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“La escuela de campo”

En estas escuelas que eran y son de bajos recursos no hay instrucción, ni
moral, ni nada que preparara un provenir a la juventud, por
consiguiente el indio no aprendía a leer y eso explicaba su estado
actual de barbarie y de abatimiento. Durante la colonia en las escuelas
del campo solo se enseñaba la doctrina cristiana, o para hablar con
más propiedad, los rezos más insignificantes y que se hacían recitar de
memoria a los niño, estos rezos eran, el Bendito, el Padre Nuestro, el
Credo, el Ave María y los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia y
como no se les enseñaba al mismo tiempo el castellano, el aprendizaje
de estos rezos era perfectamente inútil, pues no los comprendían.

Esto sucedía por que los alcaldes solían abrir una escuela para que se
enseñaran los rezos de los catecismos o el subdelegado desterraba o
mandaba engrillado en una mula al maestro de la escuela,
regularmente era un pobrecillo mestizo que había aprendido a leer en
la ciudad, y a quien la miseria obligaba a convirtiéndose en maestro de
escuela, además desempeñaba por necesidad el empleo de sacristán,
notario del cura, barría la iglesias, arelaba los ornamentos,
confeccionaba las ostias, ayuda en la misa, era cantor, componía el
monumento del jueves santo y el Belén en noche buena, enseñaba a
rezar a las novias y sus horas de ocio el infeliz tenía obligación de divertir
al cura, al vicario y a la ama de llaves y su sueldo variaba desde cinco
pesos al mes hasta veinte.

La escuela que estos mandaban a construir era una sola pieza grande y
cuadrada con una o dos puertas mal ventiladas generalmente, el suelo
desnudo, los niños se sentaban en largos bancos, el maestro en una silla
de madera tosca junto a una mesa de encino que apenas tiene tintero
de plomo o un pedazo de botella y algunos lienzos de papel, ahí no se
escribía, ni se estudiaba geografía, ni gramática, ni aritmética, la
biblioteca de la escuela de reduce al famoso catecismo de Ripalda.

Los pueblos más afortunados contaban con un maestro que suele
conocer el idioma del país, les da nociones de castellano, les enseñaba
el alfabeto, se les hace decorar en libro segundo, y tal vez los inicia en
los ministros de la escritura y del cálculo.

La escuela de las poblaciones grandes en que existían las razas
mezcladas, como los descendientes de españoles y los criollos siempre
tenía la primacía. Sin embargo las escuelas también eran pobres y
descuidadas pero en el salón se ven ya los pizarrones negros, las
muestras de escrituras y de dibujo, los grandes cartelones para aprender
a leer. El maestro es más culto tal vez tiene su título de profesor conoce
el sistema métrico decimal, traduce al francés y puede enseñar varios
caracteres de letra. Su sueldo varía desde veintiocho hasta sesenta
pesos.
Mientras que el curato que era evidentemente la mejor casa del
pueblo ya que era grande, tenía un gran patio con jardín y agua,
caballerizas, pesebres, en donde el digno eclesiástico encerraba sus
vacas y borregos, que eran muchos, gran cocina donde trabajaba una
crecida servidumbre de molenderas, cocineras. Estaba dividido en tres
piezas que eran: la despensa donde había un rico surtido de vinos
extranjeros y del país, el oratorio donde tenía una virgencita en una altar
coqueto y su despacho donde había un estantes con algunos libros
vulgares de teología moral, historia eclesiástica, sermones y novelas de
Pablo de Kock. Para los curas o sacerdotes el maestro era un infeliz que
no sabía nada, incluso consideraban innecesario la educación para los
indios ya que ellos nunca aprenderían.
“El principio de la instrucción primaria gratuita,
                laica y obligatoria”


“El principio de la instrucción laica, gratuita y obligatoria” en el que dice
que el voto popular constituye una de las principales bases de la
democracia, pero para que esto sea posible se requiere de una buena
instrucción primaria, ya que desde hace mucho tiempo se había venido
manejando como algo que solo lo tenían las personas privilegiadas
como lo eran en las monarquías, oligarquías e imperios autocráticos, en
estos sistemas las demás personas que componían el pueblo eran vistos
como esclavos que impulsaban la ambición de los demás por medio de
la fuerza bruta.
La educación de ese entonces era en silencio y sobretodo en
obediencia ya que constituían el programa de la educación intelectual
y moral; y aun así los pueblos seguían en ignorancia y atados a la
voluntad de los señores.
Con respecto a todo esto en puebla se dio como un tipo de solución,
ya que en ese gobierno si lograron comprender de lo que se trataba
una instrucción pública, pero sobre todo enfocándolo más a lo que
respecta la educación primaria, puesto que consideraban que era un
aspecto primordial para cualquier gobierno demócrata.
El gobierno de puebla hizo un gran esfuerzo por fundar una Escuela
Normal de Profesores, esta misma escuela honra al virtuoso general
Bonilla y al maestro Guillermo Prieto, estos mismos junto con el gobierno
de puebla proclamaron un principio en el cual fundamentaban la
democracia, este principio era el de la instrucción primaria, gratuita,
laica y obligatoria.
En los países europeos también surgían pensamientos referentes a la
educación y uno de ellos era la obligación pero este presentaba
grandes obstáculos. Principalmente, se dirigía a la obligación de los
padres; ya que el francés Harver mencionaba que había dos tipos de
padres: aquellos que cumplían con su deber y son los que estarían a
favor, en cambio los otros que se pondrían en contra.
De igual forma en Puebla se enfrentaban obstáculos, sin embargo se
superaron rápidamente y con valor ya que se tenía la fuerte convicción
democrática y confiaban que el criterio público les haría justicia; esto
servía de ejemplo para los demás estados y muy pronto llego a la
cámara de diputados de la federación de este modo se inicio la
reforma a la carta fundamental, por eso se menciona que Puebla tiene
un gran honor ya que resolvió una cuestión de gran trascendencia.
“La escuela en 1870”

Los curas del pueblo

Aquí Altamirano narra una vivencia que paso en camino por un pueblo
rumbo a San Luis Potosí donde el alcalde y el cura persona de calidad
física lo invita a su casa o la parroquia un lugar de desearse con todos
los lujos y provisiones sin falta, y así detalla lo que ve y observa en la
casa del cura.
A fines del año de 1863 me dirigía a la ciudad de San Luís Potosí, donde
estaba a la sazón el gobierno de la República. La diputación
permanente había convocado al Congreso de la Unión, y yo en
mi calidad de diputado, acudía al llamamiento desde el fondo del Sur,
en que me hallaba.
Para no tocar puntos ocupados por los invasores, tuve que dar rodeos
larguísimos, y en uno de éstos, atravesando un estado de cuyo nombre
no quiero acordarme, llegué un día a un pueblo de indígenas, bastante
numeroso.
El alcalde del lugar, deseando proporcionarme un rato de conversación
agradable, vino a buscarme a mi alojamiento, en unión del cura; y éste
me invito a pasar a su casa para presentarme a su familia, ver sus libros y
hablar conmigo acerca de las cosas políticas.
Era el cura un sujeto parecido en moral a todos los de su especie; pero
en lo físico, era robusto, de mediana talla, regordete, colorado y de
carácter alegre y decidor.
Llegamos al curato, que era evidentemente la mejor casa del pueblo, y
que ofrecía todas las comodidades apetecibles, que en vano se
habrían buscado en las casas pobres de los indígenas.
Grandes y decentes departamentos, un gran patio con jardín y agua,
caballerizas, pesebres, en donde el digno eclesiástico encerraba sus
vacas y borregos, que eran muchos, gran cocina donde trabajaba una
crecida servidumbre de molenderas, cocineras, galopinas y topiles, la
cual servidumbre era dada por el pueblo, según las costumbres
tradicionales. Por último, el señor cura me enseñó sus piezas que eran
tres: la despensa, donde además de otras cosas, había un rico surtido
de vinos extranjeros y del país, el oratorio donde tenía una virgencita en
un altar coqueto, y su despacho donde había un estante con algunos
libros vulgares de teología moral, historia eclesiástica, cánones, y
sermones, juntamente con algunas de las más bonitas novelas de Pablo
de Kock, que él se apresuró a ocultarme cuando iba yo a examinarlas.
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  • 1. “La escuela de campo” En estas escuelas que eran y son de bajos recursos no hay instrucción, ni moral, ni nada que preparara un provenir a la juventud, por consiguiente el indio no aprendía a leer y eso explicaba su estado actual de barbarie y de abatimiento. Durante la colonia en las escuelas del campo solo se enseñaba la doctrina cristiana, o para hablar con más propiedad, los rezos más insignificantes y que se hacían recitar de memoria a los niño, estos rezos eran, el Bendito, el Padre Nuestro, el Credo, el Ave María y los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia y como no se les enseñaba al mismo tiempo el castellano, el aprendizaje de estos rezos era perfectamente inútil, pues no los comprendían. Esto sucedía por que los alcaldes solían abrir una escuela para que se enseñaran los rezos de los catecismos o el subdelegado desterraba o mandaba engrillado en una mula al maestro de la escuela, regularmente era un pobrecillo mestizo que había aprendido a leer en la ciudad, y a quien la miseria obligaba a convirtiéndose en maestro de escuela, además desempeñaba por necesidad el empleo de sacristán, notario del cura, barría la iglesias, arelaba los ornamentos, confeccionaba las ostias, ayuda en la misa, era cantor, componía el monumento del jueves santo y el Belén en noche buena, enseñaba a rezar a las novias y sus horas de ocio el infeliz tenía obligación de divertir al cura, al vicario y a la ama de llaves y su sueldo variaba desde cinco pesos al mes hasta veinte. La escuela que estos mandaban a construir era una sola pieza grande y cuadrada con una o dos puertas mal ventiladas generalmente, el suelo desnudo, los niños se sentaban en largos bancos, el maestro en una silla de madera tosca junto a una mesa de encino que apenas tiene tintero de plomo o un pedazo de botella y algunos lienzos de papel, ahí no se escribía, ni se estudiaba geografía, ni gramática, ni aritmética, la biblioteca de la escuela de reduce al famoso catecismo de Ripalda. Los pueblos más afortunados contaban con un maestro que suele conocer el idioma del país, les da nociones de castellano, les enseñaba el alfabeto, se les hace decorar en libro segundo, y tal vez los inicia en los ministros de la escritura y del cálculo. La escuela de las poblaciones grandes en que existían las razas mezcladas, como los descendientes de españoles y los criollos siempre tenía la primacía. Sin embargo las escuelas también eran pobres y descuidadas pero en el salón se ven ya los pizarrones negros, las muestras de escrituras y de dibujo, los grandes cartelones para aprender a leer. El maestro es más culto tal vez tiene su título de profesor conoce el sistema métrico decimal, traduce al francés y puede enseñar varios caracteres de letra. Su sueldo varía desde veintiocho hasta sesenta pesos.
  • 2. Mientras que el curato que era evidentemente la mejor casa del pueblo ya que era grande, tenía un gran patio con jardín y agua, caballerizas, pesebres, en donde el digno eclesiástico encerraba sus vacas y borregos, que eran muchos, gran cocina donde trabajaba una crecida servidumbre de molenderas, cocineras. Estaba dividido en tres piezas que eran: la despensa donde había un rico surtido de vinos extranjeros y del país, el oratorio donde tenía una virgencita en una altar coqueto y su despacho donde había un estantes con algunos libros vulgares de teología moral, historia eclesiástica, sermones y novelas de Pablo de Kock. Para los curas o sacerdotes el maestro era un infeliz que no sabía nada, incluso consideraban innecesario la educación para los indios ya que ellos nunca aprenderían.
  • 3. “El principio de la instrucción primaria gratuita, laica y obligatoria” “El principio de la instrucción laica, gratuita y obligatoria” en el que dice que el voto popular constituye una de las principales bases de la democracia, pero para que esto sea posible se requiere de una buena instrucción primaria, ya que desde hace mucho tiempo se había venido manejando como algo que solo lo tenían las personas privilegiadas como lo eran en las monarquías, oligarquías e imperios autocráticos, en estos sistemas las demás personas que componían el pueblo eran vistos como esclavos que impulsaban la ambición de los demás por medio de la fuerza bruta. La educación de ese entonces era en silencio y sobretodo en obediencia ya que constituían el programa de la educación intelectual y moral; y aun así los pueblos seguían en ignorancia y atados a la voluntad de los señores. Con respecto a todo esto en puebla se dio como un tipo de solución, ya que en ese gobierno si lograron comprender de lo que se trataba una instrucción pública, pero sobre todo enfocándolo más a lo que respecta la educación primaria, puesto que consideraban que era un aspecto primordial para cualquier gobierno demócrata. El gobierno de puebla hizo un gran esfuerzo por fundar una Escuela Normal de Profesores, esta misma escuela honra al virtuoso general Bonilla y al maestro Guillermo Prieto, estos mismos junto con el gobierno de puebla proclamaron un principio en el cual fundamentaban la democracia, este principio era el de la instrucción primaria, gratuita, laica y obligatoria. En los países europeos también surgían pensamientos referentes a la educación y uno de ellos era la obligación pero este presentaba grandes obstáculos. Principalmente, se dirigía a la obligación de los padres; ya que el francés Harver mencionaba que había dos tipos de padres: aquellos que cumplían con su deber y son los que estarían a favor, en cambio los otros que se pondrían en contra. De igual forma en Puebla se enfrentaban obstáculos, sin embargo se superaron rápidamente y con valor ya que se tenía la fuerte convicción democrática y confiaban que el criterio público les haría justicia; esto servía de ejemplo para los demás estados y muy pronto llego a la cámara de diputados de la federación de este modo se inicio la reforma a la carta fundamental, por eso se menciona que Puebla tiene un gran honor ya que resolvió una cuestión de gran trascendencia.
  • 4. “La escuela en 1870” Los curas del pueblo Aquí Altamirano narra una vivencia que paso en camino por un pueblo rumbo a San Luis Potosí donde el alcalde y el cura persona de calidad física lo invita a su casa o la parroquia un lugar de desearse con todos los lujos y provisiones sin falta, y así detalla lo que ve y observa en la casa del cura. A fines del año de 1863 me dirigía a la ciudad de San Luís Potosí, donde estaba a la sazón el gobierno de la República. La diputación permanente había convocado al Congreso de la Unión, y yo en mi calidad de diputado, acudía al llamamiento desde el fondo del Sur, en que me hallaba. Para no tocar puntos ocupados por los invasores, tuve que dar rodeos larguísimos, y en uno de éstos, atravesando un estado de cuyo nombre no quiero acordarme, llegué un día a un pueblo de indígenas, bastante numeroso. El alcalde del lugar, deseando proporcionarme un rato de conversación agradable, vino a buscarme a mi alojamiento, en unión del cura; y éste me invito a pasar a su casa para presentarme a su familia, ver sus libros y hablar conmigo acerca de las cosas políticas. Era el cura un sujeto parecido en moral a todos los de su especie; pero en lo físico, era robusto, de mediana talla, regordete, colorado y de carácter alegre y decidor. Llegamos al curato, que era evidentemente la mejor casa del pueblo, y que ofrecía todas las comodidades apetecibles, que en vano se habrían buscado en las casas pobres de los indígenas. Grandes y decentes departamentos, un gran patio con jardín y agua, caballerizas, pesebres, en donde el digno eclesiástico encerraba sus vacas y borregos, que eran muchos, gran cocina donde trabajaba una crecida servidumbre de molenderas, cocineras, galopinas y topiles, la cual servidumbre era dada por el pueblo, según las costumbres tradicionales. Por último, el señor cura me enseñó sus piezas que eran tres: la despensa, donde además de otras cosas, había un rico surtido de vinos extranjeros y del país, el oratorio donde tenía una virgencita en un altar coqueto, y su despacho donde había un estante con algunos libros vulgares de teología moral, historia eclesiástica, cánones, y sermones, juntamente con algunas de las más bonitas novelas de Pablo de Kock, que él se apresuró a ocultarme cuando iba yo a examinarlas.