3. “-Admitiremos entonces, ¿quieres? –dijo-, dos clases de
seres, la una visible, la otra invisible.
-Admitámoslo también –contestó.
-¿Y la invisible se mantiene siempre idéntica, en tanto que
la visible jamás se mantiene en la misma forma?
-También esto –dijo- lo admitiremos.
-Vamos adelante. ¿Hay una parte de nosotros –dijo él –
que es el cuerpo, y otra el alma?
-Ciertamente –contestó.
-¿A cuál, entonces, de las dos clases afirmamos que es
más afín y familiar el cuerpo?
-Para cualquiera resulta evidente esto: a la de lo visible.
-¿Y qué el alma? ¿Es perceptible por la vista o invisible?
-No es visible, al menos para los hombres, Sócrates –
contestó.
4. - Míralo también con el enfoque siguiente: siempre que estén en un
mismo organismo alma y cuerpo, al uno le prescribe la naturaleza que
sea esclavo y esté sometido, y a la otra mandar y ser dueña. Y según
esto, de nuevo ¿cuál de ellos te parece semejante a lo divino y cual a
lo mortal? ¿O no te parece que lo divino es lo que está naturalmente
capacitado para mandar y ejercer de guía, mientras que lo mortal lo
está para ser guiado y hacer de siervo?
- Me lo parece, desde luego.
- Entonces, ¿a cual de los dos se parece el alma?
- Está claro, Sócrates, que el alma a lo divino y el cuerpo a lo mortal.
5. - Examina, pues, Cebes, -dijo-, si de todo lo dicho se nos deduce esto:
que el alma es lo más semejante a lo divino, inmortal, inteligible,
uniforme, indisoluble y que está siempre idéntico consigo mismo,
mientras qué a su vez, el cuerpo es lo más semejante a lo humano,
mortal, multiforme, irracional, soluble y que nunca está idéntico a sí
mismo. ¿podemos decir alguna otra cosa en contra de esto, querido
Cebes, por lo que no sea así?
- No podemos.
- Entonces, ¿qué? Si las cosas se presentan así, ¿no le conviene al
cuerpo disolverse pronto, y al alma, en cambio, ser por completo
indisoluble o muy próxima a ello?
- Pues ¿cómo no?
Platón, Fedón, 79b-81a, Traducción de Carlos García Gual, Editorial Gredos, Madrid, 2000.
7. Nada es la muerte para nosotros y en nada nos
concierne, puesto que la naturaleza del
espíritu es una posesión mortal. (...)
así, cuando ya no seamos, cuando la
separación del cuerpo y del alma, por cuya
unión estamos ligados unitariamente, haya
ocurrido,
es claro que nada a nosotros, que ya no
seremos entonces,
podrá en modo alguno sucedernos o conmover
nuestros sentidos, ni aun si la tierra se
mezclara con el mar y el mar con el cielo.
8. Y aun si la naturaleza del espíritu y el poder del alma
sienten después de que han sido separados de nuestro
cuerpo,
aun así nada es para nosotros, que existimos,
unitariamente ligados, por el enlace y la conjunción del
cuerpo y del alma.
Y si el tiempo reuniese nuestra materia después de la
muerte y otra vez la trajera de vuelta tal como ahora está
dispuesta
y así de nuevo nos fueran dadas las luces de la vida, en
nada, sin embargo, nos importaría a nosotros tampoco
este hecho,
una vez que se ha interrumpido la rememoración de
nosotros mismos."
Lucrecio: textos breves sobre Venus, el amor y la muerte, Eduardo Molina Cantó, Onomázein : Revista de
Lingüística, Filología y Traducción 01/1998; DOI:http://www.doaj.org/doaj?
func=openurl&genre=article&issn=07171285&date=1998&volume=&issue=3&spage=241