1. Vista con perspectiva, la trayectoria del doctor Luis Rojas
Marcos no puede ser más asombrosa. Sevillano nacido en
1943, su carácter distraído y nervioso no le ayudó nada en
el colegio. De hecho, con catorce años tuvo que abandonar
los jesuitas de Portaceli para ingresar en un colegio laico
donde los expedientes de los alumnos eran menos
brillantes. Por aquel entonces, el Trastorno de Déficit de
Atención con Hiperactividad (TDAH) era un misterio ni
siquiera estaba diagnosticado con lo que Luis parecía,
sencillamente, un niño malo capaz de agotar a cualquiera.
Su talento natural para la música, que supo ver su madre,
le llevó a aprender a tocar el piano, la guitarra y la batería.
Y, como poco, le sirvió para fundar con un grupo de amigos
el Cuarteto Yungay, un conjunto musical andaluz en el que
tocaba la batería.
Desde muy joven quiso estudiar Medicina, pero lo de especializarse en Psiquiatría llegaría
más tarde, en parte para conocerse mejor y entender muchas de las cosas que le pasaban
y lo logró culminando su carrera en Nueva York, ciudad en la que se quedó a vivir y donde
ha llegado a ocupar puestos tan importantes como el de presidente ejecutivo del Sistema
de Sanidad y Hospitales Públicos de Nueva York de ahí que viviera muy de cerca los efectos
en víctimas y familiares de los ataques del 11-S.
En la actualidad, mientras continúa escribiendo libros como eres tu memoria. Conócete a ti
mismo y prosigue con su actividad docente e investigadora, es también miembro de la
Academia de Medicina de Nueva York, de la Asociación Americana de Psiquiatría (miembro
distinguido vitalicio) y de la Academia Americana de Medicina Paliativa.
Antes los niños no tenían TDAH, simplemente eran nerviosos «como rabos de
lagartija», ya que hasta el año 94 no se diagnosticó este trastorno. ¿Cuándo
tomó usted conciencia de que lo que le sucedía era un Trastorno de Déficit de
Atención con Hiperactividad?
Recuerdo que en los años 70, cuando estudiaba Psiquiatría en Nueva York, me daba clases
Stella Chess, una especialista muy famosa y reconocida en Psiquiatría Infantil. Durante una
de sus lecciones, explicó un trastorno relativo a la hiperactividad que iba unido a
problemas de niños que habían sufrido traumas cerebrales o encefalitis. Fuera de eso, que
no era mi caso, la conducta que iba describiendo me sonaba. Niños con mucha energía y
2. dificultad para controlarla, pero que eran inteligentes. Fue entonces cuando empecé a
pensar si todos mis problemas de la infancia se debían a un trastorno y no solo a una
conducta. En resumen, que me di cuenta cuando ya era mayor y no tenía remedio [risas].
Digamos que tuvo una infancia movidita, ¿no es así?
Sí. Yo era un niño muy travieso. Con 6 y 7 años solía correr por los tejados de las casas en
Sevilla. Los vecinos llamaban a mi madre y le decían: «¡Mira quién está por ahí!» Y mi
madre se horrorizaba. Era un niño diferente y esa diferencia estaba en la cantidad de
energía que tenía y en la incapacidad para controlarla y, claro, a esa edad lo llevas de un
modo que tu entorno no acepta. Además a eso hay que sumarle la impetuosidad, lo que
provocaba que interrumpiera constantemente a los demás, y que era inagotable. Yo antes
de que el profesor hiciera una pregunta ya tenía la mano levantada. Y también estaba esa
distracción continua que no te dejaba concentrarte y te hacía moverte de un lado a otro,
hablar... Pero antes de conocerse el trastorno eso era ser un niño malo. Menos mal que a
mí me salvaba un poco que era muy simpático.
Tendría contentos a los jesuitas donde estudiaba...
Con 11 años empecé a suspender cada vez más asignaturas. Estuve siete años en los
jesuitas y ya tenía mi fama, así que muchas veces acababa sentado en la banca negra del
fondo de la clase. Y la verdad es que no me sentía ni mal ni discriminado, aunque ahora lo
veo de otro modo. Pero por aquel entonces los curas hacían lo que podían con toda su
buena voluntad. Y no les culpo porque antes no se sabía nada. Eso sí, al final, con mucho
cuidado, les dijeron a mis padres que era mejor que me llevaron a otro colegio. Acabé en
uno de ?cateados?.
Con su trayectoria y su currículo cuesta mucho imaginarle en ese colegio del que
habla.
¿En qué sentido?
Pues tuve mucha suerte, la verdad, porque la directora no sé qué vio en mí, pero pensó
que algo podría rescatarse y me dijo: «A partir de ahora, tú te sientas en esta primera fila».
Claro, yo acababa de salir de un colegio y estaba dispuesto a hacer lo que fuera para
encauzarme. Además, me dejaban salir de clase cuando lo necesitaba... Todo aquello me
ayudó mucho.
Con el cambio pude crearme mi propia identidad y comencé a funcionar mejor. Allí nadie
sabía nada de mi historia, era nuevo y no tenía lastre. Ahora se llama reinventarse, y eso
fue lo que hice aunque sin darme cuenta. Me sentía bien al aprobar los exámenes, al ver a
mis padres contentos... Por eso un aspecto que recomiendo a los padres es que si sus
3. hijos tienen ya la imagen de niño imposible en un colegio que le cambien a otro. Sé,
porque me lo dicen, que es complicado, pero puede ser muy bueno.
Con nueve años estuvo encerrado en un calabozo, ¿cómo vivió aquella
experiencia?
Muy mal. Todo comenzó porque un amigo que tenía en el pueblo de mi madre (Liendo, en
Cantabria) me animó a prender fuego en el monte. La suerte es que se apagó sin mayores
consecuencias, pero la Guardia Civil me encerró en lo que llaman ?La Perrera? y pasé allí la
noche. Fue entonces cuando comencé a reflexionar sobre lo que me pasaba, porque sabía
que no encajaba y que algo me sucedía, pero tampoco podía controlarme. No quería hacer
daño a nadie y me preguntaba qué me ocurría, pero nadie era capaz de darme una
explicación. A falta de ese diagnóstico del TDAH, piensas que eres simplemente malo
dada la cultura de aquel momento.
¿Es angustioso verse sin redención posible?
Sí. Por eso en Semana Santa yo llegué a salir de Nazareno hasta con tres cofradías
diferentes para ver si esto tenía arreglo y si Dios... Mi hermana melliza, que murió, me
protegía y me decía: «No te preocupes, Luis, que esto te va a ayudar». Pero había que
verme caminando más rápido que el resto de los cofrades, saliéndome de la fila....
Habla de su hermana pero, ¿y sus padres? ¿Cómo vivieron todo aquello?
Pues como un problema que tenían tanto ellos como yo porque entonces el éxito del hijo
reflejaba el de los padres. Mi madre, de quién probablemente heredé el TDAH, lo llevaba
mucho mejor que mi padre. A veces se reía de mis travesuras, lo cual era útil porque el
gran peligro de este problema cuando no es entendido por la familia y la comunidad es
que destruye la autoestima. Ten en cuenta que uno se pregunta si es que no sirve para
nada, si no funciona, y además se ve metido en situaciones que con mala suerte te pueden
llevar a la cárcel. Imagina si llega a haber víctimas en el incendio que te he comentado...
¿Hay muchos casos de TDAH que hayan acabado por esa mala suerte en el mundo
de la delincuencia?
Pues si vas a la cárcel, al menos en EE UU, y entrevistas a delincuentes de entre 30 y 40
años verás que el 60% son hiperactivos que cometieron ese fallo primero y ya no pudieron
salir de ese mundo. Por eso por un lado tenemos el camino de la delincuencia y, por otro,
el de la depresión si no tienes suerte o no sigues un tratamiento.
¿Es que es muy habitual padecer depresión dentro de los afectados por TDAH?
Depresión, autocastigo... Hoy sabemos que el suicidio es más alto en personas con ese
4. trastorno y que no se lo tratan. De hecho la tasa se incrementa un 15 por ciento.
Viéndolo así usted es de los que tuvo mucha suerte.
Sí, y también mucha ayuda. Mi madre estaba convencida de que la música amansaba a las
fieras y un día me dijo: «Lo tuyo es la música, así que vas a aprender a tocar algún
instrumento». Con 9 años tocaba el piano. Y eso le sirvió a mi hermano Alejandro para
jugarse 50 pesetas conmigo a que no me atrevía a pasarme toda una noche practicando.
Yo ya tenía 14 años, pero lo hice, eso sí con el pedal que amortigua el sonido apretado
para no molestar a los vecinos. Es lo que comentaba. Tienes mucha energía y la puedes
emplear en ganarte esas 50 pesetas o en hacer algo que vaya contra las reglas.
Y llegó a la Universidad y todo cambió, imagino, porque con la carrera no tuvo
problemas. ¿Descubrió una fórmula de estudio válida para usted?
Así es. Aprendí a dividirme los temas en secciones, a hacerme resúmenes y esquemas y a
organizarme, pero sobre todo me ayudó mucho aceptar que lo que otros compañeros
podían aprender en media hora a mí me llevaría una. Pero para mí eso no es un problema
porque tengo todo el tiempo del mundo, ya que al sobrarme tanta energía me puedo
pasar sentado en el despacho escribiendo ocho o nueve horas. Aprendí a compensar: «Si
voy a tardar más necesitaré dedicarle más tiempo a las tareas», pensé. Era el precio que
tenía que pagar.
Emigró muy joven a Estados Unidos para estudiar y al final se quedó a vivir en
Nueva York. ¿Se sintió como en casa en la ciudad que nunca duerme?
Tengo que reconocer que Nueva York es una ciudad tolerante y yo me sentí bien nada más
llegar. Allí, por ejemplo, yo preguntaba y no esta mal visto. En aquella época en España
cada vez que levantaba la mano para preguntar algo en clase me jugaba la autoestima de
un mes a no ser que la cuestión que planteara fuera muy inteligente. Allí el profesor
siempre encontraba algo positivo en la pregunta que cada uno hiciera y siempre aportaba
con su respuesta. Encontré esa aceptación que buscaba.
Eso a pesar de sus peleas con el inglés...
Es verdad, porque yo hablaba inglés muy mal. Había estudiado en Inglaterra, pero mi nivel
me servía solo para defenderme. De ahí a tener que manejarlo para ser médico... [Risas]
Recuerdo que salí de Madrid en el año 68 y que vino toda mi familia a despedirme a
Barajas. Entonces, en una tienda del aeropuerto, encontré un libro que anunciaba:
«Aprenda a hablar inglés en un mes». Lo compré y pensé que era mi salvación, pero la
realidad fue que tardé dos años en hacerme entender bien.
5. Ahora es usted padre de un hijo afectado por el TDAH. Imagino que para él eso
ha sido muy positivo.
Mucho. Es muy bueno conocer a gente con tu mismo problema porque ayuda muchísimo.
Eso y saber que no eres el único en el mundo. El sentimiento de universalidad es muy
terapéutico, por eso funcionan tan bien las asociaciones en las que gente con un mismo
problema se reúnen y hablan de sus experiencias.
Por curiosidad, ¿cuándo perdió el pudor de reconocer que padecía TDAH en
público y por qué?
Pues eso es muy reciente. Diría que la primera vez que hable de este tema fue hace 6
años. He de señalar que tampoco me lo preguntaban porque a nadie se le ocurría si había
tenido algún problema. Es curioso, pero la gente cuando funcionas piensa que no los
tienes. «A este le va muy bien y no ha pasado por eso», piensan. Tampoco me sentía
cómodo hablando de mi vida. Pero, como te decía, ha sido recientemente cuando he
empezado a ver que quizás reconocer los propios fallos o limitaciones pueda tener un
elemento de ayudas.
Fuente: TDAH Noticias.