2. Introducción
• La mayor fuerza económica de un país
proviene de su comercio con el exterior.
Durante el siglo XVI esta premisa le dio gran
poderío al imperio español, el cual controlaba
las rutas marítimas más importantes del
mundo. En esta época, España estableció una
ruta marítima que iba de China al puerto de
Manila en las Filipinas, y de ahí al Puerto de
Acapulco por medio de una flota de 250
galeones, o "naos".
3. Por fin, después de tanto desearlo, el joven Gonzalo haría su
viaje a Filipinas. Don Álvaro, su padre, le dio la autorización,
aunque doña Francisca, su madre, se opuso. Como el padre se
dedicaba al comercio de libros, le encargó a su hijo el cuidado
de un pedido que debería entregar en el puerto de Manila. Allá
lo recibiría un librero español, amigo de don Álvaro.
Ya hacía una docena de años que había concluido el siglo XVI y
la Nueva España se encontraba en su apogeo.
4. • Una mañana muy luminosa, formando parte de un gran
grupo, partió hacia el puerto de Acapulco, donde debía
abordar el galeón. Iba al cuidado de seis mulas: cinco
sobrecargadas de libros y una para montar él. Lo esperaban
varias semanas de duro camino antes de hacerse a la mar.
Se sentía temeroso, confundido, indefenso, pero también
ansioso, inquieto y, sobre todo, decidido. Para él estaba
claro: no podía dejar pasar esta oportunidad.
• Ya muy noche, varios kilómetros antes de Cuernavaca, los
viajeros acamparon. Entre bromas, pláticas y cantos,
prendieron fogatas y cenaron. Poco antes de dormir,
Gonzalo recordó algunas escenas previas a su partida.
5. Supo que al galeón de Manila le decían la Nao
de la China; no porque fuera y viniera de
China, sino porque muchas de las mercaderías
que transportaba provenían de allá. Tan no
era chino que algunos galeones se construían
en los puertos de Zihuatanejo, La Navidad y
hasta en el de Acapulco. Otros los hacían en
los astilleros de los puertos filipinos de Manila
y Cavite.
6. • Una tarde, al pie de unos gigantescos y hermosos
cocoteros, se tomaron de la mano y se
comunicaron pensamientos que solamente ellos
conocerían. Siguieron dos semanas de felicidad
para Alma y Gonzalo, quienes deseaban que el
tiempo se alargara. Sin embargo, el día de la
partida de Gonzalo estaba cada vez más próximo.
Su última noche en Filipinas, la familia le ofreció
una cena. La señora guisó varios platillos
especiales; en torno a la mesa platicaron
animadamente. Al comentar sobre el viaje de
regreso, don Fermín explicó:
7. —No creas que vas a llegar directamente a Acapulco. El galeón se
detiene antes en San José del Cabo, Baja California. Allí existe
una misión jesuita que recoge a los enfermos y proporciona
víveres a los viajeros. A los afectados por el escorbuto les
reparten limones y naranjas.
Durante la sobremesa, la familia entregó al muchacho regalos para
que se los llevara a sus padres.
—Estuve muy contento con ustedes, —dijo Gonzalo— les
agradezco todas sus atenciones. Me voy, pero les hago una
promesa...
Por un momento guardó silencio y dirigió su mirada hacia Alma:
—Con la próxima carga de libros que mande mi padre, regresaré.
La muchacha se sonrojó y jugó nerviosamente con la servilleta.
Antes de que la cena llegara a su fin, la señora le regaló a Gonzalo
una bolsa de limones. Después, todos se fueron a descansar.
A la mañana siguiente, al despedirse de Alma, el muchacho le dio
una carta.
—Me gustaría —dijo él— que la leyeras cuando yo me encuentre
ya en alta mar. No quiero que llores... pronto regresaré.