SESION DE PERSONAL SOCIAL. La convivencia en familia 22-04-24 -.doc
El guardiamarina del Foudroyant
1. El guardamarina del Foudroyant
El joven oficial se paseaba por el alcázar del Foudroyant1, navío
de primera clase de la armada francesa. Con sus ciento cuatro
cañones era el orgullo de Francia en los mares; el buque insignia
del almirante LouisAlexandre de Bourbon, conde de Toulouse,
e hijo reconocido del Rey Sol. El guardiamarina era fornido,
aunque no demasiado alto, llevaba su pelo castaño suelto, que
caía ondulado sobre los hombros. Sus ojos de color miel
estudiaban todo con simpatía. Labios carnosos y nariz aguileña
daban gran fuerza al rostro, que contrastaba con su juventud, ya
que casi era un niño, con la voz apenas cambiada.
El jefe de la flota hablaba con su capitán en el lado de
barlovento, él procuraba respetuosamente no acercarse para no
turbar la intimidad de sus superiores, y sobre todo para no
llamar demasiado la atención. Desde los doce años, hacía ya
tres, estaba enrolado como guardiamarina al servicio del conde,
y había aprendido rápidamente a mantener la distancia, y a
aparecer sólo a su requerimiento. El pertenecía a una familia de
la nobleza, con ilustres marinos entre sus antepasados, y eso le
había facilitado la admisión en la armada francesa, a pesar de ser
español. Pero por propia supervivencia no podía tomarse
ninguna confianza.
La marina de guerra española era casi inexistente. En todo el
país la situación era lamentable, a causa de la terrible crisis
económica provocada por la decadencia de los Austrias. Por ello
él había visto en Francia su oportunidad de hacer carrera y
distinguirse. No eran pocos en Guipúzcoa los que pensaban que
a la muerte de Carlos el Hechizado no sería mala cosa
alumbrarse a los rayos de Luís XIV…
Mientras miraba al horizonte absorto en sus pensamientos unos
1
Fulminante
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2. pasos detrás suyo le hicieron volver a la realidad.
Señor De Lezo, haga el favor de cambiar de bordada
El capitán se lo ordenó con una sonrisa irónica y lentamente
volvió con el almirante sin dejar de observarle ni un momento.
Un sudor frío le recorrió todo el cuerpo, mientras pensaba que
tenía que virar el navío delante del capitán, el almirante y los
veinticuatro navíos a la vista que formaban la Escuadra Blanca,
el cuerpo de batalla de la flota. Cualquier fallo grave pospondría
su ascenso hasta que el rey Arturo regresara de Avalon. Se
dirigió al puesto de los timoneles y observó con detenimiento las
velas, la tensión de los cabos, la estela, la dirección del
gallardete con el viento…
Caña a sotavento – gritó. Los dos timoneles movieron la
barra con visible esfuerzo, el calor de agosto en
Andalucía aprieta hasta en la mar.
Escotas de los foques las velas empezaron a flamear,
Arriba escotas el navío empezó a virar lentamente, sus
dos mil doscientas toneladas se mostraban perezosas a
cambiar de rumbo.
Bracear en contra, a popa las bolinas de babor y las
brazas fueron soltadas con algunos titubeos y los
gavieros se movieron hacia estribor. Las vergas2 viraron
pero el Foudroyant derivó con el viento. Todas las velas
flameaban y el rumbo estaba perdido. Un murmullo se
extendió entre los hombres y evitó mirar al capitán para
no ver su desaprobación, o peor aún, una orden de relevo
por otro oficial. El solito tenía que resolver la situación.
Caña a babor lentamente el navío viró a estribor.
Caña a estribor, tirad de las brazas lentamente las velas
se fueron hinchando y notaba bajo sus pies la cubierta y
como el timón iba agarrando de nuevo. Permitió que la
proa se abatiera unos minutos antes de ordenar escotas
2
Percha unida al palo, a la cual se asegura una vela
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3. de los foques. El barco viró lentamente por fin y sintió
como un gran peso se le quitaba de encima.
¡Bolina franca!
El trabajo estaba hecho. Unas cuantas órdenes menores más y se
volvió para mirar al almirante y al capitán, que estaba muy
enfadado, sus ojos echaban chispas y se disponía a soltarle un
buen chorreo. Pero el almirante cogió de un brazo al capitán, y
los tres se aproximaron, de manera que solo ellos pudieran
escuchar la conversación. El conde, con su gesto, su peluca
cuidadosamente peinada y su levita llena de lazos parecía estar
más a tono de un baile de palacio que de un barco de guerra.
Capitán, seamos compresivos. Todos hemos virado con
titubeos alguna vez, y el Foudroyant no es una
maniobrable balandra, sino un navío de línea de primera
clase. El muchacho ha resuelto el problema, que no era
fácil. Y no le desautorizaremos delante de la tripulación.
El capitán miró al almirante, luego a los timoneles, gavieros y
grumetes más cercanos. La afirmación del almirante era muy
razonable, y se encogió de hombros. Miró con cierto
resentimiento a De Lezo, la educación de los guardiamarinas era
responsabilidad del capitán, pero la orden del almirante tenía
que ser obedecida. “Ya habrá otra ocasión de ajustarle las
cuentas al mozalbete”
Una vez acabada la guardia, De Lezo se retiró de cubierta y
recorrió en la oscuridad el laberinto de pasillos para llegar al
camarote de los guardiamarinas. Intentó descansar un rato en su
coy, balanceándose suavemente y oyendo los miles de ruidos que
produce un gran barco de madera navegando. Unos compañeros
jugaban a las cartas, bebían ron y alborotaban, mientras otro
trataba de asar una rata en un brasero de carbón, contribuyendo
con el humo y la grasa quemada a viciar el ya irrespirable
ambiente. Los jóvenes se entretenían en cazar los innumerables
roedores del barco, y además eran un complemento para la
3
4. monótona dieta de abordo.
Estaba muy nervioso por los acontecimientos de la jornada, y
cuando por fin estaba logrando dormirse, unas maldiciones y
risas le despertaron, a la vez que unos brazos le sacudían.
¡Despierta Blas, marinero de agua dulce! Philipe
D’Albret le tenía cogido por los hombros, estaba
borracho como acostumbraba, y esta vez le había elegido
a él como blanco de sus bromas Tienes que contarnos lo
bien que has maniobrado el navío, ¡tu guardia dura unas
horas más y lo embarrancas en la costa de África! Hay
que dejar un poco de trabajo a los ingleses para que nos
hundan, no se lo hagas tu todo. Pero qué se puede esperar
de un español, encima guipuzcoano. Tus paisanos son los
criados de Castilla, y coméis como perros los huesos que
vuestro amo os arroja…
Se levantó como pudo, entre las chanzas de los demás, y se
arregló el uniforme. D’Albret era el más antiguo de los
guardiamarinas, noble de Navarre, buen porte, maleducado,
inculto, ignorante y violento. El tipo de hombre que disfruta
criticando y haciendo daño a los demás. Lezo sintió como la ira
ascendía imparable y la sangre llegaba a sus mejillas. Contó
hasta diez calmándose y meditando sus palabras, repasando
mentalmente su pronunciación francesa, que fallaba más cuanto
más alterado estaba.
Señor D’Albret, los guipuzcoanos, al unirse por propia
voluntad a la Corona de Castilla, dieron su
consentimiento al vasallaje al rey, halagados por los
favores y mercedes recibidas, y el respeto a nuestros
fueros. Muy al contrario de lo que sucedía cuando los
reyes de Pamplona se denominaban también “de
Guipúzcoa” sin atender a nuestra historia y tradiciones.
Nuestro valor, los navarros lo pudisteis comprobar en
Velate, donde salisteis corriendo y abandonando los
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5. cañones que adornan nuestro escudo3. En cuanto a la
maniobra de hoy, el capitán y el almirante la han
aprobado, aunque sin duda querrán contar con vuestro
docto buen juicio.
¡Maldito crío, que nos llama cobardes a los navarros!
Vos mentís como un villano que sois.
Lezo sonrío, porque D’Albret había ido demasiado lejos, ya no
era cuestión de aguantar las novatadas y acoso del oficial más
antiguo. Con sus palabras, le había dado la oportunidad de
ponerle en su sitio.
Señor D’Albret, me habéis llamado mentiroso y habéis
dudado de la nobleza de los Lezo y Olavarrieta delante
de testigos. Os ruego os disculpéis de inmediato, en caso
contrario, os solicito la oportuna satisfacción. mientras
decía esto giró su cuerpo poniéndose de lado y su mano
acarició el puñal, de manera pausada y ostensible.
Todos los presentes callaron como muertos después de estas
palabras y se miraban, sin nadie saber bien qué decir. Los
crujidos del navío sonaban más que nunca, y D’Albret apretaba
los dientes, sin ninguna intención de excusarse, dispuesto a
saltar. Los puñales ya estaban a medio desenvainar cuando
Harispe se interpuso.
¡Calma señores, calma! Estamos a punto de entrar en
batalla con nuestros enemigos los ingleses. Nuestro rey
Luís, que Dios le bendiga, defiende los derechos de su
nieto Felipe al trono de España. Todos somos amigos y
aliados aquí, no vamos a desenterrar agravios de hace
dos siglos Harispe era un vasco de St. Jean de Luz,
bajito, de vivos y amigables ojos azules. Era simpático,
valiente, leal, demasiado bebedor y juerguista. Muy
popular entre la tripulación, mirado con desconfianza por
3
Durante siglos el escudo de Guipúzcoa lo componían un Rey, doce
cañones y tres tejos.
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6. los oficiales superiores.
Si el señor D’Albret está dispuesto, pospondremos
nuestros asuntos privados hasta después de la batalla...
Señor Harispe ¿me haréis el honor de ser mi padrino
cuando se presente la ocasión?
Harispe soltó una carcajada y sus ojos brillaron en la oscuridad.
Señor De Lezo, si los presentes estamos vivos terminada
la batalla, os asistiré en ese trance. ¿El señor D’Albret
está conforme y escoge un padrino?
Acepto y escojo a Raspeguy.
Bien, señor Raspeguy, espero que vos y yo lleguemos a
un acuerdo satisfactorio para el honor de las partes, y
podamos evitar este duelo sin sentido. Mientras tanto
considero que los señores D’Albret y De Lezo deben
evitar todo contacto, salvo los imprescindibles debidos al
servicio. después de decir esto Harispe cogió del brazo a
De Lezo y juntos recorrieron el barco hasta llegar al
castillo de proa. Harispe miró con cara de pocos amigos
a los marineros presentes, que dejaron un hueco en el
lado de barlovento para ellos.
Contente Blas, D’Albret es un idiota pero lleva toda su
vida practicando esgrima con los mejores maestros, y ha
salido victorioso en varios duelos ¿quieres morir por
semejante estupidez con quince años?
La proa se levantaba sobre las olas y volvía a caer sobre ellas,
llenándoles de espuma y del aire limpio de mar. Lezo aspiró
hondo, queriendo limpiarse de todos las mezquindades del día.
Mirando a lo lejos, la costa de Andalucía se dibujaba nítida, los
delfines saltaban a la proa del navío y multitud de velas les
rodeaban. Los dos estuvieron varios minutos en silencio,
disfrutando de la soledad, las notas musicales de los cabos, las
gaviotas evolucionando sobre ellos.
Pierre, no podía ni quería aguantar más. En este viaje no
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7. ha hecho más que acosarme. Y nos espera una batalla en
la que podemos morir, ser hechos prisioneros… Como
has dicho, ya no debo tener más contacto con él, lo que
hará la travesía mucho más agradable. Y suponiendo que
estemos vivos al final de la batalla, es probable que algún
guardiamarina sea ascendido a alférez. Y la armada, en
su sabiduría, prohíbe los duelos entre oficiales de distinto
rango ¡hay que preservar la disciplina!
Pues ya puedes esforzarte en las maniobras y ascender
tú, porque el imbécil de D’Albret todavía no es capaz de
leer una carta náutica.
Los dos rieron con ganas, recordando las clases de trazar la
derrota en las que D’Albret demostraba su ignorancia e incultura
tan a menudo.
¡ L’Andromède se acerca a toda vela y hace señales!
La voz del vigía les hizo subir a toda velocidad por los cabos
hasta la cofa del trinquete, compitiendo entre pullas y risas. De
Lezo llegó primero, pero como el catalejo era propiedad de
Harispe, tuvo que esperar ansioso a que este mirara.
L’Andromède era una de las fragatas que iban de avanzada para
descubrir la posición del enemigo, los ojos de la flota.
Iza unas banderas de señales en los tres mástiles, pero no
se identificarlas. Mira tu...
Pero ninguno de los dos sacó nada claro, por lo visto el capitán
de la fragata tenía un código secreto. El Foudroyant contestó con
la señal de llamar al capitán de l’Andromède a consulta. Después
de varias bordadas que se hicieron eternas, la fragata echó un
bote al agua que bogó rápidamente hacia ellos. La tripulación
del navío estaba llena de ansiedad, ya que para llamar al capitán
de la fragata debía de ser algo importante, tenía que ser la flota
enemiga. ¿Pero cuántos barcos había, venían hacia ellos, huían o
esperaban…? Toda la cubierta se cubrió de rumores
contradictorios en varias lenguas: gascón, vascuence, francés,
7
8. español… que se iban deformando en las sucesivas repeticiones
y traducciones.
Llegó la hora del rancho y los guardiamarinas fueron a su
camareta, había que comer caliente, quién sabe cuándo sería la
próxima vez que podrían hacerlo. Anochecía y los que no
estaban de guardia intentaban dormir en sus coys, aunque se
oían muchos cuchicheos que revelaban la inquietud de los
jóvenes, la mayoría de los cuales nunca había entrado en
combate. De Lezo no podía conciliar el sueño, encendió un cabo
de vela y abrió su baúl, mirando los dos libros que había
comprado con tanto sacrificio, Recueil des traités
mathématiques y Traité des évolutions navales4, abrió el
segundo y lo leyó distraído, “l’admiral Tourville a bien voulu
me communiquer ses lumières, en m'ordonnant de composer sur
une matière que je pense n'avoir pas encore été traitée”5
Un poco presuntuoso por parte del padre Hoste, ya que el
español Alonso de Chaves y el inglés Matthew Sutcliffe habían
escrito buenos libros al respecto.
Miró varios dibujos de formaciones de barcos, significados de
banderas de señales… Pero cerró el libro. No se veía con ánimo
a repasar todas las sangrientas batallas navales modernas, desde
Lepanto hasta La Hougue. Escogió los tratados de matemáticas:
sin duda la trigonometría le obligaría a concentrarse y calmaría
su espíritu. Y le sería más útil: en el plan de zafarrancho él tenía
que dirigir la batería de ocho piezas de babor, en la segunda
cubierta. Los grados, parábolas, distancias y alcances eran útiles
para apuntar los cañones, pero de momento el almirante no le
consultaría a él el orden de las escuadras. La concentración
4
Recopilación de tratados de matemáticas y Tratado de las evoluciones
navales
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El almirante Tourville ha tenido a bien comunicarme sus conocimientos,
ordenándome escribir sobre una materia que pienso todavía no ha sido
tratada
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