizaron una gran carrera política. Estuvo a las órdenes de Teodorico, quien tras tenerle a su servicio algunos años le nombró cónsul sine collega, y se ocupó de atender a las necesidades de Gundobando y Clodoveo. Sus dos hijos llegaron a ser cónsules en el 522 sin tener la edad requerida, y poco más tarde se le concede el título de magister officiorum, es decir, superintendente de todos los cargos palatinos y estatales. Su carrera se truncó cuando las tensiones internas entre godos y romanos, y entre un rey arriano y un senado católico estallaron. La acusación al patricio Altino de alta traición por sus relaciones con Justiniano, fue un episodio crítico de este conflicto interno. Boecio, inmediatamente, partió para Verona para defender los intereses del Senado, y es acusado y condenado por el propio Teodorico. Tras un período de encarcelamiento en Calvezano, fue ejecutado en el 524. Al año siguiente es también ejecutado Símaco. Boecio pertenece a ese turbulento período en el que se da el lento pero inevitable paso de la Antigüedad a la Edad Media. Poco después de su muerte Benito funda Monte Cassino en el 529, y el emperador Justiniano cierra la Academia platónica. Fue consciente del cambio que se estaba operando, y por ello, para hacer accesible a Occidente la filosofía, se propuso la traducción de Aristóteles y Platón, pero por culpa de Teodorico Europa se perdió durante mucho tiempo lo mejor de la filosofía griega. Por suerte para nosotros, Boecio tuvo tiempo de componer alguna de sus obras durante su arresto. La obra que más nos interesa es la Consolatio Philosophiae, un escrito elaborado artísticamente en el que Boecio dialoga con la filosofía personificada, en el que se mezclan prosa y verso y se recuperan las ideas de Platón, Cicerón, Séneca, San Agustín y contiene grandes dosis de estoicismo, ya cristianizado. 2.5.2- Tradición y pervivencia. La técnica de convertir una abstracción en personaje perdura a lo largo del tiempo a través de Edad Media, Renacimiento y Barroco. La Consolatio es uno de los libros más leídos hasta la Edad Mod-erna, y apenas cincuenta años tras la invención de la imprenta hay ya cuarenta ediciones. Durante la Edad Media el rey Alfredo (848-901), al tratar de restablecer la cultura latina y cristiana en Gran Bretaña tras las duras invasiones que había sufrido la isla, traduce importantes textos como la regla pastoral de San Gregorio, la Historia de la nación inglesa de San Beda Venerable, las Historias contra los paganos de Orosio, y la Consolatio Philosophiae. En esta ocasión, se trata más de una adpatación, en la que se suprimen lo difícil, se añaden homilías morales y se cristianiza lo necesario. También traducen la obra Chaucer, Notker III Labeón, al antiguo alemán, y Máximo Planudes, al
  • 31. griego. En cuanto a pervivencia propiamente literaria, hay pasajes del Libro de la rosa, en la parte de Jean de Meung, en que se emplea la Consolatio. En época renacentista traduce la obra al italiano Brunetto Latini, el maestro de Dante, quien a su vez sigue la Consolatio en su Convivio (2, 13). Petrarca, en Triumphos, emplea junto al Somnum Scipionis y la Eneida pasajes de la Consolatio. En España el caso más importante es el de Enrique de Villena, quien en Los doce trabajos de Hércules, sigue la estructura y contenido de la Consolotaio en cada uno de los doce capítulos, uno para cada trabajo. En cuanto a comentarios, podemos nombrar el de Juan escoto, el de Gilbertus Porretanis, o el de William Occam.
  • 32. 3.- BIBLIOGRAFÍA. Libros. HERNÁNDEZ MIGUEL, L.A., La Tradición Clásica. La transmisión de las literaturas griega y latina antiguas y su recepción en las vernáculas occidentales, Madrid, Liceus, 2008 HIGHET, G, La tradición clásica. Influencias griegas y romanas en la literatura occidental, 2 vols., México, F.C.E., 1954. Mª. R. LIDA DE MALKIEL, La tradición clásica en España, Barcelona, Ariel, 1975. CODOÑER, C. et al, Historia de la literatura latina, , Madrid, Ed. Cátedra, 1997. BLÜHER, K. A., Séneca en España. Investigaciones sobre la recepción de Séneca en España desde el siglo XIII hasta el siglo XVII, , Madrid, Ed. Gredos, 1983. BICKEL, E., Historia de la literatura romana, Madrid, Ed. Gredoss 1987. VON ALBRECHT, M., Historia de la literatura romana, 2 volúmenes, Barcelona, Ed. Herder, 1997. NÚÑEZ GONZÁLEZ, J. Mª., El ciceronianismo en España,Valladolid, 1993. Artículos. CRISTÓBAL LÓPEZ, V. “Tradición Clásica: concepto y bibliografía”, Edad de Oro 29 (2005), pp. 27-46. CRISTÓBAL LÓPEZ, V., “Pervivencia de autores latinos en la literatura española: una aproximación bibliográfica”, Tempus 26 (2000), pp. 5-76. GUILLÉN, J., “Cicerón en España”, Atti del I Congresso Internazionale di Studi ciceroniani, Roma 1961, II, pp. 247-282. BAÑOS, J.M. “Cicerón novelado”, Humanismo y pervivencia del mundo clásico: homenaje al profesor Antonio Fontán (coord. por José María Maestre Maestre, Luis Charlo Brea, Joaquín Pascual Barea), Vol. 4, 2002, pp. 2019-2035. RUIZ ARZÁLLUZ, I., “El mundo intelectual del antiguo autor: las Auctoritates Aristotelis en la Celestina primitiva”, Boletín de la Real Academia Española LXXVI, 1996, Cuaderno CCLXIX, pp. 265-283