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Eventos finales y la segunda venida de Cristo
- 1. IV Trimestre de 2012
Crecer en Cristo
Notas de Elena G. de White
Lección 12
22 de Diciembre de 2012
Eventos finales
Sábado 15 de diciembre
Cristo está en el Santuario celestial para hacer expiación por su
pueblo, para presentar su costado herido y sus manos horadadas al
Padre, y rogar por su iglesia en la tierra. Está allí para limpiar el San-
tuario de los pecados de su pueblo. ¿Y cuál es nuestra tarea? Nuestra
tarea es estar en armonía y unión con él.
Todo el cielo está interesado en la obra que se hace aquí en la tie-
rra. Debemos estar preparados para el gran día de Dios que ya está
sobre nosotros, y no podemos permitir que Satanás extienda su
sombra a nuestro paso e intercepte nuestra vista de Jesús y de su in-
finito amor. Necesitamos de su ayuda, especialmente en tiempos de
prueba, cuando las tentaciones fluyen como inundación, y las som-
bras satánicas tratan de confundir nuestra alma para que no distinga
lo sagrado de lo común. Es entonces cuando necesitamos acudir a la
Fuente de nuestra fuerza (Review and Herald, 28 de enero, 1890).
Domingo 16 de diciembre:
El Santuario Celestial: Parte 1
Todos los que han recibido la luz sobre estos asuntos deben
dar testimonio de las grandes verdades que Dios les ha confiado. El
Santuario en el cielo es el centro mismo de la obra de Cristo en favor
de los hombres. Concierne a toda alma que vive en la tierra. Nos re-
vela el plan de la redención; nos conduce hasta el fin mismo del
tiempo y anuncia el triunfo final en la lucha entre la justicia y el pe-
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- 2. cado. Es de la mayor importancia que todos investiguen a fondo es-
tos asuntos y que estén siempre listos para dar respuesta a todo el
que les pida razón de la esperanza que hay en ellos.
La intercesión de Cristo por el hombre en el Santuario Celestial es
tan esencial para el plan de la salvación como lo fue su muerte en la
cruz. Con su muerte dio principio a aquella obra para cuya conclu-
sión ascendió al cielo después de su resurrección. Por la fe debemos
entrar velo adentro, "donde Jesús entró por nosotros como precur-
sor" (Hebreos 6:20). Allí se refleja la luz de la cruz del Calvario; y allí
podemos obtener una comprensión más clara de los misterios de la
redención. La salvación del hombre se cumple a un precio infinito
para el Cielo; el sacrificio hecho corresponde a las más amplias exi-
gencias de la ley de Dios quebrantada. Jesús abrió el camino que lle-
va al trono del Padre, y por su mediación pueden ser presentados
ante Dios los deseos sinceros de todos los que a él se allegan con fe...
Estamos viviendo ahora en el gran día de la expiación. Cuando
en el ritual simbólico el sumo sacerdote realizaba la propiciación por
Israel, todos debían afligir sus almas, arrepentirse de sus pecados y
humillarse ante el Señor, si no querían verse separados del pueblo.
De la misma manera, todos los que desean que sus nombres se man-
tengan en el libro de la vida, deben ahora, en los pocos días que les
quedan de este tiempo de gracia, afligir sus almas ante Dios con ver-
dadero arrepentimiento y dolor por sus pecados. Hay que escudri-
ñar honda y sinceramente el corazón. Hay que deponer el espíritu li-
viano y frívolo al que se entregan tantos cristianos profesos. Empe-
ñada lucha espera a todos los que quieran subyugar las malas incli-
naciones que tratan de dominarlos. La obra de preparación es indi-
vidual. No nos salvamos en grupos. La pureza y la devoción de uno
no suplirá la falta de estas cualidades en otro. Si bien todas las na-
ciones deben pasar en juicio ante Dios, él examinará el caso de cada
individuo de un modo tan rígido y minucioso como si no hubiese
otro ser en la tierra. Cada cual tiene que ser probado y encontrado
sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante (Cristo es su santuario, pp.
136-138).
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- 3. Lunes 17 de diciembre:
El Santuario Celestial: Parte 2
El divino Autor de la salvación no dejó nada incompleto en el
plan; cada una de sus fases es perfecta. El pecado de todo el mundo
fue colocado sobre Jesús y la Divinidad prodigó en Jesús su más alto
valor a la humanidad doliente, para que todo el mundo pudiera ser
perdonado por fe en el Sustituto. El más culpable no necesita tener
temor de que Dios no lo perdone, porque será remitido el castigo de
la ley debido a la eficacia del sacrificio divino. Mediante Cristo, pue-
de volver a su obediencia a Dios.
¡Cuán maravilloso es el plan de la redención en su sencillez y ple-
nitud! No solo proporciona el perdón pleno al pecador, sino también
la restauración del transgresor, preparando un camino por el cual
puede ser aceptado como hijo de Dios. Por medio de la obediencia
puede poseer amor, paz y gozo. Su fe puede unirlo en su debilidad
con Cristo, la Fuente de fortaleza divina; y mediante los méritos de
Cristo puede hallar la aprobación de Dios porque Cristo ha satisfe-
cho las demandas de la ley, e imputa su justicia al alma penitente
que cree...
¡Qué maravilloso amor fue desplegado por el Hijo de Dios!... Cris-
to toma al pecador en su más profunda degradación y lo purifica, re-
fina y ennoblece. Contemplando a Jesús tal como es, se transforma el
pecador y es elevado a la misma cumbre de la dignidad, llegando
aun a sentarse con Cristo en su trono (A fin de conocerle, p. 98).
Jesús está oficiando en la presencia de Dios, ofreciendo su sangre
derramada, como si hubiera sido un cordero [literal] sacrificado. Je-
sús presenta la oblación ofrecida por cada culpa y por cada falta del
pecador.
Cristo, nuestro Mediador, y el Espíritu Santo, constantemente es-
tán intercediendo en favor del hombre; pero el Espíritu no ruega por
nosotros como lo hace Cristo, quien presenta su sangre derramada
desde la fundación del mundo; el Espíritu actúa sobre nuestros cora-
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- 4. zones extrayendo oraciones y arrepentimiento, alabanza y agrade-
cimiento. La gratitud que fluye de nuestros labios es el resultado de
que el Espíritu hace resonar las cuerdas del alma con santos recuer-
dos que despiertan la música del corazón.
Los servicios religiosos, las oraciones, la alabanza, la contrita con-
fesión del pecado, ascienden de los verdaderos creyentes como in-
cienso hacia el Santuario Celestial; pero al pasar por los canales co-
rruptos de la humanidad se contaminan tanto, que a menos que se
purifiquen con sangre nunca pueden tener valor ante Dios. No as-
cienden con pureza inmaculada, y a menos que el Intercesor que está
a la diestra de Dios presente y purifique todo con su justicia, no son
aceptables a Dios. Todo el incienso que procede de los tabernáculos
terrenales debe ser humedecido con las gotas purificadoras de la
sangre de Cristo. Él sostiene ante el Padre el incensario de sus pro-
pios méritos en el cual no hay mancha de contaminación terrenal. El
junta en el incensario las oraciones, la alabanza y las confesiones de
su pueblo, y con ellas pone su propia justicia inmaculada. Entonces
asciende el incienso delante de Dios completa y enteramente acepta-
ble, perfumado con los méritos de la propiciación de Cristo. Enton-
ces se reciben bondadosas respuestas.
Ojalá todos pudieran comprender que todo lo que hay en la obe-
diencia, la contrición, la alabanza y el agradecimiento, debe ser colo-
ca do sobre el resplandeciente fuego de la justicia de Cristo. La fra-
gancia de esa justicia asciende como una nube alrededor del propi-
ciatorio (Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1077).
Cristo se humilló para encabezar a la humanidad, para afrontar
las tentaciones y sobrellevar las pruebas que los hombres deben
arrostrar y soportar. Debía conocer lo que la humanidad debe arros-
trar de parte del enemigo caído, a fin de saber cómo socorrer a los
que son tentados.
Y Cristo ha sido hecho nuestro Juez. No es el Padre el Juez. Tam-
poco lo son los ángeles. Nos juzgará Aquel que se revistió de nuestra
humanidad y vivió una vida perfecta en este mundo. Él solo puede
ser nuestro juez (Joyas de los testimonios, tomo 3, p. 383).
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- 5. Martes 18 de diciembre:
La segunda venida de Cristo
La obra del juicio investigador y el acto de borrar los pecados de-
ben realizarse antes del segundo advenimiento del Señor. En vista
de que los muertos han de ser juzgados según las cosas escritas en
los libros, es imposible que los pecados de los hombres sean borra-
dos antes del fin del juicio en que sus vidas han de ser examinadas.
Pero el apóstol Pedro dice terminantemente que los pecados de los
creyentes serán borrados "cuando vendrán los tiempos del refrige-
rio de la presencia del Señor, y enviará a Jesucristo" (Hechos 3:19,
20). Cuando el juicio investigador haya concluido, Cristo vendrá con
su recompensa para dar a cada cual según sus obras (El conflicto de
los siglos, p. 539).
Una de las verdades más solemnes y más gloriosas que revela la
Biblia, es la de la segunda venida de Cristo para completar la gran
obra de la redención. Al pueblo peregrino de Dios, que por tanto
tiempo hubo de morar "en región y sombra de muerte", le es dada
una valiosa esperanza inspiradora de alegría con la promesa de la
venida de Aquel que es "la resurrección y la vida" para hacer "volver
a su propio desterrado". La doctrina del segundo advenimiento es
verdaderamente la nota tónica de las Sagradas Escrituras. Desde el
día en que la primera pareja se alejara apesadumbrada del Edén, los
hijos de la fe han esperado la venid a del Prometido que había de
aniquilar el poder destructor de Satanás y volverlos a llevar al paraí-
so perdido. Hubo santos desde los antiguos tiempos que miraban
hacia el tiempo del advenimiento glorioso del Mesías como hacia la
consumación de sus esperanzas. Enoc, que se contó entre la séptima
generación descendiente de los que moraran en el Edén y que por
tres siglos anduvo con Dios en la tierra, pudo contemplar desde lejos
la venida del Libertador. "He aquí que vi ene el Señor, con las hues-
tes innumerables de sus santos ángeles, para ejecutar juicio sobre to-
dos" (Judas 14, 15, V.M.). El patriarca Job, en la lobreguez de su aflic-
ción, exclamaba con confianza inquebrantable: "Pues yo sé que mi
Redentor v i ve, y que en lo venidero ha de levantarse sobre la tie-
rra... aun desde mi carne he de ver a Dios; a quien yo tengo de ver
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- 6. por mí mismo, y mis ojos le mirarán; y ya no como a un extraño" (Job
19:25-27, V. M.) (El conflicto de los siglos, p. 544).
Miércoles 19 de diciembre:
Esperando la venida
El creer en la próxima venida del Hijo del hombre en las nubes de
los cielos no inducirá a los verdaderos cristianos a ser descuidados y
negligentes en los asuntos comunes de la vida. Los que aguardan la
pronta aparición de Cristo no estarán ociosos. Por lo contrario, serán
diligentes en sus asuntos. No trabajarán con negligencia y falta de
honradez sino con fidelidad, presteza y esmero. Los que se lisonjean
de que el descuido y la negligencia en las cosas de esta vida son evi-
dencia de su espiritualidad y de su separación del mundo incurren
en un gran error. Su veracidad, fidelidad e integridad se prueban
mediante las cosas temporales. Si son fieles en lo poco, lo serán en lo
mucho (Joyas de los testimonios, tomo 1, p. 509).
En esta época del mundo hay un afán por los placeres sensuales,
un incremento de la lujuria y una falta de respeto por la autoridad. Y
no solo los mundanos sino también los cristianos se dejan gobernar
por sus inclinaciones en lugar del deber. Mientras tanto, las señales
de los tiempos nos indican que el Señor se aproxima. Las palabras de
Cristo, "velad y orad", siguen resonando a través de las edades, al
igual que la amonestación de Pablo: "Mas vosotros, hermanos, no es-
táis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. Por-
que todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la
noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás,
sino velemos y seamos sobrios"(l Tesalonicenses 5:4-6) (Signs of the
Times, 7 de abril, 1887).
Estamos esperando y velando por la llegada de la grandiosa y te-
rrible escena que clausurará la historia de esta tierra. Pero no hemos
de esperar sencillamente; hemos de estar vigilantemente activos con
referencia a este solemne acontecimiento. La iglesia viva de Dios es-
tará esperando, velando y trabajando. Nadie ha de colocarse en una
posición neutral. Todos han de representar a Cristo con un esfuerzo
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- 7. ferviente y activo para salvar a las almas que perecen. ¿Se cruzará de
brazos la iglesia ahora? ¿Dormiremos, como se representa en la pa-
rábola de las vírgenes fatuas? Toda precaución ha de tomarse ahora;
pues la obra hecha a la ventura resultará en decaimiento espiritual, y
ese día nos sobrecogerá como un ladrón. La mente necesita ser forta-
lecida para mirar con profundidad ·y discernir las razones de nues-
tra fe. El templo del alma ha de ser purificado por la verdad, pues
únicamente el puro de corazón podrá resistir los engaños de Satanás
(Testimonios para los ministros, pp. 161, 162).
El pueblo de Dios debe recibir la amonestación y discernir las se-
ñales de los tiempos. Las señales de la venida de Cristo son dema-
siado claras para que se las ponga en duda; en vista de estas cosas,
cada uno de los que profesan la verdad debe ser un predicador vivo.
Dios invita a todos, tanto predicadores como laicos, a que se despier-
ten. Todo el cielo está conmovido. Las escenas de la historia terrenal
están llegando rápidamente al fin. Vivimos en medio de los peligros
de los postreros días. Mayores peligros nos esperan, y sin embargo,
no estamos despiertos. La falta de actividad y fervor en la causa de
Dios es espantosa. Este estupor mortal proviene de Satanás (Joyas de
los testimonios, tomo 1, pp. 88, 89).
Estamos viviendo en el tiempo del fin. El presto cumplimiento
de las señales de los tiempos proclama la inminencia de la venida de
nuestro Señor. La época en que vivimos es importante y solemne. El
Espíritu de Dios se está retirando gradual pero ciertamente de la tie-
rra. Ya están cayendo juicios y plagas sobre los que menosprecian la
gracia de Dios. Las calamidades en tierra y mar, la inestabilidad so-
cial, las amenazas de guerra, como portentosos presagios, anuncian
la proximidad de acontecimientos de la mayor gravedad.
Las agencias del mal se coligan y combinan fuerzas para la gran
crisis final. Grandes cambios están a punto de producirse en el mun-
do, y los movimientos finales serán rápidos (Testimonios para la
iglesia, tomo 9, p. 11).
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- 8. Jueves 20 de diciembre:
Muerte y resurrección
El Dador de la vida llamará a su posesión adquirida en la primera
resurrección, y basta esa hora triunfante, cuando resuene la trompeta
final y el vasto ejército avance hacia la victoria eterna, cada santo que
duerme será mantenido en seguridad y guardado como una joya
preciosa, como quien es conocido por Dios por su nombre. Resucita-
rán por el poder del Salvador que moró en ellos mientras vivieron y
porque fueron participantes de la naturaleza divina (Mensajes selec-
tos, tomo 2, pp. 309, 310).
Cuando Cristo venga para reunir consigo a los que han sido fieles,
resonará la última trompeta y toda la tierra la oirá, desde las cum-
bres de las más altas montañas hasta las más bajas depresiones de las
minas más profundas. Los muertos justos oirán el sonido de la últi-
ma trompeta, y saldrán de sus tumbas para ser revestidos de inmor-
talidad y para encontrarse con su Señor (Comentario bíblico adven-
tista, tomo 7, p. 921).
El Rey de reyes desciende en la nube, envuelto en llamas de fue-
go. El cielo se recoge como un libro que se enrolla, la tierra tiembla
ante su presencia, y todo monte y toda isla se mueven de sus luga-
res...
Entre las oscilaciones de la tierra, las llamaradas de los relámpa-
gos y el fragor de los truenos, el Hijo de Dios llama a la vida a los
santos dormidos. Dirige una mirada a las tumbas de los justos, y le-
vantando luego las manos al cielo, exclama: "¡Despertaos, desper-
taos, despertaos, los que dormís en el polvo y levantaos!" Por toda la
superficie de la tierra, los muertos oirán esa voz; y los que la oigan,
vivirán. Y toda la tierra repercutirá bajo las pisadas de la multitud
extraordinaria de todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos. De la
prisión de la muerte sale revestida de gloria inmortal gritando:
"¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victo-
ria?" (J Corintios 15:55). Y los justos vivos unen sus voces a las de los
santos resucitados en prolonga da y alegre aclamación de victoria.
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- 9. Todos salen de sus tumbas de igual estatura que cuando fueron
depositados en ellas... Pero todos se levantan con la lozanía y el vi-
gor de la eterna juventud... La forma mortal y corruptible, desprovis-
ta de gracia, manchada en otro tiempo por el pecado, se vuelve per-
fecta, hermosa e inmortal. Todas las imperfecciones y deformidades
quedan en la tumba...
Los justos vivos son mudados "en un momento, en un abrir de
ojo" (versículo 52). A la voz de Dios fueron glorificados; ahora son
hechos inmortales, y juntamente con los santos resucitados son arre-
batados para recibir a Cristo, su Señor, en los aires. Los ángeles "jun-
tarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del
cielo hasta el otro" (Mateo 24:31) (¡Maranata: El Señor viene!, p. 297).
"Como el Padre levanta los muertos, y les da vida, así también el
Hijo a los que quiere da vida"... Jesús les dice que una de las mayores
obras de su Padre es la de resucitar a los muertos, y que él mismo
tiene poder para hacerla. "Vendrá hora, y ahora es, cuando los muer-
tos oirán la voz del Hijo de Dios: y los que oyeren vivirán "... Cristo
les dice que ya está entre ellos el poder que da vida a los muertos, y
que han de contemplar su manifestación. Este mismo poder de resu-
citar es el que da vida al alma que está muerta en "delitos y pecados".
Ese espíritu de vida en Cristo Jesús, "la virtud de su resurrección",
libra a los hombres "de la ley del pecado y de la muerte". El dominio
del mal es quebrantado, y por la fe el alma es guardada de pecado.
El que abre su corazón al Espíritu de Cristo llega a participar de ese
gran poder que sacara su cuerpo de la tumba (El Deseado de todas
las gentes, p. 180).
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