Este documento analiza la propuesta filosófica del epicureísmo y su validez para la actualidad. Se argumenta que el epicureísmo se enfoca en un pequeño grupo de sabios y no pretende ser una doctrina universal. Además, promueve la moderación de las pasiones y el logro de la felicidad a través de placeres simples y necesarios en lugar de placeres excesivos. Sin embargo, también se cuestiona si sus ideas de autarquía y vida ascética son realmente aplicables en sociedades modernas.
1. Roberto Manriquez Gallardo
Critica al Epicureísmo.
¿El epicureísmo puede ser una propuesta filosófica válida y practicable para la actualidad?
La Doctrina del Jardín, en sus objetivos generales, no presume de erigirse como una
doctrina de masas o pretende intereses universalistas en sus máximas. Excluye de antemano
al vulgo como actor de las verdades que defiende, restringiendo al sabio y su asociación
particular (amigos) la ocurrencia de sus principios. Con ello menos aún pretende un afán de
sociedades ideales a diferencia de filósofos contemporáneos a sí, como Platón en su
“Republica”, así en todo tiempo la ocurrencia de esta filosofía en la práctica tiene asidero
únicamente en un ámbito privado, lográndose la ataraxía como la aponía respecto del
individuo en particular, no de una masa de individuos o al menos no excediendo el ámbito
de la camaradería o amistad, estando ésta última en todo caso al servicio del individuo1
mismo. Es una filosofía que instruye como hacer frente a los dolores y males, tanto por
exceso de bienes como por el defecto de estos y de la concurrencia de la fortuna (Tyche) en
una vida.
Al hombre siéndole connatural el intelecto y su telos ser feliz, pretende mediante esta
filosofía (Epicureísmo) el lograr la moderación de sus pasiones y poder deliberar
prudencialmente sobre aquello que le lleva a ser dichoso y asimilarse más a la deidad, pues
este es un ser perfecto y feliz (Cicerón reza “es preciso que exista alguna naturaleza
superior, de la que nada pueda ser mejor”2). Por ello distanciase de la filosofía del Jardín el
clásico hedonismo hacia un hedonismo más bien de las moderaciones. La concepción
Epicúrea pone bridas a la autocomplacencia, al constante estado de comodidades sobre la
mera reducción de los dolores y repulsión a la inexistencia del organismo, en definitiva, a la
ocurrencia del temor y el deseo ilimitado y vano3.
Atendiendo el contexto en que esta filosofía se ejerció y su reacción a una realidad social
por antonomasia contingente, es menester cuestionarse si un modelo que propone seres casi
1 GARCÍA (2008), p.208
2 MONDOLFO (1962), p.76
3 EPICURO (2007), p.182
2. ascéticos pueda llegar a ponerse en práctica sino proponerse como un caso “idealista”, pues
atendiendo al dinamismo de las sociedades es que las complejas relaciones de
interdependencia, que ayer no fueron lo que hoy son, tienden a obstar la ocurrencia de ser
dueño de nosotros mismos y a vivir en cambio por las vanas opiniones, coartándose nuestra
disposición interior, salvo que el hombre se comportase como un ermitaño incapaz de
generar lazos de amistad, pues en su entorno no encontrará símiles, más bien competidores
que adeptos y no por la búsqueda de la felicidad, sino por el vulgar afán de sentirse
conocedor de la verdad.
En lo principal nos referiremos al asidero que posee el Tetrafármaco4 como máximas
válidas en todo tiempo y lugar capaces de encaminar la disposición del hombre.
El hombre occidental, en su generalidad, se identifica con ciertos patrones sincréticos en el
ámbito religioso, se pregona el temor a la divinidad como mérito para el buen pasar y el
posterior ascenso a lo supraterrenal, sobre esto reacciona el Epicureísmo en el que la o las
divinidades en su magnificencia y como seres incorruptibles y felices5 no están
preocupados de lo que hacen u omiten los humanos. Es claro que no hay necesidad de pedir
un buen pasar al ser supremo cuando los bienes que necesitamos para vivir feliz cada cual
pueda suministrárselos autónomamente, pues de los dioses a lo más es propio otorgar lo
difícil de conseguir y quien se atormenta por bienes que no tiene y no puede proveerse no
es sino un insensato. Por otra parte, dicho temor queda sin fundamento al pretenderse como
mérito para una vida ultraterrenal, pues bajo supuestos epicúreos que consideran el alma
mortal, con la carne a la vez perece la psyché que carece de capacidad de supervivencia o
de sensación fuera del organismo, “Nace con el cuerpo entero y muere con él”6.
Proviniendo estás creencias, según dice el filósofo (Epicuro), por la angustia que genera la
aniquilación del organismo, la muerte no puede afligirnos con su presencia “porque
mientras nosotros existimos no está presente y, cuando está presente, ya no estamos con
nosotros”. Por otro lado la felicidad según Epicuro consiste en placeres continuos, en la
dicha cotidiana, opuesto al vulgar interés de obtener la felicidad después de la muerte, reza
el filósofo: “La vida es un bien, no por sí misma, sino como posibilidad de experimentar
4 GARCÍA (2008), p. 138
5 GARCÍA, p. 141
6 GARCÍA, p. 186
3. dicha”. Siguiendo con la idea de la angustia a la aniquilación del organismo, esta se
justifica según creo en la incertidumbre sobre si la conciencia será castigada o no en el
tártaro, a causa de previas culpas sin expiar que ante la incertidumbre de benevolencia o no
del verdugo para con ellas, es menester rehuir con terror y prevenirse así lo más posible de
la llegada al averno, obteniéndose esto sino por la acaparación de bienes que procuraran
comodidad y seguridad, no para vivir bien, sino para no morir. Tiempo en que se pierde la
posibilidad de obtener los placeres necesarios y suficientes para vivir dichosamente. Los
placeres necesarios y suficientes para una vida feliz son los placeres del vientre7 o aquellos
que sirven para no morir, estos se sirven de bienes naturales que son los más fáciles de
obtener por el individuo mismo. Sin embargo, lo anterior no obsta a que el hombre pueda
poseer otro tipo de bienes no esenciales porque sí mismo se los proveyó o por la fortuna,
siempre que sea de estos muy fácil desprenderse tanto así que puedan ser dejados en
comunidad con los amigos.
La ataraxia es un bien deseado por la felicidad que genera. Bajo los supuestos Epicuros la
dicha es propia del sabio y es el único que puede alcanzar un estado de libertad8, éste es el
único ser terrenal que tiende hacia la divinidad distanciándose en último término de ésta en
su mortalidad. El prudente es el Filósofo y el único digno de ser feliz, y la felicidad es el
telos del hombre, su naturaleza. Es menester poner en duda si la propia ataraxia puede
considerarse un bien suntuario por su escases entre los hombres y su restricción a algo que
no es común entre los hombres que es el ser Filosofo, pero para ello habría que considerar a
la propia atarxia un bien innecesario, prescindible bajo lógicas Epicureas. El pasar del
hombre se hace de momentos, es aquel cambio el que trae lo que podemos llamar vida, la
cuestión es qué vida puede haber en aquel hombre que vive en un equilibrio constante y
sereno, dónde está el placer si ignora la multiplicidad de estos por su estado neutral y en
suma con que contrastar aquello que denomina como tal (prólepsis), sobre esto podemos
decir que el no dolor (tanto del alma como de la carne) como placer, es sino un engaño
lingüístico. La ataraxia o serenidad del ánimo con todo, si ha de ubicarse en algún extremo,
por su naturaleza suntuaria, sería en intensidad un estado superior a otras sensaciones, tema
que abordaré más adelante.
7 EPICURO (2007), p. 185
8 EPICURO, p. 176
4. Algo válido en todo tiempo ha sido la tendencia del hombre hacia los placeres, ello
dependiendo de la filosofía será valorado despectiva o positivamente, es lo que nos hace
comunes a los animales, pero lo que nos hace persona es la capacidad para gobernarnos a
nosotros mismos y tender hacia los placeres estables y fáciles de obtener, el que
denominaré deber de prudencia del hombre, pues éste se lo impone como ley para la
consecución de un fin en particular que es la felicidad. Esta felicidad dice Epicuro se haya
en la amistad, que es vista como una asociación para la conveniencia de mis intereses
particulares pero no por sobre los intereses del resto (ophéleia), es una relación al servicio
de los individuos9, a la vez que instrumentalizo a mi congénere como un medio para mis
fines que en sinergia unos con otros velan por la dicha mutua, así el egoísmo que se le
critica a esta doctrina se apacigua por considerar al prójimo, pero no en sí mismo sino en
relación a mi ego, pero esto no obsta a la validez del sistema en sí, pues recalcamos que es
una filosofía del telos no de los deberes. La amistad es un refugio a la lucha entre los
hombres, a la ocasión de injusticias y violación del pacto social por el cual los hombres se
han vinculado. Epicuro desprecia la aprobación del vulgo (el común de los hombres) pero
santifica la aprobación de los amigos y en sí la aprobación de quien considera virtuoso,
manifestándose este comportamiento en su mayor expresión en los dioses, que como entes
perfectos el ser humano busca parecérsele y modelar su comportamiento en razón de sus
divinas directrices. Sin embargo, el sabio arriesga su autarquía al comportarse de esta forma
y en general al exponerse a la amistad y el deber de empatía y ayuda reciproca que exige.
Con todo, el vínculo de la amistad establecido en la doctrina del jardín no es muy diverso
de otro tipo de relaciones como las filiales, al momento que ambas miran a una utilidad y
provecho del individuo sin sesgarse en ello, pues el exceso lleva al vicio de la relación
pudiendo en extremo asimilarse más a una forma de esclavismo que lo anterior. La
“amistad”, entendida en Epicuro, es más bien una asociación aún más amplia de individuos
que abarca tanto a las amistades como a la familia y otros, siendo el elemento medular las
relaciones confianza, intimidad y en particular la similitud ideológica entre los hombres que
la componen, un entorno en el cual los hombres se abstraen de la sociedad escapando de la
injusticia por vivir seguro. Así ¿El epicuro es capaz de vivir junto a quien no comparte sus
mismos ideales? Al parecer no, pues todo comportamiento disímil al de la asociación
9 EPICURO (2007), p. 208
5. parecería obstar el afán común de felicidad al cual se encamina el vínculo tratado, pues
quien no se contenta con placeres catastemáticos y desea más, inclusive poder de
dominación dentro de la asociación, no es digno de ser parte del jardín, tampoco quien goza
con los dolores y pesares propios y/o del resto.
Epicuro al rechazar al vulgo rechaza de plano la ocurrencia de una Moral Social y la
heteronomía de la relación y en general de la doxa, el hombre al cometer el mal debe
atenerse a sus preconcepciones internas de ello y atenerse al remordimiento y cesura
interna, al respecto Demócrito reza: “El mal, aunque te encuentres solo, no lo digas ni lo
cometas: aprende a avergonzarte de ti mismo mucho más que de los otros”. Esta
concepción implica a la vez deberes de conducta, pero no provenientes de la moral
colectiva o un ente diverso al sujeto, provienen de sus sensaciones que más tarde se
representaran como preconcepciones de lo bueno y lo malo en la conciencia moral10,
pasando esto, y propio del hedonismo de jardín, por un interés individual y ese interés
individual será un interés colectivo la fundamentar la concepción de Justicia. Así el
Epicureísmo no se restringe a la búsqueda de la satisfacción, de paso se encamina hacia la
perfección misma del sujeto a través de estos deberes autoimpuestos.
En nuestro contexto, es un hecho constante y extendido la dependencia del individuo de
una moral externa (heterónoma) y sucumbir ante la doxa, no es de suyo la autárkeia ni
tampoco se cuestiona su ocurrencia, yerra al utilizar su razón y por consecuencia en saber
distinguir los placeres necesarios y suficientes de los viciosos, el Epicureísmo dentro de
esta faz es una descripción sino de todos los momentos de la humanidad, no de un contexto
en particular, ya que el hombre, por lo observado, tiende irresistiblemente al vicio si carece
de principios para su recto actuar y la consecución ulterior de la felicidad. Así es usual del
vulgo no saber distinguir, tendiendo por inclinación a los mayores bienes, bienes que luego
tienden a generar más perjuicios que las prestaciones que otorgan, como vincularse en
obligación con otro y no poder cumplirle, o bien la responsabilidad surgida en la
mantención de cierta riqueza que trae en el ánimo más pesares y molestias que gozo. Como
del vulgo no es usual el distingo, tampoco se contenta con lo menos y es que la vida
humilde la repele como el aire al vacío, le rehúye a la posesión parca de bienes aduciendo
10 MONDOLFO (1962), p. 77
6. pobreza en su ocasión, desconoce las virtudes de lo menos y el hedonismo clásico es su
religión. El gregario es un ser autocomplaciente y competitivo, esto lo lleva a preferir su
bienestar inclusive por sobre lo bueno, su ánimo no se contenta con placeres simples y
nunca logra el equilibrio, sino al momento mediato en que obtiene la prestación anhelada,
pero no trasciende a aquello, es un conjunto de vaivenes entregados a la tiche que ha vuelto
a tono determinista su modo de ser. La ausencia de dolor no es placer para sí, le es
cotidiano el placer del vientre y su espíritu no se contenta con la voluntad de abstinencia o
el pensamiento, con lo cual se desboca su exigencia de placeres banales pues no hay
droga11 como el pensamiento que les substituya. El honor y la fama sigue siendo un telos en
sí mismo y no por otra cosa, naturalizado está en su ser la perfección de estos bienes que no
concibe otros fines por ellos, siquiera sabe en qué medida estos le harían feliz y le es usual
el exceso en los placeres del vientre entregándose a la corrupción de estos.
De la amistad: Con la precisión hecha anteriormente, la amistad no es vista de manera muy
diferente en cuanto a su afán de conveniencia mutua, sin embargo destaca en algo no
menor. El gregario posee cierta tendencia a no discriminar en sus cercanos por su ideología
o principios, sea por desconocimiento de los propios o tolerancia, lo cierto es que aquella
relación tiende a complementarse, cual ejercicio dialectico, a diferencia de la doctrina del
jardín en que la reciprocidad siempre será en respeto a las leyes del filósofo o maestro de la
que será continuamente juez. El filósofo reza: “Lleva a efecto cada acción tuya como si
Epicuro te observara”, pero, naturalmente la primera visión y contraintuitivamente la
segunda, obstan la autonomía del sujeto al depender el individuo en mayor o menor
medida de la opinión que de sí mismo. Por otro lado deduzco que la amistad que no es
placer no es amistad, esto nos lleva a que las desavenencias del ánimo obstan su ocurrencia
pues ya no hay provecho que se otorgue bilateralmente. Tanto la amistad Epicúrea como la
vulgar miran a abstraer al sujeto de su medio en que la injusticia reina y opera en razón de
generar una asociación dentro de la sociedad, trascendente en que las partes son
interdependientes entre sí, espiritual como materialmente respecto al placer y en suma
respecto a la felicidad.
11 EPICURO (2007), p. 202
7. Respecto a la muerte: Sobre esta retomo mi tesis anterior en que el miedo a ésta se debe a
las culpas sin expiar y el temor de cómo el juez del limbo las valorará. El filósofo no teme
al patíbulo y más aún le es indiferente, pues su gozo es constante y sabe que su psyche no
trascenderá coligiéndose que no será juzgada. El vulgo yerra en el mundo y desconoce en
su ser cuando obra mal o bien, pues no puede distinguir por inclinación y/o
desconocimiento y si lo hace lo logra intuitivamente obteniéndose generalmente resultados
discordantes unos con otros, con lo cual a intentos de actuar moralmente termina actuando
de manera antagónica. Al herrar pero desconocer dónde está la falla para una corrección
interna, entra en desesperación y en último término, a causa de sus creencias respecto a la
muerte, cae en el terror. A causa de esto el ser humano desperdicia su tiempo en culpas y
buscando bienes banales en vez de proveerse de los bienes necesarios y suficientes para su
bienestar.
De la Justicia: El filósofo reniega de las concepciones a priori de la Justicia, ésta proviene
de la observación y generación de una preconcepción, siendo toda ley que se oponga a esta
última injusta. Ésta se encamina hacia la mutua conveniencia y se orienta hacia la
obtención del placer. Se erige luego del contrato por el cual se obligan los individuos y
como reacción a la violación de éste, y más precisamente para proteger al sabio de las
injusticias. Con todo lo anterior se erige como un medio y un valor histórico, ergo
entregado al relativismo. Es cuestionable si la teoría de Epicuro pude en algún caso ser
capaz de erigir una institucionalidad trascendente y seria de la Justicia en su contexto, pues
por la naturaleza que le otorga a esta virtud es cuestionable si el magistrado sabrá dirimir.
Si ésta se vale de preconcepciones mutantes, principios como el debido proceso, publicidad
y conocimiento de la ley pudieron haber sido disfuncionales ante lo incierto de lo justo. Si
bien la moral del Jardín se abstrae de la doxa, creo que debe reconocer que la justicia se
practica necesariamente en relación y respecto de los demás, por ello si el bien del sabio es
diverso al del vulgo, no es suficiente que ésta sea lo que es “conveniente para la
comunidad”12 pues el vulgo, que es la mayoría, perfectamente puede corresponder justicia a
algo que pueda estar discordante con la justicia del Epicureísta, inclusive ser injusta para
estos y aunque así sea, no queda más que atenerse a las consecuencias de su máxima y que
se obre en contra de sí mismo. Así, en cuanto a la Justicia para la comunidad, es menester
12 EPICURO (2007), p. 210
8. una concepción a priori de ella, pues como ya vemos puede obtenerse un resultado
contraintuitivo de mediar la liberalidad en su denominación.
De la ataraxia: En páginas anteriores puse en discusión la validez de la ataraxia por
consistir en un bien suntuario, producto de que solo el filósofo o sabio es capaz de su
consecución. Es un bien preciado porque lleva a la felicidad, pero no es de todos el poder
obtenerlo, pues muchos carecen naturalmente de la fortaleza como de las facultades para
proveérsela. El equilibrio en el espíritu es indiferente al sentir del resto de los hombres, no
se altera por su infortunio o carencias, sino de aquel congénere o aprendiz que se comporta
igual que el maestro, en definitiva (ceteris paribus) responde a los intereses del maestro que
pretende perpetuar su individualidad en el resto de su asociación (interés abarcativo del
ego) instrumentalizando a sus similares. Debido a que esta moral se opone a la moral
agonal, desconoce que le sea propio un afán de superación individual, con lo cual es
indiferente a estas palabras, sin embargo, como observador se atiende a que se opone a
principios de empatía13 y benevolencia entre los individuos que no obstan el hedonismo de
la prudencia que es propio a esta teoría. Por otra parte, este equilibrio adolece del supuesto
postulado anteriormente en este ensayo, sobre el desconocimiento de los placeres y engaño
lingüístico junto a la carencia de momentos para que una vida humana sea considerada
como tal.
Cierto es que el hombre requiere de placeres para vivir, le es intrínseco a su naturaleza. Los
placeres sin embargo están limitados por el exceso (Hedonismo clásico) tanto por el defecto
(Cinícos), estando la justa medida entre la inactividad del alma y actividad en ella, con esto
reconocemos que los placeres más importantes son los placeres del alma, estos son capaces
de moderar nuestras elecciones respecto a la carne, mediante el intelecto para hacernos
felices. Así la medida de placeres debe hallarse entre los catastemáticos y cinéticos, hay
placeres cinéticos que potencian el que una vida pueda llegar a ser vivida en plenitud. El
vulgo peca por exceso y el jardín por defecto, por otro lado cierto es que en el saber
distinguir se llega a la prudencia, esta actividad es propia y excluyente del sabio, aquel que
mediante la recta deliberación llega a dominar sus pasiones y se hace libre y autárquico,
13 MILL (1998), p. 85
9. esta autarquía no es absoluta y de llegar a serlo acarrearía sino efectos contrarios a los
propuestos como en el ámbito de la justicia se ha dicho.
La muerte no debe sernos de temer, aunque en la vida ultraterrenal se crea como la mayoría
de occidente actualmente hace, pues moderando nuestro actuar el resultado siempre será el
bien. En suma, esta filosofía es igual de válida tanto ayer como hoy por todo lo expuesto,
con matices que potencian su telos como lo presentado respecto a la justicia, moral y
equilibrio. Todo esto lleva sino a vivir efectivamente y en la dicha, procurarse la felicidad
de manera duradera y sostenida, no cayendo en el vicio de la abundancia y si así ocurre
saber desprendernos de nuestros bienes sin mezquindad, ya que nada son capaces de llenar
pues el vaso ya se haya rebosado por el alma y la moderación de los placeres mortales.
10. Bibliografía
FESTUGIÈRE, André Jean (1960). Epicuro y sus Dioses. Buenos Aires: EUDEBA.
GARCÍA GUAL, Carlos (2008). Epicuro. Madrid: Alianza Editorial.
EPICURO (2007). Obras. Madrid: Gredos
LUCRECIO (2013). La Naturaleza de las Cosas. Madrid: Alianza Editorial.
MONDOLFO, Rodolfo (1962). La Conciencia Moral de Homero a Demócrito y
Epicuro. Buenos Aires: EUDEBA
ROMÁN ALCALÁ, Ramón (2004). Lucrecio: la superación de la religión o una ética
sin dioses. En Convivium Revista de Filosofía, Nº 17, 2004, Universitat de Barcelona.
MILL, John Stuart (1998). El utilitarismo. Madrid: Alianza Editorial.