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      MÍSTICA MILITAR Y CULTURA DE DEFENSA


      LA CUESTIÓN MILITAR Y LA SOCIEDAD ESPAÑOLA.
      Fernando Ramos
      Profesor Titular de Derecho de la Información
      Universidad de Vigo
(Conferencia Escuela Naval Militar el 8 de mayo de 2007)


      En el ámbito sociológico, mística es la parte visible de lo invisible.
Mística viene de misterio. Ir más allá del significado material es penetrar en
el conocimiento profundo, en el porqué de las cosas. Mística significa
entonces la capacidad de conmoverse ante el significado profundo de las
cosas. En la comunicación de toda organización es fundamental la capacidad
de transferir el propio sistema de valores, el grado de motivación de quienes
la integran y la creencia en la seguridad de lo que hacen y transmiten.


      Este clima se puede transmitir cuando lo que se hace proporciona la
satisfacción y reconocimiento sociales. Pero es       desfavorable cuando la
motivación es escasa ya sea por frustración o por falta de reconocimiento.
Entonces sobreviene la apatía, el desinterés. Existe, pues, una estrecha
relación entre motivación, percepción y comunicación. La comunicación de
las organizaciones está determinada por la percepción que tengan de sí
mismas, expresada desde el punto de vista de la motivación. La idea
comunicada se relaciona íntimamente la mística de esa organización.


      La cuestión a plantear es, pues, ¿existe actualmente una mística de
las Fuerzas Armadas en orden a su propia función estratégica en cuanto a
las tareas que la Constitución le confiere? ¿Cumple alguna función en orden
a extender la cultura de la defensa nacional?


      Desde 1980, tanto las diversas disposiciones normativas sobre la
materia como las declaraciones de los responsables políticos de lo que
históricamente se ha llamado en España “el ramo de la Guerra” han

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insistido en la necesidad de extender sobre la sociedad española la cultura
de la Defensa, especialmente en el ámbito de la enseñanza y la formación de
la cultura social. No obstante, no se define qué se entiende por “cultura de la
Defensa” ni mucho menos si esa cultura tiene algo que ver con el hecho de
que la sociedad conozca y valore al agente esencial, la organización
específica para la ejecución de la propia estrategia para la defensa nacional.
Dicho de otro modo, si la cultura militar forma parte o no de la cultura de
Defensa y si, en todo caso, esa organización denominada Fuerzas Armadas
(que históricamente se han llamado Ejércitos y Armada) debe conservar
alguna clase de personalidad o mística como lo hacen las organizaciones
semejantes en el resto de Europa. ¿Puede haber un ejército desprovisto de
esos elementos, fórmulas y referentes simbólicos que lo identifican como tal,
de esa mística de la organización?


      La presencia de los emblemas en forma de logotipos de las Fuerzas
Armadas en los calzones de las selecciones masculina y femenina de
baloncesto constituyó en su día una sorprende apuesta del Ministerio de
Defensa para la difusión de una cierta imagen de la institución. La crítica a
esta curiosa proposición invita a una reflexión más profunda sobre la propia
imagen –y la estrategia que ha de construirla- de los ejércitos, su utilidad y
misiones, ante los propios ciudadanos que los sostienen.


      La nueva concepción del Ejército español como instrumento al servicio
de la causa de la paz internacional ha contribuido a configurar una nueva
imagen que supere todos los tópicos y los prejuicios tan generalizados entre
los ciudadanos sobre la institución armada1. El actual fracaso de ejército
profesional en España2, ya que no se consigue cubrir las previsiones de
recluta, y en consecuencia, las plantillas mínimas de buques y unidades, se
justifica, pese a la alegría con que fueron recibidas las perspectivas
profesionales anunciadas, porque los jóvenes se quejan de no encontrar lo
que se les prometió y se critica la excesiva improvisación del Gobierno que
ha seguido una política contradictoria en este aspecto.



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      El modelo ejército nacional, creado por la Revolución Francesa (el
Ejército era, por lo tanto, una institución nacional) fue un signo de
modernidad en su momento. En nuestro tiempo, el servicio militar
obligatorio entró en crisis por haber dejado de responder a la necesidad
continuada de aprendizaje y preparación exigidos por la evolución técnica
de los ejércitos modernos. Además, al descenso de la natalidad, muy acusado
en países como España, se unió la extensión generalizada de una cultura
antimilitarista y pacifista entre la juventud.


      Las soluciones alternativas, dispuestas para afrontar tales carencias,
han causado enorme perplejidad en la opinión pública española3 y han sido
un repetido fracaso4. El Ejército español cerró el 2003 con el menor número
de soldados y marineros desde hace sesenta años, según el documento de
carácter restringido de la Dirección General de Reclutamiento. El Ministerio
de Defensa mantiene en filas a 68.802 efectivos de tropa en servicio activo
frente a los 86.000 previstos y lejos ya de los 102.000, mínimo que se fijó al
comienzo de la profesionalización. En medios militares se apremia a que
partidos políticos y fuerzas sociales definan un nuevo modelo de Ejército
para seguir garantizando la defensa nacional. En los últimos años de
existencia del servicio militar en España, el Ejército tenía una media de
200.000 hombres. En la Revisión Estratégica de la Defensa, publicada en el
año 2003, se afirma que son necesarios para las misiones asignadas unos
efectivos de entre 168.000 y 150.000 militares profesionales. No disponemos
ni de la mitad.


      La falta de efectivos se refleja todos y cada uno de los elementos que
constituyen la institución militar, ya sean efectivos, logística o la propia
mística de la que se supone debe estar dotada una institución de esta
naturaleza.


      Conviene recordar que el concepto de defensa nacional se fundamenta
en el ordenamiento constitucional y vincula a toda la sociedad en la
salvaguarda de la soberanía e intereses nacionales. La adopción por parte de

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España de una estrategia estrictamente defensiva (conforma al mandato
constitucional), compatible con la participación de nuestros soldados en
misiones de paz en el exterior constituye el eje del nuevo Concepto
Estratégico de la Defensa.


       El fracaso de la política de reclutamiento para dotar a los Ejércitos y
la Armada de los elementos humanos, indispensables para cubrir las
propias plantillas mínimas, parece reflejar la premura con que se articuló
un modelo cuya puesta en práctica parece ahora que fue precipitada. No
obstante ese fracaso y falta de atractivo para captar elementos que deseen
integrarse en dichas organizaciones, la sociedad española, conforme las
cíclicas consultas que realiza el Centro de Investigaciones Sociológicas, tiene
una opinión crecientemente favorable de las Fuerzas Armadas, a lo que
contribuye decisivamente que gran parte de su actividad actual se centre en
actuar en misiones de paz o ayuda humanitaria en el exterior.


      Dicho de otro modo, que en gran medida puede establecerse una
relación entre esa opinión favorable y el hecho de que muchas –no todas,
ciertamente- de las misiones que los soldados españoles desarrollan en
terceros países podrían ser ejecutadas con el mismo resultado por un
voluntariado   organizado,    no   necesariamente     encuadrado     en    una
organización militar, o simplemente por una ONG adecuadamente dotada
de medios.


MÍSTICA Y CONTRADICCIONES

      Quiero referirme ahora a algunas de las curiosas contradicciones
que, desde el punto de vista de la mística, presenta la entidad Fuerzas
Armadas o Ejércitos, a las que nos referimos. Veamos algunos ejemplos:

1º. NINGÚN PAÍS NAVAL DEL MUNDO BAUTIZA SUS BUQUES CON
EL NOMBRE DE ALMIRANTES DERROTADOS O CAMBIA EL




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NOMBRE DE UN BUQUE EN CONSTRUCCIÓN CUANDO SE LA HA
COLOCADO LA QUILLA.

      España lo hace. Ponemos a nuestros barcos el nombre de perdedores
y cambiamos el nombre a nuestros barcos ya vivos: el “Príncipe de
Asturias” se llamaba en realidad “Almirante Carrero Blanco”. Se adujo que
no era “políticamente correcto” mantener el nombre del asesinado
presidente del Gobierno de la última etapa del Franquismo. Pero conviene
recordar que el almirante Carrero fue una pieza esencial en la decisión del
general Franco de nombrar a Juan Carlos de Borbón su sucesor a título de
Rey, entronizando una nueva monarquía electiva, por él establecida o
instaurada, como repetidamente insistió. S.M. el Rey, consecuente con su
origen, ha declarado siempre a sus biógrafos y en numerosas entrevistas
que, en su presencia, no permite que se hable mal de Franco: “El me puso”,
dice. El buque “Roger de Lauria” se transformó el “Almirante Juan de
Borbón” por un capricho personal del almirante Torrente. Suma y sigue.

2º. LA PERVIVENCIA DE ALGUNAS INSTITUCIONES DEL PASADO –
RECIENTE- PROVOCA CONFUSIONES INNECESARIAS SOBRE LA
PRIMERA LEALTAD DEL SOLDADO: LA NACIÓN.

      La lealtad no es una fidelidad personal a un individuo, sino a la
nación entera.

      ¿Por qué S.M. el Rey es y que alcance tiene su condición de jefe
supremo de los Ejércitos, cuando carece de responsabilidad personal, sus
actos válidos jurídicamente deben ser refrendados por un ministro, y es el
gobierno, quien según la Constitución dirige la política de defensa?
¿Distinguimos lo simbólico de lo real, de realidad?

      ¿Se entiende bien el carácter meramente simbólico de la jefatura que
ostenta? ¿Se tiene claro que el Rey no es un poder, sino una institución y
que la soberanía –por lo tanto el único Soberano- es el pueblo español, “del
que emanan todos los poderes del Estado” (Art. 1.2)



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       S.M. El Rey Juan Carlos I no iba a seguir estudios militares algunos.
Su padre tenía previsto que estudiara Sociología en Lovaina. Fue el
general Franco quien diseñó su carrera militar. No es un modelo conocido.
Otros príncipes, por ejemplo, los ingleses, siguen una carrera completa en
una academia determinada. El paso simbólico por las de los dos ejércitos
(Tierra y Aire) y la Armada, que se repite con el actual Príncipe de
Asturias, no ha sido nunca una pauta para la formación real en la vida
militar como una carrera pautada.

       En las academias militares de otros países, los vástagos de la Corona
no disfrutan de privilegios, no poseen una camareta particular ni una
habitación permanente en el parador de turismo o castillo más cercano.
Durante su vida militar son uno más, incluidos, en su caso, los castigos de
verdad que en la Royal Navy han sido incluso físicos en forma de azotes.

       La vinculación personal del Rey a la institución militar es muy
reciente y su inventor Cánovas del Castillo.

       En su libro “Historia del Ejército en España”5, Fernando Puell de la
Villa, lo explica con detalle:

     La iniciativa de vincular al titular de la monarquía con las Fuerzas Armadas
     fue uno de los aspectos más originales de la política canovista. Tal decisión
     dio origen a una particular forma de interpretar el papel institucional de los
     militares y contaminó la cultura política de la oficialidad española hasta los
     años de la Transición a la democracia.

     Es evidente que la situación de partida era comprometida. Las Fuerzas
     Armadas habían sufrido durante el Sexenio la más grave crisis existencial
     de su historia. A su término, el cuerpo de oficiales, apiñado en torno al
     generalato, había experimentado que, actuando unido, era el árbitro
     indiscutible de la política nacional, y los generales-políticos habían elevado
     el listón de sus expectativas: en el futuro, no se iban a contentar con liderar
     o respaldar una determinada opción de partido. (…)




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Desde el punto de vista institucional, la introducción del concepto prusiano
rey-soldado fue el más trascendental de los diversos resortes concebidos por
la Restauración para civilizar la vida pública. Su implantación se inició
mediante una hábil política de gestos, refrendada después constitucional y
legislativamente.

En la actualidad, estamos tan habituados a contemplar al rey con uniforme
militar que asumimos esta costumbre con naturalidad. Tal uso, sin embargo,
es relativamente reciente. Aunque tradicionalmente los monarcas ejercían el
mando directo de las tropas en campaña, Carlos V fue el último en hacerlo
habitualmente y, desde mediados del siglo XVI, sólo en cuatro ocasiones lo
harían sus sucesores: Felipe IV en 1634, Felipe V en 1705, Carlos III en
1762 y Carlos IV en 1802. A ninguno de ellos, sin embargo, se le pasó por la
mente vestir de uniforme para la ocasión ni investirse de un determinado
empleo militar, y mucho menos hacerlo en tiempo de paz. (…)

El que más atrajo la atención de Cánovas fue el que vinculaba la jefatura de
las Fuerzas Armadas al káiser, asignándole el título de comandante general
de los ejércitos, por lo que decidió preparar al príncipe Alfonso para que
desempeñara dicha función cuando ocupara el trono. El objetivo era que la
figura uniformada del monarca, a la cabecera del escalafón, impusiera
respeto y disciplina entre los generales con aspiraciones intervencionistas.

El príncipe fue enviado a Viena para que asimilara el ambiente militarista
del imperio austríaco. Luego emprendió una gira por diversos países
europeos en la que predominaron las visitas de carácter castrense,
culminada con su ingreso en la Royal Military Academy, a fin de redondear
su formación en la cuna de la oficialidad inglesa, la más respetuosa de las
europeas hacia el régimen parlamentario. FUE LA PRIMERA VEZ QUE UN
MONARCA ESPAÑOL RECIBIÓ ESTE TIPO DE EDUCACIÓN, Y SENTÓ
UN PRECEDENTE OBLIGADO PARA LA DE SUS SUCESORES.

Apenas llevaba Alfonso XII tres meses en Sandhurst cuando Martínez
Campos precipitó su proclamación. Al llegar a Barcelona a primeros de
enero de 1875 y por consejo de su primer ministro, se encasquetó el uniforme
de capitán general -prenda que hubo de confeccionarse precipitadamente-, y
de esa guisa hizo su solemne entrada en Madrid. Era la primera vez en la


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historia contemporánea que el rey de España se presentaba ante la nación
con arreos militares, seguramente para el alborozo de éstos y la sorpresa de
la población. Pocos días después, marchó al norte, a ponerse al mando de las
tropas enfrentadas a las que lideraba el también uniformado pretendiente
carlista.

En febrero de 1876, los carlistas fueron derrotados y Alfonso XII desfiló
triunfalmente por las calles madrileñas al frente de 50.000 hombres,
rodeado del Estado Mayor de Operaciones que el Ministerio de la Guerra
había puesto bajo sus órdenes directas durante la campaña. El desfile duró
seis horas; los madrileños jalearon el espectáculo, lanzando palomas, versos,
flores, cigarros y monedas a los eufóricos soldados; los militares marcharon
orgullosos tras su rey, y en la retina de unos y otros quedó vinculada la
figura del joven monarca con la institución militar.

La Constitución de 1876 refrendó enseguida esta política de gestos a través
de la atribución a la Corona del «mando supremo» de los ejércitos. Tal
cláusula no tenía antecedente alguno, salvo los muy imprecisos que
aparecían en las de 1812 y 1869, ambas redactadas en circunstancias muy
excepcionales.

Dos años después, la Ley Constitutiva del Ejército precisó la amplitud de
atribuciones del «mando supremo». El proyecto inicial no hacía referencia al
mandato constitucional, pero el general Concha sacó el tema a debate en el
Senado y Cánovas aceptó incorporar su propuesta al texto definitivo, aunque
con ciertos matices.

Concha consideraba que la Constitución atribuía al rey el ejercicio total del
mando, sin necesidad del preceptivo refrendo gubernamental. El presidente
asumió que el monarca lo ejerciera así en tiempo de paz, pero no consintió
que se pusiera al frente de unidades armadas en tiempo de guerra sin la
previa aprobación del Consejo de Ministros.

El posterior trámite en el Congreso se centró en la misma cuestión y, al hilo
del debate parlamentario, el órgano de prensa gubernamental -el periódico
La Época- fue el instrumento utilizado para dar cuenta a la opinión pública




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     de las razones que aconsejaban introducir en la ley tan controvertido tema.
     (…)

     La forma definitiva que la Ley Constitutiva de 1878 dio a este precepto
     suscitaba graves dudas sobre su constitucionalidad, aparte de hacer recaer
     sobre el monarca la posible responsabilidad de una derrota y permitir que el
     rey, sin contar con sus ministros, ejerciera libremente su prerrogativa en
     tiempo de paz.

     En 1887, durante la regencia de María Cristina, el general Cassola, ministro
     de la Guerra de Sagasta, llevó a las Cortes otro proyecto de ley constitutiva
     que modificaba parcialmente la redacción anterior. Canalejas, presidente de
     la comisión del Congreso que lo dictaminó, consideró acertadamente que la
     cuestión era una constante fuente de conflictos para el correcto
     funcionamiento de las instituciones y eliminó cualquier referencia al tema,
     decisión que provocó una airada reacción por parte de Cánovas.

     Sagasta se libró del polémico ministro y ofreció una solución de compromiso.
     La prerrogativa regia del mando directo de tropas se recogió en el texto
     definitivo de la llamada Ley Adicional a la Constitutiva, publicada en 1889,
     pero se regularon las dos cuestiones más conflictivas. La responsabilidad del
     monarca quedó a salvo, mediante el refrendo de las órdenes que diera en
     tiempo de guerra por el general que mandara las tropas, y se restringió la
     libertad de que ejerciera dicha prerrogativa en tiempo de paz, sin consulta
     previa al Consejo de Ministros.

     Todo lo anterior no es sino un síntoma de las especialísimas relaciones
     establecidas entre la Corona y las Fuerzas Armada…..”

       Hay otro aspecto no menos relevante en este fenómeno que tantos y
tan graves problemas nos deparará en el futuro. Cánovas deseaba,
mediante la adhesión personal de los Ejércitos a Alfonso XII, poner coto al
escándalo nacional que significaba el reconocido hecho de que su padre no
fuera el augusto esposo de la Reina, Francisco de Asís de Borbón, sino el
apuesto teniente de ingenieros Enrique Puigmoltó, amante de turno de
Isabel II.



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      Lo que era público y reconocido entonces no lo es menor en nuestros
días, en que se han publicado numerosas obras de incuestionable rigor
donde tal evento queda probado. Curiosamente, algunas de las evidencias
más palpables se recogen en los documentos vaticanos del proceso de
beatificación del Padre Claret, confesor de la Reina. Durante decenios, los
carlistas motejaban a sus primos de la rama liberal “los puigmoltejos”.

      No puede olvidarse tampoco otra curiosa circunstancia: Francisco de
Asís de Borbón era hijo de Francisco de Paula de Borbón, hermano menor
de Fernando VII, a quien las Cortes de Cádiz privaron de todo derecho de
sucesión a la corona, ante la evidencia de que no era hijo de Carlos IV, sino
del odiado Manuel Godoy.

      Pese a que su formación militar apenas pasó de los ejercicios de
orden cerrado en el Campo del Moro, Alfonso XIII acentuará el carácter
militarista de la monarquía. Apenas investido Rey, es el propio conde de
Romanones quien tiene que recordarle sus deberes constitucionales,
cuando en la primera reunión del Consejo de Ministros, anuncia que se
arroga y reserva todas las competencias en cuestión de nombramientos y
asuntos militares. E incluso llega a cometer la imprudencia de confesar
ante los oficiales de alguna guarnición que “actúo en todo momento como
delegado vuestro”. Alfonso XIII hará de los militares su propio partido.

3º. ALGUNA DE NUESTRAS MÁS ALTAS CONDECORACIONES TIENE
UN ORIGEN INFAMANTE

      El profesor Carlos Seco Serrano, en su prólogo del libro de Miguel
Artola, “La España de Fernando VII”6, escribe:

       “Ya en torno a los acontecimientos de 1807. se produce el equívoco
      que ha de prevalecer a lo largo de la guerra de la independencia. La
      conspiración del príncipe contra sus padres se convierte, en la
      imaginación del pueblo, en la conspiración de los padres,
      embaucados por el traidor Godoy, contra el hijo mártir, al que se



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      compara con       San Hermegildo –y no mucho después, esta
      transfiguración romática de Fernando VII se concretará en la Orden
      de San Hermenegildo, vinculada, como la Cruz Laureada de San
      Fernando, a la memoria escasamente heroica del primogénito de
      Carlos IV”.

      Dicho de otro modo: tanto la Cruz Laureada de San Fernando como
la Cruz de San Hermenegildo están vinculadas a la memoria de quien la
historia conocerá como el Rey Felón, capaz de felicitar a Napoleón por sus
victorias en España sobre los españoles que trataban de devolverle el
trono, luego de que los Borbones (Carlos IV) hubieran liberado a éstos
(Proclama de Burdeos de 12 de mayo de 1808) de sus obligaciones para con
la corona que encarnaban.

      La Real Orden Nacional de San Fernando fue creada el 31 de agosto
de 1811 por las Cortes de Cádiz, y la San Hermenegildo en 1814 por el
propio Fernando VII.

      Esta condecoración que premia la constancia en el empleo militar
tiene la curiosidad de que en su anverso lleva la cifra real de Fernando VII,
es decir, el rey que felicitaba a Napoleón por sus victorias sobre los
españoles que trataban de devolverle el trono.



4º. LA VERGÚENZA DE LA SOLICITUD Y MEJORA DE RECOMPENSA
Y EL MODO DE OTORGAMIENTO DE CONDECORACIONES


      No ha ayudado dada a la mística o el respeto militar, la pervivencia
en nuestros Ejércitos de la propia capacidad personal para auto proponerse
para cruces o medallas o ascensos. Y aún peor la vergonzosa figura de la
solicitud de “mejora de recompensa”, de la que repetidamente hace uso el
general Franco, quien no contento con los premios repetidos que recibe, llega
a considerarlos escasos y solicita más. De deja de ser curiosa esta figura que
refleja el grado de degradación a que se ha llegado en cuanto a medallas y


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condecoraciones    entre   quienes   se   supone    que     deberían   sentirse
suficientemente pagados con el mero cumplimiento del deber, como
cualquier otro ciudadano o funcionario. La llamada legítima ambición, que
tanto se pregonaba como estímulo del soldado llegó a devenir en una
desvergonzada carrera para conseguir premios y entorchados más allá de la
propia capacidad personal, con repetida frecuencia evidente.


      Punto y aparte es el modo y criterio con que se han otorgado a lo largo
del siglo XX las principales condecoraciones en el Ejército español. Viene a
cuento citar previamente al mariscal Montgomery, héroe del Alamain, quien
preguntado en una ocasión sobre cuál había sido su primera prioridad, su
principal preocupación como general, respondió sin dudar: “La mía es la que
debe ser la primera responsabilidad de un general: no exponer
innecesariamente e inútilmente la vida de sus soldados”.


      Pues bien, un criterio objetivo, vigente en los Ejércitos españoles, a la
hora de otorgar los mayores honores, hablamos de un criterio objetivo,
radica en valorar la propia eficacia del enemigo y nuestra propia ineficacia.
Es decir, que para determinar el heroísmo y el valor se cuenta el número de
bajas propias en una determinada acción, cuando más lógico parece que la
eficacia indicara justamente contar en sentido contrario.


5º. HIMNO NACIONAL


      España no tiene himno nacional propiamente hablando. Dicho más
claro: históricamente no ha tenido otro, en sentido estricto, que la Marcha de
Riego. Lo que evidentemente conocemos como Himno Nacional o Marcha
Granadera, en realidad no fue establecido como tal hasta 1942. Hasta
entonces era la marcha que se interpretaba cuando aparecían en públicos los
Reyes y, a falta de otra cosa, pasó a representar a la nación española.




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       Técnicamente, España carece de himno nacional, porque un himno es
algo que se canta. Cuando nuestro país compite en un torneo intencional,
por ejemplo con Francia, los franceses entonan a pleno pulmón su
Marsellesa, en tanto las gradas españolas tararean el “Chunda chunda”.


        Cierto que la Marcha Real ha sido siempre el Himno de España,
salvo durante la II República (1931-1939), cuando se adoptó el quot;Himno de
Riegoquot;, una marcha de los Batallones de las Milicias Nacionales de
principios del siglo XIX. Acabada la Guerra Civil, el Himno volvió a ser La
Marcha Real, bajo su viejo nombre de La Marcha Granadera, tras Decreto
del General Franco.


       El Decreto de 17 de julio de 1942 declara Himno Nacional el conocido
por Marcha Granadera, sin incluir ninguna partitura, por lo que se entiende
que continuó vigente la versión del Maestro Pérez Casas (tres repeticiones
de la Marcha Granadera, idénticas la primera y la tercera, y cambiando el
tono la segunda).


       Su origen es desconocido. Se ha encontrado su partitura en un documento del año
1761, el quot;Libro de Ordenanza de los toques militares de la Infantería Españolaquot; cuyo autor
es Manuel Espinosa, en la que aparece el Himno con el nombre de la Marcha Granadera, ya
por entonces de autor desconocido. Desde mucho antes, los Granaderos del Rey iban al
combate y desfilaban ante la Familia Real a los sones de su Marcha.


  El escritor Hugo Kehrer sostiene que fue Federico el Grande de Prusia quien compuso
dicha obra, aunque no hay pruebas que sustenten dicha afirmación. Algunos historiadores,
como el Padre Otaño, subrayan las similitudes entre la Marcha y algunos aires militares de
la época del Emperador Carlos I de España y V de Alemania, o de su hijo Felipe II (siglo
XVI), partiendo de la hipótesis de que en la Cantiga nº 42 de Alfonso X el Sabio hay una
frase de nuestro Himno.


  El 3 de septiembre de 1770, el Rey Carlos III declaró 'Marcha de Honor' a
la 'Marcha Granadera', y con ello formalizaba la costumbre de interpretarla




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en actos públicos y solemnes. La costumbre y el arraigo popular la erigen en
Himno Nacional, sin que exista ninguna disposición escrita.


   En poco tiempo, los españoles consideraron a La Marcha Granadera como
su himno nacional y la llamaron quot;La Marcha Realquot;, porque era interpretada
en los actos públicos a los que asistían el Rey, la Reina, o el Príncipe de
Asturias.


   Después de la quot;Revolución Gloriosaquot; de 1869, el General Prim convocó un Concurso
Nacional para crear un Himno Oficial. El Concurso se declaró desierto, aconsejando el
Jurado que la Marcha Granadera continuara como Himno.


La versión del Maestro Pérez Casas


   La Real Orden Circular de 27 de agosto de 1908 dispone que las bandas militares
ejecuten la Marcha Real Española y la Llamada de Infantes, ordenadas por el músico
mayor del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos, Maestro D. Bartolomé Pérez Casas,
natural de Lorca (Murcia). El rango de la norma restringió su publicidad, pues se dirigió a
todas las bandas militares, ordenándose que se insertara únicamente en la quot;Colección
Legislativa del Ejércitoquot;, y no en la quot;Gaceta de Madridquot; o en la quot;Colección Legislativa de
Españaquot;, publicaciones oficiales en las que se recogían todos los Reales Decretos cuyo
conocimiento y alcance era de interés general.


       Como indicamos, La Marcha Real es uno de los raros casos de Himno
Nacional que sólo tiene música, y no letra. Durante el reinado de Alfonso
XIII se compuso una letra que nunca fue oficial ni llegó a cuajar en la
tradición popular (fue realizada por el autor teatral Eduardo Marquina).


       Durante la dictadura de Franco (1939-1975) el Himno se cantaba a
veces con los versos del poeta José María Pemán. Tampoco estos versos
fueron nunca reconocidos oficialmente.


Nuevas adaptaciones


   Tras la aprobación de la Constitución Española el 27 de diciembre de 1978, regulados el
uso de la Bandera y la descripción del Escudo de España en las Leyes 39/1981, de 28 de


                                                                                        14
15

octubre y 33/1981, de 5 de octubre, respectivamente, parecía procedente configurar
jurídicamente el Himno Nacional de España, completando la normativa por la que se han
de regir los símbolos de representación de la nación española.


   Con este fin, desde la Presidencia del Gobierno se promovió la creación de un grupo de
trabajo (integrado por miembros de la sección de música de la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando y representantes del Ministerio de Economía y Hacienda, Educación
y Cultura, Defensa y Administraciones Públicas), que encargó al Maestro D. Francisco
Grau Vegara, Director de la Banda Real del Palacio, que hiciera una nueva adaptación del
Himno.


   Finalmente, y tras el informe favorable de la Real Academia, se aprobó una versión de la
Marcha Granadera que, respetando la armonización del Maestro Pérez Casas, recupera la
composición de su época de origen, despojándola de cambios de tono impropios del siglo
XVIII.


   El Maestro D. Francisco Grau Vegara orquesta dicha armonización, tanto para orquesta
sinfónica como para banda, y una reducción para órgano que puede servir para
interpretaciones por un cuarteto, etc. Con el fin de fijar el tiempo más conveniente, se
aprobó finalmente, de acuerdo con el informe de la Real Academia, que fuera el de M.M.
J=76, con lo cual queda una duración del Himno con su normal estructura AABB de 52
segundos y, en su versión breve AB, de 27 segundos.



LA CURIOSA HISTORIA DEL HIMNO DE RIEGO


         Seguimos el relato de José Esteban Gonzalo, quien subraya el hecho
de que el siglo XIX haya en España el tiempo de los himnos. Ya en 1808
aparece el Himno de la Victoria, con letra del poeta Arriaza y música de
Fernando Sor. En 1809 se impone el titulado Los defensores de la Patria y
año tras año se van subrayando los diversos acontecimientos históricos con
otros himnos, de los que se recuerdan: A las víctimas del dos de mayo, con
letra de Juan Nicasio Gallego y música de Rodríguez Ledesma; A la entrada
del Duque de la Victoria a Cádiz; Al pendón morado; Al restablecimiento de
la Constitución, etc. Existió también, y fue muy popular, el Trágala, con el
que los liberales zaherían a sus adversarios absolutistas y que tomó su
nombre del estribillo: quot;Trágala, trágala, tú servilónquot; y que ha dado lugar a


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16


un sustantivo registrado en el Diccionario de la Real Academia Española.
Otro, la Marcha de Cádiz, se convirtió en himno popular durante la guerra
de Cuba y no son pocos los que habrán oído el Gloria a España, de Clavé.
  Entre los himnos regionales, los más difundidos son el Guernikakoarbola,
del versolari Iparaguirre, Els segador y el himno gallego de Pondal.


  Pero de todos estos himnos, nacidos la mayoría de ellos en los azarosos
días del absolutismo y por tanto invocaciones a la libertad perdida, el de
Riego, a Riego, como escribieron sus autores, es el que ha tenido mayor
fortuna. Tanta que muy pronto, el 7 de abril de 1822, fue declarado
oficialmente himno nacional. Himno que sólo entonaron los liberales y luego
los republicanos, sino también el propio Fernando VII, desde uno de los
balcones del Palacio Real de Madrid ante un enfervorecida multitud.


  Así mismo, el Himno de Riego fue proclamado himno y marcha oficial de
la Segunda República española, a pesar de ciertas resistencias que
consideraban su música ramplona y poco adaptada las circunstancias. Por
ello, la noche del 27 de abril de 1931 se dio a conocer en el Ateneo madrileño
una composición con letra de Antonio Machado y música de Oscar Esplá, dos
hombres prestigiosos, con el de que fuera declarado himno nacional. La
interpretaron ante la presencia de Don Manuel Azaña, ateneísta de pro y
futuro presidente de la República- la entonces famosa cantante Laura Nieto
y la prestigiosa Banda Real del Cuerpo de Alarbaderos, ya suprimida y
cuyos maestros vestían el clásico esmoquin.


  Al día siguiente del estreno, el diario El Sol, de tan destacada influencia,
opinó que quot;si se desecha el actual himno (se refería a la Marcha Real) no
debe ser aceptado ninguno de los conocidos hasta ahora, pues son muy
malos. El que ayer ejecutó la Banda de Alarbaderos, convertida en banda
republicana, original del maestro Esplá, es una pieza poco inspirada, basada
en la opereta El desfile del amorquot;.




                                                                           16
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  La realidad es que este nuevo himno carecía de esa solemnidad marcial y
de esa garra popular y cierta pegadiza sonoridad que debe tener toda
composición que aspire a convertirse en himno de una colectividad. Por ello,
y gracias a la insistencia de Azaña, que se consideró heredero de los
liberales del siglo XIX, el himno de Riego fue proclamado oficialmente
himno de la República española. Así, y por dos períodos liberales y
progresistas, ha sido el himno de todos los españoles.


  quot;El Himno de Riego -escribió Pío Baroja-, no cuajó en la segunda república
porque carecía de relación, exacta o aproximada, con ella. El himno, decía,
es callejero y saltarín; la República fue sesuda y jurídica. La República no
era heredera de los hijos del liberalismo –Mina, Riego, el Empecinado-, sino
más bien obra de los hijos espirituales de Salmerón, Pi y Margall y Ruiz
Zorrilla.quot;


       El novelista vasco atribuye este fracaso a la letra. Los liberales,
escribe, no supieron adaptar las palabras a cada momento histórico y
pecaron de académicos o de ramplones y llega a sentenciar:quot;Hay que
reconocer que oficialmente y popularmente, no tiene letraquot;.


  Sin embargo, el Himno de Riego tuvo letra desde su nacimiento en febrero
de 1820, y fue adaptando muchas más a lo largo del tiempo. Su primer autor
fue el compañero de Riego y figura relevante a lo largo del siglo XIX,
Evaristo San Miguel. Asturiano como Riego, liberal y escritor, tenía como el
autor del levantamiento en Las Cabezas de San Juan, alma ardiente y un
espíritu exaltado.
  Esta letra que ha llegado hasta nosotros, se encuentra recogida en el
opúsculo que quot;el ciudadano Mariano Cabreriza dedica al ciudadano Riego y a
los valientes que han seguido sus huellasquot;, donde se recopilan una colección
de canciones patrióticas de la época.




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  Existía    otra    letra   de    Alcalá   Galiano   que   decía:quot;Patriotas
guerreros/blandió los acerosquot;. Según la maliciosa suposición de este último,
a Riego no le gustó este texto porque su nombre no se mencionaba
expresamente. En 1836 se escribió una nueva letra titulada “La
moderación”: quot;Que mueran los que claman/por la moderación/ para atacar
los fueros/ de la Constituciónquot;.


  Muchos años después, ya en vida de Baroja, un diario donostiarra
reprodujo como auténtica la letra anticlerical que todos conocemos: quot;Si los
curas y frailes supieran/ la paliza que van a llevar/ subirían al coro
cantando/ libertad, libertad, libertadquot;.


  Muy distinto es el caso del autor o los autores de la música. La mayoría de
los historiadores, siguiendo a Mesonero Romanos, da como autor a don José
María de Reart y Copons, militar heroico que había servido en el Ejército
español y perdió una pierna durante la guerra de la Independencia. Había
nacido en Peronan en 1784 y muerto en Madrid en 1857. Parece ser que se
sentía asombrado del éxito de su contradanza. Pero se ha atribuido a otros
muchos autores. Así, Grimaldi, en la revista El Averiguador, de 1871, la
atribuía al profesor don Manuel Varo, que la compuso en Morón y que era
músico mayor de la charanga de la caballería que Riego llevaba en su
columna.


  Otra atribución de esta popular musiquilla aparece en la Historia de la
Revolución española desde la Guerra de la Independencia hasta la
Revolución de Sagunto, que dejó inconclusa Blasco Ibáñez. Aquí se dice que
el autor musical del Himno fue un tal Gomis. Debe referirse con seguridad a
José Melchor Gomis, músico mayor del regimiento de Barcelona y autor de
óperas, que se trasladó a Madrid en 1820 como director de músicos de la
Guardia Real.




                                                                          18
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  Pero lo cierto es que el tal Gomis fue sencillamente el adaptador del
himno para banda. Su autoría, en cambio, está clara en la ópera Riego en
Sevilla, que fue repuesta en Barcelona en 1854.


  Pero no queda ahí la cosa. Adolfo Salazar, en su libro “Los grandes
compositores”, dice que quot;entre los papeles inéditos de Barbieri se encuentra
una carta en la que se da como autor del Himno de Riego a un tal don
Antonio Hech, músico mayor del regimiento de Granadaquot;. El señor Hech, de
origen suizo y llegado a España cuando la Guerra de la Independencia,
habría escrito el himno en 1822, por lo cual recibió una recompensa de las
Cortes que se trocó después en persecuciones. La proposición presentada a
las Cortes en abril de 1822, para que se declarara oficial el Himno, no
menciona a su autor. El acta dice que se trata de una marcha
verdaderamente española.


  Por si todo esto fuera poco, don José María Sans Puig, en un trabajo
titulado Riego, un mito liberal, aparecido en Historia y Vida, añade que
también al Himno se le da un origen anónimo. quot;Quien presencie las fiestas
patronales de los pueblos del hermoso valle de Benasque, podría oír una
típica y alegre danza popular llamada Aball de Benasquequot;, cuyo origen se
pierde en la noche de los tiempos. A esta música le acompaña el seco e
insistente repiqueteo de unas castañuelas de madera de haya de gran
tamaño.


  Lo curioso es que cuando en el verano de 1939, los del valle de Benasque
intentaron danzar su tipiquilla musiquilla, las autoridades franquistas se lo
prohibieron, ya que les pareció totalmente el republicano Himno de Riego.
Los del valle manifestaron entonces que ellos nunca bailaron el popular
Himno, sino que, por el contrario, fue el famoso general asturiano el que
había copiado y adaptado su música para servir a la revolución liberal.




                                                                          19
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  ¿Qué hay de cierto en toda esta historia? Nunca lo sabremos. Pero lo que
hoy nos interesa comprobar es la pervivencia y popularidad del llamado
Himno de Riego, que a pesar de su persecución en diferentes periodos de la
historia reciente de España sigue conservando ese tonillo liberal y callejero,
al que muchos españoles somos tan aficionados. Porque algo tendrá esa
controvertida contradanza cuando, como a Homero y Cervantes, se la
disputan tantos y tan variados músicos.


LA ETAPA BONO

      A los pocos días de su discurso en el Centro Superior de Estudios de
la Defensa Nacional, el 20 de mayo de 2004, por parte del ministro de
Defensa, José Bono, se produjo un hecho en el puerto de Vigo que dejó
descarnadamente de manifiesta la situación real de los ejércitos españoles
y el abandono en que se hallan –junto con la dramática falta de efectivos-
la propia mística de la organización en cuanto al modo en que debe
desarrollarse un acto público de carácter simbólico ante la sociedad civil.

      Los asistentes al acto de abanderamiento de un patrullero, adquirido
por el Ministerio de Agricultura, pero que se integra en los medios de la
Armada para la protección de la actividad pesquera, quedaron perplejos
ante los fallos de protocolo y ceremonial militar con que se desarrolló la
ceremonia (co presidida por la ministra de Agricultura y Pesca, Elena
Espinosa, y el propio Bono). La compañía de honores, improvisada con
diversos elementos de marinería e Infantería de Marina carecía de la
adecuada instrucción militar. Su número de efectivos era tan reducido que
la formaron se estiró para aparentar lo que no era. La parada resultó
caótica. Bono pareció no enterarse.

      Curiosamente, en el discurso antes referenciado, el ministro Bono7
había dicho: “No quiero ser un adorno adosado a las Fuerzas Armadas” Y
con referencia a la triple misión que la directiva de la Defensa Nacional
1/2000 atribuye a los ejércitos (Defensa de España, instrumento de la paz
internacional y fomentar la conciencia de la defensa nacional) dijo:


                                                                              20
21



“En el escaso tiempo que llevo desempeñando el cargo de ministro he podido
comprobar como algunos no alcanzan a comprender que los españoles
tengamos necesidad de recibir explicaciones acerca de la necesidad de
poseer, de    financiar y de defender a nuestras Fuerzas Amadas. Para
algunos es absolutamente inexplicable. Recientemente me manifestaban si
no era acaso una extravagancia que en         una Directiva de la Defensa
Nacional, ni más ni menos, que en el tercer lugar de          prioridades esté
quot;Fomentar la conciencia de la Defensa Nacionalquot;. […] Como ministro de
Defensa no puedo pasar por alto un hecho que me preocupa, me refiero a
esa necesidad de trasladar a la conciencia ciudadana una convicción que
otros países de nuestro entorno tienen     asumida desde hace tiempo: la
necesidad de ser defendidos, la necesidad de que los            Ejércitos nos
defiendan.    Hablar de la defensa en una sociedad, es hablar de sus
Ejércitos….


      Precisamente, hablando de los ejércitos, resultó especialmente
conmovedora esta confesión del ministro que reconoce el estado real de las
cosas: “El contingente de tropa disminuye. Cuando se produjo el tránsito de
las Fuerzas Armadas de leva obligatoria a un ejército profesional, se fijó el
contingente necesario en más de 100.000 efectivos -una horquilla entre 102
mil y 120 mil-. La realidad es que hoy día no se llega a cubrir tal cifra y,
especialmente, en la Armada es un problema nada despreciable. En los
últimos años hemos descendido a un ritmo superior a 1.500 soldados o
marineros por año”.

      Pero el problema no es solamente de efectivos o de imagen ante la
sociedad; de eficacia y respaldo moral de los ciudadanos para cumplir las
misiones asignadas, el problema es de propia convicción. Dicho de otro
modo, se ha pasado de un modelo dixoniano al otro extremo, a un modelo
despersonalizado. Vamos a citar, a modo de secuencias cinematográficas o
flashes algunos casos sucedidos en España los últimos años:



                                                                           21
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      Primera secuencia: En el puerto de Vigo, coincide el buque insignia de
la Armada española, portaeronaves “Príncipe de Asturias” y un pequeño
buque de apoyo logístico británico. A la hora de arriar bandera, en el barco
inglés forma la guardia de honor. Un corneta y un contramaestre ejecutan
los toques de ordenanza sobre la cubierta con corneta y el chiflo marinero.
Es impresionante. En el buque insignia español, forma la guardia
rutinariamente y….se escucha el himno nacional por el sistema de
megafonía. Suena a lata.


      Segunda secuencia: Los españoles lo vieron en televisión. El ministro
de Defensa Federico Trillo visita una academia de suboficiales del Ejército
de Tierra. Rinde honores la guardia de prevención. El corneta carece de
destreza en el manejo del instrumento. La escena es surrealista. Nadie sabe
qué son las notas descompensadas que salen del instrumento. Resulta
ridículo. Trillo aguanta con cara de circunstancias.


      Tercera secuencia: Escuela Naval Militar. Como en todos los
establecimientos militares, las diversas secuencias de la jornada se
señalaban a toque de corneta. En este no los hay en la banda. El jefe de
estudios ordena al director de la unidad de música que lo resuelva. La
solución propuesta es que cada maestro de banda haga los toques por turno,
con su instrumento propio: es decir, saxo, flauta travesera, trombón,
bombardino, clarinete, platillos….Se desiste. Ya no se realizan toques que
marquen la jornada militar. Pasa lo mismo en otros centros.


      Cuarta secuencia: El día de las Fuerzas Armadas en Barcelona ha de
celebrarse fuera del casco urbano, en Montjuit, luego de que el
Ayuntamiento y la Generalitat rechacen que se celebre una parada militar
en el casco urbano de la ciudad condal.


      Quinta secuencia: Debido a la falta de efectivos, desaparecen
prácticamente las bandas de guerra (de cornetas y tambores). La música



                                                                         22
23


militar de las unidades se improvisa sobre la marcha con los elementos que
se pueden reunir, según la propia sensibilidad de los mandos. Mientras,
Algunas empresas españolas (Porcelanosa) o la organización de la Feria
Mundial de la Pesca contratan para amenizar sus eventos en España a
banda militares extranjeras, como la Banda de la Guardia Galesa que
monta guardia en Buckingham Palace, en Londres.


      Sexta secuencia: Desaparece el concepto de cortesía militar como
valor permanente. Los militares profesionales no tienen la obligación de
mostrarla con sus mandos durante sus horas de descanso. Solamente se les
requiere durante las horas de servicio. Un coronel es arrestado por
amonestar a un comandante en estas circunstancias.


      Séptima secuencia: Dentro de la política de la externalización de
servicios, el Ministerio de Defensa suprime los resguardos a cargo de
centinelas propios en los establecimientos militares, entre otros la propia
Academia General Militar. Se hacen cargo de esa función vigilantes jurados
de empresas privadas de seguridad.


      Octava secuencia: Se suprimen elementos tradicionales de la
iconografía y simbología militar mantenida durante siglos en emblemas,
escudos, divisas, guiones, prendas, astas y moharras, utillaje e impedimenta
militar que otros ejércitos como el británico tienen a gala mantener. En los
cambios de heráldica militar llama la atención la del I Tercio de la Legión,
entre otros, y las divisas y los guiones de la Caballería.


      El lema “Todo por la patria”, divisa del Ejército español llega a
desaparecer de los frontispicios de los cuarteles.


      Novena secuencia: En algunas ocasiones, ante la falta de unidades y
efectivos, se ha llegado a improvisar una compañía de honores para un acto
solemne, extrayendo una bandera de una unidad disuelta, depositada en el



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24


Museo Militar para aparentar que se trataba de una compañía real. Ocurrió
en La Coruña. La bandera está vinculada en el Ejército español a una
unidad tipo regimiento, buque o academia militar. Cuando la unidad se
disuelve, pasa al museo.


      Tras estos ejemplos, no se trata de proponer la restauración del
modelo dixoniano, sino de describir una situación real y de considerar si,
realmente, los ejércitos deben conservar cierta mística y si esa cultura
propia, específica debe ser conservada como elemento de cohesión de una
organización que se caracteriza por asumir determinadas funciones
representativas y simbólicas, como los honores de la bandera nacional y los
demás símbolos nacionales.


      En 2003, el Ministerio de Defensa publicó un esencial documento
sobre “la Revisión Estratégica de la Defensa” en la confianza de que sus
reflexiones se proyecten hacia los próximos diez o quince años. El presidente
Aznar dijo entonces que la perspectiva de las misiones internacionales que
asumen nuestros Ejércitos no debe hacernos perder de vista su función
primigenia de atender a la defensa del propio territorio nacional y la acción
disuasoria frente a cualquier amenaza exterior. Pero como concluye Jesús
María Ruiz Vidondo8, “desgraciadamente, no hay una cultura de defensa y
creo que lo tenemos muy difícil para conseguirla. Desde la Escuela se debe
fomentar esa cultura de defensa y eso en nuestra sociedad es muy difícil. No
se puede crear una cultura de defensa en España porque para tener esa
cultura es necesario primero crear un sentimiento patriótico que,
desgraciadamente, hoy en día no tenemos”. Existe una enorme controversia
al respecto.


      Quizá para fomentarla, las autoridades de Defensa han tenido ideas
tan curiosas como la de lanza un videojuego, cuyo contenido reproduce las
misiones humanitarias que realizan los ejércitos españoles en el extranjero o
patrocinar espacios deportivos en televisión.



                                                                          24
25


      ¿Sirve para algo, esa mística de los Ejércitos y su manifestación
externa? Pese al pesimismo de Vidondo, oficialmente, la mayoría de los
españoles (85,2 por ciento) se sentiría muy o bastante orgulloso de ser
español, frente al 12 por ciento que dice sentirse poco o nada, según un
estudio del CIS realizado en febrero de 2005. Es de destacar que este dato
del 85 por ciento de españoles orgullosos de serlo se mantiene estable a lo
largo de la última década.
       La encuesta analizó la opinión de los españoles sobre la quot;Defensa
Nacional y el Ejércitoquot; y, al hilo de ello, el sentimiento de los españoles sobre
distintos símbolos nacionales. De esta manera, si el orgullo de ser español es
bastante mayoritario, el porcentaje es menor cuando se analiza el
comportamiento ante los símbolos nacionales, aunque sigue siendo
mayoritaria la percepción favorable.


      Así, el informe del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS)
revelaba que (recordamos que fue realizado en febrero de 2005), el 23,1 por
ciento de los españoles siente una emoción muy fuerte cuando ve la bandera
española en un acto o ceremonia y el 24,2 por ciento cuando escucha el
himno nacional. Junto a ello, hay un 35,7 por ciento que siente algo de
emoción con la bandera y un 35,2 por ciento con el himno. Pero noten que el
26,4 por ciento no siente nada especial cuando ve la bandera y que otro 24,8
por ciento no siente nada cuando escucha el himno nacional.


       Según la encuesta del 2002, un 61,5 por ciento de los españoles
sentían emoción al ver la enseña nacional y el 62,7 por ciento al escuchar el
himno. En 2005, esos porcentajes se habían reducido. Un 56,8 se sienten
emocionados, algo o mucho, ante la bandera; mientras que el himno sólo
emociona al 59,4 por ciento de los ciudadanos. En 2002, este porcentaje era
del 62,7.


      No deja de ser curioso que, pese al efecto emocional que parece
producir entre los ciudadanos, el uso de la bandera en los actos castrenses se



                                                                              25
26


restringe al hecho de que al mismo asista el Rey. Caso contrario, en el actual
protocolo militar, tras recibir los honores correspondientes en la parada, la
enseña se retira. Poco puede emocionar a los ciudadanos.




       1
          Díez Alegría, en su libro quot;Ejército y Sociedadquot; recordaba que las más graves y
apocalípticas decisiones que se hayan tomado nunca fueron adoptadas por civiles, no por
soldados. En defensa de la ética de las armas, el citado autor retoma un expresivo párrafo
de la quot;España invertebradaquot; de Ortega y Gasset, en la que el pensador escribe: quot;Padece
Europa una perniciosa propaganda en desprestigio de la fuerza. Sus raíces, hondas y
sutiles, provienen de aquellas bases de la cultura moderna que tienen un valor más
circunstancial, limitado y digno de superación. Ello es que se ha conseguido imponer a la
opinión pública europea una idea falsa de lo que es la fuerza de las armas. Se la ha
presentado como cosa infrahumana y torpe residuo de la animalidad persistente en el
hombre. Se ha hecho de la fuerza lo contrapuesto al espíritu o, cuando más, una
manifestación espiritual de carácter inferiorquot;.

  En 1998, Defensa activó una gran campaña publicitaria para estimular el alistamiento,
2

con una inversión de 1.600 millones de pesetas. El resultado fue decepcionante. En la
siguiente campaña se invirtieron 1.950 millones de pesetas. El Ministerio de Defensa puso
en funcionamiento una caravana que recorrió ciudades, eventos deportivos, playas, etc.
para llevar a los jóvenes información sobre el nuevo Ejército profesional. Tampoco hubo
respuesta. Desde entonces, el dinero público se ha gastado con largueza y año tras año, pero
sin los resultados esperados: los aspirantes siguen estando muy por debajo de las
previsiones y, lo que es peor, de las necesidades reales de la defensa nacional
3 Ante la necesidad de encontrar soldados donde fuera, además de reducir sensiblemente el
nivel de exigencia intelectual para ingresar en los ejércitos, se incorporaron los primeros
hijos de emigrantes españoles, 304 jóvenes de doble nacionalidad, procedentes de Argentina
y Uruguay que se habían alistado al ejército español. Se trataba de una experiencia piloto
del Ministerio de Defensa para captar militares en América hispana y poder completar así
el cupo establecido. La mayoría de los alistados causaron baja de inmediato tan pronto se
vieron en España. Más de uno de ellos confesó que lo que realmente le interesaba era ser
futbolista.

4 La Armada se halla especialmente en grave situación de falta de efectivos, lo que obliga a
soluciones peligrosas: cada vez que es necesario arranchar un barco para una misión de paz
internacional, es preciso recurrir a las tripulaciones –e incluso los medios técnicos- de otros
barcos, como repetidamente sucede y conocen todos los profesionales.

 PUEL de la VILLA, Fernando: “Historia del Ejército en España”, Alianza Editorial,
5

Madrid, 2000. págs. 94-96.

6 Carlos Seco Serrano en el prólo de “La España de Fernando VII”, de Miguel Artola,

Espasa Forum, Madrid, 1999, pags. 26-27.

        Discurso del ministro de Defensa, Excmo. Sr. D. José Bono, en el Centro Superior
7

de Estudios de la Defensa Nacional Madrid, 20 mayo 2004.
http://www.mde.es/actu_ministro/intervenciones/Conferencia_CESEDEN.pdf

       RUIZ VIDONDO, Jesús M. “La rápida profesionalización del ejército español”,
8

Revista Abril nº 73, 9 de agosto de 2004.




                                                                                            26

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  • 1. 1 MÍSTICA MILITAR Y CULTURA DE DEFENSA LA CUESTIÓN MILITAR Y LA SOCIEDAD ESPAÑOLA. Fernando Ramos Profesor Titular de Derecho de la Información Universidad de Vigo (Conferencia Escuela Naval Militar el 8 de mayo de 2007) En el ámbito sociológico, mística es la parte visible de lo invisible. Mística viene de misterio. Ir más allá del significado material es penetrar en el conocimiento profundo, en el porqué de las cosas. Mística significa entonces la capacidad de conmoverse ante el significado profundo de las cosas. En la comunicación de toda organización es fundamental la capacidad de transferir el propio sistema de valores, el grado de motivación de quienes la integran y la creencia en la seguridad de lo que hacen y transmiten. Este clima se puede transmitir cuando lo que se hace proporciona la satisfacción y reconocimiento sociales. Pero es desfavorable cuando la motivación es escasa ya sea por frustración o por falta de reconocimiento. Entonces sobreviene la apatía, el desinterés. Existe, pues, una estrecha relación entre motivación, percepción y comunicación. La comunicación de las organizaciones está determinada por la percepción que tengan de sí mismas, expresada desde el punto de vista de la motivación. La idea comunicada se relaciona íntimamente la mística de esa organización. La cuestión a plantear es, pues, ¿existe actualmente una mística de las Fuerzas Armadas en orden a su propia función estratégica en cuanto a las tareas que la Constitución le confiere? ¿Cumple alguna función en orden a extender la cultura de la defensa nacional? Desde 1980, tanto las diversas disposiciones normativas sobre la materia como las declaraciones de los responsables políticos de lo que históricamente se ha llamado en España “el ramo de la Guerra” han 1
  • 2. 2 insistido en la necesidad de extender sobre la sociedad española la cultura de la Defensa, especialmente en el ámbito de la enseñanza y la formación de la cultura social. No obstante, no se define qué se entiende por “cultura de la Defensa” ni mucho menos si esa cultura tiene algo que ver con el hecho de que la sociedad conozca y valore al agente esencial, la organización específica para la ejecución de la propia estrategia para la defensa nacional. Dicho de otro modo, si la cultura militar forma parte o no de la cultura de Defensa y si, en todo caso, esa organización denominada Fuerzas Armadas (que históricamente se han llamado Ejércitos y Armada) debe conservar alguna clase de personalidad o mística como lo hacen las organizaciones semejantes en el resto de Europa. ¿Puede haber un ejército desprovisto de esos elementos, fórmulas y referentes simbólicos que lo identifican como tal, de esa mística de la organización? La presencia de los emblemas en forma de logotipos de las Fuerzas Armadas en los calzones de las selecciones masculina y femenina de baloncesto constituyó en su día una sorprende apuesta del Ministerio de Defensa para la difusión de una cierta imagen de la institución. La crítica a esta curiosa proposición invita a una reflexión más profunda sobre la propia imagen –y la estrategia que ha de construirla- de los ejércitos, su utilidad y misiones, ante los propios ciudadanos que los sostienen. La nueva concepción del Ejército español como instrumento al servicio de la causa de la paz internacional ha contribuido a configurar una nueva imagen que supere todos los tópicos y los prejuicios tan generalizados entre los ciudadanos sobre la institución armada1. El actual fracaso de ejército profesional en España2, ya que no se consigue cubrir las previsiones de recluta, y en consecuencia, las plantillas mínimas de buques y unidades, se justifica, pese a la alegría con que fueron recibidas las perspectivas profesionales anunciadas, porque los jóvenes se quejan de no encontrar lo que se les prometió y se critica la excesiva improvisación del Gobierno que ha seguido una política contradictoria en este aspecto. 2
  • 3. 3 El modelo ejército nacional, creado por la Revolución Francesa (el Ejército era, por lo tanto, una institución nacional) fue un signo de modernidad en su momento. En nuestro tiempo, el servicio militar obligatorio entró en crisis por haber dejado de responder a la necesidad continuada de aprendizaje y preparación exigidos por la evolución técnica de los ejércitos modernos. Además, al descenso de la natalidad, muy acusado en países como España, se unió la extensión generalizada de una cultura antimilitarista y pacifista entre la juventud. Las soluciones alternativas, dispuestas para afrontar tales carencias, han causado enorme perplejidad en la opinión pública española3 y han sido un repetido fracaso4. El Ejército español cerró el 2003 con el menor número de soldados y marineros desde hace sesenta años, según el documento de carácter restringido de la Dirección General de Reclutamiento. El Ministerio de Defensa mantiene en filas a 68.802 efectivos de tropa en servicio activo frente a los 86.000 previstos y lejos ya de los 102.000, mínimo que se fijó al comienzo de la profesionalización. En medios militares se apremia a que partidos políticos y fuerzas sociales definan un nuevo modelo de Ejército para seguir garantizando la defensa nacional. En los últimos años de existencia del servicio militar en España, el Ejército tenía una media de 200.000 hombres. En la Revisión Estratégica de la Defensa, publicada en el año 2003, se afirma que son necesarios para las misiones asignadas unos efectivos de entre 168.000 y 150.000 militares profesionales. No disponemos ni de la mitad. La falta de efectivos se refleja todos y cada uno de los elementos que constituyen la institución militar, ya sean efectivos, logística o la propia mística de la que se supone debe estar dotada una institución de esta naturaleza. Conviene recordar que el concepto de defensa nacional se fundamenta en el ordenamiento constitucional y vincula a toda la sociedad en la salvaguarda de la soberanía e intereses nacionales. La adopción por parte de 3
  • 4. 4 España de una estrategia estrictamente defensiva (conforma al mandato constitucional), compatible con la participación de nuestros soldados en misiones de paz en el exterior constituye el eje del nuevo Concepto Estratégico de la Defensa. El fracaso de la política de reclutamiento para dotar a los Ejércitos y la Armada de los elementos humanos, indispensables para cubrir las propias plantillas mínimas, parece reflejar la premura con que se articuló un modelo cuya puesta en práctica parece ahora que fue precipitada. No obstante ese fracaso y falta de atractivo para captar elementos que deseen integrarse en dichas organizaciones, la sociedad española, conforme las cíclicas consultas que realiza el Centro de Investigaciones Sociológicas, tiene una opinión crecientemente favorable de las Fuerzas Armadas, a lo que contribuye decisivamente que gran parte de su actividad actual se centre en actuar en misiones de paz o ayuda humanitaria en el exterior. Dicho de otro modo, que en gran medida puede establecerse una relación entre esa opinión favorable y el hecho de que muchas –no todas, ciertamente- de las misiones que los soldados españoles desarrollan en terceros países podrían ser ejecutadas con el mismo resultado por un voluntariado organizado, no necesariamente encuadrado en una organización militar, o simplemente por una ONG adecuadamente dotada de medios. MÍSTICA Y CONTRADICCIONES Quiero referirme ahora a algunas de las curiosas contradicciones que, desde el punto de vista de la mística, presenta la entidad Fuerzas Armadas o Ejércitos, a las que nos referimos. Veamos algunos ejemplos: 1º. NINGÚN PAÍS NAVAL DEL MUNDO BAUTIZA SUS BUQUES CON EL NOMBRE DE ALMIRANTES DERROTADOS O CAMBIA EL 4
  • 5. 5 NOMBRE DE UN BUQUE EN CONSTRUCCIÓN CUANDO SE LA HA COLOCADO LA QUILLA. España lo hace. Ponemos a nuestros barcos el nombre de perdedores y cambiamos el nombre a nuestros barcos ya vivos: el “Príncipe de Asturias” se llamaba en realidad “Almirante Carrero Blanco”. Se adujo que no era “políticamente correcto” mantener el nombre del asesinado presidente del Gobierno de la última etapa del Franquismo. Pero conviene recordar que el almirante Carrero fue una pieza esencial en la decisión del general Franco de nombrar a Juan Carlos de Borbón su sucesor a título de Rey, entronizando una nueva monarquía electiva, por él establecida o instaurada, como repetidamente insistió. S.M. el Rey, consecuente con su origen, ha declarado siempre a sus biógrafos y en numerosas entrevistas que, en su presencia, no permite que se hable mal de Franco: “El me puso”, dice. El buque “Roger de Lauria” se transformó el “Almirante Juan de Borbón” por un capricho personal del almirante Torrente. Suma y sigue. 2º. LA PERVIVENCIA DE ALGUNAS INSTITUCIONES DEL PASADO – RECIENTE- PROVOCA CONFUSIONES INNECESARIAS SOBRE LA PRIMERA LEALTAD DEL SOLDADO: LA NACIÓN. La lealtad no es una fidelidad personal a un individuo, sino a la nación entera. ¿Por qué S.M. el Rey es y que alcance tiene su condición de jefe supremo de los Ejércitos, cuando carece de responsabilidad personal, sus actos válidos jurídicamente deben ser refrendados por un ministro, y es el gobierno, quien según la Constitución dirige la política de defensa? ¿Distinguimos lo simbólico de lo real, de realidad? ¿Se entiende bien el carácter meramente simbólico de la jefatura que ostenta? ¿Se tiene claro que el Rey no es un poder, sino una institución y que la soberanía –por lo tanto el único Soberano- es el pueblo español, “del que emanan todos los poderes del Estado” (Art. 1.2) 5
  • 6. 6 S.M. El Rey Juan Carlos I no iba a seguir estudios militares algunos. Su padre tenía previsto que estudiara Sociología en Lovaina. Fue el general Franco quien diseñó su carrera militar. No es un modelo conocido. Otros príncipes, por ejemplo, los ingleses, siguen una carrera completa en una academia determinada. El paso simbólico por las de los dos ejércitos (Tierra y Aire) y la Armada, que se repite con el actual Príncipe de Asturias, no ha sido nunca una pauta para la formación real en la vida militar como una carrera pautada. En las academias militares de otros países, los vástagos de la Corona no disfrutan de privilegios, no poseen una camareta particular ni una habitación permanente en el parador de turismo o castillo más cercano. Durante su vida militar son uno más, incluidos, en su caso, los castigos de verdad que en la Royal Navy han sido incluso físicos en forma de azotes. La vinculación personal del Rey a la institución militar es muy reciente y su inventor Cánovas del Castillo. En su libro “Historia del Ejército en España”5, Fernando Puell de la Villa, lo explica con detalle: La iniciativa de vincular al titular de la monarquía con las Fuerzas Armadas fue uno de los aspectos más originales de la política canovista. Tal decisión dio origen a una particular forma de interpretar el papel institucional de los militares y contaminó la cultura política de la oficialidad española hasta los años de la Transición a la democracia. Es evidente que la situación de partida era comprometida. Las Fuerzas Armadas habían sufrido durante el Sexenio la más grave crisis existencial de su historia. A su término, el cuerpo de oficiales, apiñado en torno al generalato, había experimentado que, actuando unido, era el árbitro indiscutible de la política nacional, y los generales-políticos habían elevado el listón de sus expectativas: en el futuro, no se iban a contentar con liderar o respaldar una determinada opción de partido. (…) 6
  • 7. 7 Desde el punto de vista institucional, la introducción del concepto prusiano rey-soldado fue el más trascendental de los diversos resortes concebidos por la Restauración para civilizar la vida pública. Su implantación se inició mediante una hábil política de gestos, refrendada después constitucional y legislativamente. En la actualidad, estamos tan habituados a contemplar al rey con uniforme militar que asumimos esta costumbre con naturalidad. Tal uso, sin embargo, es relativamente reciente. Aunque tradicionalmente los monarcas ejercían el mando directo de las tropas en campaña, Carlos V fue el último en hacerlo habitualmente y, desde mediados del siglo XVI, sólo en cuatro ocasiones lo harían sus sucesores: Felipe IV en 1634, Felipe V en 1705, Carlos III en 1762 y Carlos IV en 1802. A ninguno de ellos, sin embargo, se le pasó por la mente vestir de uniforme para la ocasión ni investirse de un determinado empleo militar, y mucho menos hacerlo en tiempo de paz. (…) El que más atrajo la atención de Cánovas fue el que vinculaba la jefatura de las Fuerzas Armadas al káiser, asignándole el título de comandante general de los ejércitos, por lo que decidió preparar al príncipe Alfonso para que desempeñara dicha función cuando ocupara el trono. El objetivo era que la figura uniformada del monarca, a la cabecera del escalafón, impusiera respeto y disciplina entre los generales con aspiraciones intervencionistas. El príncipe fue enviado a Viena para que asimilara el ambiente militarista del imperio austríaco. Luego emprendió una gira por diversos países europeos en la que predominaron las visitas de carácter castrense, culminada con su ingreso en la Royal Military Academy, a fin de redondear su formación en la cuna de la oficialidad inglesa, la más respetuosa de las europeas hacia el régimen parlamentario. FUE LA PRIMERA VEZ QUE UN MONARCA ESPAÑOL RECIBIÓ ESTE TIPO DE EDUCACIÓN, Y SENTÓ UN PRECEDENTE OBLIGADO PARA LA DE SUS SUCESORES. Apenas llevaba Alfonso XII tres meses en Sandhurst cuando Martínez Campos precipitó su proclamación. Al llegar a Barcelona a primeros de enero de 1875 y por consejo de su primer ministro, se encasquetó el uniforme de capitán general -prenda que hubo de confeccionarse precipitadamente-, y de esa guisa hizo su solemne entrada en Madrid. Era la primera vez en la 7
  • 8. 8 historia contemporánea que el rey de España se presentaba ante la nación con arreos militares, seguramente para el alborozo de éstos y la sorpresa de la población. Pocos días después, marchó al norte, a ponerse al mando de las tropas enfrentadas a las que lideraba el también uniformado pretendiente carlista. En febrero de 1876, los carlistas fueron derrotados y Alfonso XII desfiló triunfalmente por las calles madrileñas al frente de 50.000 hombres, rodeado del Estado Mayor de Operaciones que el Ministerio de la Guerra había puesto bajo sus órdenes directas durante la campaña. El desfile duró seis horas; los madrileños jalearon el espectáculo, lanzando palomas, versos, flores, cigarros y monedas a los eufóricos soldados; los militares marcharon orgullosos tras su rey, y en la retina de unos y otros quedó vinculada la figura del joven monarca con la institución militar. La Constitución de 1876 refrendó enseguida esta política de gestos a través de la atribución a la Corona del «mando supremo» de los ejércitos. Tal cláusula no tenía antecedente alguno, salvo los muy imprecisos que aparecían en las de 1812 y 1869, ambas redactadas en circunstancias muy excepcionales. Dos años después, la Ley Constitutiva del Ejército precisó la amplitud de atribuciones del «mando supremo». El proyecto inicial no hacía referencia al mandato constitucional, pero el general Concha sacó el tema a debate en el Senado y Cánovas aceptó incorporar su propuesta al texto definitivo, aunque con ciertos matices. Concha consideraba que la Constitución atribuía al rey el ejercicio total del mando, sin necesidad del preceptivo refrendo gubernamental. El presidente asumió que el monarca lo ejerciera así en tiempo de paz, pero no consintió que se pusiera al frente de unidades armadas en tiempo de guerra sin la previa aprobación del Consejo de Ministros. El posterior trámite en el Congreso se centró en la misma cuestión y, al hilo del debate parlamentario, el órgano de prensa gubernamental -el periódico La Época- fue el instrumento utilizado para dar cuenta a la opinión pública 8
  • 9. 9 de las razones que aconsejaban introducir en la ley tan controvertido tema. (…) La forma definitiva que la Ley Constitutiva de 1878 dio a este precepto suscitaba graves dudas sobre su constitucionalidad, aparte de hacer recaer sobre el monarca la posible responsabilidad de una derrota y permitir que el rey, sin contar con sus ministros, ejerciera libremente su prerrogativa en tiempo de paz. En 1887, durante la regencia de María Cristina, el general Cassola, ministro de la Guerra de Sagasta, llevó a las Cortes otro proyecto de ley constitutiva que modificaba parcialmente la redacción anterior. Canalejas, presidente de la comisión del Congreso que lo dictaminó, consideró acertadamente que la cuestión era una constante fuente de conflictos para el correcto funcionamiento de las instituciones y eliminó cualquier referencia al tema, decisión que provocó una airada reacción por parte de Cánovas. Sagasta se libró del polémico ministro y ofreció una solución de compromiso. La prerrogativa regia del mando directo de tropas se recogió en el texto definitivo de la llamada Ley Adicional a la Constitutiva, publicada en 1889, pero se regularon las dos cuestiones más conflictivas. La responsabilidad del monarca quedó a salvo, mediante el refrendo de las órdenes que diera en tiempo de guerra por el general que mandara las tropas, y se restringió la libertad de que ejerciera dicha prerrogativa en tiempo de paz, sin consulta previa al Consejo de Ministros. Todo lo anterior no es sino un síntoma de las especialísimas relaciones establecidas entre la Corona y las Fuerzas Armada…..” Hay otro aspecto no menos relevante en este fenómeno que tantos y tan graves problemas nos deparará en el futuro. Cánovas deseaba, mediante la adhesión personal de los Ejércitos a Alfonso XII, poner coto al escándalo nacional que significaba el reconocido hecho de que su padre no fuera el augusto esposo de la Reina, Francisco de Asís de Borbón, sino el apuesto teniente de ingenieros Enrique Puigmoltó, amante de turno de Isabel II. 9
  • 10. 10 Lo que era público y reconocido entonces no lo es menor en nuestros días, en que se han publicado numerosas obras de incuestionable rigor donde tal evento queda probado. Curiosamente, algunas de las evidencias más palpables se recogen en los documentos vaticanos del proceso de beatificación del Padre Claret, confesor de la Reina. Durante decenios, los carlistas motejaban a sus primos de la rama liberal “los puigmoltejos”. No puede olvidarse tampoco otra curiosa circunstancia: Francisco de Asís de Borbón era hijo de Francisco de Paula de Borbón, hermano menor de Fernando VII, a quien las Cortes de Cádiz privaron de todo derecho de sucesión a la corona, ante la evidencia de que no era hijo de Carlos IV, sino del odiado Manuel Godoy. Pese a que su formación militar apenas pasó de los ejercicios de orden cerrado en el Campo del Moro, Alfonso XIII acentuará el carácter militarista de la monarquía. Apenas investido Rey, es el propio conde de Romanones quien tiene que recordarle sus deberes constitucionales, cuando en la primera reunión del Consejo de Ministros, anuncia que se arroga y reserva todas las competencias en cuestión de nombramientos y asuntos militares. E incluso llega a cometer la imprudencia de confesar ante los oficiales de alguna guarnición que “actúo en todo momento como delegado vuestro”. Alfonso XIII hará de los militares su propio partido. 3º. ALGUNA DE NUESTRAS MÁS ALTAS CONDECORACIONES TIENE UN ORIGEN INFAMANTE El profesor Carlos Seco Serrano, en su prólogo del libro de Miguel Artola, “La España de Fernando VII”6, escribe: “Ya en torno a los acontecimientos de 1807. se produce el equívoco que ha de prevalecer a lo largo de la guerra de la independencia. La conspiración del príncipe contra sus padres se convierte, en la imaginación del pueblo, en la conspiración de los padres, embaucados por el traidor Godoy, contra el hijo mártir, al que se 10
  • 11. 11 compara con San Hermegildo –y no mucho después, esta transfiguración romática de Fernando VII se concretará en la Orden de San Hermenegildo, vinculada, como la Cruz Laureada de San Fernando, a la memoria escasamente heroica del primogénito de Carlos IV”. Dicho de otro modo: tanto la Cruz Laureada de San Fernando como la Cruz de San Hermenegildo están vinculadas a la memoria de quien la historia conocerá como el Rey Felón, capaz de felicitar a Napoleón por sus victorias en España sobre los españoles que trataban de devolverle el trono, luego de que los Borbones (Carlos IV) hubieran liberado a éstos (Proclama de Burdeos de 12 de mayo de 1808) de sus obligaciones para con la corona que encarnaban. La Real Orden Nacional de San Fernando fue creada el 31 de agosto de 1811 por las Cortes de Cádiz, y la San Hermenegildo en 1814 por el propio Fernando VII. Esta condecoración que premia la constancia en el empleo militar tiene la curiosidad de que en su anverso lleva la cifra real de Fernando VII, es decir, el rey que felicitaba a Napoleón por sus victorias sobre los españoles que trataban de devolverle el trono. 4º. LA VERGÚENZA DE LA SOLICITUD Y MEJORA DE RECOMPENSA Y EL MODO DE OTORGAMIENTO DE CONDECORACIONES No ha ayudado dada a la mística o el respeto militar, la pervivencia en nuestros Ejércitos de la propia capacidad personal para auto proponerse para cruces o medallas o ascensos. Y aún peor la vergonzosa figura de la solicitud de “mejora de recompensa”, de la que repetidamente hace uso el general Franco, quien no contento con los premios repetidos que recibe, llega a considerarlos escasos y solicita más. De deja de ser curiosa esta figura que refleja el grado de degradación a que se ha llegado en cuanto a medallas y 11
  • 12. 12 condecoraciones entre quienes se supone que deberían sentirse suficientemente pagados con el mero cumplimiento del deber, como cualquier otro ciudadano o funcionario. La llamada legítima ambición, que tanto se pregonaba como estímulo del soldado llegó a devenir en una desvergonzada carrera para conseguir premios y entorchados más allá de la propia capacidad personal, con repetida frecuencia evidente. Punto y aparte es el modo y criterio con que se han otorgado a lo largo del siglo XX las principales condecoraciones en el Ejército español. Viene a cuento citar previamente al mariscal Montgomery, héroe del Alamain, quien preguntado en una ocasión sobre cuál había sido su primera prioridad, su principal preocupación como general, respondió sin dudar: “La mía es la que debe ser la primera responsabilidad de un general: no exponer innecesariamente e inútilmente la vida de sus soldados”. Pues bien, un criterio objetivo, vigente en los Ejércitos españoles, a la hora de otorgar los mayores honores, hablamos de un criterio objetivo, radica en valorar la propia eficacia del enemigo y nuestra propia ineficacia. Es decir, que para determinar el heroísmo y el valor se cuenta el número de bajas propias en una determinada acción, cuando más lógico parece que la eficacia indicara justamente contar en sentido contrario. 5º. HIMNO NACIONAL España no tiene himno nacional propiamente hablando. Dicho más claro: históricamente no ha tenido otro, en sentido estricto, que la Marcha de Riego. Lo que evidentemente conocemos como Himno Nacional o Marcha Granadera, en realidad no fue establecido como tal hasta 1942. Hasta entonces era la marcha que se interpretaba cuando aparecían en públicos los Reyes y, a falta de otra cosa, pasó a representar a la nación española. 12
  • 13. 13 Técnicamente, España carece de himno nacional, porque un himno es algo que se canta. Cuando nuestro país compite en un torneo intencional, por ejemplo con Francia, los franceses entonan a pleno pulmón su Marsellesa, en tanto las gradas españolas tararean el “Chunda chunda”. Cierto que la Marcha Real ha sido siempre el Himno de España, salvo durante la II República (1931-1939), cuando se adoptó el quot;Himno de Riegoquot;, una marcha de los Batallones de las Milicias Nacionales de principios del siglo XIX. Acabada la Guerra Civil, el Himno volvió a ser La Marcha Real, bajo su viejo nombre de La Marcha Granadera, tras Decreto del General Franco. El Decreto de 17 de julio de 1942 declara Himno Nacional el conocido por Marcha Granadera, sin incluir ninguna partitura, por lo que se entiende que continuó vigente la versión del Maestro Pérez Casas (tres repeticiones de la Marcha Granadera, idénticas la primera y la tercera, y cambiando el tono la segunda). Su origen es desconocido. Se ha encontrado su partitura en un documento del año 1761, el quot;Libro de Ordenanza de los toques militares de la Infantería Españolaquot; cuyo autor es Manuel Espinosa, en la que aparece el Himno con el nombre de la Marcha Granadera, ya por entonces de autor desconocido. Desde mucho antes, los Granaderos del Rey iban al combate y desfilaban ante la Familia Real a los sones de su Marcha. El escritor Hugo Kehrer sostiene que fue Federico el Grande de Prusia quien compuso dicha obra, aunque no hay pruebas que sustenten dicha afirmación. Algunos historiadores, como el Padre Otaño, subrayan las similitudes entre la Marcha y algunos aires militares de la época del Emperador Carlos I de España y V de Alemania, o de su hijo Felipe II (siglo XVI), partiendo de la hipótesis de que en la Cantiga nº 42 de Alfonso X el Sabio hay una frase de nuestro Himno. El 3 de septiembre de 1770, el Rey Carlos III declaró 'Marcha de Honor' a la 'Marcha Granadera', y con ello formalizaba la costumbre de interpretarla 13
  • 14. 14 en actos públicos y solemnes. La costumbre y el arraigo popular la erigen en Himno Nacional, sin que exista ninguna disposición escrita. En poco tiempo, los españoles consideraron a La Marcha Granadera como su himno nacional y la llamaron quot;La Marcha Realquot;, porque era interpretada en los actos públicos a los que asistían el Rey, la Reina, o el Príncipe de Asturias. Después de la quot;Revolución Gloriosaquot; de 1869, el General Prim convocó un Concurso Nacional para crear un Himno Oficial. El Concurso se declaró desierto, aconsejando el Jurado que la Marcha Granadera continuara como Himno. La versión del Maestro Pérez Casas La Real Orden Circular de 27 de agosto de 1908 dispone que las bandas militares ejecuten la Marcha Real Española y la Llamada de Infantes, ordenadas por el músico mayor del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos, Maestro D. Bartolomé Pérez Casas, natural de Lorca (Murcia). El rango de la norma restringió su publicidad, pues se dirigió a todas las bandas militares, ordenándose que se insertara únicamente en la quot;Colección Legislativa del Ejércitoquot;, y no en la quot;Gaceta de Madridquot; o en la quot;Colección Legislativa de Españaquot;, publicaciones oficiales en las que se recogían todos los Reales Decretos cuyo conocimiento y alcance era de interés general. Como indicamos, La Marcha Real es uno de los raros casos de Himno Nacional que sólo tiene música, y no letra. Durante el reinado de Alfonso XIII se compuso una letra que nunca fue oficial ni llegó a cuajar en la tradición popular (fue realizada por el autor teatral Eduardo Marquina). Durante la dictadura de Franco (1939-1975) el Himno se cantaba a veces con los versos del poeta José María Pemán. Tampoco estos versos fueron nunca reconocidos oficialmente. Nuevas adaptaciones Tras la aprobación de la Constitución Española el 27 de diciembre de 1978, regulados el uso de la Bandera y la descripción del Escudo de España en las Leyes 39/1981, de 28 de 14
  • 15. 15 octubre y 33/1981, de 5 de octubre, respectivamente, parecía procedente configurar jurídicamente el Himno Nacional de España, completando la normativa por la que se han de regir los símbolos de representación de la nación española. Con este fin, desde la Presidencia del Gobierno se promovió la creación de un grupo de trabajo (integrado por miembros de la sección de música de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y representantes del Ministerio de Economía y Hacienda, Educación y Cultura, Defensa y Administraciones Públicas), que encargó al Maestro D. Francisco Grau Vegara, Director de la Banda Real del Palacio, que hiciera una nueva adaptación del Himno. Finalmente, y tras el informe favorable de la Real Academia, se aprobó una versión de la Marcha Granadera que, respetando la armonización del Maestro Pérez Casas, recupera la composición de su época de origen, despojándola de cambios de tono impropios del siglo XVIII. El Maestro D. Francisco Grau Vegara orquesta dicha armonización, tanto para orquesta sinfónica como para banda, y una reducción para órgano que puede servir para interpretaciones por un cuarteto, etc. Con el fin de fijar el tiempo más conveniente, se aprobó finalmente, de acuerdo con el informe de la Real Academia, que fuera el de M.M. J=76, con lo cual queda una duración del Himno con su normal estructura AABB de 52 segundos y, en su versión breve AB, de 27 segundos. LA CURIOSA HISTORIA DEL HIMNO DE RIEGO Seguimos el relato de José Esteban Gonzalo, quien subraya el hecho de que el siglo XIX haya en España el tiempo de los himnos. Ya en 1808 aparece el Himno de la Victoria, con letra del poeta Arriaza y música de Fernando Sor. En 1809 se impone el titulado Los defensores de la Patria y año tras año se van subrayando los diversos acontecimientos históricos con otros himnos, de los que se recuerdan: A las víctimas del dos de mayo, con letra de Juan Nicasio Gallego y música de Rodríguez Ledesma; A la entrada del Duque de la Victoria a Cádiz; Al pendón morado; Al restablecimiento de la Constitución, etc. Existió también, y fue muy popular, el Trágala, con el que los liberales zaherían a sus adversarios absolutistas y que tomó su nombre del estribillo: quot;Trágala, trágala, tú servilónquot; y que ha dado lugar a 15
  • 16. 16 un sustantivo registrado en el Diccionario de la Real Academia Española. Otro, la Marcha de Cádiz, se convirtió en himno popular durante la guerra de Cuba y no son pocos los que habrán oído el Gloria a España, de Clavé. Entre los himnos regionales, los más difundidos son el Guernikakoarbola, del versolari Iparaguirre, Els segador y el himno gallego de Pondal. Pero de todos estos himnos, nacidos la mayoría de ellos en los azarosos días del absolutismo y por tanto invocaciones a la libertad perdida, el de Riego, a Riego, como escribieron sus autores, es el que ha tenido mayor fortuna. Tanta que muy pronto, el 7 de abril de 1822, fue declarado oficialmente himno nacional. Himno que sólo entonaron los liberales y luego los republicanos, sino también el propio Fernando VII, desde uno de los balcones del Palacio Real de Madrid ante un enfervorecida multitud. Así mismo, el Himno de Riego fue proclamado himno y marcha oficial de la Segunda República española, a pesar de ciertas resistencias que consideraban su música ramplona y poco adaptada las circunstancias. Por ello, la noche del 27 de abril de 1931 se dio a conocer en el Ateneo madrileño una composición con letra de Antonio Machado y música de Oscar Esplá, dos hombres prestigiosos, con el de que fuera declarado himno nacional. La interpretaron ante la presencia de Don Manuel Azaña, ateneísta de pro y futuro presidente de la República- la entonces famosa cantante Laura Nieto y la prestigiosa Banda Real del Cuerpo de Alarbaderos, ya suprimida y cuyos maestros vestían el clásico esmoquin. Al día siguiente del estreno, el diario El Sol, de tan destacada influencia, opinó que quot;si se desecha el actual himno (se refería a la Marcha Real) no debe ser aceptado ninguno de los conocidos hasta ahora, pues son muy malos. El que ayer ejecutó la Banda de Alarbaderos, convertida en banda republicana, original del maestro Esplá, es una pieza poco inspirada, basada en la opereta El desfile del amorquot;. 16
  • 17. 17 La realidad es que este nuevo himno carecía de esa solemnidad marcial y de esa garra popular y cierta pegadiza sonoridad que debe tener toda composición que aspire a convertirse en himno de una colectividad. Por ello, y gracias a la insistencia de Azaña, que se consideró heredero de los liberales del siglo XIX, el himno de Riego fue proclamado oficialmente himno de la República española. Así, y por dos períodos liberales y progresistas, ha sido el himno de todos los españoles. quot;El Himno de Riego -escribió Pío Baroja-, no cuajó en la segunda república porque carecía de relación, exacta o aproximada, con ella. El himno, decía, es callejero y saltarín; la República fue sesuda y jurídica. La República no era heredera de los hijos del liberalismo –Mina, Riego, el Empecinado-, sino más bien obra de los hijos espirituales de Salmerón, Pi y Margall y Ruiz Zorrilla.quot; El novelista vasco atribuye este fracaso a la letra. Los liberales, escribe, no supieron adaptar las palabras a cada momento histórico y pecaron de académicos o de ramplones y llega a sentenciar:quot;Hay que reconocer que oficialmente y popularmente, no tiene letraquot;. Sin embargo, el Himno de Riego tuvo letra desde su nacimiento en febrero de 1820, y fue adaptando muchas más a lo largo del tiempo. Su primer autor fue el compañero de Riego y figura relevante a lo largo del siglo XIX, Evaristo San Miguel. Asturiano como Riego, liberal y escritor, tenía como el autor del levantamiento en Las Cabezas de San Juan, alma ardiente y un espíritu exaltado. Esta letra que ha llegado hasta nosotros, se encuentra recogida en el opúsculo que quot;el ciudadano Mariano Cabreriza dedica al ciudadano Riego y a los valientes que han seguido sus huellasquot;, donde se recopilan una colección de canciones patrióticas de la época. 17
  • 18. 18 Existía otra letra de Alcalá Galiano que decía:quot;Patriotas guerreros/blandió los acerosquot;. Según la maliciosa suposición de este último, a Riego no le gustó este texto porque su nombre no se mencionaba expresamente. En 1836 se escribió una nueva letra titulada “La moderación”: quot;Que mueran los que claman/por la moderación/ para atacar los fueros/ de la Constituciónquot;. Muchos años después, ya en vida de Baroja, un diario donostiarra reprodujo como auténtica la letra anticlerical que todos conocemos: quot;Si los curas y frailes supieran/ la paliza que van a llevar/ subirían al coro cantando/ libertad, libertad, libertadquot;. Muy distinto es el caso del autor o los autores de la música. La mayoría de los historiadores, siguiendo a Mesonero Romanos, da como autor a don José María de Reart y Copons, militar heroico que había servido en el Ejército español y perdió una pierna durante la guerra de la Independencia. Había nacido en Peronan en 1784 y muerto en Madrid en 1857. Parece ser que se sentía asombrado del éxito de su contradanza. Pero se ha atribuido a otros muchos autores. Así, Grimaldi, en la revista El Averiguador, de 1871, la atribuía al profesor don Manuel Varo, que la compuso en Morón y que era músico mayor de la charanga de la caballería que Riego llevaba en su columna. Otra atribución de esta popular musiquilla aparece en la Historia de la Revolución española desde la Guerra de la Independencia hasta la Revolución de Sagunto, que dejó inconclusa Blasco Ibáñez. Aquí se dice que el autor musical del Himno fue un tal Gomis. Debe referirse con seguridad a José Melchor Gomis, músico mayor del regimiento de Barcelona y autor de óperas, que se trasladó a Madrid en 1820 como director de músicos de la Guardia Real. 18
  • 19. 19 Pero lo cierto es que el tal Gomis fue sencillamente el adaptador del himno para banda. Su autoría, en cambio, está clara en la ópera Riego en Sevilla, que fue repuesta en Barcelona en 1854. Pero no queda ahí la cosa. Adolfo Salazar, en su libro “Los grandes compositores”, dice que quot;entre los papeles inéditos de Barbieri se encuentra una carta en la que se da como autor del Himno de Riego a un tal don Antonio Hech, músico mayor del regimiento de Granadaquot;. El señor Hech, de origen suizo y llegado a España cuando la Guerra de la Independencia, habría escrito el himno en 1822, por lo cual recibió una recompensa de las Cortes que se trocó después en persecuciones. La proposición presentada a las Cortes en abril de 1822, para que se declarara oficial el Himno, no menciona a su autor. El acta dice que se trata de una marcha verdaderamente española. Por si todo esto fuera poco, don José María Sans Puig, en un trabajo titulado Riego, un mito liberal, aparecido en Historia y Vida, añade que también al Himno se le da un origen anónimo. quot;Quien presencie las fiestas patronales de los pueblos del hermoso valle de Benasque, podría oír una típica y alegre danza popular llamada Aball de Benasquequot;, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. A esta música le acompaña el seco e insistente repiqueteo de unas castañuelas de madera de haya de gran tamaño. Lo curioso es que cuando en el verano de 1939, los del valle de Benasque intentaron danzar su tipiquilla musiquilla, las autoridades franquistas se lo prohibieron, ya que les pareció totalmente el republicano Himno de Riego. Los del valle manifestaron entonces que ellos nunca bailaron el popular Himno, sino que, por el contrario, fue el famoso general asturiano el que había copiado y adaptado su música para servir a la revolución liberal. 19
  • 20. 20 ¿Qué hay de cierto en toda esta historia? Nunca lo sabremos. Pero lo que hoy nos interesa comprobar es la pervivencia y popularidad del llamado Himno de Riego, que a pesar de su persecución en diferentes periodos de la historia reciente de España sigue conservando ese tonillo liberal y callejero, al que muchos españoles somos tan aficionados. Porque algo tendrá esa controvertida contradanza cuando, como a Homero y Cervantes, se la disputan tantos y tan variados músicos. LA ETAPA BONO A los pocos días de su discurso en el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional, el 20 de mayo de 2004, por parte del ministro de Defensa, José Bono, se produjo un hecho en el puerto de Vigo que dejó descarnadamente de manifiesta la situación real de los ejércitos españoles y el abandono en que se hallan –junto con la dramática falta de efectivos- la propia mística de la organización en cuanto al modo en que debe desarrollarse un acto público de carácter simbólico ante la sociedad civil. Los asistentes al acto de abanderamiento de un patrullero, adquirido por el Ministerio de Agricultura, pero que se integra en los medios de la Armada para la protección de la actividad pesquera, quedaron perplejos ante los fallos de protocolo y ceremonial militar con que se desarrolló la ceremonia (co presidida por la ministra de Agricultura y Pesca, Elena Espinosa, y el propio Bono). La compañía de honores, improvisada con diversos elementos de marinería e Infantería de Marina carecía de la adecuada instrucción militar. Su número de efectivos era tan reducido que la formaron se estiró para aparentar lo que no era. La parada resultó caótica. Bono pareció no enterarse. Curiosamente, en el discurso antes referenciado, el ministro Bono7 había dicho: “No quiero ser un adorno adosado a las Fuerzas Armadas” Y con referencia a la triple misión que la directiva de la Defensa Nacional 1/2000 atribuye a los ejércitos (Defensa de España, instrumento de la paz internacional y fomentar la conciencia de la defensa nacional) dijo: 20
  • 21. 21 “En el escaso tiempo que llevo desempeñando el cargo de ministro he podido comprobar como algunos no alcanzan a comprender que los españoles tengamos necesidad de recibir explicaciones acerca de la necesidad de poseer, de financiar y de defender a nuestras Fuerzas Amadas. Para algunos es absolutamente inexplicable. Recientemente me manifestaban si no era acaso una extravagancia que en una Directiva de la Defensa Nacional, ni más ni menos, que en el tercer lugar de prioridades esté quot;Fomentar la conciencia de la Defensa Nacionalquot;. […] Como ministro de Defensa no puedo pasar por alto un hecho que me preocupa, me refiero a esa necesidad de trasladar a la conciencia ciudadana una convicción que otros países de nuestro entorno tienen asumida desde hace tiempo: la necesidad de ser defendidos, la necesidad de que los Ejércitos nos defiendan. Hablar de la defensa en una sociedad, es hablar de sus Ejércitos…. Precisamente, hablando de los ejércitos, resultó especialmente conmovedora esta confesión del ministro que reconoce el estado real de las cosas: “El contingente de tropa disminuye. Cuando se produjo el tránsito de las Fuerzas Armadas de leva obligatoria a un ejército profesional, se fijó el contingente necesario en más de 100.000 efectivos -una horquilla entre 102 mil y 120 mil-. La realidad es que hoy día no se llega a cubrir tal cifra y, especialmente, en la Armada es un problema nada despreciable. En los últimos años hemos descendido a un ritmo superior a 1.500 soldados o marineros por año”. Pero el problema no es solamente de efectivos o de imagen ante la sociedad; de eficacia y respaldo moral de los ciudadanos para cumplir las misiones asignadas, el problema es de propia convicción. Dicho de otro modo, se ha pasado de un modelo dixoniano al otro extremo, a un modelo despersonalizado. Vamos a citar, a modo de secuencias cinematográficas o flashes algunos casos sucedidos en España los últimos años: 21
  • 22. 22 Primera secuencia: En el puerto de Vigo, coincide el buque insignia de la Armada española, portaeronaves “Príncipe de Asturias” y un pequeño buque de apoyo logístico británico. A la hora de arriar bandera, en el barco inglés forma la guardia de honor. Un corneta y un contramaestre ejecutan los toques de ordenanza sobre la cubierta con corneta y el chiflo marinero. Es impresionante. En el buque insignia español, forma la guardia rutinariamente y….se escucha el himno nacional por el sistema de megafonía. Suena a lata. Segunda secuencia: Los españoles lo vieron en televisión. El ministro de Defensa Federico Trillo visita una academia de suboficiales del Ejército de Tierra. Rinde honores la guardia de prevención. El corneta carece de destreza en el manejo del instrumento. La escena es surrealista. Nadie sabe qué son las notas descompensadas que salen del instrumento. Resulta ridículo. Trillo aguanta con cara de circunstancias. Tercera secuencia: Escuela Naval Militar. Como en todos los establecimientos militares, las diversas secuencias de la jornada se señalaban a toque de corneta. En este no los hay en la banda. El jefe de estudios ordena al director de la unidad de música que lo resuelva. La solución propuesta es que cada maestro de banda haga los toques por turno, con su instrumento propio: es decir, saxo, flauta travesera, trombón, bombardino, clarinete, platillos….Se desiste. Ya no se realizan toques que marquen la jornada militar. Pasa lo mismo en otros centros. Cuarta secuencia: El día de las Fuerzas Armadas en Barcelona ha de celebrarse fuera del casco urbano, en Montjuit, luego de que el Ayuntamiento y la Generalitat rechacen que se celebre una parada militar en el casco urbano de la ciudad condal. Quinta secuencia: Debido a la falta de efectivos, desaparecen prácticamente las bandas de guerra (de cornetas y tambores). La música 22
  • 23. 23 militar de las unidades se improvisa sobre la marcha con los elementos que se pueden reunir, según la propia sensibilidad de los mandos. Mientras, Algunas empresas españolas (Porcelanosa) o la organización de la Feria Mundial de la Pesca contratan para amenizar sus eventos en España a banda militares extranjeras, como la Banda de la Guardia Galesa que monta guardia en Buckingham Palace, en Londres. Sexta secuencia: Desaparece el concepto de cortesía militar como valor permanente. Los militares profesionales no tienen la obligación de mostrarla con sus mandos durante sus horas de descanso. Solamente se les requiere durante las horas de servicio. Un coronel es arrestado por amonestar a un comandante en estas circunstancias. Séptima secuencia: Dentro de la política de la externalización de servicios, el Ministerio de Defensa suprime los resguardos a cargo de centinelas propios en los establecimientos militares, entre otros la propia Academia General Militar. Se hacen cargo de esa función vigilantes jurados de empresas privadas de seguridad. Octava secuencia: Se suprimen elementos tradicionales de la iconografía y simbología militar mantenida durante siglos en emblemas, escudos, divisas, guiones, prendas, astas y moharras, utillaje e impedimenta militar que otros ejércitos como el británico tienen a gala mantener. En los cambios de heráldica militar llama la atención la del I Tercio de la Legión, entre otros, y las divisas y los guiones de la Caballería. El lema “Todo por la patria”, divisa del Ejército español llega a desaparecer de los frontispicios de los cuarteles. Novena secuencia: En algunas ocasiones, ante la falta de unidades y efectivos, se ha llegado a improvisar una compañía de honores para un acto solemne, extrayendo una bandera de una unidad disuelta, depositada en el 23
  • 24. 24 Museo Militar para aparentar que se trataba de una compañía real. Ocurrió en La Coruña. La bandera está vinculada en el Ejército español a una unidad tipo regimiento, buque o academia militar. Cuando la unidad se disuelve, pasa al museo. Tras estos ejemplos, no se trata de proponer la restauración del modelo dixoniano, sino de describir una situación real y de considerar si, realmente, los ejércitos deben conservar cierta mística y si esa cultura propia, específica debe ser conservada como elemento de cohesión de una organización que se caracteriza por asumir determinadas funciones representativas y simbólicas, como los honores de la bandera nacional y los demás símbolos nacionales. En 2003, el Ministerio de Defensa publicó un esencial documento sobre “la Revisión Estratégica de la Defensa” en la confianza de que sus reflexiones se proyecten hacia los próximos diez o quince años. El presidente Aznar dijo entonces que la perspectiva de las misiones internacionales que asumen nuestros Ejércitos no debe hacernos perder de vista su función primigenia de atender a la defensa del propio territorio nacional y la acción disuasoria frente a cualquier amenaza exterior. Pero como concluye Jesús María Ruiz Vidondo8, “desgraciadamente, no hay una cultura de defensa y creo que lo tenemos muy difícil para conseguirla. Desde la Escuela se debe fomentar esa cultura de defensa y eso en nuestra sociedad es muy difícil. No se puede crear una cultura de defensa en España porque para tener esa cultura es necesario primero crear un sentimiento patriótico que, desgraciadamente, hoy en día no tenemos”. Existe una enorme controversia al respecto. Quizá para fomentarla, las autoridades de Defensa han tenido ideas tan curiosas como la de lanza un videojuego, cuyo contenido reproduce las misiones humanitarias que realizan los ejércitos españoles en el extranjero o patrocinar espacios deportivos en televisión. 24
  • 25. 25 ¿Sirve para algo, esa mística de los Ejércitos y su manifestación externa? Pese al pesimismo de Vidondo, oficialmente, la mayoría de los españoles (85,2 por ciento) se sentiría muy o bastante orgulloso de ser español, frente al 12 por ciento que dice sentirse poco o nada, según un estudio del CIS realizado en febrero de 2005. Es de destacar que este dato del 85 por ciento de españoles orgullosos de serlo se mantiene estable a lo largo de la última década. La encuesta analizó la opinión de los españoles sobre la quot;Defensa Nacional y el Ejércitoquot; y, al hilo de ello, el sentimiento de los españoles sobre distintos símbolos nacionales. De esta manera, si el orgullo de ser español es bastante mayoritario, el porcentaje es menor cuando se analiza el comportamiento ante los símbolos nacionales, aunque sigue siendo mayoritaria la percepción favorable. Así, el informe del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) revelaba que (recordamos que fue realizado en febrero de 2005), el 23,1 por ciento de los españoles siente una emoción muy fuerte cuando ve la bandera española en un acto o ceremonia y el 24,2 por ciento cuando escucha el himno nacional. Junto a ello, hay un 35,7 por ciento que siente algo de emoción con la bandera y un 35,2 por ciento con el himno. Pero noten que el 26,4 por ciento no siente nada especial cuando ve la bandera y que otro 24,8 por ciento no siente nada cuando escucha el himno nacional. Según la encuesta del 2002, un 61,5 por ciento de los españoles sentían emoción al ver la enseña nacional y el 62,7 por ciento al escuchar el himno. En 2005, esos porcentajes se habían reducido. Un 56,8 se sienten emocionados, algo o mucho, ante la bandera; mientras que el himno sólo emociona al 59,4 por ciento de los ciudadanos. En 2002, este porcentaje era del 62,7. No deja de ser curioso que, pese al efecto emocional que parece producir entre los ciudadanos, el uso de la bandera en los actos castrenses se 25
  • 26. 26 restringe al hecho de que al mismo asista el Rey. Caso contrario, en el actual protocolo militar, tras recibir los honores correspondientes en la parada, la enseña se retira. Poco puede emocionar a los ciudadanos. 1 Díez Alegría, en su libro quot;Ejército y Sociedadquot; recordaba que las más graves y apocalípticas decisiones que se hayan tomado nunca fueron adoptadas por civiles, no por soldados. En defensa de la ética de las armas, el citado autor retoma un expresivo párrafo de la quot;España invertebradaquot; de Ortega y Gasset, en la que el pensador escribe: quot;Padece Europa una perniciosa propaganda en desprestigio de la fuerza. Sus raíces, hondas y sutiles, provienen de aquellas bases de la cultura moderna que tienen un valor más circunstancial, limitado y digno de superación. Ello es que se ha conseguido imponer a la opinión pública europea una idea falsa de lo que es la fuerza de las armas. Se la ha presentado como cosa infrahumana y torpe residuo de la animalidad persistente en el hombre. Se ha hecho de la fuerza lo contrapuesto al espíritu o, cuando más, una manifestación espiritual de carácter inferiorquot;. En 1998, Defensa activó una gran campaña publicitaria para estimular el alistamiento, 2 con una inversión de 1.600 millones de pesetas. El resultado fue decepcionante. En la siguiente campaña se invirtieron 1.950 millones de pesetas. El Ministerio de Defensa puso en funcionamiento una caravana que recorrió ciudades, eventos deportivos, playas, etc. para llevar a los jóvenes información sobre el nuevo Ejército profesional. Tampoco hubo respuesta. Desde entonces, el dinero público se ha gastado con largueza y año tras año, pero sin los resultados esperados: los aspirantes siguen estando muy por debajo de las previsiones y, lo que es peor, de las necesidades reales de la defensa nacional 3 Ante la necesidad de encontrar soldados donde fuera, además de reducir sensiblemente el nivel de exigencia intelectual para ingresar en los ejércitos, se incorporaron los primeros hijos de emigrantes españoles, 304 jóvenes de doble nacionalidad, procedentes de Argentina y Uruguay que se habían alistado al ejército español. Se trataba de una experiencia piloto del Ministerio de Defensa para captar militares en América hispana y poder completar así el cupo establecido. La mayoría de los alistados causaron baja de inmediato tan pronto se vieron en España. Más de uno de ellos confesó que lo que realmente le interesaba era ser futbolista. 4 La Armada se halla especialmente en grave situación de falta de efectivos, lo que obliga a soluciones peligrosas: cada vez que es necesario arranchar un barco para una misión de paz internacional, es preciso recurrir a las tripulaciones –e incluso los medios técnicos- de otros barcos, como repetidamente sucede y conocen todos los profesionales. PUEL de la VILLA, Fernando: “Historia del Ejército en España”, Alianza Editorial, 5 Madrid, 2000. págs. 94-96. 6 Carlos Seco Serrano en el prólo de “La España de Fernando VII”, de Miguel Artola, Espasa Forum, Madrid, 1999, pags. 26-27. Discurso del ministro de Defensa, Excmo. Sr. D. José Bono, en el Centro Superior 7 de Estudios de la Defensa Nacional Madrid, 20 mayo 2004. http://www.mde.es/actu_ministro/intervenciones/Conferencia_CESEDEN.pdf RUIZ VIDONDO, Jesús M. “La rápida profesionalización del ejército español”, 8 Revista Abril nº 73, 9 de agosto de 2004. 26