Hernandez_Hernandez_Practica web de la sesion 11.pptx
E-memoria
1. internet
e-Memoria
H
Algunos hablan del efecto Google. Según
una investigación1 de la psicóloga norteamericana Betsy Sparrow publicada en la
revista Science, cuando no sabemos las
respuestas a determinadas preguntas, automáticamente pensamos en Internet como
el lugar para encontrarlas (algo así como
nuestra memoria externa). De hecho, si detectamos que esa información la podemos
encontrar fácilmente, no la almacenamos
posteriormente en nuestra cabeza. Sin embargo, sí lo hacemos si creemos que luego
será difícil acceder a ella a través de la tecnología. Incluso, en ocasiones, no recordamos
las respuestas pero sí el sitio donde las habíamos localizado.
En el otro extremo nos encontramos con
proyectos de lifelogging que buscan dejar
un registro digital de todos nuestros recuerdos. Es el caso de MyLifeBits2, desarrollado
por el investigador de Microsoft, Gordon
Bell. Provisto de una cámara en miniatura
alrededor del cuello con GPS y una grabadora de audio en el codo, lleva años sacando fotografías cada 60 segundos, guardando todos los emails enviados y recibidos, las
páginas web visitadas, llamadas telefónicas,
incluso sus pulsaciones en el teclado…, es
decir, su vida entera en un disco duro (cada
mes genera un gigabyte de información).
Además, es capaz de acceder de una manera sencilla a esa cantidad ingente de datos,
logrando recuperar con facilidad con quién
se cruzó por la calle el día anterior o la conversación que mantuvo hace 10 años.
Parece una locura, pero poco a poco, con
el bajo coste del almacenamiento y nuestro
uso de la tecnología, todos vamos creando ese lifelogging casi sin ser conscientes,
dejando una constante baba de caracol en
redes sociales, webs, blogs,… Lo que habrá
que cuestionarse es quién tiene acceso a
eso y de qué manera. De hecho, elementos
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Deustopía 121
Imagen: Nicholas «Lord Gordon» (CC by-nc-nd)
ace unos años, casi todos recordábamos las fechas de los cumpleaños de
nuestros allegados. Incluso sus números
de teléfono. Si alguien, durante una conversación hablaba de un actor al que ponías cara pero no nombre, te pasabas el
resto de la tarde dándole a la cabeza hasta
que, en mitad de otra conversación, saltabas con la respuesta. Sin embargo, cuando
ahora descubres que, para recabar de toda
esa información, dependemos de nuestro
smartphone o la red social de turno, intuimos que algo está haciendo la tecnología
con nuestras memorias.
tecnológicos que van apareciendo tienen
tintes de ser nuestro Gran Hermano particular, como sucede con las Google Glasses
que podrían grabarlo todo.
Internet pone en la punta de nuestros dedos un océano de datos. Pero, sin selección,
tener acceso a toda la información es como
no tener acceso a nada. No basta con echar
la red de Google, sino hacerlo en el lugar
adecuado, a la vez que uno se aplica a la
imprescindible tarea de separar la lubina y la
langosta, del zapato roto y del plástico inútil.
Google no ofrece los resultados por orden
de solidez científica ni siquiera con garantía
de objetividad y verdad. Queda un amplio
margen, pues, para la siempre necesaria
selección crítica. Ante un documento «encontrado» en internet conviene plantearse
preguntas como estas: ¿quién es el autor
de la información y cuál es su competencia
o preparación sobre lo que escribe? ¿Qué
tipo de documento? ¿Es original o la información procede de otro documento? ¿Tiene
el documento y el sitio donde está alojado
el respaldo de alguna institución académica
o científica de garantía? ¿En qué fecha se
publicó? ¿Qué argumentos utiliza? ¿Puede
estar ya obsoleta la información? Etc.
¿Hacen Internet y la tecnología que nuestra memoria se dedique a cosas realmente
importantes, despejándola de datos superfluos, o por el contrario la vuelve más vaga?
Quizás, sin el ejercicio apropiado, se vaya
degradando poco a poco hasta llegar a un
punto de no regreso porque no nos acorde-
mos de si eso era importante. Aunque esto
mismo sostenía Sócrates en su día sobre
la escritura a la que le otorgaba la propiedad de destrucción de la memoria y debilitamiento del pensamiento. En el Fedro de
Platón, relata Sócrates la reprensión del rey
Thamus a Teuth, cuando este último le presentó con orgullo su invento de la escritura:
«Producirá en el alma de los que la aprendan el olvido por el descuido de la memoria,
ya que, fiándose de la escritura, recordarán
de un modo externo, valiéndose de caracteres ajenos; no desde su propio interior y de
por sí». En 1477, no muchos años después
de la invención de la imprenta, Hieronimo
Squarciafico, humanista y conocido editor
veneciano, expresó una preocupación semejante respecto a este nuevo invento: «La
abundancia de libros hará a los hombres
menos estudiosos». Hoy comprobamos que
ni la escritura ni la imprenta han conseguido destruir la memoria. Por el contrario, han
aumentado las posibilidades de ejercitarla.
Por otro lado, también deberíamos valorar
más nuestra capacidad de olvido, donde se
fundamentan acciones como el perdón. Pero
para que nadie se olvide de este artículo, por
si acaso, lo dejaremos aquí por escrito.
[1] http://www.sciencemag.org/content/333/6043/776
[2] http://research.microsoft.com/enus/projects/mylifebits
Lorena Fernández
Enrique Pallarés