19. Y ahora,
hijo mío
que estás
aquí,
cautiva
quedo en
la prisión
de tu
dulce
presencia
.
20. LA HIJA DEL FARAÓN.
“…al abrirla vio que era un niño llorando…” Éxodo 2,6.
Durante un momento, ansioso y desvelado, permaneció en aquella posición,
segura y resplandeciente, ante el hallazgo de una esperanza impensada. Su
sierva quedó en suspenso durante algún tiempo, que le pareció eterno, y luego
brotó de su garganta un grito que era a la vez un suspiro de alegría y un sí de
consolación. Porque aquel día, la hija del faraón fue a bañarse en la ribera del
río. Encontró entre los juncos una cestita de papiro, y, “al abrirla vio que era un
niño que lloraba” (Éxodo 2,6). Fue el encuentro una súbita fortuna que le alivió
el corazón. Esperaba, hijo mío, tu venida -exclamó- sin rejas en las ventanas y
los postigos abiertos. Y al llegar vinieron la luz tímida y el suave viento
ondeando sus banderas. Vinieron el susurro de la brisa y el sosiego de la niebla
en las mañanas calladas. Vinieron amaneceres de amatistas y velos de oro al
ocaso. Vinieron el guiño de los luceros y las sonrisas de Abril. Y contigo todo
vino oculto en mi corazón.
Y ahora, hijo mío que estás aquí, cautiva quedo en la prisión de tu dulce
presencia.
pemarbo@telefonica.net.