1. Práctica – Taller de periodismo
Instituto Honorio Delgado – Hideyo Noguchi
Fecha: 21, agosto, 2009
Nombre:
1. Subraye nombres y pronombres en el siguiente párrafo:
Fernando Balaguer cumplió con el ritual de rigor, propio de la estrella que es. Llegó
a las siete de la noche, entregó un ramo de flores a Belinda Marañón e
inmediatamente inició sus ensayos para la presentación de esa noche. “Él es un
hombre de disciplina”, dijo su asistente. “En cambio –añadió–, ella sólo está para
ser amada”. Balaguer, el espléndido Balaguer, cumplirá 32 años el 30 de agosto. Y
ella, su diva inseparable, cantará ese día en homenaje a él.
2. Subraye los adjetivos en el siguiente párrafo:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano
Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el
hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava
construídas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho
de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.
3. Altere el orden de las palabras y reescriba el siguiente párrafo:
Se inició la ceremonia a las nueve de la mañana con música de banda militar y la
comitiva presidencial, media hora después, llegó en autos cerrados.
4. La frase que contiene el siguiente párrafo es muy extensa. Use uno o dos puntos
seguidos para dividirla en varias frases y hacerla más legible.
El alcalde invocó al vecindario a colaborar con la limpieza del distrito, dijo que el
cuidado del ornato era una tarea colectiva, no solo de sus autoridades, y con esto,
antes que la protesta, motivó el aplauso de la multitud.
5. Elimine las palabras que considera innecesarias en la medida que no contribuyen a
explicar o aclarar el texto:
En la super pantalla del televisor de última generación se vio el exacto instante en
que el poderoso avión de acero se estrelló contra la primera torre enclavada como
soberano símbolo del poder financiero de Nueva York.
2. EN EL MUELLE DE ESMIRNA
Escribe Ernest Hemingway
Lo extraño, dijo, era cómo gritaban siempre a medianoche. No sé por qué lo hacían a
esa hora. Nosotros estábamos en la bahía y ellos en el muelle y a medianoche
comenzaba la gritería. Acostumbrábamos iluminar el muelle con el reflector para
tranquilizarlos. Siempre daba resultado. Algunas pasadas con el reflector y paraban de
gritar. Una vez yo era el oficial de mayor graduación en el muelle y se me acercó un
oficial turco lleno de ira diciéndome que uno de nuestros marineros lo había insultado
groseramente. Por lo tanto le respondí que le ordenaríamos subir inmediatamente y que
sería castigado con el mayor rigor. Le pedí que me lo señalara. Me señaló un artillero,
un tipo inofensivo. Repitió a través de un intérprete que había sido insultado
terriblemente. No podía imaginarme que el artillero supiera bastante turco para ser
insultante. Lo mandé a llamar y le dije:
–Por si acaso has hablado con un oficial turco.
–No he hablado con ninguno, señor.
–No me cabe la menor duda –le dije–, pero mejor subes a bordo y no vuelvas a
bajar durante el día de hoy.
Entonces le dije al turco que enviábamos al marinero al barco y que le
trataríamos con el mayor rigor. Sí señor, con el mayor rigor. Eso lo alegró mucho. Nos
convertimos en grandes amigos.
Lo peor, dijo, eran las mujeres abrazando sus niños muertos. No había manera
de que soltaran sus niños muertos. A veces seguían abrazados a ellos durante seis días.
Simplemente no los soltaban. No había nada que uno pudiera hacer. Finalmente
teníamos que quitárselos. Y había una vieja, un caso de lo más extraordinario. Se lo
conté a un médico y me llamó mentiroso. Estábamos despejando el muelle, había que
llevarse a los muertos, y esta vieja estaba acostada en una especie de litera. Me dijeron:
“¿Podría echarle un vistazo, señor?” Así que le eché un vistazo y justo en ese momento
se murió y se puso totalmente rígida. Sus piernas se estiraron y ella misma se estiró de
la cintura para arriba y se puso muy rígida. Exactamente como si hubiera estado muerta
desde la noche anterior. Estaba bien muerta y absolutamente rígida. Se lo conté a un
médico y me dijo que era imposible.
Todos estábamos ahí en el muelle y no era nada parecido a un terremoto o algo
así porque ellos nunca sabían lo que se les iba a ocurrir a los turcos. Nunca se sabía cuál
sería su próximo paso. ¿Recuerdas cuando nos ordenaron que no entráramos a recoger
más refugiados? Tenía los nervios de punta cuando entramos esa mañana. Poseían un
buen número de baterías y nos podían haber reventado. Íbamos a entrar, acercarnos al
muelle y anclar a lo largo de éste y bombardear el sector turco de la ciudad. Nos
hubieran reventado pero hubiéramos hechos añicos la ciudad. Simplemente dispararon
algunas balas de salva cuando entramos. Kemal vino y botó al comandante turco. Por
excederse en su autoridad o algo así. Se atribuyó una función que no le correspondía.
Habría sido del carajo lo que hubiera pasado.
Recuerdas la bahía. Había un montón de cosas agradables flotando en ella. Fue
la única vez en mi vida en que empecé a soñar sobre ciertas cosas. No te afectaban tanto
las mujeres dando a luz como las que se abrazaban a los niños muertos. Cómo los
parían. Increíbles todos los que sobrevivían. Simplemente las cubrías con algo y dejabas
que parieran. Siempre escogían el lugar más oscuro de la bodega del barco para parir. A
3. ninguna de ellas le importaba nada una vez dentro del barco.
Los griegos también eran tipos excelentes. Cuando la evacuación tenían todos
los animales de carga que no podían llevar consigo, así que simplemente les quebraron
las patas y los echaron en el agua poco profunda. Todas esas mulas con sus patas
delanteras rotas empujadas al agua. Fue un asuntico agradable. Créeme, un asuntico de
lo más agradable.
(De Las nieves del Kilimanjaro. Editorial de Arte y Literatura, 1975).