1. DOMINGO IV - Tiempo Ordinario Nadie es profeta en su tierra
¿No es éste el hijo de José?
Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: «Hoy se ha
cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».
Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las
palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de
José?».
Pero él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, cúrate
a ti mismo". Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que
sucedió en Cafarnaúm». Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es
bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel
en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia
del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue
enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero
ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio».
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron
y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de
la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino» (Lc 4,21-30).
Jesús se encuentra ante un público que se admira «por las palabras de gracia que salían de su
boca», pero que a la vez se pregunta cómo puede pronunciarlas un mensajero tan sencillo y conocido para
ellos (Lc 4,22).
Los testigos de sus palabras y acciones tienen dificultad para atribuirle las etiquetas sociales mediante
las cuales acostumbran a clasificar a las personas en los grupos correspondientes.
2. DOMINGO IV - Tiempo Ordinario Nadie es profeta en su tierra
Esquemas rígidos
«Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las
palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de
José?» (Lc 4,22).
Lo que dicen los demás cobra importancia a partir de una concepción de la
persona con carácter colectivo, no individual.
En la antigua cultura mediterránea cada persona estaba tan implicada en su
grupo, que su identidad sólo podía explicarse en relación con los otros
integrantes del mismo. Porque en aquella sociedad un individuo no podía
pensar o actuar de manera independiente. La lealtad a su grupo se imponía.
Desde este punto de vista la identificación básica de una persona se daba
por su pertenencia familiar o nacional. Y el resultado era la formación de
estereotipos o generalizaciones:
«Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, vientres
perezosos» (Tito 1,12).
«¿De Nazaret puede haber cosa buena?» (Jn 1,46).
«Los judíos no se tratan con los samaritanos» (Jn 4,9).
«Ciertamente eres de ellos pues además eres galileo» (Mc 14,70).
En estas etiquetas estaba codificada toda la información necesaria para situar a una persona en el lugar
correcto que debía ocupar en su sociedad.
Jesús obra de una manera singular, de un modo diferente a los esquemas fijados, y eso crea desconcierto.
3. DOMINGO IV - Tiempo Ordinario Nadie es profeta en su tierra
Un profeta «sin honor»
Pero Jesús les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán:
"Médico, cúrate a ti mismo". Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que
hemos oído que sucedió en Cafarnaúm». Después agregó: «Les aseguro que
ningún profeta es bien recibido en su tierra» (Lc 4,23-24).
El Evangelio de Juan confirma el dicho de Jesús, pero da cuenta de una
buena recepción en Galilea, a causa del conocimiento de los milagros obrados
en Judea:
«El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio
pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían
visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos
también, en efecto, habían ido a la fiesta» (Jn 4,44-45).
Según Mateo y Marcos Jesús era para sus paisanos un motivo de
escándalo, y no hizo entre ellos muchos milagros, a causa de la falta de fe de
esa gente (Mt 13,57; Mc 6,4).
La causa del escándalo y de la falta de confianza de la gente
sería, probablemente, el abandono del grupo familiar, al que toda persona
honorable debía lealtad, según la mentalidad vigente.
El Evangelio de Tomás combina en un mismo dicho el refrán popular y la
afirmación de Jesús:
Jesús ha dicho: « Ningún profeta es recibido en su pueblo. Un médico no cura
a aquellos que lo conocen» (Tom 31).
4. DOMINGO IV - Tiempo Ordinario Nadie es profeta en su tierra
Dispuestos a acoger el mensaje del profeta
«Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de
Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el
hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado
Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero
ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio» (Lc 4,25-27).
Jesús confirma su condición y misión: es un PROFETA. Y como tal no
espera otra cosa que lo que otros profetas han recibido: rechazo en su tierra y
recepción en el extranjero.
Pone como ejemplo a los dos grandes hombres de Dios que iniciaron el
movimiento profético en Israel: ELÍAS y ELISEO. Su llamado a la conversión
tampoco fue aceptado en su pueblo, que por eso no pudo experimentar las
bendiciones de Dios. Éstas fueron recibidas por personas extrañas al pueblo
de la Alianza:
Una viuda fenicia le dice a Elías: «Ahora sí reconozco que tú eres un hombre de Dios y que la palabra del
Señor está verdaderamente en tu boca» (1 Re 17,24).
Un leproso arameo le dijo a Eliseo: «Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en
Israel» (2 Re 5,15).
Los primeros lectores del Evangelio de Lucas también fueron extranjeros que se beneficiaron con la
gracia y el mensaje de salvación de Jesús que sus paisanos no habían aceptado (cf. Ef 2,11-22).
Los cristianos de hoy son exhortados a acoger con fe ese mismo mensaje de conversión, antes que
reclamar un derecho de pertenencia sobre Jesús.