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CAPERUCITA EN MANHATTAN
     Carmen Martín Gaite
Con paciencia, a veces cariño –y otras, desesperación-, los autores de este libro-

disco son, por estricto orden alfabético:



Elena Badic                                      Ana Gimeno

Natalia Benenati (ilustraciones)                 Zoltan Gyarmati

Raúl Bueno                                       Lorena Hernández

Bárbara Cortés                                   Diana Elena Iordache

Antonel Cosuleanu                                Myriam López

Catia García                                     Ana Marco

Nerea García                                     Joan Samoila



Además hemos contado con la fugaz colaboración de Lorena Borja y la voz prestada

de María Ripa y Diana Szobo en los diálogos de la pista 3).




                                                                                     2
UNO
  Datos geográficos de algún interés y presentación de Sara Allen



     Sara Allen era una niña de 10 años que vivía en el distrito de

Brooklyn, Nueva York, un barrio aburridísimo. Vivía   con   sus padres,

Samuel Allen, fontanero, y Vivian Allen, que cuidaba ancianos en un

hospital. Su madre era una señora maniática escrupulosa, demasiado

ordenada y precavida. La gran pasión de su vida era hacer tartas de

fresa, y Sara estaba harta de ello.

     La abuela de Sara, Rebeca Little, era lo contrario a su madre, ¡una

mujer mucho más interesante! En su juventud había sido cantante, le

gustaba beber, fumar e inventar historias.

     Sara y su madre iban todos los sábados a verla y a ordenarle y

limpiarle la casa, y es que a Rebeca Little no le   gustaba recoger, ni

limpiar. Pasaba el día leyendo novelas y tocando el piano. Todo eso a

Sara, le parecía fascinante.




                                                                    3
DOS
        Aurelio Roncali y El Reino de los Libros. Las farfanías.

     Sara siempre andaba preguntándolo todo y su madre intentaba

contarle lo menos posible. Hubo una etapa en la que Sara quiso saber

quién era un señor llamado Aurelio, que vivía con su abuela, pero no era su

abuelo (que ya había muerto). No se lo llegaron a explicar, pero a Sara

también le parecía un hombre interesantísimo.

     Aurelio Roncali tenia una librería y Sara no la había visto, pero la

imaginaba como un país pequeño, lleno de escaleras, casas enanas y unos

seres minúsculos y alados con gorro en punta.

     Y es que a Sara le encantaba imaginar. Una de sus invenciones eran

las llamadas “farfanías”, que eran palabras que inventaba sin quererlo

ella misma, que le salían por casualidad y que sólo entendía ella.

-¿Pero de qué te ríes?-Le preguntaba su madre.

-De nada. Habla bajito.

-Pero, ¿con quién?

-Conmigo; es un juego. Invento farfanías y las digo y me río, porque

                                                     suenan muy gracioso.

                                                     -¿Qué inventas qué?

                                                     Dios mío, esta niña

                                                     está loca.




                                                                       4
TRES
            Viajes rutinarios a Manhattan. La tarta de fresa.


     Todos los sábados, Vivian y Sara Allen se iban a Manhattan a ver a

la abuela y a limpiarle un poco la casa. Vivian acostumbraba a llevar una

tarta de fresa a la abuela, que le salían muy bien.

     Mientras ellas se iban, Samuel Allen estaba en su trabajo y, cuando

volvía, siempre encontraba en la mesa un sándwich de pepino y una nota.

Tiraba la nota con el sándwich y se iba a cenar al chino de la calle de

enfrente.

     Cuando Vivian terminaba de prepararlo todo, salían a la estación.

Por el camino, Sara le preguntaba muchas cosas a su madre y ésta

siempre le decía que se callara o que no dijera tonterías. Vivian siempre

le ponía a Sara un impermeable rojo, lloviera o no, y le daba una cesta con

la tarta tapada con un pañuelo de cuadros.

     La señora Allen protegía a Sara de los demás, como si fuera a

pasarle algo. Sara, en cambio, miraba a todos los viajeros intentando

pensar, imaginar.

-Déjame, mamá, no me desabroches más botones. Si no tengo calor.

-Claro, no, tú siempre te crees que lo sabes todo. ¿Te puedes estar

quieta?

-Del calor que tengo sé más que tú.

-¡Ay, Dios mío, qué niña más respondona! ¿Por qué pones cara de mártir

ahora?

-Por nada, mamá, cállate, anda.
                                                                       5
CUATRO
Evocación de Gloria Star. El primer dinero de Sara Allen.

      Cerca de la casa de la abuela de Sara, había un parque misterioso

que tenía fama de ser muy peligroso: el parque de Morningside. Decían

que allí, “el vampiro del Bronx” cometía crímenes nocturnos, siempre con

víctimas femeninas. La abuela Rebeca decía que era un sitio muy seguro,

como nadie se atrevía a entrar, los delincuentes no perdían el tiempo

yendo allí.

      Un sábado, a principios de diciembre, Sara y su madre llegaron a

casa de la abuela, pero ésta no estaba. La madre aprovechó para hacer

algunos recados y Sara se quedó sola en la casa. Rebuscó en los cajones,

encontró fotos antiguas, cartas de amor, papeles… y empezó a imaginar

cómo era la abuela en sus tiempos de artista.

      Al rato llamó la abuela diciendo que iba para casa. Cuando llegó,

Sara y Rebeca merendaron y tuvieron una larga y agradable conversación.

La abuela le dio a Sara una bolsita con setenta y cinco dólares, la mitad

de lo que acababa de ganar jugando al bingo. Sara lo guardó con cariño.

      -Dinero llama dinero –dijo la abuela-. A ver si me aparece un novio

rico. Búscamelo tú. ¿Te parezco muy vieja? ¿O crees que todavía puedo

sacar algún novio?

      -No me pareces vieja. Eres muy guapa. Sobre todo, si te vistes de

verde.




                                                                      6
CINCO
      Fiesta de cumpleaños en el chino. La muerte del tío Josef.



      El día del cumpleaños de Sara, fueron a comer a un restaurante

chino. Sara no se lo pasó bien, no hacía más que acordarse de su abuela,

de lo corto que se le había hecho el tiempo en su casa. El señor Allen, en

cambio, estaba muy contento. Se levantó y empezó a cantar el

cumpleaños feliz frente a una tarta de fresa mejor que la de El Dulce

Lobo, la pastelería más famosa de la ciudad. Sara, antes de soplar las

velas, se concentro y pidió como deseo: “Que vuelva a ver a la abuela

vestida de verde”.

      Cuando volvieron a casa, se metió en su habitación a mirar un libro

que le regaló su abuela y se puso a imaginar que estaba en la estatua de la

Libertad. Al rato, llamaron por teléfono: los padres de Sara se enteraron

de que un hermano de su padre había muerto en un accidente de

automóvil cerca de Chicago. Ellos debían ir al funeral, así que Sara

tendría que irse con los Taylor, unos amigos de sus padres.

- Por favor, hija mía-le advirtió la señora Allen-, acabas de cumplir 10 años. Ya

tienes edad de hacerte cargo de las cosas. Espero que te portes bien.

-Naturalmente que se portará bien –intervino Lynda con un acento artificioso y

musical-. ¿Verdad que eres una niña responsable?

Sara no la miró ni contestó nada.




                                                                            7
SEIS
     Presentación de miss Lunatic. Visita al comisario O´Connor.



     Cuando oscurecía, paseaba por las calles de Manhattan una mujer

mayor, con un sombrero muy grande, el pelo largo y muy blanco. Siempre

arrastraba un cochecito de niño vacío. Decía tener ciento setenta y cinco

años y, cuando le preguntaban dónde vivía, decía que de día dentro de la

estatua de la Libertad, y de noche, en cualquier barrio de la ciudad. Esta

mujer era conocida como miss Lunatic.

     Era una mujer muy misteriosa. Sabía leer el futuro, siempre llevaba

frasquitos con ungüentos para aliviar dolores y, curiosamente, esta mujer

siempre estaba en todos los sucesos que ocurrían en Manhattan, como

incendios, suicidios, accidentes, etc. Había quienes decían haberla visto

en distintos sitios a una misma hora.

     Un día, el comisario de policía O´Connor la llamó para decirle si

quería formar parta de su equipo, pero ella rechazó el puesto y el mucho

dinero que le ofrecían. Ella no necesitaba dinero para vivir, su modo de

vida era muy distinto al que suele llevar la gente. Así que se despidió para

acudir a su cita con el señor Woolf:

     -Yo no comprendo cómo dice la gente que se aburre. A mí nunca me

da tiempo para todo lo que quisiera hacer… Y ahora siento dejarle, pero

he quedado con mister Woolf, y antes había pensado darme una

vueltecita en coche de caballos por Central Park. Gratis, por supuesto.

Me lo tiene prometido un cochero angoleño que me debe algunos favores.

                                                                        8
SIETE
    La fortuna del Rey de las Tartas. El paciente Greg Monroe.

     El rascacielos de Edgar Wolf tenía forma de tarta y estaba muy

decorado con frutas, velas por las noches, colores pastel, etc. Era una

pastelería llamada “El Dulce Lobo” y no solo era muy conocida, sino que

siempre estaba abarrotada.

     A pesar de su gran riqueza, fama y poderío el señor Wolf tenía un

problema: ¡Su tarta de fresa no era del todo buena! Lo sabía porque se lo

dijo su empleado y amigo, Greg Monroe, porque tenía mucha confianza.



     -Ya hace meses que se comenta por todo Manhattan que mi tarta

     de fresa es una porquería, que está desprestigiando el negocio, que

     sabe a jarabe. ¡Que mancha, Dios mío, que mancha para El Dulce

     Lobo! Y si no llega a ser por ti…



     Llegó a estar tan obsesionado que contrató a un grupo de

detectives para que vigilaran de incógnito sus salones de té, y así

enterarse de cómo iba la tarta de fresa, ya que cada 10 o 20 días la

cambiaba para intentar mejorar la receta, cosa que no le parecía bien a la

gente.

     Uno de los días en que recorría Manhattan de bar en bar, de

pastelería en pastelería, fue a Central Park a la espera de Miss Lunatic,

con la que había quedado. Estuvo esperando un largo rato, pero ella no

aparecía.

                                                                      9
OCHO
              Encuentro de miss Lunatic con Sara Allen.

     Miss Lunatic bajó del metro mientras ayudaba a una mujer con el

carrito de su hijo. Eso le hizo sentirse vieja, y pensó que necesitaba

contar a alguien más joven todo lo que sabía.

     Mientras intentaba darse ánimos y alegrarse, encontró entre los

viajeros a una niña, que parecía perdida, apoyada sobre la pared y

llorando. Llevaba un impermeable con capucha y una cesta. Le recordaba

muchísimo a Caperucita Roja. Se acercó a ella y le preguntó qué le

pasaba. Sara le dijo que era una historia muy larga, que iba camino de su

abuela pero había decidido pararse porque quería ver Central Park, pero,

de repente, le habían entrado remordimientos.

     Salieron juntas a la calle y miss Lunatic decidió que irían a ir a un

café muy especial. De camino, y cogidas de la mano, iban conversando. De

                          repente, Sara exclamó:

                                -¡Oh, soy libre! ¡Libre, libre, libre!

                          Y las lágrimas volvieron a correr por sus

                          mejillas sonrojadas de frío.

                           -Vamos, hija, no llores otra vez –le dijo miss

                          Lunatic-. A ver si me ha salido una amiga de

                          merengue.

                           -De merengue no, pero amiga sí. Muy amiga.

                          Ahora no lloraba de pena, era de emoción. Es




                                                                         10
que nunca… Es que desde que era pequeña… No sé, sentirse libre se

siente por dentro y no se puede decir.

                               NUEVE
             Madame Bartholdi. Un rodaje de cine fallido



     Sara y miss Lunatic llegaron a un bar donde las camareras iban con

patines y en el que rodaban una película. Ellas querían entrar, pero

parecía difícil. Miss Lunatic, en cambio, le dijo a Sara que cuando se

quiere algo de verdad, siempre se consigue. Así que, se acercaron al

chico, se hicieron pasar por protagonistas de la película, ¡y entraron!

     Ya dentro, Sara notó que unos chicos les estaban señalando con el

dedo, y pensó que las estaban buscando, pero en realidad de lo que

hablaban era de que resultaban perfectas para le película. Querían

grabarlas sin que se dieran cuenta y luego meterlas en la película.

     Estuvieron un rato en el bar, hablando sobre su encuentro. Sara le

contó su deseo de ir a Morningside, y que se había escapado sola para

visitar a la abuela, pero que al llegar cerca de Central Park, le habían

entrado ganas de entrar. De repente, empezó a relacionar cosas: su

nombre (pues miss Lunatic se había presentado al portero del bar como

madame Bartholdi), que ella el día anterior había estado leyendo un libro

sobre la estatua de la Libertad… todo parecía indicar lo mismo: la mujer

que tenía enfrente, madame Bartholdi, era un milagro. La señora se

emocionó porque la niña la había reconocido, por primera vez alguien

había descubierto su secreto. Entonces madame Bartholdi le pidió que la

                                                                          11
mirara a la cara, y durante unos segundos, rodeada de un fogonazo

resplandeciente, Sara vio la cara de la estatua de la Libertad.




                                                                  12
DIEZ
Un pacto de sangre. Datos sobre el plano para llegar a la Isla de la

                                 Libertad.

     Sara y miss Lunatic caminaron por la oscuridad mientras seguían

conversando sobre lo que ocurrió en el café. Sara le preguntó:

-O sea que tú vives dentro de la estatua.

-Por el día sí. Envejezco allí dentro para insuflarle vida a ella, para que

pueda seguir siendo la antorcha que ilumina el camino de muchos, una

diosa joven y sin arrugas.

-¿Cómo si fueras su espíritu? –preguntó Sara.

-Exactamente, es que soy su espíritu.

     Miss Lunatic decidió contarle el secreto de por dónde entraba y

salía a la estatua. Para ello hicieron un pacto pinchándose en los dedos y

mezclando sus sangres. Le explicó dónde estaba exactamente el punto de

entrada en el mapa y le dio una moneda especial. Sara tendría que

meterla por una ranura que había en un poste, decir una palabra que le

gustara mucho, y dejarse llevar por una corriente de aire que le llevaría

por dentro del túnel, como volando, hasta la copa de la estatua.

     Por fin, llegaba la hora de despedirse, y lo hicieron en la puerta de

Central Park. Miss Lunatic quería que Sara diera un paseo solitario por el

parque, antes de ir a casa de la abuela. Y allí, entre abrazos y sonrisas, se

despidieron.




                                                                        13
ONCE
                      Caperucita en Central Park.



     Sara se quedó en un banco sentada, porque le daban unos mareos

como cuando en su infancia. De repente unos pies muy grandes se pararon

frente a ella, y se asustó un poco porque pensaba que era “el vampiro del

Bronx”, que decían que aun vagaba por las calles de Central Park. Pero no

era él, sino el rico y famoso rey de las tartas, mister Woolf. Se quedaron

hablando un rato y conociéndose.



     Cuando mister Woolf se dio cuenta de que Sara llevaba una cesta

con una tarta de fresa, le pidió un trozo. Cuando la probó se dio cuenta

de que era exactamente la tarta de fresa que necesitaba, la receta que

tanto había buscado. Le gustó tanto que le pidió a Sara la famosa y

secreta receta de la tarta de fresa. La niña no sabía qué hacer: era un

secreto familiar que no debía desvelar a nadie. Sin embargo, Sara, por el

camino, le dijo que la receta estaba en casa de su abuela, que

precisamente es adónde ella se dirigía. Aprovechó para contarle quién

era su abuela, le dijo que de joven era cantante y que le encantaba bailar.




                                                                      14
DOCE
 Los sueños de Peter. El pasadizo subacuático de madame Bartholdi.



     Sara y el señor Woolf se despidieron. El señor Woolf le ordenó a

Peter, su chofer, que la llevara en una de sus limusinas, dando antes una

larga vuelta por Manhattan, pues él quería llegar antes que Sara a casa

de la abuela.



     Durante el viaje, Sara se quedó dormida. Al cabo de media hora la

chica se despertó y se dio cuenta de que habían estado dando vueltas en

otra dirección. Le preguntó a Peter que cómo no habían llegado todavía.

Peter sonreía, y le explicó a Sara que lo hacía porque ella se le parecía

mucho a su hija.



     Sara convenció a Peter para que parara en Battery Park para ver la

estatua de la Libertad de cerca. Pronto bajó del coche y desapareció.

Peter la llamaba, pero ella no aparecía. Y es que Sara estaba buscando el

punto de entrada a la estatua de Libertad, según las indicaciones que le

había dado madame Bertholdi. Justo cuando iba a meter la moneda por la

rendija, Peter la descubrió, y la metió de malos modos en el coche. Media

hora después, llegaron a Morningside.




                                                                    15
TRECE
                       Happy end, pero sin cerrar.



     Los dos chóferes esperaron en la puerta de la casa de la abuela,

vigilando los movimientos de Sara y comentando lo raro que era Todo

aquello.



     Sara llegó al apartamento y abrió la puerta sin hacer ruido.

Entonces encontró a su abuela bailando con mister Woolf, lo que le

produjo una gran felicidad. Sara había entrado a hurtadillas y así volvió a

salir, sin saber muy bien adónde ir. Salió a la calle sin que le viera Peter,

cogió un taxi y redirigió a Battery Park.



     Cuando llegó, se dirigió al lugar indicado, metió la moneda en la

ranura, diciendo ”¡Miranfu!”. Al decirlo, la tapa de la alcantarilla se abrió

y sara se lanzó al pasadizo que la llevaba a la libertad.




                                                                        16
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Creando Caligramas 2ºA
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Caperucita En Manhattan Blog

  • 1. CAPERUCITA EN MANHATTAN Carmen Martín Gaite
  • 2. Con paciencia, a veces cariño –y otras, desesperación-, los autores de este libro- disco son, por estricto orden alfabético: Elena Badic Ana Gimeno Natalia Benenati (ilustraciones) Zoltan Gyarmati Raúl Bueno Lorena Hernández Bárbara Cortés Diana Elena Iordache Antonel Cosuleanu Myriam López Catia García Ana Marco Nerea García Joan Samoila Además hemos contado con la fugaz colaboración de Lorena Borja y la voz prestada de María Ripa y Diana Szobo en los diálogos de la pista 3). 2
  • 3. UNO Datos geográficos de algún interés y presentación de Sara Allen Sara Allen era una niña de 10 años que vivía en el distrito de Brooklyn, Nueva York, un barrio aburridísimo. Vivía con sus padres, Samuel Allen, fontanero, y Vivian Allen, que cuidaba ancianos en un hospital. Su madre era una señora maniática escrupulosa, demasiado ordenada y precavida. La gran pasión de su vida era hacer tartas de fresa, y Sara estaba harta de ello. La abuela de Sara, Rebeca Little, era lo contrario a su madre, ¡una mujer mucho más interesante! En su juventud había sido cantante, le gustaba beber, fumar e inventar historias. Sara y su madre iban todos los sábados a verla y a ordenarle y limpiarle la casa, y es que a Rebeca Little no le gustaba recoger, ni limpiar. Pasaba el día leyendo novelas y tocando el piano. Todo eso a Sara, le parecía fascinante. 3
  • 4. DOS Aurelio Roncali y El Reino de los Libros. Las farfanías. Sara siempre andaba preguntándolo todo y su madre intentaba contarle lo menos posible. Hubo una etapa en la que Sara quiso saber quién era un señor llamado Aurelio, que vivía con su abuela, pero no era su abuelo (que ya había muerto). No se lo llegaron a explicar, pero a Sara también le parecía un hombre interesantísimo. Aurelio Roncali tenia una librería y Sara no la había visto, pero la imaginaba como un país pequeño, lleno de escaleras, casas enanas y unos seres minúsculos y alados con gorro en punta. Y es que a Sara le encantaba imaginar. Una de sus invenciones eran las llamadas “farfanías”, que eran palabras que inventaba sin quererlo ella misma, que le salían por casualidad y que sólo entendía ella. -¿Pero de qué te ríes?-Le preguntaba su madre. -De nada. Habla bajito. -Pero, ¿con quién? -Conmigo; es un juego. Invento farfanías y las digo y me río, porque suenan muy gracioso. -¿Qué inventas qué? Dios mío, esta niña está loca. 4
  • 5. TRES Viajes rutinarios a Manhattan. La tarta de fresa. Todos los sábados, Vivian y Sara Allen se iban a Manhattan a ver a la abuela y a limpiarle un poco la casa. Vivian acostumbraba a llevar una tarta de fresa a la abuela, que le salían muy bien. Mientras ellas se iban, Samuel Allen estaba en su trabajo y, cuando volvía, siempre encontraba en la mesa un sándwich de pepino y una nota. Tiraba la nota con el sándwich y se iba a cenar al chino de la calle de enfrente. Cuando Vivian terminaba de prepararlo todo, salían a la estación. Por el camino, Sara le preguntaba muchas cosas a su madre y ésta siempre le decía que se callara o que no dijera tonterías. Vivian siempre le ponía a Sara un impermeable rojo, lloviera o no, y le daba una cesta con la tarta tapada con un pañuelo de cuadros. La señora Allen protegía a Sara de los demás, como si fuera a pasarle algo. Sara, en cambio, miraba a todos los viajeros intentando pensar, imaginar. -Déjame, mamá, no me desabroches más botones. Si no tengo calor. -Claro, no, tú siempre te crees que lo sabes todo. ¿Te puedes estar quieta? -Del calor que tengo sé más que tú. -¡Ay, Dios mío, qué niña más respondona! ¿Por qué pones cara de mártir ahora? -Por nada, mamá, cállate, anda. 5
  • 6. CUATRO Evocación de Gloria Star. El primer dinero de Sara Allen. Cerca de la casa de la abuela de Sara, había un parque misterioso que tenía fama de ser muy peligroso: el parque de Morningside. Decían que allí, “el vampiro del Bronx” cometía crímenes nocturnos, siempre con víctimas femeninas. La abuela Rebeca decía que era un sitio muy seguro, como nadie se atrevía a entrar, los delincuentes no perdían el tiempo yendo allí. Un sábado, a principios de diciembre, Sara y su madre llegaron a casa de la abuela, pero ésta no estaba. La madre aprovechó para hacer algunos recados y Sara se quedó sola en la casa. Rebuscó en los cajones, encontró fotos antiguas, cartas de amor, papeles… y empezó a imaginar cómo era la abuela en sus tiempos de artista. Al rato llamó la abuela diciendo que iba para casa. Cuando llegó, Sara y Rebeca merendaron y tuvieron una larga y agradable conversación. La abuela le dio a Sara una bolsita con setenta y cinco dólares, la mitad de lo que acababa de ganar jugando al bingo. Sara lo guardó con cariño. -Dinero llama dinero –dijo la abuela-. A ver si me aparece un novio rico. Búscamelo tú. ¿Te parezco muy vieja? ¿O crees que todavía puedo sacar algún novio? -No me pareces vieja. Eres muy guapa. Sobre todo, si te vistes de verde. 6
  • 7. CINCO Fiesta de cumpleaños en el chino. La muerte del tío Josef. El día del cumpleaños de Sara, fueron a comer a un restaurante chino. Sara no se lo pasó bien, no hacía más que acordarse de su abuela, de lo corto que se le había hecho el tiempo en su casa. El señor Allen, en cambio, estaba muy contento. Se levantó y empezó a cantar el cumpleaños feliz frente a una tarta de fresa mejor que la de El Dulce Lobo, la pastelería más famosa de la ciudad. Sara, antes de soplar las velas, se concentro y pidió como deseo: “Que vuelva a ver a la abuela vestida de verde”. Cuando volvieron a casa, se metió en su habitación a mirar un libro que le regaló su abuela y se puso a imaginar que estaba en la estatua de la Libertad. Al rato, llamaron por teléfono: los padres de Sara se enteraron de que un hermano de su padre había muerto en un accidente de automóvil cerca de Chicago. Ellos debían ir al funeral, así que Sara tendría que irse con los Taylor, unos amigos de sus padres. - Por favor, hija mía-le advirtió la señora Allen-, acabas de cumplir 10 años. Ya tienes edad de hacerte cargo de las cosas. Espero que te portes bien. -Naturalmente que se portará bien –intervino Lynda con un acento artificioso y musical-. ¿Verdad que eres una niña responsable? Sara no la miró ni contestó nada. 7
  • 8. SEIS Presentación de miss Lunatic. Visita al comisario O´Connor. Cuando oscurecía, paseaba por las calles de Manhattan una mujer mayor, con un sombrero muy grande, el pelo largo y muy blanco. Siempre arrastraba un cochecito de niño vacío. Decía tener ciento setenta y cinco años y, cuando le preguntaban dónde vivía, decía que de día dentro de la estatua de la Libertad, y de noche, en cualquier barrio de la ciudad. Esta mujer era conocida como miss Lunatic. Era una mujer muy misteriosa. Sabía leer el futuro, siempre llevaba frasquitos con ungüentos para aliviar dolores y, curiosamente, esta mujer siempre estaba en todos los sucesos que ocurrían en Manhattan, como incendios, suicidios, accidentes, etc. Había quienes decían haberla visto en distintos sitios a una misma hora. Un día, el comisario de policía O´Connor la llamó para decirle si quería formar parta de su equipo, pero ella rechazó el puesto y el mucho dinero que le ofrecían. Ella no necesitaba dinero para vivir, su modo de vida era muy distinto al que suele llevar la gente. Así que se despidió para acudir a su cita con el señor Woolf: -Yo no comprendo cómo dice la gente que se aburre. A mí nunca me da tiempo para todo lo que quisiera hacer… Y ahora siento dejarle, pero he quedado con mister Woolf, y antes había pensado darme una vueltecita en coche de caballos por Central Park. Gratis, por supuesto. Me lo tiene prometido un cochero angoleño que me debe algunos favores. 8
  • 9. SIETE La fortuna del Rey de las Tartas. El paciente Greg Monroe. El rascacielos de Edgar Wolf tenía forma de tarta y estaba muy decorado con frutas, velas por las noches, colores pastel, etc. Era una pastelería llamada “El Dulce Lobo” y no solo era muy conocida, sino que siempre estaba abarrotada. A pesar de su gran riqueza, fama y poderío el señor Wolf tenía un problema: ¡Su tarta de fresa no era del todo buena! Lo sabía porque se lo dijo su empleado y amigo, Greg Monroe, porque tenía mucha confianza. -Ya hace meses que se comenta por todo Manhattan que mi tarta de fresa es una porquería, que está desprestigiando el negocio, que sabe a jarabe. ¡Que mancha, Dios mío, que mancha para El Dulce Lobo! Y si no llega a ser por ti… Llegó a estar tan obsesionado que contrató a un grupo de detectives para que vigilaran de incógnito sus salones de té, y así enterarse de cómo iba la tarta de fresa, ya que cada 10 o 20 días la cambiaba para intentar mejorar la receta, cosa que no le parecía bien a la gente. Uno de los días en que recorría Manhattan de bar en bar, de pastelería en pastelería, fue a Central Park a la espera de Miss Lunatic, con la que había quedado. Estuvo esperando un largo rato, pero ella no aparecía. 9
  • 10. OCHO Encuentro de miss Lunatic con Sara Allen. Miss Lunatic bajó del metro mientras ayudaba a una mujer con el carrito de su hijo. Eso le hizo sentirse vieja, y pensó que necesitaba contar a alguien más joven todo lo que sabía. Mientras intentaba darse ánimos y alegrarse, encontró entre los viajeros a una niña, que parecía perdida, apoyada sobre la pared y llorando. Llevaba un impermeable con capucha y una cesta. Le recordaba muchísimo a Caperucita Roja. Se acercó a ella y le preguntó qué le pasaba. Sara le dijo que era una historia muy larga, que iba camino de su abuela pero había decidido pararse porque quería ver Central Park, pero, de repente, le habían entrado remordimientos. Salieron juntas a la calle y miss Lunatic decidió que irían a ir a un café muy especial. De camino, y cogidas de la mano, iban conversando. De repente, Sara exclamó: -¡Oh, soy libre! ¡Libre, libre, libre! Y las lágrimas volvieron a correr por sus mejillas sonrojadas de frío. -Vamos, hija, no llores otra vez –le dijo miss Lunatic-. A ver si me ha salido una amiga de merengue. -De merengue no, pero amiga sí. Muy amiga. Ahora no lloraba de pena, era de emoción. Es 10
  • 11. que nunca… Es que desde que era pequeña… No sé, sentirse libre se siente por dentro y no se puede decir. NUEVE Madame Bartholdi. Un rodaje de cine fallido Sara y miss Lunatic llegaron a un bar donde las camareras iban con patines y en el que rodaban una película. Ellas querían entrar, pero parecía difícil. Miss Lunatic, en cambio, le dijo a Sara que cuando se quiere algo de verdad, siempre se consigue. Así que, se acercaron al chico, se hicieron pasar por protagonistas de la película, ¡y entraron! Ya dentro, Sara notó que unos chicos les estaban señalando con el dedo, y pensó que las estaban buscando, pero en realidad de lo que hablaban era de que resultaban perfectas para le película. Querían grabarlas sin que se dieran cuenta y luego meterlas en la película. Estuvieron un rato en el bar, hablando sobre su encuentro. Sara le contó su deseo de ir a Morningside, y que se había escapado sola para visitar a la abuela, pero que al llegar cerca de Central Park, le habían entrado ganas de entrar. De repente, empezó a relacionar cosas: su nombre (pues miss Lunatic se había presentado al portero del bar como madame Bartholdi), que ella el día anterior había estado leyendo un libro sobre la estatua de la Libertad… todo parecía indicar lo mismo: la mujer que tenía enfrente, madame Bartholdi, era un milagro. La señora se emocionó porque la niña la había reconocido, por primera vez alguien había descubierto su secreto. Entonces madame Bartholdi le pidió que la 11
  • 12. mirara a la cara, y durante unos segundos, rodeada de un fogonazo resplandeciente, Sara vio la cara de la estatua de la Libertad. 12
  • 13. DIEZ Un pacto de sangre. Datos sobre el plano para llegar a la Isla de la Libertad. Sara y miss Lunatic caminaron por la oscuridad mientras seguían conversando sobre lo que ocurrió en el café. Sara le preguntó: -O sea que tú vives dentro de la estatua. -Por el día sí. Envejezco allí dentro para insuflarle vida a ella, para que pueda seguir siendo la antorcha que ilumina el camino de muchos, una diosa joven y sin arrugas. -¿Cómo si fueras su espíritu? –preguntó Sara. -Exactamente, es que soy su espíritu. Miss Lunatic decidió contarle el secreto de por dónde entraba y salía a la estatua. Para ello hicieron un pacto pinchándose en los dedos y mezclando sus sangres. Le explicó dónde estaba exactamente el punto de entrada en el mapa y le dio una moneda especial. Sara tendría que meterla por una ranura que había en un poste, decir una palabra que le gustara mucho, y dejarse llevar por una corriente de aire que le llevaría por dentro del túnel, como volando, hasta la copa de la estatua. Por fin, llegaba la hora de despedirse, y lo hicieron en la puerta de Central Park. Miss Lunatic quería que Sara diera un paseo solitario por el parque, antes de ir a casa de la abuela. Y allí, entre abrazos y sonrisas, se despidieron. 13
  • 14. ONCE Caperucita en Central Park. Sara se quedó en un banco sentada, porque le daban unos mareos como cuando en su infancia. De repente unos pies muy grandes se pararon frente a ella, y se asustó un poco porque pensaba que era “el vampiro del Bronx”, que decían que aun vagaba por las calles de Central Park. Pero no era él, sino el rico y famoso rey de las tartas, mister Woolf. Se quedaron hablando un rato y conociéndose. Cuando mister Woolf se dio cuenta de que Sara llevaba una cesta con una tarta de fresa, le pidió un trozo. Cuando la probó se dio cuenta de que era exactamente la tarta de fresa que necesitaba, la receta que tanto había buscado. Le gustó tanto que le pidió a Sara la famosa y secreta receta de la tarta de fresa. La niña no sabía qué hacer: era un secreto familiar que no debía desvelar a nadie. Sin embargo, Sara, por el camino, le dijo que la receta estaba en casa de su abuela, que precisamente es adónde ella se dirigía. Aprovechó para contarle quién era su abuela, le dijo que de joven era cantante y que le encantaba bailar. 14
  • 15. DOCE Los sueños de Peter. El pasadizo subacuático de madame Bartholdi. Sara y el señor Woolf se despidieron. El señor Woolf le ordenó a Peter, su chofer, que la llevara en una de sus limusinas, dando antes una larga vuelta por Manhattan, pues él quería llegar antes que Sara a casa de la abuela. Durante el viaje, Sara se quedó dormida. Al cabo de media hora la chica se despertó y se dio cuenta de que habían estado dando vueltas en otra dirección. Le preguntó a Peter que cómo no habían llegado todavía. Peter sonreía, y le explicó a Sara que lo hacía porque ella se le parecía mucho a su hija. Sara convenció a Peter para que parara en Battery Park para ver la estatua de la Libertad de cerca. Pronto bajó del coche y desapareció. Peter la llamaba, pero ella no aparecía. Y es que Sara estaba buscando el punto de entrada a la estatua de Libertad, según las indicaciones que le había dado madame Bertholdi. Justo cuando iba a meter la moneda por la rendija, Peter la descubrió, y la metió de malos modos en el coche. Media hora después, llegaron a Morningside. 15
  • 16. TRECE Happy end, pero sin cerrar. Los dos chóferes esperaron en la puerta de la casa de la abuela, vigilando los movimientos de Sara y comentando lo raro que era Todo aquello. Sara llegó al apartamento y abrió la puerta sin hacer ruido. Entonces encontró a su abuela bailando con mister Woolf, lo que le produjo una gran felicidad. Sara había entrado a hurtadillas y así volvió a salir, sin saber muy bien adónde ir. Salió a la calle sin que le viera Peter, cogió un taxi y redirigió a Battery Park. Cuando llegó, se dirigió al lugar indicado, metió la moneda en la ranura, diciendo ”¡Miranfu!”. Al decirlo, la tapa de la alcantarilla se abrió y sara se lanzó al pasadizo que la llevaba a la libertad. 16
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