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DERECHOS HUMANOS, GLOBALIZACIÓN E INTERCULTURALIDAD
Trabajo nº 1
DERECHOS HUMANOS, GLOBALIZACION E INTERCULTURALIDAD.
Derechos humanos
Los derechos humanos son derechos inherentes a todos los seres humanos, sin distinción alguna de nacionalidad,
lugar de residencia, sexo, origen nacional o étnico, color, religión, lengua, o cualquier otra condición. Todos tenemos
los mismos derechos humanos, sin discriminación alguna. Estos derechos son interrelacionados, interdependientes e
indivisibles.
Los derechos humanos universales están contemplados y garantizados por la ley, a través de los tratados, el derecho
internacional consuetudinario, los principios generales y otras fuentes del derecho internacional. El derecho
internacional de los derechos humanos establece las obligaciones que tienen los gobiernos de tomar medidas en
determinadas situaciones o abstenerse de actuar, esto con el fin de promover y proteger los derechos humanos y las
libertades fundamentales de los individuos o grupos. Art 19, 29, 30, 31, 281, # 1, 9, 10 y 11.
Globalización
La globalización es una nueva fase del desarrollo del capitalismo y es la expresión actual de una tendencia
permanente a favor de la concentración y la centralización del capital, como predijo Marx.
La globalización podría rendir beneficios espléndidos a la humanidad, si no fuera porque no está concebida para ello,
sino para servir los intereses de las clases dominantes y aumentando la explotación de los trabajadores en cada país
y la explotación de los países del Tercer Mundo por las potencias económicas mundiales.
Es por lo tanto más que pertinente relacionar la globalización con los Derechos Humanos.

La interculturalidad:
La interculturalidad tiene su génesis en Europa y Norteamérica ya que permita el diálogo entre las culturas en el
ámbito especialmente lingüístico Se trataba de evitar la imposición de un idioma hegemónico sobre otros que no lo
eran. Es una propuesta política orientada a resolver un problema.

Parte del presupuesto de que todas las culturas son incompletas; es decir, universos inacabados de significados que
se recrean constantemente. Esta infinitud de las culturas hace imperativo un diálogo intercultural que recoja tres
aspectos:

* La tolerancia discursiva
* La voluntad para incorporar conocimientos alternativos
* La preferencia por conocimientos suprimidos o marginalizados y por víctimas o pueblos oprimidos.

La interculturalidad responde a una heurística y a una hermenéutica filosófica que parte de la alteridad para la
comprensión del mundo de pluralidades existenciarias con formas y contenidos racionales y discursivos que deben
ser puestos en un eje de articulaciones lo suficientemente complexo, que no permita la ausencia, negación o
neutralidad, voluntaria o consciente de ninguna de las culturas. Todas son correlativas en este sentido, es decir, en
su forma y contenido de estar presentes frente al otro, porque las culturas no son realidades puras ni abstractas,
desconectados de sus actores materiales. Su heterogeneidad es lo que nutre el dinamismo interno y externo de sus
cambios.
No puede, ni debe, entenderse por interculturalidad confrontación de culturas, ni el abrirse de una cultura a otra con
el interés, expreso o tácito, de subsumirla o asumirla a su contextualidad. Se trata de un reconocimiento interior de
las culturas y sus propias "lógicas" discursivas; al derecho de construir sus contextos desde sí mismas con sus
analogías y contradicciones; de no arriesgar su libertad de acción y de creación mítica, mágica, científica o técnica. Lo
que la filosofía y el diálogo intercultural buscan es conjugar en el mundo una visión de la existencia cuya totalidad no
sea opresora y el saber sea un saber contextual que parta de la experiencia de los sujetos. Es por esta razón que R.
Fornet-Betancourt (2001, p.257), considera que "hay, por tanto, un saber práctico de la interculturalidad como
experiencia que hacemos en nuestra vida cotidiana en tanto que contexto práctico donde ya estamos compartiendo
vida e historia con el otro. Se trataría entonces de cultivar ese saber práctico de manera reflexiva, y con un plan para
organizar nuestras culturas alternativamente desde él, para que la interculturalidad se convierta realmente en una
cualidad activa en todas nuestras culturas."
El monoculturalismo y el individualismo de la globalización neoliberal, a pesar de todos sus esfuerzos mediáticos e
ideológicos por crear una cosmovisión del mundo global homogéneo y unificado, no puede resolver el conflicto que
está en el origen histórico de su formación social. Una sociedad que predica el ser igual al otro desconociendo el
lugar de existencia del otro, nunca podrá ser realmente equitativa. La igualdad formal del liberalismo pretende
construir una cultura de la justicia sin advertir que el contenido material de la norma entra en contradicción con su
aplicación. Es decir, la compatibilidad entre la igualdad y la justicia, parte del desconocimiento de las diferencias
sociales. Se desconoce esto en aras de practicar una serie de principios comunes con los que se quieren neutralizar
tanto las diferencias de clases como la diversidad cultural para crear espacios homogéneos de convivencias. Esta
forma de querer dar respuestas a la fragmentación per se de la sociedad capitalista, no es en modo alguno pluralista;
menos aún una forma de pensar y gobernar en sentido intercultural.

La interculturalidad lo que realmente se propone, desde la diversidad y la diferencia de unos y otros, es la
transformación de la razón, no su negación ni su abdicación; por el contrario, es un transformar, como dice con todo
acierto F. Fornet-Betacourt (1994, p. 19), que deja "entrar en su proceso de constitución las voces de aquellos que
hasta ahora han sido "afectados" por las distintas formaciones vigentes, pero que se han visto excluidos de la
dinámica productiva de las mismas." También porque el encuentro con el otro, de ninguna manera puede estar
determinado ontológicamente por una sola presencia y entenderse ese encuentro desde un sólo modelo categorial
de universalizaciones desde el que más que abrirnos al otro, somos receptores desde nuestra comprensión y nuestro
discurso. Luego, no se realiza efectivamente el diálogo como orden e instancia de comunicación intercultural. El
encuentro con el otro es así interpelación; interpelación desde la que debería ser repensada nuestra manera de
pensar... (Fornet- Betacncourt: ibid)."
La globalización como un estadio superior del mono-culturalismo deja fuera de sí cualquier otra cultura diferente u
opuesta; precisamente, porque no está en su preocupación un diálogo ni una relación con las intersubjetividades de
los otros. Lo que efectivamente la globalización busca globalizar es el mundo de algunos, de un tipo de sociedad
hegemónica que busca trascenderse a sí misma en el tiempo y en el espacio porque detenta el poder político y el
poder tecno-científico para realizar esta empresa post-colonizadora. No existe, o son mínimamente perceptibles, los
indicios que tenemos de una globalización orientada hacia una sociedad de relaciones planetarias interculturales, en
la que el Estado y la democracia ciudadana sean verdaderos escenarios de participación y convivencia.
La globalización no contiene ni da la posibilidad, de que desarrollemos auténticos procesos de interculturalidad para
la inclusión del otro. Hasta ahora la globalización no es un correlato de más democracia social y política, esto sigue
estando en el terreno de lo utópico, cuando las relaciones de interdependencias construidas por la globalización
debieran acrecentar y fortalecer los principios democráticos y los derechos humanos. Lo que las políticas
neoliberales de la globalización suman cada vez, es más productividad a toda costa, ganancias inmediatas, riqueza
acumulativas, roles sociales conformados según las imágenes mediáticas de una cultura "light" sin proyecto
histórico, etc. Lo que cada vez más restan, es el diálogo intercultural como el principal medio de interrelación y
reconocimiento, la pluralidad democrática consensuada a través del discernimiento de los conflictos e intereses en
función del bien común de la mayoría ciudadana, una opinión pública cuyo objetivo esencial sea la verdad política,
etc.
Frente al mono-logismo cultural de la globalización neoliberal, se presenta el dialogismo de la interculturalidad como
momento crítico del pensar filosófico, pues se trata de re-pensar la realidad existencial desde la alteridad originaria,
desde la cual el otro se realiza y expresa, y a quien mi conciencia debe concederle todos los derechos para hablar y
actuar en libertad. El derecho al diálogo desde la perspectiva intercultural, es decir, desde una perspectiva pluralista
de la convivencia humana, es una alternativa válida a la homogeneización y la estandarización del pensamiento
reductivo y único de la globalización neoliberal, ya que supone la noción democrática de la inclusión del otro en un
nos-otros, entendiendo por esto la inscripción de todos los individuos de un mundo donde el marco de tolerancia
política, ética, moral, etc., garantice plenamente el derecho a la vida y arribar a la tan esperada identidad y
ciudadanía compartidas.
La importancia del análisis y la interpretación intercultural del mundo globalizado, es que retoma y amplia para la
filosofía (especialmente la latinoamericana), su dinámica liberadora a través del pensamiento y de la palabra. Este es
un derecho inalienable a todo contexto cultural con su respectiva formación histórica. Se convierte así el pensar
filosófico en un pensar dialéctico, en una razón dialógica que se desenvuelve históricamente en una práctica
comunicativa que no puede ignorar la presencia de los otros, menos aún negar sus particularidades.
Trabajo nº 2
1.4. DERECHOS HUMANOS, GLOBALIZACIÓN E INTERCULTURALIDAD

No debe considerarse una casualidad que los trabajos filosóficos que se han venido publicando con motivo de la
celebración de los 50 años de la Declaración de los Derechos del Hombre tengan como marco privilegiado de
referencias el problema de la interculturalidad. Algo verdaderamente serio en nuestra concepción de los derechos
humanos debe estar siendo puesto en cuestión por los fenómenos del multiculturalismo como para motivar
semejante coincidencia. Más que casual, la coincidencia es pues reveladora. Y lo primero que ella nos revela es que
el interculturalismo es un signo de los tiempos, una suerte de nuevo fantasma que recorre el mundo y que lo recorre
en un sentido exactamente inverso al llamado proceso de globalización, que se caracteriza por ser precisamente un
proceso culturalmente uniformizante. “Las tribus han regresado” (“the tribes have returned”), como dice Michael
Walzer(1). Han regresado en el Este, han regresado en el mundo árabe y en el mundo asiático, pero han regresado
también a su manera, o han resurgido, en el interior del mundo occidental mismo por la presencia en él de viejas y
de nuevas formas de identidad cultural que reclaman su derecho a existir con autonomía. El tribalismo y la
globalización parecen ser dos fenómenos contrapuestos que imprimen su sello a la situación en que se encuentra la
cultura mundial a fines del milenio.
Por qué esto es así, es decir: por qué el tribalismo ha adquirido de pronto legitimidad y ha hecho en cierto modo
vulnerable la concepción teórica de los derechos humanos, es algo sobre lo que volveré más adelante. Por el
momento quisiera sólo recordar que este proceso está estrechamente emparentado con el cuestionamiento
(también el autocuestionamiento) al que ha sido sometida la propia cultura occidental, y que en fecha reciente ha
dado lugar a movimientos filosóficos como el de la postmodernidad o el comunitarismo. Estamos pues ante las dos
caras de una misma moneda: la obtención de legitimidad de las reivindicaciones culturalistas es el anverso, o el
reverso, de la pérdida de legitimación de las pretensiones universalistas de la cultura occidental. Se dice por eso
justamente que las tribus están “regresando”, no que están apareciendo; siempre estuvieron allí, pero fueron en
apariencia sojuzgadas por sistemas políticos universalistas y uniformizantes que minimizaron su relevancia. Su
retorno coincide pues con la crisis de aquellos sistemas. Y que no se crea tampoco que esto es sólo pertinente
respecto de las tribus del Este o del Oriente. También en el interior de la sociedad capitalista liberal están
emergiendo voces tribales que hacen pensar en las limitaciones de este sistema para procesar adecuadamente las
diferencias culturales.
1. Primer paso: la confrontación abierta
Comienzo pues en primer lugar con la confrontación principista y abierta entre los culturalistas y los defensores de
los derechos humanos. Las críticas culturalistas han comenzado a hacerse sentir, como ya dije, en fecha reciente, y
no sólo, aunque sí principalmente, en contextos culturales ajenos a Occidente. En esencia, lo que se cuestiona es la
concepción individualista e instrumental subyacente a la noción de derechos humanos, concepción que es, sí, propia
de la cultura occidental, pero que quiere hacerse pasar por una concepción válida en un sentido universal, es decir,
supuestamente independiente de condicionamientos culturales y consecuentemente vinculante para todos los seres
humanos. No es en sentido estricto la dimensión moral de la defensa de la vida, ni, menos aún, de la solidaridad
humana, lo que se cuestiona, sino la creencia presupuesta de que tales valores reposan sobre una noción atomística
de la persona y sobre la destrucción de sus lazos culturales. En la defensa de los derechos humanos se estaría
expresando implícitamente, esta vez incluso con buena conciencia, el atávico imperialismo cultural de Occidente.
Dependiendo de los autores que las formulan, estas críticas pueden adoptar matices distintos: en algunos casos se
dirigen en contra del secularismo de la concepción occidental, es decir, en contra de la desvalorización de las
cosmovisiones religiosas a la que parece conducir necesariamente aquella concepción; en otros casos se dirigen más
abiertamente en contra del individualismo presupuesto en los derechos humanos, por medio del cual se pretende
legitimar indirectamente la lógica del mercado y la desintegración de las comunidades culturales. Aceptar
acríticamente la concepción de los derechos humanos equivaldría, según estos críticos, a aceptar la cosmovisión
occidental que los sostiene y que privilegia el individualismo, la utilización tecnológica de la naturaleza y el dominio
de las leyes del mercado. Posiciones como éstas han podido escucharse en la Conferenciade Viena de 1993 o en la
Declaración de Bangkok sobre los “valores asiáticos”, del mismo año, y siguen expresándose también en muchos
otros foros nacionales o internacionales.
Manteniéndonos en el nivel de la confrontación abierta y superficial, muchos defensores de los derechos humanos
rebaten estas críticas empleando un argumento teórico y un argumento práctico. El argumento teórico es que
también la posición de los culturalistas expresa una cosmovisión implícita, que consiste en absolutizar los
parámetros de racionalidad o de moral inherentes a una cultura específica. Defender semejante cosmovisión en un
mundo globalizado equivaldría, se nos dice, a incurrir en una flagrante reducción de la complejidad del problema,
reproduciendo en cierto modo la situación que se produjera en los inicios de la modernidad europea al momento de
la guerra de las religiones. Fue precisamente para afrontar y dar solución a esa disputa entre cosmovisiones
culturales que el Occidente europeo imaginó la idea de la tolerancia y del respeto de los derechos individuales. El
argumento práctico, de otro lado -un argumento que adquiere cada vez más fuerza-, es que aquellas críticas a los
derechos humanos no serían sino un débil recurso de legitimación, un encubrimiento ideológico, de las frecuentes
violaciones de estos derechos en los países en los que las críticas se formulan. Basta echar un vistazo a la situación
de los países involucrados: es allí justamente donde se conculcan los derechos de las mujeres o de los niños, o el
derecho a la libertad de expresión, a la libertad de culto, a la libertad de conciencia. Parece ser un recurso habitual
de los gobernantes de aquellos países el apelar a las características propias de su cultura para legitimar estas
violaciones. El discurso culturalista hablaría pues, como se dice en castellano, por la herida.
2. Segundo paso: las razones o las raíces de la confrontación
Una segunda razón teórica que asiste a los culturalistas, estrechamente ligada a la anterior, es la denuncia de la
cultura del individualismo subyacente a la concepción de los derechos humanos. Éste es uno de los puntos más
fuertes, y más conocidos, de la crítica de los comunitaristas, de manera que no necesito abundar aquí en detalles. A
lo que esta crítica se refiere es a que los derechos humanos no se venden solos. Vienen acompañados de muchas
cosas más. El derecho a la libertad individual viene con la ley del mercado. El derecho a la libertad de expresión viene
con el derecho a la propiedad privada de los medios de comunicación. El derecho al trabajo con el derecho a la
acumulación de capital. El derecho a la libertad de conciencia con la ruptura de la solidaridad social. Los derechos
humanos son, para decirlo en palabras de Michael Walzer, un maximalismo moral disfrazado de minimalismo(2), es
decir, son sólo en apariencia un código mínimo de principios morales, porque a través de ellos se expresa,
implícitamente, una cosmovisión bastante más amplia y bastante más densa de valores de la cultura liberal.

3. Tercer paso: más alla del fundamentalismo o un consenso dialéctico
El listado de argumentos que acabo de presentar no es, por supuesto, exhaustivo, pero es, sí, suficientemente
variado como para que entendamos por qué les debemos prestar una atención especial. El problema es justamente
que, frente a semejante heterogeneidad, y teniendo en cuenta que las posiciones opuestas parecen gozar de validez
relativa, muchas veces la reacción natural consiste en restablecer el fundamentalismo. En lugar de aprender de las
críticas, nos aferramos a la posición originaria. Pero, a diferencia del fundamentalismo inicial (de nuestro primer
paso), que era inmediato e ingenuo, éste es más peligroso, porque se ha endurecido en sus creencias, pese a haber
tomado noticia de las advertencias del interlocutor. Debe quedar claro, en todo caso, que fundamentalista no es sólo
la posición del defensor del culturalismo, sino también aquella de quien defiende la concepción universal de los
derechos humanos sin tomar en cuenta las razones de peso esgrimidas en su contra.
Tenemos que abandonar el fundamentalismo. Y eso sólo puede hacerse reconociendo la validez relativa de las
posiciones en disputa, es decir, reconociendo que el punto de partida es una verdadera controversia. Decía por eso
que la solución debe ser dialéctica, en el sentido estricto (o mejor dicho: en el sentido aristotélico) de la palabra. En
su sentido estricto, la dialéctica es un método de resolución de conflictos. Es decir, es un método que sólo se emplea
cuando no hay acuerdo entre los interlocures, y se emplea justamente para conseguir ese acuerdo. Pero, para
solicitar la intervención de un método semejante, hay que reconocer, en primer lugar, que la situación inicial es
conflictiva, incierta, y que no tiene la evidencia que conduce al fundamentalismo. Los interlocutores en este debate
deberían poder admitir que hay buenas razones que asisten a ambas partes, y que esas razones los conciernen tanto
en un sentido positivo como en un sentido negativo. En otras palabras, es preciso admitir que hay aspectos de la
propia posición que están siendo seriamente cuestionados por la posición del interlocutor. Mientras esto no ocurra
-mientras no haga uno sobre sí mismo, como diría Hegel, lo que el otro hace sobre uno-, la disputa se perpetuará
como un diálogo de sordos, sin otra posibilidad de solución que la que se impone por la fuerza. Mientras los países
ricos no reconozcan que su discurso sobre los derechos humanos es farisaico porque encubre una grave desigualdad
estructural del orden económico internacional; mientras no admitan que el status quo de las relaciones
internacionales habla en contra del discurso igualitario que presupone su propia defensa universalista de los
derechos de la persona; mientras no reconozcan en su debida dimensión la autonomía de las culturas a las que por
siglos han mantenido en situación de dominación, habrá pocas posibilidades de que la concepción de los derechos
humanos llegue a ser aceptada como una concepción genuinamente universal. De otro lado, y análogamente,
mientras los defensores del culturalismo no reconozcan el peligro del encapsulamiento en la propia tradición
cultural; mientras sigan pretendiendo instrumentalizar el discurso culturalista para fines políticos internos; mientras
no sean capaces de ofrecer una alternativa transculturalista que haga posible la convivencia entre las diferentes
culturas particulares, no habrá tampoco muchas posibilidades de hacer valer con justicia las reivindicaciones de
autonomía cultural.
Admitir la validez relativa de las críticas que se esgrimen en contra de la propia posición, no significa aún, sin
embargo, haber llegado a un acuerdo. Para eso hace falta un paso más. Un consenso dialéctico sería aquél que
resultase del reconocimiento de un conjunto de reglas comunes, para el cual no fuese necesario renunciar a los
principios de la propia cosmovisión cultural. Para reconocer una serie de derechos humanos comunes, no tendría
por qué ser necesario, por ejemplo, renunciar a la cosmovisión religiosa de una cultura particular, ni, menos aún,
tener que admitir simultáneamente la ruptura de la solidaridad social o la necesidad de la racionalidad instrumental
de la sociedad de mercado. En cierto modo, las diferentes Declaraciones de los Derechos Humanos, en la medida en
que han sido reconocidas y firmadas por estados particulares, constituyen una forma de consenso dialéctico como el
que estoy mencionando. Pero son aún una forma muy incipiente, porque su vigencia está siendo puesta
constantemente en cuestión por los fundamentalismos de viejo y de nuevo cuño.

Leer más: http://tareasmiascom.webnode.com.ve/derechos-humanos-y-modelos-de-desarrollo/unidad-i-ii-iii-/
Crea tu propia web gratis: http://www.webnode.es
Derechos humanos globalizacion interculturalidad

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Derechos humanos globalizacion interculturalidad

  • 1. DERECHOS HUMANOS, GLOBALIZACIÓN E INTERCULTURALIDAD Trabajo nº 1 DERECHOS HUMANOS, GLOBALIZACION E INTERCULTURALIDAD. Derechos humanos Los derechos humanos son derechos inherentes a todos los seres humanos, sin distinción alguna de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, origen nacional o étnico, color, religión, lengua, o cualquier otra condición. Todos tenemos los mismos derechos humanos, sin discriminación alguna. Estos derechos son interrelacionados, interdependientes e indivisibles. Los derechos humanos universales están contemplados y garantizados por la ley, a través de los tratados, el derecho internacional consuetudinario, los principios generales y otras fuentes del derecho internacional. El derecho internacional de los derechos humanos establece las obligaciones que tienen los gobiernos de tomar medidas en determinadas situaciones o abstenerse de actuar, esto con el fin de promover y proteger los derechos humanos y las libertades fundamentales de los individuos o grupos. Art 19, 29, 30, 31, 281, # 1, 9, 10 y 11. Globalización La globalización es una nueva fase del desarrollo del capitalismo y es la expresión actual de una tendencia permanente a favor de la concentración y la centralización del capital, como predijo Marx. La globalización podría rendir beneficios espléndidos a la humanidad, si no fuera porque no está concebida para ello, sino para servir los intereses de las clases dominantes y aumentando la explotación de los trabajadores en cada país y la explotación de los países del Tercer Mundo por las potencias económicas mundiales. Es por lo tanto más que pertinente relacionar la globalización con los Derechos Humanos. La interculturalidad: La interculturalidad tiene su génesis en Europa y Norteamérica ya que permita el diálogo entre las culturas en el ámbito especialmente lingüístico Se trataba de evitar la imposición de un idioma hegemónico sobre otros que no lo eran. Es una propuesta política orientada a resolver un problema. Parte del presupuesto de que todas las culturas son incompletas; es decir, universos inacabados de significados que se recrean constantemente. Esta infinitud de las culturas hace imperativo un diálogo intercultural que recoja tres aspectos: * La tolerancia discursiva * La voluntad para incorporar conocimientos alternativos * La preferencia por conocimientos suprimidos o marginalizados y por víctimas o pueblos oprimidos. La interculturalidad responde a una heurística y a una hermenéutica filosófica que parte de la alteridad para la comprensión del mundo de pluralidades existenciarias con formas y contenidos racionales y discursivos que deben ser puestos en un eje de articulaciones lo suficientemente complexo, que no permita la ausencia, negación o
  • 2. neutralidad, voluntaria o consciente de ninguna de las culturas. Todas son correlativas en este sentido, es decir, en su forma y contenido de estar presentes frente al otro, porque las culturas no son realidades puras ni abstractas, desconectados de sus actores materiales. Su heterogeneidad es lo que nutre el dinamismo interno y externo de sus cambios. No puede, ni debe, entenderse por interculturalidad confrontación de culturas, ni el abrirse de una cultura a otra con el interés, expreso o tácito, de subsumirla o asumirla a su contextualidad. Se trata de un reconocimiento interior de las culturas y sus propias "lógicas" discursivas; al derecho de construir sus contextos desde sí mismas con sus analogías y contradicciones; de no arriesgar su libertad de acción y de creación mítica, mágica, científica o técnica. Lo que la filosofía y el diálogo intercultural buscan es conjugar en el mundo una visión de la existencia cuya totalidad no sea opresora y el saber sea un saber contextual que parta de la experiencia de los sujetos. Es por esta razón que R. Fornet-Betancourt (2001, p.257), considera que "hay, por tanto, un saber práctico de la interculturalidad como experiencia que hacemos en nuestra vida cotidiana en tanto que contexto práctico donde ya estamos compartiendo vida e historia con el otro. Se trataría entonces de cultivar ese saber práctico de manera reflexiva, y con un plan para organizar nuestras culturas alternativamente desde él, para que la interculturalidad se convierta realmente en una cualidad activa en todas nuestras culturas." El monoculturalismo y el individualismo de la globalización neoliberal, a pesar de todos sus esfuerzos mediáticos e ideológicos por crear una cosmovisión del mundo global homogéneo y unificado, no puede resolver el conflicto que está en el origen histórico de su formación social. Una sociedad que predica el ser igual al otro desconociendo el lugar de existencia del otro, nunca podrá ser realmente equitativa. La igualdad formal del liberalismo pretende construir una cultura de la justicia sin advertir que el contenido material de la norma entra en contradicción con su aplicación. Es decir, la compatibilidad entre la igualdad y la justicia, parte del desconocimiento de las diferencias sociales. Se desconoce esto en aras de practicar una serie de principios comunes con los que se quieren neutralizar tanto las diferencias de clases como la diversidad cultural para crear espacios homogéneos de convivencias. Esta forma de querer dar respuestas a la fragmentación per se de la sociedad capitalista, no es en modo alguno pluralista; menos aún una forma de pensar y gobernar en sentido intercultural. La interculturalidad lo que realmente se propone, desde la diversidad y la diferencia de unos y otros, es la transformación de la razón, no su negación ni su abdicación; por el contrario, es un transformar, como dice con todo acierto F. Fornet-Betacourt (1994, p. 19), que deja "entrar en su proceso de constitución las voces de aquellos que hasta ahora han sido "afectados" por las distintas formaciones vigentes, pero que se han visto excluidos de la dinámica productiva de las mismas." También porque el encuentro con el otro, de ninguna manera puede estar determinado ontológicamente por una sola presencia y entenderse ese encuentro desde un sólo modelo categorial de universalizaciones desde el que más que abrirnos al otro, somos receptores desde nuestra comprensión y nuestro discurso. Luego, no se realiza efectivamente el diálogo como orden e instancia de comunicación intercultural. El encuentro con el otro es así interpelación; interpelación desde la que debería ser repensada nuestra manera de pensar... (Fornet- Betacncourt: ibid)." La globalización como un estadio superior del mono-culturalismo deja fuera de sí cualquier otra cultura diferente u opuesta; precisamente, porque no está en su preocupación un diálogo ni una relación con las intersubjetividades de los otros. Lo que efectivamente la globalización busca globalizar es el mundo de algunos, de un tipo de sociedad hegemónica que busca trascenderse a sí misma en el tiempo y en el espacio porque detenta el poder político y el poder tecno-científico para realizar esta empresa post-colonizadora. No existe, o son mínimamente perceptibles, los indicios que tenemos de una globalización orientada hacia una sociedad de relaciones planetarias interculturales, en la que el Estado y la democracia ciudadana sean verdaderos escenarios de participación y convivencia. La globalización no contiene ni da la posibilidad, de que desarrollemos auténticos procesos de interculturalidad para la inclusión del otro. Hasta ahora la globalización no es un correlato de más democracia social y política, esto sigue estando en el terreno de lo utópico, cuando las relaciones de interdependencias construidas por la globalización
  • 3. debieran acrecentar y fortalecer los principios democráticos y los derechos humanos. Lo que las políticas neoliberales de la globalización suman cada vez, es más productividad a toda costa, ganancias inmediatas, riqueza acumulativas, roles sociales conformados según las imágenes mediáticas de una cultura "light" sin proyecto histórico, etc. Lo que cada vez más restan, es el diálogo intercultural como el principal medio de interrelación y reconocimiento, la pluralidad democrática consensuada a través del discernimiento de los conflictos e intereses en función del bien común de la mayoría ciudadana, una opinión pública cuyo objetivo esencial sea la verdad política, etc. Frente al mono-logismo cultural de la globalización neoliberal, se presenta el dialogismo de la interculturalidad como momento crítico del pensar filosófico, pues se trata de re-pensar la realidad existencial desde la alteridad originaria, desde la cual el otro se realiza y expresa, y a quien mi conciencia debe concederle todos los derechos para hablar y actuar en libertad. El derecho al diálogo desde la perspectiva intercultural, es decir, desde una perspectiva pluralista de la convivencia humana, es una alternativa válida a la homogeneización y la estandarización del pensamiento reductivo y único de la globalización neoliberal, ya que supone la noción democrática de la inclusión del otro en un nos-otros, entendiendo por esto la inscripción de todos los individuos de un mundo donde el marco de tolerancia política, ética, moral, etc., garantice plenamente el derecho a la vida y arribar a la tan esperada identidad y ciudadanía compartidas. La importancia del análisis y la interpretación intercultural del mundo globalizado, es que retoma y amplia para la filosofía (especialmente la latinoamericana), su dinámica liberadora a través del pensamiento y de la palabra. Este es un derecho inalienable a todo contexto cultural con su respectiva formación histórica. Se convierte así el pensar filosófico en un pensar dialéctico, en una razón dialógica que se desenvuelve históricamente en una práctica comunicativa que no puede ignorar la presencia de los otros, menos aún negar sus particularidades.
  • 4. Trabajo nº 2 1.4. DERECHOS HUMANOS, GLOBALIZACIÓN E INTERCULTURALIDAD No debe considerarse una casualidad que los trabajos filosóficos que se han venido publicando con motivo de la celebración de los 50 años de la Declaración de los Derechos del Hombre tengan como marco privilegiado de referencias el problema de la interculturalidad. Algo verdaderamente serio en nuestra concepción de los derechos humanos debe estar siendo puesto en cuestión por los fenómenos del multiculturalismo como para motivar semejante coincidencia. Más que casual, la coincidencia es pues reveladora. Y lo primero que ella nos revela es que el interculturalismo es un signo de los tiempos, una suerte de nuevo fantasma que recorre el mundo y que lo recorre en un sentido exactamente inverso al llamado proceso de globalización, que se caracteriza por ser precisamente un proceso culturalmente uniformizante. “Las tribus han regresado” (“the tribes have returned”), como dice Michael Walzer(1). Han regresado en el Este, han regresado en el mundo árabe y en el mundo asiático, pero han regresado también a su manera, o han resurgido, en el interior del mundo occidental mismo por la presencia en él de viejas y de nuevas formas de identidad cultural que reclaman su derecho a existir con autonomía. El tribalismo y la globalización parecen ser dos fenómenos contrapuestos que imprimen su sello a la situación en que se encuentra la cultura mundial a fines del milenio. Por qué esto es así, es decir: por qué el tribalismo ha adquirido de pronto legitimidad y ha hecho en cierto modo vulnerable la concepción teórica de los derechos humanos, es algo sobre lo que volveré más adelante. Por el momento quisiera sólo recordar que este proceso está estrechamente emparentado con el cuestionamiento (también el autocuestionamiento) al que ha sido sometida la propia cultura occidental, y que en fecha reciente ha dado lugar a movimientos filosóficos como el de la postmodernidad o el comunitarismo. Estamos pues ante las dos caras de una misma moneda: la obtención de legitimidad de las reivindicaciones culturalistas es el anverso, o el reverso, de la pérdida de legitimación de las pretensiones universalistas de la cultura occidental. Se dice por eso justamente que las tribus están “regresando”, no que están apareciendo; siempre estuvieron allí, pero fueron en apariencia sojuzgadas por sistemas políticos universalistas y uniformizantes que minimizaron su relevancia. Su retorno coincide pues con la crisis de aquellos sistemas. Y que no se crea tampoco que esto es sólo pertinente respecto de las tribus del Este o del Oriente. También en el interior de la sociedad capitalista liberal están emergiendo voces tribales que hacen pensar en las limitaciones de este sistema para procesar adecuadamente las diferencias culturales. 1. Primer paso: la confrontación abierta Comienzo pues en primer lugar con la confrontación principista y abierta entre los culturalistas y los defensores de los derechos humanos. Las críticas culturalistas han comenzado a hacerse sentir, como ya dije, en fecha reciente, y no sólo, aunque sí principalmente, en contextos culturales ajenos a Occidente. En esencia, lo que se cuestiona es la concepción individualista e instrumental subyacente a la noción de derechos humanos, concepción que es, sí, propia de la cultura occidental, pero que quiere hacerse pasar por una concepción válida en un sentido universal, es decir, supuestamente independiente de condicionamientos culturales y consecuentemente vinculante para todos los seres humanos. No es en sentido estricto la dimensión moral de la defensa de la vida, ni, menos aún, de la solidaridad humana, lo que se cuestiona, sino la creencia presupuesta de que tales valores reposan sobre una noción atomística de la persona y sobre la destrucción de sus lazos culturales. En la defensa de los derechos humanos se estaría expresando implícitamente, esta vez incluso con buena conciencia, el atávico imperialismo cultural de Occidente. Dependiendo de los autores que las formulan, estas críticas pueden adoptar matices distintos: en algunos casos se dirigen en contra del secularismo de la concepción occidental, es decir, en contra de la desvalorización de las cosmovisiones religiosas a la que parece conducir necesariamente aquella concepción; en otros casos se dirigen más abiertamente en contra del individualismo presupuesto en los derechos humanos, por medio del cual se pretende
  • 5. legitimar indirectamente la lógica del mercado y la desintegración de las comunidades culturales. Aceptar acríticamente la concepción de los derechos humanos equivaldría, según estos críticos, a aceptar la cosmovisión occidental que los sostiene y que privilegia el individualismo, la utilización tecnológica de la naturaleza y el dominio de las leyes del mercado. Posiciones como éstas han podido escucharse en la Conferenciade Viena de 1993 o en la Declaración de Bangkok sobre los “valores asiáticos”, del mismo año, y siguen expresándose también en muchos otros foros nacionales o internacionales. Manteniéndonos en el nivel de la confrontación abierta y superficial, muchos defensores de los derechos humanos rebaten estas críticas empleando un argumento teórico y un argumento práctico. El argumento teórico es que también la posición de los culturalistas expresa una cosmovisión implícita, que consiste en absolutizar los parámetros de racionalidad o de moral inherentes a una cultura específica. Defender semejante cosmovisión en un mundo globalizado equivaldría, se nos dice, a incurrir en una flagrante reducción de la complejidad del problema, reproduciendo en cierto modo la situación que se produjera en los inicios de la modernidad europea al momento de la guerra de las religiones. Fue precisamente para afrontar y dar solución a esa disputa entre cosmovisiones culturales que el Occidente europeo imaginó la idea de la tolerancia y del respeto de los derechos individuales. El argumento práctico, de otro lado -un argumento que adquiere cada vez más fuerza-, es que aquellas críticas a los derechos humanos no serían sino un débil recurso de legitimación, un encubrimiento ideológico, de las frecuentes violaciones de estos derechos en los países en los que las críticas se formulan. Basta echar un vistazo a la situación de los países involucrados: es allí justamente donde se conculcan los derechos de las mujeres o de los niños, o el derecho a la libertad de expresión, a la libertad de culto, a la libertad de conciencia. Parece ser un recurso habitual de los gobernantes de aquellos países el apelar a las características propias de su cultura para legitimar estas violaciones. El discurso culturalista hablaría pues, como se dice en castellano, por la herida. 2. Segundo paso: las razones o las raíces de la confrontación Una segunda razón teórica que asiste a los culturalistas, estrechamente ligada a la anterior, es la denuncia de la cultura del individualismo subyacente a la concepción de los derechos humanos. Éste es uno de los puntos más fuertes, y más conocidos, de la crítica de los comunitaristas, de manera que no necesito abundar aquí en detalles. A lo que esta crítica se refiere es a que los derechos humanos no se venden solos. Vienen acompañados de muchas cosas más. El derecho a la libertad individual viene con la ley del mercado. El derecho a la libertad de expresión viene con el derecho a la propiedad privada de los medios de comunicación. El derecho al trabajo con el derecho a la acumulación de capital. El derecho a la libertad de conciencia con la ruptura de la solidaridad social. Los derechos humanos son, para decirlo en palabras de Michael Walzer, un maximalismo moral disfrazado de minimalismo(2), es decir, son sólo en apariencia un código mínimo de principios morales, porque a través de ellos se expresa, implícitamente, una cosmovisión bastante más amplia y bastante más densa de valores de la cultura liberal. 3. Tercer paso: más alla del fundamentalismo o un consenso dialéctico El listado de argumentos que acabo de presentar no es, por supuesto, exhaustivo, pero es, sí, suficientemente variado como para que entendamos por qué les debemos prestar una atención especial. El problema es justamente que, frente a semejante heterogeneidad, y teniendo en cuenta que las posiciones opuestas parecen gozar de validez relativa, muchas veces la reacción natural consiste en restablecer el fundamentalismo. En lugar de aprender de las críticas, nos aferramos a la posición originaria. Pero, a diferencia del fundamentalismo inicial (de nuestro primer paso), que era inmediato e ingenuo, éste es más peligroso, porque se ha endurecido en sus creencias, pese a haber tomado noticia de las advertencias del interlocutor. Debe quedar claro, en todo caso, que fundamentalista no es sólo la posición del defensor del culturalismo, sino también aquella de quien defiende la concepción universal de los derechos humanos sin tomar en cuenta las razones de peso esgrimidas en su contra. Tenemos que abandonar el fundamentalismo. Y eso sólo puede hacerse reconociendo la validez relativa de las posiciones en disputa, es decir, reconociendo que el punto de partida es una verdadera controversia. Decía por eso
  • 6. que la solución debe ser dialéctica, en el sentido estricto (o mejor dicho: en el sentido aristotélico) de la palabra. En su sentido estricto, la dialéctica es un método de resolución de conflictos. Es decir, es un método que sólo se emplea cuando no hay acuerdo entre los interlocures, y se emplea justamente para conseguir ese acuerdo. Pero, para solicitar la intervención de un método semejante, hay que reconocer, en primer lugar, que la situación inicial es conflictiva, incierta, y que no tiene la evidencia que conduce al fundamentalismo. Los interlocutores en este debate deberían poder admitir que hay buenas razones que asisten a ambas partes, y que esas razones los conciernen tanto en un sentido positivo como en un sentido negativo. En otras palabras, es preciso admitir que hay aspectos de la propia posición que están siendo seriamente cuestionados por la posición del interlocutor. Mientras esto no ocurra -mientras no haga uno sobre sí mismo, como diría Hegel, lo que el otro hace sobre uno-, la disputa se perpetuará como un diálogo de sordos, sin otra posibilidad de solución que la que se impone por la fuerza. Mientras los países ricos no reconozcan que su discurso sobre los derechos humanos es farisaico porque encubre una grave desigualdad estructural del orden económico internacional; mientras no admitan que el status quo de las relaciones internacionales habla en contra del discurso igualitario que presupone su propia defensa universalista de los derechos de la persona; mientras no reconozcan en su debida dimensión la autonomía de las culturas a las que por siglos han mantenido en situación de dominación, habrá pocas posibilidades de que la concepción de los derechos humanos llegue a ser aceptada como una concepción genuinamente universal. De otro lado, y análogamente, mientras los defensores del culturalismo no reconozcan el peligro del encapsulamiento en la propia tradición cultural; mientras sigan pretendiendo instrumentalizar el discurso culturalista para fines políticos internos; mientras no sean capaces de ofrecer una alternativa transculturalista que haga posible la convivencia entre las diferentes culturas particulares, no habrá tampoco muchas posibilidades de hacer valer con justicia las reivindicaciones de autonomía cultural. Admitir la validez relativa de las críticas que se esgrimen en contra de la propia posición, no significa aún, sin embargo, haber llegado a un acuerdo. Para eso hace falta un paso más. Un consenso dialéctico sería aquél que resultase del reconocimiento de un conjunto de reglas comunes, para el cual no fuese necesario renunciar a los principios de la propia cosmovisión cultural. Para reconocer una serie de derechos humanos comunes, no tendría por qué ser necesario, por ejemplo, renunciar a la cosmovisión religiosa de una cultura particular, ni, menos aún, tener que admitir simultáneamente la ruptura de la solidaridad social o la necesidad de la racionalidad instrumental de la sociedad de mercado. En cierto modo, las diferentes Declaraciones de los Derechos Humanos, en la medida en que han sido reconocidas y firmadas por estados particulares, constituyen una forma de consenso dialéctico como el que estoy mencionando. Pero son aún una forma muy incipiente, porque su vigencia está siendo puesta constantemente en cuestión por los fundamentalismos de viejo y de nuevo cuño. Leer más: http://tareasmiascom.webnode.com.ve/derechos-humanos-y-modelos-de-desarrollo/unidad-i-ii-iii-/ Crea tu propia web gratis: http://www.webnode.es