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1. Capítulo 12
CAMILO Y SU TESTIMONIO DE LIBERACIÓN O MUERTE
Camilo como sociólogo, sacerdote, cristiano, colombiano y revolucionario era inmenso. La
oligarquía temblaba con su acción, sus discursos, sus profecías. Los militares avizoraron su
identidad política con las guerrillas del ELN y reclamaron, como siempre, mano dura y pulso
firme contra el cura díscolo.
Las jerarquías eclesiales lo excomulgaron e instaban a abandonar el país y renunciar al
sacerdocio; los partidos liberal y conservador, temerosos veían pasar a las masas hacia el
Frente Unido y soñaban con reeditar para sus feudos tal caudal; los gremios económicos
sintieron la revolución de los pobres a las puertas de sus privilegios y reclamaron ponerle coto a
la sublevación al costo que fuera; los medios lo llamaban “Camiloco”; así las cosas, eran
inminentes los riesgos contra su vida que se sumaban a los ambientes tensos y divisionistas al
interior del Frente Unido, a la falta de recursos económicos, las presiones desde arriba para
ninguna editorial publicara los periódicos del Frente Unido, a las órdenes militares de detener a
todo aquel que lo distribuyera. Camilo en su honda dimensión humana y revolucionaria entendió
que había llegado la hora de pasar de la acción legal, amplia y de masas, a la acción ilegal,
clandestina y guerrillera. La simbiosis predicada en los meses de vida del Frente Unido no era
elucubración sociológica, sino realidad presente en su compromiso libertario y popular.
2. Sería lastimoso que este homenaje se limitara a las personas. La muerte de Jorge
Enrique Useche y mi leve destierro son únicamente episodios de una lucha mayor
del pueblo colombiana. En estos momentos no podemos detenernos en episodios.
Cuando la clase dirigente, a pesar de seguir detentando el poder con todos sus
factores, se ha demostrado incapaz de manejar el país. Cuando estamos abocados
a una grave crisis económica. Cuando, ante su propia incapacidad, esta misma clase
tiene que recurrir a la represión contra todo el que propicie un cambio. Cuando se ha
tenido que llegar a esa vía hasta declarar el estado de sitio. Cuando ha caído víctima
de la violencia uno de nuestros compañeros, no podemos detenernos en las
personas, sino que debemos pensar en la necesidad para Colombia de la realización
de una auténtica revolución.
La palabra revolución ha sido desgraciadamente prostituida por nosotros, los que
pretendemos ser revolucionarios. Se ha utilizado con ligereza, como una afición, sin
un verdadero respeto y sin una verdadera profundidad. Si este homenaje sirviera
más que para hacer resaltar hechos y personajes para lograr que hoy plasmáramos
la unidad alrededor del ideal revolucionario, yo personalmente creo que todos
nosotros nos consideraríamos profundamente satisfechos.
3. La unión revolucionaria
Nosotros tenemos que lograr la unión revolucionaria por encima de las ideologías
que nos separan. Los colombianos hemos sido muy dados a las discusiones
filosóficas y a las divergencias especulativas. Nos perdemos en discusiones que,
aunque desde el punto de vista teórico son muy valiosas, en las condiciones
actuales del país resultan completamente bizantinas. Como recordarán algunos de
los amigos aquí presentes con quienes trabajamos en la acción comunal
universitaria de Tunjuelito, cuando se nos tachaba de que colaborábamos con
comunistas yo les contestaba a nuestros acusadores que era absurdo pensar que
comunistas y cristianos no pudieran trabajar juntos por el bien de la humanidad y que
nosotros no nos ponemos a discutir sobre si el alma es mortal o inmortal y dejamos
sin resolver un punto en que sí estamos de acuerdo y es que la miseria sí es mortal.
Eso nos ha pasado en nuestra orientación revolucionaria. Hay puntos elementales
indicados por la técnica social y económica, que no tienen implicaciones filosóficas,
sobre los cuales podemos ponernos de acuerdo prescindiendo de las diferentes
ideologías, no en nuestra vida personal, pero sí en nuestra lucha revolucionaria
inmediata. Los problemas ideológicos los resolveremos después de que triunfe la
revolución.
Necesitamos la unión por encima de los grupos. Es lastimoso el espectáculo de la
izquierda colombiana. Mientras la clase dirigente se unifica, mientras la minoría que
4. tiene todos los poderes en su mano logra superar las diferencias filosóficas y
políticas para defender sus intereses, la clase popular, que no cuenta sino con la
superioridad numérica, es pulverizada por los dirigentes de los diferentes grupos
progresistas que, muchas veces, ponen más énfasis en las peleas que tienen entre
sí que en la lucha contra la clase dirigente. La línea soviética del Partido Comunista
ataca más a la línea china, la línea blanda del Movimiento Revolucionario Liberal,
MRL, a la línea dura, el Movimiento Obrero Estudiantil Campesino, MOEC, al Frente
Unido de Acción Revolucionaria, más que lo que cada uno de esos grupos ataca a la
oligarquía.
Es necesario que asumamos una actitud rotundamente positiva ante los grupos
revolucionarios. Es absurdo ser anticomunista, porque en el comunismo nosotros
encontramos elementos auténticamente revolucionarios, como es absurdo estar
contra el MRL, contra lo que tenga de revolucionario la Democracia Cristiana o
contra Vanguardia del MRL o contra el MOEC o contra Vanguardia Nacionalista
Popular, Juventudes del MRL o cualquier otro grupo que tenga algo de
revolucionario. De la misma manera que el Libertador Simón Bolívar promulgó su
decreto de guerra a muerte en la lucha emancipadora, nosotros debemos promulgar
hoy también un decreto de guerra a muerte, aceptando todo lo que sea
revolucionario, venga de donde viniere y combatiendo todo lo que sea
antirrevolucionario, venga también de donde viniere.
5. La unión debe hacerse por encima de las ambiciones personales. Es necesario
que los jefes sepan que no podrán llegar a servir lealmente a la revolución, si no es
mediante un sacrificio personal, por ese ideal, hasta las últimas consecuencias.
Dentro de los universitarios y los profesionales se encuentran casos de idealismo
auténtico, sin embargo, muchas veces se utiliza la revolución como un escalón para
ascender socialmente y no como fin de servicio al país y a la humanidad.
En un país subdesarrollado donde menos del 2 % de la población son
profesionales y estudiantes universitarios, como es el caso de Colombia, nosotros
constituimos un grupo privilegiado. Estos últimos tienen asegurado su ascenso social
durante sus años de estudio sin tener que pagar la cuota de conformismo que se
impone al resto de los miembros de nuestra sociedad para ascender. Esto, por lo
menos en las universidades donde no se ha establecido el delito de opinión y donde
los inconformes no son expulsados por lo que piensan o por lo que defienden. Como
grupo privilegiado nosotros debemos restituir al pueblo colombiano los esfuerzos que
ha hecho para que podamos ser elite cultural. Los universitarios de los países
subdesarrollados tienen un papel político irremplazable y se encuentran diariamente
ante el drama de lograr una formación técnica indispensable para consolidar la
revolución y la necesidad de intervenir en el proceso de cambio, descuidando
muchas veces las tareas diarias de formación y aprendizaje. Somos un grupo
insustituible del cual esperan mucho las mayorías de nuestro país.
6. Desgraciadamente hemos traicionado muchas veces los intereses de la revolución
colombiana al servicio de nuestros mezquinos intereses personales. Mientras no
haya un grupo de estudiantes y profesionales dispuestos a sufrir todas las
consecuencias de la represión que les impondrá un sistema que está organizado
contra los que quieren cambiar el estado de las cosas en Colombia, no habrá en
nuestro país un liderazgo revolucionario.
Condiciones de la unión
Necesitamos algunas condiciones indispensables para realizar la unión. La
revolución es un ideal que debe fijarse de una manera muy determinada y precisa.
No podemos unirnos con base en ilusiones vagas. Ante todo necesitamos objetivos
nacionales que encaucen nuestras energías y las energías de todo el pueblo
colombiano. Con grupos jóvenes, universitarios de todo el país, pertenecientes a
movimientos revolucionarios o independientes de éstos, hemos venido elaborando y
planteando una plataforma que resume los objetivos a largo plazo de una acción
revolucionaria.
No basta la decisión íntima de entregarse hasta las últimas consecuencias.
Sin embargo, y a pesar de su persistencia, van quedando al interior del Frente Unido sólo
los sectores llamados “no alineados” y algunos miembros del ELN, como Julio César Cortés,
Jaime Arenas Reyes, José Manuel Martínez Quiroz. Sus llamados a la convergencia no
7. encontraron eco y de nuevo, por la mezquindad, se ve eclipsado el encuentro popular de mayor
envergadura en la historia reciente de nuestra patria.
Camilo en su sabiduría y por su compromiso, sigue persistiendo. Lanza su mensaje al
pueblo colombiano, dando ejemplo de entrega, de temple; convoca a todos los sectores, desde
los militares, los cristianos, los comunistas, los “no alineados”, los sindicalistas, los campesinos,
las mujeres, los estudiantes, los desempleados, los presos políticos, al Frente Unido del Pueblo,
a la oligarquía; insistiendo en sus llamamientos a la lucha, a la unidad; a los militares los reta a
defender a la patria y a no depender del poder oligárquico, y a los oligarcas les advierte que por
su orgullo no quieren darse cuenta de que las masas populares no pararán su empeño para
lograr la conquista del poder para el pueblo. Lanza su histórica proclama “Por qué no voy a
elecciones”, donde insiste: “Para realizar la unión de los revolucionarios debemos insistir en todo
lo que nos une y prescindir de todo lo que nos separa. Si el problema electoral es un obstáculo
para la unión, es mejor no plantearlo, especialmente cuando todavía no estamos seguros de que
las elecciones se realicen”.
En abierta contradicción con las altas jerarquías eclesiásticas, encabezadas por las
posiciones conservadoras a ultranza de obispos como: Tulio Botero Salazar, Miguel Ángel
Builes, Guillermo Escobar Vélez y del propio cardenal Luis Concha Córdoba, que predicaba su
acérrima posición anticomunista; Camilo les advirtió: “Yo he dicho que soy revolucionario como
colombiano, como cristiano, como sacerdote. Considero que el partido comunista tiene
8. elementos revolucionarios y, por tanto, no puedo ser anticomunista ni como colombiano, ni como
sociólogo, ni como cristiano, ni como sacerdote”16
A los cristianos, con la claridad y autoridad conferida por su sacerdocio, los insta a la
revolución: “Por eso la revolución no es solamente permitida, sino obligatoria para los cristianos
que vean en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor al prójimo. Es cierto que “no
hay autoridad si no parte de Dios” (San Pablo Romanos, XIII, 1). Pero Santo Tomás dice que la
atribución concreta de la autoridad la hace el pueblo” (Mensaje a los Cristianos, agosto 26,
1965). En este sentido y en la claridad de sus mensajes, Camilo es en Colombia y América
Latina el pionero de la Iglesia popular, del inicio de las primeras lecturas de la teología de la
liberación, del resquebrajamiento de la hasta entonces omnipotencia de la iglesia colombiana y
del surgimiento de corrientes progresistas y democráticas comprometidas con los pobres al
interior de ella. Este pensamiento Camilista en el sentido original de sus fundamentos se revierte
y extiende años más tarde en el continente a través de Golconda, sacerdotes para América
Latina (SAL), Cristianos por el Socialismo (CPS) las Comunidades Eclesiales de Base (CEBS)
con presencia en Brasil, Colombia, Ecuador, México, Nicaragua, El Salvador, entre otros.
Como dije antes y a pesar de las vicisitudes surgidas al interior del Frente Unido, Camilo
sigue cosechando nuevas adhesiones populares, de gentes sin partido, de dirigentes sociales,
comunitarios y cívicos. En este trajín del que hacer político el Frente Unido se plantea la
urgencia, a partir de sus propias necesidades, de contar con su propio periódico, como agitador,
organizador y movilizador. Una gran campaña de propaganda por todo el país precede a la
9. primera edición del periódico del Frente Unido, bajo la dirección del propio Camilo. La primera
edición aparece el 26 de agosto de 1965 y agota 50.000 ejemplares, caso inaudito en la historia
del periodismo colombiano, ya que ni siquiera el periódico La Jornada, de Jorge Eliécer Gaitán,
alcanzó esa cifra. “Era conmovedor el espectáculo de ancianos, mujeres, niños, estudiantes,
obreros, intelectuales, voceando el nuevo semanario popular por las avenidas, teatros, cafés,
universidades, fábricas y barriadas obreras, casa por casa. Parecía que todos palparan ya la
revolución por el hecho de ganar las calles, convencidos de que el enemigo era incapaz para
atacar frontalmente en el campo de la libertad de expresión. Es en estos procesos de calidad
donde mejor puede captarse la madurez política del pueblo colombiano, cuando se le presentan
argumentos y se apasiona por ellos en franca controversia para defenderlos o rebatirlos. Éste es
un gran pueblo, listo a conmoverse electrizado por las descargas de las ideas”.17