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Preston Blake miraba por la ventana de su despacho, en los Estudios Mutual de la
Avenida Griffith, en Hollywood. Sus cabellos empezaban a encanecer, pero en nada
se parecía al tipo de productor cinematográfico corriente. Medía un metro ochenta y
cinco y tenía un aspecto vigoroso y elegante, con una cicatriz sobre el ojo derecho
que no dejaba de recordarle, cada vez que se miraba en el espejo, sus inicios en los
barrios bajos. Se acercó a la mesa y pulsó un timbre.
- Anna.
Una voz contestó a través del interfono.
- Diga, sr.Blake.
- ¿Quién tenemos?
- A Andrew Moore y Beulah Jorgensen.
- ¿Beulah?
- Sí, señor, y ha dicho que es importante.
- ¿Cómo viene, con ojeras y aliento de whisky?
- Pues… no, señor, se le ve aseado y con el rostro luminoso.
- ¿Luminoso? Vendrá con alguna idea descabellada, como siempre. Primero que
pase Moore, por favor- exigió Preston.
Anna asintió y desconectó el interfono.
Andrew Moore era un hombrecillo bajo con un traje gris y llevaba un bastón con la
empuñadura dorada. Se quitó sombrero de fieltro al ver a Blake.
- Buenos días sr. Blake.
- Buenos días- contestó con desgana mirando unos papeles que había encima de la
mesa- ¿Y bien?
- Sr. Blake, tengo una gran estrella entre manos que puede ser un bombazo. Joven,
morena, veinte añitos…
- ¿Tiene alguna experiencia?
- No, no creo…- balbuceó Moore- pero la he visto en unas pruebas.
- ¿Pruebas? ¿De qué tipo?
- Eran para un book, para una revista de moda.
Blake continuó mirando los papeles sin levantar la vista de ellos. Se hizo un silencio
en el despacho. Moore daba vueltas al sombrero visiblemente nervioso.
- ¿Te has comprometido a algo con ella?- preguntó Preston.
- A darle un papel en su próxima película, sr. Blake. Un papel corto, naturalmente,
pero que sea lúcido e intenso, opino yo.
- Si…algo así- el tono de Blake era algo irónico- pero ahora tenemos muchos
problemas, no podemos competir económicamente con otras compañías, los
accionistas me están acosando y no tengo tiempo para hacer pruebas a chicas
monas además embarazadas. Estamos en 1947, ha habido una guerra, la gente
vuelve a sus casas y sus familiares les esperan. Las cosas que se cuentan ahora no
serán las mismas que se contaban antes de que toda esa gente se fuera al frente.
Véte a ver al Dr. Ritter y que atienda a esa chica en todo, ¿de acuerdo?
- Si, sr. Blake- dijo Moore con la mirada en el suelo.
Preston le fulminó con la mirada y Moore cerró la puerta inclinando la cabeza.
- Anna, ¿quedaba alguien?
- Beulah aún no se ha marchado y hace un minuto llegó Maurice Berger.
- ¿Quién? ¿Maurice? ¡Vaya! dígale que pase, haga el favor.
Maurice Berger entró vestido con una chaqueta amarilla, un pañuelo rojo en el
cuello, un pantalón blanco y zapatos impecables. Era alto, moreno y con un bigotito
que le daba aspecto de italiano romántico.
- ¿Cuál es el problema ahora?- preguntó Preston con rapidez.
- Mira Preston, yo no puedo trabajar con esa actriz- refunfuñó Maurice.
Blake miraba al techo con las manos cruzadas sobre el pecho.
- ¿Por qué?
- Es absorbente, tiránica, en fin, una bruja. Ya lo se, es una estrella ¡pero yo
también!
Preston bajó la vista y la dirigió a Maurice sin decir nada. Se levantó de la silla y
empezó a pasear por el despacho ahora con las manos atrás, mientras Maurice
estaba hundido en sillón y observaba los movimientos del jefe. Éste se detuvo y le
volvió a mirar.
- Maurice, hace cinco años que soy productor-jefe de estos Estudios. ¿No es así?
- Si, claro- contestó con la expresión de un borrego que va al matadero.
- Bien- prosiguió- ¿Y sabes que un cargo de esta naturaleza da muchos problemas,
verdad?
Maurice asintió con la cabeza mirando al suelo enmoquetado.
- Sabes que no es la primera vez que vienes aquí a contarme una sarta de
estupideces. Que si la estrella esto, que si la estrella lo otro, que si cobro menos que
ella, que si el guión no está a tu altura, que si las fotos de estudio no son como te
mereces…Y yo tengo que aguantar tu paranoia, porque tengo la desgracia de
haberte conocido hace tiempo, Maurice, circunstancia de la que te aprovechas muy
bien. Vienes constantemente a este despacho a lloriquear un trato de superestrella y
luego presumes por ahí de que consigues de mi lo que quieres. Pues todo eso se
acabó- concluyó Preston con dureza.
Maurice se arrojó a sus pies y le agarró las piernas, sollozando como un niño.
- Por favor, Preston, ayúdame.
Blake se inquietó de la reacción de su amigo y aguardó a que se incorporara.
- Preston no es la actriz, es mi mujer, tengo muchos problemas con ella.
- ¿Qué tipo de problemas, Maurice?
Se secó las lágrimas y se acercó a él.
- Si se separa me suicido, Preston.
- Pero Maurice… si no la quieres. Ahora se nota que eres actor. Escucha, lo se hace
tiempo.
Berger miró a Blake con cara de alucinado.
- La odio, es verdad- dijo con voz ronca- mi carrera no va bien, eso lo se, no hago
mas que estúpidos papeles de galán latino y ella además tiene a su poderoso padre,
por lo tanto si me separo de ella nadie me dará trabajo y me arruinaré en pocos
meses. Por eso te pido que me ayudes como amigo, no como jefe…
Preston suspiró profundamente.
-¿Qué quieres que haga?- preguntó con resignación el productor mientras la cara de
Maurice pareció iluminarse.
- Habla con ella, dile que tienes un papel serio para mi que me devolverá el
prestigio, que el asunto con esa joven es una aventura pasajera debida a mi fama.
- ¿Qué asunto?- jugueteaba Blake.
Maurice puso la expresión propia de sus papeles.
- Bueno, sabes que siempre me gustaron las jovencitas y ésta no hace más que
acosarme.
- Y te han descubierto a través de los detectives de tu suegro, ¿verdad?- afirmó
Preston con la seguridad de un fiscal.
- ¿Cómo demonios lo sabes?
- Lo se y basta- dijo Blake mientras se levantaba y le agarraba del brazo para
acercarle a la puerta- Hablaré con ella, a ver qué puedo hacer.
- Gracias, Preston.
Maurice le besó las manos y se despidió con un semblante nuevo. Confiaba
plenamente en su jefe.
Preston cerró la puerta y volvió al interfono.
- Anna ¿sigue ahí Beulah Jorgensen? Dígale que pase.
Cuando Beulah entró en el despacho, Blake estaba sentado en el sillón de cuero
rojo y no le saludó, sólo le invitó a sentarse y esperó. Beulah era un hombre de unos
treinta y cinco años con el pelo negro medio rizado y vestía un jersey azul sin
corbata, un pantalón gris y zapatillas de deporte. Preston rompió el silencio.
- Bien Jorgensen, supongo que el problema será importante porque tú no sueles
venir a menudo.
Beulah no contestó, bajó la cabeza y se sacudió con tranquilidad las arrugas del
pantalón para después hablar.
- ¿Por qué me vigilas?
Blake le miró con cara de asombro.
- ¿Qué yo te vigilo? ¿Pero de qué estas hablando? Supongo que te refieres a que
como productor superviso las secuencias rodadas cada jornada. Si te parece… no lo
hago.
- No, Preston, no es ése tipo de vigilancia a la que me refiero.
Blake estaba algo desconcertado, sabía que Beulah era un hombre serio y no
hubiera venido a verle por un asunto banal.
- Dime, ¿por qué hay un hombre todos los días en el plató tomando notas de todo lo
que digo y de todo lo que hago?
-¿Desde cuándo ocurre eso?- preguntó Preston algo ensimismado.
- Al segundo día de rodaje. Mi ayudante le preguntó qué hacía allí y le dijo que
tomaba notas de los decorados y de las luces y no se de cuántas cosas más para
una revista de decoración de amplia tirada en Hollywood- explicó Beulah.
Blake se acercó al teléfono y marcó un número.
- Soy Blake, póngame con la entrada principal. Harry, ¿ha entrado alguien en los
Estudios sin autorización últimamente.
Sonó una voz a través del auricular mientras Blake movía la cabeza negativamente.
- Bien…no, no, impídale la entrada si vuelve y avise a Anna, gracias.
Preston colgó el teléfono con gesto de preocupación y se sentó en el sillón. Beulah
le observaba porque no era frecuente que Preston Blake tardara en tomar
decisiones.
- Beulah, dudo que ese hombre sea un especialista en menaje…lo que me extraña
es que sólo haya ido por nuestro set.
- Quizá sea porque es el más importante- dijo Beulah con gesto divertido e imitando
a los monos como si se pusiera una corona.
- Déjate de bromas, esto no me gusta.
Beulah corrigió su comicidad con facilidad porque no podía ocultar una extraña
inquietud inconsciente.
- Bueno, ¿y quién es ese tipo?
- Es un agente del FBI- dijo Blake.
- ¿Del FBI? Vamos, no sabía que a esos bastardos les gustara el cine- opinó
Jorgensen.
Blake se levantó de nuevo, se acercó a la ventana y encendió un cigarrillo. Su
compañero enseguida comprendió que algo serio estaba sucediendo y el productor
descolgó de nuevo el teléfono.
- Anna, pónme con Norman Elliott, es urgente.
Beulah permanecía prudentemente en silencio con los brazos cruzados. No
transcurrió un minuto cuando Anna transfirió la llamada.
- Sr. Blake, el Sr. Elliot por la dos.
- ¿Qué tal, Norman? Te llamo porque voy a dar una fiesta de fin de rodaje de la
película de Tyrone, que se que a tu esposa le gusta mucho y quisiera que viniérais,
tu hijo también claro. Por cierto, Elliott, ¿te gustan las revistas de decoración? ¿No?
¿Entonces por qué me mandas a nuestros platós a uno de tus esbirros?
El tono de Preston era ahora más duro porque efectivamente estaba preocupado.
- ¿Cómo que es sólo en un estudio, me tomas el pelo, Norman?
Blake se quedó callado mientras Norman le iba contando y con la mirada en Beulah
prendió otro cigarrillo.
- Bien, bien, pues díle a tu secuaz que venga cuando le plazca, la Mutual invita a
desayunar, te espero con tu familia en la fiesta- cerró con ironía-. Adiós.
Beulah se removió nervioso en su asiento.
- ¿Qué es lo que pasa?
- Os están vigilando, a ti y a Fred Ames. Lo acabo de confirmar a través de Elliott.
- Esto es el colmo… ¡ni que fuéramos delicuentes por hacer películas!
- Escucha, Beu… En la última fiesta me encontré con Jonathan Owens, el hijo del
productor que ya conoces y cuando se despidió me dijo que me cuidara de varios
personajes que estaban a mis órdenes, que eran elementos peligrosos y me iban a
crear problemas. La verdad es que nunca he tomado en consideración a ese pobre
diablo y pensé que me lo dijo por los martinis de más que se había tomado, pero
quizá esto vaya más en serio de lo que creemos.
- Si te soy sincero Preston, yo sigo sin entender nada.
- Me temo que estos individuos no pululan únicamente en nuestra Compañía y que
tendrán agentes en todos los Estudios, grandes y pequeños. Espero que mañana
los retiren por si lo denunciamos. No obstante, no es eso lo que más me preocupa.
- ¿Entonces?
- Parece ser, según Norman Elliott, que habrá llamadas para comparecer ante una
Comisión del Senado.
- No lo puedo creer- replicó Beulah.
- Y también parece ser que en esa lista apareceis tu y Ames.
- Bueno, pues no pierda más el tiempo, haga de una vez la carta de despido, no
pienso trabajar en estas condiciones, me iré- dijo indignado Beulah Jorgensen.
- Vamos, tranquilízate, no pienso hacer semejante tontería, yo también formo parte
de este embrollo ¿no crees? Oye dime, ¿dónde se reúnen los escritores?
- En el club el 21- informó Beulah.
- Bien. Hablaré con Ames y después veremos- templó Preston-pero la verdad
tampoco acabo de entender todo esto. Se deben aburrir los políticos cuando no
tienen guerras que declarar.
Beulah cambió súbitamente de actitud para ser algo más enérgico.
- ¿Qué veremos, sr. Blake? Nos hablaste de un proyecto que nos entusiamó, que no
era otro que mostrar la corrupción de esta sociedad con presupuestos baratos.
Grandes directores y grandes escritores para rodar temas sociales, competir con
talento con otros presupuestos multimillonarios…por supuesto, y hacemos dos
películas y ya tenemos problemas. Tu viste los guiones y los aprobaste y
diariamente supervisas la proyección de lo que se rueda.
Blake asintió con la cabeza.
- ¿Entonces, qué les pasa ahora a los señores del Senado? ¿De qué tienen miedo,
de que se denuncie a una sociedad que tiene mucho que ocultar? Y a éste le llaman
el país de la libertad…- concluyó Beulah.
- El problema son los accionistas. Se asustarán y retirarán su confianza y su dinero
del proyecto y tendremos que volver a las comedias musicales, a los temas
religiosos o al western, que siempre es muy socorrido. No olvides que esto es una
industria.
Había sido un verano largo y caluroso. Iba a comenzar un otoño difícil. Cuando
Preston Blake se dirigió al Club el 21, lugar donde se reunían los escritores que
trabajaban en los Estudios el tiempo era frío y desapacible. En realidad iba a entrar
a la que llamaban “la jaula”, una especie de garito donde sus adeptos siempre
acababan borrachos y violentos. Apenas lo frecuentaba y aunque era algo
humillante para él tenía que hablar sin falta con Fred Ames. Atravesó la barra del
bar y las mesas, que tenían una mampara individual cada una en dirección al salón
verde, estancia cotidiana del gremio literario. Este grupo aglutinaba gente de todo
tipo: alemanes que habían huído del régimen de Hitler, franceses pedantes o
italianos vocingleros la mayoría. Fred Ames era americano, de New York y en cierto
modo menos vulnerable a una posible amenaza de repatriación por parte de las
autoridades. Preston se acercó a un camarero y le dijo que le avisara, que él le
esperaba en la barra. El camarero asintió con un movimiento de cabeza y se dirigió
al salón verde. Al poco tiempo un hombre alto de unos treinta y ocho años con el
pelo negro y una ondulación tan precisa que parecía peinada por un peluquero del
Estudio se acercó a él para estrecharle la mano. Preston se fijó en su porte elegante
y refinado y en su traje azul, su corbata rosa y chaleco florido.
- ¡Qué sorpresa sr.Blake, usted por esta cloaca!- dijo Ames con su voz agradable y
varonil- Supongo que será importante, de otro modo no encontraría justificada su
presencia aquí.
- Sentémonos- cortó Blake con un fuerte tono de mando en su amable consejo.
Ames le llevo a un rincón solitario de la sala y se sentaron.
- ¿Quiere tomar algo, sr. Blake?
- No, gracias.
- Yo tomaré un whisky- pidió un cutty sark con hielo- Bueno, usted dirá.
- Escuche Ames, tenemos problemas con las últimas películas.
- ¿Puede ser con las que tratan de temas sociales?-preguntó irónico el guionista-
Recuerde sr. Blake que nadie en el mundo tiene el poder sobre la vida y la muerte
en el mundo del espectáculo…
- Esta mañana ha estado en mi despacho Beulah Jorgensen. Vino a quejarse de
que le están vigilando. Un individuo tomaba notas de los diálogos y decía que era
para una revista de decoración, pero en realidad es un agente federal.
- ¿Cómo dice?- dijo Ames mitigando su inicial prepotencia.
- Sr. Ames, yo no le debo a usted nada, es más, debería considerarle mi enemigo
profesional siguiendo la antigua tradición de que el productor difiere en todo con el
escritor…
- Si, si, las estúpidas tradiciones… ¿se ha comprobado que es del FBI?
- ¿Usted cree que estaría aquí si no tuviera la certeza?
- Claro que no, claro que no.
- He hablado con uno de los superiores de ese agente, Norman Elliott, el cual me ha
confirmado que hay un hombre recopilando información en cada estudio de la
Compañía, pero parece ser que ya los han retirado.
- Vaya…escuche sr. Blake, me gusta usted, tiene clase y talento, no es el productor
al uso. Estoy muy contento con el trabajo que hago y con el enorme e inmerecido
salario que recibo y para un hombre con mis debilidades trabajar para usted es
como para un drogadicto hacerlo en una fábrica de heroína.
-Gracias. Esto es lo que vamos a hacer. Necesito una relación de todos los
proyectos de sus colegas escritores que estén bajo contrato en la Mutual. Eres el
presidente del gremio de escritores y puedes hacerlo.
Ames se acarició el cabello y miró al techo.
- Tendrá esa relación mañana.
- Bien. El proyecto no se va a detener porque es necesario salvar a la Compañía. No
podemos competir con los presupuestos de nuestros rivales, por eso tenemos que
hacer un cine económico pero brillante.
- Y comprometido- añadió Ames.
- Si, también y ahí reside la mayor dificultad. Los accionistas tendrán muchas dudas
al respecto porque son los que más sufren por los dividendos.
- ¿Pero y si tenemos un par de éxitos de taquilla y de crítica?
-Entonces todo será más fácil, desde luego, por eso necesito todos los proyectos
que tengáis en la cabeza.
Fred Ames asintió con la cabeza. Blake se ajustó la corbata y su gesto denotaba
que estaba satisfecho con el encuentro. Ames, con una media sonrisa, le miró con
simpatía, ignorando que Blake no le había dicho que podría ser citado para una
comparecencia en el Senado.
Estaba de pie en una sala de estar que tenía dos sillones, una mesa de cristal entre
ellos con ceniceros, revistas de modas y de actualidad sobre ella y por la ventana
entraba un tibio sol de otoño. Andrew Moore tenía su sombrero de fieltro en la mano
y con un pañuelo se secaba el sudor de la frente y de la cara mientras paseaba
intranquilo. Gladys Dempsey estaba sentada en uno de los sillones y miraba a
Moore. Era una chica rubia, pero ni fea ni guapa. Tenía los ojos azules y el pelo muy
bien arreglado. Parecía algo temerosa y encendió un cigarrillo.
- Andrew, me estás poniendo nerviosa con tanto paseo.
Su voz nasal y desagradable se dejó oír en la salita. Andrew le miró enfurecido pero
no dijo nada al instante, después exclamó sin dejar de pasear:
- ¿Pero cuándo demonios va a salir ese médico?
Cuando una de las puertas de la salita se abrió, apareció un hombre de unos
cuarenta y cinco años con el pelo rubio y un bigote pelirrojo, con cara de pocos
amigos. Moore se acercó al doctor visiblemente alterado.
- Vengo de parte del sr. Blake- dijo enseñándole una tarjeta.
- Ya lo se. ¿Es esa la chica?
- Si.
- ¿De cuántos meses está?
- ¡Ah, no lo se!- masculló Moore.
- Pregúntela- ordenó el Dr. Ritter.
- Gladys, cariño, pregunta el doctor que cuantos meses hace que estás
embarazada.
- No lo se con exactitud, yo no me fijo en esas cosas- dijo Gladys con gesto distraído
mientras fumaba y se miraba las uñas.
El Dr. Ritter suspiró mirando a la chica.
- Está bien, pase a la sala y desvístase.
- Andrew, ¿qué van a hacer?
- Gladys, es una simple exploración de tus pechos y de…bueno,¡no se!-dijo Moore.
- Señorita, ignoro quien es usted pero no me importa- dijo el doctor con voz ronca y
autoritaria- pero supongo que sabrá que vamos a practicarle un aborto.
Gladys le miró con los ojos muy abiertos y empezó a llorar. Andrew Moore se inclinó
y le agarró de las manos con delicadeza.
- Cariño, es una cosa muy fácil y sin ningún peligro.
El Dr. Ritter apartó a Moore de la chica para evitar escenas.
- Señorita…
- Dempsey- dijo Gladys.
- Todos los abortos tienen sus riesgos y su peligrosidad depende sobre todo de los
meses de gestación del embrión, por eso tiene que decirme el tiempo de su
embarazo.
Gladys le miró aterrada y contestó con un hilo de voz.
- Hace seis meses que me falla la regla.
- ¡Seis meses!- tronó Ritter mirando fijamente a Andrew.
- Doctor, yo no sabía nada ¡se lo juro!
- Está bien, pase al cuarto y desnúdese, señorita Dempsey.
- Si doctor, lo que usted diga.
- Y usted espere aquí- le dijo a Moore con cierto desprecio-o váyase a tomar una
copa al bar de aquí al lado porque esto puede tardar.
- Bien doctor. ¿No habrá ningún peligro, verdad?- preguntó Moore con una mirada
pícara y maliciosa. Ritter le volvió a mirar con desdén.
- ¿Sabe una cosa, representante? Cada día odio más a la gente del cine, no porque
no me guste, sino por la gentuza que le rodea. Usted ha traído a mi clínica a esa
chica engañada con falsas promesas que usted sabe que no va a cumplir. Estas
ingenuas se lo creen y vienen a esta ciudad dispuestas a comerse el mundo. Se
acuestan con el primer desaprensivo que les ofrece un triunfo rápido y presumen de
sus contactos en la Industria, gente importante que le dará un papel en su próxima
película.Y ahora no sólo no tiene el papel prometido sino que estará dentro de un
momento en la mesa del quirófano. Pero tenga usted en cuenta, famoso
representante, que tengo mis dudas sobre el éxito de la operación porque el
embarazo está muy avanzado. De hecho, creo que no practicaré este aborto. La
chica tendrá a la criatura. No aquí, desde luego, sino en un hospital.
- Pero Blake me dijo que…-interrumpió Moore.
- Blake no le dijo nada, sólo que la trajera aquí para ver cómo estaba, nada más.
- ¿Y si pasara algo, doctor?
- A pesar de que a usted no le importaría nada por ella sino por su carrera, desde
luego pase lo que pase no será en mi clínica.
Ritter entró en la sala, donde le esperaban Gladys y la enfermera y Moore bajó al
bar de la esquina. Pidió un whisky y marcó un número en el teléfono del local.
Contestó una voz femenina. Andrew asentía con la cabeza mientras su rostro se iba
transformando de la tensión al alivio hasta llegar a una sonrisa.
- Gracias, gracias, te llamaré luego- dijo al colgar.
El representante se encaminó de nuevo a la barra del bar y se bebió el whisky de un
trago, después se frotó las manos de alegría. Pagó y subió rápidamente a la clínica,
dejó el sombrero en el sofá y se acercó a recepción.
- ¿Falta mucho?
- Creo que está acabando la exploración- contestó la enfermera con voz mecánica.
- ¿Pero no habrá intervenido?
- No lo se- le contestó enojada y mirando unos papeles.
- Por favor,¿quiere usted mirar y decirle al Dr. Ritter que no haga nada?- suplicó
Moore angustiado.
Ella accedió y entró en la sala. Moore fumaba aceleradamente. Al poco tiempo salió.
- El Dr. Ritter saldrá enseguida, señor.
El doctor apareció quitándose unos guantes de goma de las manos.
- ¿Qué ocurre sr. Moore, a qué vienen ahora esas prisas?
- Doctor, no le habrá intervenido, ¿verdad?
- Pues más bien no, sr, Moore- contestó extrañado- ¿es que ya ha cambiado de
idea, así, en quince minutos?
- Me la llevaré enseguida y no se preocupe, yo cuidaré de ella.
- Escuche sr. Moore, si esa chica sale de aquí y va a otro médico a que le provoque
el aborto puede morir, y si muere, yo mismo le denunciaré ¿está claro?
- Oh, no se preocupe, nada de abortos- concluyó Moore.
En ese momento salió Gladys arreglándose el vestido.
- Andrew, no me han hecho nada, el doctor ha sido muy amable- dijo con tono
mimoso.
- Claro cariño, ya te lo dije- contestó Moore alegre.
Ritter miraba confuso la escena. Andrew le agarró levemente del brazo y le apartó
de Gladys y de la enfermera para hablar con él en clave confidencial.
- Escuche, doctor. Tengo un papel para esa chica. Me han llamado de la oficina y
tengo que ir mañana con ella. No harán falta ni pruebas, la contratarán. ¿Qué
importa su estado? Le pondrán una faja para disimular su tripita y listo, porque no
tiene que hacer ninguna escena de ropa interior.
- Pero piense que una faja le puede provocar hemorragias con fatales
consecuencias, sr. Moore.
- Bueno ¿y eso qué importa? Estaba trabajando… ¿Cómo podía yo adivinar que
estaba preñada?- dijo haciendo gala de su cinismo.
Ritter suspiró y se retiró sin decir nada pero no podía ocultar su contrariedad y
negaba con la cabeza.
- Gladys, cariño, vamos, que mañana tenemos que trabajar- se regodeaba Moore.
La chica se puso el abrigo y se dirigió al doctor para darle la mano. Este le miró con
compasión y algo de temor y después miró a Moore.
- No olvide lo que le he dicho, representante.
- No se preocupe, gracias, y pase la minuta a mi oficina.
Andrew agarró del brazo a Gladys y se dirigió a la puerta con rapidez, no sin antes
dedicarle una última sonrisa a Ritter.
- Pobre chica- le dijo al doctor a la enfemera con tono apenado.
NEW YORK
Una larga limusina azul rodaba por las calles. Preston Blake mal dormía en el
asiento trasero. Acababa de llegar de Los Ángeles para entrevistarse con los
accionistas de la Compañía. Si conseguía convencerles de que el proyecto podía
ser rentable y además proporcionar prestigio a los Estudios se salvarían de la
quiebra muchas familias. Pero el proyecto, aún saliendo adelante, podía convertirse
en blanco de las investigaciones del Senado norteamericano. A pesar de las
palabras tranquilizadoras de Elliott, su agente amigo del FBI, no se fiaba del todo.
Tenía profesionales a su cargo bajo una extraña sospecha y no tenía demasiada
confianza en que los miembros del Consejo de Administración lo ignoraran. Sólo
tenía la certeza de que tres de los accionistas estarían con él de antemano, pero el
grupo de los accionistas del sur siempre se mostraba receloso a nuevos proyectos.
Pero si Preston Blake estaba al frente de la producción de los Estudios Mutual era
porque el mayor accionista de la Compañía no era otro que su suegro, Chester
Cross y eso siempre era una garantía para él. Estos y otros pensamientos acudían a
su mente mientras el coche se deslizaba por Madison hacia la Quinta Avenida, lugar
donde se celebraría la reunión. Al llegar al edificio Moran el coche se detuvo. Blake
se apeó con un sombrero en la mano y un abrigo en la otra, era una mañana muy
desapacible. Se dirigió con paso rápido a la entrada principal, donde un portero
uniformado le saludó llevándose la mano a su gorro. El ascensor le subió al piso 37.
Al salir, vio que el secretario de la reunión le estaba esperando.
- Buenos días, sr. Blake.
Un largo pasillo con una alfombra roja les condujo a la sala de reuniones donde
esperaba el Consejo. Al entrar, Preston pudo ver la larga mesa repleta de carpetas,
bolígrafos, ceniceros, vasos y pequeñas botellas de agua mineral, en cuyo centro
había un enorme ramo de flores. Era el último en llegar y Edward Qualen se levantó
con una sonrisa para darle la bienvenida.
- ¿Qué tal el viaje, Preston?- preguntó con amabilidad.
- Espero que menos turbulento que esta reunión.
Edward soltó una carcajada y le acompañó a su asiento, mientras la mayoría de los
asistentes le saludaba con la mirada. Blake se sentó a la derecha del presidente, su
suegro Chester Cross. Abrió la carpeta y depositó un montón de papeles sobre la
mesa. El humo de los puros comenzaba a colapsar la estancia de calor humano y
Chester indicó al secretario que pusiera en marcha el extractor. Blake rechazó
amablemente un habano y bebió un poco de agua. Cuando todo el mundo se hubo
sentado en su lugar, Chester Cross se levantó. Era un hombre alto con el pelo
blanco y llevaba un traje azul marino con una corbata gris perla, al que se le
empezaban a notar los achaques de su edad y de su cargo.
- Señores, estamos reunidos en Asamblea general extraordinaria de accionistas a
petición del jefe de producción de los Estudios, el señor Preston Blake, para quien
pido un cálido aplauso.
Todos los presentes soltaron sus puros y aplaudieron a Blake, que observaba a
todos mientras saludaba con la cabeza agradecido.
- Los aquí presentes sabemos que este tipo de reuniones extraordinarias sólo se
producen una vez al año- prosiguió Chester- y aún desconocemos el motivo de ésta,
pero si el señor Blake se ha dignado a venir- le sonrió- es que debe ser de la
máxima importancia- hizo una pausa-. Casi todo el mundo en este país nos tiene en
muy baja estima, ya que dicen que llegamos aquí con veinte dólares cosidos al forro
del abrigo, que nos dedicábamos al oficio de sastres y nos hemos hecho ricos
especulando. Lo cierto es que, sea como fuere, tenemos en nuestro poder medios
culturales de la magnitud del cine y algunas emisoras de radio, además de algunas
rotativas de prensa. No hemos reparado en gastos a la hora de emprender
proyectos dignos a favor del entretenimiento de la sociedad. Algunas cosas no están
mal, digo yo- risas-. Quizá es por eso por lo que Preston nos va a hablar de su
nuevo proyecto, en el que a nivel personal sospecho que no a va a revertir enormes
beneficios a la Compañía a cambio de obtener prestigio- concluyó-. Bien Preston,
cuando quieras.
Preston se levantó y se hizo un silencio expectante en al sala.
- Señores, en primer lugar hay que concentrar los recursos y buscar los medios de
volver a atraer al público al cine. El descenso del número de espectadores de las
últimas películas es ya suficientemente preocupante como para no pensar en
ello. Todos ustedes saben que el Departamento de Justicia ha intentado varias
veces quebrar el control y dominio sobre nuestras producciones,
afortunadamente sin éxito. Hoy en día, también los exhibidores quieren una
mayor participación sobre las producciones que ofrecemos. Tenemos la mayoría
de los mercados cerrados, la subida de los precios, las nuevas escalas
salariales, los sindicatos, que ya no se dejan sobornar y tenemos también que el
Gremio de escritores piensa nombrar a Fred Ames como candidato a
Gobernador de California, sin olvidar que la televisión ya se ha convertido en un
peligro real. Además, una gran parte de la población se ha ido a vivir al campo
por la carestía de la vida, con lo que los circuitos de exhibición en las grandes
capitales se han resentido claramente a la baja de forma alarmante. Nuestra
Industria ha tenido siempre el suficiente talante conciliador con el Poder como
para evitar problemas y escándalos, pero últimamente me preocupa que
cualquier Comisión del Senado se ponga a investigar, primero nuestras finanzas
y segundo, los comportamientos supuestamente “liberales” de nuestros
miembros. No olviden que tenemos a Fred Ames bajo contrato en nuestra
Compañía.
Los accionistas escucharon a Preston la mayoría con cierta expresión de
asombro y se hizo un silencio sólo roto por el agua derramándose en algunos
vasos.
- Lo que me extraña- continuó Blake- es que ustedes no parezcan estar al
corriente a juzgar por la expresión de sus rostros.
- Si estamos informados, Preston- levantó la voz Chester Cross-. Lo que has
expuesto es desde luego muy grave para nuestros intereses y los de la Industria
¿pero sabemos de las otras Compañías?
- Están como nosotros, asustados- dijo Blake.
- Pero como tú has dicho, Preston, siempre hemos colaborado para que no
hubiera nada que comprometiera al Departamento de Justicia-intervino Lenny
Cougar, accionista de Chicago-.
- Lo se, pero esto es otra cosa. Durante más de una semana hemos tenido
agentes del FBI rondando por los Estudios.
Se escucharon sonidos de sorpresa en la sala. Los accionistas encendieron de
manera agitada los habanos y murmuraban sin parar.
- Preston ¿por qué no has empezado por ahí?- le preguntó su suegro.
- Porque en principio no era mi intención comunicarlo a la Junta, pensé
solucionarlo a mi modo, pero las cosas ya no se pueden arreglar con simples
componendas- explicó Blake.
Chester se llevó las manos a la nuca y miró pensativo a los asistentes, mientras
Preston continuó su discurso.
- Calma, por favor, calma. He traído los guiones de los últimos trabajos de los
escritores que tenemos en nómina.
- ¿Y eso que quiere decir?- preguntó una voz del fondo.
Preston iba a responder cuando Chester Cross dejó la postura que había
adoptado y se levantó.
- Preston, perdona. ¿Has hablado con Elliott sobre esa vigilancia?
- Desde luego.
- ¿Y?
- Que no debía preocuparme y que retiraría la vigilancia, que era pura rutina.
- ¿Y tú lo crees?- preguntó Lenny Cougar.
- Por supuesto que no, conozco a Elliott.
- ¿Puede ser Fred Ames el motivo?- inquirió de nuevo el de Chicago.
- Es posible, si.
Chester Cross se volvió a sentar y dedicó a todos una sonrisa socarrona.
- Vamos a tener una tarde bastante larga. Señorita, tome nota y tráiganos café y
canapés variados.
Más que a la tarde, a la mañana siguiente se abrió la puerta de la sala. Chester
Cross y Preston Blake salieron juntos. Preston se alisaba el cabello y arreglaba
la corbata y Chester encendía un cigarrillo.
- Has fumado mucho esta noche, Chester.
- Ya lo se.
- Eso no es bueno.
- Hombre, ¿ahora te preocupas por mi salud?
- No es tu salud lo que me preocupa, sino tu posición en la Compañía y tu
sentido de los negocios, y tu inteligencia al respecto, desde luego. Te estoy muy
agradecido, si no hubiera sido por tu apoyo todo hubiera fallado.
Chester le miró con la sonrisa fácil y le echó la mano por el hombro.
- Shakespeare decía que los puñales, cuando no están en las manos pueden
estar en las palabras, que mentir sólo conviene a los comerciantes. El destino,
querido Preston, es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que las
jugamos. Dejemos que todos los rumores y las malas noticias que todos
tememos se revelen por sí solas si lo tienen que hacer y cuando lo hagan,
descargaremos el golpe, puedes estar seguro. ¿Cuándo sales para Los
Ángeles?
- Quiero irme esta misma tarde. Tengo que convencer a Ames para que se retire
de la candidatura a Gobernador.
- ¿Crees que aceptará?- preguntó Chester.
- Ames es un hombre razonable. Además, de presentarse, dudo que gane, sólo
hace ruido y la verdad que tanto ruido para tan poco no beneficia a nadie, ni a la
Compañía ni a él mismo, que su función es la de escribir guiones.
Chester asintió con la cabeza mientras pulsaba el botón del ascensor.
- Hasta la vista, Preston.
Preston llegó a Los Ángeles y el día también estaba lluvioso. Un coche le esperaba
en el aeropuerto. Sin pasar por su casa, se dirigió rápidamente a su despacho,
saludando con la cabeza a todo el que se cruzaba con él por los pasillos. Anna, su
secretaria le recibió con su sonrisa habitual.
- Buenos días, sr. Blake, como usted me dijo, el sr. Ames le espera en su despacho.
- Bien, gracias, Anna, no me pase llamadas.
Preston entró.
- Te encuentro bien a estas horas de la mañana.
Ames, a través del humo que expulsó de su cigarrillo le miró con tranquilidad.
- Preston, no creo que la hora que sea te importe demasiado. Algo grave está
ocurriendo o va a ocurrir.
Blake encendió un cigarrillo y preparó café del termo que Anna siempre dejaba en la
mesa.
- No, no me importa, Fred.
- ¿Qué tal por N.Y.?
- Ya te puedes figurar, una reunión de veinte horas- dijo Blake bostezando.
- Caramba ¿y cómo está Chester?
- Bien, demasiado bien, se está confiando otra vez. Fuma y bebe como si tuviera
cuarenta años y después del infarto que tuvo el año pasado debería cuidarse mucho
más, pero ya sabes como es.
- Si, claro, de la vieja escuela.
Se hizo un pequeño silencio.
- ¡Ah! y también se puso poeta.
- ¿Poeta?- preguntó extrañado Ames.
- Si, me recitó unos pasajes de Macbeth.
- Bueno, Preston ¿vamos al grano?- cortó Fred.
- Si, bueno, gran parte de la reunión giró en torno a tu candidatura para Gobernador
de California.
- Vaya, no sabía que fuera tan importante.
- Quieren que no te presentes a las elecciones- dijo más sombrío.
- No creo que suponga un problema, ya que el Gremio de escritores se ha tomado la
molestia de retirar la candidatura por mí.
- Eso aclara bastante las cosas.
- Si, supongo.
Ames no le quiso dar más importancia al asunto.
- ¿Y sobre el listado que te di de los guiones, qué dijeron?- preguntó mirándose las
uñas con frialdad.
- Quise dejar claro que vamos a operar sobre una base muy distinta, de una forma
completamente independiente en el aspecto creador, que creo que ya iba siendo
hora, pero he tenido que aceptar que impongan a Edward Qualen de New York
como supervisor y enlace entre la Junta de Accionistas y yo.
- Qué pasa ¿ya no se fían de ti?
- Si, pero porque Chester me apoya y porque han ganado mucho dinero en estos
años. No saben como va a responder la taquilla y es lógico que se quieran cubrir las
espaldas. Ellos también son los que invierten, Fred.
- Qué perros, siempre juegan a caballo ganador- maulló Ames indignado.
Blake sonrió.
- ¿Te acuerdas de aquel tipo, cómo se llamaba?...Moses Hatling ¿aquel productor
que nunca se embarcaba en presupuestos de más de tres millones de dólares?
Tenía claúsulas de penalización, a los actores les hacía sudar tinta y aunque la
película fuese un éxito y recaudara veinte millones si el presupuesto en la siguiente
película se sobrepasaba, penalizaba a la compañía…era un personaje, pero ese
cabrón tenía talento para la organización.
- Si, y tu empezaste con él- puntualizó Ames.
- Cierto, así que empecé a comprender no sólo a ese tipo, sino a todo lo que rodea
la Industria. Todos aspiraban a conquistar su puesto, sobre todo por lo que
significaba a nivel social, de poder poseer mansiones, propiedades, mujeres
elegidas a dedo…pero no se daban cuenta de que no tenían el olfato de Moses y
que dilapidaban sus ganacias en pocos años en fiestas privadas. Mientras, el
avispado productor estaba siempre a la caza de nuevos talentos y guiones eficaces.
Aprendí el oficio y sobre todo que tres millones de dólares bien administrados
pueden dar mucho de sí. Lo digo porque creo que eso es precisamente lo que
vamos a hacer y de lo que vamos a disponer para el nuevo proyecto. No vamos a
hacer “Lo que el viento se llevó” o “Guerra y Paz”. Tenemos que canalizar nuestras
energías y recursos en que con presupuestos moderados podemos hacer películas
magnificas y para eso, entre otras cosas, necesito buenos escritores.
- Yo te digo los temas- interrumpió Ames-. La calle, la vida, los problemas
cotidianos, la gente humilde, las lacras que padece este país y todos las callan.
Llevamos veinte años contando lo que le pasa a los ricos y si narramos historias de
gángsters que se salen del arroyo al final los mandamos a la silla eléctrica, cuando
todos sabemos que ese cruel instrumento tenía que ser sufrido por otras personas
más responsables de los delitos que se cometen. Uy, uy, uy, Preston, me parece
que sueña a quimeras y a comunismo- sonrió Ames con escepticismo.
- Los comunistas no son liberales, Fred- contestó Blake- En fin, necesito que contéis
conmigo para hacer lo que siempre habéis necesitado, lo que siempre habéis
querido contar.
- ¿Y Edward Qualen?
- De eso se encarga producción. De todos modos, si alguien va a dificultar nuestra
empresa hay que mirar mucho más allá de Qualen.
Sonó el teléfono. Blake levantó el auricular. Era Anna.
- ¿Maurice? Sabes que con él no hay peros que valgan- dijo enérgico Preston.
- Bueno Preston, hay te dejo con esa gloria. Hasta la vista.
Ames se dirigió a la puerta y salió. Maurice Berger entró en el despacho con la
mirada algo extraviada.
- Preston, necesito que me ayudes.
- Maurice ¿ahora qué te pasa?
- Mi mujer, la muy perra, quiere el divorcio.
- Pues concédeselo- dijo Blake frío como el hielo.
- No puedo Preston, sería mi ruina, ya lo sabes. Estoy acorralado. Preston, necesito
un papel importante, un papel dramático, algo que me saque del encasillamiento en
el que estoy. Me asustan los nuevos valores, la nueva plantilla de actores jóvenes,
porque yo ya estoy algo pasado. No, mejor dicho ¡estoy acabado!- gritó.
- ¿Qué quieres que haga? Ya sabes que estoy contigo.
Maurice comenzó a calmarse un poco, se acercó a Preston y le dijo con voz grave:
- Mi representante me ha dicho que algo se está cociendo en tu cabeza, que tienes
un gran proyecto en marcha, dime que es verdad.
- ¿Y tú qué demonios sabes?- preguntó Preston algo ofendido.
- Sabes que ella es una rata y siempre escucha y no olvides que también es agente
de algunos escritores- explicó Maurice.
- Pues ya lo sabes. Y que me vas a pedir ¿que te dé el protagonista, verdad?
- Preston, tú sabes mejor que nadie que he dado a ganar mucho dinero a la
Compañía y ahora exijo un papel más acorde con mi fama- dijo con tono altivo.
Preston suspiró y encendió un cigarrillo.
- Bien Maurice, parece que quieres enfrentarte de una vez con la realidad, con tu
realidad. Pues sea.
El tono de Preston no era paciente y comprensivo sino desafiante y amenazador.
- Lo necesito.
- Y no creas que me has hecho ganar tanto dinero a mí y a la Mutual porque tus
últimas películas han sido un fracaso de taquilla y ya no tienes ese gancho que
tuviste en otros tiempos, porque sí es cierto que algunas de tus películas fueron
éxitos hace diez años, pero últimamente has cosechado fracaso tras fracaso y
ningún film ha recuperado ni siquiera los costos de producción. ¿Y que me dices de
los constantes escándalos que he tenido que tapar para que tu imagen y tu vida
privada no se haya visto perjudicada? ¿Te acuerdas de aquella menor, Maurice?
Tuve que pagar a los mejores abogados para que no acabaras en la cárcel. Además
no se si recordarás que he convencido una y mil veces a tu mujer para que no inicie
el proceso de divorcio. ¿Crees que alguien te va a creer haciendo el papel de un
honrado trabajador y padre de familia?
Maurice estaba hundido en el sofá. Se había derrumbado y no dejaba de llorar.
Preston le miraba con gesto compasivo y recordaba cuando entraba en el despacho
con unos veintiséis años de manera jovial, elegante, con su pelo negro y su bigotito
que hacía furor entre las señoras. Pero ahora tenía más de cuarenta y aunque no
era una edad peligrosa para la profesión, las continuas juergas, el alcohol, las
drogas y el sexo habían deteriorado aquel bello rostro y lo habían convertido en una
especie de máscara llena de arrugas y ojos prominentes. Aquello ya no era un
galán, era un producto de la sala de maquillaje, algo así como Frankenstein. Preston
se acercó a él, le agarró por los hombros y le levantó. Le secó las lágrimas, le
colocó el pañuelo que llevaba al cuello, le pasó la mano por el pelo y le acarició
brevemente la mejilla. Maurice estaba inmóvil como un niño, sin decir nada.
- Ahora vete a casa, date una ducha y acuéstate. Veremos a ver lo que puedo
hacer.
Le acompañó hasta la puerta. Maurice se volvió y le dio las gracias de todo corazón
a su amigo.
- Anda, anda, ya hablaremos, Maurice. Adiós.
Al salir Anna le miró con ternura. Preston reaccionó con rapidez.
- Anna, nunca te compadezcas de un actor. ¿Cuántas llamadas quedan?
- Su mujer, le espera en el Club de tenis para comer.
Llegó sobre las trece horas al Club de tenis. A lo lejos se veía un lago rodeado de
altos y frondosos árboles. Marcia, su mujer, raqueteaba precisamente con la todavía
esposa de Maurice Berger. Preston la saludó y le indicó donde les esperaba.
Acababan de terminar el partido y se dirigían a las duchas. Preston pensaba que era
un buen momento para hablar con Virginia Christine y si debía decírselo primero a
Marcia, concluyendo para sí que él era el productor y él era el que arreglaba los
problemas. Virginia Christine era hija única de uno de los banqueros más poderosos
de Nueva York. Al casarse con Maurice, se trasladó con él a Los Ángeles. Era de
estatura media, pelo castaño, ancha de caderas y un poco dada a la obesidad.
Parecía una mujer sana y con sentido del humor, como cualquier chica americana
de su posición. Marcia Cross, en cambio, era alta, morena, con una mirada
penetrante y muy dada a la ironía, de principios muy fuertes y arraigados como su
padre, Chester Cross.
Blake estuvo quince minutos esperando hasta que se encontraron los tres en la
mesa.
- ¿Quién ha ganado?- preguntó Preston.
- Ella, como siempre-dijo Virginia señalando a Marcia- siempre gana, esperaba que
una derrota le hiciera más humilde.
- Idiota- sonrió Marcia secándose el cabello.
Blake llamó al camarero y pidieron unas bebidas, después miró fíjamente a Virginia.
- ¿Qué tal Maurice?
- ¿Y tú me lo preguntas? Tú sabrás, pasa más tiempo contigo que conmigo.
-¿Has visto su última película? Está muy gracioso, muy varonil- templó Marcia.
- Será en la pantalla, porque en casa es un verdadero desastre- matizó Virginia.
Se hizo un silencio. Marcia daba vueltas a la bebida con la mirada en la pista de
tenis y al ver que su esposo encendía un cigarrillo esperaba a que Preston le dijera
algo importante.
- Escucha Virginia, no creas que estoy aquí para hacerme el encontradizo contigo,
para actor ya tenemos a tu marido. Marcia me ha llamado al despacho y hemos
quedado para comer, ha sido una casualidad el verte aquí, que quede claro. Todos
sabemos que Maurice está pasando por una mala racha. Tienes razón, sú última
película no tenía gracia y él no estaba varonil como dice Marcia. Está muy
desanimado, pero más por tu petición de divorcio, creo yo, o más bien amenaza de
separación.
- ¿Amenaza? No, no es una amenaza, voy a separarme de él.
El tono indiferente y despreciativo de Virginia enfurecía por dentro a Preston.
- Está bien- dijo Preston con ira contenida- puedes separarte si así lo deseas, ya
que es tu vida y tu matrimonio, pero sabes muy bien que Maurice es débil y está en
su peor etapa profesional, no creo que sea lo más adecuado abandonarle en estos
momentos.
- Para eso estás tú, su gran amigo, para ayudarle.
Marcia se percató de que Preston estaba alterado.
- Vamos a ver ¿por qué no me habías dicho nada? Soy tu amiga, Virginia.
- No merecía la pena, me separo y ya está. Si no quisiera hacerlo te habría pedido
consejo, pero es una decisión tomada en firme, así que Maurice se las arregle como
pueda.
- Bien, bien, te separas y ya está- dijo Marcia- pero al menos cuéntanos los motivos.
- ¿Motivos? Ese idiota ni siquiera los merece. Es un engreído y todavía se cree que
es un galán que hace desmayar a las mujeres a su paso… ¡es patético!
- No decías eso cuando hace diez años me suplicabas que te lo presentara-
intervino Preston con aire rencoroso.
- Si, es cierto, pero como bien dices fue hace diez años y era una aventura que
podía ser divertida, pero me he dado cuenta que ese espadachín macho y tenorio
de la pantalla no es más que un fantoche. Me enamoré de una ilusión, una de tantas
que el maldito cine nos hace creer, cosas que en realidad no son más que tramoyas.
Es inculto, presumido y sin una pizca de sentido común, bebe mucho y se que juega
con jovencitas, aunque él dice que es para promocionar sus películas, como si yo
fuera tonta, vamos por favor.
- Pues has tardado en darte cuenta ¿no crees?- reprochó Blake.
- Te equivocas, me di cuenta hace mucho tiempo, pero quise darle algo de
esperanzas, sobre todo para no darle un disgusto a mi padre. Pero ya hay poco que
ocultar, ya se lo explicaré.
- Entonces está decidido- dijo Marcia apesadumbrada.
- Desde luego- contestó tomando un trago de su gin-tonic.
Blake permaneció callado, su táctica no había dado el resultado que esperaba y no
sabía cómo continuar la defensa de su amigo. Prefería además que su esposa no se
enterara de más desmanes de Maurice por la lengua viperina de Virginia. Trató de
relativizar el problema, no le parecía tan grave si lo enfocaba de un modo práctico
en términos de publicidad de la nueva película. Más incierto era cómo encajaría
Maurice la oleada de los medios de comunicación y la más que segura campaña de
desacreditación hacia él de Virginia en la prensa sensacionalista. Pensaba que
mucho tendría que haberle gritado en sus continuas borracheras, porque una mujer
no hablaba con ese resentimiento de un hombre si no había sido herida en lo más
profundo. Las preocupaciones aumentaban y sentía sinceros deseos de degollar a
su amigo. En el fondo Maurice era un buen hombre, pero siempre fue un ingenuo. Si
entró en el cine fue porque le ayudó y también le presentó a Virginia, siendo
después el padrino de su boda. No sabía que hacer con él. Sólo podía confiar en
que Beulah Jorgensen, el director, sacara lo mejor de él en la película.
Andrew Moore consiguió el papel para Gladys en la película. Todo marchaba sobre
ruedas para el representante. Gladys trabajaba contenta y llena de ilusión. Una faja
muy apretada disimulaba su embarazo. A la semana de rodaje, había una escena
en la que tenía que interpretar a la novia de un gánsgter, tenía una fuerte discusión
con él, retrocedía a la ventana y él la empujaba al vacío.
- ¡Corten! –gritó el director- muy bien, positiven.
Un colchón había amortiguado la caída, pero por las piernas de Gladys corría un hilo
de sangre y una acusada palidez asomaba en su rostro. Se limpió discretamente
con una toalla y se dirigió al camerino, pero antes de llegar se desmayó y cayó
inconsciente en el Estudio, mientras una gran mancha sanguínea se extendía sobre
su vientre. Llamaron a una ambulancia que le condujo al hospital.
- ¿Qué ha ocurrido?-preguntó asombrado el director.
- Nada, se ha debido hacer daño al caer- contestó un ayudante.
- Estos actores de hoy en día parecen de cristal. ¿Tiene alguna otra escena?
- No, ninguna. Ya la hemos matado.
Andrew Moore estaba en una comida de negocios cuando le llamaron de la agencia
para comunicarle el accidente. Con gesto preocupado se despidió y rápidamente se
dirigió al hospital Central de Los Angeles. Preguntó en recepción.
-¿En qué habitación está Gladys Dempsey, por favor?
- Déjeme ver…-dijo mirando el registro de ingresos- No, no está en ninguna señor,
lleva cerca de una hora en quirófano.
- ¿Quirófano? ¡Pero si ha sido un accidente sin importancia!- bramó.
La recepcionista le miró por encima de sus lentes.
- Por lo que veo en el parte esa muchacha ha ingresado con un derrame interno
muy fuerte como consecuencia de su embarazo. ¿Es usted su esposo?
- No, soy Andrew Moore, su representante.
- Entonces espere en la sala, por favor.
Andrew se dejó caer sobre un sillón y encendió un cigarrillo con el pulso tembloroso.
Habían pasado dos horas cuando un doctor apareció en el hall y habló brevemente
con una enfermera. Ella señaló con la cabeza el lugar donde se encontraba el
representante y el médico se dirigió hacia él.
-¿Sr. Moore?
- ¿Es usted familiar de la joven?
- No, doctor, solo su representante artístico.
- ¿Sabe usted si la señorita Dempsey tiene familiares en Los Angeles?
- No…no lo sé.
- Bueno ¿pero habrá venido de alguna parte, no?
- Creo que es de un pueblo de Minessotta.
- ¿Es usted padre del niño?
- ¡Por Dios santo, qué dice!
-¿Podría usted ponerse en contacto con su familia?
- Pues me temo que no, doctor, esas chicas no acostumbran a dar direcciones
fiables. Pero dígame, ¿qué es lo que ocurre, cómo está?- preguntó aterrado.
- Lo siento. La chica ha muerto, por la fuerte hemorragia perdió mucha sangre y no
hemos podido hacer nada, tampoco por el bebé, han debido sufrir un fuerte golpe o
una caída. ¿Sabe usted algo al respecto?
- ¿Yo? Absolutamente nada. Éstas vienen aquí y se creen estrellas nada más hacer
las pruebas y no se dan cuenta de que para ser una estrella se necesita talento
natural y no sólo una buena fotogenia, hay que pasar por muchas etapas y supongo
que una de ellas le ha costado la vida, digo yo.
- Dígame, sr. Moore ¿quién se hará cargo del cadáver?
- Yo lo haré, pagaré el entierro y el funeral.
- Muy bien, ahora debo dejarle sr. Moore, tengo que atender a otros pacientes,
gracias.
Le estrechó la mano y se alejó por el pasillo. Moore se volvió a sentar, dando
vueltas a su sombrero mientras pensaba.
Preston estaba desayunando y mientras saboreaba un café caliente echaba un
vistazo a los titulares de la prensa. Marcia se acercó a la mesa dándole los buenos
días.
- Vaya, parece que iba en serio.
- ¿Quién?- preguntó Marcia.
- Tu amiga Virginia, mira- y le entregó el periódico.
En primera plana, con grandes fotos, se podía leer:
“Virginia Christine, hija del poderoso banquero del mismo apellido, se ha divorciado
del astro de la pantalla Maurice Berger”.
- Maurice…-susurró Marcia.
Preston se levantó casi de un salto y llamó por teléfono.
- Anna, localiza a Maurice, dile que quiero verle en mi despacho dentro de una hora.
No hay peros que valgan. Si no lo encuentras llama a Archie Stoll. Si, nuestro
relaciones públicas. Que le traiga a rastras si es necesario, y si está borracho,
también. Adiós.
Preston colgó y miró a Marcia.
- Cariño, voy a hacer de Maurice un verdadero actor.
Beulah Jorgensen saludó a Anna.
- ¿Está el jefe?
Anna le miró e hizo un gesto con la mano como avisando de que no estaba el horno
para bollos.
Beulah comprendió y sonrió.
- Al menos avísale de que estoy aquí.
- No hace falta, te está esperando.
Beulah empujó la puerta y entró en el despacho, donde Preston hablaba casi a
gritos por teléfono con Archie Stoll.
- ¡Le quiero aquí en veinte minutos!- colgó y saludó a Beulah.
- Hola Beulah ¿has leído ya el guión de Fred?
- Si.
- ¿Y?
- Que se puede hacer una excelente película.
- Eso espero, porque tú te encargarás de dirigirla.
- Bien. ¿Cuándo empiezo?
- Desde este momento- dijo autoritario.
- ¿Quieres algo más, Preston?
- El papel del padre lo va a hacer Maurice Berger.
Beulah levantó la cabeza y le miró asombrado.
-¿Maurice?
Una carcajada resonó en el despacho. Beulah no paraba de reír.
- Ríete, Jorgensen, ríete lo que te plazca, pero tienes que sacar de él todo lo que
lleva dentro. Entrégate, pon todo tu arte y empeño y sobre todo ten paciencia. Si
durante el rodaje no te veo por aquí serán buenas noticias. ¿De acuerdo?
- Creo que lo he entendido, jefe.
- Además, he hecho de esto algo personal, hay alguien que quiero que lo disfrute en
especial- añadió Preston.
Beulah comprendió que Preston Blake seguía defendiendo a sus amigos y una
ojeada a un periódico que estaba encima de la mesa lo aclaró todo.
- Sr. Blake, le meteremos en las nominaciones de este año.
La mirada de Jorgensen era de respeto hacia el productor pero también de empatía
con el delicado momento por el que estaba pasando el actor principal.
El entierro de Gladys Dempsey se celebró en una fría y lluviosa mañana del mes de
diciembre, en el pequeño cementerio de las colinas. Un clérigo dio un breve
responso y la pequeña Gladys se fundió con la tierra. Sólo una mujer de unos treinta
años vestida de negro acompañó el cadáver, depositó una rosa sobre el féretro e
indicó a los dos sepultureros que procedieran. Recibió el pésame del cura y se
dirigió al taxi que le esperaba.
En un bar de la calle 51 se reunían los médicos para tomar el aperitivo y compartir
las experiencias del gremio o contar chistes. El doctor Ritter saludó a varios colegas
y pidió un martini, después escuchó sonriendo lo que decía el doctor Schlosser.
- El lunes tuve un día agotador. Tres quirófanos.
- ¿Y todo fue bien?- preguntó Ritter.
- Bueno, todo no. Tuve un caso de hemorragia interna de una joven embarazada y
no pude hacer nada después de una intervención de tres horas. Una pena. Después
salí y vi a un tipo algo estrafalario que dijo que se encargaba de todo, pero ni
siquiera era familiar suyo.
Ritter se quedó pensativo.
- Ese tipo del que hablas ¿tenía la nariz aguileña y ojos de lechuzo y por casualidad
daba vueltas con la mano a su sombrero?
- Pues ahora que lo dices…creo que sí- contestó Schlosser.
Ritter se tomó de un trago la bebida y se dirigió a un teléfono. Habló durante un
tiempo y se reincorporó a la reunión, que ya no tenía un tono tan distendido.
- Parece que le conoces- observó Schlosser.
- Si. Dices que la mujer estaba embarazada ¿verdad?
- Eso fue precisamente lo que causó la hemorragia que le causó la muerte. El tipo
me dijo que era su representante y se comportó de un modo extraño.
- Miserable- musitó Ritter.
- Qué pasa William, ¿de qué lo conoces?
- Le vi en el despacho de Preston Blake, el productor de cine- improvisó- y ahora me
van a tener que disculpar de nuevo, tengo que irme.
Al llegar a los Estudios Mutual el Dr.Ritter no tuvo que esperar porque ya se había
citado con Preston. En su interior podía sentir cómo le había enfurecido el relato del
Dr.Schlosser, ya que desde el principio había temido lo peor para Gladys.
- Hola doctor.
- Buenas tardes, sr. Blake.
- Bien, dígame lo que ha ocurrido y no se altere, doctor.
- Ese tipo, Moore, estuvo en mi clínica y me entregó una tarjeta suya. Yo no pude
practicarle el aborto por miedo a que la chica se me quedara allí y le recomendé que
fuera a un hospital, a lo que Moore no parecía muy dispuesto, pero mientras le hacía
la exploración a la chica bajó al bar y volvió con un talante totalmente distinto,
incluso me dijo que ya no hacía falta hacer nada porque la chica tenía un papel en la
película y se marcharon. Hoy me he enterado de que la chica ha muerto y estoy
pensando denunciarlo a la policía.
Blake aguardó un instante.
- No, doctor, no vamos a denunciarle. La chica está muerta y enterrada. Su familia
parece ser que vive en Minessotta y estarán muy afligidos. Nosotros no sabemos
nada de este asunto. Su colega practicó una operación y se produjo un derrame
fatal, un lamentable accidente.
- Pero Blake, ¡yo sospeché de Moore desde el principio!- gritó.
- Usted no podía prever que esa pobre chica iba a acabar así. Desde luego Moore
es un miserable, ha estado actuando y haciendo extrañas gestiones por su cuenta.
Aquí no volverá a poner los pies, eso se lo prometo, pero dejémoslo estar. Creo que
a ninguno de los dos nos conviene que salga a la luz en la prensa ¿no cree?
- No, desde luego, podrían implicarnos.
- Entonces vuelva tranquilo a su casa o a su clínica, doctor. Le agradezco su
prudencia en venir a verme.
Le acompañó a la puerta, le dio la mano y cerró.
Archie Stoll era el clásico relaciones públicas. Dicharachero, simpático y elegante.
Su problema inmediato era encontrar a Maurice Berger, pero no tardó demasiado en
hacerlo. Estaba en un bar frecuentado por irlandeses, de muy dudosa categoría
para los autóctonos, pero era el último que quedaba abierto de la zona. Sentado en
una mesa, dormía con la cabeza apoyada sobre sus brazos. Una botella de whisky
vacía estaba junto a él. Archie le recogió, le metió en un taxi y se dirigieron a los
Estudios Mutual. En el plató, un cartel en la puerta indicaba la película que se
estaba rodando.
Titulo: El dique invisible
Director: Beulah Jorgensen
Era el inicio del rodaje y todo el mundo estaba nervioso. Voces del director de
fotografía indicando las luces, golpes del trasiego de los decoradores, movimiento
incesante de todo el equipo…Beulah se acercó al camerino donde el maquillador
trataba de acentuar las arrugas y ojeras de Maurice.
- Vamos al revés de cómo lo habíamos hecho en los últimos años. Hola Maurice
¿qué tal, cómo te encuentras?
- Me duele un horror la cabeza, pero bien- contestó con un pañuelo a modo de
babero sobre el pecho.
- Supongo que ya habrás repasado el guión, vamos a empezar tomándote un
primer plano de tus ojos mientras miras la ciudad- ordenó el director.
- De acuerdo- contestó sumiso Maurice.
- Bueno, cuando acabes con Maurice da unos toques a la señorita McGuire sobre
los ojos, también tiene un primer plano- dijo al maquillador.
Cuando Maurice entró en el set una vez finalizado el maquillaje fue recibido con
aplausos por el resto del equipo. Maurice, emocionado, gimoteaba apurado en el
hombro del ayudante de dirección mientras saludaba a todos con la mano. Beulah,
sentado ya en la grúa-cámara, miraba complacido la escena real, ya que lo había
preparado con la intención de que su actor se sintiera cómodo y motivado en el
lugar donde a partir de ese momento iba a trabajar.
- Bueno, bueno, ¡ya está bien! Maurice, a tu posición, McGuire, a la tuya. ¡Cámara!
- Lista.
- ¡Sonido!
- Listo.
- ¡Luces!
- Ok.
- ¡Claqueta!
- Si.
- ¡Acción!- gritó jubiloso Beulah.
Andrew Moore se acercaba a su coche cuando un hombre que estaba oculto le
encañonó con un revólver y le forzó a subir al suyo. Después de un breve recorrido
el desconocido le obliga a parar en un lugar solitario. Andrew bajó del coche y
trataba de descubrir la identidad de aquel hombre, que continuaba oculto en la
sombra.
- ¡Qué quieres de mi!
- Tu cadáver.
Era una voz ronca y terrorífica.
- ¿Mi cadáver, por qué? ¿Quién es usted?- temblaba Moore.
- No te importa, yo no tengo historia. He venido de Minessotta, ¿te suena? A vengar
la muerte de una chica llamada Gladys Dempsey. ¿Tampoco te suena ese nombre?
Andrew se quitó el sombrero y se secó los sudores.
- Oiga…se equivoca, fue un accidente en el rodaje de una escena, yo no tuve nada
que ver. Además, corrí con todos los gastos del entierro ¿qué otra cosa podía
hacer?
- Es inútil que te justifiques, Moore. No sabías que Gladys compartía departamento
con una amiga que me escribió una carta contándome cómo te aprovechaste de ella
y lo del aborto y todo lo demás. Lo se todo- concluyó el anónimo verdugo.
- ¡Pero yo hice lo que pude por ella, se lo juro!- gimió.
- Todo lo que digas ya está enterrado en una tumba del cementerio de las colinas.
Sólo su amiga fue a ese maldito entierro. Por Dios, ni tan siquiera tuvo un funeral
digno, así que no pretendas hacerme creer que eres un hombre generoso, bastardo.
Andrew Moore comenzó a llorar mientras daba vueltas a su sombrero. De las
sombras donde se ocultaba Jack Dempsey, hermano de Gladys, salió una ráfaga
compacta y Moore se inclinó súbitamente sobre la carrocería del coche y trataba en
vano de tapar la herida de bala del cuello. Jack se mostró a luz y su figura se hizo
visible con el resplandor de la luna. Era alto, llevaba un pantalón vaquero con
camisa a cuadros y un sombrero de cow-boy. Se acercó más a la víctima, que tenía
los ojos fuera de órbita y permanecía aferrado de mala manera a la puerta del
coche.
- Esto de parte de Gladys.
- Y le descargó dos balazos más, uno en el vientre y otro en el pecho.
Andrew Moore, el brillante representante de estrellas, perecía en el suelo en un
charco de sangre con el sombrero aún en su mano.
Archie Stoll llegó muy temprano al despacho de Preston Blake.
- Jefe, ¿se ha enterado de lo de Andrew Moore?
Preston miraba por la ventana de espaldas a Stoll.
- Si, lo he leído hace unos minutos.
- ¿Qué opina?
- Pues que a veces quizá uno piensa que es mejor estar capado- contestó Preston
con sequedad.
- Desde luego- dijo sonriendo Stoll. ¿Cree usted que ha sido un asunto de faldas?
- Que va a ser si no, Archie- dijo dándose la vuelta.
- Claro, que va a ser si no, siempre o faldas o dinero.
- Oye Archie, no quiero hablar más de Moore. ¿Qué tal se porta Maurice?
- Pues está muy raro- contestó con extrañeza- Desde que acaba la jornada en el
estudio se marcha directamente a su casa. Siempre lleva una especie de cuaderno
bajo el brazo, él que no leía ni las revistas de humor, y pásmese, no va a los bares
de costumbre y no se junta con sus habituales, ni tampoco me consta que haya
pasado mujer alguna por su casa últimamente. Creo, jefe, que ha hecho usted un
milagro.
- Nada de beatitudes, Archie.
- Si no quiere más de mí…
- No Archie, gracias de nuevo, pero continua atento. Irás al funeral de Moore en
representación de los Estudios.
Archie le miró sin comprender muy bien pero asintió y se dirigió a la puerta, que dejó
a su espalda.
Preston y Beulah llevaban treinta años haciendo películas que reflejaban cómo
debía ser América pero ahora tenían que reflejar cómo era, con sus defectos y sus
virtudes. El director se mostraba contento.
- ¿Y por fin los sastres y los banqueros judíos no nos van a decir cómo hacer una
película? No me lo acabo de creer, es demasiado bonito.
- Ellos nos necesitan, pero nosotros también a ellos- matizó Preston.
- ¿Nosotros?
- Si, porque ellos son los que ponen el capital.
- Evidente.
- Sin el cual no podríamos trabajar en este negocio. ¿Está todo preparado para la
proyección?
- Preparado, y te vas a llevar una sorpresa, ya verás- sonrió Beulah.
- Cita a todo el equipo mañana a las nueve de la mañana en la sala de proyección.
- De acuerdo.
Anna, Beulah, Maurice, Fred Ames, el montador, el decorador, el técnico de sonido,
el jefe de vestuario, el maquillador y el director musical estaban sentados esperando
con impaciencia. Ahora eran ellos los espectadores ansiosos de visionar su propio
trabajo. Habían pasado diez minutos sobre las nueve de la mañana cuando Preston
Blake hizo su aparición en la sala. Se sentó delante del equipo junto al director.
- ¿Está todo listo, Charlie?- preguntó Preston.
- Cuando quieras- se escuchó desde arriba.
Se apagaron las luces y el foco mágico iluminó la pantalla. Durante los noventa
minutos que duró la proyección no se oyó ni respirar. Cuando apareció el rótulo the
end se apagó el proyector y se encendieron las luces. Todos estaban expectantes
hacia la actitud del Jefe de Producción, que se levantó y encendió un cigarrillo. Se
volvió lentamente hacia todo el equipo y miró fijamente a Maurice Berger, que
permanecía mordiéndose un pañuelo.
- Has hecho un trabajo soberbio, digno del Oscar, y todos ustedes. Les felicito- dijo
como si la película no le hubiera sorprendido.
Los componentes del equipo se levantaron súbitamente y empezaron a aplaudir y a
gritar alrededor de Maurice. Éste empezó a llorar como un niño y eso animaba a que
se exaltaran aún más las felicitaciones hacia él, que se cubría el rostro con las
manos, mientras Preston, con una media sonrisa y algo altivo se dirigió a la salida.
Al pasar junto a Maurice le pasó suavemente la mano por la mejilla y las lágrimas le
mojaron las manos.
Sobre las nueve de la noche Preston llegó a su casa. Marcia le esperaba en el salón
junto a la chimenea. El reflejo de las llamas le daba cierto aspecto fantasmagórico a
la estancia, pero resultaba muy acogedora. Preston entró seguido de un perro que
agitaba alegremente su cola. Se sentó al lado de Marcia y se acurrucó en sus
rodillas.
- ¿Qué tal la proyección?- susurró ella.
- Magnífica, estoy feliz, Marcia, muy feliz.
- ¿La película es buena?
- No sólo por eso, también porque creo que hemos recuperado a un ser humano.
- ¿Maurice, verdad?
- Si.
- Le tienes un gran afecto ¿no es así?
- Es mi amigo, cariño.
- Si, lo se, pero tienes muchos amigos y sin embargo por ninguno tienes la
preocupación que demuestras por Maurice. ¿Te preparo una copa?- Marcia se
levantó y se acercó al mueble-bar.
- Si, whisky con hielo- contestó reclinándose en el sofá- ¿Sabes, Marcia? Cuando te
ha costado tanto conseguir algo y lo has hecho codo con codo con alguien se
establece inevitablemente una especie de aprecio mutuo, que aunque pasen los
años siempre se refuerza…
- Te refieres a Maurice, claro.
- Ven, siéntate aquí, preciosa.
Ella se acercó y se sentó como una niña en las rodillas de Preston.
- Conozco a Maurice desde que éramos niños. Nacimos en el mismo barrio y nos
criamos juntos. En aquellos tiempos todo era difícil, muy difícil, aunque no
dejábamos de soñar y tener esperanzas. Como era lógico no sabíamos cual iba a
ser nuestro camino en la vida…
1903. EN UN BARRIO IRLANDÉS DE NUEVA YORK
Mi padre era un irlandés católico chapado a la antigua que tuvo que dejar su país
por la tremenda misería que allí había y, enemigo acérrimo de los ingleses, les
culpaba de todos sus males. Su deseo era que yo estudiara y tuviera una sólida
preparación para que pudiera abrirme camino aquí, un país para nosotros
totalmente desconocido. Yo tenía en esa época unos cuatro años y no comprendía
nada de las eternas discusiones entre mi madre y mi padre. El abuelo, que siempre
se sentaba cerca de la ventana que daba a la calle, los miraba con la pipa entre los
dientes y sonreía socarrón. Mi hermana, que tenía dos años más que yo, siempre
jugaba con su muñeca de trapo preferida en el suelo. Por entonces mi padre había
empezado a trabajar de peón en una fábrica. El sueldo era escaso y prácticamente
no llegábamos a fin de mes pero mi madre procuraba que no nos faltara comida y
cena. Pero éste era el país de las oportunidades, o por lo menos eso decían. Es
curioso, pero cuando la gente es más pobre cree que todo el mundo es más
solidario al nacer y se comprometen con su pobreza de modo natural. En aquellos
tiempos en que jugaba con las fuentes de la calle y las tapas de los cubos de basura
yo no conseguía nada y después comprendí que esa condición humana de bondad
inherente a nuestro comportamiento estaba más lejos de lo que yo pensaba. Pero
no me arrepiento de haberme percatado de ello cuando era todavía un adolescente,
porque te crea el caparazón necesario para la vida y es una verdad que cuanto
antes se asuma, mejor. Siempre recordaré un dicho que mi abuelo repetía mucho:
“Cuando no hay harina, todo es mohína”. Yo entonces no comprendía el mensaje,
pero con el paso de los años se hizo evidente. Se puede ser generoso cuando se
tiene, pero cuando careces de lo más elemental temes que lo poco que tienes te
puede ser arrebatado y eso hace que sentimientos que nunca deberían aflorar con
los demás, se muestren. Era sin duda una situación triste y deprimente, pero yo
aprendía a asimilarla.
- ¿Y Maurice?- preguntó Marcia.
- Viene ahora, paciencia.
Conseguimos montar un pequeño taller en el barrio en el que arreglábamos todo
tipo de aparatos. Un tal Mike, que era muy habilidoso, nos ayudaba, y así
sacábamos unos dólares. Un día apareció en el taller un tipo con aspecto de
gángster, llevaba un traje a rayas, un sombrero de ala ancha y una corbata chillona.
Nos preguntó si sabíamos arreglar un proyector de cinematógrafo. Le contestamos
que sí, que conocíamos ese tipo de artilugios y Mike sonreía con aires de
superioridad, pues sabía que Maurice y yo no teníamos ni remota idea.
- De acuerdo, mañana tenéis que presentaros en esta dirección- y nos dio una
tarjeta.
- Si, señor- contestamos.
Se despidió con un extraño gesto con la mano y desapareció. Nos precipitamos los
tres a la puerta del taller y vimos que subía a un coche que al volante tenía un
chofer con cara de pocos amigos. Llenos de alegría nos felicitábamos pues era el
primer encargo serio que nos hacían, aunque sin Mike no podríamos hacerlo y no
hizo falta mucho esfuerzo para convencerle porque él tampoco tenía nada fijo, no
sin antes hacerse algo el interesante y que no le gustaba servir a domicilio, pero
cedió.
Maurice y yo íbamos al cine tres o cuatro veces por semana. El nuevo medio nos
tenía fascinados y cada vez faltábamos más a la escuela. Maurice decía que era
capaz de enamorar a todas aquellas primeras divas del cine mudo mientras yo
maquinaba cuánto dinero se podría ganar con una película.
- ¡Ah, el productor precoz!- dijo Marcia.
- Ya lo ves – dijo Preston mientras le acariciaba los cabellos. Pero ahora vamos a
comer algo y te seguiré contando.
Preston y Marcia se fueron a la cocina. Al poco tiempo volvieron a sentarse en el
mismo lugar y con la misma actitud de ternura. Preston miró sonriente a su mujer,
encendió un cigarrillo y continuó el relato.
A la mañana siguiente de la visita de aquel personaje, Maurice, Mike y yo nos
disponíamos a salir hacia la dirección que indicaba la tarjeta cuando un coche paró
delante del taller. Se bajó el individuo que era nuestro cliente y nos dijo que
subiéramos. Lo hicimos en los asientos traseros y el hombre se sentó junto al
conductor, el mismo personaje con la expresión malhumorada. No habían pasado
más que unos diez minutos y nos encontrábamos frente a una casa impresionante,
sólo su jardín era más grande que mi humilde hogar. Subimos por un estrecho
sendero con árboles tras atravesar una verja hasta llegar a la mansión. Nos bajamos
del coche con una sencilla caja de herramientas en la mano. Maurice miraba con
asombro aquel vergel. Mike mascaba chicle y también estaba extrañado de todo
aquello pero estaba tranquilo y a mí algo me decía que podrían cambiar nuestras
vidas radicalmente. Entramos en un gran salón y esperamos al hombre del traje a
rayas. Éste sacó el proyector de un armario y lo puso en el suelo. Después puso un
trípode delante de nosotros, nos miró y nos ordenó que nos pusiéramos manos a la
obra porque su jefe quería ver una película enseguida. Se retiró y nos dejó con
aquel artefacto. Maurice y yo esperábamos indicaciones de Mike, que no dejaba de
mascar chicle hasta que nos tranquilizó al decir que era “pan comido”.
Había pasado una hora, Mike se sentó en un sillón. Esperamos junto al proyector sin
decir nada. De repente se abrió la puerta y apareció un hombre en bata con un puro
en la boca. Tenía unos treinta y tantos años, moreno de piel con el pelo negro y
lacio, de estatura media y unos ojos oscuros y penetrantes.
- ¿Está arreglado?- nos preguntó.
Miramos a Mike, que se levantó del sillón, miró con insolencia al hombre y le
preguntó si tenía una película a mano para comprobar si funcionaba el aparato. El
anfitrión hizo una seña y le pasaron a Mike una lata metálica que tenía dentro un
rollo de película. Mike, sin perder la tranquilidad puso la bobina en las ruedas del
proyector con sumo cuidado y el hombre de la bata se sentó en otro sofá más
alejado de nosotros. Se apagaron las luces y Mike se situó junto al haz de luz que
desprendía la imagen proyectada. Salieron los títulos de crédito. Era la película “El
gran desfile”, de King Vidor y nosotros rezábamos para que no ocurriera ningún
contratiempo. Dos horas después el hombre se levantó secándose las lágrimas con
un pañuelo, lo que nos pareció normal aún sin haber prestado toda la atención a la
trama porque era muy emotiva.
Para nuestra sorpresa nos dijo que fuéramos tres veces por semana ¡a ponerle la
misma película! Después vino el hombre del traje a rayas y nos dio dos dólares a
cada uno, para nosotros un buen dinero, pero cuál sería nuestro asombro cuando
del bolsillo interior de su chaqueta sacó otro fajo de billetes y nos lo entregó para
que nos compráramos ropa nueva. Nos acompañaron a la puerta e incluso nos
llevaron de vuelta al taller. Fue una de las mañanas más felices de nuestras vidas.
En los días siguientes traté que las cosas fueran a un ritmo normal. Poco antes de
que tuviéramos que volver a la mansión decidí hablar con Maurice y Mike. Nos
sentamos en un banco de la calle. Les dije que podríamos sacar mucho partido a
esas proyecciones debido a que ese hombre de la bata era muy probable que fuera
un gángster importante. Después les conté que en cuanto tuviera oportunidad
pensaba exponerle a ese hombre una idea que me rondaba la cabeza.
Un día más llegó el coche que esperábamos y una mano que se divisó por la
ventanilla nos indicó que subiéramos. El coche rodaba por la autopista cuando me
percaté de que íbamos por un camino diferente del habitual. Tomamos una salida
más lejana pero al fin a lo lejos vimos la mansión. Volvimos al mismo salón y allí
estaban el proyector y la pantalla blanca esperándonos. Mike depositó la caja de
herramientas en el suelo y se quitó su chaqueta y sombrero nuevos. Ya vestíamos
como ellos. Entró el jefe con el mismo porte y apariencia. Sabíamos perfectamente
lo que quería. De nuevo vimos “El gran desfile” y de nuevo vivimos la misma
sensación. El hombre se secó las lágrimas, nos volvió a pagar muy bien y nos dio
las gracias. Fue cuando decidí dirigirme a aquel peculiar personaje no sin antes
respirar hondo.
- Sr. Dunne.
Él se detuvo en seco y se dio la vuelta lentamente.
- ¿Quién ha mencionado mi nombre?
- He sido yo- contesté algo asustado.
- ¿Has sido tú? Bien. ¿Y cómo sabes mi nombre jovencito?
- Por mi padre, señor.
- ¿Tu padre? ¿Y quién es tu padre?
- Estuvo trabajando de jardinero en su finca, durante un mes. Cuando le conté de
donde había sacado el dinero con que usted nos paga me dijo que usted es un gran
caballero irlandés que ayuda a sus paisanos. También me dijo que ya no quedan
hombres como usted, sr. Dunne.
Dunne me miró, pero de su rostro había desaparecido esa actitud amenazadora y
ahora era de curiosidad.
- Así que sois irlandeses.
- Si señor- contestamos los tres.
- Muy bien- dijo dirigiéndose a mi- ¿Para qué me has llamado?
- Sr. Dunne, como parece que le gusta mucho el cine, había pensado proponerle
una idea que tengo en la cabeza.
Mike y Maurice cada vez estaban más tensos. Ya nos veíamos en la calle echados a
patadas de la casa, pero no fue así.
- Y… ¿se te ha ocurrido a ti solo?
- Si, señor.
De pronto comenzó a reír y sus hombres, que estaban en la puerta, le imitaron. El
salón se llenó de risotadas. Nosotros también reímos, pero a la defensiva y mis
amigos me miraban asustados.
- Bueno, te escucho. Yo siempre escucho a un irlandés decidido- dijo cruzando las
manos sobre el pecho.
En pocas palabras le expuse lo que tenía pensado. Que el cine era un negocio, que
podríamos hacer nuestras películas y exhibirlas en los cines del barrio, que
teníamos el equipo técnico, actores, directores y guionistas, en fin casi todo, pero
que nos faltaba lo más importante, el dinero para llevarlo a cabo. Después de
soltarlo todo me sequé el sudor y le observé. Dunne sonreía.
- ¿Y cuánto sería la inversión?
- Todavía no he hecho los números, pero tenga por seguro que la primera película
no sería muy costosa.
- Bien.
Dunne dio por terminada la conversación, pero antes de salir se volvió y me dijo:
- Tráeme una relación completa de los gastos y un proyecto de lo que quieres hacer.
Lo quiero aquí mañana a las diez en punto. Os recogerá el chofer. ¿De acuerdo?
- Si, señor, gracias- contesté.
De nuevo en el barrio, nos pusimos a trabajar. Aquella noche la pasamos en vela
haciendo números ficticios, incluyendo a actores y actrices inaccesibles y guiones
sin sentido, pero empezaba a germinarse un sueño. El presupuesto ascendió a un
total de mil dólares. Al día siguiente temíamos que el sr. Dunne no tomara en serio
la propuesta pero sonrió agradecido al observar los papeles que le entregamos.
- Está bien, os facilitaré ese dinero, confío en mis paisanos. Hablar con mi contable.
Tu, Preston, te encargarás de la administración y responderás ante mí ¿está claro?
Otra cosa, Mike se quedará conmigo en la casa, necesito alguien permanente para
el proyector.
Mike se encogió de hombros tan frío como de costumbre, yo no cabía en mí de gozo
y Maurice todavía no se lo creía. Así pues alquilamos una pequeña oficina y
pusimos un anuncio en el periódico, ya que necesitábamos personal y material para
hacer la película. Los primeros días se presentó una cantidad inesperada de gente y
en una semana ya habíamos completado la plantilla, muy reducida pero plantilla en
definitiva, la primera de Producciones Green.
Director y guionista: Preston Blake
Primer actor: Frank O´Connors (Maurice)
Primera actriz: Mary O´Senna
Decorados: Jack Gunny
Fotografia: Steve Morrison
Después necesitábamos un exhibidor que canalizara comercialmente la película en
los cines de la zona. El sr. Allen, un judío que tenía dos de ellos, fue la primera
opción. Me entrevisté tres veces con él pero el muy cerdo se negaba una y otra vez.
Decía que éramos muy jóvenes y que no teníamos experiencia. Yo le suplicaba que
por lo menos viera una copia, pero nada. Estaba desesperado. Teníamos la
película, pero nos faltaba el cine. Por fin conseguí que viera una copia en el taller
pero nos dijo que era una basura y se marchó. Estaba ya dispuesto a renunciar,
pero después pensé que era sólo la opinión de ese tipo, nada más. Entonces se
presentó en la oficina un individuo que venía de parte del sr. Allen. ¡Estaba
dispuesto a exhibir la película! Solo que sus condiciones eran que no obtendríamos
ningún beneficio por ser la primera vez. ¡El viejo cabrón! No tenía más remedio que
hablar con el sr. Dunne, que me recibió amablemente.
- ¿Qué ocurre, Preston?
- Lo siento sr. Dunne, pero me temo que le he fallado.
- Qué pasa, ¿al primer tropiezo te rindes?- me preguntó mirándome fijamente -¿Has
traído la película?
- Si, señor.
- Mike, pónla.
Se apagaron las luces. Dunne se sentó en su sillón y recuerdo que llevaba su
pañuelo en la mano. Los tres rollos de la película fueron pasando lentamente y
cuando acabó la proyección se levantó.
- ¿Qué ha dicho ese judío?
- Que es basura- contesté.
- ¡Basura!- exclamó indignado- Véte a la oficina y empieza otra película. Chico,
tienes talento. Y no te preocupes del judío, déjame hacer a mí- me dijo dándome un
golpecito en la mejilla.
Empezamos a rodar de nuevo. La película se llamaba “La hija del mal”. Maurice
estaba muy interesante haciendo de amado sufridor y Mary estaba bellísima. Una
vez que empezamos se nos olvidó el miserable Allen y cuando terminamos el rodaje
!a las tres tardes! recibimos una visita inesperada del propio Allen. Maurice y yo nos
miramos estupefactos. ¿Qué había ocurrido para que se presentara allí? Se sentó
en una silla mientras nosotros le observábamos callados. Empezó a balbucear,
diciendo que la película no era tan mala y que sólo pagaríamos el alquiler del cine.
El resto sería para nosotros. Se levantó y se fue. Enseguida me di cuenta de que
todo había sido obra de Dunne y sus hombres.
Marcia Cross bostezó y estiró los brazos.
- Que interesante, amor. ¿Nos vamos a dormir y mañana me cuentas más?
- Si, yo también estoy cansado.
Preston se levantó, puso el brazo sobre el hombro de ella y se dirigieron al
dormitorio. Marcia se detuvo.
- ¿Cómo te acuerdas tan bien de todo?
- Siempre he escrito una especie de diario, y sabes que tengo buena memoria.
Una vez recostados, Marcia le miró con ternura y apoyó su cabeza en el pecho de
Preston, que continuó la historia…
La semana siguiente a la visita de Allen a las oficinas Green fue vertiginosa. La
película se estrenó en dos cines en programa doble. Maurice y yo fuimos a verla,
confundidos entre un público muy vocinglero, pero a medida que avanzaba la gente
se iba interesando y al final la mayoría aplaudió y pataleó. Maurice estaba contento
con su actuación y pronto se propagó la voz entre la gente del barrio. En la siguiente
sesión el cine estaba lleno. Sobre todo las jovencitas se ruborizaban y hablaban de
lo guapo que era Maurice, que ya comenzaba a saborear las mieles del estrellato
cuando comenzaba a ser abordado por sus vecinas que le pedían autógrafos.
Estaba entrando en otro mundo, al igual que Mary, su compañera habitual de
reparto. Cariño, la fama es algo que crece como un reguero de pólvora, y nos venía
de perlas. Yo pensaba que esa pareja iba a triunfar. “El sultán” se mantuvo en cartel
una semana y cuando acabamos “La hija del mal” se la entregamos a Allen, que
estaba más amable con nosotros.
Aquel año ocurrieron hechos que iban a ser determinantes en mi vida. Primero, la
muerte de mi madre, que llevó a mi padre a una inevitable y larguísima tristeza, a un
carácter ya para siempre reservado y silencioso. Se apartó de la gente, hasta tal
punto que una mañana la policía nos avisó para que fuéramos al depósito de
cadáveres. Apareció flotando en el río. No lo puedo olvidar. Me hice cargo de mi
hermana, que después por medio de un amigo de Dunne ingresó en un colegio
interno católico.
Marcia agarró la mano a Preston.
En cuanto a Dunne, mi protector irlandés y romántico, fue acribillado a balazos en su
mansión por una banda de asaltantes mientras veía “El gran desfile” en su sillón.
Mike estaba allí y también murió mientras operaba con el proyector y según nos
informaron después la imagen quedó congelada con la palabra The end. Qué ironía,
el hombre del traje a rayas que descubrió nuestro taller fue el que acabó con su jefe,
aunque también murió en el tiroteo.
A partir de aquel momento ya no estábamos protegidos y nuestras vidas peligraban.
Allen nos volvió a perder el respeto y de nuevo exgía el cien por cien de las
ganancias, así que Maurice y yo decidimos emigrar. Nuestro destino fue éste,
California, porque ya sabíamos que Hollywood estaba en plena ebullición y era la
incipiente meca de la fábrica de hacer sueños. El viaje lo pudimos hacer gracias al
dinero que conseguimos ahorrar. Antes de marchar visité a mi hermana en el
colegio y le dije que en cuanto me asentara me la llevaría a Los Angeles. La madre
superiora fue muy comprensiva y accedió a cuidarla el tiempo que fuera necesario.
Y así, una hermosa mañana de 1926 Maurice y yo tomamos el tren rumbo a la costa
oeste, dejando atrás todo lo que habíamos vivido hasta entonces.
- Así empezó el productor que tienes delante de ti, Marcia.
Ella, emocionada, le besó.
- Lo siento por tus padres y por Mike, pero hiciste lo que debías, te admiro por ello.
A la mañana siguiente Preston Blake se levantó temprano. Marcia, en la cocina, le
preparaba el desayuno.
- Oye, Preston.
- Dime- contestó mientras tomaba café.
- ¿Por qué se llama Maurice si su nombre es Frank?
- Él dice que suena muy bien en francés y ya sabes que los americanos, cuando
mueren, no quieren ir al cielo, sino a París.
- Qué bonito…
Cuando Blake llegó al despacho Anna le esperaba de pie y extendió sobre la mesa
una gran cantidad de papeles y de periódicos que en las portadas hacían alusión a
la película “El dique invisible”. La prestigiosa crítica del Tribune, Eleanor Franklin la
alabó sin reservas y en especial el trabajo de Maurice, al que le consideró el nuevo
Lionel Barrymore. Preston pensó que Archie Stoll había hecho un buen trabajo de
promoción. Mientras seguía leyendo las críticas, entró exultante el relaciones
públicas.
- ¿Ha visto las críticas? Hasta esa arpía se ha rendido.
- Archie, ¿cuánto nos ha costado su artículo?- preguntó Preston.
- Bueno, la señora Franklin tiene mucha tirada diaria.
- ¿Cuánto?- insistió.
- Cinco de los grandes.
- Algo elevado, pero tendremos mucho público potencial en el bolsillo ¿verdad?
Archie y Anna sonrieron y afirmaron con la cabeza.
Avanzada la tarde, en el Stock, con Maurice, Beulah y Fred Ames, Preston recibió
una llamada de Chester Cross. Después de felicitarle por la acogida de “El dique
invisible” le comunicó que llegaría a Los Ángeles al día siguiente. Preston volvió a la
mesa con gesto preocupado.
- ¿Qué te preocupa?- preguntó Fred ¿Es esa llamada?
- Es muy extraño que mi suegro quiera venir ahora.
- La película está siendo un éxito y la han nominado para los Oscars, será por eso-
conjeturó el guionista.
- Chester no se altera por esas cosas- respondió tomando un trago de coñac.
- Bueno, sea lo que sea, pronto lo sabremos, no nos precipitemos- soltó Beulah.
Había pasado una hora desde la llamada y la reunión se tornó divertida y agradable
mientras el alcohol protagonizaba a ritmo creciente la sobremesa, pero Preston, al
ver la expresión de Maurice comprendió que alguien inesperado había entrado en el
restaurante que no era de su agrado. Miró a través del espejo y vio a Virginia
Christine acompañada de una especie de gigoló rubio con cara de lascivo. También
llevaban bastante alcohol puesto. Maurice estaba pálido, pero continuaron la charla
con buen humor y se tomaron otro trago. Una voz, fuerte y sonora, se estrelló contra
la nuca de Preston.
- ¡Oooh, el sr. Blake, el último prodigio de Hollywood!
Preston se volvió y encontró a John Robbins, un viejo actor que había sido una
estrella en los años veinte y treinta y que ahora vivía de las invitaciones de los
amigos. Alto, educado, bien vestido y con clase, fue sobre todo un gran actor de
teatro. Todavía se recordaba una interpretación que hizo en el Teatro Stemberg de
Broadway del príncipe Hamlet, pero el cine y los excesos acabaron con él.
- Majestad ¿cuándo acabaréis con el invierno de nuestro descontento?- recitó.
- Ahora mismo- dijo Preston alargándole un vaso de whisky.
- Gracias, majestad. Ahora estoy bajo el glorioso sol de York y todas las nubes que
se encapotan sobre mi frente estarán sepultadas en el seno de este vaso- dijo
Robbins mientras fulminó el brebaje- ¿Me permitís que tome asiento en tan noble
reunión?
El grupo, sonriente y jubiloso, le ofreció asiento.
- Y decidme, príncipe de las letras ¿esos asnos os han invitado a la coronación?-
preguntó Robbins a Ames.
- ¿La coronación?- preguntó Maurice.
- Si, el Oscar- aclaró Ames.
- Es usted un gran escritor, pero le advierto que es peligroso ser tan humilde.
- Gracias, John. Nunca oídos tan paganos fueron tan bien recompensados.
De la oscuridad del fondo surgió una figura que se acercó tambaleándose a la mesa
en que se encontraban. Se situó entre Robbins y Blake.
- ¡Vaya, el viejo actor recordando tiempos caducos! ¿Es el alcohol el que hace que
tu memoria pueda recordar tantas tonterías? Estoy harto de tus peroratas Robbins
¿o debo llamarte como a ese personaje que vociferas constantemente?
Se hizo un embarazoso silencio y todas las miradas del restaurante se dirigieron a la
mesa.
- ¡Y ahora bébete eso y lárgate de aquí, éste no es tu sitio y me estas molestando!-
ordenó el tipo a Robbins.
El viejo actor hizo ademán de levantarse para irse pero Preston le agarró del brazo y
enérgicamente le obligó a sentarse de nuevo, mientras miraba desafiante a
Jonathan Owens, hijo de uno de los jefes más importantes de la colonia
cinematográfica, un verdadero tirano temido por todos.
- Que ocurre Blake ¿ahora te dedicas a proteger borrachos? Bueno, en realidad
siempre lo has hecho- atacó mirando a Maurice, que ya estaba hebrio y con la
cabeza baja.
- Escucha- la voz de Preston era pausada pero firme- eres el hijo de Owens y por
eso crees que puedes tratar a la gente como te plazca, no eres más que un niño
malcriado al que nunca le dicen lo que realmente piensan de él. Ahora estamos aquí
y si no recuerdo mal nadie te ha invitado a esta reunión y te permites el lujo de
insultar a mis amigos. Mira bien, todos los que estamos en esta mesa contribuimos
a que tanto tú, como tu padre, un gran productor, no lo niego, así como los consejos
que dirigís se llenen los bolsillos a manos llenas. Hasta de nuestros errores viven los
parásitos como tú, con yates, piscinas, juergas, mujeres…y en cuanto al sr.
Robbins, al que llamas borracho, con una sola actuación siempre será más grande
de lo que podrás ser en toda tu absurda vida…
- ¡Blake!- gritó furioso Owens.
- ¡A pesar de tu corte de aduladores, que además no te siguen por lo que eres sino
por lo que tienes! Así que, por favor, si eres tan amable, vuelve por donde viniste a
fanfarronear de tus últimas conquistas.
De nuevo se hizo el silencio en el salón. Jonathan Owens tenía la suficiente
soberbia como para no consentir que le dejaran en ridículo públicamente.
- ¡Aquí tenemos al generoso Preston Blake!- dijo dirigiéndose al local- el amigo de
sus amigos, el buen samaritano ¿Por qué no en lugar de dedicarte al cine no has
puesto una clínica para sanar almas desgraciadas como la tuya?
Beulah Jorgensen carraspeó y trató de incorporarse para espabilarse de la
borrachera, pero Preston le hizo desistir. Jonathan continuó cada vez más grosero.
- Qué ocurre ¿se ha ofendido el caballero?- mirando a Beulah- Por cierto ¿es sueco
o noruego? Bueno, es lo mismo, vienen aquí, comen de nuestra mano y luego la
muerden… ¿pero qué se han creído estos comunistas que se disfrazan de
progresistas?
Preston no pudo evitar la reacción de Jorgensen, que con un movimiento brusco y
fugaz soltó el puño, que se estrelló en la boca de Jonathan, que cayó al suelo. Todo
el personal que trabajaba en el Stock se arremolinó junto al cuerpo del provocador,
que trataba inútilmente de incorporarse. Al fin, ayudado por los camareros, lo hizo,
con los ojos inyectados en sangre.
- Estás acabado, bastardo, nunca trabajarás más en el cine. Ya puedes hacer tus
maletas y marcharte de este digno país que repudia a la gentuza como tú.
- ¡Me iré cuando me de la gana, mequetrefe!- gritó Beulah.
El maitre del restaurante se acercó muy nervioso. Jonathan Owens salió.
- Sr. Blake ¿qué ha ocurrido?
- Nada, sólo un hijo de mala madre se ha metido donde no le llaman. Pase la factura
de los daños a mi secretaria y de todo esto, por favor.
- Cómo no, señor- se relajó el maitre.
Se volvieron a sentar. Robbins lloraba.
- Vamos, John- le animó Ames.
- Es la primera vez desde que caí en desgracia que alguien me defiende- se volvió
hacia Preston con los ojos llenos de lágrimas- Jamás olvidaré lo que ha hecho por
mi, ese cerdo necesitaba que alguien le dijera lo que le has dicho y que le pusieran
la cara del revés-mirando también a Beulah-. No creo que ese histérico pueda
cumplir su amenaza, se le va la fuerza por la boca. Han arriesgado por un viejo que
además ha sido el causante de todo esto. Son ustedes unos caballeros, gracias.
- Vamos, vamos, John, que nos vamos a poner todos a llorar- le dijo Beulah- ese
moscón se lo estaba buscando, como siempre.
Tomaron un par de copas más, pero ya en silencio. Después se levantaron y se
dirigieron a la salida. Ames se llevó a Beulah y a Robbins en su coche. Maurice y
Preston se fueron paseando por el bulevar. Ya estaba amaneciendo.
Marcia y su padre Chester se encontraban comiendo en el jardín cuando apareció
Preston, descamisado y todavía algo bebido.
- ¿Qué tal, genio?- saludó alegre Chester- Anda, tómate esto, es bueno para las
resacas.
Se sentó. Mientras bebía el jugo de tomate con un toque de almeja notó como le
observaban y apuró sobresaltado la bebida.
- Qué ocurre ¿habéis visto un fantasma?
- Supongo que algo nos tienes que contar ¿no crees?- le dijo Marcia.
- Vaya, es eso… Nada, Owens junior, encontró lo que hace demasiado tiempo
merecía.
- Ese gracioso es un mal bicho Preston, no te confies- advirtió Chester.
- Lo se.
- ¿Cómo llegásteis a ese extremo, cariño?
- ¿Me podéis decir cómo os habéis enterado tan pronto?
- ¿Sabes qué hora es, querido?
- No ¿qué hora es?
- Las dos. Los periódicos han publicado la foto de Jonathan en el suelo y chorreando
sangre- dijo Chester con aire distraído.
- Ese indeseable empezó a insultarnos a todos, traté de calmarle pero eso le ensañó
aún más. Tuvimos que aguantar su viperina lengua que además estaba empapada
en alcohol. El director, Beulah Jorgensen casi nos quitó a todos de golpe la
borrachera con el puñetazo que le dio. Lo demás supongo que estará en el cotilleo
del día.
- El viejo Owens ha llamado hace una hora- dijo Chester en otro tono.
- ¿Y?
- Ya te puedes figurar, que despidas a Beulah ipso facto- parafraseó.
- ¿Y quién es ese hombre para darnos órdenes? No despediré a Beulah, Chester.
- ¿Y si yo te lo pido?
- Has sido como un padre para mí, te quiero y te respeto, pero si ahora cedemos a
las presiones de este picatoste porque su hijo es un caprichoso insolente ¿en qué
posición quedaremos ante la Industria? Beu y Maurice están nominados al Oscar a
la mejor dirección y mejor actor principal. Supondría un gran desprestigio para el
talento que estamos vendiendo a millones de espectadores en todo el mundo, un
desprestigio para la película y para nuestra compañía, Chester, y eso es
precisamente lo que buscan. Ya estoy viendo los titulares. “Owens manda en
Hollywood. “ El candidato al Oscar de la Academia no podrá trabajar en la Industria
por los caprichos del hijo del Zar”… Nos convertiríamos en una filial sometida a los
Owens.
Chester miró a Marcia y se levantó.
- Tienes razón, con todos mis respetos que le den por el culo al hijo de Owens y si
no tiene cojones para defenderse de un puñetazo que le mande su papa a veranear
a Florida. No se despedirá a Jorgensen- concluyó Cross- Por cierto ¿la próxima
película?
- “La delación”- contestó con seguridad Preston- y la dirigirá Beulah si no hay
inconveniente.
- Sabes que siempre consigues todo de tu suegro- intervino Marcia
Blake le miró con admiración porque había recuperado el coraje que parecía haber
perdido en los últimos meses. Marcia se apoyó delicadamente en su hombro.
- Chester, ahora si no es indiscreción ¿qué tal si nos dices a tu hija y a mi para qué
te has presentado?
- Quería hablarte de una frase de “El dique invisible”. El obispo de Nueva York me
sugirió que debíamos suprimirla, así como algunos planos comprometedores.
- ¿Qué frase?
-“Cada uno tiene un dios”- dijo Chester, que al ver la reacción de su yerno pareció
cambiar de idea- ¿Qué te hace tanta gracia?
- Querido Chester, creo que el Código Hays ya pasó a la historia y lo sabes. Sabía
que sólo habías venido a ver a tu encantadora Marcia.
Los tres rieron sonoramente.
Pocos meses después comenzó la producción de “La delación” con Beulah
Jorgensen como director y guión de Fred Ames, prácticamente el mismo equipo de
“El dique invisible”. Después de la firmeza de Chester Cross en el asunto Beulah,
Owens no volvió a ser incómodo, aunque muchos sabían que el hijo rumiaba alguna
jugada vengativa. Se acercaba la ceremonia de entrega de los Oscars y todos
estaban alterados. La película estaba nominada en siete apartados. Chester envió
un telegrama confirmando su asistencia. Sus más directos competidores eran
precisamente los Estudios de Harry Owens, con una película que optaba a los
mismos apartados: película, director, guión, actor principal, montaje, banda sonora y
maquillaje. “Los años felices” era su título.
Preston recibió la visita de John Robbins. Quería recoger una invitación para dicha
ceremonia y por supuesto, para la fiesta que se daría a continuación. Gran parte del
consejo de administración tampoco se lo quería perder por lo que Preston tuvo que
arreglárselas para conseguir veinte invitaciones para ellos y sus señoras. Anna, la
secretaria, estaba feliz y era mucho más amable que de costumbre con las personas
que venían a ver a su jefe. Era lógico. La Mutual llevaba más de cinco años sin estar
nominada a los Oscar y ahora después del éxito comercial podía llegar el artístico a
nivel mundial, que aumentaría paralelamente la cifra de ganancias para la
Compañía.
Y llegó el día. Todos estaban listos. Eran las cinco en punto cuando Preston,
Chester y Marcia subieron al coche que les esperaba en la puerta principal de su
casa y que había enviado el Estudio con un gran ramo de flores. Marcía, vestida de
un flamante amarillo, sublimaba la creencia de algunas culturas en la mala energía
de ese color y derrochaba la alegría natural y desbordante de sus mejores tiempos.
Cuando el coche empezó a rodar los tres charlaban de temas de interés popular y
de chistes fáciles. El sentido del humor era la única terapia para aplacar la tensión y
hacer más ameno el trayecto al chofer. Al bajar, ya había olor de multitudes en el
Pavillion y se oían a lo lejos gritos que aclamaban a Maurice, que lucía radiante, con
un smokin negro, pajarita roja y unas cuantas capas de maquillaje. Su pelo negro y
su bigote seguían siendo de un extraño atractivo. Preston le miraba complacido y no
recordaba en ese momento un rostro que contuviera tanta felicidad. Avanzaron a
paso de tortuga hasta sus asientos y pudieron deleitarse con la espectacular
decoración de la enorme sala y el abarrotado aforo. Preston paseó su mirada entre
el público y sus pupilas se saturaron de glamour y expectación. Maurice estaba
sentado a su izquierda y se comía literalmente el pañuelo y a una seña de su jefe lo
guardó en un bolsillo. Marcia a su derecha abría los ojos como una niña. Fred Ames
estaba unos asientos más allá apoyado en su fino bastón y se mostraba más sereno
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  • 1.
  • 2. Preston Blake miraba por la ventana de su despacho, en los Estudios Mutual de la Avenida Griffith, en Hollywood. Sus cabellos empezaban a encanecer, pero en nada se parecía al tipo de productor cinematográfico corriente. Medía un metro ochenta y cinco y tenía un aspecto vigoroso y elegante, con una cicatriz sobre el ojo derecho que no dejaba de recordarle, cada vez que se miraba en el espejo, sus inicios en los barrios bajos. Se acercó a la mesa y pulsó un timbre. - Anna. Una voz contestó a través del interfono. - Diga, sr.Blake. - ¿Quién tenemos? - A Andrew Moore y Beulah Jorgensen. - ¿Beulah? - Sí, señor, y ha dicho que es importante. - ¿Cómo viene, con ojeras y aliento de whisky? - Pues… no, señor, se le ve aseado y con el rostro luminoso. - ¿Luminoso? Vendrá con alguna idea descabellada, como siempre. Primero que pase Moore, por favor- exigió Preston. Anna asintió y desconectó el interfono. Andrew Moore era un hombrecillo bajo con un traje gris y llevaba un bastón con la empuñadura dorada. Se quitó sombrero de fieltro al ver a Blake. - Buenos días sr. Blake. - Buenos días- contestó con desgana mirando unos papeles que había encima de la mesa- ¿Y bien?
  • 3. - Sr. Blake, tengo una gran estrella entre manos que puede ser un bombazo. Joven, morena, veinte añitos… - ¿Tiene alguna experiencia? - No, no creo…- balbuceó Moore- pero la he visto en unas pruebas. - ¿Pruebas? ¿De qué tipo? - Eran para un book, para una revista de moda. Blake continuó mirando los papeles sin levantar la vista de ellos. Se hizo un silencio en el despacho. Moore daba vueltas al sombrero visiblemente nervioso. - ¿Te has comprometido a algo con ella?- preguntó Preston. - A darle un papel en su próxima película, sr. Blake. Un papel corto, naturalmente, pero que sea lúcido e intenso, opino yo. - Si…algo así- el tono de Blake era algo irónico- pero ahora tenemos muchos problemas, no podemos competir económicamente con otras compañías, los accionistas me están acosando y no tengo tiempo para hacer pruebas a chicas monas además embarazadas. Estamos en 1947, ha habido una guerra, la gente vuelve a sus casas y sus familiares les esperan. Las cosas que se cuentan ahora no serán las mismas que se contaban antes de que toda esa gente se fuera al frente. Véte a ver al Dr. Ritter y que atienda a esa chica en todo, ¿de acuerdo? - Si, sr. Blake- dijo Moore con la mirada en el suelo. Preston le fulminó con la mirada y Moore cerró la puerta inclinando la cabeza. - Anna, ¿quedaba alguien? - Beulah aún no se ha marchado y hace un minuto llegó Maurice Berger. - ¿Quién? ¿Maurice? ¡Vaya! dígale que pase, haga el favor.
  • 4. Maurice Berger entró vestido con una chaqueta amarilla, un pañuelo rojo en el cuello, un pantalón blanco y zapatos impecables. Era alto, moreno y con un bigotito que le daba aspecto de italiano romántico. - ¿Cuál es el problema ahora?- preguntó Preston con rapidez. - Mira Preston, yo no puedo trabajar con esa actriz- refunfuñó Maurice. Blake miraba al techo con las manos cruzadas sobre el pecho. - ¿Por qué? - Es absorbente, tiránica, en fin, una bruja. Ya lo se, es una estrella ¡pero yo también! Preston bajó la vista y la dirigió a Maurice sin decir nada. Se levantó de la silla y empezó a pasear por el despacho ahora con las manos atrás, mientras Maurice estaba hundido en sillón y observaba los movimientos del jefe. Éste se detuvo y le volvió a mirar. - Maurice, hace cinco años que soy productor-jefe de estos Estudios. ¿No es así? - Si, claro- contestó con la expresión de un borrego que va al matadero. - Bien- prosiguió- ¿Y sabes que un cargo de esta naturaleza da muchos problemas, verdad? Maurice asintió con la cabeza mirando al suelo enmoquetado. - Sabes que no es la primera vez que vienes aquí a contarme una sarta de estupideces. Que si la estrella esto, que si la estrella lo otro, que si cobro menos que ella, que si el guión no está a tu altura, que si las fotos de estudio no son como te mereces…Y yo tengo que aguantar tu paranoia, porque tengo la desgracia de haberte conocido hace tiempo, Maurice, circunstancia de la que te aprovechas muy bien. Vienes constantemente a este despacho a lloriquear un trato de superestrella y
  • 5. luego presumes por ahí de que consigues de mi lo que quieres. Pues todo eso se acabó- concluyó Preston con dureza. Maurice se arrojó a sus pies y le agarró las piernas, sollozando como un niño. - Por favor, Preston, ayúdame. Blake se inquietó de la reacción de su amigo y aguardó a que se incorporara. - Preston no es la actriz, es mi mujer, tengo muchos problemas con ella. - ¿Qué tipo de problemas, Maurice? Se secó las lágrimas y se acercó a él. - Si se separa me suicido, Preston. - Pero Maurice… si no la quieres. Ahora se nota que eres actor. Escucha, lo se hace tiempo. Berger miró a Blake con cara de alucinado. - La odio, es verdad- dijo con voz ronca- mi carrera no va bien, eso lo se, no hago mas que estúpidos papeles de galán latino y ella además tiene a su poderoso padre, por lo tanto si me separo de ella nadie me dará trabajo y me arruinaré en pocos meses. Por eso te pido que me ayudes como amigo, no como jefe… Preston suspiró profundamente. -¿Qué quieres que haga?- preguntó con resignación el productor mientras la cara de Maurice pareció iluminarse. - Habla con ella, dile que tienes un papel serio para mi que me devolverá el prestigio, que el asunto con esa joven es una aventura pasajera debida a mi fama. - ¿Qué asunto?- jugueteaba Blake. Maurice puso la expresión propia de sus papeles. - Bueno, sabes que siempre me gustaron las jovencitas y ésta no hace más que acosarme.
  • 6. - Y te han descubierto a través de los detectives de tu suegro, ¿verdad?- afirmó Preston con la seguridad de un fiscal. - ¿Cómo demonios lo sabes? - Lo se y basta- dijo Blake mientras se levantaba y le agarraba del brazo para acercarle a la puerta- Hablaré con ella, a ver qué puedo hacer. - Gracias, Preston. Maurice le besó las manos y se despidió con un semblante nuevo. Confiaba plenamente en su jefe. Preston cerró la puerta y volvió al interfono. - Anna ¿sigue ahí Beulah Jorgensen? Dígale que pase. Cuando Beulah entró en el despacho, Blake estaba sentado en el sillón de cuero rojo y no le saludó, sólo le invitó a sentarse y esperó. Beulah era un hombre de unos treinta y cinco años con el pelo negro medio rizado y vestía un jersey azul sin corbata, un pantalón gris y zapatillas de deporte. Preston rompió el silencio. - Bien Jorgensen, supongo que el problema será importante porque tú no sueles venir a menudo. Beulah no contestó, bajó la cabeza y se sacudió con tranquilidad las arrugas del pantalón para después hablar. - ¿Por qué me vigilas? Blake le miró con cara de asombro. - ¿Qué yo te vigilo? ¿Pero de qué estas hablando? Supongo que te refieres a que como productor superviso las secuencias rodadas cada jornada. Si te parece… no lo hago. - No, Preston, no es ése tipo de vigilancia a la que me refiero.
  • 7. Blake estaba algo desconcertado, sabía que Beulah era un hombre serio y no hubiera venido a verle por un asunto banal. - Dime, ¿por qué hay un hombre todos los días en el plató tomando notas de todo lo que digo y de todo lo que hago? -¿Desde cuándo ocurre eso?- preguntó Preston algo ensimismado. - Al segundo día de rodaje. Mi ayudante le preguntó qué hacía allí y le dijo que tomaba notas de los decorados y de las luces y no se de cuántas cosas más para una revista de decoración de amplia tirada en Hollywood- explicó Beulah. Blake se acercó al teléfono y marcó un número. - Soy Blake, póngame con la entrada principal. Harry, ¿ha entrado alguien en los Estudios sin autorización últimamente. Sonó una voz a través del auricular mientras Blake movía la cabeza negativamente. - Bien…no, no, impídale la entrada si vuelve y avise a Anna, gracias. Preston colgó el teléfono con gesto de preocupación y se sentó en el sillón. Beulah le observaba porque no era frecuente que Preston Blake tardara en tomar decisiones. - Beulah, dudo que ese hombre sea un especialista en menaje…lo que me extraña es que sólo haya ido por nuestro set. - Quizá sea porque es el más importante- dijo Beulah con gesto divertido e imitando a los monos como si se pusiera una corona. - Déjate de bromas, esto no me gusta. Beulah corrigió su comicidad con facilidad porque no podía ocultar una extraña inquietud inconsciente. - Bueno, ¿y quién es ese tipo? - Es un agente del FBI- dijo Blake.
  • 8. - ¿Del FBI? Vamos, no sabía que a esos bastardos les gustara el cine- opinó Jorgensen. Blake se levantó de nuevo, se acercó a la ventana y encendió un cigarrillo. Su compañero enseguida comprendió que algo serio estaba sucediendo y el productor descolgó de nuevo el teléfono. - Anna, pónme con Norman Elliott, es urgente. Beulah permanecía prudentemente en silencio con los brazos cruzados. No transcurrió un minuto cuando Anna transfirió la llamada. - Sr. Blake, el Sr. Elliot por la dos. - ¿Qué tal, Norman? Te llamo porque voy a dar una fiesta de fin de rodaje de la película de Tyrone, que se que a tu esposa le gusta mucho y quisiera que viniérais, tu hijo también claro. Por cierto, Elliott, ¿te gustan las revistas de decoración? ¿No? ¿Entonces por qué me mandas a nuestros platós a uno de tus esbirros? El tono de Preston era ahora más duro porque efectivamente estaba preocupado. - ¿Cómo que es sólo en un estudio, me tomas el pelo, Norman? Blake se quedó callado mientras Norman le iba contando y con la mirada en Beulah prendió otro cigarrillo. - Bien, bien, pues díle a tu secuaz que venga cuando le plazca, la Mutual invita a desayunar, te espero con tu familia en la fiesta- cerró con ironía-. Adiós. Beulah se removió nervioso en su asiento. - ¿Qué es lo que pasa? - Os están vigilando, a ti y a Fred Ames. Lo acabo de confirmar a través de Elliott. - Esto es el colmo… ¡ni que fuéramos delicuentes por hacer películas! - Escucha, Beu… En la última fiesta me encontré con Jonathan Owens, el hijo del productor que ya conoces y cuando se despidió me dijo que me cuidara de varios
  • 9. personajes que estaban a mis órdenes, que eran elementos peligrosos y me iban a crear problemas. La verdad es que nunca he tomado en consideración a ese pobre diablo y pensé que me lo dijo por los martinis de más que se había tomado, pero quizá esto vaya más en serio de lo que creemos. - Si te soy sincero Preston, yo sigo sin entender nada. - Me temo que estos individuos no pululan únicamente en nuestra Compañía y que tendrán agentes en todos los Estudios, grandes y pequeños. Espero que mañana los retiren por si lo denunciamos. No obstante, no es eso lo que más me preocupa. - ¿Entonces? - Parece ser, según Norman Elliott, que habrá llamadas para comparecer ante una Comisión del Senado. - No lo puedo creer- replicó Beulah. - Y también parece ser que en esa lista apareceis tu y Ames. - Bueno, pues no pierda más el tiempo, haga de una vez la carta de despido, no pienso trabajar en estas condiciones, me iré- dijo indignado Beulah Jorgensen. - Vamos, tranquilízate, no pienso hacer semejante tontería, yo también formo parte de este embrollo ¿no crees? Oye dime, ¿dónde se reúnen los escritores? - En el club el 21- informó Beulah. - Bien. Hablaré con Ames y después veremos- templó Preston-pero la verdad tampoco acabo de entender todo esto. Se deben aburrir los políticos cuando no tienen guerras que declarar. Beulah cambió súbitamente de actitud para ser algo más enérgico. - ¿Qué veremos, sr. Blake? Nos hablaste de un proyecto que nos entusiamó, que no era otro que mostrar la corrupción de esta sociedad con presupuestos baratos. Grandes directores y grandes escritores para rodar temas sociales, competir con
  • 10. talento con otros presupuestos multimillonarios…por supuesto, y hacemos dos películas y ya tenemos problemas. Tu viste los guiones y los aprobaste y diariamente supervisas la proyección de lo que se rueda. Blake asintió con la cabeza. - ¿Entonces, qué les pasa ahora a los señores del Senado? ¿De qué tienen miedo, de que se denuncie a una sociedad que tiene mucho que ocultar? Y a éste le llaman el país de la libertad…- concluyó Beulah. - El problema son los accionistas. Se asustarán y retirarán su confianza y su dinero del proyecto y tendremos que volver a las comedias musicales, a los temas religiosos o al western, que siempre es muy socorrido. No olvides que esto es una industria. Había sido un verano largo y caluroso. Iba a comenzar un otoño difícil. Cuando Preston Blake se dirigió al Club el 21, lugar donde se reunían los escritores que trabajaban en los Estudios el tiempo era frío y desapacible. En realidad iba a entrar a la que llamaban “la jaula”, una especie de garito donde sus adeptos siempre acababan borrachos y violentos. Apenas lo frecuentaba y aunque era algo humillante para él tenía que hablar sin falta con Fred Ames. Atravesó la barra del bar y las mesas, que tenían una mampara individual cada una en dirección al salón verde, estancia cotidiana del gremio literario. Este grupo aglutinaba gente de todo tipo: alemanes que habían huído del régimen de Hitler, franceses pedantes o italianos vocingleros la mayoría. Fred Ames era americano, de New York y en cierto modo menos vulnerable a una posible amenaza de repatriación por parte de las
  • 11. autoridades. Preston se acercó a un camarero y le dijo que le avisara, que él le esperaba en la barra. El camarero asintió con un movimiento de cabeza y se dirigió al salón verde. Al poco tiempo un hombre alto de unos treinta y ocho años con el pelo negro y una ondulación tan precisa que parecía peinada por un peluquero del Estudio se acercó a él para estrecharle la mano. Preston se fijó en su porte elegante y refinado y en su traje azul, su corbata rosa y chaleco florido. - ¡Qué sorpresa sr.Blake, usted por esta cloaca!- dijo Ames con su voz agradable y varonil- Supongo que será importante, de otro modo no encontraría justificada su presencia aquí. - Sentémonos- cortó Blake con un fuerte tono de mando en su amable consejo. Ames le llevo a un rincón solitario de la sala y se sentaron. - ¿Quiere tomar algo, sr. Blake? - No, gracias. - Yo tomaré un whisky- pidió un cutty sark con hielo- Bueno, usted dirá. - Escuche Ames, tenemos problemas con las últimas películas. - ¿Puede ser con las que tratan de temas sociales?-preguntó irónico el guionista- Recuerde sr. Blake que nadie en el mundo tiene el poder sobre la vida y la muerte en el mundo del espectáculo… - Esta mañana ha estado en mi despacho Beulah Jorgensen. Vino a quejarse de que le están vigilando. Un individuo tomaba notas de los diálogos y decía que era para una revista de decoración, pero en realidad es un agente federal. - ¿Cómo dice?- dijo Ames mitigando su inicial prepotencia. - Sr. Ames, yo no le debo a usted nada, es más, debería considerarle mi enemigo profesional siguiendo la antigua tradición de que el productor difiere en todo con el escritor…
  • 12. - Si, si, las estúpidas tradiciones… ¿se ha comprobado que es del FBI? - ¿Usted cree que estaría aquí si no tuviera la certeza? - Claro que no, claro que no. - He hablado con uno de los superiores de ese agente, Norman Elliott, el cual me ha confirmado que hay un hombre recopilando información en cada estudio de la Compañía, pero parece ser que ya los han retirado. - Vaya…escuche sr. Blake, me gusta usted, tiene clase y talento, no es el productor al uso. Estoy muy contento con el trabajo que hago y con el enorme e inmerecido salario que recibo y para un hombre con mis debilidades trabajar para usted es como para un drogadicto hacerlo en una fábrica de heroína. -Gracias. Esto es lo que vamos a hacer. Necesito una relación de todos los proyectos de sus colegas escritores que estén bajo contrato en la Mutual. Eres el presidente del gremio de escritores y puedes hacerlo. Ames se acarició el cabello y miró al techo. - Tendrá esa relación mañana. - Bien. El proyecto no se va a detener porque es necesario salvar a la Compañía. No podemos competir con los presupuestos de nuestros rivales, por eso tenemos que hacer un cine económico pero brillante. - Y comprometido- añadió Ames. - Si, también y ahí reside la mayor dificultad. Los accionistas tendrán muchas dudas al respecto porque son los que más sufren por los dividendos. - ¿Pero y si tenemos un par de éxitos de taquilla y de crítica? -Entonces todo será más fácil, desde luego, por eso necesito todos los proyectos que tengáis en la cabeza.
  • 13. Fred Ames asintió con la cabeza. Blake se ajustó la corbata y su gesto denotaba que estaba satisfecho con el encuentro. Ames, con una media sonrisa, le miró con simpatía, ignorando que Blake no le había dicho que podría ser citado para una comparecencia en el Senado. Estaba de pie en una sala de estar que tenía dos sillones, una mesa de cristal entre ellos con ceniceros, revistas de modas y de actualidad sobre ella y por la ventana entraba un tibio sol de otoño. Andrew Moore tenía su sombrero de fieltro en la mano y con un pañuelo se secaba el sudor de la frente y de la cara mientras paseaba intranquilo. Gladys Dempsey estaba sentada en uno de los sillones y miraba a Moore. Era una chica rubia, pero ni fea ni guapa. Tenía los ojos azules y el pelo muy bien arreglado. Parecía algo temerosa y encendió un cigarrillo. - Andrew, me estás poniendo nerviosa con tanto paseo. Su voz nasal y desagradable se dejó oír en la salita. Andrew le miró enfurecido pero no dijo nada al instante, después exclamó sin dejar de pasear: - ¿Pero cuándo demonios va a salir ese médico? Cuando una de las puertas de la salita se abrió, apareció un hombre de unos cuarenta y cinco años con el pelo rubio y un bigote pelirrojo, con cara de pocos amigos. Moore se acercó al doctor visiblemente alterado. - Vengo de parte del sr. Blake- dijo enseñándole una tarjeta. - Ya lo se. ¿Es esa la chica? - Si.
  • 14. - ¿De cuántos meses está? - ¡Ah, no lo se!- masculló Moore. - Pregúntela- ordenó el Dr. Ritter. - Gladys, cariño, pregunta el doctor que cuantos meses hace que estás embarazada. - No lo se con exactitud, yo no me fijo en esas cosas- dijo Gladys con gesto distraído mientras fumaba y se miraba las uñas. El Dr. Ritter suspiró mirando a la chica. - Está bien, pase a la sala y desvístase. - Andrew, ¿qué van a hacer? - Gladys, es una simple exploración de tus pechos y de…bueno,¡no se!-dijo Moore. - Señorita, ignoro quien es usted pero no me importa- dijo el doctor con voz ronca y autoritaria- pero supongo que sabrá que vamos a practicarle un aborto. Gladys le miró con los ojos muy abiertos y empezó a llorar. Andrew Moore se inclinó y le agarró de las manos con delicadeza. - Cariño, es una cosa muy fácil y sin ningún peligro. El Dr. Ritter apartó a Moore de la chica para evitar escenas. - Señorita… - Dempsey- dijo Gladys. - Todos los abortos tienen sus riesgos y su peligrosidad depende sobre todo de los meses de gestación del embrión, por eso tiene que decirme el tiempo de su embarazo. Gladys le miró aterrada y contestó con un hilo de voz. - Hace seis meses que me falla la regla. - ¡Seis meses!- tronó Ritter mirando fijamente a Andrew.
  • 15. - Doctor, yo no sabía nada ¡se lo juro! - Está bien, pase al cuarto y desnúdese, señorita Dempsey. - Si doctor, lo que usted diga. - Y usted espere aquí- le dijo a Moore con cierto desprecio-o váyase a tomar una copa al bar de aquí al lado porque esto puede tardar. - Bien doctor. ¿No habrá ningún peligro, verdad?- preguntó Moore con una mirada pícara y maliciosa. Ritter le volvió a mirar con desdén. - ¿Sabe una cosa, representante? Cada día odio más a la gente del cine, no porque no me guste, sino por la gentuza que le rodea. Usted ha traído a mi clínica a esa chica engañada con falsas promesas que usted sabe que no va a cumplir. Estas ingenuas se lo creen y vienen a esta ciudad dispuestas a comerse el mundo. Se acuestan con el primer desaprensivo que les ofrece un triunfo rápido y presumen de sus contactos en la Industria, gente importante que le dará un papel en su próxima película.Y ahora no sólo no tiene el papel prometido sino que estará dentro de un momento en la mesa del quirófano. Pero tenga usted en cuenta, famoso representante, que tengo mis dudas sobre el éxito de la operación porque el embarazo está muy avanzado. De hecho, creo que no practicaré este aborto. La chica tendrá a la criatura. No aquí, desde luego, sino en un hospital. - Pero Blake me dijo que…-interrumpió Moore. - Blake no le dijo nada, sólo que la trajera aquí para ver cómo estaba, nada más. - ¿Y si pasara algo, doctor? - A pesar de que a usted no le importaría nada por ella sino por su carrera, desde luego pase lo que pase no será en mi clínica. Ritter entró en la sala, donde le esperaban Gladys y la enfermera y Moore bajó al bar de la esquina. Pidió un whisky y marcó un número en el teléfono del local.
  • 16. Contestó una voz femenina. Andrew asentía con la cabeza mientras su rostro se iba transformando de la tensión al alivio hasta llegar a una sonrisa. - Gracias, gracias, te llamaré luego- dijo al colgar. El representante se encaminó de nuevo a la barra del bar y se bebió el whisky de un trago, después se frotó las manos de alegría. Pagó y subió rápidamente a la clínica, dejó el sombrero en el sofá y se acercó a recepción. - ¿Falta mucho? - Creo que está acabando la exploración- contestó la enfermera con voz mecánica. - ¿Pero no habrá intervenido? - No lo se- le contestó enojada y mirando unos papeles. - Por favor,¿quiere usted mirar y decirle al Dr. Ritter que no haga nada?- suplicó Moore angustiado. Ella accedió y entró en la sala. Moore fumaba aceleradamente. Al poco tiempo salió. - El Dr. Ritter saldrá enseguida, señor. El doctor apareció quitándose unos guantes de goma de las manos. - ¿Qué ocurre sr. Moore, a qué vienen ahora esas prisas? - Doctor, no le habrá intervenido, ¿verdad? - Pues más bien no, sr, Moore- contestó extrañado- ¿es que ya ha cambiado de idea, así, en quince minutos? - Me la llevaré enseguida y no se preocupe, yo cuidaré de ella. - Escuche sr. Moore, si esa chica sale de aquí y va a otro médico a que le provoque el aborto puede morir, y si muere, yo mismo le denunciaré ¿está claro? - Oh, no se preocupe, nada de abortos- concluyó Moore. En ese momento salió Gladys arreglándose el vestido.
  • 17. - Andrew, no me han hecho nada, el doctor ha sido muy amable- dijo con tono mimoso. - Claro cariño, ya te lo dije- contestó Moore alegre. Ritter miraba confuso la escena. Andrew le agarró levemente del brazo y le apartó de Gladys y de la enfermera para hablar con él en clave confidencial. - Escuche, doctor. Tengo un papel para esa chica. Me han llamado de la oficina y tengo que ir mañana con ella. No harán falta ni pruebas, la contratarán. ¿Qué importa su estado? Le pondrán una faja para disimular su tripita y listo, porque no tiene que hacer ninguna escena de ropa interior. - Pero piense que una faja le puede provocar hemorragias con fatales consecuencias, sr. Moore. - Bueno ¿y eso qué importa? Estaba trabajando… ¿Cómo podía yo adivinar que estaba preñada?- dijo haciendo gala de su cinismo. Ritter suspiró y se retiró sin decir nada pero no podía ocultar su contrariedad y negaba con la cabeza. - Gladys, cariño, vamos, que mañana tenemos que trabajar- se regodeaba Moore. La chica se puso el abrigo y se dirigió al doctor para darle la mano. Este le miró con compasión y algo de temor y después miró a Moore. - No olvide lo que le he dicho, representante. - No se preocupe, gracias, y pase la minuta a mi oficina. Andrew agarró del brazo a Gladys y se dirigió a la puerta con rapidez, no sin antes dedicarle una última sonrisa a Ritter. - Pobre chica- le dijo al doctor a la enfemera con tono apenado.
  • 18. NEW YORK Una larga limusina azul rodaba por las calles. Preston Blake mal dormía en el asiento trasero. Acababa de llegar de Los Ángeles para entrevistarse con los accionistas de la Compañía. Si conseguía convencerles de que el proyecto podía ser rentable y además proporcionar prestigio a los Estudios se salvarían de la quiebra muchas familias. Pero el proyecto, aún saliendo adelante, podía convertirse en blanco de las investigaciones del Senado norteamericano. A pesar de las palabras tranquilizadoras de Elliott, su agente amigo del FBI, no se fiaba del todo. Tenía profesionales a su cargo bajo una extraña sospecha y no tenía demasiada confianza en que los miembros del Consejo de Administración lo ignoraran. Sólo tenía la certeza de que tres de los accionistas estarían con él de antemano, pero el grupo de los accionistas del sur siempre se mostraba receloso a nuevos proyectos. Pero si Preston Blake estaba al frente de la producción de los Estudios Mutual era porque el mayor accionista de la Compañía no era otro que su suegro, Chester Cross y eso siempre era una garantía para él. Estos y otros pensamientos acudían a su mente mientras el coche se deslizaba por Madison hacia la Quinta Avenida, lugar donde se celebraría la reunión. Al llegar al edificio Moran el coche se detuvo. Blake se apeó con un sombrero en la mano y un abrigo en la otra, era una mañana muy desapacible. Se dirigió con paso rápido a la entrada principal, donde un portero uniformado le saludó llevándose la mano a su gorro. El ascensor le subió al piso 37. Al salir, vio que el secretario de la reunión le estaba esperando. - Buenos días, sr. Blake.
  • 19. Un largo pasillo con una alfombra roja les condujo a la sala de reuniones donde esperaba el Consejo. Al entrar, Preston pudo ver la larga mesa repleta de carpetas, bolígrafos, ceniceros, vasos y pequeñas botellas de agua mineral, en cuyo centro había un enorme ramo de flores. Era el último en llegar y Edward Qualen se levantó con una sonrisa para darle la bienvenida. - ¿Qué tal el viaje, Preston?- preguntó con amabilidad. - Espero que menos turbulento que esta reunión. Edward soltó una carcajada y le acompañó a su asiento, mientras la mayoría de los asistentes le saludaba con la mirada. Blake se sentó a la derecha del presidente, su suegro Chester Cross. Abrió la carpeta y depositó un montón de papeles sobre la mesa. El humo de los puros comenzaba a colapsar la estancia de calor humano y Chester indicó al secretario que pusiera en marcha el extractor. Blake rechazó amablemente un habano y bebió un poco de agua. Cuando todo el mundo se hubo sentado en su lugar, Chester Cross se levantó. Era un hombre alto con el pelo blanco y llevaba un traje azul marino con una corbata gris perla, al que se le empezaban a notar los achaques de su edad y de su cargo. - Señores, estamos reunidos en Asamblea general extraordinaria de accionistas a petición del jefe de producción de los Estudios, el señor Preston Blake, para quien pido un cálido aplauso. Todos los presentes soltaron sus puros y aplaudieron a Blake, que observaba a todos mientras saludaba con la cabeza agradecido. - Los aquí presentes sabemos que este tipo de reuniones extraordinarias sólo se producen una vez al año- prosiguió Chester- y aún desconocemos el motivo de ésta, pero si el señor Blake se ha dignado a venir- le sonrió- es que debe ser de la máxima importancia- hizo una pausa-. Casi todo el mundo en este país nos tiene en
  • 20. muy baja estima, ya que dicen que llegamos aquí con veinte dólares cosidos al forro del abrigo, que nos dedicábamos al oficio de sastres y nos hemos hecho ricos especulando. Lo cierto es que, sea como fuere, tenemos en nuestro poder medios culturales de la magnitud del cine y algunas emisoras de radio, además de algunas rotativas de prensa. No hemos reparado en gastos a la hora de emprender proyectos dignos a favor del entretenimiento de la sociedad. Algunas cosas no están mal, digo yo- risas-. Quizá es por eso por lo que Preston nos va a hablar de su nuevo proyecto, en el que a nivel personal sospecho que no a va a revertir enormes beneficios a la Compañía a cambio de obtener prestigio- concluyó-. Bien Preston, cuando quieras. Preston se levantó y se hizo un silencio expectante en al sala. - Señores, en primer lugar hay que concentrar los recursos y buscar los medios de volver a atraer al público al cine. El descenso del número de espectadores de las últimas películas es ya suficientemente preocupante como para no pensar en ello. Todos ustedes saben que el Departamento de Justicia ha intentado varias veces quebrar el control y dominio sobre nuestras producciones, afortunadamente sin éxito. Hoy en día, también los exhibidores quieren una mayor participación sobre las producciones que ofrecemos. Tenemos la mayoría de los mercados cerrados, la subida de los precios, las nuevas escalas salariales, los sindicatos, que ya no se dejan sobornar y tenemos también que el Gremio de escritores piensa nombrar a Fred Ames como candidato a Gobernador de California, sin olvidar que la televisión ya se ha convertido en un peligro real. Además, una gran parte de la población se ha ido a vivir al campo por la carestía de la vida, con lo que los circuitos de exhibición en las grandes capitales se han resentido claramente a la baja de forma alarmante. Nuestra
  • 21. Industria ha tenido siempre el suficiente talante conciliador con el Poder como para evitar problemas y escándalos, pero últimamente me preocupa que cualquier Comisión del Senado se ponga a investigar, primero nuestras finanzas y segundo, los comportamientos supuestamente “liberales” de nuestros miembros. No olviden que tenemos a Fred Ames bajo contrato en nuestra Compañía. Los accionistas escucharon a Preston la mayoría con cierta expresión de asombro y se hizo un silencio sólo roto por el agua derramándose en algunos vasos. - Lo que me extraña- continuó Blake- es que ustedes no parezcan estar al corriente a juzgar por la expresión de sus rostros. - Si estamos informados, Preston- levantó la voz Chester Cross-. Lo que has expuesto es desde luego muy grave para nuestros intereses y los de la Industria ¿pero sabemos de las otras Compañías? - Están como nosotros, asustados- dijo Blake. - Pero como tú has dicho, Preston, siempre hemos colaborado para que no hubiera nada que comprometiera al Departamento de Justicia-intervino Lenny Cougar, accionista de Chicago-. - Lo se, pero esto es otra cosa. Durante más de una semana hemos tenido agentes del FBI rondando por los Estudios. Se escucharon sonidos de sorpresa en la sala. Los accionistas encendieron de manera agitada los habanos y murmuraban sin parar. - Preston ¿por qué no has empezado por ahí?- le preguntó su suegro.
  • 22. - Porque en principio no era mi intención comunicarlo a la Junta, pensé solucionarlo a mi modo, pero las cosas ya no se pueden arreglar con simples componendas- explicó Blake. Chester se llevó las manos a la nuca y miró pensativo a los asistentes, mientras Preston continuó su discurso. - Calma, por favor, calma. He traído los guiones de los últimos trabajos de los escritores que tenemos en nómina. - ¿Y eso que quiere decir?- preguntó una voz del fondo. Preston iba a responder cuando Chester Cross dejó la postura que había adoptado y se levantó. - Preston, perdona. ¿Has hablado con Elliott sobre esa vigilancia? - Desde luego. - ¿Y? - Que no debía preocuparme y que retiraría la vigilancia, que era pura rutina. - ¿Y tú lo crees?- preguntó Lenny Cougar. - Por supuesto que no, conozco a Elliott. - ¿Puede ser Fred Ames el motivo?- inquirió de nuevo el de Chicago. - Es posible, si. Chester Cross se volvió a sentar y dedicó a todos una sonrisa socarrona. - Vamos a tener una tarde bastante larga. Señorita, tome nota y tráiganos café y canapés variados. Más que a la tarde, a la mañana siguiente se abrió la puerta de la sala. Chester Cross y Preston Blake salieron juntos. Preston se alisaba el cabello y arreglaba la corbata y Chester encendía un cigarrillo. - Has fumado mucho esta noche, Chester.
  • 23. - Ya lo se. - Eso no es bueno. - Hombre, ¿ahora te preocupas por mi salud? - No es tu salud lo que me preocupa, sino tu posición en la Compañía y tu sentido de los negocios, y tu inteligencia al respecto, desde luego. Te estoy muy agradecido, si no hubiera sido por tu apoyo todo hubiera fallado. Chester le miró con la sonrisa fácil y le echó la mano por el hombro. - Shakespeare decía que los puñales, cuando no están en las manos pueden estar en las palabras, que mentir sólo conviene a los comerciantes. El destino, querido Preston, es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que las jugamos. Dejemos que todos los rumores y las malas noticias que todos tememos se revelen por sí solas si lo tienen que hacer y cuando lo hagan, descargaremos el golpe, puedes estar seguro. ¿Cuándo sales para Los Ángeles? - Quiero irme esta misma tarde. Tengo que convencer a Ames para que se retire de la candidatura a Gobernador. - ¿Crees que aceptará?- preguntó Chester. - Ames es un hombre razonable. Además, de presentarse, dudo que gane, sólo hace ruido y la verdad que tanto ruido para tan poco no beneficia a nadie, ni a la Compañía ni a él mismo, que su función es la de escribir guiones. Chester asintió con la cabeza mientras pulsaba el botón del ascensor. - Hasta la vista, Preston.
  • 24. Preston llegó a Los Ángeles y el día también estaba lluvioso. Un coche le esperaba en el aeropuerto. Sin pasar por su casa, se dirigió rápidamente a su despacho, saludando con la cabeza a todo el que se cruzaba con él por los pasillos. Anna, su secretaria le recibió con su sonrisa habitual. - Buenos días, sr. Blake, como usted me dijo, el sr. Ames le espera en su despacho. - Bien, gracias, Anna, no me pase llamadas. Preston entró. - Te encuentro bien a estas horas de la mañana. Ames, a través del humo que expulsó de su cigarrillo le miró con tranquilidad. - Preston, no creo que la hora que sea te importe demasiado. Algo grave está ocurriendo o va a ocurrir. Blake encendió un cigarrillo y preparó café del termo que Anna siempre dejaba en la mesa. - No, no me importa, Fred. - ¿Qué tal por N.Y.? - Ya te puedes figurar, una reunión de veinte horas- dijo Blake bostezando. - Caramba ¿y cómo está Chester? - Bien, demasiado bien, se está confiando otra vez. Fuma y bebe como si tuviera cuarenta años y después del infarto que tuvo el año pasado debería cuidarse mucho más, pero ya sabes como es. - Si, claro, de la vieja escuela. Se hizo un pequeño silencio. - ¡Ah! y también se puso poeta. - ¿Poeta?- preguntó extrañado Ames. - Si, me recitó unos pasajes de Macbeth.
  • 25. - Bueno, Preston ¿vamos al grano?- cortó Fred. - Si, bueno, gran parte de la reunión giró en torno a tu candidatura para Gobernador de California. - Vaya, no sabía que fuera tan importante. - Quieren que no te presentes a las elecciones- dijo más sombrío. - No creo que suponga un problema, ya que el Gremio de escritores se ha tomado la molestia de retirar la candidatura por mí. - Eso aclara bastante las cosas. - Si, supongo. Ames no le quiso dar más importancia al asunto. - ¿Y sobre el listado que te di de los guiones, qué dijeron?- preguntó mirándose las uñas con frialdad. - Quise dejar claro que vamos a operar sobre una base muy distinta, de una forma completamente independiente en el aspecto creador, que creo que ya iba siendo hora, pero he tenido que aceptar que impongan a Edward Qualen de New York como supervisor y enlace entre la Junta de Accionistas y yo. - Qué pasa ¿ya no se fían de ti? - Si, pero porque Chester me apoya y porque han ganado mucho dinero en estos años. No saben como va a responder la taquilla y es lógico que se quieran cubrir las espaldas. Ellos también son los que invierten, Fred. - Qué perros, siempre juegan a caballo ganador- maulló Ames indignado. Blake sonrió. - ¿Te acuerdas de aquel tipo, cómo se llamaba?...Moses Hatling ¿aquel productor que nunca se embarcaba en presupuestos de más de tres millones de dólares? Tenía claúsulas de penalización, a los actores les hacía sudar tinta y aunque la
  • 26. película fuese un éxito y recaudara veinte millones si el presupuesto en la siguiente película se sobrepasaba, penalizaba a la compañía…era un personaje, pero ese cabrón tenía talento para la organización. - Si, y tu empezaste con él- puntualizó Ames. - Cierto, así que empecé a comprender no sólo a ese tipo, sino a todo lo que rodea la Industria. Todos aspiraban a conquistar su puesto, sobre todo por lo que significaba a nivel social, de poder poseer mansiones, propiedades, mujeres elegidas a dedo…pero no se daban cuenta de que no tenían el olfato de Moses y que dilapidaban sus ganacias en pocos años en fiestas privadas. Mientras, el avispado productor estaba siempre a la caza de nuevos talentos y guiones eficaces. Aprendí el oficio y sobre todo que tres millones de dólares bien administrados pueden dar mucho de sí. Lo digo porque creo que eso es precisamente lo que vamos a hacer y de lo que vamos a disponer para el nuevo proyecto. No vamos a hacer “Lo que el viento se llevó” o “Guerra y Paz”. Tenemos que canalizar nuestras energías y recursos en que con presupuestos moderados podemos hacer películas magnificas y para eso, entre otras cosas, necesito buenos escritores. - Yo te digo los temas- interrumpió Ames-. La calle, la vida, los problemas cotidianos, la gente humilde, las lacras que padece este país y todos las callan. Llevamos veinte años contando lo que le pasa a los ricos y si narramos historias de gángsters que se salen del arroyo al final los mandamos a la silla eléctrica, cuando todos sabemos que ese cruel instrumento tenía que ser sufrido por otras personas más responsables de los delitos que se cometen. Uy, uy, uy, Preston, me parece que sueña a quimeras y a comunismo- sonrió Ames con escepticismo.
  • 27. - Los comunistas no son liberales, Fred- contestó Blake- En fin, necesito que contéis conmigo para hacer lo que siempre habéis necesitado, lo que siempre habéis querido contar. - ¿Y Edward Qualen? - De eso se encarga producción. De todos modos, si alguien va a dificultar nuestra empresa hay que mirar mucho más allá de Qualen. Sonó el teléfono. Blake levantó el auricular. Era Anna. - ¿Maurice? Sabes que con él no hay peros que valgan- dijo enérgico Preston. - Bueno Preston, hay te dejo con esa gloria. Hasta la vista. Ames se dirigió a la puerta y salió. Maurice Berger entró en el despacho con la mirada algo extraviada. - Preston, necesito que me ayudes. - Maurice ¿ahora qué te pasa? - Mi mujer, la muy perra, quiere el divorcio. - Pues concédeselo- dijo Blake frío como el hielo. - No puedo Preston, sería mi ruina, ya lo sabes. Estoy acorralado. Preston, necesito un papel importante, un papel dramático, algo que me saque del encasillamiento en el que estoy. Me asustan los nuevos valores, la nueva plantilla de actores jóvenes, porque yo ya estoy algo pasado. No, mejor dicho ¡estoy acabado!- gritó. - ¿Qué quieres que haga? Ya sabes que estoy contigo. Maurice comenzó a calmarse un poco, se acercó a Preston y le dijo con voz grave: - Mi representante me ha dicho que algo se está cociendo en tu cabeza, que tienes un gran proyecto en marcha, dime que es verdad. - ¿Y tú qué demonios sabes?- preguntó Preston algo ofendido.
  • 28. - Sabes que ella es una rata y siempre escucha y no olvides que también es agente de algunos escritores- explicó Maurice. - Pues ya lo sabes. Y que me vas a pedir ¿que te dé el protagonista, verdad? - Preston, tú sabes mejor que nadie que he dado a ganar mucho dinero a la Compañía y ahora exijo un papel más acorde con mi fama- dijo con tono altivo. Preston suspiró y encendió un cigarrillo. - Bien Maurice, parece que quieres enfrentarte de una vez con la realidad, con tu realidad. Pues sea. El tono de Preston no era paciente y comprensivo sino desafiante y amenazador. - Lo necesito. - Y no creas que me has hecho ganar tanto dinero a mí y a la Mutual porque tus últimas películas han sido un fracaso de taquilla y ya no tienes ese gancho que tuviste en otros tiempos, porque sí es cierto que algunas de tus películas fueron éxitos hace diez años, pero últimamente has cosechado fracaso tras fracaso y ningún film ha recuperado ni siquiera los costos de producción. ¿Y que me dices de los constantes escándalos que he tenido que tapar para que tu imagen y tu vida privada no se haya visto perjudicada? ¿Te acuerdas de aquella menor, Maurice? Tuve que pagar a los mejores abogados para que no acabaras en la cárcel. Además no se si recordarás que he convencido una y mil veces a tu mujer para que no inicie el proceso de divorcio. ¿Crees que alguien te va a creer haciendo el papel de un honrado trabajador y padre de familia? Maurice estaba hundido en el sofá. Se había derrumbado y no dejaba de llorar. Preston le miraba con gesto compasivo y recordaba cuando entraba en el despacho con unos veintiséis años de manera jovial, elegante, con su pelo negro y su bigotito que hacía furor entre las señoras. Pero ahora tenía más de cuarenta y aunque no
  • 29. era una edad peligrosa para la profesión, las continuas juergas, el alcohol, las drogas y el sexo habían deteriorado aquel bello rostro y lo habían convertido en una especie de máscara llena de arrugas y ojos prominentes. Aquello ya no era un galán, era un producto de la sala de maquillaje, algo así como Frankenstein. Preston se acercó a él, le agarró por los hombros y le levantó. Le secó las lágrimas, le colocó el pañuelo que llevaba al cuello, le pasó la mano por el pelo y le acarició brevemente la mejilla. Maurice estaba inmóvil como un niño, sin decir nada. - Ahora vete a casa, date una ducha y acuéstate. Veremos a ver lo que puedo hacer. Le acompañó hasta la puerta. Maurice se volvió y le dio las gracias de todo corazón a su amigo. - Anda, anda, ya hablaremos, Maurice. Adiós. Al salir Anna le miró con ternura. Preston reaccionó con rapidez. - Anna, nunca te compadezcas de un actor. ¿Cuántas llamadas quedan? - Su mujer, le espera en el Club de tenis para comer. Llegó sobre las trece horas al Club de tenis. A lo lejos se veía un lago rodeado de altos y frondosos árboles. Marcia, su mujer, raqueteaba precisamente con la todavía esposa de Maurice Berger. Preston la saludó y le indicó donde les esperaba. Acababan de terminar el partido y se dirigían a las duchas. Preston pensaba que era un buen momento para hablar con Virginia Christine y si debía decírselo primero a Marcia, concluyendo para sí que él era el productor y él era el que arreglaba los problemas. Virginia Christine era hija única de uno de los banqueros más poderosos
  • 30. de Nueva York. Al casarse con Maurice, se trasladó con él a Los Ángeles. Era de estatura media, pelo castaño, ancha de caderas y un poco dada a la obesidad. Parecía una mujer sana y con sentido del humor, como cualquier chica americana de su posición. Marcia Cross, en cambio, era alta, morena, con una mirada penetrante y muy dada a la ironía, de principios muy fuertes y arraigados como su padre, Chester Cross. Blake estuvo quince minutos esperando hasta que se encontraron los tres en la mesa. - ¿Quién ha ganado?- preguntó Preston. - Ella, como siempre-dijo Virginia señalando a Marcia- siempre gana, esperaba que una derrota le hiciera más humilde. - Idiota- sonrió Marcia secándose el cabello. Blake llamó al camarero y pidieron unas bebidas, después miró fíjamente a Virginia. - ¿Qué tal Maurice? - ¿Y tú me lo preguntas? Tú sabrás, pasa más tiempo contigo que conmigo. -¿Has visto su última película? Está muy gracioso, muy varonil- templó Marcia. - Será en la pantalla, porque en casa es un verdadero desastre- matizó Virginia. Se hizo un silencio. Marcia daba vueltas a la bebida con la mirada en la pista de tenis y al ver que su esposo encendía un cigarrillo esperaba a que Preston le dijera algo importante. - Escucha Virginia, no creas que estoy aquí para hacerme el encontradizo contigo, para actor ya tenemos a tu marido. Marcia me ha llamado al despacho y hemos quedado para comer, ha sido una casualidad el verte aquí, que quede claro. Todos sabemos que Maurice está pasando por una mala racha. Tienes razón, sú última película no tenía gracia y él no estaba varonil como dice Marcia. Está muy
  • 31. desanimado, pero más por tu petición de divorcio, creo yo, o más bien amenaza de separación. - ¿Amenaza? No, no es una amenaza, voy a separarme de él. El tono indiferente y despreciativo de Virginia enfurecía por dentro a Preston. - Está bien- dijo Preston con ira contenida- puedes separarte si así lo deseas, ya que es tu vida y tu matrimonio, pero sabes muy bien que Maurice es débil y está en su peor etapa profesional, no creo que sea lo más adecuado abandonarle en estos momentos. - Para eso estás tú, su gran amigo, para ayudarle. Marcia se percató de que Preston estaba alterado. - Vamos a ver ¿por qué no me habías dicho nada? Soy tu amiga, Virginia. - No merecía la pena, me separo y ya está. Si no quisiera hacerlo te habría pedido consejo, pero es una decisión tomada en firme, así que Maurice se las arregle como pueda. - Bien, bien, te separas y ya está- dijo Marcia- pero al menos cuéntanos los motivos. - ¿Motivos? Ese idiota ni siquiera los merece. Es un engreído y todavía se cree que es un galán que hace desmayar a las mujeres a su paso… ¡es patético! - No decías eso cuando hace diez años me suplicabas que te lo presentara- intervino Preston con aire rencoroso. - Si, es cierto, pero como bien dices fue hace diez años y era una aventura que podía ser divertida, pero me he dado cuenta que ese espadachín macho y tenorio de la pantalla no es más que un fantoche. Me enamoré de una ilusión, una de tantas que el maldito cine nos hace creer, cosas que en realidad no son más que tramoyas. Es inculto, presumido y sin una pizca de sentido común, bebe mucho y se que juega
  • 32. con jovencitas, aunque él dice que es para promocionar sus películas, como si yo fuera tonta, vamos por favor. - Pues has tardado en darte cuenta ¿no crees?- reprochó Blake. - Te equivocas, me di cuenta hace mucho tiempo, pero quise darle algo de esperanzas, sobre todo para no darle un disgusto a mi padre. Pero ya hay poco que ocultar, ya se lo explicaré. - Entonces está decidido- dijo Marcia apesadumbrada. - Desde luego- contestó tomando un trago de su gin-tonic. Blake permaneció callado, su táctica no había dado el resultado que esperaba y no sabía cómo continuar la defensa de su amigo. Prefería además que su esposa no se enterara de más desmanes de Maurice por la lengua viperina de Virginia. Trató de relativizar el problema, no le parecía tan grave si lo enfocaba de un modo práctico en términos de publicidad de la nueva película. Más incierto era cómo encajaría Maurice la oleada de los medios de comunicación y la más que segura campaña de desacreditación hacia él de Virginia en la prensa sensacionalista. Pensaba que mucho tendría que haberle gritado en sus continuas borracheras, porque una mujer no hablaba con ese resentimiento de un hombre si no había sido herida en lo más profundo. Las preocupaciones aumentaban y sentía sinceros deseos de degollar a su amigo. En el fondo Maurice era un buen hombre, pero siempre fue un ingenuo. Si entró en el cine fue porque le ayudó y también le presentó a Virginia, siendo después el padrino de su boda. No sabía que hacer con él. Sólo podía confiar en que Beulah Jorgensen, el director, sacara lo mejor de él en la película.
  • 33. Andrew Moore consiguió el papel para Gladys en la película. Todo marchaba sobre ruedas para el representante. Gladys trabajaba contenta y llena de ilusión. Una faja muy apretada disimulaba su embarazo. A la semana de rodaje, había una escena en la que tenía que interpretar a la novia de un gánsgter, tenía una fuerte discusión con él, retrocedía a la ventana y él la empujaba al vacío. - ¡Corten! –gritó el director- muy bien, positiven. Un colchón había amortiguado la caída, pero por las piernas de Gladys corría un hilo de sangre y una acusada palidez asomaba en su rostro. Se limpió discretamente con una toalla y se dirigió al camerino, pero antes de llegar se desmayó y cayó inconsciente en el Estudio, mientras una gran mancha sanguínea se extendía sobre su vientre. Llamaron a una ambulancia que le condujo al hospital. - ¿Qué ha ocurrido?-preguntó asombrado el director. - Nada, se ha debido hacer daño al caer- contestó un ayudante. - Estos actores de hoy en día parecen de cristal. ¿Tiene alguna otra escena? - No, ninguna. Ya la hemos matado. Andrew Moore estaba en una comida de negocios cuando le llamaron de la agencia para comunicarle el accidente. Con gesto preocupado se despidió y rápidamente se dirigió al hospital Central de Los Angeles. Preguntó en recepción. -¿En qué habitación está Gladys Dempsey, por favor? - Déjeme ver…-dijo mirando el registro de ingresos- No, no está en ninguna señor, lleva cerca de una hora en quirófano. - ¿Quirófano? ¡Pero si ha sido un accidente sin importancia!- bramó. La recepcionista le miró por encima de sus lentes.
  • 34. - Por lo que veo en el parte esa muchacha ha ingresado con un derrame interno muy fuerte como consecuencia de su embarazo. ¿Es usted su esposo? - No, soy Andrew Moore, su representante. - Entonces espere en la sala, por favor. Andrew se dejó caer sobre un sillón y encendió un cigarrillo con el pulso tembloroso. Habían pasado dos horas cuando un doctor apareció en el hall y habló brevemente con una enfermera. Ella señaló con la cabeza el lugar donde se encontraba el representante y el médico se dirigió hacia él. -¿Sr. Moore? - ¿Es usted familiar de la joven? - No, doctor, solo su representante artístico. - ¿Sabe usted si la señorita Dempsey tiene familiares en Los Angeles? - No…no lo sé. - Bueno ¿pero habrá venido de alguna parte, no? - Creo que es de un pueblo de Minessotta. - ¿Es usted padre del niño? - ¡Por Dios santo, qué dice! -¿Podría usted ponerse en contacto con su familia? - Pues me temo que no, doctor, esas chicas no acostumbran a dar direcciones fiables. Pero dígame, ¿qué es lo que ocurre, cómo está?- preguntó aterrado. - Lo siento. La chica ha muerto, por la fuerte hemorragia perdió mucha sangre y no hemos podido hacer nada, tampoco por el bebé, han debido sufrir un fuerte golpe o una caída. ¿Sabe usted algo al respecto? - ¿Yo? Absolutamente nada. Éstas vienen aquí y se creen estrellas nada más hacer las pruebas y no se dan cuenta de que para ser una estrella se necesita talento
  • 35. natural y no sólo una buena fotogenia, hay que pasar por muchas etapas y supongo que una de ellas le ha costado la vida, digo yo. - Dígame, sr. Moore ¿quién se hará cargo del cadáver? - Yo lo haré, pagaré el entierro y el funeral. - Muy bien, ahora debo dejarle sr. Moore, tengo que atender a otros pacientes, gracias. Le estrechó la mano y se alejó por el pasillo. Moore se volvió a sentar, dando vueltas a su sombrero mientras pensaba. Preston estaba desayunando y mientras saboreaba un café caliente echaba un vistazo a los titulares de la prensa. Marcia se acercó a la mesa dándole los buenos días. - Vaya, parece que iba en serio. - ¿Quién?- preguntó Marcia. - Tu amiga Virginia, mira- y le entregó el periódico. En primera plana, con grandes fotos, se podía leer: “Virginia Christine, hija del poderoso banquero del mismo apellido, se ha divorciado del astro de la pantalla Maurice Berger”. - Maurice…-susurró Marcia. Preston se levantó casi de un salto y llamó por teléfono. - Anna, localiza a Maurice, dile que quiero verle en mi despacho dentro de una hora. No hay peros que valgan. Si no lo encuentras llama a Archie Stoll. Si, nuestro
  • 36. relaciones públicas. Que le traiga a rastras si es necesario, y si está borracho, también. Adiós. Preston colgó y miró a Marcia. - Cariño, voy a hacer de Maurice un verdadero actor. Beulah Jorgensen saludó a Anna. - ¿Está el jefe? Anna le miró e hizo un gesto con la mano como avisando de que no estaba el horno para bollos. Beulah comprendió y sonrió. - Al menos avísale de que estoy aquí. - No hace falta, te está esperando. Beulah empujó la puerta y entró en el despacho, donde Preston hablaba casi a gritos por teléfono con Archie Stoll. - ¡Le quiero aquí en veinte minutos!- colgó y saludó a Beulah. - Hola Beulah ¿has leído ya el guión de Fred? - Si. - ¿Y? - Que se puede hacer una excelente película. - Eso espero, porque tú te encargarás de dirigirla. - Bien. ¿Cuándo empiezo? - Desde este momento- dijo autoritario.
  • 37. - ¿Quieres algo más, Preston? - El papel del padre lo va a hacer Maurice Berger. Beulah levantó la cabeza y le miró asombrado. -¿Maurice? Una carcajada resonó en el despacho. Beulah no paraba de reír. - Ríete, Jorgensen, ríete lo que te plazca, pero tienes que sacar de él todo lo que lleva dentro. Entrégate, pon todo tu arte y empeño y sobre todo ten paciencia. Si durante el rodaje no te veo por aquí serán buenas noticias. ¿De acuerdo? - Creo que lo he entendido, jefe. - Además, he hecho de esto algo personal, hay alguien que quiero que lo disfrute en especial- añadió Preston. Beulah comprendió que Preston Blake seguía defendiendo a sus amigos y una ojeada a un periódico que estaba encima de la mesa lo aclaró todo. - Sr. Blake, le meteremos en las nominaciones de este año. La mirada de Jorgensen era de respeto hacia el productor pero también de empatía con el delicado momento por el que estaba pasando el actor principal. El entierro de Gladys Dempsey se celebró en una fría y lluviosa mañana del mes de diciembre, en el pequeño cementerio de las colinas. Un clérigo dio un breve responso y la pequeña Gladys se fundió con la tierra. Sólo una mujer de unos treinta años vestida de negro acompañó el cadáver, depositó una rosa sobre el féretro e indicó a los dos sepultureros que procedieran. Recibió el pésame del cura y se dirigió al taxi que le esperaba.
  • 38. En un bar de la calle 51 se reunían los médicos para tomar el aperitivo y compartir las experiencias del gremio o contar chistes. El doctor Ritter saludó a varios colegas y pidió un martini, después escuchó sonriendo lo que decía el doctor Schlosser. - El lunes tuve un día agotador. Tres quirófanos. - ¿Y todo fue bien?- preguntó Ritter. - Bueno, todo no. Tuve un caso de hemorragia interna de una joven embarazada y no pude hacer nada después de una intervención de tres horas. Una pena. Después salí y vi a un tipo algo estrafalario que dijo que se encargaba de todo, pero ni siquiera era familiar suyo. Ritter se quedó pensativo. - Ese tipo del que hablas ¿tenía la nariz aguileña y ojos de lechuzo y por casualidad daba vueltas con la mano a su sombrero? - Pues ahora que lo dices…creo que sí- contestó Schlosser. Ritter se tomó de un trago la bebida y se dirigió a un teléfono. Habló durante un tiempo y se reincorporó a la reunión, que ya no tenía un tono tan distendido. - Parece que le conoces- observó Schlosser. - Si. Dices que la mujer estaba embarazada ¿verdad? - Eso fue precisamente lo que causó la hemorragia que le causó la muerte. El tipo me dijo que era su representante y se comportó de un modo extraño. - Miserable- musitó Ritter. - Qué pasa William, ¿de qué lo conoces? - Le vi en el despacho de Preston Blake, el productor de cine- improvisó- y ahora me van a tener que disculpar de nuevo, tengo que irme.
  • 39. Al llegar a los Estudios Mutual el Dr.Ritter no tuvo que esperar porque ya se había citado con Preston. En su interior podía sentir cómo le había enfurecido el relato del Dr.Schlosser, ya que desde el principio había temido lo peor para Gladys. - Hola doctor. - Buenas tardes, sr. Blake. - Bien, dígame lo que ha ocurrido y no se altere, doctor. - Ese tipo, Moore, estuvo en mi clínica y me entregó una tarjeta suya. Yo no pude practicarle el aborto por miedo a que la chica se me quedara allí y le recomendé que fuera a un hospital, a lo que Moore no parecía muy dispuesto, pero mientras le hacía la exploración a la chica bajó al bar y volvió con un talante totalmente distinto, incluso me dijo que ya no hacía falta hacer nada porque la chica tenía un papel en la película y se marcharon. Hoy me he enterado de que la chica ha muerto y estoy pensando denunciarlo a la policía. Blake aguardó un instante. - No, doctor, no vamos a denunciarle. La chica está muerta y enterrada. Su familia parece ser que vive en Minessotta y estarán muy afligidos. Nosotros no sabemos nada de este asunto. Su colega practicó una operación y se produjo un derrame fatal, un lamentable accidente. - Pero Blake, ¡yo sospeché de Moore desde el principio!- gritó. - Usted no podía prever que esa pobre chica iba a acabar así. Desde luego Moore es un miserable, ha estado actuando y haciendo extrañas gestiones por su cuenta. Aquí no volverá a poner los pies, eso se lo prometo, pero dejémoslo estar. Creo que a ninguno de los dos nos conviene que salga a la luz en la prensa ¿no cree? - No, desde luego, podrían implicarnos.
  • 40. - Entonces vuelva tranquilo a su casa o a su clínica, doctor. Le agradezco su prudencia en venir a verme. Le acompañó a la puerta, le dio la mano y cerró. Archie Stoll era el clásico relaciones públicas. Dicharachero, simpático y elegante. Su problema inmediato era encontrar a Maurice Berger, pero no tardó demasiado en hacerlo. Estaba en un bar frecuentado por irlandeses, de muy dudosa categoría para los autóctonos, pero era el último que quedaba abierto de la zona. Sentado en una mesa, dormía con la cabeza apoyada sobre sus brazos. Una botella de whisky vacía estaba junto a él. Archie le recogió, le metió en un taxi y se dirigieron a los Estudios Mutual. En el plató, un cartel en la puerta indicaba la película que se estaba rodando. Titulo: El dique invisible Director: Beulah Jorgensen Era el inicio del rodaje y todo el mundo estaba nervioso. Voces del director de fotografía indicando las luces, golpes del trasiego de los decoradores, movimiento incesante de todo el equipo…Beulah se acercó al camerino donde el maquillador trataba de acentuar las arrugas y ojeras de Maurice. - Vamos al revés de cómo lo habíamos hecho en los últimos años. Hola Maurice ¿qué tal, cómo te encuentras?
  • 41. - Me duele un horror la cabeza, pero bien- contestó con un pañuelo a modo de babero sobre el pecho. - Supongo que ya habrás repasado el guión, vamos a empezar tomándote un primer plano de tus ojos mientras miras la ciudad- ordenó el director. - De acuerdo- contestó sumiso Maurice. - Bueno, cuando acabes con Maurice da unos toques a la señorita McGuire sobre los ojos, también tiene un primer plano- dijo al maquillador. Cuando Maurice entró en el set una vez finalizado el maquillaje fue recibido con aplausos por el resto del equipo. Maurice, emocionado, gimoteaba apurado en el hombro del ayudante de dirección mientras saludaba a todos con la mano. Beulah, sentado ya en la grúa-cámara, miraba complacido la escena real, ya que lo había preparado con la intención de que su actor se sintiera cómodo y motivado en el lugar donde a partir de ese momento iba a trabajar. - Bueno, bueno, ¡ya está bien! Maurice, a tu posición, McGuire, a la tuya. ¡Cámara! - Lista. - ¡Sonido! - Listo. - ¡Luces! - Ok. - ¡Claqueta! - Si. - ¡Acción!- gritó jubiloso Beulah.
  • 42. Andrew Moore se acercaba a su coche cuando un hombre que estaba oculto le encañonó con un revólver y le forzó a subir al suyo. Después de un breve recorrido el desconocido le obliga a parar en un lugar solitario. Andrew bajó del coche y trataba de descubrir la identidad de aquel hombre, que continuaba oculto en la sombra. - ¡Qué quieres de mi! - Tu cadáver. Era una voz ronca y terrorífica. - ¿Mi cadáver, por qué? ¿Quién es usted?- temblaba Moore. - No te importa, yo no tengo historia. He venido de Minessotta, ¿te suena? A vengar la muerte de una chica llamada Gladys Dempsey. ¿Tampoco te suena ese nombre? Andrew se quitó el sombrero y se secó los sudores. - Oiga…se equivoca, fue un accidente en el rodaje de una escena, yo no tuve nada que ver. Además, corrí con todos los gastos del entierro ¿qué otra cosa podía hacer? - Es inútil que te justifiques, Moore. No sabías que Gladys compartía departamento con una amiga que me escribió una carta contándome cómo te aprovechaste de ella y lo del aborto y todo lo demás. Lo se todo- concluyó el anónimo verdugo. - ¡Pero yo hice lo que pude por ella, se lo juro!- gimió. - Todo lo que digas ya está enterrado en una tumba del cementerio de las colinas. Sólo su amiga fue a ese maldito entierro. Por Dios, ni tan siquiera tuvo un funeral digno, así que no pretendas hacerme creer que eres un hombre generoso, bastardo. Andrew Moore comenzó a llorar mientras daba vueltas a su sombrero. De las sombras donde se ocultaba Jack Dempsey, hermano de Gladys, salió una ráfaga compacta y Moore se inclinó súbitamente sobre la carrocería del coche y trataba en
  • 43. vano de tapar la herida de bala del cuello. Jack se mostró a luz y su figura se hizo visible con el resplandor de la luna. Era alto, llevaba un pantalón vaquero con camisa a cuadros y un sombrero de cow-boy. Se acercó más a la víctima, que tenía los ojos fuera de órbita y permanecía aferrado de mala manera a la puerta del coche. - Esto de parte de Gladys. - Y le descargó dos balazos más, uno en el vientre y otro en el pecho. Andrew Moore, el brillante representante de estrellas, perecía en el suelo en un charco de sangre con el sombrero aún en su mano. Archie Stoll llegó muy temprano al despacho de Preston Blake. - Jefe, ¿se ha enterado de lo de Andrew Moore? Preston miraba por la ventana de espaldas a Stoll. - Si, lo he leído hace unos minutos. - ¿Qué opina? - Pues que a veces quizá uno piensa que es mejor estar capado- contestó Preston con sequedad. - Desde luego- dijo sonriendo Stoll. ¿Cree usted que ha sido un asunto de faldas? - Que va a ser si no, Archie- dijo dándose la vuelta. - Claro, que va a ser si no, siempre o faldas o dinero. - Oye Archie, no quiero hablar más de Moore. ¿Qué tal se porta Maurice? - Pues está muy raro- contestó con extrañeza- Desde que acaba la jornada en el estudio se marcha directamente a su casa. Siempre lleva una especie de cuaderno
  • 44. bajo el brazo, él que no leía ni las revistas de humor, y pásmese, no va a los bares de costumbre y no se junta con sus habituales, ni tampoco me consta que haya pasado mujer alguna por su casa últimamente. Creo, jefe, que ha hecho usted un milagro. - Nada de beatitudes, Archie. - Si no quiere más de mí… - No Archie, gracias de nuevo, pero continua atento. Irás al funeral de Moore en representación de los Estudios. Archie le miró sin comprender muy bien pero asintió y se dirigió a la puerta, que dejó a su espalda. Preston y Beulah llevaban treinta años haciendo películas que reflejaban cómo debía ser América pero ahora tenían que reflejar cómo era, con sus defectos y sus virtudes. El director se mostraba contento. - ¿Y por fin los sastres y los banqueros judíos no nos van a decir cómo hacer una película? No me lo acabo de creer, es demasiado bonito. - Ellos nos necesitan, pero nosotros también a ellos- matizó Preston. - ¿Nosotros? - Si, porque ellos son los que ponen el capital. - Evidente. - Sin el cual no podríamos trabajar en este negocio. ¿Está todo preparado para la proyección? - Preparado, y te vas a llevar una sorpresa, ya verás- sonrió Beulah.
  • 45. - Cita a todo el equipo mañana a las nueve de la mañana en la sala de proyección. - De acuerdo. Anna, Beulah, Maurice, Fred Ames, el montador, el decorador, el técnico de sonido, el jefe de vestuario, el maquillador y el director musical estaban sentados esperando con impaciencia. Ahora eran ellos los espectadores ansiosos de visionar su propio trabajo. Habían pasado diez minutos sobre las nueve de la mañana cuando Preston Blake hizo su aparición en la sala. Se sentó delante del equipo junto al director. - ¿Está todo listo, Charlie?- preguntó Preston. - Cuando quieras- se escuchó desde arriba. Se apagaron las luces y el foco mágico iluminó la pantalla. Durante los noventa minutos que duró la proyección no se oyó ni respirar. Cuando apareció el rótulo the end se apagó el proyector y se encendieron las luces. Todos estaban expectantes hacia la actitud del Jefe de Producción, que se levantó y encendió un cigarrillo. Se volvió lentamente hacia todo el equipo y miró fijamente a Maurice Berger, que permanecía mordiéndose un pañuelo. - Has hecho un trabajo soberbio, digno del Oscar, y todos ustedes. Les felicito- dijo como si la película no le hubiera sorprendido. Los componentes del equipo se levantaron súbitamente y empezaron a aplaudir y a gritar alrededor de Maurice. Éste empezó a llorar como un niño y eso animaba a que se exaltaran aún más las felicitaciones hacia él, que se cubría el rostro con las manos, mientras Preston, con una media sonrisa y algo altivo se dirigió a la salida. Al pasar junto a Maurice le pasó suavemente la mano por la mejilla y las lágrimas le mojaron las manos.
  • 46. Sobre las nueve de la noche Preston llegó a su casa. Marcia le esperaba en el salón junto a la chimenea. El reflejo de las llamas le daba cierto aspecto fantasmagórico a la estancia, pero resultaba muy acogedora. Preston entró seguido de un perro que agitaba alegremente su cola. Se sentó al lado de Marcia y se acurrucó en sus rodillas. - ¿Qué tal la proyección?- susurró ella. - Magnífica, estoy feliz, Marcia, muy feliz. - ¿La película es buena? - No sólo por eso, también porque creo que hemos recuperado a un ser humano. - ¿Maurice, verdad? - Si. - Le tienes un gran afecto ¿no es así? - Es mi amigo, cariño. - Si, lo se, pero tienes muchos amigos y sin embargo por ninguno tienes la preocupación que demuestras por Maurice. ¿Te preparo una copa?- Marcia se levantó y se acercó al mueble-bar. - Si, whisky con hielo- contestó reclinándose en el sofá- ¿Sabes, Marcia? Cuando te ha costado tanto conseguir algo y lo has hecho codo con codo con alguien se establece inevitablemente una especie de aprecio mutuo, que aunque pasen los años siempre se refuerza… - Te refieres a Maurice, claro. - Ven, siéntate aquí, preciosa. Ella se acercó y se sentó como una niña en las rodillas de Preston.
  • 47. - Conozco a Maurice desde que éramos niños. Nacimos en el mismo barrio y nos criamos juntos. En aquellos tiempos todo era difícil, muy difícil, aunque no dejábamos de soñar y tener esperanzas. Como era lógico no sabíamos cual iba a ser nuestro camino en la vida… 1903. EN UN BARRIO IRLANDÉS DE NUEVA YORK Mi padre era un irlandés católico chapado a la antigua que tuvo que dejar su país por la tremenda misería que allí había y, enemigo acérrimo de los ingleses, les culpaba de todos sus males. Su deseo era que yo estudiara y tuviera una sólida preparación para que pudiera abrirme camino aquí, un país para nosotros totalmente desconocido. Yo tenía en esa época unos cuatro años y no comprendía nada de las eternas discusiones entre mi madre y mi padre. El abuelo, que siempre se sentaba cerca de la ventana que daba a la calle, los miraba con la pipa entre los dientes y sonreía socarrón. Mi hermana, que tenía dos años más que yo, siempre jugaba con su muñeca de trapo preferida en el suelo. Por entonces mi padre había empezado a trabajar de peón en una fábrica. El sueldo era escaso y prácticamente no llegábamos a fin de mes pero mi madre procuraba que no nos faltara comida y cena. Pero éste era el país de las oportunidades, o por lo menos eso decían. Es curioso, pero cuando la gente es más pobre cree que todo el mundo es más solidario al nacer y se comprometen con su pobreza de modo natural. En aquellos tiempos en que jugaba con las fuentes de la calle y las tapas de los cubos de basura yo no conseguía nada y después comprendí que esa condición humana de bondad inherente a nuestro comportamiento estaba más lejos de lo que yo pensaba. Pero no me arrepiento de haberme percatado de ello cuando era todavía un adolescente,
  • 48. porque te crea el caparazón necesario para la vida y es una verdad que cuanto antes se asuma, mejor. Siempre recordaré un dicho que mi abuelo repetía mucho: “Cuando no hay harina, todo es mohína”. Yo entonces no comprendía el mensaje, pero con el paso de los años se hizo evidente. Se puede ser generoso cuando se tiene, pero cuando careces de lo más elemental temes que lo poco que tienes te puede ser arrebatado y eso hace que sentimientos que nunca deberían aflorar con los demás, se muestren. Era sin duda una situación triste y deprimente, pero yo aprendía a asimilarla. - ¿Y Maurice?- preguntó Marcia. - Viene ahora, paciencia. Conseguimos montar un pequeño taller en el barrio en el que arreglábamos todo tipo de aparatos. Un tal Mike, que era muy habilidoso, nos ayudaba, y así sacábamos unos dólares. Un día apareció en el taller un tipo con aspecto de gángster, llevaba un traje a rayas, un sombrero de ala ancha y una corbata chillona. Nos preguntó si sabíamos arreglar un proyector de cinematógrafo. Le contestamos que sí, que conocíamos ese tipo de artilugios y Mike sonreía con aires de superioridad, pues sabía que Maurice y yo no teníamos ni remota idea. - De acuerdo, mañana tenéis que presentaros en esta dirección- y nos dio una tarjeta. - Si, señor- contestamos. Se despidió con un extraño gesto con la mano y desapareció. Nos precipitamos los tres a la puerta del taller y vimos que subía a un coche que al volante tenía un chofer con cara de pocos amigos. Llenos de alegría nos felicitábamos pues era el primer encargo serio que nos hacían, aunque sin Mike no podríamos hacerlo y no hizo falta mucho esfuerzo para convencerle porque él tampoco tenía nada fijo, no
  • 49. sin antes hacerse algo el interesante y que no le gustaba servir a domicilio, pero cedió. Maurice y yo íbamos al cine tres o cuatro veces por semana. El nuevo medio nos tenía fascinados y cada vez faltábamos más a la escuela. Maurice decía que era capaz de enamorar a todas aquellas primeras divas del cine mudo mientras yo maquinaba cuánto dinero se podría ganar con una película. - ¡Ah, el productor precoz!- dijo Marcia. - Ya lo ves – dijo Preston mientras le acariciaba los cabellos. Pero ahora vamos a comer algo y te seguiré contando. Preston y Marcia se fueron a la cocina. Al poco tiempo volvieron a sentarse en el mismo lugar y con la misma actitud de ternura. Preston miró sonriente a su mujer, encendió un cigarrillo y continuó el relato. A la mañana siguiente de la visita de aquel personaje, Maurice, Mike y yo nos disponíamos a salir hacia la dirección que indicaba la tarjeta cuando un coche paró delante del taller. Se bajó el individuo que era nuestro cliente y nos dijo que subiéramos. Lo hicimos en los asientos traseros y el hombre se sentó junto al conductor, el mismo personaje con la expresión malhumorada. No habían pasado más que unos diez minutos y nos encontrábamos frente a una casa impresionante, sólo su jardín era más grande que mi humilde hogar. Subimos por un estrecho sendero con árboles tras atravesar una verja hasta llegar a la mansión. Nos bajamos del coche con una sencilla caja de herramientas en la mano. Maurice miraba con asombro aquel vergel. Mike mascaba chicle y también estaba extrañado de todo aquello pero estaba tranquilo y a mí algo me decía que podrían cambiar nuestras vidas radicalmente. Entramos en un gran salón y esperamos al hombre del traje a rayas. Éste sacó el proyector de un armario y lo puso en el suelo. Después puso un
  • 50. trípode delante de nosotros, nos miró y nos ordenó que nos pusiéramos manos a la obra porque su jefe quería ver una película enseguida. Se retiró y nos dejó con aquel artefacto. Maurice y yo esperábamos indicaciones de Mike, que no dejaba de mascar chicle hasta que nos tranquilizó al decir que era “pan comido”. Había pasado una hora, Mike se sentó en un sillón. Esperamos junto al proyector sin decir nada. De repente se abrió la puerta y apareció un hombre en bata con un puro en la boca. Tenía unos treinta y tantos años, moreno de piel con el pelo negro y lacio, de estatura media y unos ojos oscuros y penetrantes. - ¿Está arreglado?- nos preguntó. Miramos a Mike, que se levantó del sillón, miró con insolencia al hombre y le preguntó si tenía una película a mano para comprobar si funcionaba el aparato. El anfitrión hizo una seña y le pasaron a Mike una lata metálica que tenía dentro un rollo de película. Mike, sin perder la tranquilidad puso la bobina en las ruedas del proyector con sumo cuidado y el hombre de la bata se sentó en otro sofá más alejado de nosotros. Se apagaron las luces y Mike se situó junto al haz de luz que desprendía la imagen proyectada. Salieron los títulos de crédito. Era la película “El gran desfile”, de King Vidor y nosotros rezábamos para que no ocurriera ningún contratiempo. Dos horas después el hombre se levantó secándose las lágrimas con un pañuelo, lo que nos pareció normal aún sin haber prestado toda la atención a la trama porque era muy emotiva. Para nuestra sorpresa nos dijo que fuéramos tres veces por semana ¡a ponerle la misma película! Después vino el hombre del traje a rayas y nos dio dos dólares a cada uno, para nosotros un buen dinero, pero cuál sería nuestro asombro cuando del bolsillo interior de su chaqueta sacó otro fajo de billetes y nos lo entregó para
  • 51. que nos compráramos ropa nueva. Nos acompañaron a la puerta e incluso nos llevaron de vuelta al taller. Fue una de las mañanas más felices de nuestras vidas. En los días siguientes traté que las cosas fueran a un ritmo normal. Poco antes de que tuviéramos que volver a la mansión decidí hablar con Maurice y Mike. Nos sentamos en un banco de la calle. Les dije que podríamos sacar mucho partido a esas proyecciones debido a que ese hombre de la bata era muy probable que fuera un gángster importante. Después les conté que en cuanto tuviera oportunidad pensaba exponerle a ese hombre una idea que me rondaba la cabeza. Un día más llegó el coche que esperábamos y una mano que se divisó por la ventanilla nos indicó que subiéramos. El coche rodaba por la autopista cuando me percaté de que íbamos por un camino diferente del habitual. Tomamos una salida más lejana pero al fin a lo lejos vimos la mansión. Volvimos al mismo salón y allí estaban el proyector y la pantalla blanca esperándonos. Mike depositó la caja de herramientas en el suelo y se quitó su chaqueta y sombrero nuevos. Ya vestíamos como ellos. Entró el jefe con el mismo porte y apariencia. Sabíamos perfectamente lo que quería. De nuevo vimos “El gran desfile” y de nuevo vivimos la misma sensación. El hombre se secó las lágrimas, nos volvió a pagar muy bien y nos dio las gracias. Fue cuando decidí dirigirme a aquel peculiar personaje no sin antes respirar hondo. - Sr. Dunne. Él se detuvo en seco y se dio la vuelta lentamente. - ¿Quién ha mencionado mi nombre? - He sido yo- contesté algo asustado. - ¿Has sido tú? Bien. ¿Y cómo sabes mi nombre jovencito? - Por mi padre, señor.
  • 52. - ¿Tu padre? ¿Y quién es tu padre? - Estuvo trabajando de jardinero en su finca, durante un mes. Cuando le conté de donde había sacado el dinero con que usted nos paga me dijo que usted es un gran caballero irlandés que ayuda a sus paisanos. También me dijo que ya no quedan hombres como usted, sr. Dunne. Dunne me miró, pero de su rostro había desaparecido esa actitud amenazadora y ahora era de curiosidad. - Así que sois irlandeses. - Si señor- contestamos los tres. - Muy bien- dijo dirigiéndose a mi- ¿Para qué me has llamado? - Sr. Dunne, como parece que le gusta mucho el cine, había pensado proponerle una idea que tengo en la cabeza. Mike y Maurice cada vez estaban más tensos. Ya nos veíamos en la calle echados a patadas de la casa, pero no fue así. - Y… ¿se te ha ocurrido a ti solo? - Si, señor. De pronto comenzó a reír y sus hombres, que estaban en la puerta, le imitaron. El salón se llenó de risotadas. Nosotros también reímos, pero a la defensiva y mis amigos me miraban asustados. - Bueno, te escucho. Yo siempre escucho a un irlandés decidido- dijo cruzando las manos sobre el pecho. En pocas palabras le expuse lo que tenía pensado. Que el cine era un negocio, que podríamos hacer nuestras películas y exhibirlas en los cines del barrio, que teníamos el equipo técnico, actores, directores y guionistas, en fin casi todo, pero
  • 53. que nos faltaba lo más importante, el dinero para llevarlo a cabo. Después de soltarlo todo me sequé el sudor y le observé. Dunne sonreía. - ¿Y cuánto sería la inversión? - Todavía no he hecho los números, pero tenga por seguro que la primera película no sería muy costosa. - Bien. Dunne dio por terminada la conversación, pero antes de salir se volvió y me dijo: - Tráeme una relación completa de los gastos y un proyecto de lo que quieres hacer. Lo quiero aquí mañana a las diez en punto. Os recogerá el chofer. ¿De acuerdo? - Si, señor, gracias- contesté. De nuevo en el barrio, nos pusimos a trabajar. Aquella noche la pasamos en vela haciendo números ficticios, incluyendo a actores y actrices inaccesibles y guiones sin sentido, pero empezaba a germinarse un sueño. El presupuesto ascendió a un total de mil dólares. Al día siguiente temíamos que el sr. Dunne no tomara en serio la propuesta pero sonrió agradecido al observar los papeles que le entregamos. - Está bien, os facilitaré ese dinero, confío en mis paisanos. Hablar con mi contable. Tu, Preston, te encargarás de la administración y responderás ante mí ¿está claro? Otra cosa, Mike se quedará conmigo en la casa, necesito alguien permanente para el proyector. Mike se encogió de hombros tan frío como de costumbre, yo no cabía en mí de gozo y Maurice todavía no se lo creía. Así pues alquilamos una pequeña oficina y pusimos un anuncio en el periódico, ya que necesitábamos personal y material para hacer la película. Los primeros días se presentó una cantidad inesperada de gente y en una semana ya habíamos completado la plantilla, muy reducida pero plantilla en definitiva, la primera de Producciones Green.
  • 54. Director y guionista: Preston Blake Primer actor: Frank O´Connors (Maurice) Primera actriz: Mary O´Senna Decorados: Jack Gunny Fotografia: Steve Morrison Después necesitábamos un exhibidor que canalizara comercialmente la película en los cines de la zona. El sr. Allen, un judío que tenía dos de ellos, fue la primera opción. Me entrevisté tres veces con él pero el muy cerdo se negaba una y otra vez. Decía que éramos muy jóvenes y que no teníamos experiencia. Yo le suplicaba que por lo menos viera una copia, pero nada. Estaba desesperado. Teníamos la película, pero nos faltaba el cine. Por fin conseguí que viera una copia en el taller pero nos dijo que era una basura y se marchó. Estaba ya dispuesto a renunciar, pero después pensé que era sólo la opinión de ese tipo, nada más. Entonces se presentó en la oficina un individuo que venía de parte del sr. Allen. ¡Estaba dispuesto a exhibir la película! Solo que sus condiciones eran que no obtendríamos ningún beneficio por ser la primera vez. ¡El viejo cabrón! No tenía más remedio que hablar con el sr. Dunne, que me recibió amablemente. - ¿Qué ocurre, Preston? - Lo siento sr. Dunne, pero me temo que le he fallado. - Qué pasa, ¿al primer tropiezo te rindes?- me preguntó mirándome fijamente -¿Has traído la película? - Si, señor. - Mike, pónla.
  • 55. Se apagaron las luces. Dunne se sentó en su sillón y recuerdo que llevaba su pañuelo en la mano. Los tres rollos de la película fueron pasando lentamente y cuando acabó la proyección se levantó. - ¿Qué ha dicho ese judío? - Que es basura- contesté. - ¡Basura!- exclamó indignado- Véte a la oficina y empieza otra película. Chico, tienes talento. Y no te preocupes del judío, déjame hacer a mí- me dijo dándome un golpecito en la mejilla. Empezamos a rodar de nuevo. La película se llamaba “La hija del mal”. Maurice estaba muy interesante haciendo de amado sufridor y Mary estaba bellísima. Una vez que empezamos se nos olvidó el miserable Allen y cuando terminamos el rodaje !a las tres tardes! recibimos una visita inesperada del propio Allen. Maurice y yo nos miramos estupefactos. ¿Qué había ocurrido para que se presentara allí? Se sentó en una silla mientras nosotros le observábamos callados. Empezó a balbucear, diciendo que la película no era tan mala y que sólo pagaríamos el alquiler del cine. El resto sería para nosotros. Se levantó y se fue. Enseguida me di cuenta de que todo había sido obra de Dunne y sus hombres. Marcia Cross bostezó y estiró los brazos. - Que interesante, amor. ¿Nos vamos a dormir y mañana me cuentas más? - Si, yo también estoy cansado. Preston se levantó, puso el brazo sobre el hombro de ella y se dirigieron al dormitorio. Marcia se detuvo. - ¿Cómo te acuerdas tan bien de todo? - Siempre he escrito una especie de diario, y sabes que tengo buena memoria.
  • 56. Una vez recostados, Marcia le miró con ternura y apoyó su cabeza en el pecho de Preston, que continuó la historia… La semana siguiente a la visita de Allen a las oficinas Green fue vertiginosa. La película se estrenó en dos cines en programa doble. Maurice y yo fuimos a verla, confundidos entre un público muy vocinglero, pero a medida que avanzaba la gente se iba interesando y al final la mayoría aplaudió y pataleó. Maurice estaba contento con su actuación y pronto se propagó la voz entre la gente del barrio. En la siguiente sesión el cine estaba lleno. Sobre todo las jovencitas se ruborizaban y hablaban de lo guapo que era Maurice, que ya comenzaba a saborear las mieles del estrellato cuando comenzaba a ser abordado por sus vecinas que le pedían autógrafos. Estaba entrando en otro mundo, al igual que Mary, su compañera habitual de reparto. Cariño, la fama es algo que crece como un reguero de pólvora, y nos venía de perlas. Yo pensaba que esa pareja iba a triunfar. “El sultán” se mantuvo en cartel una semana y cuando acabamos “La hija del mal” se la entregamos a Allen, que estaba más amable con nosotros. Aquel año ocurrieron hechos que iban a ser determinantes en mi vida. Primero, la muerte de mi madre, que llevó a mi padre a una inevitable y larguísima tristeza, a un carácter ya para siempre reservado y silencioso. Se apartó de la gente, hasta tal punto que una mañana la policía nos avisó para que fuéramos al depósito de cadáveres. Apareció flotando en el río. No lo puedo olvidar. Me hice cargo de mi hermana, que después por medio de un amigo de Dunne ingresó en un colegio interno católico. Marcia agarró la mano a Preston. En cuanto a Dunne, mi protector irlandés y romántico, fue acribillado a balazos en su mansión por una banda de asaltantes mientras veía “El gran desfile” en su sillón.
  • 57. Mike estaba allí y también murió mientras operaba con el proyector y según nos informaron después la imagen quedó congelada con la palabra The end. Qué ironía, el hombre del traje a rayas que descubrió nuestro taller fue el que acabó con su jefe, aunque también murió en el tiroteo. A partir de aquel momento ya no estábamos protegidos y nuestras vidas peligraban. Allen nos volvió a perder el respeto y de nuevo exgía el cien por cien de las ganancias, así que Maurice y yo decidimos emigrar. Nuestro destino fue éste, California, porque ya sabíamos que Hollywood estaba en plena ebullición y era la incipiente meca de la fábrica de hacer sueños. El viaje lo pudimos hacer gracias al dinero que conseguimos ahorrar. Antes de marchar visité a mi hermana en el colegio y le dije que en cuanto me asentara me la llevaría a Los Angeles. La madre superiora fue muy comprensiva y accedió a cuidarla el tiempo que fuera necesario. Y así, una hermosa mañana de 1926 Maurice y yo tomamos el tren rumbo a la costa oeste, dejando atrás todo lo que habíamos vivido hasta entonces. - Así empezó el productor que tienes delante de ti, Marcia. Ella, emocionada, le besó. - Lo siento por tus padres y por Mike, pero hiciste lo que debías, te admiro por ello. A la mañana siguiente Preston Blake se levantó temprano. Marcia, en la cocina, le preparaba el desayuno. - Oye, Preston. - Dime- contestó mientras tomaba café. - ¿Por qué se llama Maurice si su nombre es Frank?
  • 58. - Él dice que suena muy bien en francés y ya sabes que los americanos, cuando mueren, no quieren ir al cielo, sino a París. - Qué bonito… Cuando Blake llegó al despacho Anna le esperaba de pie y extendió sobre la mesa una gran cantidad de papeles y de periódicos que en las portadas hacían alusión a la película “El dique invisible”. La prestigiosa crítica del Tribune, Eleanor Franklin la alabó sin reservas y en especial el trabajo de Maurice, al que le consideró el nuevo Lionel Barrymore. Preston pensó que Archie Stoll había hecho un buen trabajo de promoción. Mientras seguía leyendo las críticas, entró exultante el relaciones públicas. - ¿Ha visto las críticas? Hasta esa arpía se ha rendido. - Archie, ¿cuánto nos ha costado su artículo?- preguntó Preston. - Bueno, la señora Franklin tiene mucha tirada diaria. - ¿Cuánto?- insistió. - Cinco de los grandes. - Algo elevado, pero tendremos mucho público potencial en el bolsillo ¿verdad? Archie y Anna sonrieron y afirmaron con la cabeza. Avanzada la tarde, en el Stock, con Maurice, Beulah y Fred Ames, Preston recibió una llamada de Chester Cross. Después de felicitarle por la acogida de “El dique invisible” le comunicó que llegaría a Los Ángeles al día siguiente. Preston volvió a la mesa con gesto preocupado. - ¿Qué te preocupa?- preguntó Fred ¿Es esa llamada? - Es muy extraño que mi suegro quiera venir ahora.
  • 59. - La película está siendo un éxito y la han nominado para los Oscars, será por eso- conjeturó el guionista. - Chester no se altera por esas cosas- respondió tomando un trago de coñac. - Bueno, sea lo que sea, pronto lo sabremos, no nos precipitemos- soltó Beulah. Había pasado una hora desde la llamada y la reunión se tornó divertida y agradable mientras el alcohol protagonizaba a ritmo creciente la sobremesa, pero Preston, al ver la expresión de Maurice comprendió que alguien inesperado había entrado en el restaurante que no era de su agrado. Miró a través del espejo y vio a Virginia Christine acompañada de una especie de gigoló rubio con cara de lascivo. También llevaban bastante alcohol puesto. Maurice estaba pálido, pero continuaron la charla con buen humor y se tomaron otro trago. Una voz, fuerte y sonora, se estrelló contra la nuca de Preston. - ¡Oooh, el sr. Blake, el último prodigio de Hollywood! Preston se volvió y encontró a John Robbins, un viejo actor que había sido una estrella en los años veinte y treinta y que ahora vivía de las invitaciones de los amigos. Alto, educado, bien vestido y con clase, fue sobre todo un gran actor de teatro. Todavía se recordaba una interpretación que hizo en el Teatro Stemberg de Broadway del príncipe Hamlet, pero el cine y los excesos acabaron con él. - Majestad ¿cuándo acabaréis con el invierno de nuestro descontento?- recitó. - Ahora mismo- dijo Preston alargándole un vaso de whisky. - Gracias, majestad. Ahora estoy bajo el glorioso sol de York y todas las nubes que se encapotan sobre mi frente estarán sepultadas en el seno de este vaso- dijo Robbins mientras fulminó el brebaje- ¿Me permitís que tome asiento en tan noble reunión? El grupo, sonriente y jubiloso, le ofreció asiento.
  • 60. - Y decidme, príncipe de las letras ¿esos asnos os han invitado a la coronación?- preguntó Robbins a Ames. - ¿La coronación?- preguntó Maurice. - Si, el Oscar- aclaró Ames. - Es usted un gran escritor, pero le advierto que es peligroso ser tan humilde. - Gracias, John. Nunca oídos tan paganos fueron tan bien recompensados. De la oscuridad del fondo surgió una figura que se acercó tambaleándose a la mesa en que se encontraban. Se situó entre Robbins y Blake. - ¡Vaya, el viejo actor recordando tiempos caducos! ¿Es el alcohol el que hace que tu memoria pueda recordar tantas tonterías? Estoy harto de tus peroratas Robbins ¿o debo llamarte como a ese personaje que vociferas constantemente? Se hizo un embarazoso silencio y todas las miradas del restaurante se dirigieron a la mesa. - ¡Y ahora bébete eso y lárgate de aquí, éste no es tu sitio y me estas molestando!- ordenó el tipo a Robbins. El viejo actor hizo ademán de levantarse para irse pero Preston le agarró del brazo y enérgicamente le obligó a sentarse de nuevo, mientras miraba desafiante a Jonathan Owens, hijo de uno de los jefes más importantes de la colonia cinematográfica, un verdadero tirano temido por todos. - Que ocurre Blake ¿ahora te dedicas a proteger borrachos? Bueno, en realidad siempre lo has hecho- atacó mirando a Maurice, que ya estaba hebrio y con la cabeza baja. - Escucha- la voz de Preston era pausada pero firme- eres el hijo de Owens y por eso crees que puedes tratar a la gente como te plazca, no eres más que un niño malcriado al que nunca le dicen lo que realmente piensan de él. Ahora estamos aquí
  • 61. y si no recuerdo mal nadie te ha invitado a esta reunión y te permites el lujo de insultar a mis amigos. Mira bien, todos los que estamos en esta mesa contribuimos a que tanto tú, como tu padre, un gran productor, no lo niego, así como los consejos que dirigís se llenen los bolsillos a manos llenas. Hasta de nuestros errores viven los parásitos como tú, con yates, piscinas, juergas, mujeres…y en cuanto al sr. Robbins, al que llamas borracho, con una sola actuación siempre será más grande de lo que podrás ser en toda tu absurda vida… - ¡Blake!- gritó furioso Owens. - ¡A pesar de tu corte de aduladores, que además no te siguen por lo que eres sino por lo que tienes! Así que, por favor, si eres tan amable, vuelve por donde viniste a fanfarronear de tus últimas conquistas. De nuevo se hizo el silencio en el salón. Jonathan Owens tenía la suficiente soberbia como para no consentir que le dejaran en ridículo públicamente. - ¡Aquí tenemos al generoso Preston Blake!- dijo dirigiéndose al local- el amigo de sus amigos, el buen samaritano ¿Por qué no en lugar de dedicarte al cine no has puesto una clínica para sanar almas desgraciadas como la tuya? Beulah Jorgensen carraspeó y trató de incorporarse para espabilarse de la borrachera, pero Preston le hizo desistir. Jonathan continuó cada vez más grosero. - Qué ocurre ¿se ha ofendido el caballero?- mirando a Beulah- Por cierto ¿es sueco o noruego? Bueno, es lo mismo, vienen aquí, comen de nuestra mano y luego la muerden… ¿pero qué se han creído estos comunistas que se disfrazan de progresistas? Preston no pudo evitar la reacción de Jorgensen, que con un movimiento brusco y fugaz soltó el puño, que se estrelló en la boca de Jonathan, que cayó al suelo. Todo el personal que trabajaba en el Stock se arremolinó junto al cuerpo del provocador,
  • 62. que trataba inútilmente de incorporarse. Al fin, ayudado por los camareros, lo hizo, con los ojos inyectados en sangre. - Estás acabado, bastardo, nunca trabajarás más en el cine. Ya puedes hacer tus maletas y marcharte de este digno país que repudia a la gentuza como tú. - ¡Me iré cuando me de la gana, mequetrefe!- gritó Beulah. El maitre del restaurante se acercó muy nervioso. Jonathan Owens salió. - Sr. Blake ¿qué ha ocurrido? - Nada, sólo un hijo de mala madre se ha metido donde no le llaman. Pase la factura de los daños a mi secretaria y de todo esto, por favor. - Cómo no, señor- se relajó el maitre. Se volvieron a sentar. Robbins lloraba. - Vamos, John- le animó Ames. - Es la primera vez desde que caí en desgracia que alguien me defiende- se volvió hacia Preston con los ojos llenos de lágrimas- Jamás olvidaré lo que ha hecho por mi, ese cerdo necesitaba que alguien le dijera lo que le has dicho y que le pusieran la cara del revés-mirando también a Beulah-. No creo que ese histérico pueda cumplir su amenaza, se le va la fuerza por la boca. Han arriesgado por un viejo que además ha sido el causante de todo esto. Son ustedes unos caballeros, gracias. - Vamos, vamos, John, que nos vamos a poner todos a llorar- le dijo Beulah- ese moscón se lo estaba buscando, como siempre. Tomaron un par de copas más, pero ya en silencio. Después se levantaron y se dirigieron a la salida. Ames se llevó a Beulah y a Robbins en su coche. Maurice y Preston se fueron paseando por el bulevar. Ya estaba amaneciendo.
  • 63. Marcia y su padre Chester se encontraban comiendo en el jardín cuando apareció Preston, descamisado y todavía algo bebido. - ¿Qué tal, genio?- saludó alegre Chester- Anda, tómate esto, es bueno para las resacas. Se sentó. Mientras bebía el jugo de tomate con un toque de almeja notó como le observaban y apuró sobresaltado la bebida. - Qué ocurre ¿habéis visto un fantasma? - Supongo que algo nos tienes que contar ¿no crees?- le dijo Marcia. - Vaya, es eso… Nada, Owens junior, encontró lo que hace demasiado tiempo merecía. - Ese gracioso es un mal bicho Preston, no te confies- advirtió Chester. - Lo se. - ¿Cómo llegásteis a ese extremo, cariño? - ¿Me podéis decir cómo os habéis enterado tan pronto? - ¿Sabes qué hora es, querido? - No ¿qué hora es? - Las dos. Los periódicos han publicado la foto de Jonathan en el suelo y chorreando sangre- dijo Chester con aire distraído. - Ese indeseable empezó a insultarnos a todos, traté de calmarle pero eso le ensañó aún más. Tuvimos que aguantar su viperina lengua que además estaba empapada en alcohol. El director, Beulah Jorgensen casi nos quitó a todos de golpe la borrachera con el puñetazo que le dio. Lo demás supongo que estará en el cotilleo del día. - El viejo Owens ha llamado hace una hora- dijo Chester en otro tono. - ¿Y?
  • 64. - Ya te puedes figurar, que despidas a Beulah ipso facto- parafraseó. - ¿Y quién es ese hombre para darnos órdenes? No despediré a Beulah, Chester. - ¿Y si yo te lo pido? - Has sido como un padre para mí, te quiero y te respeto, pero si ahora cedemos a las presiones de este picatoste porque su hijo es un caprichoso insolente ¿en qué posición quedaremos ante la Industria? Beu y Maurice están nominados al Oscar a la mejor dirección y mejor actor principal. Supondría un gran desprestigio para el talento que estamos vendiendo a millones de espectadores en todo el mundo, un desprestigio para la película y para nuestra compañía, Chester, y eso es precisamente lo que buscan. Ya estoy viendo los titulares. “Owens manda en Hollywood. “ El candidato al Oscar de la Academia no podrá trabajar en la Industria por los caprichos del hijo del Zar”… Nos convertiríamos en una filial sometida a los Owens. Chester miró a Marcia y se levantó. - Tienes razón, con todos mis respetos que le den por el culo al hijo de Owens y si no tiene cojones para defenderse de un puñetazo que le mande su papa a veranear a Florida. No se despedirá a Jorgensen- concluyó Cross- Por cierto ¿la próxima película? - “La delación”- contestó con seguridad Preston- y la dirigirá Beulah si no hay inconveniente. - Sabes que siempre consigues todo de tu suegro- intervino Marcia Blake le miró con admiración porque había recuperado el coraje que parecía haber perdido en los últimos meses. Marcia se apoyó delicadamente en su hombro. - Chester, ahora si no es indiscreción ¿qué tal si nos dices a tu hija y a mi para qué te has presentado?
  • 65. - Quería hablarte de una frase de “El dique invisible”. El obispo de Nueva York me sugirió que debíamos suprimirla, así como algunos planos comprometedores. - ¿Qué frase? -“Cada uno tiene un dios”- dijo Chester, que al ver la reacción de su yerno pareció cambiar de idea- ¿Qué te hace tanta gracia? - Querido Chester, creo que el Código Hays ya pasó a la historia y lo sabes. Sabía que sólo habías venido a ver a tu encantadora Marcia. Los tres rieron sonoramente. Pocos meses después comenzó la producción de “La delación” con Beulah Jorgensen como director y guión de Fred Ames, prácticamente el mismo equipo de “El dique invisible”. Después de la firmeza de Chester Cross en el asunto Beulah, Owens no volvió a ser incómodo, aunque muchos sabían que el hijo rumiaba alguna jugada vengativa. Se acercaba la ceremonia de entrega de los Oscars y todos estaban alterados. La película estaba nominada en siete apartados. Chester envió un telegrama confirmando su asistencia. Sus más directos competidores eran precisamente los Estudios de Harry Owens, con una película que optaba a los mismos apartados: película, director, guión, actor principal, montaje, banda sonora y maquillaje. “Los años felices” era su título. Preston recibió la visita de John Robbins. Quería recoger una invitación para dicha ceremonia y por supuesto, para la fiesta que se daría a continuación. Gran parte del consejo de administración tampoco se lo quería perder por lo que Preston tuvo que arreglárselas para conseguir veinte invitaciones para ellos y sus señoras. Anna, la
  • 66. secretaria, estaba feliz y era mucho más amable que de costumbre con las personas que venían a ver a su jefe. Era lógico. La Mutual llevaba más de cinco años sin estar nominada a los Oscar y ahora después del éxito comercial podía llegar el artístico a nivel mundial, que aumentaría paralelamente la cifra de ganancias para la Compañía. Y llegó el día. Todos estaban listos. Eran las cinco en punto cuando Preston, Chester y Marcia subieron al coche que les esperaba en la puerta principal de su casa y que había enviado el Estudio con un gran ramo de flores. Marcía, vestida de un flamante amarillo, sublimaba la creencia de algunas culturas en la mala energía de ese color y derrochaba la alegría natural y desbordante de sus mejores tiempos. Cuando el coche empezó a rodar los tres charlaban de temas de interés popular y de chistes fáciles. El sentido del humor era la única terapia para aplacar la tensión y hacer más ameno el trayecto al chofer. Al bajar, ya había olor de multitudes en el Pavillion y se oían a lo lejos gritos que aclamaban a Maurice, que lucía radiante, con un smokin negro, pajarita roja y unas cuantas capas de maquillaje. Su pelo negro y su bigote seguían siendo de un extraño atractivo. Preston le miraba complacido y no recordaba en ese momento un rostro que contuviera tanta felicidad. Avanzaron a paso de tortuga hasta sus asientos y pudieron deleitarse con la espectacular decoración de la enorme sala y el abarrotado aforo. Preston paseó su mirada entre el público y sus pupilas se saturaron de glamour y expectación. Maurice estaba sentado a su izquierda y se comía literalmente el pañuelo y a una seña de su jefe lo guardó en un bolsillo. Marcia a su derecha abría los ojos como una niña. Fred Ames estaba unos asientos más allá apoyado en su fino bastón y se mostraba más sereno