1. GUÍA No. 4
REPETICIÓN DEL PRINCIPIO Y FUNDAMENTO
JESÚS, SERVIDOR DEL PADRE BAJO LA UNCION DEL ESPIRITU
REFLEXIONES PREVIAS
Como indicamos en la Guía anterior, sugerimos ahora continuar durante esta
semana repitiendo el Principio y Fundamento personalizado en la vida de Jesús. Hemos
mirado al Señor que proclama con gestos, palabras y hechos la alabanza y gloria de su
Padre. Contemplémoslo ahora en su actitud de servicio y reverencia, en su libertad para
relacionarse con la creación y en su indiferencia para buscar en todo la «honra y gloria de
su divina Majestad».
FIN QUE SE PRETENDE
Contemplando la vida de Jesús, reconocernos necesitados de reordenar nuestra
propia vida y de reorientarla hacia lo que Dios proyectó para todos y cada uno de sus
hijos desde el principio: la alabanza, la reverencia y el servicio, como camino que
conduce a la vida.
Movernos a realizar en nuestra propia vida su exigente instrucción: «el más
importante entre ustedes tiene que hacerse como el más joven, y el que manda tiene que
hacerse como el que sirve. Pues ¿quién es más importante, el que se sienta a la mesa a
comer o el que sirve? ¿Acaso no lo es el que se sienta a la mesa? En cambio yo estoy entre
ustedes como el que sirve» (Lc 22, 26-27).
Aprender de la vida de Jesús a utilizar ordenadamente los bienes de la creación,
dejándonos conducir en todo con reverencia y acatamiento a la unción del Espíritu.
GRACIA QUE SE DESEA ALCANZAR:
Pedir lo que quiero: un eficaz propósito de hacerme indiferente, libre, para
conformar mi existencia con la de Jesús, según «lo que la discreta caridad y la unción
del Santo Espíritu» me dictare.
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TEXTO IGNACIANO
«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor…
y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre… por lo cual es
necesario hacernos indiferentes…».
Contemplemos ahora a Jesús servidor del Padre con su vida y con sus palabras.
Sigamos el itinerario que San Ignacio propone en la contemplación de los misterios de la
vida del Señor:
«Era obediente a sus padres, «aprovechaba en sapiencia, edad y gracia»; parece
que ejercitaba la arte de carpintero» (EE 271).
«De edad de doce años, ascendió de Nazareth a Jerusalem, y no lo supieron sus
parientes. Pasados los tres días, lo hallaron disputando en el templo, y asentado
en medio de los doctores; y demandándole sus padres dónde había estado,
respondió: ¿No sabéis que en las cosas de mi Padre, me conviene estar»? (EE
272).
«Después de haberse despedido de su bendita Madre, vino de Nazareth al río
Jordán. San Joan baptizó a Cristo nuestro Señor… vino el Espíritu Santo y la
voz del Padre desde el cielo afirmando: este es mi Hijo amado, del cual estoy
muy satisfecho» (EE 273).
Con el bautismo comienza la serie de contemplaciones del ministerio público de
Jesús (EE 274ss.), que nos llevará, más adelante, a considerar paso a paso el segundo
ejemplo que Cristo nuestro Señor nos ha dado, «que es de perfección evangélica…dejando
a su padre adoptivo y a su madre natural, por vacar en puro servicio de su Padre eternal»
(EE. 135).
En la voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido» (Lc 3, 22),
reconocen los comentaristas la unción del rey mesiánico (cf Is 11, 1-5), del servidor de
Yahvé con misión universal (cf Is 42, 1-7). Llevado por el Espíritu, Jesús va al desierto, en
donde el diablo lo pone a prueba. Su respuesta al tentador es tajante: «adora al Señor tu
Dios, y sírvele solo a él» (Lc 4, 8). En seguida «volvió a Galilea lleno del poder del
Espíritu Santo, y se hablaba de él en toda la tierra de alrededor» (Lc 4, 14). Un sábado en
la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde se había criado, proclama que en él se ha cumplido
la palabra de Isaías: «el Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para
llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los presos y dar
vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del
Señor» (Lc 4, 16-19). La vida de Jesús en adelante, va a estar exclusivamente dedicada a
servir al proyecto de su Padre, que él llama “el Reino de Dios y su justicia”, conducido
por la fuerza del Espíritu Santo.
Tiene conciencia de que no ha venido para que le sirvan «sino para servir y para
dar su vida en rescate por todos» (Mt 20, 28; Mc 10, 45). Y se propone a sí mismo como
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modelo para sus discípulos cuando los encuentra discutiendo sobre cuál de ellos debía ser
considerado el más grande (cf Lc 22, 25-27).
Los discípulos deben tener una disposición constante de servicio a la comunidad. En
la Eucaristía, celebración de una vida dedicada a los demás, se renueva precisamente esta
actitud: «sean como criados que esperan a que su amo regrese de un banquete de bodas,
preparados y con lámparas encendidas, listos a abrirle la puerta tan pronto llegue y toque.
Dichosos los criados a quienes su amo, al llegar, encuentre despiertos. Les aseguro que el
amo mismo los hará sentarse a la mesa y se dispondrá a servirle a cada uno» (Lc 12, 35-
37). La Eucaristía es, pues, la memoria permanente del servicio: el de Jesús que viene para
servir el pan de su Palabra y el de su Cuerpo y su Sangre; el de la comunidad que,
siguiendo el ejemplo de su Señor, sirve a los demás, particularmente a los más pequeños y
necesitados.
San Pablo, por su parte, exhorta a tener los mismos sentimientos de Jesús, «el cual,
aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con él, sino que
renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo. Haciéndose como todos los
hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo…» (Flp 2, 6-
7). El servicio al proyecto de su Padre, de parte de sus discípulos, debe ser semejante y no
podrán ponerse al servicio de dos amos, Dios y el dinero, sino hacerse pobres para servir al
Reino de Dios y a su justicia (cf Mt 6, 24-33).
La unción por el Espíritu como servidor del Reino hace que la vida de Jesús se
defina por la reverencia y acatamiento incondicional a la voluntad de su Padre. Fiel
obediencia de Hijo, hasta la muerte y muerte de cruz: «yo no he bajado del cielo para hacer
mi propia voluntad, sino para hacer la voluntad de mi Padre, que me ha enviado. Y la
voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino
que los resucite en el último día» (Jn 6, 38-39).
En su reverencia al proyecto del Padre tiene su alimento: «yo tengo una comida que
ustedes no conocen… mi comida es hacer la voluntad del que me envió y terminar su
trabajo» (Jn 4, 32-34). La reverencia, en efecto, consiste en la docilidad con que Jesús,
lleno del Espíritu, busca en todo momento sintonizar con su Padre, escrutando los signos de
su providencia.
El Documento de Puebla redactó un texto iluminador para nuestra oración, con
referencia a esta actitud reverente de Jesús frente al Padre:
«En él culminó la sabiduría enseñada por Dios a Israel. Israel había encontrado a
Dios en medio de su historia. Dios lo invitó a forjarla juntos, en Alianza. Él
señalaba el camino y la meta y exigía la colaboración libre y creyente de su Pueblo.
Jesús aparece igualmente actuando en la historia, de la mano de su Padre. Su actitud
es, a la vez, de total confianza y máxima corresponsabilidad y compromiso. Porque
sabe que todo está en las manos del Padre que cuida de las aves y de los lirios del
campo. Pero sabe también que la acción del Padre busca pasar a través de la suya».
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«Como el Padre es el protagonista principal, Jesús busca seguir sus caminos y sus
ritmos. Su preocupación de cada instante consiste en sintonizar fiel y rigurosamente
con el querer del Padre. No basta con conocer la meta y caminar hacia ella. Se trata
de conocer y esperar la hora que para cada paso tiene señalada el Padre, escrutando
los signos de su Providencia. De esta docilidad filial dependerá toda la fecundidad
de la obra»1
.
También encontramos un texto de oración muy apropiado en el capítulo 5 de Juan
(1-30), la curación del paralítico de la piscina2
. Jesús sube a Jerusalén durante una fiesta de
los judíos. A la entrada, junto a la Puerta de los rebaños, se encuentra con una
muchedumbre de enfermos, cojos, ciegos, paralíticos, que yacía en los pórticos. Es la
muchedumbre mesiánica descrita por los profetas, que espera la consolación de Israel; para
ella ha sido ungido Jesús, con la misión de anunciarle la buena noticia de la cercanía del
Padre, amor-misericordioso que comunica vida en plenitud. En este encuentro Jesús: «se
conmueve en sus entrañas», como sucede siempre ante el dolor que encuentra en su
camino, y comprende que la voluntad de su Padre es que sea el hombre que un paralítico
había esperado en vano durante treinta y ocho años. La curación se hace en sábado. Y a la
acusación de los fariseos por la violación del solemne descanso, Jesús responde que hasta el
presente su Padre sigue trabajando y por eso él también trabaja. Porque «el Hijo no puede
hacer nada por su propia cuenta; solamente hace lo que ve hacer al Padre. Todo lo que hace
el Padre también lo hace el Hijo. Pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que
hace….Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, también el Hijo da
vida a quienes quiere dársela» (Jn 5, 19 ss.).
En esas palabras de Jesús intuimos la estructura de su “modo de discernir” para
descubrir la voluntad de su Padre, mediante la unción del Espíritu, modelo para la propia
estructura de nuestros discernimientos, como seguidores suyos y servidores de su misión.
La contemplación durante esta semana puede también prolongarse para contemplar
otros dos puntos del Principio y Fundamento: el uso de las creaturas y la indiferencia.
La libertad con que Jesús se relaciona con las personas y con la creación
entera. Su trato con la mujer y con los niños; con los enfermos, con los leprosos; con los
samaritanos, los publicanos, las prostitutas, los pecadores. Su valiente actitud frente a los
poderes de su tiempo, en relación con la Ley y el templo. Su cercanía a las personas, su
amor a la vida, su contemplación de la creación y de los acontecimientos ordinarios (una
siembra, un atardecer, un rebaño, unas bodas, unos niños que juegan en la plaza; la mujer
que encuentra una moneda…), todo le habla del Reino de su Padre y le sirve de vehículo
para su anuncio.
La indiferencia -o libertad-, frente a todas las personas y situaciones, que
siempre lo encuentran disponible para responder al amor absoluto de su vida: el Padre y su
proyecto de vida para el hombre. Esto es lo que le permite afirmar que siempre hace lo que
le agrada a su Padre y que permanece continuamente unido a Él en la acción: «el que me ha
1
Puebla, 276-277.
2
Ver comentario en JUAN MATEOS, S.J., El Evangelio de Juan. Ediciones Cristiandad, p.264 ss.
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enviado está conmigo; mi Padre no me ha dejado solo, porque yo siempre hago lo que a él
le agrada» (Jn 8, 29). No retrocede, ni siquiera ante la angustia que le provoca la
inminencia de la muerte. Lo que le apasiona es que se realice el Proyecto de su Padre, no el
suyo: que todos los hermanos tengan vida, aunque sea a costa de la suya propia.
FUENTES DE ORACIÓN PARA LA SEMANA
Textos bíblicos
Heb 5, 7-9: siendo Hijo, sufriendo aprendió a obedecer
Flp 2, 6-8: se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz
Ro 8, 28-30: el designio de Dios: llamados a reproducir la imagen de su Hijo
Textos de la Compañía
CG 32, d.11, 27-33: la obediencia, vínculo de unión
CG 32, d.2, 20: libres por el voto de obediencia, para responder a la llamada de
Cristo conocida a través de aquel que el Espíritu ha colocado al frente de la Iglesia
y para seguir la dirección de nuestros superiores
CG 33, d.1, 11-13: «a ejemplo de Ignacio, la vida del jesuita tiene su raíz en la
experiencia de Dios, que por medio de Jesucristo, en la Iglesia, nos llama, nos une,
nos envía. Esta realidad la celebramos ante todo en la Eucaristía»…Conviene que
nuestra libertad interior se muestre en disponibilidad, en un ritmo de vida ordenado,
en superación del individualismo
CG 34, decreto introductorio, nn. 7-9: identificación contemplativa con Jesús
misionero; estar con él como servidores de su misión, con generosa disponibilidad
PARA EXAMINARTE AL FINAL DEL PRINCIPIO Y FUNDAMENTO
¿Has conseguido nueva luz en la comprensión del Principio y Fundamento?
¿Tienes ahora una apreciación espiritual, un mayor conocimiento interno y sentido de
todas sus partes?
¿Has logrado ser sincero, específico, en cuanto a precisar las situaciones,
personas, acontecimientos, que para ti han sido ayudas o impedimentos en la búsqueda del
Reino de Dios y su justicia?
¿Se han incrementado tus deseos y tu súplica para recibir el don de la
indiferencia?
¿La visión que tienes de Dios como Padre, es de más confianza? ¿Es más
positiva?
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De la respuesta a estos interrogantes van emergiendo ya los datos que habrán de ser
tenidos en cuenta para tu proceso de discernimiento.
¿Qué gracias claves juzgas haber recibido en las semanas anteriores? ¿Cuáles
desearías registrar para tenerlas presentes a medida que avanzas en los Ejercicios? Es
conveniente darles nombre para que de esta manera puedas apropiártelas. En los Ejercicios
se trata sobre todo de abrirle espacios al Señor para que él acontezca en ti y vaya haciendo
Su trabajo.
Lo hecho hasta aquí ha ido en una línea de preparación y disposición para los
momentos importantes que van a seguir. Pero debes preguntarte seriamente: ¿Estaré
preparado para entrar en la primera Semana?