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LA AVENTURA DE PEDRO Y PABLO

                               CAPITULO 1

     No recuerdo qué sitio era aquel en
que me encontraba. Era como un sueño.
Lo que sí recuerdo es que por aquel
pueblo, que era pequeño, discurría un río.

      Poco más arriba del pueblo, había
una catarata, por la cual siempre bajaba
abundante agua. Nadie había subido por
allí nunca y nadie sabía lo que había mas
allá. Era un terreno muy montañoso en
todas las direcciones.

      Un día casi dejó de caer tanta agua y a mi me llamó la curiosidad por
saber que es lo que podía haber pasado. Mi amigo Pablo y yo decidimos
subir a ver que era lo que había mas allá de la catarata. Le dije a mi
amigo:
   − Voy a subir primero después te llamare cuando suba y vea lo que hay
      arriba.

      Agarrándome a unos arbustos y escalando por las piedras logré subir
arriba. La altura era aproximadamente de unos quince metros. Cuando
llegué arriba empecé a explorar el terreno, el cual era irregular; más bien
montañoso que llano.

     Me llevé una sorpresa cuando vi una
pared y un cántaro en un agujero. Al cogerlo
vi que tenia números y signos. Quise
averiguar de qué tiempo podía ser porque se
veía muy antiguo, pero no me hizo ilusión
encontrar aquella cosa.

      Mi asombro fue enorme cuando miré a
mi alrededor y vi los restos de una ciudad,
bastante grande, a los dos lados de aquel río.
Mi amigo no esperó a que yo lo llamara, subió por el camino que yo
había seguido y al ver aquello empezó a dar voces. Yo corriendo le dije
que se callara para que no se enterara nadie, al menos hasta que nosotros
viéramos lo que era aquello, ya que lo descubrimos nosotros.

      Los muros de aquellas viviendas no pasaban de un metro de altura.
Todo estaba demolido, como si aquello hubiera sido habitado cientos de
años atrás. Fuimos caminando hasta la entrada de una fortaleza, en la que
había dos guardias vestidos como los romanos, pero no nos hicieron caso.
Ellos a lo suyo, ni moverse.

      De pronto vimos como bajaban dos
machos monteses peleándose o luchando,
cayeron a un socavón y se mataron del golpe.
Nosotros pensábamos sacarlos, pero en ese
momento cayó un alud de piedras y tierra y
los envolvió. Miramos para atrás y vimos
como el río ya bajaba lleno de agua. Ya no
podíamos volver por donde habíamos subido.

     Seguimos andando y veíamos hombres como de tiempos pasados.
Todos vestían igual, estaban por allí desparramados, pero parecía como si
no nos vieran.

    Yo le dije a mi amigo Pablo:
  – ¿Seguimos?
  – Como tu quieras, Pedro - me dijo.

      Seguimos caminando asombrados de
ver lo que estábamos viendo. Al cabo de
andar un gran trayecto nos tropezamos con
dos personas, un hombre y una mujer.
Estaban excavando en la tierra con una
herramienta parecida a un pico y les
preguntamos:
   – ¿Qué buscan?
   – Raíces para alimentarnos - nos
      contestaron.
Ellos no sabían de donde veníamos. Aquellas personas parecían de
una generación remota.
Al cabo de estar excavando un rato encontraron una de aquellas raíces que
ellos buscaban. Tenía como dos metros de larga y recia como una pierna.
La sacaron y nos dieron la mitad a nosotros. Nos dijeron:
   – Con este trozo tendréis para alimentaros durante un tiempo.

      Entonces yo le mordí un poco. Vi que estaba buena y se comía bien.
Con unos bocados uno estaba alimentado
para todo el día.

      Como ya no podíamos volver atrás
por la cantidad de agua que volvió a bajar
por aquel río misterioso, era imposible
bajar por donde subimos y no había otro
camino para volver. Decidimos seguir
adelante por aquel desolado territorio que
parecía que era un país encantado.

      Seguimos caminando día y noche siempre hacia adelante y
encontramos terrenos más normales con multitud de árboles y plantas.
Llegó el día en que a lo lejos vimos un poblado y nos preguntamos si
estaría habitado. Teníamos la impresión de haber atravesado un túnel del
tiempo, pero viajando hacia el pasado.

      Fuimos acercándonos poco a poco y
vimos una aglomeración de gente, de unas
cien personas aproximadamente. Cuando
llegamos donde estaban, vimos como reían
y bailaban. Nos acercamos y nos invitaron
a unirnos a la fiesta. Celebraban la fiesta
del pueblo aquel día.

      En aquella aldea era costumbre que,
en las fiestas, las mozas solteras tenían que
bailar con los mozos forasteros, si es que los había. En este caso si los
había, ya que estábamos nosotros. Si se negaba alguna, los padres la
mandaban a acostarse si era de noche y si era de día, las mandaban al
campo a cuidar el ganado, pero no fue el caso.
Era terreno de montaña y vivían del ganado y los pastos que
cultivaban. Cultivaban trigo, patatas y otros productos esenciales para
comer. Ellos dependían poco de lo de afuera. Se hacían casi todo. También
se hacían casi toda la ropa, que la tejían con lino. Criaban cerdos, gallinas,
pollos conejos, etc. El trigo lo molían en sus molinos, que tenían en el río,
movidos por el agua. Con ellos fabricaban el pan.

      Como dije anteriormente mi amigo
Pablo y yo nos unimos a la fiesta. Bailamos
con las mozas de aquel lugar, todas ellas
muy animadas y cariñosas con nosotros, las
cuales nos ofrecieron vinos y galletas.
Cuando la fiesta acabó, nos invitaron a que
pasáramos unos días con ellos, ya que
éramos los primeros forasteros que pasaban
por allí. Con mucho gusto aceptamos, ya
que nosotros no teníamos donde
refugiarnos.

     Lo pasamos bien, pero no hubo flechazo. Ellas eran dos o tres años
menores que nosotros. Pero eso no representaba mucha diferencia de edad.
Una vez que nos instalamos con ellos, les ayudamos en sus tareas, tanto en
el campo como con el ganado.

      Allí era costumbre que las mujeres cuidaran el ganado, hicieran
queso y las labores de la casa, mientras que los hombres se dedicaban a ir
por las aldeas a vender el ganado, hacer intercambios, trabajar el campo y
comprar las cosas que ellos no tenían.

      Un día iba yo con la chica con la que
bailé, acompañándola a guardar el ganado.
Vimos a dos animales que estaban uno
encima del otro. Entonces va ella y me dice:
   – ¿Vamos a hacer nosotros lo mismo
      que hacen ellos?
   – ¿Comer hierba? - pregunté yo
      haciéndome el tonto.
–   No bobo, lo que están haciendo ellos – me dijo ella.
  –   ¿Tú no has hecho eso ninguna vez? - le pregunté.
  –   No, pero quiero hacerlo contigo si tu quieres - me contestó ella.
  –   ¿De verdad que quieres? - le pregunté.
  –   Ahora mismo - y se abalanzó a mis brazos. Nos dejamos caer sobre
      la hierba, jugamos un rato y acabamos
      lo que empezamos: el amor.

      A ella, por ser la primera vez, le gustó
muchísimo y se puso muy contenta, así que
desde ese día siempre me decía que me
fuera con ella a guardar las ovejas y las
vacas. Decía que le daban miedo los lobos,
que eran frecuentes en aquellos territorios.

      Llegó el día en el que yo me sentía cansado de tanto ir a guardar
ovejas y tuve que fingir que me encontraba mal. Aunque aquello acabó
como era de esperar: se quedó embarazada. Mi amigo me dijo que lo mejor
era irnos de allí, pero yo lo veía muy mal. Rita, que así se llamaba ella, no
se merecía aquello. A mí me daba pena hacer algo así con ella. Al poco
tiempo mi amigo me dijo:
   – Quiero ver otros lugares. Yo no me quiero quedar aquí, no me gusta
      este sitio.
Lo que le pasaba es que era un poco tímido y no sabía pasárselo bien. Yo le
dije a mi amigo Pablo que me iba a casar con Rita.

      Al mes más o menos de decirme Rita
que estaba embarazada, pensé en casarme
con ella. Le pregunté si quería y Rita se
puso muy contenta diciéndome que sí.
Entonces, le dije al padre de Rita, que se
llamaba Ginés, que quería a su hija, que
quería casarme con ella. El padre se puso
muy contento y me contestó que sí, siempre
que la quisiera de verdad. Yo le dije que la
quería con toda mi alma, que estuviera
tranquilo y que la haría muy feliz.

      Rita tenía otra hermana que tenía dos años menos que ella, llamada
Rosalinda.

     Los padres eran muy buenas personas y estaban en muy buena
posición. Eran, como se dice ricos, pero muy trabajadores.

     Rita llevaba un mes de estar
embarazada, aunque sus padres no sabían
nada de nada. Dispusieron la boda y a los
quince días nos casamos. Durante el baile,
después de la boda, mi amigo Pablo se
enamoró de la hermana de Rita, Rosalinda.
Pablo ya se arrepintió de irse y fue pasando el
tiempo.

      A los pocos días de casarnos, el padre
de Rita nos dio tierras y ganado, para que
viviéramos nuestra vida, aunque sí seguiríamos viviendo con los padres de
Rita porque la casa era muy grande y había casa para todos.

      A los ocho meses Rita dio a luz un precioso niño y le pusieron
Ginesito. Era moreno como su madre. Por fin Pablo, se puso novio con
Rosalinda, a la que llamaban Rosi. El tiempo iba pasando y Pablo
trabajaba conmigo, porque era mucha faena para uno solo. Parte de las
tierras no las cultivaba mi suegro, las tenía paradas y eso me daba más
trabajo, pero así recogía más fruto de ellas.

     Doña Clara, que así se llamaba la madre de Rita, estaba muy contenta
con su nieto. El abuelo también estaba loco con el nieto, siempre que podía
estaba jugando con él. Incluso ya estaba
pensando en dejar el trabajo y jubilarse, pero
estaba esperando que se casara la otra hija,
Rosalinda.

      Rita y yo estábamos encantados con el
niño. Ya andaba sus primeros pasos y
empezaba a hablar. Nos faltaba tiempo para
estar con él, porque era un niño muy bueno y
muy simpático con todo el mundo. No
extrañaba a nadie.
A los abuelos les pasaba igual. Su primer nieto era el juguete de la
familia. Pablo me ayudaba en las tareas, ya que pronto sería uno más de la
familia. Pablo pensó en casarse y me lo dijo, a lo cual me alegré mucho de
la noticia. No nos habíamos imaginado que pasásemos de ser amigos a ser
cuñados.

      Llegó el día deseado y Pablo le dijo al señor Ginés que el quería a
Rosalinda. Que los dos se querían y querían casarse. El Señor Ginés
también dijo que sí y mandó hacer los preparativos para la boda. Doña
clara, que era muy religiosa, iba todos los días que había misa a la iglesia y
ya de camino habló con el cura sobre el casamiento. Aunque misa había
los días festivos y dos veces en semana, porque el cura venía a la aldea del
pueblo vecino, que era un poco más grande.

      Cuando faltaban cinco días para la boda,
el señor Ginés fue al pueblo a la feria de
ganado, que estaba a unas quince millas de
distancia, con su caballo. Cando volvía de
regreso para casa, tuvo la mala suerte de que
cuando faltaba poco para llegar, había una
serpiente en medio del camino. La serpiente
se empinó y dio un silbido. El caballo se
espantó y el Señor Ginés perdió el equilibrio y
cayó al suelo, con la mala fortuna que se
rompió una pierna. El caballo se fue corriendo hacia la casa y el Señor
Ginés tuvo que esperar a que fueran a buscarlo.

     Un vecino vio llegar al caballo del Señor Ginés solo y fue corriendo
a decírnoslo a la familia. Salimos corriendo a la calle. El caballo estaba
parado en la puerta, lo cogí, me monté en él y fui al encuentro de mi
suegro, que estaba a algo menos de una milla de la casa. Lo encontré
sentado en el suelo con la pierna derecha rota. Lo cogí del suelo, lo levanté
con mucho cuidado, lo subí al caballo y lo llevé a la casa. Allí no había
mas vehículo que los coches de caballos, el que lo tenía, por cierto el
Señor Ginés sí tenía uno descapotable para tres personas y el cochero.
Como en la aldea no había médico a diario teníamos que llevarlo al pueblo
más cercano, que era donde estaba el médico. Para más rapidez, en su
coche de caballos lo llevamos. Una vez allí, el médico le curó una herida y
le entablilló la pierna. Le lió un fuerte vendaje alrededor de las tablillas
para que no se le movieran, porque escayola no había y así es como
arreglaban las roturas.

      Una vez de vuelta a casa, ya todos calmados dice el Señor Ginés:
   – Mirad que os digo la boda igualmente se hará el día fijado, es decir,
     dentro de los cinco días próximos.
     En lo que Doña Clara le contesta:
   – Nada de eso, cuando tengas la pierna buena entonces se casarán. Y
     así quedó dicho y
todos conformes.

      Al cabo de mes y medio la pierna ya la tenía curada. Aunque tenía
que ayudarse con una muleta, entonces prepararon todo y se casaron. Mi
mujer y yo fuimos los padrinos. Fue una boda igual que la nuestra. La
fiesta duró dos días y dos noches, y todo fue de maravilla.

     El Señor Ginés hizo una reunión con las hijas y los yernos, y nos
dijo:
   – Para que la hacienda siga entera y no se perjudique, lo mejor es que
      la llevéis los dos matrimonios juntos, porque yo ya soy mayor y os lo
      voy a entregar casi todo a vosotros. Unos se encargaran de las tierras
      y los otros del ganado, aunque de todas formas unos os ayudareis a
      los otros cuando sea necesario. Decidme si estáis de acuerdo.

     Todos a la vez contestamos que estábamos de acuerdo, que así lo
haríamos y las ganancias se repartirían a partes iguales de todo.

     Pasado un año Rosalinda dio a luz una preciosa niña a la que
pusieron por nombre Clarita.


                                CAPITULO 2

     Con el tiempo la familia fue creciendo. Pablo y Rosalinda tuvieron
dos hijos más. Al primero le pusieron Rubén y el segundo Samuel.

     Diez años después, el Señor Ginés cayó enfermo. Estuvo un año
enfermo y murió cuando menos esperábamos.
A la muerte del suegro, a los dos amigos y cuñados, la Señora Clara,
o sea la madre y suegra, nos repartió todo: la mitad de cada cosa para cada
familia, y que cada cual llevara lo suyo a su manera. Así lo hicimos,
partimos las tierras y el ganado, que aún no nos había dado el suegro,
aunque era poca cosa.

      Al poco tiempo, mi hijo Ginés me dijo que él quería estudiar para ser
médico, para poder curar a la gente. Él decía que si hubiera sido médico
mucho antes habría salvado a su abuelo, al que tanto quería. Ginesito ya
tenía quince años, él le tenía mucho cariño a su prima Raquel. Razón no le
faltaba, ya que se estaban criando juntos y muy unidos. Los dos se querían
mucho, más que primos. Ella era muy cariñosa y bonita.

      Yo pensé en mi hijo y sabía que si se quedaba allí, no sería nada más
que un campesino y los tiempos iban evolucionando. Entonces pensé en
vender parte de lo que teníamos e irnos a la ciudad, poner a estudiar a mi
hijo. Así lo hice: vendí todo el ganado y parte de las tierras, que por cierto,
se quedó con todo mi cuñado y amigo Pablo.

     Pusimos un pequeño negocio en la ciudad. A Ginés le costó mucho
separarse de su prima Raquel, pero juraron no olvidarse el uno del otro, y
seguirían viéndose cada vez que pudieran.

      La vida de aquel pueblo con la nueva carretera cambió por completo.
Aumentó la gente y el número de viviendas. Creció mucho. Además, la
tierra era muy productiva.

      Yo, por motivos propios, viajaba mucho y aprendía cosas de fuera.
Pensé: “Aquí en este pueblo hace falta algo que no hay, una tienda donde
vender muchas cosas que aquí no tienen
en el pueblo”. Entonces pensé que como
yo tenía dos hijos y una hija, la cual podía
llevar la tienda, los hijos me ayudarían a
mí. Así que lo puse en marcha y, al cabo
de seis meses, ya tenía la tienda que había
soñado, puesta. Primero tenía de todo un
poco, incluso ropa de caballero, mujer,
etc. Con el tiempo fue creciendo el
negocio hasta convertirse en una gran tienda.

      Nos iba bien en la ciudad y a Ginesito, al que ya le llamaban Ginés
porque se había hecho mayor, pues estaba estudiando para médico que es
lo que quería él. Con su prima Raquel se veía de vez en cuando, cada vez
que tenían ocasión. Estaban muy enamorados el uno del otro, aunque su
madre y yo no sabíamos nada de aquella historia de amor.

        Como la tienda iba a más, tuvimos que contratar a otra persona.
Porque algún día Ginés tendría que dejar de ayudar en la tienda, ya que
tenía pensado que cuando acabara la carrera de médico, casarse poco
después. Por otro lado, Raquel no quería dejar a sus padres, pero Ginés le
dijo que cuando fuera médico, pondría la consulta en el pueblo de ellos y
así sería médico de la familia.
El mismo día que cumplía veintiocho años
Ginés acabó la carrera de médico y, como le
había
dicho a su prima y novia, puso la clínica en
el pueblo de ellos.

      La gente del pueblo estaba muy
contenta con el médico. Decían que llegaría
a ser con el tiempo un gran médico. Se
portaba muy bien y sabía mucho.

     A los dos años de acabar la carrera y estar ejerciendo, le dijo a su
novia Raquel que ya había llegado la hora de casarse. Ella le dijo que sí,
que cuando él quisiera.

      En treinta y un años, el pueblo creció tanto, que ya tenía su
Ayuntamiento y su cura permanente. Ya no había problemas para cualquier
cosa oficial que se presentara. También tenía Juez de Paz.

      La abuela Clara estaba muy ilusionada con su primer nieto ya
médico. No por ser médico, sino porque lo quería mucho. Aunque ella
decía que a todos sus nietos los quería igual. También estaba muy contenta
con que se casaran sus dos nietos. Claro que ella tenía la pena de que le
faltaba lo más querido para ella, que era su marido, el cual la había querido
mucho.
Como era de esperar, Ginés habló con el padre de Raquel, Pablo, y le
pidió la mano de su hija. Quedaron en que la boda fuera el día del
cumpleaños de Raquel, porque a ella le hacía mucha ilusión. Sería en el
mes de Agosto la boda, a mediados.

      Cuando la madre de Raquel recibió la noticia del casamiento, le dijo
que la tienda habría que dejarla y Raquel contestó que no, que ella seguiría
llevándola, que ya lo había hablado con su prometido Ginés y él era
conforme, así que de momento todo seguiría igual.

      Pablo le dijo a su hija que le enseñara a su hermano Samuel, que era
el hermano menor, todo sobre la tienda, para que quedara en su puesto,
porque ella tendría que dejarla en algunas ocasiones para ayudar a su
marido en la consulta. De momento le ayudaba una empleada que tenía
para dar citas mientras duraba la consulta.

     Pablo tenía una casa de campo en una finca cerca del pueblo, con
todas sus comodidades, y le dijo a Ginés que como era buen tiempo,
podrían celebrar la boda en la casa del campo.

      Don Ginés, el médico y novio de Raquel fue a hablar con el cura para
preguntarle que, como era buen tiempo, si quería celebrar la ceremonia de
su casamiento en la casa de campo que su suegro tenía en el campo, ya que
el banquete lo iban a celebrar allí. El cura, como es natural, se llevaba bien
con el médico y le dijo que no había problema que a él le daba lo mismo,
que sí.

     Por fin decidieron el día de la boda,
quedaron con el cura que fuera el veinte de
Agosto por la tarde. Como Don Ginés habló
con el cura a primeros de Julio, fueron
preparando todo para el banquete, ya que la
fecha estaba próxima.

      Llegó el día de la boda en la que hubo
una gran asistencia de invitados, entre los
cuales acudieron las autoridades del pueblo
y otras amistades nuestras de la ciudad donde actualmente vivíamos.
Al poner mi hijo la consulta en el pueblo, pensé en un tiempo no muy
lejano, volver a vivir otra vez al pueblo, porque allí era donde tenía la
familia y no queríamos quedarnos sólos Rita y yo.

      En la casa de campo preparamos una ermita provisional. La casa de
campo tenía un espacio grande alrededor, donde pusimos las mesas y, en el
centro, la ermita. Hubo música y bailes durante toda la noche, carne
asada, con una ternera colgada para que cada cual se sirviera a su gusto,
vinos de la tierra, frutas, etc. Yo le di una sorpresa a mi hijo Ginés para el
regalo de boda. Cuando supe que iba a poner la consulta en el pueblo,
compré una casa, con miras a poner la consulta. Como yo sabía que se
casaría cuando terminara la carrera y no tardaría mucho, pensé en ese
regalo, y como no teníamos más hijo que ese, mi mujer Rita y yo
pensamos en comprarle la casa para el regalo de bodas.

      Así que cuando acabó la boda, le dije a mi hijo: “toma este sobre”.
Ginés pensó que sería dinero, pero cuando lo abrió, vio las llaves y una
nota en la que ponía la dirección de una calle y el número de la casa, le
dije: “esta casa es para ti”. Entonces, mi hijo me abrazó dándome las
gracias.

       Pablo, el suegro de Ginés y tío, les tenía otra sorpresa preparada: un
coche para que los llevara al viaje de novios. Los recién casados se
despidieron de todos y se fueron a disfrutar de su luna de miel.

       A los dos meses de casarse, Ginés y Raquel, se hablaba de que iba a
haber elecciones presidenciales y a los cuatro meses celebraron las
elecciones. En aquella época, solo había dos partidos políticos: izquierdas
y derechas, que como siempre, el de izquierdas era el de los trabajadores y
los pobres, mientras que el de derechas era el de los ricos.

      Como era de esperar, la izquierda ganó las elecciones y la derecha no
aceptó la derrota, pedían que se repitieran las votaciones. Como es natural,
los que ganaron no quisieron repetirlas. Entonces empezó el malestar entre
unos y otros, cada día más, hasta que se lió lo inesperado: les declararon la
guerra los de derechas a los de izquierdas. Esto fue un año después de
casarse Ginés y Raquel.
Por el mes de Febrero pasó lo peor. A Ginés lo llamaron al frente de
médico, con el grado de teniente, aunque al poco lo ascendieron a capitán.
A sus dos primos también se los llevaron al frente. A ellos les tocó luchar
en la izquierda, en el mismo bando.

      Entonces como Raquel se quedó sola, se fue con su madre y ayudaba
en la tienda. Yo dejé la ciudad y volví al pueblo con los míos, a la casa
que había dejado.

       Nada más partir a la guerra Ginés,
Raquel se dio cuenta de que estaba
embarazada. Ginés estaba en la guerra y no
sabía nada. Raquel no le podía dar de
momento la noticia, porque no sabía donde
estaba, no tenía noticias de él. Raquel le
dijo a su madre que estaba embarazada y su
marido Ginés no sabía nada, que en el
momento que tuviera noticias de él, se lo
diría.

      Iban pasando los días y los meses y sin tener noticias. La cosa
pintaba mal para las comunicaciones, por fin a los cuatro meses tiene
noticias de él. Entonces, Raquel le dice a su marido que va a ser padre, que
está embarazada de cuatro meses y medio, pero que el día que se marchó
para la guerra aún no lo sabía. Al recibir la noticia se puso muy contento y
le dijo a sus compañeros que iba a ser padre y ellos lo felicitaron. Pero no
podía ir a ver a su mujer, ya que no podía dejar el hospital de campaña.
Primero había que atender a los heridos.

     En el pueblo tenían una mala noticia, aunque no mala del todo. Era
que el hijo mayor de Pablo, su tío, o sea su primo Rubén, que había sido
herido en la pierna y estaba en el hospital de campaña con la pierna rota.
Pronto lo mandarían a su casa para que allí se curara.

      La guerra seguía y Ginés sin poder ver a su esposa Raquel. A los
nueve meses de estar embarazada, Raquel dio a luz un hermoso niño y le
preguntó a su marido qué nombre le pondrían. Le contestó que le pusiera
Pablito, a ella también le gustaba y, además, se llamaba como su abuelo.
La guerra no acababa y cada día tenía menos noticias de su marido, hasta
que se cortaron las noticias. El tiempo pasaba y la guerra seguía. Pablito ya
tenía cuatro años y no había visto a su padre.

     Pasaron dos años más y la guerra acabó, pero Raquel seguía sin saber
nada. Entonces empezó a hacer averiguaciones. Por el motivo que fuera el
Teniente Coronel Médico Ginés se despreocupó de la familia, aunque
nunca los olvidó.

      Entonces, Raquel fue al cuartel en el que estaba y al centinela le
preguntó por un tal Teniente Coronel Médico. Entró el centinela y salió un
oficial del ejército. Le preguntó qué deseaba. Ella le contestó que buscaba
a su marido, que era Teniente Coronel Médico. Él le dijo que le describiese
el aspecto de su marido. Ella le respondió que su marido era moreno y alto
como el oficial. El le contó que sí le conocía, que le dejó una carta escrita
para que se casaran los dos (ella y el oficial). A lo que ella le contestó:

                     “Eso no lo hago ni lo iba a hacer,
             llevo siete años esperando y otros siete esperaré,
                          si no viene a los catorce,
                             a monja me meteré,
                             y el hijo que tengo,
                          si quiere meterse a cura,
                             no se lo impediré.”

       A lo que él le dijo: “No digas más hija mía, que tu marido soy yo, ¿es
que no me conoces?”. Raquel le contestó: “Es que con esa ropa y ese
bigote estás muy extraño”. Se abrazaron profundamente. Raquel lloraba, y
él le decía que no lloraba. Ella decía que era de haber podido encontrarlo.

     El Teniente Coronel Ginés dejó el ejército y volvió a su casa con su
mujer y su hijo. Abrió de nuevo su consulta y vivieron muy

                                 FELICES

           Todos los personajes y todo la historia es imaginario

                             Esto nunca pasó

                       Autor: Antonio Carrión Lara

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La aventura de pablo y pedro

  • 1. LA AVENTURA DE PEDRO Y PABLO CAPITULO 1 No recuerdo qué sitio era aquel en que me encontraba. Era como un sueño. Lo que sí recuerdo es que por aquel pueblo, que era pequeño, discurría un río. Poco más arriba del pueblo, había una catarata, por la cual siempre bajaba abundante agua. Nadie había subido por allí nunca y nadie sabía lo que había mas allá. Era un terreno muy montañoso en todas las direcciones. Un día casi dejó de caer tanta agua y a mi me llamó la curiosidad por saber que es lo que podía haber pasado. Mi amigo Pablo y yo decidimos subir a ver que era lo que había mas allá de la catarata. Le dije a mi amigo: − Voy a subir primero después te llamare cuando suba y vea lo que hay arriba. Agarrándome a unos arbustos y escalando por las piedras logré subir arriba. La altura era aproximadamente de unos quince metros. Cuando llegué arriba empecé a explorar el terreno, el cual era irregular; más bien montañoso que llano. Me llevé una sorpresa cuando vi una pared y un cántaro en un agujero. Al cogerlo vi que tenia números y signos. Quise averiguar de qué tiempo podía ser porque se veía muy antiguo, pero no me hizo ilusión encontrar aquella cosa. Mi asombro fue enorme cuando miré a mi alrededor y vi los restos de una ciudad, bastante grande, a los dos lados de aquel río.
  • 2. Mi amigo no esperó a que yo lo llamara, subió por el camino que yo había seguido y al ver aquello empezó a dar voces. Yo corriendo le dije que se callara para que no se enterara nadie, al menos hasta que nosotros viéramos lo que era aquello, ya que lo descubrimos nosotros. Los muros de aquellas viviendas no pasaban de un metro de altura. Todo estaba demolido, como si aquello hubiera sido habitado cientos de años atrás. Fuimos caminando hasta la entrada de una fortaleza, en la que había dos guardias vestidos como los romanos, pero no nos hicieron caso. Ellos a lo suyo, ni moverse. De pronto vimos como bajaban dos machos monteses peleándose o luchando, cayeron a un socavón y se mataron del golpe. Nosotros pensábamos sacarlos, pero en ese momento cayó un alud de piedras y tierra y los envolvió. Miramos para atrás y vimos como el río ya bajaba lleno de agua. Ya no podíamos volver por donde habíamos subido. Seguimos andando y veíamos hombres como de tiempos pasados. Todos vestían igual, estaban por allí desparramados, pero parecía como si no nos vieran. Yo le dije a mi amigo Pablo: – ¿Seguimos? – Como tu quieras, Pedro - me dijo. Seguimos caminando asombrados de ver lo que estábamos viendo. Al cabo de andar un gran trayecto nos tropezamos con dos personas, un hombre y una mujer. Estaban excavando en la tierra con una herramienta parecida a un pico y les preguntamos: – ¿Qué buscan? – Raíces para alimentarnos - nos contestaron.
  • 3. Ellos no sabían de donde veníamos. Aquellas personas parecían de una generación remota. Al cabo de estar excavando un rato encontraron una de aquellas raíces que ellos buscaban. Tenía como dos metros de larga y recia como una pierna. La sacaron y nos dieron la mitad a nosotros. Nos dijeron: – Con este trozo tendréis para alimentaros durante un tiempo. Entonces yo le mordí un poco. Vi que estaba buena y se comía bien. Con unos bocados uno estaba alimentado para todo el día. Como ya no podíamos volver atrás por la cantidad de agua que volvió a bajar por aquel río misterioso, era imposible bajar por donde subimos y no había otro camino para volver. Decidimos seguir adelante por aquel desolado territorio que parecía que era un país encantado. Seguimos caminando día y noche siempre hacia adelante y encontramos terrenos más normales con multitud de árboles y plantas. Llegó el día en que a lo lejos vimos un poblado y nos preguntamos si estaría habitado. Teníamos la impresión de haber atravesado un túnel del tiempo, pero viajando hacia el pasado. Fuimos acercándonos poco a poco y vimos una aglomeración de gente, de unas cien personas aproximadamente. Cuando llegamos donde estaban, vimos como reían y bailaban. Nos acercamos y nos invitaron a unirnos a la fiesta. Celebraban la fiesta del pueblo aquel día. En aquella aldea era costumbre que, en las fiestas, las mozas solteras tenían que bailar con los mozos forasteros, si es que los había. En este caso si los había, ya que estábamos nosotros. Si se negaba alguna, los padres la mandaban a acostarse si era de noche y si era de día, las mandaban al campo a cuidar el ganado, pero no fue el caso.
  • 4. Era terreno de montaña y vivían del ganado y los pastos que cultivaban. Cultivaban trigo, patatas y otros productos esenciales para comer. Ellos dependían poco de lo de afuera. Se hacían casi todo. También se hacían casi toda la ropa, que la tejían con lino. Criaban cerdos, gallinas, pollos conejos, etc. El trigo lo molían en sus molinos, que tenían en el río, movidos por el agua. Con ellos fabricaban el pan. Como dije anteriormente mi amigo Pablo y yo nos unimos a la fiesta. Bailamos con las mozas de aquel lugar, todas ellas muy animadas y cariñosas con nosotros, las cuales nos ofrecieron vinos y galletas. Cuando la fiesta acabó, nos invitaron a que pasáramos unos días con ellos, ya que éramos los primeros forasteros que pasaban por allí. Con mucho gusto aceptamos, ya que nosotros no teníamos donde refugiarnos. Lo pasamos bien, pero no hubo flechazo. Ellas eran dos o tres años menores que nosotros. Pero eso no representaba mucha diferencia de edad. Una vez que nos instalamos con ellos, les ayudamos en sus tareas, tanto en el campo como con el ganado. Allí era costumbre que las mujeres cuidaran el ganado, hicieran queso y las labores de la casa, mientras que los hombres se dedicaban a ir por las aldeas a vender el ganado, hacer intercambios, trabajar el campo y comprar las cosas que ellos no tenían. Un día iba yo con la chica con la que bailé, acompañándola a guardar el ganado. Vimos a dos animales que estaban uno encima del otro. Entonces va ella y me dice: – ¿Vamos a hacer nosotros lo mismo que hacen ellos? – ¿Comer hierba? - pregunté yo haciéndome el tonto.
  • 5. No bobo, lo que están haciendo ellos – me dijo ella. – ¿Tú no has hecho eso ninguna vez? - le pregunté. – No, pero quiero hacerlo contigo si tu quieres - me contestó ella. – ¿De verdad que quieres? - le pregunté. – Ahora mismo - y se abalanzó a mis brazos. Nos dejamos caer sobre la hierba, jugamos un rato y acabamos lo que empezamos: el amor. A ella, por ser la primera vez, le gustó muchísimo y se puso muy contenta, así que desde ese día siempre me decía que me fuera con ella a guardar las ovejas y las vacas. Decía que le daban miedo los lobos, que eran frecuentes en aquellos territorios. Llegó el día en el que yo me sentía cansado de tanto ir a guardar ovejas y tuve que fingir que me encontraba mal. Aunque aquello acabó como era de esperar: se quedó embarazada. Mi amigo me dijo que lo mejor era irnos de allí, pero yo lo veía muy mal. Rita, que así se llamaba ella, no se merecía aquello. A mí me daba pena hacer algo así con ella. Al poco tiempo mi amigo me dijo: – Quiero ver otros lugares. Yo no me quiero quedar aquí, no me gusta este sitio. Lo que le pasaba es que era un poco tímido y no sabía pasárselo bien. Yo le dije a mi amigo Pablo que me iba a casar con Rita. Al mes más o menos de decirme Rita que estaba embarazada, pensé en casarme con ella. Le pregunté si quería y Rita se puso muy contenta diciéndome que sí. Entonces, le dije al padre de Rita, que se llamaba Ginés, que quería a su hija, que quería casarme con ella. El padre se puso muy contento y me contestó que sí, siempre que la quisiera de verdad. Yo le dije que la quería con toda mi alma, que estuviera tranquilo y que la haría muy feliz. Rita tenía otra hermana que tenía dos años menos que ella, llamada
  • 6. Rosalinda. Los padres eran muy buenas personas y estaban en muy buena posición. Eran, como se dice ricos, pero muy trabajadores. Rita llevaba un mes de estar embarazada, aunque sus padres no sabían nada de nada. Dispusieron la boda y a los quince días nos casamos. Durante el baile, después de la boda, mi amigo Pablo se enamoró de la hermana de Rita, Rosalinda. Pablo ya se arrepintió de irse y fue pasando el tiempo. A los pocos días de casarnos, el padre de Rita nos dio tierras y ganado, para que viviéramos nuestra vida, aunque sí seguiríamos viviendo con los padres de Rita porque la casa era muy grande y había casa para todos. A los ocho meses Rita dio a luz un precioso niño y le pusieron Ginesito. Era moreno como su madre. Por fin Pablo, se puso novio con Rosalinda, a la que llamaban Rosi. El tiempo iba pasando y Pablo trabajaba conmigo, porque era mucha faena para uno solo. Parte de las tierras no las cultivaba mi suegro, las tenía paradas y eso me daba más trabajo, pero así recogía más fruto de ellas. Doña Clara, que así se llamaba la madre de Rita, estaba muy contenta con su nieto. El abuelo también estaba loco con el nieto, siempre que podía estaba jugando con él. Incluso ya estaba pensando en dejar el trabajo y jubilarse, pero estaba esperando que se casara la otra hija, Rosalinda. Rita y yo estábamos encantados con el niño. Ya andaba sus primeros pasos y empezaba a hablar. Nos faltaba tiempo para estar con él, porque era un niño muy bueno y muy simpático con todo el mundo. No extrañaba a nadie.
  • 7. A los abuelos les pasaba igual. Su primer nieto era el juguete de la familia. Pablo me ayudaba en las tareas, ya que pronto sería uno más de la familia. Pablo pensó en casarse y me lo dijo, a lo cual me alegré mucho de la noticia. No nos habíamos imaginado que pasásemos de ser amigos a ser cuñados. Llegó el día deseado y Pablo le dijo al señor Ginés que el quería a Rosalinda. Que los dos se querían y querían casarse. El Señor Ginés también dijo que sí y mandó hacer los preparativos para la boda. Doña clara, que era muy religiosa, iba todos los días que había misa a la iglesia y ya de camino habló con el cura sobre el casamiento. Aunque misa había los días festivos y dos veces en semana, porque el cura venía a la aldea del pueblo vecino, que era un poco más grande. Cuando faltaban cinco días para la boda, el señor Ginés fue al pueblo a la feria de ganado, que estaba a unas quince millas de distancia, con su caballo. Cando volvía de regreso para casa, tuvo la mala suerte de que cuando faltaba poco para llegar, había una serpiente en medio del camino. La serpiente se empinó y dio un silbido. El caballo se espantó y el Señor Ginés perdió el equilibrio y cayó al suelo, con la mala fortuna que se rompió una pierna. El caballo se fue corriendo hacia la casa y el Señor Ginés tuvo que esperar a que fueran a buscarlo. Un vecino vio llegar al caballo del Señor Ginés solo y fue corriendo a decírnoslo a la familia. Salimos corriendo a la calle. El caballo estaba parado en la puerta, lo cogí, me monté en él y fui al encuentro de mi suegro, que estaba a algo menos de una milla de la casa. Lo encontré sentado en el suelo con la pierna derecha rota. Lo cogí del suelo, lo levanté con mucho cuidado, lo subí al caballo y lo llevé a la casa. Allí no había mas vehículo que los coches de caballos, el que lo tenía, por cierto el Señor Ginés sí tenía uno descapotable para tres personas y el cochero. Como en la aldea no había médico a diario teníamos que llevarlo al pueblo más cercano, que era donde estaba el médico. Para más rapidez, en su coche de caballos lo llevamos. Una vez allí, el médico le curó una herida y
  • 8. le entablilló la pierna. Le lió un fuerte vendaje alrededor de las tablillas para que no se le movieran, porque escayola no había y así es como arreglaban las roturas. Una vez de vuelta a casa, ya todos calmados dice el Señor Ginés: – Mirad que os digo la boda igualmente se hará el día fijado, es decir, dentro de los cinco días próximos. En lo que Doña Clara le contesta: – Nada de eso, cuando tengas la pierna buena entonces se casarán. Y así quedó dicho y todos conformes. Al cabo de mes y medio la pierna ya la tenía curada. Aunque tenía que ayudarse con una muleta, entonces prepararon todo y se casaron. Mi mujer y yo fuimos los padrinos. Fue una boda igual que la nuestra. La fiesta duró dos días y dos noches, y todo fue de maravilla. El Señor Ginés hizo una reunión con las hijas y los yernos, y nos dijo: – Para que la hacienda siga entera y no se perjudique, lo mejor es que la llevéis los dos matrimonios juntos, porque yo ya soy mayor y os lo voy a entregar casi todo a vosotros. Unos se encargaran de las tierras y los otros del ganado, aunque de todas formas unos os ayudareis a los otros cuando sea necesario. Decidme si estáis de acuerdo. Todos a la vez contestamos que estábamos de acuerdo, que así lo haríamos y las ganancias se repartirían a partes iguales de todo. Pasado un año Rosalinda dio a luz una preciosa niña a la que pusieron por nombre Clarita. CAPITULO 2 Con el tiempo la familia fue creciendo. Pablo y Rosalinda tuvieron dos hijos más. Al primero le pusieron Rubén y el segundo Samuel. Diez años después, el Señor Ginés cayó enfermo. Estuvo un año enfermo y murió cuando menos esperábamos.
  • 9. A la muerte del suegro, a los dos amigos y cuñados, la Señora Clara, o sea la madre y suegra, nos repartió todo: la mitad de cada cosa para cada familia, y que cada cual llevara lo suyo a su manera. Así lo hicimos, partimos las tierras y el ganado, que aún no nos había dado el suegro, aunque era poca cosa. Al poco tiempo, mi hijo Ginés me dijo que él quería estudiar para ser médico, para poder curar a la gente. Él decía que si hubiera sido médico mucho antes habría salvado a su abuelo, al que tanto quería. Ginesito ya tenía quince años, él le tenía mucho cariño a su prima Raquel. Razón no le faltaba, ya que se estaban criando juntos y muy unidos. Los dos se querían mucho, más que primos. Ella era muy cariñosa y bonita. Yo pensé en mi hijo y sabía que si se quedaba allí, no sería nada más que un campesino y los tiempos iban evolucionando. Entonces pensé en vender parte de lo que teníamos e irnos a la ciudad, poner a estudiar a mi hijo. Así lo hice: vendí todo el ganado y parte de las tierras, que por cierto, se quedó con todo mi cuñado y amigo Pablo. Pusimos un pequeño negocio en la ciudad. A Ginés le costó mucho separarse de su prima Raquel, pero juraron no olvidarse el uno del otro, y seguirían viéndose cada vez que pudieran. La vida de aquel pueblo con la nueva carretera cambió por completo. Aumentó la gente y el número de viviendas. Creció mucho. Además, la tierra era muy productiva. Yo, por motivos propios, viajaba mucho y aprendía cosas de fuera. Pensé: “Aquí en este pueblo hace falta algo que no hay, una tienda donde vender muchas cosas que aquí no tienen en el pueblo”. Entonces pensé que como yo tenía dos hijos y una hija, la cual podía llevar la tienda, los hijos me ayudarían a mí. Así que lo puse en marcha y, al cabo de seis meses, ya tenía la tienda que había soñado, puesta. Primero tenía de todo un poco, incluso ropa de caballero, mujer, etc. Con el tiempo fue creciendo el
  • 10. negocio hasta convertirse en una gran tienda. Nos iba bien en la ciudad y a Ginesito, al que ya le llamaban Ginés porque se había hecho mayor, pues estaba estudiando para médico que es lo que quería él. Con su prima Raquel se veía de vez en cuando, cada vez que tenían ocasión. Estaban muy enamorados el uno del otro, aunque su madre y yo no sabíamos nada de aquella historia de amor. Como la tienda iba a más, tuvimos que contratar a otra persona. Porque algún día Ginés tendría que dejar de ayudar en la tienda, ya que tenía pensado que cuando acabara la carrera de médico, casarse poco después. Por otro lado, Raquel no quería dejar a sus padres, pero Ginés le dijo que cuando fuera médico, pondría la consulta en el pueblo de ellos y así sería médico de la familia. El mismo día que cumplía veintiocho años Ginés acabó la carrera de médico y, como le había dicho a su prima y novia, puso la clínica en el pueblo de ellos. La gente del pueblo estaba muy contenta con el médico. Decían que llegaría a ser con el tiempo un gran médico. Se portaba muy bien y sabía mucho. A los dos años de acabar la carrera y estar ejerciendo, le dijo a su novia Raquel que ya había llegado la hora de casarse. Ella le dijo que sí, que cuando él quisiera. En treinta y un años, el pueblo creció tanto, que ya tenía su Ayuntamiento y su cura permanente. Ya no había problemas para cualquier cosa oficial que se presentara. También tenía Juez de Paz. La abuela Clara estaba muy ilusionada con su primer nieto ya médico. No por ser médico, sino porque lo quería mucho. Aunque ella decía que a todos sus nietos los quería igual. También estaba muy contenta con que se casaran sus dos nietos. Claro que ella tenía la pena de que le faltaba lo más querido para ella, que era su marido, el cual la había querido mucho.
  • 11. Como era de esperar, Ginés habló con el padre de Raquel, Pablo, y le pidió la mano de su hija. Quedaron en que la boda fuera el día del cumpleaños de Raquel, porque a ella le hacía mucha ilusión. Sería en el mes de Agosto la boda, a mediados. Cuando la madre de Raquel recibió la noticia del casamiento, le dijo que la tienda habría que dejarla y Raquel contestó que no, que ella seguiría llevándola, que ya lo había hablado con su prometido Ginés y él era conforme, así que de momento todo seguiría igual. Pablo le dijo a su hija que le enseñara a su hermano Samuel, que era el hermano menor, todo sobre la tienda, para que quedara en su puesto, porque ella tendría que dejarla en algunas ocasiones para ayudar a su marido en la consulta. De momento le ayudaba una empleada que tenía para dar citas mientras duraba la consulta. Pablo tenía una casa de campo en una finca cerca del pueblo, con todas sus comodidades, y le dijo a Ginés que como era buen tiempo, podrían celebrar la boda en la casa del campo. Don Ginés, el médico y novio de Raquel fue a hablar con el cura para preguntarle que, como era buen tiempo, si quería celebrar la ceremonia de su casamiento en la casa de campo que su suegro tenía en el campo, ya que el banquete lo iban a celebrar allí. El cura, como es natural, se llevaba bien con el médico y le dijo que no había problema que a él le daba lo mismo, que sí. Por fin decidieron el día de la boda, quedaron con el cura que fuera el veinte de Agosto por la tarde. Como Don Ginés habló con el cura a primeros de Julio, fueron preparando todo para el banquete, ya que la fecha estaba próxima. Llegó el día de la boda en la que hubo una gran asistencia de invitados, entre los cuales acudieron las autoridades del pueblo y otras amistades nuestras de la ciudad donde actualmente vivíamos.
  • 12. Al poner mi hijo la consulta en el pueblo, pensé en un tiempo no muy lejano, volver a vivir otra vez al pueblo, porque allí era donde tenía la familia y no queríamos quedarnos sólos Rita y yo. En la casa de campo preparamos una ermita provisional. La casa de campo tenía un espacio grande alrededor, donde pusimos las mesas y, en el centro, la ermita. Hubo música y bailes durante toda la noche, carne asada, con una ternera colgada para que cada cual se sirviera a su gusto, vinos de la tierra, frutas, etc. Yo le di una sorpresa a mi hijo Ginés para el regalo de boda. Cuando supe que iba a poner la consulta en el pueblo, compré una casa, con miras a poner la consulta. Como yo sabía que se casaría cuando terminara la carrera y no tardaría mucho, pensé en ese regalo, y como no teníamos más hijo que ese, mi mujer Rita y yo pensamos en comprarle la casa para el regalo de bodas. Así que cuando acabó la boda, le dije a mi hijo: “toma este sobre”. Ginés pensó que sería dinero, pero cuando lo abrió, vio las llaves y una nota en la que ponía la dirección de una calle y el número de la casa, le dije: “esta casa es para ti”. Entonces, mi hijo me abrazó dándome las gracias. Pablo, el suegro de Ginés y tío, les tenía otra sorpresa preparada: un coche para que los llevara al viaje de novios. Los recién casados se despidieron de todos y se fueron a disfrutar de su luna de miel. A los dos meses de casarse, Ginés y Raquel, se hablaba de que iba a haber elecciones presidenciales y a los cuatro meses celebraron las elecciones. En aquella época, solo había dos partidos políticos: izquierdas y derechas, que como siempre, el de izquierdas era el de los trabajadores y los pobres, mientras que el de derechas era el de los ricos. Como era de esperar, la izquierda ganó las elecciones y la derecha no aceptó la derrota, pedían que se repitieran las votaciones. Como es natural, los que ganaron no quisieron repetirlas. Entonces empezó el malestar entre unos y otros, cada día más, hasta que se lió lo inesperado: les declararon la guerra los de derechas a los de izquierdas. Esto fue un año después de casarse Ginés y Raquel.
  • 13. Por el mes de Febrero pasó lo peor. A Ginés lo llamaron al frente de médico, con el grado de teniente, aunque al poco lo ascendieron a capitán. A sus dos primos también se los llevaron al frente. A ellos les tocó luchar en la izquierda, en el mismo bando. Entonces como Raquel se quedó sola, se fue con su madre y ayudaba en la tienda. Yo dejé la ciudad y volví al pueblo con los míos, a la casa que había dejado. Nada más partir a la guerra Ginés, Raquel se dio cuenta de que estaba embarazada. Ginés estaba en la guerra y no sabía nada. Raquel no le podía dar de momento la noticia, porque no sabía donde estaba, no tenía noticias de él. Raquel le dijo a su madre que estaba embarazada y su marido Ginés no sabía nada, que en el momento que tuviera noticias de él, se lo diría. Iban pasando los días y los meses y sin tener noticias. La cosa pintaba mal para las comunicaciones, por fin a los cuatro meses tiene noticias de él. Entonces, Raquel le dice a su marido que va a ser padre, que está embarazada de cuatro meses y medio, pero que el día que se marchó para la guerra aún no lo sabía. Al recibir la noticia se puso muy contento y le dijo a sus compañeros que iba a ser padre y ellos lo felicitaron. Pero no podía ir a ver a su mujer, ya que no podía dejar el hospital de campaña. Primero había que atender a los heridos. En el pueblo tenían una mala noticia, aunque no mala del todo. Era que el hijo mayor de Pablo, su tío, o sea su primo Rubén, que había sido herido en la pierna y estaba en el hospital de campaña con la pierna rota. Pronto lo mandarían a su casa para que allí se curara. La guerra seguía y Ginés sin poder ver a su esposa Raquel. A los nueve meses de estar embarazada, Raquel dio a luz un hermoso niño y le preguntó a su marido qué nombre le pondrían. Le contestó que le pusiera Pablito, a ella también le gustaba y, además, se llamaba como su abuelo. La guerra no acababa y cada día tenía menos noticias de su marido, hasta
  • 14. que se cortaron las noticias. El tiempo pasaba y la guerra seguía. Pablito ya tenía cuatro años y no había visto a su padre. Pasaron dos años más y la guerra acabó, pero Raquel seguía sin saber nada. Entonces empezó a hacer averiguaciones. Por el motivo que fuera el Teniente Coronel Médico Ginés se despreocupó de la familia, aunque nunca los olvidó. Entonces, Raquel fue al cuartel en el que estaba y al centinela le preguntó por un tal Teniente Coronel Médico. Entró el centinela y salió un oficial del ejército. Le preguntó qué deseaba. Ella le contestó que buscaba a su marido, que era Teniente Coronel Médico. Él le dijo que le describiese el aspecto de su marido. Ella le respondió que su marido era moreno y alto como el oficial. El le contó que sí le conocía, que le dejó una carta escrita para que se casaran los dos (ella y el oficial). A lo que ella le contestó: “Eso no lo hago ni lo iba a hacer, llevo siete años esperando y otros siete esperaré, si no viene a los catorce, a monja me meteré, y el hijo que tengo, si quiere meterse a cura, no se lo impediré.” A lo que él le dijo: “No digas más hija mía, que tu marido soy yo, ¿es que no me conoces?”. Raquel le contestó: “Es que con esa ropa y ese bigote estás muy extraño”. Se abrazaron profundamente. Raquel lloraba, y él le decía que no lloraba. Ella decía que era de haber podido encontrarlo. El Teniente Coronel Ginés dejó el ejército y volvió a su casa con su mujer y su hijo. Abrió de nuevo su consulta y vivieron muy FELICES Todos los personajes y todo la historia es imaginario Esto nunca pasó Autor: Antonio Carrión Lara