Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
El enigma del burro
1. EL ENIGMA DEL BURRO
El hombre desmontó y pasó su mano por la testuz de la montura, luego por su garganta, por su
cuello mientras arrimaba su cara a la del animal. Un leve rebuzno salió de éste, un poco por el
placer de la caricia conocida y de la emoción del día (nunca tanta gente le había vitoreado,en una
ciudad tan abarrotada por la fiesta), y otro poco por otra sensación, esta vez de inquietud, que, si
pudiéramos permitirnos la licencia literaria (y no podemos porque esto no es un cuento, sino un
relato verídico), el animal recordó de su tierna infancia, cuando presintió que sus amos del
momento iban a hacerle algo irremediable y se negó con todas sus coces hasta que aquella familia a
la que había llegado cargado de oro, acertó a calmarlo y se quedó con él. Aunque aquella mano era
ya de adulto, los ojos del hombre y del niño llevaban al burro al mismo estado de felicidad (si los
asnos sintieran tal cosa, claro), y el burro se sentaba a su fuego exactamente igual ahora que tres
décadas atrás..
Le había llevado, junto a su madre, por desiertos, al extranjero y cruzando el país. Habían visitado
todos los puntos cardinales, pero aquella sensación sólo le había venido al enorme corazón
entonces, mientras veía entrar al hombre con sus amigos en una casa, el semblante serio. Uno de
ellos llegaba corriendo, atrasado, y no se puede saber por qué, el burro le soltó un mordisco que casi
le arranca la túnica, pero no acertó de lleno, y el corredor casi ni se enteró.
Pasado el tiempo,varios hombres, todos conocidos, salieron de la casa, los rostros aún más serios,
las miradas perdidas. Sin reparar en el animal se fueron con su dueño camino de las afueras. Si
alguien se hubiera fijado habría vuelto para volver a atar al burro, pero nadie lo hizo, y obedeciendo
a su instinto, los siguió.
Un burro, un simple burro, no puede comprender las cosas de los hombres, pero de alguna forma
enigmática fue siguiendo el curso de los acontecimientos a una cierta distancia, sin que los límites
de las fincas supusieran ningún problema para él.
Un burro, un burro civil y llano, no sabe contar el paso del tiempo. Así que estamos en otra escena.
Sus ojos vierten lágrimas solitarias. Su amo está como dormido, ensangrentado y no responde
mientras aquel otro hombre sollozante lo va envolviendo en telas perfumadas. El burro rebuzna
asustado cuando siente el peso sobre sus lomos. Tan liviano, empero.
Le ve ahora cerrar el hueco en la montaña. ¿Quién se va a fijar en un burro de repente viejo, que sin
fuerzas se queda a unos pasos, apartado, fiel a quien está tras la lápida? Su aparente nuevo amo
quiere llevárselo, pero nadie puede con un simple burro si éste no quiere, y no quiso. El hombre se
sentó en el suelo, la espalda apoyada en el animal sedente, pero pronto llegaron soldados y le
hicieron marcharse. Tampoco pudieron con el burro, pero con tantos prodigios como llevaban vistos
aquel día, sus almas pérfidas no tenían ganas de crueldad, y dejaron en paz al burro.
Nadie escuchó sus rebuznos de tristeza más que otros burros. Quien más quien menos, se
extrañó,incluso bien lejos, de que tantos burros se pusieran a rebuznar, uno tras otro. Las horas y los
días pasaron, y cuando llegaron tres de los amigos del amo el burro no pudo explicarles qué había
pasado, pero esta vez sí que se fue con ellos. ¿Para qué seguir, si él ya no estaba allí?
Aquella caricia de aire había sido tan familiar...
13 de abril de 2014, Domingo de Ramos, Irún (Guipúzcoa,España)
Joé Gregorio del Sol Cobos