Notas de Elena - Lección 11 - Los Apóstoles y la Ley
1. Lección 11
Los apóstoles
y la Ley
Sábado 7 de junio
Cuando mediante el arrepentimiento y la fe aceptamos a Cristo co
mo nuestro Salvador, el Señor perdona nuestros pecados y remite la
penalidad por la transgresión de la ley. Entonces el pecador está frente
a Dios como una persona justa; goza del favor del cielo, y mediante el
Espíritu tiene comunión con el Padre y el Hijo. Pero queda una labor
que debe ser cumplida en forma progresiva: el alma debe ser santi
ficada por la verdad y el carácter debe ser transformado. Y esto solo
puede ser alcanzado por la gracia de Cristo mediante la fe...
Las palabras del apóstol derraman luz sobre lo que constituye la fe
genuina: “Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares
con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le
levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para
justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:8-
10). Creer de corazón es más que estar convencido de la verdad. Es
una fe sincera, ferviente, que incluye los afectos del alma; es la fe que
obra por amor y purifica el corazón.
Cuando Dios le revela a Cristo al pecador, éste lo contempla mu
riendo en el Calvario por sus propios pecados y comprende que es
condenado por la ley divina. El Espíritu obra en su conciencia para
darle la oportunidad, ya sea de rechazar la invitación del Salvador y
seguir transgrediendo la ley, o ceder a su llamado y aceptar a Cristo
como su Redentor. Dios no fuerza la voluntad de nadie pero le pre
senta la obligación de cumplir los requerimientos de su santa ley y los
resultados de su elección: obedecer y vivir, o desobedecer y morir
(,Signs o f the Times, 3 de noviembre de 1890).
2. Pablo había exaltado siempre la ley divina. Había mostrado que en
la ley no hay poder para salvar a los hombres del castigo de la desobe
diencia. Los que han obrado mal deben arrepentirse de sus pecados y
humillarse ante Dios, cuya justa ira han provocado al violar su ley; y
deben también ejercer fe en la sangre de Cristo como único medio de
perdón. El Hijo de Dios había muerto en sacrificio por ellos, y ascen
dido al cielo para ser su abogado ante el Padre. Por el arrepentimiento
y la fe, ellos podían librarse de la condenación del pecado y, por la
gracia de Cristo, obedecer la ley de Dios (Los hechos de los apóstoles,
p. 315).
El apóstol reconoce los reclamos de la ley pero no se revela contra
ella porque le muestre su verdadera situación; tampoco le dice a la ley:
“límpiame, purifícame”. Lo que hace es mirar al Calvario, caer sobre
la Roca, Cristo Jesús, y quebrantarse. Es el arrepentimiento del cual no
hay que arrepentirse. Sabe que “por las obras de la ley nadie será justi
ficado” (Gálatas 2:16), porque no está en la capacidad de la ley salvar,
sino condenar; no puede perdonar, sino convencer; no puede reducir el
rigor de sus reclamos, ni dejar de lado uno solo de sus requerimientos,
puesto que al hacerlo, dejaría sin efecto los restantes mandamientos.
La ley no puede salvar ni rescatar al que perece. Hay una sola esperan
za para el pecador: ¿Son las ceremonias externas? ¿Son los rigurosos
cumplimientos de los deberes religiosos? ¿Son las penitencias, las
oraciones y la meditación? ¿Son las donaciones a los pobres y las ac
ciones meritorias? No; ninguna de estas cosas producirá la salvación
del alma... Nadie puede estar delante de Dios confiando en sus propios
méritos. Los que serán salvos lo serán porque Cristo pagó la deuda
completa; y el ser humano no puede hacer nada, absolutamente nada
para merecer la salvación. Cristo dice: “Porque separados de mí nada
podéis hacer” (Juan 15:5). Entonces, ¿de quién es el mérito? Todo
pertenece a nuestro Redentor...
Es la gracia de Cristo la que atrae al pecador hacia él, y solamente
en él hay esperanza de salvación. El ser humano es indigno de recibir
cualquier favor de Dios; pero cuando Cristo llega a ser su justicia,
puede pedir y recibir, porque lo hace en su nombre y mediante sus
méritos. Cristo cargó con la penalidad de la ley para que pudiéramos
tener su gracia, pero esto no significa que podemos prescindir de la
Domingo 8 de junio: Pablo y la Ley
3. ley. Pablo pregunta: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna
manera, sino que confirmamos la ley (Romanos 3:31) (Signs o f the
Times, 10 de noviembre de 1890).
Lunes 9 de junio: Pedro y la Ley (1 Pedro 2:9)
La historia de los profetas y apóstoles nos ofrece muchos nobles
ejemplos de lealtad a Dios. Los testigos de Cristo han sufrido cárcel,
tormento y la misma muerte antes de quebrantar los mandamientos de
Dios. El ejemplo de Pedro y Juan es heroico cual ninguno en la dis
pensación evangélica. Al presentarse por segunda vez ante los hom
bres que parecían resueltos a destruirlos, no se advirtió señal alguna de
temor ni vacilación en sus palabras o actitud. Y cuando el pontífice les
dijo: “¿No os denunciamos estrechamente, que no enseñaseis en este
nombre? y he aquí, habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y
queréis echar sobre nosotros la sangre de este hombre”, Pedro res
pondió: “Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres” (Los
hechos de los apóstoles, p. 67).
La obra de transformación de la impiedad a la santidad es continua.
Día tras día Dios obra la santificación del hombre, y éste debe coope
rar con él, haciendo esfuerzos perseverantes a fin de cultivar hábitos
correctos. Debe añadir gracia sobre gracia; y mientras el hombre traba
ja según el plan de adición, Dios obra para él según el plan de multi
plicación, Nuestro Salvador está siempre listo para oír y contestar la
oración de un corazón contrito, y multiplica para los fieles su gracia y
paz...
El apóstol Pedro había tenido una larga experiencia en las cosas di
vinas. Su fe en el poder salvador de Dios se había fortalecido con los
años, hasta probar, más allá de toda duda, que no hay posibilidad de
fracasar para aquel que, avanzando por fe, asciende escalón tras esca
lón, siempre hacia arriba y hacia adelante hasta el último peldaño de la
escalera que llega a los mismos portales del cielo.
Por muchos años Pedro había recalcado a los creyentes la nece
sidad de un crecimiento constante en gracia y en conocimiento de la
verdad; y ahora, sabiendo que pronto iba a ser llamado a sufrir el mar
tirio por su fe, llamó una vez más su atención al precioso privilegio
que está al alcance de cada creyente. En la completa seguridad de su
fe, el anciano discípulo exhortó a sus hermanos a tener firmeza de
4. propósito en la vida cristiana. “Procurad —rogaba Pedro— tanto más
de hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas
cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será abundante
mente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo.” ¡Preciosa seguridad! ¡Gloriosa es la esperanza
del creyente mientras avanza por fe hacia las alturas de la perfección
cristiana! (Los hechos de los apóstoles, pp. 424, 425).
Martes 10 de junio: Juan y la Ley
Nadie se engañe a sí mismo creyendo que pueda volverse santo
mientras viole premeditadamente uno de los preceptos divinos. Un
pecado cometido deliberadamente acalla la voz atestiguadora del Espí
ritu y separa al alma de Dios. “El pecado es transgresión de la ley”. Y
“todo aquel que peca [transgrede la ley], no le ha visto, ni le ha cono
cido” (1 Juan 3:6). Aunque San Juan habla mucho del amor en sus
epístolas, no vacila en poner de manifiesto el verdadero carácter de esa
clase de personas que pretenden ser santificadas y seguir trans
grediendo la ley de Dios. “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus
mandamientos, es mentiroso, y no hay verdad en él; mas el que guarda
su palabra, verdaderamente en éste se ha perfeccionado el amor de
Dios” (1 Juan 2:4, 5, V.M.). Esta es la piedra de toque de toda profe
sión de fe. No podemos reconocer como santo a ningún hombre sin
haberle comparado primero con la sola regla de santidad que Dios
haya dado en el cielo y en la tierra. Si los hombres no sienten el peso
de la ley moral, si empequeñecen y tienen en poco los preceptos de
Dios, si violan el menor de estos mandamientos, y así enseñan a los
hombres, no serán estimados ante el cielo, y podemos estar seguros de
que sus pretensiones no tienen fundamento alguno (El conflicto de los
siglos, p. 526).
Dios exige en este tiempo precisamente lo que demandó de la santa
pareja en el Edén: perfecta obediencia a sus mandatos. Su ley perma
nece inmutable en todos los siglos. La gran norma de justicia presen
tada en el Antiguo Testamento no es rebajada en el Nuevo Testamen
to. La obra del evangelio no es debilitar las exigencias de la santa ley
de Dios, sino elevar a los hombres hasta el punto donde puedan guar
dar sus preceptos.
La fe en Cristo que salva el alma no es lo que presentan muchos.
5. “Cree, cree —es su clamor—, solamente cree en Cristo y serás salvo.
Eso es todo lo que tienes que hacer”. La verdadera fe confía plena
mente en Cristo para la salvación, pero al mismo tiempo inducirá a una
perfecta conformidad con la ley de Dios. La fe se manifiesta mediante
las obras. Y el apóstol Juan declara: “El que dice: Yo le conozco, y no
guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso”.
El enemigo siempre ha trabajado para desunir la ley y el evangelio;
pero ellos van tomados de la mano.
Honramos tanto al Padre como al Hijo cuando hablamos acerca de
la ley. El Padre nos dio la ley, y el Hijo murió para magnificarla y
hacerla honorable.
Es imposible que exaltemos la ley de Jehová a menos que nos afe
rremos de la justicia de Jesucristo.
La ley de Jehová es el árbol; el evangelio son los capullos fragantes
y el fruto que da (Comentario bíblico adventista, tomo 6, pp. 1072,
1073).
De nada vale profesar simplemente ser discípulo. La fe en Cristo
que salva al alma no es la que muchos enseñan. “Creed, creed — di
cen— y no tenéis necesidad de guardar la ley”. Pero una creencia que
no lleva a la obediencia, es presunción. Dice el apóstol Juan: “El que
dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiro
so, y la verdad no está en él”. Nadie abrigue la idea de que las provi
dencias especiales o las manifestaciones sobrenaturales han de probar
la autenticidad de su obra ni de las ideas que proclama. Cuando los
hombres dan poca importancia a la Palabra de Dios y ponen sus im
presiones, sus sentimientos y sus prácticas por encima de la norma
divina, podemos saber que no tienen la luz.
La obediencia es la prueba del discipulado. La observancia de los
mandamientos es lo que prueba la sinceridad del amor que pro
fesamos. Cuando la doctrina que aceptamos destruye el pecado en el
corazón, limpia el alma de contaminación y produce frutos de san
tidad, entonces podemos saber que es la verdad de Dios. Cuando en
nuestra vida se manifiesta benevolencia, bondad, ternura y simpatía;
cuando el gozo de realizar el bien anida en nuestro corazón; cuando
ensalzamos a Cristo, y no al yo, entonces podemos saber que nuestra
fe es correcta. “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si
guardamos sus mandamientos” {El discurso maestro de Jesucristo, p.
123).
6. El deseo de llevar una religión fácil, que no exija luchas, ni des
prendimiento, ni ruptura con las locuras del mundo, ha hecho popular
la doctrina de la fe, y de la fe sola; ¿pero qué dice la Palabra de Dios?
El apóstol Santiago escribe: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si
alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?...
¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No
fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a
su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus
obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?...Veis, pues, que el
hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Santia
go 2:14-24).
El testimonio de la Palabra de Dios se opone a esta doctrina seduc
tora de la fe sin obras. No es fe pretender el favor del cielo sin cumplir
las condiciones necesarias para que la gracia sea concedida. Es pre
sunción, pues la fe verdadera se funda en las promesas y disposiciones
de las Sagradas Escrituras...
Un pecado cometido deliberadamente acalla la voz atestiguadora
del Espíritu y separa al alma de Dios. “El pecado es infracción de la
ley”. Y “todo aquel que peca [o sea, infringe la ley], no le ha visto, ni
le ha conocido” (1 Juan 3:6). Aunque San Juan habla mucho del amor
en sus epístolas, no vacila en poner de manifiesto el verdadero carácter
de esa clase de personas que pretenden ser santificadas y seguir trans
grediendo la ley de Dios. “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus
mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el
que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha
perfeccionado” (1 Juan 2:4-5). Esta es la piedra de toque de toda pro
fesión de fe (Dios nos cuida, p. 317).
La obra de cada uno pasa bajo la mirada de Dios, y es registrada, e
imputada, ya como señal de fidelidad, ya de infidelidad. Frente a cada
nombre, en los libros del cielo, aparecen con terrible exactitud cada
mala palabra, cada acto egoísta, cada deber descuidado, y cada pecado
secreto, con toda su artera hipocresía. Las admoniciones o reconven
ciones divinas despreciadas, los momentos perdidos, las oportunidades
desperdiciadas, la influencia ejercida para bien o para mal, con sus
abarcantes resultados, todo es registrado por el ángel anotador.
La ley de Dios es la regla por la cual los caracteres y las vidas de
Miércoles 11 de junio: Santiago y la Ley
7. los hombres serán probados en el juicio. Salomón dice: “Teme a Dios,
y guarda sus mandamientos; porque esto es la suma del deber humano.
Pues que Dios traerá toda obra ajuicio” (Eclesiastés 12:13, 14, V.M.).
El apóstol Santiago amonesta a sus hermanos diciéndoles: “Así hablad
pues, y así obrad, como hombres que van a ser juzgados por la ley de
libertad” (Santiago 2:12, V.M.) (Cristo en su Santuario, p. 129).
Jueves 12 de junio: Judas y la Ley
“Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de
nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortán
doos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada
a los santos” (Judas 3).
Judas escribe este mensaje con el propósito de alertar a los cre
yentes acerca de las influencias seductoras de los falsos maestros que
tienen la apariencia de piedad, pero que no son líderes confiables. En
los días finales se levantarán falsos adoctrinadores que llegarán a ser
activos y celosos. Presentarán toda suerte de teorías para desviar de la
verdad que define la posición segura que cada uno debe ocupar en este
tiempo cuando Satanás está trabajando con poder sobre los religiosos,
a quienes induce a pretender que son justos, pero que se equivocan al
no someterse a la orientación del Espíritu Santo.
Se mezclarán falsas teorías con cada fase de la experiencia, y se
abogará con satánico fervor con el propósito de cautivar la mente de
cada creyente cuyo conocimiento no esté enraizado en los sagrados
principios de la Palabra de Dios. En nuestro propio medio se levan
tarán falsos maestros investidos de espíritus seductores que sostendrán
doctrinas de origen satánico. Con palabras lisonjeras, con tacto seduc
tor y con tergiversaciones habilidosas, lograrán arrastrar como discípu
los a los que estén desprevenidos.
La única esperanza para nuestra feligresía está en mantenerse muy
alerta. Solo los que estén bien fundamentados en la verdad de las Es
crituras, y sometan a prueba cada planteamiento con un “Así dice el
Señor”, estarán a salvo. El Espíritu Santo guiará a los que aprecian la
sabiduría de Dios que está por encima de los engaños y sofisterías de
las agencias satánicas. Debe haber mucha oración, no al estilo huma
no, sino bajo la inspiración del amor a la verdad tal cual es en Jesús.
Las familias que creen en la verdad hablarán palabras de sabiduría y
8. de inteligencia; palabras que recordarán como resultado de haber es
cudriñado las Escrituras.
Ahora es el tiempo de prueba y aflicción. Ahora es cuando los inte
grantes de cada familia de creyentes deben cerrar los labios a las acu
saciones contra sus hermanos. Hay que hablar palabras que den coraje
y que fortalezcan la fe que obra por amor y purifica todo el ser
(Recibiréis poder, p. 127).
“Aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin
mancha delante de su gloria con gran alegría” (Judas 24).
Si permanecéis bajo el estandarte ensangrentado del Príncipe Ema
nuel, haciendo fielmente su servicio, nunca tendréis que ceder a la
tentación pues estará a vuestro lado “Aquel que es poderoso para
guardaros sin caída”.
No tenemos motivo para conservar nuestras tendencias pecami
nosas... A medida que nos hagamos partícipes de la naturaleza divina,
se irán eliminando del carácter las tendencias al mal hereditarias y
cultivadas, y nos iremos transformando en un poder viviente para el
bien. Al aprender constantemente del Maestro divino, al participar
diariamente de su naturaleza, cooperamos con Dios en vencer las ten
taciones de Satanás. Dios y el hombre obran de común acuerdo a fin
de que éste pueda ser uno con Cristo así como Cristo es uno con Dios.
Entonces nos sentaremos juntamente con Cristo en los lugares celestia
les, y nuestra mente reposará en paz y seguridad en Jesús (Dios nos
cuida, p. 361)