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PRIMER PARTE
UNA REPÚBLICA EN VENTA
Entrega de porción del subsuelo
nacional a los consorcios
extranjeros del petróleo por el
despotismo de Juan Vicente
Gómez: 1908-1935
Capítulo I
CASTRO Y GOMEZ: DESPOTISMO, ASFALRO Y PETRÓLEO
El apacible comienzo
Los primeros intentos de explotación comercial del petróleo en Venezuela tuvieron lugar hacia la segunda mitad
del siglo XIX.
Por los años de 1870 prestaba sus servicios profesionales como médico, en el entonces “Gran el Estado de los
Andes”, el doctor Carlos González Bona. Recorría pueblo y caminos a lomo de mula. Sobre su corpulenta
humanidad, un paraguas verde le prestaba protección del sol durante el verano y de la lluvia durante el invierno.
En el camino hacia Rubio, capital del distrito de Junín observa el doctor González Bona, “quien también era
ingeniero con mucho de química”, como varios riachuelos arrastraban capas oleaginosas sobre su superficie.
Era una especie de alquitrán lo que sobrenadaba en las aguas corrientes. Precisamente de esa peculiaridad
derivo el nombre de “la Alquitrania” dado por los habitantes de la región a una de las corrientes de agua
mezcladas con aceite mineral.
El terreno que, a simple vista, constituía un manadero natural de aceite negro estaba ubicado cerca de rubio, en
el camino entre esa población y San Cristóbal, capital del Estado.
El doctor González Bona convenció a Antonio Pulido, dueño de esos terrenos; a su pariente Pedro Rincones, a un
general Baldó y a J.R. Villafañe de que constituyeran una flamante anónima, destinada a explotar el yacimiento
descubierto por su mirada observadora. Y como primera providencia tomó la compañía, una vez integrada, la de enviar
a Pedro Rincones a Pensylvania, Estados Unidos. Allí estudiaría los métodos, para esa época novísimos, de perforar
pozos por medio de taladros. Pensylvania se había convertido en la Ciudad Santa de los buscadores de petróleo, desde
que el aventurero Drake perforo artificialmente el primer pozo, horadando el sub suelo. Coetáneamente, audaz hombre
de negocios, John D. Rockefeller, avizoraba el porvenir de la mágica fuente de riqueza y echaba los cimientos de la que
llegaría a ser la más gigantesca empresa industrial de los tiempos modernos: la Standard Oíl.
Regreso Pedro Rincones de los Estados Unidos, donde ya el dios – petróleo tenía extensa cauda de adoradores y
devotos. En 1878 recibió la modesta sociedad anónima de los primero títulos del Gobierno del Estado de los Andes. Se
confirmaron y revalidaron posteriormente, de acuerdo con el artículo 45 del decreto minero de 15 de noviembre de
1883. En 1884, el Presidente Guzmán Blanco firmo el título definitivo de la concesión; y en 1886, la Compañía Minera
Petrolia del Táchira, provista de rudimentarios equipos de trabajo, comenzó a horadar el suelo en búsqueda de la
promisoria riqueza.
Ningún interés oficial se revelo por una industria nacida bajo tan modestos auspicios. Venezuela desenvolvía su vida
económica perezosamente, dedicada a la agricultura y a la ganadería. Estaban restañándose las heridas que dejo en la
nación la cruenta y larga Guerra Federal. Guzmán blanco contrataba empréstitos con margen de ancho de comisiones
para aumentar su peculio privado; otorgaba concesiones ferrocarrileras, asegurándoles el Estado a los inversionistas un
7% de redito sobre los capitales aplicados, e insuflada a todas las actividades públicas de matiz europeizante, muy
Segundo Imperio y muy servilmente meteco.
Y desasistida de todo apoyo estatal esta empresa venezolana tuvo un desenvolvimiento lánguido y la margen del éxito.
Inicio su producción con algunas docenas de barriles de “crudo”. En 1912 veintiséis años después de iniciar sus
actividades, la producción diaria apenas alcanzaba a unos 60 barriles. Por último, la Compañía fue disuelta.
Éstos son los idilios comienzos en Venezuela de una industria que, allí como en todas partes, iba después a escribir su
historia con sangre, atropellos y exacciones.
The New York and Bermúdez Company, el trust del asfalto y las artes de comadrona del Departamento de
Estado.
La estampa apacible del nacimiento de la industria de los hidrocarburos en Venezuela devino después drama. Pero
el actor principal no fue el petróleo sino otro producto bituminoso, pariente cercano suyo: el asfalto.
En 1883, l Gobierno de Venezuela otorgó a un ciudadano estadounidense, Horacio Hamilton, cedió una concesión
de explotación del lago de asfalto de Guanoco, en el oriente de la Republica. Se trataba del que era para entonces
el más grande depósito natural del mundo de esa sustancia minera. Hamilton cedió su contrato a The New York
and Bermúdez Company, criatura de un trust del asfalto, con oficinas centrales en Filadelfia. En 1889, el Estado
venezolano declaro caduca la concesión. La Compañía usufructuaria se había limitado a recoger y exportar el
mineral, sin cumplir sus compromisos contractuales, entre ellos el de canalizar los ríos Colorado y Guarapiche. La
concesión continuó, durante una década, teóricamente caduca y prácticamente explotada por sus usufructuarios.
En 1899, el general Cipriano Castro, al frente de una montonera integrada en su mayoría por nativos de Los Andes,
tomó por asalto del poder. Y el despótico y truculento personaje, ansioso de obtener dinero donde lo hubiera para
sufragar sus propios gastos y los de una corte dispendiosa, entro en conflicto con la compañía del asfalto. Ésta
prefirió, antes que ceder a los reclamos del Gobierno, apoyar financieramente el movimiento armado que
fraguaban sus opositores.
El jefe de ese movimiento - un señor Matos, típico exponente de la llamada alta clase social, tan huérfana de
ideales como de escrúpulos – entablo eficaces relaciones con los directores de la Compañía. Uno de ellos, el propio
gerente, lo acompaño a Europa, en la gestiones de adquisición del Vapor Ban-Righ, que luego fuera usado para el
transporte de material bélico a costas venezolanas. Matos recibió dinero en abundancia del trust de filadelfia, y
solo el montante de dos giros a su favor alcanzo a la suma de 130 mil dólares. Fueron cargaos en los libros de la
Compañía a una particular de nombre revelador: goverment relations (relaciones con los gobiernos).
El 1902, estallo la revolución bautizada con el nombre de “libertadora”. El pueblo y la juventud inconforme
acudieron, atropelladamente, a empuñar las armas que distribuía el Ban- Righ. No sabían con cual dinero se
compraron, y solo que eran para derrocar a un déspota que humillaba y deshonraba al país. Los caudillos militares
de las provincias concurrieron con sus propias mesnadas. Era una coalición de jefes regionales, en desesperado
esfuerzo para resistir al sistema de gobierno centralizado, unipersonal, no compartido, que inicio Cipriano Castro
y que llevaría a una fase de culminación exacerbada su compadre y sucesor, Juan Vidente Gómez.
La Revolución Libertadora domino gran parte de la Republica.
Era el país en armas contra un régimen odiado por el pueblo. Catorce mil hombres llegaron hasta la Victoria, a
escasas horas de Caracas. Allí se estrellaron frente a las tropas del despotismo. El campo rebelde estaba escindido
por las rivalidades encontradas de los caudillos personalistas, y matos, de sombrilla y pantuflas, manipulador de
intrigas más que conductores de hombres, no era el jefe capaz de imponerse en esa feria de ambiciones. Millares
de cadáveres quedaron tendidos en las abras y serranías que rodean la Victoria, un dramático testimonio más de la
raigal vocación de liberta del pueblo venezolano.
Terminada la revolución con total fracaso para sus gestores, el despotismo de Castro pasó la cuenta a sus
financiadores. Ambrose H. Carner, un ciudadano norteamericano, empleado infidente de The New York and
Bermúdez Company, suministro al Gobierno toda la documentación reveladora de sus nexos con Matos. El
ministro de Relaciones Interiores, conferencia privada con el gerente de la Compañía, exigió una
indemnización menor de 50 millones de bolívares. El gerente rehusó. La Compañía fue demandada, en
nombre del Estado, por el Procurador General de la Nación. Los tribunales decretaron, de acuerdo con el
artículo 372 del Código de Procedimiento Civil, el secuestro precautelativo del rico lago asfaltico.
Depositario fue nombrado míster Carner, el mismo que había documentado al Gobierno para su reclamo.
Intervino entonces la diplomática del dólar. La cancillería estadounidense vivía su etapa de franca y directa
intervención en la vida política latinoamericana. Eran los días, recordados años después par el Subsecretario
de Estado Summer Welles – en discurso pronunciado ante los rotarios de Nueva York, el 14 de abril de 1943
– en que “muchas repúblicas americanas no estaban en condiciones de ser llamadas Soberanas,
porque su soberanía era susceptible a ser violada por los Estados Unidos”.
La defensa agresiva del trust del asfalto la asumió el ministro de los Estado Unidos en Caracas, señor Bowen. Su
lenguaje fue de procónsul, desnudo de brutal. Pero no toda la culpa era suya y de las formulas en boga en la casa
blanca, habitaba entonces por Teodoro Roosevelt: las del “destino manifiesto”, el big-stick (el “gran garrote”) y el
I took panamá (“yo me cogí a panamá”). El propio castro había contribuido, con su conducta irresponsable, a que se
le tratase con insolencia doblada de desprecio. El déspota delirante, entre vaharadas de oratoria vargasviliana y de
brandy francés, había escuchado complacido de los labios del propio Bowen, meses atrás, la noticia de que los
cruceros yanquis Cincinnati y Topeka habían echado el ancla en la Guaira, en los días del bloqueo germano-británico
contra los puertos venezolanos. Después de que las armadas coaligadas de Alemania y de Inglaterra bombardearon
puertos de Venezuela – agresión conjunta de dos grandes potencias contra un país, hecho que pasara a la historia
como uno de los más bochornosos episodios de gansterismo internacional –, Castro designo a Bowen, con plenos
poderes, como Ministro Plenipotenciario del Venezuela ante las potencias agresoras.
Teodoro Roosevelt no se recataba para repetir en la Casa Blanca que Castro era un “monito Villano”, y el monito villano,
después de responder a las incursiones de piratería de las escuadras inglesas y alemana sobre La Guaira y Puerto Cabello con solo
proclamas altisonantes y escenificación de farsas de politiquilla aldeana, confiaba al Ministro en Caracas del gobernante de la
casa blanca que los despreciaba, la representación oficial de Venezuela.
Castro había libertado a los súbditos ingleses y alemanes radicados en el país – cuya detención policial fue elemental represalia
por el bombardeo de los buques de Guillermo II y de Eduardo VIII a puertos nacionales – por presión de Bowen, quien había
asumido la representación diplomática conjunta de Alemania, la Gran Bretaña y los Estados Unidos. Al pueblo se le dijo, en la
literatura tremante y falsificadora de la verdad, tan del gusto del déspota, que se trataba de un magnánimo gesto de Venezuela,
nación solo capaz de combatir a los guerreros. No los combatía, como debió hacerlo y como quería el pueblo que se hiciese y
como honor nacional lo imponía, sin tomarse en cuenta su número y su fuerza, porque Castro y su camarilla sólo tenían interés en
capitalizar la agresión extranjera para consolidar el rapaz y sangriento despotismo doméstico, sacando de la cárcel al general
Manuel Hernández, el “Mocho Hernández”, caudillo tan ingenuo como honrado, para que se abrazara con el Cabito podo que sus
áulicos adjudicaron a Castro recordando aquello del Petit caporal.
Y, además, aprovechar para presentarlo como adalid de la soberanía nacional, cuando la exponía al a befa y el
escarnio de los fuertes, y aun de los simuladores de fortaleza, e todas partes. Si hasta Italia alisto dos barcos de guerra
para enviarlos hacia Venezuela, en esa animada competencia para demostrar cual gobierno europeo era más agresivo y
violento en el ataque a un pueblo empobrecido, endeudado y bajo el comando irresponsable de una administración
donde prevalecían los saqueadores del erario, los beneficiarios de monopolios, los ávidos buscadores de un dinero que
necesitaban con apremio, para enriquecerse ilícitamente y para dilapidar buena parte de él en épicas bacanales.
Y a fin de buscar más dinero para depositarlo en cuentas particulares, en bancos del exterior y para gastarlo
alegremente, emprendieron la acción judicial contra New York and Bermúdez Company. Acción irreprochable, desde
el punto de vista del derecho positivo venezolano y de las normas de la justicia internacional, pero adelantada por
quienes se habían conquistado el repudio de sus conciudadanos y el desprecio universal con su incalificable conducta
como gobernantes
En Washington lo sabían así, y por eso les resultaba relativamente fácil conducir el conflicto. El secretario de Estado
Hay, tan fiel intérprete de la agresividad conquistadora del primer Roosevelt, hablaba un lenguaje que sonaba a
restallar de fusta. En actitud de vocero oficioso del trust del asfalto, decía al régimen de Caracas: “El gobierno de los
Estados Unidos puede, con mucha propiedad tomar las medidas que se requieren para ofrecer a la Compañía
Americana cualquier protección que deba tener”, El ministro Bowen, el antiguo plenipotenciario de Castro, urgía a la
Casa Blanca para que pusiera una ejecución del Plan Parker. Lo había elaborado el agregado militar de la Legación de
los Estados Unidos en Caracas. Era simple y expedito: desembarco de los infantes de marina, captura de Castro,
ocupación de las aduanas, establecimiento de un gobierno provisional made in U.S.A. pero no solo esa opinión se
proyectaba sobre de Washington. Era objeto depresiones encontradas. Sectores de la prensa, leales al viejo espíritu
liberal Jeffersoniano, repudiaban los procedimientos de fuerza. Tal vez más eficaz en sus resultados fue la intriga
armada por el trust del asfalto de Nueva York contra sus rivales de Filadelfia, usufructuarios de la mina de Guanoco y
activos propugnadores de la intervención armada, en Venezuela
Lo cierto fue que, en vez cruceros, llego a Venezuela un comisionado directo de la Casa Blanca, el juez Calhoun,
encargado de investigar sobre el terreno. No se conocía su dictamen, pero resulta evidente que no favorecía a los
concesionarios. Hubo un repliegue en la inicial agresividad del Departamento de Estado y se habló de someter la
disputa a un arbitraje. El proyecto de protocolo lo redacto en Washington el propio abogado de la compañía
rebelde y fue enviada a Caracas por Frances B. Loomis, encargado de la Secretaria de Estado por enfermedad de
Hay. La idea aceptada en principio por Caracas había sido la de que ese arbitraje se estudiaran y zanjaran todas las
diferencias existentes entre el gobierno de Venezuela y los de los Estados Unidos y otros países. El protocolo
redactado en Washington sólo contemplaba el reintegro puro y simple a The New york and Bermúdez Company de
“su” lago venezolano. Caracas rechazo el arreglo. Bowen en un libro suyo, cuenta que Castro había enviado a la
ciudad del Potemac a un agente confidencial, con la escarcela bien provista y quien mino con bolívares cambiados
por dólares la posición política de Hay. El mismo verboso diplomático acuso al secretario interino Loomis de haber
recibido un cheque para no llamar a rendir cuentas al depositario de la Guanoco. Bowen fue destituido. El 19 de
marzo de 1908. El New York Herald había publicado un editorial de título magnánimo: “No hay que enviar buques
a Venezuela.” Algunos párrafos descubrían las intimidades del nauseabundo pastel:
El escándalo de Bowen – Loomis y las declaraciones hechas de mala gana por los funcionarios del trust
del asfalto evidenciaron que las informaciones obtenidas por el Gobierno de Washington eran parciales
debido a la enemistad personal de sus agentes diplomáticos y al propio interés de los concesionarios del
asfalto. Esto casi lo confeso el Gobierno cuando mando al Juez Calhoum, cuyo informe dado al
departamento de Estado hace más de dos años y medio aún no se ha conocido; pero si se notó, después del
regreso del Juez Calhoum, una actitud más conciliatoria hacia Venezuela.
Se preguntaba después el editorialista porque no se había realizado la previsible incursión punitiva de los cruceros del
Tío San al litoral de Venezuela, y el mismo se daba la respuesta:”...no por amor al general Castro los Estados Unidos
se han abstenido de dar pasos en ese sentido, sino porque la causa de Venezuela es fuerte y la americana no lo es, no
teniendo los reclamantes las manos limpias.”
La Compañía de asfalto había sido condenada, mientras tantos, por los tribunales de Venezuela al pago de una
indemnización de Bs 24.178, 138.47. Castro se quedó con la Guanoco. El triunfador recorrió el país. Fueron cuarentas
días inenarrables. El “epónimo” cruzo de un extremo a otro la Republica entre despliegues de aduladores oratoria:
atravesando arcos de cartón pintados con leyendas de garrula literatura palaciega, y a los compases frenéticos del vals
Castro, siempre invicto. En Washington. Elihu Root, sucesor de Hay y de Loomis en el timón de la política exterior de
los Estados Unidos, declaraba por aquellos mismos días y para regodeo del déspota vanidoso, que “se habían agotado
los medios en su poder para traer a Castro a la razón.
Se habían agotado “los medios” de la diplomacia abierta y no se creyó oportuno usar los del “garrotazo”. Pero
otros iban a ponerse en práctica, más sutiles e igualmente eficaces. Iba a arbitrase la sustitución de Castro por
un gobernante igualmente rapaz y despótico pero menos incomodo al Departamento de Estado. Castro, en la
seguridad de que en nombre de la Doctrina Monroe impedirían los Estados Unidos la ocupación permanente de
una parte del país por potencias europeas, las provocaba con fines de política interna y para tener oportunidad
de firmas proclamas grandilocuentes. Pero a avidez del dinero y su megalomanía irrefrenable lo llevaron a
pugnar con los mismos en cuyos brazos se echó, sin condiciones, en los días del bloqueo germánico –
británico: los yanquis. “Con la Iglesia hemos dado, Sancho”. Sus días de gobernante quedaron contados al
cometer tan imprudente desliz
El propio Castro facilito la que bien podía bautizarse como “Operación Root”. Rotas habían quedado, desde el mes
de junio de 1908. Las relaciones entre los Estados Unidos y Venezuela. El ministro Jacob Sleeper fue llamado a su
país y es sabido cómo coopero Castro, sin quererlo ni mucho menos proponérselo, en el éxito de la pág.. 20
“Operación” que bien merece llevar el nombre del entonces Secretario de Estado. Su vida desordenada y la lujuria
sin freno terminaron por arruinar los riñones se vio obligado a abandonar su país en busca de los servicios del
cirujano Israel, en Alemania. Dejo en la Presidencia, aguatándosela, a quien parecía ser el más sumiso y adicto de
sus conmilitones: su compadre y coterráneo Juan Vicente Gómez. Olvido el viajero la ley de la patada histórica, a
quien alguna vez aludió Rosas en su exilio de Montevideo, y no supo que la camarilla formada en torno de su
lugarteniente, para desconocerlo y desplazarlo, había establecido eficaces conexiones con personeros de las
grandes potencias. No se peca ni venialmente, a la luz de lo que sucedió después, al decir que la más importante y
acicateadora de las conexiones fue con agentes del gobierno de los Estados Unidos.
Todo sucedió como había sido planeando. El 24 de noviembre salió Castro de Venezuela. La maquinaria del
complot anticastrista comenzó a funcionar apenas se desdibujo en el mar la silueta del Guadeloupe, con su
preciosa carga a bordo. Ya en los primeros días de diciembre comenzaron las algaradas callejeras, y promovidos
por agitadores sinceros, otras por agentes de la conjura palaciega en marcha; y el 14 de ese mes, cinco días antes
de que llegara a su fase de culminación el plan conspirativo, fue hecha la infamante solicitud de la intervención
armada extranjera. En ese día, el mismo ministro de Relaciones Exteriores, José de Jesús Paúl, cumpliendo
instrucciones del Presidente en funciones, Juan Vicente Gómez, visitó al ministro del Brasil en Caracas, encargado
de la representación diplomática de los Estados Unidos. Ese ministro era Lorena de Ferreira. Le fue pedido en la
bochornosa entrevista que solicitara de Washington el envió de barcos de guerra a puertos venezolanos. Síntesis de
la conversación fue transcrita en este mensaje cablegráfico de Lorena a su Embajada en la capital de los Estados
Unidos:
Iniciada reacción contra el General Castro. Ministro de Relaciones Exteriores me visito
hoy. Pidióme hacer saber Gobierno Americano voluntad Presidente Gómez arreglar
satisfactoriamente todas las cuestiones internacionales pendientes. Cree conveniente presencia
buque de guerra americano La Guayra previsión acontecimiento. Hizo similar comunicación a
otras Legaciones. Favor trasmitir Rio. Lorena (papers relating to the –foreign Relations of the United
State, 1999. Washington 1910, p. 609)
El 19 de diciembre se efectuó lo que en el sibilino lenguaje de la época se llamó “la evolución dentro de la situación”.
Gómez asume el poder, nombró su gabinete y los mismos que dos semanas antes colocaban a Castro a la Diestra de
Dios lanzaron contra su nombre andanadas de denuestos. “La revolución fue como una ópera bufa” comento para los
lectores de The New Your Times su corresponsal viajero, Samuel Hopkins Adams. Pero para el departamento de Estado
tuvo la grandiosidad de una de las sinfonías wagnerianas en las que el triunfador entra al Valhalla, después de vencer al
dragón. Cuarenta horas después de haber cumplido Gómez su papel en el trágico sainete, zarpaba de Hampton Roads el
primero de los acorazados norteamericanos que iban a respaldarlo con sus cañones y con su marinería: el Maine. El 23
de diciembre. Le siguieron otros dos el Des Moines y el North Caroline. En el último de eso navíos de guerra embarcó,
en calidad de comisionado de los Estados Unidos, el contralmirante W.I Buchanan.
En un mismo día – el 21 de diciembre de 1908 – el Departamento de Estado entrego Buchanan sus credenciales de
Comisionado Especial y envió una nota a la Cancillería caraqueña. Al contralmirante se le notifica que “la inmediata
ocasión para su nombramiento es el despacho recibido por el gobierno de los Estados Unidos, trasmitido por el
ministro del Brasil en Washington” (el cable transcrito es el mismo del ministro Lorena ya citado). Al flamante
gobierno de Venezuela, el Departamento de Estado le comunica el nombramiento de Buchanan, e interpreta el
premioso llamado hecho por mediación de los diplomáticos brasileños como revelador del “propósito de la nueva
Administración de revocar la política del Presidente Castro”. Los acontecimientos sucedieron con rapidez fílmica. No
llevaba Gómez una semana en el timón cuando ya eran varias las entrevistas celebras con el comisionado
norteamericano. Los tres imponentes acorazados alzaban sus moles de acero en os muelles de La Guaira. Los cañones
relucientes. Las diarias maniobras de los marinos sobre los puentes, el traqueteo de las armas en los ejercicios
mañaneros de tiro, eran entre otras tantas advertencias saludables para los “nativos”. De haber surgido alguna protesta
nacional – que no la hubo. Por no existir entonces organizaciones políticas populares en el país – como réplica a la
pacifica trasmisión de mando de manos de Castro a las de quien había sido su cómplice y colaborador incondicional
durante diez años, esa protesta hubiera chocado con los fusiles del Tío Sam.
Tres meses duró esa ocupación virtual del país por la marinería extranjera. El 13 de febrero de 1909 fueron firmados
los protocolos de Buchanan- Gómez. Se trataba del precio inicial pagado por el nuevo gobierno del Departamento
de Estado y a los inversionistas norteamericanos, para merecer el rango de siervo y protegido suyo. Consistieron en
la renuncia de la correcta actitud asumida por gobiernos anteriores ante tres reclamos formulados al Estado
venezolano por ciudadanos y corporaciones norteamericanos, con el respaldo diplomático de su Cancillería. Esos
reclamos, resueltos en forma satisfactoria a las exigencias del gobierno de lo Estados Unidos, eran: eran el de la
United States and Venezuela (también conocido con el nombre de Reclamo Grichfield), el de la Orinoco
Corporation (también conocido con el nombre Reclamación Manoa); y el de la Orinoco Steamship Corporation. En
los Protocolos, se acordó una transacción para zanjar suscitadas por las dos primeras reclamaciones; y se refirió el
conocimiento de la tercera al Tribunal Permanente de La Haya.
Nada se dijo entonces, ni después, en torno del más ruidoso de los diferendos existentes: el de la New York and Bermúdez
Company. Debió ser objeto de una inescribible arreglo. Porque lo cierto es que el pago de la multa judicial de 24 millones
de bolívares no se reclamó nunca a la Compañía; ésta continúo en el pingue disfrute del Lago de Guanoco, y ya veremos
luego cómo fue precursora entre las cazadoras de concesiones petrolíferas.
Todo marcha a pedir de boca, hasta que surgió un nubarrón en el horizonte. Castro fue dado de alta en su clínica berlinesa
y preparo viaje para América. Lió sus maletas después de proclamarse, con su ingénita modestia, “hombre del destino”,
recordando a Napoleon y sin saber que al corso lo apodaron irónicamente así como lo apunta Cherterton, cuando ya
estaba “destinado” al destierro definitivo. La prensa de los Estados Unidos dejó traslucir la inquietud de la Casa Blanca y
de Miraflores por esa nueva versión de un Bonaparte del trópico abandonado su isla de Elba. En comentario del 13 de
marzo de 1909, The New York times recordó que Castro disponía para ese momento de mayores recursos en dinero, y que
en vinculaciones humanas, que cuando inicio su aventura exitosa de 1899. Pero una vez señalaba el periódico cuál era el
obstáculo máximo para las ansias de desquite del déspota traicionado por los suyos.
“Gómez – escribía el times – tendrá fuerte apoyo exterior, de modo que el camino hacia Caracas presentara nuevas
dificultades para el famoso andino”
Todo marcha a pedir de boca, hasta que surgió un nubarrón en el horizonte. Castro fue dado de alta en su clínica berlinesa y
preparo viaje para América. Lió sus maletas después de proclamarse, con su ingénita modestia, “hombre del destino”,
recordando a Napoleon y sin saber que al corso lo apodaron irónicamente así como lo apunta Cherterton, cuando ya estaba
“destinado” al destierro definitivo. La prensa de los Estados Unidos dejó traslucir la inquietud de la Casa Blanca y de
Miraflores por esa nueva versión de un Bonaparte del trópico abandonado su isla de Elba. En comentario del 13 de marzo de
1909, The New York times recordó que Castro disponía para ese momento de mayores recursos en dinero, y que en
vinculaciones humanas, que cuando inicio su aventura exitosa de 1899. Pero una vez señalaba el periódico cuál era el obstáculo
máximo para las ansias de desquite del déspota traicionado por los suyos.
“Gómez – escribía el times – tendrá fuerte apoyo exterior, de modo que el camino hacia Caracas presentara nuevas dificultades
para el famoso andino”
Tiene razones para escribir esas palabras en informado periódico de Nueva York. En intima alianza y estrecha
colaboración trabajaron el Departamento de Estado y la Casa Amarilla de Caracas para estorbar el
desembarque de Castro en tierras americanas. La diplomacia Estadounidense, cumpliendo instrucciones
urgentes de su Cancillería, se movilizo ante los gobiernos de Londres, La Haya y Paris, para logar que el
proscripto no pudiera arribar a ninguna de sus posesiones americanas. Colombia. Panamá y la Nicaragua del
dictador Zelaya fueron notificadas también de que debían negar asilo al reprobó. El sucesor de Teodoro
Roosevelt en la Casa Blanca, el presidente Taft, tomo en propias manos y en las de su gabinete la cuestión de
impedir la presencia de Castro en el continente y de garantizarle estabilidad al régimen de Gómez. El
Secretario de Estado Knox no ocultabas su alarma ante posible volte face de los antiguos subalternos del
caudillo errante, y se la hacía presente a Russel, el nuevo ministro de los Estados Unidos de Caracas. El 7 de
abril de 1909 le cablegrafiaba:
Inquietantes los rumores en los periódicos de Gómez pueda permitir a Castro recuperar el
poder. ¿Está el gobierno aun plenamente dispuesto a arrestarlo Basados en el entendimiento
de acuerdo con el cual hemos procedido? A menos que esto fuera cierto, sería difícil para el
gobierno de Venezuela justificar de no excluir a Castro del territorio.
El contralmirante Buchanan sugirió al Secretario de Estado Knox, “para garantizar el buen orden y la paz” en Venezuela
“hacer que uno de nuestros barcos recale a la Guaira” y “enviar a otro a puerto España, Trinidad”. No había sido necesario
la sugerencia. Ya andaban por aguas venezolanas y de las Antillas vecinas el Montana y el North Carline; y el Panducah
estaba anclado a la vista de la Guayra. Y, además, la tela de la araña tejida por la diplomacia del Potomac resulto muy
eficaz. Castro no puedo poner pie en tierra de la Trinidad. Recaló a Martinica. Apenas por el tiempo necesario para que lo
trasbordaran, a la fuerza, en paños menores, del Guadeloupe al Antillas. Este último barco fue escoltado por cruceros
norteamericanos, hasta que enrumbarlo definitivamente para puerto Europeos. Castro quedo erradicado, por años, del
ámbito americano. Gómez, con la eficaz ayuda y tuición de sus tutores norteños, empuño con rudas manos las riendas de un
poder que iba a durar 27 años.
Dos historiadores estadounidenses J. Fred Rippy y Clayde E. Hewitt, escribieron para The American Historical Review
(octubre de 1949) un artículo de título sugeridor: “Cipriano Castro, hombre sin patria.” En él se detalla, con minuciosa
documentación en gran parte extraída de los propios archivos del Departamento de Estado, la persecución que se le hizo al
déspota en desgracia en beneficio del déspota en ascenso. Y concluye en relato con un párrafo que es todo un alarde de
urticante ironía:
Éste fue otro ejemplo de la diplomacia del dólar en acción – dicen los señores Rippy y Hewitt – menos
complicado y costoso que el empleo combinado de la fuerza por las potencias europeas contra Castro en
1902-1903, pero eficaz en el grado sumo. Gómez llegó a ser un tirano más codicioso y cruel que Castro,
si esto era posible, pero nunca fue una molestia internacional. (Subraya R. B.)
Se había cumplido también, con la sustitución del déspota díscolo por el déspota sumiso, la pía aspiración de
determinados sectores financieros de los Estados Unidos, que reflejo en sus páginas el New York Times, en
editorial del 15 de diciembre de 1903. “lo mejor que podría ocurrir – escribió el influyente diario – sería la llegada
al poder de un Díaz venezolano, lo suficiente fuerte para mantener el orden civil y lo suficiente sabio para dar a los
venezolanos el sincero deseo de perpetuarlo…” “Fuerte” hasta yugular todas las libertadas y “sabio” hasta el
extremo de que subastó en inicuas condiciones al inversionista extranjero buena parte de subsuelo del país, digno
émulo del Porfirio Díaz mexicano en su colonialismo, crueldad y afán de perpetuación en el gobierno, era ese Juan
Vicente Gómez elevado al poder por la descomposición política nacional, y con el concurso – comadrona y hada-
madrina de la criatura – del Departamento de Estado.
Y para soldar aún más la entente que iba a durar casi tres décadas entre Gómez y Washington, en 1910 hizo
una visita oficial a Venezuela el Secretario de Estado Knox, quien había sustituido a Root. El Arzobispo de
Caracas dicto una resolución especial permitiendo que se violara el canon que prescribe la abstinencia de
carne en Viernes Santo, a fin de que el importante huésped pudiera disfrutar del adecuado agasajo culinario.
Fue acaso una sutil indicación de un miembro católico del personal de la Legación de los Estados Unidos en
Caracas, Jefferson Caffery, quien iniciaba entonces una dilatada carrera diplomática, con hitos tan
espectaculares y controvertidos con la “mediación” norteamericana en la Cuba de Machado (1933) y el
derrumbe en la Irán del régimen nacionalista de Mossasedgh (1953).
Realiza la jira, Knox regresó a Washington, complacido, exultante. En un país tan rico en minerales preciosos
gobernaba un hombre ideal para la entonces desembozada “diplomacia del dólar”, despótico con sus
connacionales y sumiso al extranjero. Con una mano aplastaba las libertades públicas y con la otra abría las
puertas del país, de par en par, las mercancías e inversiones procedentes de los Estados Unidos. Ya se había
iniciado para esa fecha la zarabanda de concesiones de hidrocarburos, y en la forma de otorgarlas el régimen
dio prendas de su corrupción e irresponsabilidad. Pero para que no quedara duda de alguna al respecto,
Gómez leyó, en tartajosa voz de semianafabeto, al Congreso de 1911 y al presentarle el mensaje anual, este
párrafo decidor, redactado por algunos de sus secretarios borlados:
Comprendo que la Gran Nación Americana aspira a extender el ya amplio puesto que sus
productos tienen en nuestros mercados; y juzgo natural semejante aspiración. Pero mi
patriotismo, lo digo con ingenuidad, no abriga el más ligero temor por la fuerza de aquel
país, porque veo que sus procedimientos están ajustados a la seriedad de sus principios,
que lo exhiben como la democracia más acabada uy menos imperfecta que haya tenido la
humanidad.
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Politica y petroleo 2

  • 1. PRIMER PARTE UNA REPÚBLICA EN VENTA Entrega de porción del subsuelo nacional a los consorcios extranjeros del petróleo por el despotismo de Juan Vicente Gómez: 1908-1935
  • 2. Capítulo I CASTRO Y GOMEZ: DESPOTISMO, ASFALRO Y PETRÓLEO El apacible comienzo Los primeros intentos de explotación comercial del petróleo en Venezuela tuvieron lugar hacia la segunda mitad del siglo XIX. Por los años de 1870 prestaba sus servicios profesionales como médico, en el entonces “Gran el Estado de los Andes”, el doctor Carlos González Bona. Recorría pueblo y caminos a lomo de mula. Sobre su corpulenta humanidad, un paraguas verde le prestaba protección del sol durante el verano y de la lluvia durante el invierno. En el camino hacia Rubio, capital del distrito de Junín observa el doctor González Bona, “quien también era ingeniero con mucho de química”, como varios riachuelos arrastraban capas oleaginosas sobre su superficie. Era una especie de alquitrán lo que sobrenadaba en las aguas corrientes. Precisamente de esa peculiaridad derivo el nombre de “la Alquitrania” dado por los habitantes de la región a una de las corrientes de agua mezcladas con aceite mineral. El terreno que, a simple vista, constituía un manadero natural de aceite negro estaba ubicado cerca de rubio, en el camino entre esa población y San Cristóbal, capital del Estado.
  • 3. El doctor González Bona convenció a Antonio Pulido, dueño de esos terrenos; a su pariente Pedro Rincones, a un general Baldó y a J.R. Villafañe de que constituyeran una flamante anónima, destinada a explotar el yacimiento descubierto por su mirada observadora. Y como primera providencia tomó la compañía, una vez integrada, la de enviar a Pedro Rincones a Pensylvania, Estados Unidos. Allí estudiaría los métodos, para esa época novísimos, de perforar pozos por medio de taladros. Pensylvania se había convertido en la Ciudad Santa de los buscadores de petróleo, desde que el aventurero Drake perforo artificialmente el primer pozo, horadando el sub suelo. Coetáneamente, audaz hombre de negocios, John D. Rockefeller, avizoraba el porvenir de la mágica fuente de riqueza y echaba los cimientos de la que llegaría a ser la más gigantesca empresa industrial de los tiempos modernos: la Standard Oíl. Regreso Pedro Rincones de los Estados Unidos, donde ya el dios – petróleo tenía extensa cauda de adoradores y devotos. En 1878 recibió la modesta sociedad anónima de los primero títulos del Gobierno del Estado de los Andes. Se confirmaron y revalidaron posteriormente, de acuerdo con el artículo 45 del decreto minero de 15 de noviembre de 1883. En 1884, el Presidente Guzmán Blanco firmo el título definitivo de la concesión; y en 1886, la Compañía Minera Petrolia del Táchira, provista de rudimentarios equipos de trabajo, comenzó a horadar el suelo en búsqueda de la promisoria riqueza.
  • 4. Ningún interés oficial se revelo por una industria nacida bajo tan modestos auspicios. Venezuela desenvolvía su vida económica perezosamente, dedicada a la agricultura y a la ganadería. Estaban restañándose las heridas que dejo en la nación la cruenta y larga Guerra Federal. Guzmán blanco contrataba empréstitos con margen de ancho de comisiones para aumentar su peculio privado; otorgaba concesiones ferrocarrileras, asegurándoles el Estado a los inversionistas un 7% de redito sobre los capitales aplicados, e insuflada a todas las actividades públicas de matiz europeizante, muy Segundo Imperio y muy servilmente meteco. Y desasistida de todo apoyo estatal esta empresa venezolana tuvo un desenvolvimiento lánguido y la margen del éxito. Inicio su producción con algunas docenas de barriles de “crudo”. En 1912 veintiséis años después de iniciar sus actividades, la producción diaria apenas alcanzaba a unos 60 barriles. Por último, la Compañía fue disuelta. Éstos son los idilios comienzos en Venezuela de una industria que, allí como en todas partes, iba después a escribir su historia con sangre, atropellos y exacciones.
  • 5. The New York and Bermúdez Company, el trust del asfalto y las artes de comadrona del Departamento de Estado. La estampa apacible del nacimiento de la industria de los hidrocarburos en Venezuela devino después drama. Pero el actor principal no fue el petróleo sino otro producto bituminoso, pariente cercano suyo: el asfalto. En 1883, l Gobierno de Venezuela otorgó a un ciudadano estadounidense, Horacio Hamilton, cedió una concesión de explotación del lago de asfalto de Guanoco, en el oriente de la Republica. Se trataba del que era para entonces el más grande depósito natural del mundo de esa sustancia minera. Hamilton cedió su contrato a The New York and Bermúdez Company, criatura de un trust del asfalto, con oficinas centrales en Filadelfia. En 1889, el Estado venezolano declaro caduca la concesión. La Compañía usufructuaria se había limitado a recoger y exportar el mineral, sin cumplir sus compromisos contractuales, entre ellos el de canalizar los ríos Colorado y Guarapiche. La concesión continuó, durante una década, teóricamente caduca y prácticamente explotada por sus usufructuarios.
  • 6. En 1899, el general Cipriano Castro, al frente de una montonera integrada en su mayoría por nativos de Los Andes, tomó por asalto del poder. Y el despótico y truculento personaje, ansioso de obtener dinero donde lo hubiera para sufragar sus propios gastos y los de una corte dispendiosa, entro en conflicto con la compañía del asfalto. Ésta prefirió, antes que ceder a los reclamos del Gobierno, apoyar financieramente el movimiento armado que fraguaban sus opositores. El jefe de ese movimiento - un señor Matos, típico exponente de la llamada alta clase social, tan huérfana de ideales como de escrúpulos – entablo eficaces relaciones con los directores de la Compañía. Uno de ellos, el propio gerente, lo acompaño a Europa, en la gestiones de adquisición del Vapor Ban-Righ, que luego fuera usado para el transporte de material bélico a costas venezolanas. Matos recibió dinero en abundancia del trust de filadelfia, y solo el montante de dos giros a su favor alcanzo a la suma de 130 mil dólares. Fueron cargaos en los libros de la Compañía a una particular de nombre revelador: goverment relations (relaciones con los gobiernos).
  • 7. El 1902, estallo la revolución bautizada con el nombre de “libertadora”. El pueblo y la juventud inconforme acudieron, atropelladamente, a empuñar las armas que distribuía el Ban- Righ. No sabían con cual dinero se compraron, y solo que eran para derrocar a un déspota que humillaba y deshonraba al país. Los caudillos militares de las provincias concurrieron con sus propias mesnadas. Era una coalición de jefes regionales, en desesperado esfuerzo para resistir al sistema de gobierno centralizado, unipersonal, no compartido, que inicio Cipriano Castro y que llevaría a una fase de culminación exacerbada su compadre y sucesor, Juan Vidente Gómez. La Revolución Libertadora domino gran parte de la Republica. Era el país en armas contra un régimen odiado por el pueblo. Catorce mil hombres llegaron hasta la Victoria, a escasas horas de Caracas. Allí se estrellaron frente a las tropas del despotismo. El campo rebelde estaba escindido por las rivalidades encontradas de los caudillos personalistas, y matos, de sombrilla y pantuflas, manipulador de intrigas más que conductores de hombres, no era el jefe capaz de imponerse en esa feria de ambiciones. Millares de cadáveres quedaron tendidos en las abras y serranías que rodean la Victoria, un dramático testimonio más de la raigal vocación de liberta del pueblo venezolano.
  • 8. Terminada la revolución con total fracaso para sus gestores, el despotismo de Castro pasó la cuenta a sus financiadores. Ambrose H. Carner, un ciudadano norteamericano, empleado infidente de The New York and Bermúdez Company, suministro al Gobierno toda la documentación reveladora de sus nexos con Matos. El ministro de Relaciones Interiores, conferencia privada con el gerente de la Compañía, exigió una indemnización menor de 50 millones de bolívares. El gerente rehusó. La Compañía fue demandada, en nombre del Estado, por el Procurador General de la Nación. Los tribunales decretaron, de acuerdo con el artículo 372 del Código de Procedimiento Civil, el secuestro precautelativo del rico lago asfaltico. Depositario fue nombrado míster Carner, el mismo que había documentado al Gobierno para su reclamo. Intervino entonces la diplomática del dólar. La cancillería estadounidense vivía su etapa de franca y directa intervención en la vida política latinoamericana. Eran los días, recordados años después par el Subsecretario de Estado Summer Welles – en discurso pronunciado ante los rotarios de Nueva York, el 14 de abril de 1943 – en que “muchas repúblicas americanas no estaban en condiciones de ser llamadas Soberanas, porque su soberanía era susceptible a ser violada por los Estados Unidos”.
  • 9. La defensa agresiva del trust del asfalto la asumió el ministro de los Estado Unidos en Caracas, señor Bowen. Su lenguaje fue de procónsul, desnudo de brutal. Pero no toda la culpa era suya y de las formulas en boga en la casa blanca, habitaba entonces por Teodoro Roosevelt: las del “destino manifiesto”, el big-stick (el “gran garrote”) y el I took panamá (“yo me cogí a panamá”). El propio castro había contribuido, con su conducta irresponsable, a que se le tratase con insolencia doblada de desprecio. El déspota delirante, entre vaharadas de oratoria vargasviliana y de brandy francés, había escuchado complacido de los labios del propio Bowen, meses atrás, la noticia de que los cruceros yanquis Cincinnati y Topeka habían echado el ancla en la Guaira, en los días del bloqueo germano-británico contra los puertos venezolanos. Después de que las armadas coaligadas de Alemania y de Inglaterra bombardearon puertos de Venezuela – agresión conjunta de dos grandes potencias contra un país, hecho que pasara a la historia como uno de los más bochornosos episodios de gansterismo internacional –, Castro designo a Bowen, con plenos poderes, como Ministro Plenipotenciario del Venezuela ante las potencias agresoras.
  • 10. Teodoro Roosevelt no se recataba para repetir en la Casa Blanca que Castro era un “monito Villano”, y el monito villano, después de responder a las incursiones de piratería de las escuadras inglesas y alemana sobre La Guaira y Puerto Cabello con solo proclamas altisonantes y escenificación de farsas de politiquilla aldeana, confiaba al Ministro en Caracas del gobernante de la casa blanca que los despreciaba, la representación oficial de Venezuela. Castro había libertado a los súbditos ingleses y alemanes radicados en el país – cuya detención policial fue elemental represalia por el bombardeo de los buques de Guillermo II y de Eduardo VIII a puertos nacionales – por presión de Bowen, quien había asumido la representación diplomática conjunta de Alemania, la Gran Bretaña y los Estados Unidos. Al pueblo se le dijo, en la literatura tremante y falsificadora de la verdad, tan del gusto del déspota, que se trataba de un magnánimo gesto de Venezuela, nación solo capaz de combatir a los guerreros. No los combatía, como debió hacerlo y como quería el pueblo que se hiciese y como honor nacional lo imponía, sin tomarse en cuenta su número y su fuerza, porque Castro y su camarilla sólo tenían interés en capitalizar la agresión extranjera para consolidar el rapaz y sangriento despotismo doméstico, sacando de la cárcel al general Manuel Hernández, el “Mocho Hernández”, caudillo tan ingenuo como honrado, para que se abrazara con el Cabito podo que sus áulicos adjudicaron a Castro recordando aquello del Petit caporal.
  • 11. Y, además, aprovechar para presentarlo como adalid de la soberanía nacional, cuando la exponía al a befa y el escarnio de los fuertes, y aun de los simuladores de fortaleza, e todas partes. Si hasta Italia alisto dos barcos de guerra para enviarlos hacia Venezuela, en esa animada competencia para demostrar cual gobierno europeo era más agresivo y violento en el ataque a un pueblo empobrecido, endeudado y bajo el comando irresponsable de una administración donde prevalecían los saqueadores del erario, los beneficiarios de monopolios, los ávidos buscadores de un dinero que necesitaban con apremio, para enriquecerse ilícitamente y para dilapidar buena parte de él en épicas bacanales. Y a fin de buscar más dinero para depositarlo en cuentas particulares, en bancos del exterior y para gastarlo alegremente, emprendieron la acción judicial contra New York and Bermúdez Company. Acción irreprochable, desde el punto de vista del derecho positivo venezolano y de las normas de la justicia internacional, pero adelantada por quienes se habían conquistado el repudio de sus conciudadanos y el desprecio universal con su incalificable conducta como gobernantes
  • 12. En Washington lo sabían así, y por eso les resultaba relativamente fácil conducir el conflicto. El secretario de Estado Hay, tan fiel intérprete de la agresividad conquistadora del primer Roosevelt, hablaba un lenguaje que sonaba a restallar de fusta. En actitud de vocero oficioso del trust del asfalto, decía al régimen de Caracas: “El gobierno de los Estados Unidos puede, con mucha propiedad tomar las medidas que se requieren para ofrecer a la Compañía Americana cualquier protección que deba tener”, El ministro Bowen, el antiguo plenipotenciario de Castro, urgía a la Casa Blanca para que pusiera una ejecución del Plan Parker. Lo había elaborado el agregado militar de la Legación de los Estados Unidos en Caracas. Era simple y expedito: desembarco de los infantes de marina, captura de Castro, ocupación de las aduanas, establecimiento de un gobierno provisional made in U.S.A. pero no solo esa opinión se proyectaba sobre de Washington. Era objeto depresiones encontradas. Sectores de la prensa, leales al viejo espíritu liberal Jeffersoniano, repudiaban los procedimientos de fuerza. Tal vez más eficaz en sus resultados fue la intriga armada por el trust del asfalto de Nueva York contra sus rivales de Filadelfia, usufructuarios de la mina de Guanoco y activos propugnadores de la intervención armada, en Venezuela
  • 13. Lo cierto fue que, en vez cruceros, llego a Venezuela un comisionado directo de la Casa Blanca, el juez Calhoun, encargado de investigar sobre el terreno. No se conocía su dictamen, pero resulta evidente que no favorecía a los concesionarios. Hubo un repliegue en la inicial agresividad del Departamento de Estado y se habló de someter la disputa a un arbitraje. El proyecto de protocolo lo redacto en Washington el propio abogado de la compañía rebelde y fue enviada a Caracas por Frances B. Loomis, encargado de la Secretaria de Estado por enfermedad de Hay. La idea aceptada en principio por Caracas había sido la de que ese arbitraje se estudiaran y zanjaran todas las diferencias existentes entre el gobierno de Venezuela y los de los Estados Unidos y otros países. El protocolo redactado en Washington sólo contemplaba el reintegro puro y simple a The New york and Bermúdez Company de “su” lago venezolano. Caracas rechazo el arreglo. Bowen en un libro suyo, cuenta que Castro había enviado a la ciudad del Potemac a un agente confidencial, con la escarcela bien provista y quien mino con bolívares cambiados por dólares la posición política de Hay. El mismo verboso diplomático acuso al secretario interino Loomis de haber recibido un cheque para no llamar a rendir cuentas al depositario de la Guanoco. Bowen fue destituido. El 19 de marzo de 1908. El New York Herald había publicado un editorial de título magnánimo: “No hay que enviar buques a Venezuela.” Algunos párrafos descubrían las intimidades del nauseabundo pastel:
  • 14. El escándalo de Bowen – Loomis y las declaraciones hechas de mala gana por los funcionarios del trust del asfalto evidenciaron que las informaciones obtenidas por el Gobierno de Washington eran parciales debido a la enemistad personal de sus agentes diplomáticos y al propio interés de los concesionarios del asfalto. Esto casi lo confeso el Gobierno cuando mando al Juez Calhoum, cuyo informe dado al departamento de Estado hace más de dos años y medio aún no se ha conocido; pero si se notó, después del regreso del Juez Calhoum, una actitud más conciliatoria hacia Venezuela.
  • 15. Se preguntaba después el editorialista porque no se había realizado la previsible incursión punitiva de los cruceros del Tío San al litoral de Venezuela, y el mismo se daba la respuesta:”...no por amor al general Castro los Estados Unidos se han abstenido de dar pasos en ese sentido, sino porque la causa de Venezuela es fuerte y la americana no lo es, no teniendo los reclamantes las manos limpias.” La Compañía de asfalto había sido condenada, mientras tantos, por los tribunales de Venezuela al pago de una indemnización de Bs 24.178, 138.47. Castro se quedó con la Guanoco. El triunfador recorrió el país. Fueron cuarentas días inenarrables. El “epónimo” cruzo de un extremo a otro la Republica entre despliegues de aduladores oratoria: atravesando arcos de cartón pintados con leyendas de garrula literatura palaciega, y a los compases frenéticos del vals Castro, siempre invicto. En Washington. Elihu Root, sucesor de Hay y de Loomis en el timón de la política exterior de los Estados Unidos, declaraba por aquellos mismos días y para regodeo del déspota vanidoso, que “se habían agotado los medios en su poder para traer a Castro a la razón.
  • 16. Se habían agotado “los medios” de la diplomacia abierta y no se creyó oportuno usar los del “garrotazo”. Pero otros iban a ponerse en práctica, más sutiles e igualmente eficaces. Iba a arbitrase la sustitución de Castro por un gobernante igualmente rapaz y despótico pero menos incomodo al Departamento de Estado. Castro, en la seguridad de que en nombre de la Doctrina Monroe impedirían los Estados Unidos la ocupación permanente de una parte del país por potencias europeas, las provocaba con fines de política interna y para tener oportunidad de firmas proclamas grandilocuentes. Pero a avidez del dinero y su megalomanía irrefrenable lo llevaron a pugnar con los mismos en cuyos brazos se echó, sin condiciones, en los días del bloqueo germánico – británico: los yanquis. “Con la Iglesia hemos dado, Sancho”. Sus días de gobernante quedaron contados al cometer tan imprudente desliz
  • 17. El propio Castro facilito la que bien podía bautizarse como “Operación Root”. Rotas habían quedado, desde el mes de junio de 1908. Las relaciones entre los Estados Unidos y Venezuela. El ministro Jacob Sleeper fue llamado a su país y es sabido cómo coopero Castro, sin quererlo ni mucho menos proponérselo, en el éxito de la pág.. 20 “Operación” que bien merece llevar el nombre del entonces Secretario de Estado. Su vida desordenada y la lujuria sin freno terminaron por arruinar los riñones se vio obligado a abandonar su país en busca de los servicios del cirujano Israel, en Alemania. Dejo en la Presidencia, aguatándosela, a quien parecía ser el más sumiso y adicto de sus conmilitones: su compadre y coterráneo Juan Vicente Gómez. Olvido el viajero la ley de la patada histórica, a quien alguna vez aludió Rosas en su exilio de Montevideo, y no supo que la camarilla formada en torno de su lugarteniente, para desconocerlo y desplazarlo, había establecido eficaces conexiones con personeros de las grandes potencias. No se peca ni venialmente, a la luz de lo que sucedió después, al decir que la más importante y acicateadora de las conexiones fue con agentes del gobierno de los Estados Unidos.
  • 18. Todo sucedió como había sido planeando. El 24 de noviembre salió Castro de Venezuela. La maquinaria del complot anticastrista comenzó a funcionar apenas se desdibujo en el mar la silueta del Guadeloupe, con su preciosa carga a bordo. Ya en los primeros días de diciembre comenzaron las algaradas callejeras, y promovidos por agitadores sinceros, otras por agentes de la conjura palaciega en marcha; y el 14 de ese mes, cinco días antes de que llegara a su fase de culminación el plan conspirativo, fue hecha la infamante solicitud de la intervención armada extranjera. En ese día, el mismo ministro de Relaciones Exteriores, José de Jesús Paúl, cumpliendo instrucciones del Presidente en funciones, Juan Vicente Gómez, visitó al ministro del Brasil en Caracas, encargado de la representación diplomática de los Estados Unidos. Ese ministro era Lorena de Ferreira. Le fue pedido en la bochornosa entrevista que solicitara de Washington el envió de barcos de guerra a puertos venezolanos. Síntesis de la conversación fue transcrita en este mensaje cablegráfico de Lorena a su Embajada en la capital de los Estados Unidos:
  • 19. Iniciada reacción contra el General Castro. Ministro de Relaciones Exteriores me visito hoy. Pidióme hacer saber Gobierno Americano voluntad Presidente Gómez arreglar satisfactoriamente todas las cuestiones internacionales pendientes. Cree conveniente presencia buque de guerra americano La Guayra previsión acontecimiento. Hizo similar comunicación a otras Legaciones. Favor trasmitir Rio. Lorena (papers relating to the –foreign Relations of the United State, 1999. Washington 1910, p. 609)
  • 20. El 19 de diciembre se efectuó lo que en el sibilino lenguaje de la época se llamó “la evolución dentro de la situación”. Gómez asume el poder, nombró su gabinete y los mismos que dos semanas antes colocaban a Castro a la Diestra de Dios lanzaron contra su nombre andanadas de denuestos. “La revolución fue como una ópera bufa” comento para los lectores de The New Your Times su corresponsal viajero, Samuel Hopkins Adams. Pero para el departamento de Estado tuvo la grandiosidad de una de las sinfonías wagnerianas en las que el triunfador entra al Valhalla, después de vencer al dragón. Cuarenta horas después de haber cumplido Gómez su papel en el trágico sainete, zarpaba de Hampton Roads el primero de los acorazados norteamericanos que iban a respaldarlo con sus cañones y con su marinería: el Maine. El 23 de diciembre. Le siguieron otros dos el Des Moines y el North Caroline. En el último de eso navíos de guerra embarcó, en calidad de comisionado de los Estados Unidos, el contralmirante W.I Buchanan.
  • 21. En un mismo día – el 21 de diciembre de 1908 – el Departamento de Estado entrego Buchanan sus credenciales de Comisionado Especial y envió una nota a la Cancillería caraqueña. Al contralmirante se le notifica que “la inmediata ocasión para su nombramiento es el despacho recibido por el gobierno de los Estados Unidos, trasmitido por el ministro del Brasil en Washington” (el cable transcrito es el mismo del ministro Lorena ya citado). Al flamante gobierno de Venezuela, el Departamento de Estado le comunica el nombramiento de Buchanan, e interpreta el premioso llamado hecho por mediación de los diplomáticos brasileños como revelador del “propósito de la nueva Administración de revocar la política del Presidente Castro”. Los acontecimientos sucedieron con rapidez fílmica. No llevaba Gómez una semana en el timón cuando ya eran varias las entrevistas celebras con el comisionado norteamericano. Los tres imponentes acorazados alzaban sus moles de acero en os muelles de La Guaira. Los cañones relucientes. Las diarias maniobras de los marinos sobre los puentes, el traqueteo de las armas en los ejercicios mañaneros de tiro, eran entre otras tantas advertencias saludables para los “nativos”. De haber surgido alguna protesta nacional – que no la hubo. Por no existir entonces organizaciones políticas populares en el país – como réplica a la pacifica trasmisión de mando de manos de Castro a las de quien había sido su cómplice y colaborador incondicional durante diez años, esa protesta hubiera chocado con los fusiles del Tío Sam.
  • 22. Tres meses duró esa ocupación virtual del país por la marinería extranjera. El 13 de febrero de 1909 fueron firmados los protocolos de Buchanan- Gómez. Se trataba del precio inicial pagado por el nuevo gobierno del Departamento de Estado y a los inversionistas norteamericanos, para merecer el rango de siervo y protegido suyo. Consistieron en la renuncia de la correcta actitud asumida por gobiernos anteriores ante tres reclamos formulados al Estado venezolano por ciudadanos y corporaciones norteamericanos, con el respaldo diplomático de su Cancillería. Esos reclamos, resueltos en forma satisfactoria a las exigencias del gobierno de lo Estados Unidos, eran: eran el de la United States and Venezuela (también conocido con el nombre de Reclamo Grichfield), el de la Orinoco Corporation (también conocido con el nombre Reclamación Manoa); y el de la Orinoco Steamship Corporation. En los Protocolos, se acordó una transacción para zanjar suscitadas por las dos primeras reclamaciones; y se refirió el conocimiento de la tercera al Tribunal Permanente de La Haya.
  • 23. Nada se dijo entonces, ni después, en torno del más ruidoso de los diferendos existentes: el de la New York and Bermúdez Company. Debió ser objeto de una inescribible arreglo. Porque lo cierto es que el pago de la multa judicial de 24 millones de bolívares no se reclamó nunca a la Compañía; ésta continúo en el pingue disfrute del Lago de Guanoco, y ya veremos luego cómo fue precursora entre las cazadoras de concesiones petrolíferas. Todo marcha a pedir de boca, hasta que surgió un nubarrón en el horizonte. Castro fue dado de alta en su clínica berlinesa y preparo viaje para América. Lió sus maletas después de proclamarse, con su ingénita modestia, “hombre del destino”, recordando a Napoleon y sin saber que al corso lo apodaron irónicamente así como lo apunta Cherterton, cuando ya estaba “destinado” al destierro definitivo. La prensa de los Estados Unidos dejó traslucir la inquietud de la Casa Blanca y de Miraflores por esa nueva versión de un Bonaparte del trópico abandonado su isla de Elba. En comentario del 13 de marzo de 1909, The New York times recordó que Castro disponía para ese momento de mayores recursos en dinero, y que en vinculaciones humanas, que cuando inicio su aventura exitosa de 1899. Pero una vez señalaba el periódico cuál era el obstáculo máximo para las ansias de desquite del déspota traicionado por los suyos. “Gómez – escribía el times – tendrá fuerte apoyo exterior, de modo que el camino hacia Caracas presentara nuevas dificultades para el famoso andino”
  • 24. Todo marcha a pedir de boca, hasta que surgió un nubarrón en el horizonte. Castro fue dado de alta en su clínica berlinesa y preparo viaje para América. Lió sus maletas después de proclamarse, con su ingénita modestia, “hombre del destino”, recordando a Napoleon y sin saber que al corso lo apodaron irónicamente así como lo apunta Cherterton, cuando ya estaba “destinado” al destierro definitivo. La prensa de los Estados Unidos dejó traslucir la inquietud de la Casa Blanca y de Miraflores por esa nueva versión de un Bonaparte del trópico abandonado su isla de Elba. En comentario del 13 de marzo de 1909, The New York times recordó que Castro disponía para ese momento de mayores recursos en dinero, y que en vinculaciones humanas, que cuando inicio su aventura exitosa de 1899. Pero una vez señalaba el periódico cuál era el obstáculo máximo para las ansias de desquite del déspota traicionado por los suyos. “Gómez – escribía el times – tendrá fuerte apoyo exterior, de modo que el camino hacia Caracas presentara nuevas dificultades para el famoso andino”
  • 25. Tiene razones para escribir esas palabras en informado periódico de Nueva York. En intima alianza y estrecha colaboración trabajaron el Departamento de Estado y la Casa Amarilla de Caracas para estorbar el desembarque de Castro en tierras americanas. La diplomacia Estadounidense, cumpliendo instrucciones urgentes de su Cancillería, se movilizo ante los gobiernos de Londres, La Haya y Paris, para logar que el proscripto no pudiera arribar a ninguna de sus posesiones americanas. Colombia. Panamá y la Nicaragua del dictador Zelaya fueron notificadas también de que debían negar asilo al reprobó. El sucesor de Teodoro Roosevelt en la Casa Blanca, el presidente Taft, tomo en propias manos y en las de su gabinete la cuestión de impedir la presencia de Castro en el continente y de garantizarle estabilidad al régimen de Gómez. El Secretario de Estado Knox no ocultabas su alarma ante posible volte face de los antiguos subalternos del caudillo errante, y se la hacía presente a Russel, el nuevo ministro de los Estados Unidos de Caracas. El 7 de abril de 1909 le cablegrafiaba:
  • 26. Inquietantes los rumores en los periódicos de Gómez pueda permitir a Castro recuperar el poder. ¿Está el gobierno aun plenamente dispuesto a arrestarlo Basados en el entendimiento de acuerdo con el cual hemos procedido? A menos que esto fuera cierto, sería difícil para el gobierno de Venezuela justificar de no excluir a Castro del territorio.
  • 27. El contralmirante Buchanan sugirió al Secretario de Estado Knox, “para garantizar el buen orden y la paz” en Venezuela “hacer que uno de nuestros barcos recale a la Guaira” y “enviar a otro a puerto España, Trinidad”. No había sido necesario la sugerencia. Ya andaban por aguas venezolanas y de las Antillas vecinas el Montana y el North Carline; y el Panducah estaba anclado a la vista de la Guayra. Y, además, la tela de la araña tejida por la diplomacia del Potomac resulto muy eficaz. Castro no puedo poner pie en tierra de la Trinidad. Recaló a Martinica. Apenas por el tiempo necesario para que lo trasbordaran, a la fuerza, en paños menores, del Guadeloupe al Antillas. Este último barco fue escoltado por cruceros norteamericanos, hasta que enrumbarlo definitivamente para puerto Europeos. Castro quedo erradicado, por años, del ámbito americano. Gómez, con la eficaz ayuda y tuición de sus tutores norteños, empuño con rudas manos las riendas de un poder que iba a durar 27 años. Dos historiadores estadounidenses J. Fred Rippy y Clayde E. Hewitt, escribieron para The American Historical Review (octubre de 1949) un artículo de título sugeridor: “Cipriano Castro, hombre sin patria.” En él se detalla, con minuciosa documentación en gran parte extraída de los propios archivos del Departamento de Estado, la persecución que se le hizo al déspota en desgracia en beneficio del déspota en ascenso. Y concluye en relato con un párrafo que es todo un alarde de urticante ironía:
  • 28. Éste fue otro ejemplo de la diplomacia del dólar en acción – dicen los señores Rippy y Hewitt – menos complicado y costoso que el empleo combinado de la fuerza por las potencias europeas contra Castro en 1902-1903, pero eficaz en el grado sumo. Gómez llegó a ser un tirano más codicioso y cruel que Castro, si esto era posible, pero nunca fue una molestia internacional. (Subraya R. B.)
  • 29. Se había cumplido también, con la sustitución del déspota díscolo por el déspota sumiso, la pía aspiración de determinados sectores financieros de los Estados Unidos, que reflejo en sus páginas el New York Times, en editorial del 15 de diciembre de 1903. “lo mejor que podría ocurrir – escribió el influyente diario – sería la llegada al poder de un Díaz venezolano, lo suficiente fuerte para mantener el orden civil y lo suficiente sabio para dar a los venezolanos el sincero deseo de perpetuarlo…” “Fuerte” hasta yugular todas las libertadas y “sabio” hasta el extremo de que subastó en inicuas condiciones al inversionista extranjero buena parte de subsuelo del país, digno émulo del Porfirio Díaz mexicano en su colonialismo, crueldad y afán de perpetuación en el gobierno, era ese Juan Vicente Gómez elevado al poder por la descomposición política nacional, y con el concurso – comadrona y hada- madrina de la criatura – del Departamento de Estado.
  • 30. Y para soldar aún más la entente que iba a durar casi tres décadas entre Gómez y Washington, en 1910 hizo una visita oficial a Venezuela el Secretario de Estado Knox, quien había sustituido a Root. El Arzobispo de Caracas dicto una resolución especial permitiendo que se violara el canon que prescribe la abstinencia de carne en Viernes Santo, a fin de que el importante huésped pudiera disfrutar del adecuado agasajo culinario. Fue acaso una sutil indicación de un miembro católico del personal de la Legación de los Estados Unidos en Caracas, Jefferson Caffery, quien iniciaba entonces una dilatada carrera diplomática, con hitos tan espectaculares y controvertidos con la “mediación” norteamericana en la Cuba de Machado (1933) y el derrumbe en la Irán del régimen nacionalista de Mossasedgh (1953).
  • 31. Realiza la jira, Knox regresó a Washington, complacido, exultante. En un país tan rico en minerales preciosos gobernaba un hombre ideal para la entonces desembozada “diplomacia del dólar”, despótico con sus connacionales y sumiso al extranjero. Con una mano aplastaba las libertades públicas y con la otra abría las puertas del país, de par en par, las mercancías e inversiones procedentes de los Estados Unidos. Ya se había iniciado para esa fecha la zarabanda de concesiones de hidrocarburos, y en la forma de otorgarlas el régimen dio prendas de su corrupción e irresponsabilidad. Pero para que no quedara duda de alguna al respecto, Gómez leyó, en tartajosa voz de semianafabeto, al Congreso de 1911 y al presentarle el mensaje anual, este párrafo decidor, redactado por algunos de sus secretarios borlados:
  • 32. Comprendo que la Gran Nación Americana aspira a extender el ya amplio puesto que sus productos tienen en nuestros mercados; y juzgo natural semejante aspiración. Pero mi patriotismo, lo digo con ingenuidad, no abriga el más ligero temor por la fuerza de aquel país, porque veo que sus procedimientos están ajustados a la seriedad de sus principios, que lo exhiben como la democracia más acabada uy menos imperfecta que haya tenido la humanidad.
  • 33. La danza de concesiones