1. DOMINGO III – Tiempo de Adviento ¿Qué debemos hacer?
Preparando el camino
Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el
desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río
Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de
los pecados
La gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer entonces?». El les
respondía: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el
que tenga qué comer, haga otro tanto».
Algunos publicanos vinieron también a hacer bautizar y le
preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?». El les respondió:
«No exijan más de lo estipulado».
A su vez, unos soldados le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué
debemos hacer?». Juan les respondió: «No extorsionen a nadie, no
hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo».
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si
Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los
bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y
yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él
los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano
la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero.
Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible»
Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la
Buena Noticia (Lc 3,2-3.10-18).
2. DOMINGO III – Tiempo de Adviento ¿Qué debemos hacer?
Llamada a la conversión
«Produzcan los frutos de una sincera conversión, y no piensen:
«Tenemos por padre a Abraham». Porque yo les digo que de estas
piedras Dios puede hacer surgir hijo de Abraham» (Lc 3,8).
Como otros profetas Juan exhorta a la conversión. Ésta es una
experiencia interior, que consiste en orientar la propia voluntad hacia
la voluntad de Dios. Pero se demuestra exteriormente a partir de un
cambio de conducta. Como el árbol manifiesta por sus frutos su
propia vitalidad:
«En los días que vendrán, Jacob echará raíces, Israel florecerá, dará
brotes, y llenará el mundo con sus frutos» (Is 27,6).
«¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su
confianza! El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que
extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su
follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y
nunca deja de dar fruto» (Jer 17,7-8).
Esta llamada la dirigía a todos, porque ante Aquel que iba a juzgar al mundo no podía invocarse
privilegios de sangre. A Abraham hay que imitarlo en su fidelidad:
«Abraham es padre insigne de una multitud de naciones, y no hubo nadie que lo igualara en su
gloria. El observó la Ley del Altísimo y entró en alianza con él; puso en sus carne la señal de
esta alianza y en la prueba fue hallado fiel» (Eclo 44,19-20).
3. DOMINGO III – Tiempo de Adviento ¿Qué debemos hacer?
Que tiemble el arrogante
«El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; el árbol que no produce
buen fruto será cortado y arrojado al fuego» (Lc 3,9).
La urgencia de la conversión exigida por Juan estaba motivada por la
llegada del juicio inminente de Dios, cuyo resultado sería la salvación o la
condenación de los hombres, según sus obras.
Como otros profetas utiliza la imagen del árbol talado, para describir
cómo el juicio divino alcanza hasta a los poderosos más arrogantes.
«Así había YHWH de los ejércitos: Pueblo mío, que habitas en Sión, no
temas nada de Asiria, que te golpea con el bastón y alza si vara contra ti a
la manera de Egipto. Porque dentro de poco, de muy poco tiempo, se
acabará mi furor contra ti, y mi ira los destruirá. ¡Miren! YHWH, YHWH de
los ejércitos, desgaja con ímpetu el ramaje: los árboles más altos son
talados, los más elevados, abatidos: él corta con el hierro la espesura del
bosque, y cae el Líbano con su esplendor» (Is 10,24-25.34-35).
[Daniel dijo a Nabucodonosor] «Ese árbol eres tú, rey. Porque tú has
crecido y te has hecho poderoso; …El rey ha visto además a un Santo, que
descendía del cielo y decía: «Derriben el árbol y destrúyanlo. Pero dejen en
la tierra el tronco con sus raíces… hasta que pasen sobre él siete
tiempos… Tú serás arrojado de entre los hombres, y si se ha ordenado
dejar el tronco con las raíces del árbol, es porque conservarás tu realeza,
apenas hayas reconocido que es el Cielo el que domina. Por eso, rey,
acepta mi consejo: redime tus pecados con la justicia y tus faltas con la
misericordia hacia los pobres; tal vez así tu prosperidad será duradera» (Dn
4,19-27).
4. DOMINGO III – Tiempo de Adviento ¿Qué debemos hacer?
El bien al alcance de todos
La gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer entonces?». El les
respondía: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que
tenga qué comer, haga otro tanto».
Algunos publicanos vinieron también a hacer bautizar y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacer?». El les respondió: «No exijan más de lo
estipulado».
A su vez, unos soldados le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos
hacer?». Juan les respondió: «No extorsionen a nadie, no hagan falsas
denuncias y conténtense con su sueldo» (Lc 3,10-14).
Como los antiguos profetas presenta la piedad que verdaderamente agrada
a Dios: compartir el pan con el hambriento y albergar a los pobres sin
techo; cubrir al desnudo y no despreocuparse del semejante (Is 58,7).
Los publicanos tenían mala reputación en todo el mundo, incluso entre los romanos, por ser estafadores y
cobrar lo que se les antojaba:
El publicano es como una garganta que todo lo traga, pero que nunca se sacia (Aristófanes, Caballeros 248).
«Ante los repetidos reclamos del pueblo, que protestaba de los excesos de los publicanos, Nerón ordenó por
un edicto que se fijaran en lugar visible todas las leyes fiscales, mantenidas ocultas hasta la fecha» (Tácito,
Anales 50-51).
Los soldados, por su parte, aseguraban el desempeño de los publicanos mediante la custodia y se hacían
partícipes de su obrar fraudulento.
5. DOMINGO III – Tiempo de Adviento ¿Qué debemos hacer?
Una nueva existencia
«Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban
si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: Yo os
bautizo con agua para conversión; pero Aquel que viene detrás de
mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias.
El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Tiene en su mano la
horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y
quemará la paja en un fuego inextinguible.
Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo
la Buena Noticia» (Lc 3,15-18).
Como sucede cuando se cosecha el trigo, se separa de la espiga
el grano y lo que no sirve.
El fuego consumiría aquellas espigas sin grano, los carentes de
buenas obras;
mientras que el Espíritu concedería la salvación a los que
presentaban frutos de conversión, renovándolos totalmente en
virtud del poder creador de Dios.
Como a sus primitivos oyentes, la predicación de Juan hoy nos
llama no sólo a una renovación interior de tipo individual.
Nos quiere invitar a abrir ya desde ahora un espacio en nuestra
sociedad para un mundo nuevo suscitado por Dios.