1. Caballeros y gigantes … e importaciones
Todos los que nos educamos antes del advenimiento de la Internet y sobre todo del Wii recordamos con
sentimientos encontrados las ocurrencias del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha. Sin lugar a
dudas, uno de los pasajes más memorables de esta “epopeya” anacrónica es aquél en el que el armado
caballero, producto de sus alucinaciones medievales, arremete poderosamente contra unos inofensivos
molinos a los que él percibe como gigantes belicosos. Pues bien, la vida da muchas vueltas y algunas
veces termina inviertiendo los papeles tal como está sucediendo con el sector agropecuario en nuestro
país frente a la conspiración que los molineros, los intermediarios, los importadores, las políticas de
libre mercado, y el resto de la legión del exterminio han montado para hacer desaparecer a nuestros
productores.
Lo que alguna vez fue una relación de mutualismo inequitativo pero conveniente se ha convertido en el
canibalismo más despiadado. Recordemos que el sector agropecuario ha sido, desde los tiempos de la
construcción del Ferrocarril Transístmico, unos de los pilares del progreso de nuestro país a pesar de
los abusos a los que fue sometido por los Liberales y los Conservadores colombianos en sus
interminables conflictos armados, y posteriormente por la avaricia desmedida y el abuso de poder en
materia tributaria de la Élite Feudal Criolla (EFC) panameña. A pesar de todas estas adversidades, esos
campesinos que habitan las tierras al occidente del Puente y al oriente de Pacora se resisten a
desaparecer y siempre han encontrado la forma de subsistir con dignidad, sin esperar de los gobiernos
ni exigirles subsidios irresponsables que no hacen más que perpetuar la negligencia, la dependencia y
pobreza.
Sin embargo, esta vez el panorama parece incierto para los despectivamente denominados orejanos,
patirrajaos, buchís y más recientemente cholos. La confluencia de fuerzas destructivas externas e
internas están empujando al despeñadero a los que producen nada más y nada menos que la comida que
nosotros llevamos a la mesa. Y la única explicación que dan los gobiernos post-dictadura militar es que
se trata de una economía de libre oferta y demanda, la cuál por cierto riñe con la medida
“proteccionista” que hace poco tomó la ACODECO al multar a los cebolleros de Tierras Altas por
vender la cebolla a un precio demasiado bajo que afectaría la rentabilidad de los importadores.
A esto hay que sumarle la “encomiable” labor el Instituto de “Mercadeo” Agropecuario (IMA), cuyas
siglas deberían reemplazarse por IIPES (Instituto de Importación de Productos Extranjeros
Subsidiados). Esta xenofílica institución es un ejemplo de eficiencia cuando se trata de inundar el
mercado nacional con los excedentes de otros países, mientras que lo exactamente opuesto sucede a la
hora de comercializar los productos nacionales en las periferias e incluso localmente tal como sucedió
con los cebolleros de Natá y con los ñameros de Ocú hace apenas unos años. Sin embargo, esto no es
casualidad, sino parte de una política de estado para enriquecer aún más a los importadores mediante el
incremento de su margen de utilidades al comprar productos subsidiados y por ende baratos en el
extranjero, lo que son posteriormente revendidos a los consumidores con un incremento de precio que
oscila entre el 200 al 500%. Mientras tanto, nuestros productores, hacen malabares para sobrevivir pese
a la escasez de mercado provocada por las importaciones, y los consumidores no entienden por qué la
canasta básica sigue subiendo a pesar que el combustible ya bajó.
Por más de 2 décadas, se ha insistido en que se tiene que incrementar la eficiencia de nuestro sector
agropecuario a fin de hacerlo más competitivo. Los altos costos de producción resultantes de los
elevados precios que los monopolios importadores fijan a los insumos y de condiciones climáticas
adversas, sumados al desamparo estatal, hacen de esta prescripción una fantasía digna de una mente
desvariante. En contraposición, el Gobierno de los Estados Unidos de América (lugar de origen de
2. muchas de las importaciones en mención) destina 55 mil millones de dólares cada año para subsidiar a
su productores de alimentos. Esto genera una lucha por el mercado muy parecida a la leyenda de David
y Goliat; el problema es que, en la vida real, Goliat casi siempre gana.
Lo paradójico del caso es que, entre estos importadores, militan los comerciantes de insumos agrícolas
a nivel nacional, quienes han obviado una importante variable de esta ecuación: Si el productor
desaparece, no habrá quien consuma sus mercaderías. A este grupo de importadores suicidas, también
pertenecen los molineros. Por mucho tiempo, fueron beneficiarios de las importaciones, pero ahora se
están convirtiendo en otras más de sus víctimas, puesto que los productos que antes procesaban para
luego venderlos a los consumidores a precios absurdamente más altos han comenzado a entrar al
mercado listos para el consumo; en otras palabras, se les está forzando a experimentar una empatía a la
cual no están acostumbrados.
De todo lo antes dicho, surge la pregunta: ¿Entonces quién es el verdadero favorecido con tantos
perjuicios? No falta un ingenuo que responda que es el pueblo, pues, de otra manera, la comida costaría
mucho más. No hay nada más alejado de la realidad, ya que el ahorro logrado con la compra de
productos importados no lo ve el pueblo, sino los importadores o intermediarios que especulan
inescrupulosamente con los precios. Una de las excusas más baratas para estas importaciones es la
escasez en el mercado local. Me pregunto si nuestros malogrados productores coinciden con esta tesis
cuando tienen que resignarse a ver sus cosechas perderse en los campos de cultivo o en los sitios de
almacenamiento porque el mercado está abarrotado de productos importados.
Otra pregunta oportuna que deberíamos plantearnos es: ¿Hacia dónde vamos con todas estas
importaciones? No se requiere de facultades proféticas para darse cuenta de que, a raíz del cambio
climático tan en boga hoy día, es inminente la disminución e incluso la inviabilidad en la producción de
alimentos en muchas locaciones de donde provienen los productos que nuestro país importa. En un
escenario de escasez, estos proveedores de alimentos priorizarán la seguridad alimentaria de su gente
sobre la de la nuestra. El resto de esta historia es fácil de deducir: Los Caballeros de la Triste Figura no
serán sólo los productores agropecuarios, sino también los que no podemos prescindir de la necesidad
fisiológica de alimentarnos, es decir, todos.
Una población tan alardeante de soberanía como la nuestra debería entender que esta condición
comienza por la autosuficiencia.