1. Arrepentimiento
En el AT "arrepentirse", o algún equivalente, es invariablemente la
traducción de dos términos: naµham (‘lamentar, cambiar de idea’) y
sûuÆb_ (en el sentido de "volverse, retornar").
Es infrecuente el uso de naµham para el hombre (Ex. 13.17; Job
42.6; Jer. 8.6; 31.19), pero se aplica regularmente a Dios, cuando a
menudo se dice que Dios "se arrepiente del mal" propuesto o
iniciado.
Este lenguaje vigoroso proviene de la comprensión israelita de la
actitud de Dios hacia el hombre en función de una relación
personal. Este lenguaje no significaba, naturalmente, que Dios fuera
inconstante o arbitrario sino simplemente que la relación era
cambiante.
En particular, cuando el hombre se aleja voluntariamente de la
dirección y el cuidado de Dios descubre que la consecuencia,
determinada por Dios, de su mal proceder es un mal aun mayor
(Gn. 6.6s; 1 S. 15.11, 35; 2 S. 24.16; Jer. 18.10). Pero la persona
que se arrepiente, aun a última hora, la persona que se vuelve
(nuevamente) a Dios, encuentra a un Dios de misericordia y amor, y
no de juicio (Jer. 18.8; 26.3, 13, 19; Jon. 3.9s; en Ex. 32.12–14 y
Am. 7.3, 6 vemos destacada la importancia del intercesor dispuesto
a presentarse delante de Dios en nombre de su pueblo). De modo
que aunque no se pone en tela de juicio la firmeza del juicio de Dios
en contra del pecado (Nm. 23.19; 1 S. 15.29; Sal. 110.4; Jer. 4.28;
Ez. 24.14; Zac. 8.14), una y otra vez se ha mostrado como un Dios
benevolente, fiel a su pueblo aun cuando este le haya sido infiel; un
Dios, en otras palabras, "que se arrepiente del mal" (Ex. 32.14; Dt.
32.36; Jue. 2.18; 1 Cr. 21.5; Sal. 106.45; 135.14; Jer. 42.10; Jl.
2.13s; Jon. 4.2).
El llamado al arrepentimiento es, en lo que respecta al hombre, un
llamado para que vuelva (sûuÆb_) a colocarse bajo la dependencia
de Dios, a la que se debe por su carácter de criatura (y por el
compromiso del pacto). Estos llamados eran particularmente
frecuentes en los profetas preexílicos. Am. 4.6–11 muestra
claramente que el mal determinado por Dios como consecuencia
del pecado de Israel no es rencoroso ni vengativo, sino que más
bien está destinado a hacer que Israel se arrepienta. El que hace el
2. mal se da con un mal mayor determinado por Dios. Pero el que se
arrepiente de su maldad encuentra un Dios que también se
arrepienee de su mal. Una de las súplicas más elocuentes tocante
al arrepentimiento aparece en Os. 6.1–3 y 14.1–2: es de una súplica
en la que alternan la esperanza y la desesperanza (3.5; 5.4; 7.10),
siendo particularmente conmovedor 11.1–11. Igualmente
conmovedoras son las esperanzas de Isaías expresadas en el
nombre de su hijo Sear-jasub ("un remanente volverá", 7.3; véase
también 10.21; 30.15; 19.22) y las súplicas de Jeremías (3.1–4.4;
8.4–7; 14.1–22; 15.15–21); en ambos casos vemos una mezcla de
presagios y desesperanza (Is. 6.10; 9.13; Jer. 13.23).
Otras expresiones vigorosas son Dt. 30.1–10; 1 R. 8.33–40, 46–53;
2 Cr. 7.14; Is. 55.6–7; Ez. 18.21–24, 30–32; 33.11–16; Jl. 2.12–14.
Véase también 1 S. 7.3; 2 R. 17.13; 2 Cr. 15.4; 30.6–9; Neh. 1.9;
Sal. 78.34; Ez. 14.6; Dn. 9.3; Zac. 1.3s; Mal. 3.7. El ejemplo clásico
de arrepentimiento nacional fue el que encabezó Josías (2 R. 22–
23; 2 Cr. 34–35).
En el NT las voces traducen "arrepentimiento" son metanoeoµ y
metamelomai. En griego generalmente significan "cambiar de
pensamiento" y también "lamentar, sentir remordimiento" (acerca de
lo que se sostenía anteriormente). Encontramos esta nota de
remordimiento en la parábola del publicano (Lc. 18.13),
probablemente en Mt. 21.29, 32; 27.3 y Lc. 17.4 ("Me arrepiento"), y
más explícitamente en 2 Co. 7.8–10. Pero el uso neotestamentario
se ve influido en mayor medida por la voz veterotestamentaria
sûuÆb_; o sea que el arrepentirse no es simplemente lamentar o
cambiar de pensamiento sino hacer un vuelco completo, producir
una completa y total alteración de la motivación básica y la dirección
de la vida del individuo. Por ello, la mejor traducción de metanoeoµ
es a menudo "convertirse", o sea "volverse" (Conversión -
Regeneración). También nos ayuda a explicar por qué Juan el
Bautista exigía el bautismo como expresión de este arrepentimiento,
no sólo para los "pecadores" evidentes sino también para los judíos
"justos": el bautismo como acto decisivo de volverse de la antigua
forma de vida y entregarse a la misericordia de aquel que ha de
venir (Mt. 3.2, 11; Mr. 1.4; Lc. 3.3, 8; Hch. 13.24; 19.4).
El llamado de Jesús al arrepentimiento poco se menciona
explícitamente en Mr. (1.15; 6.12) y Mt. (4.17; 11.20s; 12.41);
mientras que Lc. se encarga de destacarlo (5.32; 10.13; 11.32; 13.3,
5; 15.7, 10; 16.30; 17.3; 24.47). Sin embargo, otros dichos e
3. incidentes en los tres evangelios mencionados expresan muy
claramente el carácter del arrepentimiento que exigió Jesús a lo
largo de todo su ministerio. Su naturaleza radical, como un vuelco y
un retorno completos, se pone de manifiesto en la parábola del hijo
pródigo (Lc. 15.11–24). Su carácter incondicional surge de la
parábola del fariseo y el publicano; el arrepentimiento significa
reconocer que uno no tiene absolutamente ningún derecho ante
Dios, y entregarse sin excusas o intentos de justificación a la
misericordia de Dios (Lc. 18.13). El acto de dar las espaldas a los
valores y el estilo de vida anteriores queda evidenciado en el
encuentro con el joven rico (Mr. 10.17–22) y con Zaqueo (Lc. 19.8).
Por sobre todas las cosas, Mt. 18.3 aclara muy bien que convertirse
significa llegar a ser como un niño, es decir, reconocer la propia
inmadurez y la incapacidad de vivir alejado de Dios, y aceptar una
total dependencia de él.
El llamado al arrepentimiento (y la promesa del perdón) es un rasgo
constante del relato que hace Lucas de la predicación de los
primeros cristianos (Hch. 2.38; 3.19; 8.22; 17.30; 20.21; 26.20).
Aquí el término metanoeoµ se complementa con epistrefoµ (‘darse
vuelta, retornar’, Hch. 3.19; 9.35; 11.21; 14.15; 15.19; 26.18, 20;
28.27) donde metanoeoµ significa más bien alejarse (del pecado), y
epistrefoµ volverse hacia (Dios) (véase especialmente Hch. 3.19;
26.20), aunque los dos términos pueden incluir ambos sentidos
(como en Hch. 11.18; 1 Ts. 1.9).
Según Hch. 5.31 y 11.18, resulta claro que no hubo dificultad en
describir el arrepentimiento como un don de Dios y al mismo tiempo
como responsabilidad del hombre. Al mismo tiempo se cita varias
veces Is. 6.9–10 como explicación de la razón por la cual los
hombres no se convierten (Mt. 13.14s; Mr. 4.12; Jn. 12.40; Hch.
28.26s).
El autor de la Carta a los Hebreos también indica la importancia del
arrepentimiento inicial (6.1), pero si bien cuestiona la posibilidad de
un segundo arrepentimiento (6.4–6; 12.17), otros son aun más
categóricos en su creencia de que los cristianos pueden y necesitan
arrepentirse (2 Co. 7.9s; 12.21; Stg. 5.19s; 1 Jn. 1.5–2.2; Ap. 2.5,
16, 21s; 3.3, 19).
Hay pocas referencias adicionales al arrepentimiento en el NT (Ro.
2.4; 2 Ti. 2.25; 2 P. 3.9; Ap. 9.20s; 16.9, 11). No debemos dar por
supuesto que el tema del arrepentimiento y el perdón surgía
invariablemente en la predicación primitiva. Pablo en particular
4. raramente usa estos dos conceptos, y no aparecen para nada en el
evangelio y las epístolas de Juan, mientras que ambos recalcan
fuertemente que la vida cristiana comienza con una entrega
decisiva en un acto de fe.