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UNA EXTRAÑA MASCOTA

 Aquel verano hacía un calor insoportable. Nos habíamos levantado con mucho sueño esa
mañana. Salí al patio y al mirar hacia un lado me llevé una susto horrible: ¡Papá, papá, hay un
saltamontes gigante en los ladrillos de la pared!, gritaba yo mientras corría. Llegué jadeando
hasta el comedor. Mi padre me calmó: Tranquilo, Pablo, no creo que sea ninguna invasión de
extraterrestres. Tiré de su brazo y lo arrastré hasta el patio. ¡Mira, mira!

Allí estaba el insecto, no se había movido. Mi padre, que es amante de los animales, me dijo
que intentaríamos cogerlo y meterlo en un bote; o mejor, en un terrario de cristal que
guardaba en el garaje, para estudiar su comportamiento. Y, sí, intentamos cogerlo, (bueno, mi
padre) pero el saltamontes tenía otros planes. Después de varios intentos y varias carreras por
el patio, cogimos al saltamontes, más por su agotamiento que por nuestra habilidad.

Ya en el terrario el pobre animal estaba muy quieto. Mi padre, que tiene muchos libros sobre
animales, estuvo buscando un momento y pronunció una solemne frase: "No es un
saltamontes, es un langosta, de nombre científico Locusta migratoria y además es una
hembra" . Lo siguiente que hicimos fue coger un pedazo de lechuga y echárselo en su nueva
casa. Luego estuvimos buscando más información, incluso en Internet.

Aprendimos que las langostas pueden originar temibles plagas en África que arrasan los
lugares por donde pasan. También me dijo mi padre que algunos pueblos de África utilizan las
langostas como comida. ¡Puaj! Aunque bien pensado las gambas son más feas... y bien ricas
que están.

La langosta era mi mascota. Bien es verdad que no la podía sacar a pasear, como si fuera un
perro, o acariciarle el lomo, como si fuera un gato. Pero pocos niños tienen un insecto como
mascota. Y yo pasaba ratos interminables viendo cómo devoraba cualquier alimento que le
ponía. ¡Comía de todo! Pan, lechuga, ciruelas, patata... Ahora no me extrañaba que mi,
aparentemente, inofensiva langosta pudiera ser una plaga cuando se juntaba con otras
langostas.

Mi langosta comía mucho pero también... ejem... cagaba. Depositaba unos excrementos
ovalados en el interior de la tierra del terrario. Era normal.

Al cabo de unas semanas mi insecto dejó de moverse. Preocupado, abrí la tapa del terrario.
¡Mi mascota había muerto! ¡Qué desgracia! Lloré durante un buen rato por mi animalito.
Decidí que había que enterrar el cadáver. Levanté la tapa y con mimo cogí al insecto muerto.
Quedé sorprendido al ver que una hormiguitas correteaban por el fondo de tierra. Llamé a mi
padre, que se fijó bien en las supuestas hormiguitas y dijo: Pablo no son hormigas, y aquellos
excrementos ovalados... eran huevos: ¡Has conseguido criar langostas!




                                                       FUENTE:
                                     © Ministerio de Educación, Cultura y Deporte
                    Instituto Nacional de Tecnologías Educativas y de Formación del Profesorado
                                  Información general: webmaster@ite.educacion.es
                        C/ Torrelaguna 58. 28027 Madrid - Tlf: 913 778 300. Fax: 913 680 709

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