3. UN FUEGO QUE LO ESTROPEÓ TODO
Ayer estuve escuchando la radio. No me
acuerdo de qué emisora era, pero me gustó mucho lo que
decían. Hablaban de sucesos extraños y hubo uno que me
llamó la atención. Dos hombres estuvieron vigilando un
banco toda la tarde, hará unas dos semanas, tenían una
actitud sospechosa, pero tenían la cara descubierta. Total
que no parecían ladrones, pero… Cuando dieron las
seis de la tarde, llegó una mujer que llevaba dos
bicicletas, después se marchó. A continuación, los
hombres entraron en el banco con un gran saco y al grito
de « ¡Esto es un atraco!» empezaron a lanzar melocotones
del saco. Todo el mundo se quedó sorprendido, no se
movían, hasta que a uno le dieron un buen golpe.
Asustados empezaron a darles todo el dinero. Lo más raro
era que no se habían cubierto la cara. Cuando tuvieron
todo el dinero se marcharon. Pero al salir, ¡se encontraron
con los bomberos! Estaban allí porque intentaban apagar
el fuego del parque. Cuando se dieron cuenta de que los
hombres escapaban en las bicicletas, fueron a por ellos.
Fueron arrestados.
Más tarde se descubrió que lo que habían
hecho era una broma de un programa de televisión.
¡Pasan unas cosas!
Noelia Antón
5. INVIERNO
Fui a mirar por la ventana en pleno
enero y vi un paisaje blanco y desierto en el que no
se contemplaba más que una bicicleta y un par de
niños pequeños, posiblemente dos hermanos
haciendo un muñeco con la nieve que había caído la
noche anterior. Pero… había algo raro en ese
muñeco, algo que no tenían todos, aunque no sabía
qué era hasta que uno de los pequeños se apartó y
me dejó ver que ese muñeco tenía de nariz un
melocotón.
No tendrían zanahorias en
casa, pensé. Allí, a lo lejos, se
podía ver a una mujer sentada
en un banco al lado de la
iglesia, sola, en compañía de
la soledad.
Volví a fijarme en los dos
chicos, sonreí: ¡Infancia, cómo
se la echa de menos!, pensé.
Me senté junto al fuego
mientras encendía la radio
intentando encontrar una
emisora interesante.
Irina Haran
7. En una noche de luna llena, se oía un llanto. Era un niño
recién nacido, que lo primero que vio al abrir los ojos era la luna y, desde
aquel momento, quiso tocarla.
Cuatro años después, el niño seguía intentando tocar la
luna y el campamento indio, como regalo de cumpleaños, le dio un arco y
un carcaj de flechas. El niño cogió una flecha, la colocó en el arco y la
lanzó en dirección a la luna. Como todo lo que sube baja, la flecha cayó y
los padres cogieron a su hijo. Bueno, lo intentaron, pues el niño, muy ágil
para su edad, huía mientras lanzaba flechas al cielo. Al final, el niño,
cansado, se quedó sin flechas y se sentó en el suelo.
El niño ya tiene diez años y vuelve a haber luna
llena, pero es una noche triste, pues ha habido una
avalancha y el niño ha quedado sepultado por las
rocas. El espíritu de la luna recoge todas las flechas
y se las lleva con él. El espíritu del niño, eufórico,
sabe que puede descansar, pues las manchas de la
luna son las flechas que él lanzó. Ricardo Torres Duque.
9. NAVIDADES DE VENGANZA
En cuanto supe que
eras tú, hice todo lo
posible para que
ardieras y es que el
año pasado no me
trajiste a mi príncipe
azul.
Clara Herrera Rocha.
10. Todavía recuerdo tu cara de soledad, tus manos restregando tus ojos llorosos,
con lágrimas cada vez más abundantes. ¡Y es que a todos nos pasa lo mismo
cuando cortamos cebolla!
Clara Herrera Rocha.
12. Bajo un cielo oscuro sin luna, las estrellas
brillaban. Estaba perplejo, no sabía qué hacer. Tenía la cara
pálida. Se levantó de la piedra en que estaba sentado y
pasando por encima de aquella mujer que yacía en el suelo
gritando entre gemidos, fue hacia el coche que había
aparcado al lado de la carretera. Cogió la navaja de la
guantera y volvió al lugar. Se puso de rodillas junto a la
mujer, preparó el cuchillo…Tenía que ser un corte limpio.
La euforia le pudo y lo cogió entre sus brazos. No había vuelta atrás, lo había hecho. El niño que se
envolvía en aquel llanto era su hijo. Se lo dio a su madre, la cual seguía estirada en el suelo y
empezaron a reír. Todo había ido bien. Su hijo había nacido sano y salvo.
Carlos Martorell Argemí
14. Nunca imaginé que aquel suceso pudiera cambiarme la vida. El atardecer en la playa, el mantel con
aquellos platos deliciosos, las velas, el champán, el corazón hecho con pétalos de amapola... Era perfecto, justo la
persona que estaba buscando.
Tras esa colisión que ambos sufrimos en la escalera del metro, esos maravillosos ojos azules no han salido de mi
mente. Menos mal que ese día dieciséis me entretuve en el espejo antes de ir a clase, menos mal que perdí el tren y tuve que
esperar seis minutos en el andén. Gracias a eso le conocí y pude compartir momentos ideales junto a él. Estaba decidido, en
esa puesta de sol me armaría de valor y le enseñaría la medicación que controla mi tendencia suicida. Tras contárselo, dijo que
se iba a por un botellín de agua. No debe de haber tiendas abiertas por aquí cerca, porque aún sigo aquí, esperando.
María Mata.
16. Nunca imaginé que aquel suceso pudiera
cambiarme la vida. Aquella playa llena de tumbas y
pétalos de amapola, como si eso fuera a decorarla.
Aquel paisaje siniestro y sepulcral fue el motivo de mi
locura junto con aquella chica, aquella chica que me
saludaba reflejándose en el espejo de mi habitación,
aquella chica que me llevó a la locura, aquella chica
morena, de ojos negros y siniestra que me sugería
“Mátalos, mátalos a todos…”.
Días más tarde me encontré en aquel
lugar cerrado y lleno de gente con batas blancas y otras
personas que no paraban de gritar esos gritos que se
escuchaban desde la entrada o incluso desde el segundo
piso de aquel edificio siniestro y con muchas puertas.
Nunca se me olvidará aquel día en el que dos hombres
con batas blancas vinieron a buscarme… dos hombres
extraños y raros que me llevaron a rastras por las
escaleras que conducían a la segunda planta y aquella
medicación que todos los días y a la misma hora nos
obligaban a tomar.
Con el paso del tiempo, me acostumbré a
aquel lugar y aquella gente con batas y a esos gritos
molestos. También me enamoré de una de las chicas
con bata blanca, la cual me recordaba algo, pero no
sabía el qué. Esa chica con bata blanca, morena y de
ojos negros me miraba como si ya me hubiese visto
anteriormente, como si nos conociésemos de algo y no
supiese de qué. Esa misma noche, decidí acabar con esa
situación y poner fin a mi vida para no recordar nunca
más a esa chica de bata blanca, morena y de ojos
negros.
Carlos Borque.