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- 1. IV Trimestre de 2012
Crecer en Cristo
Notas de Elena G. de White
Lección 4
27 de Octubre de 2012
La salvación: la única solución
Sábado 20 de octubre
El pecado había llegado a ser una ciencia, y el vicio era consagra-
do como parte de la religión. La rebelión había hundido sus raíces en
el corazón, y la hostilidad del hombre era muy violenta contra el cie-
lo. Se había demostrado ante el universo que, separada de Dios, la
humanidad no puede ser elevada. Un nuevo elemento de vida y po-
der tiene que ser impartido por Aquel que hizo el mundo.
Con intenso interés, los mundos que no habían caído habían mi-
rado para ver a Jehová levantarse y barrer a los habitantes de la tie-
rra. Y si Dios hubiese hecho esto, Satanás estaba listo para llevar a
cabo su plan de asegurarse la obediencia de los seres celestiales. Él
había declarado que los principios del gobierno divino hacen impo-
sible el perdón. Si el mundo hubiera sido destruido, habría sostenido
que sus acusaciones eran ciertas. Estaba listo para echar la culpa so-
bre Dios, y extender su rebelión a los mundos superiores. Pero en
vez de destruir al mundo, Dios envió a su Hijo para salvarlo. Aun-
que en todo rincón de la provincia enajenada se notaba corrupción y
desafío, se proveyó un modo de rescatarla. En el mismo momento de
la crisis, cuando Satanás parecía estar a punto de triunfar, el Hijo de
Dios vino como embajador de la gracia divina. En toda época y en
todo momento, el amor de Dios se había manifestado en favor de la
especie caída. A pesar de la perversidad de los hombres, hubo siem-
pre indicios de misericordia. Y llegada la plenitud del tiempo, la Di-
vinidad se glorificó derramando sobre el mundo tal efusión de gra-
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- 2. cia sanadora, que no se interrumpiría hasta que se cumpliese el plan
de salvación (El Deseado de todas las gentes, p. 28).
Domingo 21 de octubre:
El alcance del problema
En medio del Edén crecía el árbol de la vida, cuyo fruto tenía el
poder de perpetuar la vida. Si Adán hubiese permanecido obediente
a Dios, habría seguido gozando de libre acceso a aquel árbol y habría
vivido eternamente. Pero en cuanto hubo pecado, quedó privado de
comer del árbol de la vida y sujeto a la muerte. La sentencia divina:
“Polvo eres, y al polvo serás tomado”, entraña la extinción completa
de la vida.
La inmortalidad prometida al hombre a condición de que obede-
ciera, se había perdido por la transgresión. Adán no podía transmitir
a su posteridad lo que ya no poseía; y no habría quedado esperanza
para la raza caída, si Dios, por el sacrificio de su Hijo, no hubiese
puesto la inmortalidad a su alcance. Como “la muerte así pasó a to-
dos los hombres, pues que todos pecaron”, Cristo “sacó a la luz la
vida y la inmortalidad por el evangelio” (Romanos 5:12; 2 Timoteo
1:10). Y solo por Cristo puede obtenerse la inmortalidad. Jesús dijo:
“El que cree en el Hijo, tiene vida eterna, más el que es incrédulo al
Hijo, no verá la vida” (S. Juan 3:36). Todo hombre puede adquirir un
bien tan inestimable si consiente en someterse a las condiciones ne-
cesarias. Todos “los que perseverando en bien hacer, buscan gloria y
honra e inmortalidad”, recibirán “la vida eterna” (Romanos 2:7) (El
conflicto de los siglos, pp. 587, 588).
Cuando esta tierra fue creada por Cristo, era santa y hermosa.
Dios declaró que era “muy buena”. Cada flor, arbusto y árbol cum-
plía el propósito del Creador. Todo se veía hermoso y llenaba la
mente con pensamientos de amor hacia el Creador. Cada sonido era
música para los oídos y estaba en armonía con la voz de Dios.
Pero se produjo un cambio. El pecado trajo decaimiento, deformi-
dad y muerte. En la actualidad el mundo está manchado, corrompi-
do y contagiado de una enfermedad mortal. La tierra gime por la
constante transgresión de sus habitantes.
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- 3. Los seres humanos se han depravado y han caído bajo la maldi-
ción del pecado, y por el pecado la muerte. La verdad no se la consi-
dera preciosa y por lo tanto no santifica el alma. Desaparece de la
mente porque el corazón no aprecia su valor y la conciencia se oscu-
rece más y más, perdiendo su sensibilidad y haciendo que sus im-
presiones ya no conmuevan al transgresor, el que sigue depravado,
enfermo y moribundo. Su voz ya no se asemeja a la voz de Dios que
santifica el alma mediante la verdad. El corazón, que debiera ser el
trono de Dios, produce todo tipo de abominaciones. ¡Cómo ha per-
dido el oro su brillo! ¡Cómo se ha perdido el reflejo del carácter de
Dios en el hombre!
Esta calamidad se ha tomado universal. No hay lugar en la tierra
en que no se vea la huella de la serpiente y no se sienta su mordedu-
ra venenosa. Toda la tierra está corrompida y la maldición se incre-
menta en la medida en que la transgresión se aumenta. En verdad la
tierra se prepara para ser purificada por el fuego.
Satanás trabaja con gran poder entre los hijos de los hombres;
pervierte sus sentidos con sus encantamientos para que sus transgre-
siones les parezcan altamente deseables. Así como tentó a Adán y
Eva, diciéndoles: “Seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”, así
también tienta a los hombres y mujeres de nuestros días (Signs of the
Times, 27 de junio, 1900).
Lunes 22 de octubre:
La provisión divina: Parte 1
Dios tenía un conocimiento de los sucesos del futuro aun antes de
la creación del mundo. No hizo que sus propósitos se amoldaran a
las circunstancias, sino que permitió que las cosas se desarrollaran y
produjeran su resultado. No actuó para causar un cierto estado de
cosas, sino que sabía que existiría una condición tal. El plan que de-
bía llevarse a cabo al producirse la defección de cualquiera de las
elevadas inteligencias del cielo... es el secreto, el misterio que ha es-
tado oculto desde hace siglos. Y según los propósitos eternos se pre-
paró una ofrenda para que hiciera precisamente la obra que Dios ha
hecho a favor de la humanidad caída.
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- 4. La encamación de Cristo es un misterio. La unión de la divinidad
con la humanidad ciertamente es un misterio, oculto con Dios, “mis-
terio escondido desde los siglos”. Fue guardado en silencio eterno
por Jehová, y primero fue revelado en el Edén mediante la profecía
de que la Simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente, y
que ésta la heriría en el calcañar.
Presentar al mundo este misterio que Dios mantuvo en silencio
durante siglos eternos, antes de que el mundo fuera creado, antes de
que el hombre fuera creado, era la parte que Cristo debía cumplir en
la obra que él emprendió cuando vino a esta tierra. Y este maravillo-
so misterio, la encamación de Cristo y la expiación que él hizo, debe
ser declarado a cada hijo y a cada hija de Adán... Los sufrimientos de
Cristo satisficieron perfectamente las demandas de la ley de Dios
(Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1082).
Dios y Cristo sabían desde el principio en cuanto a la apostasía de
Satanás y a la caída de Adán por el poder engañador del apóstata. El
propósito del plan de salvación era redimir a la raza caída, darle otra
oportunidad. Cristo fue designado como Mediador desde la creación
de Dios, designado desde la eternidad para ser nuestro sustituto y
garantía. Antes de que fuera hecho el mundo, se dispuso que la di-
vinidad de Cristo estuviera revestida de humanidad. “Me preparaste
cuerpo” (Hebreos 10:5), dijo Cristo. Pero no vino en forma humana
hasta que hubo expirado la plenitud del tiempo. Entonces vino a
nuestro mundo como una criaturita en Belén (Mensajes selectos, to-
mo 1, p. 293).
Martes 23 de octubre:
La provisión divina: Parte 2
Jesús es nuestro sacrificio expiatorio; no podemos expiarnos a no-
sotros mismos, pero podemos aceptar por fe la expiación hecha en
nuestro beneficio. “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana
manera de vivir... no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino
con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y
sin contaminación” (1 Pedro 1:18,19). Ningún hombre en la tierra ni
ángel del cielo podría haber pagado la penalidad del pecado. Solo Je-
sús podía salvar a la humanidad rebelde. Su divinidad y humanidad
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- 5. combinadas fue lo que dio eficacia a la ofrenda sobre la cruz del Cal-
vario. Allí, la misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la
paz se besaron. Cuando el pecador contempla al Salvador muriendo
en la cruz del Calvario y comprende que el Sufriente es divino, se
pregunta por qué fue necesario hacer semejante sacrificio. Entonces
la cruz apunta a la santa ley de Dios que ha sido transgredida...
Jesús satisface la necesidad del pecador porque tomó sobre sí sus
pecados. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su lla-
ga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:4, 5). El Señor podría haber
destruido al pecador; pero eligió el plan más costoso: por amor le dio
esperanza al que no la tenía ofreciendo a su Hijo unigénito para lle-
var los pecados del mundo y, al hacerlo, ofreció todo el cielo en un
solo Don. No dejó nada que pudiera hacer para que el ser humano
pudiera tomar la copa de la salvación y llegara a ser un heredero de
Dios y coheredero con Cristo (The Bible Echo, 15 de marzo, 1893).
En esta vida, podemos apenas empezar a comprender el tema ma-
ravilloso de la redención. Con nuestra inteligencia limitada podemos
considerar con todo fervor la ignominia y la gloria, la vida y la muer-
te, la justicia y la misericordia que se tocan en la cruz; pero ni con la
mayor tensión de nuestras facultades mentales llegamos a compren-
der todo su significado. La largura y anchura, la profundidad y altu-
ra del amor redentor se comprenden tan solo confusamente. El plan
de la redención no se entenderá por completo ni siquiera cuando los
rescatados vean como serán vistos ellos mismos y conozcan como se-
rán conocidos; pero a través de las edades sin fin, nuevas verdades
se desplegarán continuamente ante la mente admirada y deleitada.
Aunque las aflicciones, las penas y las tentaciones terrenales hayan
concluido, y aunque la causa de ellas haya sido suprimida, el pueblo
de Dios tendrá siempre un conocimiento claro e inteligente de lo que
costó su salvación (El conflicto de los siglos, p. 709).
A fin de apreciar plenamente el valor de la salvación, es necesario
comprender cuál ha sido su costo. Como consecuencia de las ideas
limitadas referentes a los sufrimientos de Cristo, muchos estiman en
poco la gran obra de la expiación. El glorioso plan proyectado para
la salvación del hombre se puso por obra mediante el amor infinito
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- 6. de Dios Padre. En este plan divino se ve la manifestación más admi-
rable del amor de Dios hacia la especie caída. Un amor como el que
se manifiesta en el don del amado Hijo de Dios asombraba a los án-
geles. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna” (S. Juan 3:16). Este Salvador era el esplendor de la
gloria del Padre, y la imagen expresa de su persona. Divinamente
majestuoso, perfecto y excelente, era igual a Dios (Joyas de los tes-
timonios, tomo 1, p. 217).
Miércoles 24 de octubre:
La experiencia de la salvación: Parte 1
Se representa al pecador como a una oveja perdida, y una oveja
perdida nunca vuelve al aprisco a menos que sea buscada v llevada
de vuelta al redil por el pastor. Nadie puede arrepentirse por sí
mismo y hacerse digno de la bendición de la justificación. Conti-
nuamente el Señor Jesús procura impresionar la mente del pecador y
atraerlo para que contemple al Cordero de Dios que quita los peca-
dos del mundo. No podemos dar un paso hacia la vida espiritual a
menos que Jesús atraiga y fortalezca el alma, y nos guíe para expe-
rimentar el arrepentimiento del cual nadie necesita arrepentirse
(Mensajes selectos, tomo 1, pp. 457, 458).
La Biblia no enseña que el pecador deba arrepentirse antes de po-
der aceptar la invitación de Cristo: “¡Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os daré descanso!” (Mateo 11:28). La vir-
tud que viene de Cristo es la que guía a un arrepentimiento genuino.
San Pedro habla del asunto de una manera muy clara en su exposi-
ción a los israelitas, cuando dice: “A éste, Dios le ensalzó con su dies-
tra para ser Príncipe y Salvador, a fin de dar arrepentimiento a Is-
rael, y remisión de pecados” (Hechos 5:31). No podemos arrepenti-
mos sin que el Espíritu de Cristo despierte la conciencia, más de lo
que podemos ser perdonados sin Cristo.
Cristo es la fuente de todo buen impulso. Él es el único que puede
implantar en el corazón enemistad contra el pecado. Todo deseo de
verdad y de pureza, toda convicción de nuestra propia pecaminosi-
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- 7. dad, es una prueba de que su Espíritu está obrando en nuestro cora-
zón.
Jesús dijo: “Yo, si fuere levantado en alto de sobre la tierra, a to-
dos los atraeré a mí mismo” (Juan 12:32). Cristo debe ser revelado al
pecador como el Salvador que muere por los pecados del mundo; y
cuando consideramos al Cordero de Dios sobre la cruz del Calvario,
el misterio de la redención comienza a abrirse a nuestra mente y la
bondad de Dios nos guía al arrepentimiento. Al morir Cristo por los
pecadores, manifestó un amor incomprensible; y este amor, a medi-
da que el pecador lo contempla, enternece el corazón, impresiona la
mente e inspira contricción en el alma.
Es verdad que algunas veces los hombres se avergüenzan de sus
caminos pecaminosos y abandonan algunos de sus malos hábitos an-
tes de darse cuenta de que son atraídos a Cristo. Pero cuando hacen
un esfuerzo por reformarse, con un sincero deseo de hacer el bien, es
el poder de Cristo el que los está atrayendo. Una influencia de la cual
no se dan cuenta, obra sobre el alma, la conciencia se vivifica y la vi-
da externa se enmienda. Y a medida que Cristo los induce a mirar su
cruz y contemplar a quien han traspasado sus pecados, el manda-
miento despierta la conciencia. La maldad de su vida, el pecado pro-
fundamente arraigado en su alma se les revela. Comienzan a enten-
der algo de la justicia de Cristo y exclaman “¿Qué es el pecado, para
que exigiera tal sacrificio por la redención de su víctima? ¿Fueron
necesarios todo este amor, todo este sufrimiento, toda esta humilla-
ción, para que no pereciéramos, sino que tuviéramos vida eterna?”.
El pecador puede resistir a este amor, puede rehusar ser atraído a
Cristo; pero si no se resiste será atraído a Jesús; un conocimiento del
plan de la salvación lo guiará al pie de la cruz, arrepentido de sus
pecados, que han causado los sufrimientos del amado Hijo de Dios
(El camino a Cristo, pp. 24-26).
Jueves 25 de octubre:
La experiencia de la salvación: Parte 2
Cristo es la luz verdadera que brilla en las tinieblas. Que Dios no
permita que las tinieblas prevalezcan. La Palabra de Dios es la cura
para las almas y los cuerpos enfermos; es la vida para los que están
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- 8. muertos en sus delitos y pecados. El que no conoció pecado fue he-
cho pecado para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él.
No hizo nada digno de muerte y sin embargo murió. Y nosotros, que
no hicimos nada digno de vida, recibiremos con gozo las palabras:
“Bien buen siervo y fiel... entra en el gozo de tu Señor”. El pecador es
salvado sin haber hecho nada para merecer la salvación; no puede
presentar ningún mérito. Pero vestido con el manto impecable de la
justicia de Cristo es aceptado por Dios, y se abre ante él el camino de
la vida, porque la vida y la inmortalidad han sido compradas para él
por Cristo. Los pecadores pueden encontrar perdón y paz al obede-
cer los mandatos de Dios (The Bible Echo, 21 de mayo, 1900).
Todo el plan de redención puede expresarse en estas preciosas pa-
labras: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna” (Juan 3:16). La familia humana les costó a Dios y a
su Hijo Jesucristo un precio infinito. Cristo soportó la carga de los
pecados del mundo para que su justicia pudiera ser imputada a los
pecadores y para que éstos, mediante el arrepentimiento y la fe, pu-
dieran llegar a tener un carácter santo como él. En el momento en el
que el pecador pone su fe en Cristo, ya no es condenado a la vista de
Dios, porque la justicia de Cristo le pertenece y la perfecta obedien-
cia de Cristo le es imputada.
El rescate pagado por Cristo es suficiente para la salvación de to-
dos los seres humanos, pero únicamente aquellos que lleguen a ser
nuevas criaturas en Cristo Jesús llegarán a ser ciudadanos leales de
su reino eterno. Su sufrimiento no evitará el castigo del pecador no
arrepentido. El ser humano debe cooperar con el poder divino para
subyugar el pecado y permanecer en Cristo. La obra del Señor fue la
de restaurar al hombre a su estado original y sanarlo mediante su
poder divino. La parte humana es poner su fe en los méritos de Cris-
to y cooperar con las agencias divinas para formar un carácter justo.
De esta manera Dios podía salvar al pecador y, a su vez, vindicar su
justa ley (North Pacific Union Gleaner, 17 de febrero, 1909).
Cuando el Espíritu de Cristo conmueve el corazón con su maravi-
lloso poder despertador, hay un sentido de deficiencia en el alma
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- 9. que lleva a la contrición de la mente y a la humillación de sí mismo,
antes que a la orgullosa jactancia de lo que ha logrado...
El alma que es así tocada nunca se envolverá en justicia propia o
en una pretenciosa apariencia de santidad; antes odiará su egoísmo,
aborrecerá su amor a sí mismo y buscará, por medio de la justicia de
Cristo, esa pureza de corazón que está en armonía con la ley de Dios
y el carácter de Cristo. Reflejará entonces el carácter de Cristo, la es-
peranza de gloria. Será el mayor misterio para él que Jesús haya he-
cho un sacrificio tan grande para redimirlo.
Exclamará, con humilde semblante y labio vacilante: “Él me amó
Se dio a sí mismo por mí. Se hizo pobre para que yo, por su pobreza,
pudiera ser hecho rico. El varón de dolores no me despreció, sino
que derramó su inagotable y redentor amor para que mi corazón
pudiera ser hecho limpio; y me ha traído de vuelta a la lealtad y la
obediencia a todos sus mandamientos. Su condescendencia, su hu-
millación, su crucifixión son los milagros culminantes de la maravi-
llosa manifestación del plan de salvación... Todo lo hizo para que sea
posible impartirme su propia justicia, para que pueda cumplir su ley
que he transgredido. Por esto lo adoro. Y lo proclamaré a todos los
pecadores” (Reflejemos a Jesús, p. 55).
Viernes 26 de octubre:
Para estudiar y meditar
El Deseado de todas las gentes, pp. 11-18.
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