1. El arbolito mágico
El árbol mágico tenía un cartel que decía: soy
un árbol encantado, si dices las palabras
mágicas, lo verás.
El niño trató de acertar el hechizo, y probó con
abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso,
tan-ta-ta-chán, y muchas otras, pero nada.
Rendido, se tiró suplicante, diciendo: "¡¡por
favor, arbolito!!", y entonces, se abrió una gran
puerta en el árbol. Todo estaba oscuro, menos
un cartel que decía: "sigue haciendo magia".
Entonces el niño dijo "¡¡Gracias, arbolito!!", y
se encendió dentro del árbol una luz que
2. alumbraba un camino hacia una gran montaña
de juguetes y chocolate.
El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel
árbol y tener la mejor fiesta del mundo, y por
eso se dice siempre que "por favor" y
"gracias", son las palabras mágico.
Un día con los cerditos
Había una vez un niño al que no le gustaba
vestirse cuando querían sus papás, ni ponerse
3. lo que le decían tras el baño. El prefería vestir
de forma mucho más rara, pero sobre todo,
tardar mucho. Sus papás, que siempre tenían
prisa, querían que fuera más rápido, pero a él
eso no le gustaba y tardaba aún más.
Hasta que un día sus padres tenían prisa, y se
enfadaron tanto cuando se negó a vestirse,
que le dijeron que saldría desnudo, lo que no
le importó en absoluto. Así que salieron, y
mientras esperaba desnudo junto a la casa
que sus padres trajeran el coche, pasó el
cuidador de los cerdos del pueblo. Ese
hombre, que estaba medio sordo y veía muy
4. poco, además había olvidado sus gafas, así
que cuando vio la piel rosada del niño, creyó
que era uno de sus cerdos, y a voces y
empujones se llevó al niño a la pocilga. El niño
protestó todo el tiempo, pero como el hombre
no oía bien, no le sirvió de nada. Y así pasó
todo el día, viviendo entre los cerdos,
confundido con uno de ellos, compartiendo su
comida y su casa, hasta que sus padres
consiguieron encontrarle.
Y el niño lo pasó tan mal ese día, que ya
nunca más quiere que le confundan con otra
cosa que no sea un niño, y siempre es el
6. El rio amargado
Había una vez un río serio y solitario. No
recordaba cuándo, sin duda hacía mucho
tiempo, había decidido que no quería aguantar
nada ni nadie, y echó de sus aguas a peces,
plantas y cualquier otro animal que encontró.
Y su vida pasó triste y solitaria durante
muchos siglos.
Un día, una niña llegó a la orilla de aquel río
con una pequeña pecera circular. Dentro
estaba Escamas, su pececito más querido, a
quien había decidido dejar en libertad porque
7. no podía acompañarle en su viaje a otro país.
Cuando Escamas cayó al agua, sintió
inmediatamente la soledad de aquel río.
Escamas trató de hablar con el río, pero éste,
muy serio, sólo le invitó a marcharse.
Escamas era un pececillo muy alegre, y no
quiso darse por vencido. Preguntó y preguntó,
y nadó y nadó, y finalmente comezón a dar
saltitos por el río...
El río, con los saltitos, comenzó a reír, pues le
hacían muchas cosquillas, y en poco tiempo
se sintió de tan buen humor que comenzó a
hablar con Escamas. Casi sin darse cuenta,
8. antes del primer día se habían hecho muy
amigos, y el río se pasó toda aquella noche
pensando lo divertido que era tener amigos y
lo mucho que los había echado de menos. Se
preguntaba por qué nunca los tenía, pero no
podía recordarlo. A la mañana siguiente,
Escamas despertó al río con unos saltitos muy
juguetones... y entonces el río recordó por qué
había decidido ser un río tan serio: ¡tenía
muchísimas cosquillas y no podía soportarlas!
Ahora recordaba perfectamente cómo había
echado a todo el mundo el día que decidió
que ya no iba a aguantar las cosquillas ni un
9. día más. Pero al recordar lo triste y sólo que
se había sentido durante años, se dio cuenta
de que aunque tuviera sus pequeños
inconvenientes, siempre era mejor tener
amigos y tratar de estar alegre.
La estrellita curiosa
10. Había una vez una estrella muy, muy
chiquitita, tan pequeñita como un mosquito,
que vivía en el cielo junto a sus papás, dos
estrellas enormes. La pequeña estrella era
muy curiosa y siempre quería verlo todo, pero
sus papás le decían que aún era pequeña
para ir sola, y que debía esperar.
Un día, la estrella vio un pequeño planeta
azul; era tan bonito que se olvidó de lo que le
habían dicho sus padres, y se fue hacia aquel
planeta. Pero voló tan rápido, tan rápido, que
se desorientó y ya no sabía volver.
11. Una vez en la Tierra, donde creía que lo
pasaría bien, la gente y los demás animales la
confundieron con una luciérnaga brillantísima,
así que todos querían atraparla. Huyó como
pudo, muy asustada, hasta que se escondió
tras una sábana. Entonces todos pensaron
que era un fantasma, y huyeron despavoridos.
La estrellita aprovechó su disfraz para
divertirse muchísimo asustando a todo el
mundo, hasta que llegó a una montaña en la
que vivía un gran dragón. La estrellita también
trató de asustarle, pero no sabía que era un
dragón come fantasmas, y cuando quiso
12. darse cuenta, se encontraba entre las llamas
de fuego que escupía por su boca el dragón.
Afortunadamente era una estrella muy
valiente, así que pudo escapar del fuego y del
dragón, pero acabó muerta de miedo y de
tristeza por no estar con sus papás. Estuvo
llorando un rato, pero luego se le ocurrió una
idea para encontrar a sus papás: buscó una
gran roca en una montaña altísima, y desde
allí, mirando al cielo, se asomó y se escondió,
se asomó y escondió, y así una y otra vez.
Sus papás, que la andaban buscando
preocupadísimos, vieron su luz intermitente
13. brillar en la noche, y acudieron corriendo a
señalarle el camino de vuelta.
Así la estrellita vivió muchas aventuras y
aprendió muchas cosas, pero ya no se le
volvía a ocurrir irse solita hasta que fuera
mayor.
El caballito triste
14. Hace muchos, muchos pero que muchos
años, vivía una niña en un pueblecito muy
pequeño donde apenas había tiendas.
Siempre había soñado con tener un caballito
balancín. Un día su papá fue a la ciudad y le
compró el caballito para su cumpleaños.
Menuda alegría que se llevó su hija cuando lo
vio. Lo colocó junto a la ventana para poder
cabalgar viendo el paisaje. Pero pasaron unas
semanas y la niña se cansó del caballito y lo
arrinconó. El caballito ya no podía ver el
paisaje y nadie jugaba con él. Cada día que
pasaba esta más triste. Un día un amiguito de
15. la niña estuvo comiendo en su casa y vio el
caballito. - Me dejas jugar con el - preguntó el
niño. Bueno, como quieras, a mi ya no me
gusta. El niño montó en el caballo, pero éste
no se balanceaba. Por más que el niño se
movía el caballito estaba quieto. Muy
asustado el niño salió en busca de su amiga.
La niña, creyendo que era una broma entró y
pudo comprobar que ya no podía cabalgar en
su caballito. Revisando el caballito, vio que en
su cara había unas lagrimitas. El caballito
estaba triste pues nadie le hacía caso. La niña
comprendió a su caballito, y se lo regaló a su
16. amigo que eran muchos hermanos. Así el
caballito nunca más estuvo abandonado y
siempre jugaban con él. Y además de ser muy
feliz, hizo felices a todos los niños de la casa.