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Domingo, 2 de Febrero de 2014
Hoy celebra la
Iglesia la fiesta
de la
Presentación de
Jesús en el
templo. Al
coincidir con un
domingo del
tiempo ordinario,
se celebra de
modo especial
en la liturgia.
Es una fiesta
principalmente del
Señor. Es
presentado o se
presenta y se
ofrece, como
cuando al entrar
en el mundo se
ofrecía: “Heme
aquí que vengo a
hacer tu voluntad”,
un ofrecimiento
que será continuo
hasta llegar a la
cruz.
Decía
Benedicto XVI:
“Estamos ante
un misterio,
sencillo y a la
vez solemne,
en el que la
santa Iglesia
celebra a
Cristo, el
Consagrado
del Padre,
primogénito
de la nueva
humanidad”.
Pero también es
fiesta de María:
Ella es la que
presenta a Jesús
y se ofrece con
su Hijo. Al
ponerlo en las
manos de
Simeón,
podemos decir
que lo está
presentando a
todo el mundo.
Durante varios siglos
esta fiesta se ha titulado
más de la Virgen María,
pues se llamaba: Fiesta
de la Purificación de
María. Pero era más un
recuerdo de las leyes de
la Antigua Alianza que
consideraban a las
madres impuras en el
sentido legal durante 40
días.
De hecho este era el
dato necesario para ir
al templo a los 40 días.
Había otra ley sobre el
rescate de los
primogénitos; pero no
se indicaba el
momento. La mayoría
de las madres
aprovechaban llevar a
su primogénito al
templo a los 40 días, ya
que debían ir ellas. Así
lo hizo María.
Comienza el evangelio
de hoy diciendo:
Cuando llegó el tiempo de la
purificación, según la ley de Moisés,
los padres de Jesús lo llevaron a
Jerusalén, para presentarlo al Señor, de
acuerdo con lo escrito en la ley del
Señor: "Todo primogénito varón será
consagrado al Señor", y para entregar
la oblación, como dice la ley del Señor:
"un par de tórtolas o dos pichones."
María, por su parto especial,
y Jesús Niño, por ser el
Dueño del templo, no
estaban obligados a guardar
la ley externa; pero quieren
ser iguales que los demás.
La ofrenda que se pedía era
un cordero y una paloma;
pero ellos, como eran
pobres, dieron dos tórtolas
o pichones. Con ello el
evangelista presenta a José
y María como cumplidores
de la Ley, personas
religiosas y justas.
Había también otra
ofrenda, que era de cinco
monedas de plata, como
rescate del primogénito.
La Ley de Moisés
mandaba que el hijo
mayor de cada hogar, o
sea el primogénito, le
pertenecía a Nuestro
Señor y que había que
rescatarlo pagando por él
una limosna en el templo.
Quizá san Lucas no lo
menciona para que quede
más claro que aquel niño
no les pertenece, sino que
es propiedad de Dios.
Toda la vida de Jesús
fue un ofrecimiento de
su vida al Padre, desde
el momento en que
entró en este mundo.
Pero en esta
celebración la Iglesia da
mayor realce al
ofrecimiento que María
y José hacen de Jesús.
Ellos reconocen que
este niño es propiedad
de Dios y salvación para
todos los pueblos.
Esta fiesta era muy antigua en Jerusalén, de la cual ya se
habla por el año 350. Lo de la procesión de las candelas
fue más tarde. Después esta procesión de candelas
quedó como algo propio de la liturgia, hasta llamarse la
fiesta de la Candelaria.
Como pobres lo normal
sería pasar
desapercibidos; pero en
aquel momento aparece
Simeón. Era un hombre
inspirado en el Espíritu
Santo. Es interesante
constatar que por tres
veces nombra el
evangelista al Espíritu
Santo al hablar de Simeón.
Dios le ilumina. Dice así el
evangelio sobre el anciano
Simeón:
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón,
hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel;
y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo
del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al
Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir
con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y
bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han
visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los
pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu
pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados por lo
que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María,
su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel
caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así
quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una
espada te traspasará el alma."
A Simeón «le
había sido
revelado por el
Espíritu Santo
que no vería la
muerte antes de
haber visto al
Cristo del
Señor», y hoy,
«movido por el
Espíritu», ha
subido al
Templo.
Quizá no era ni levita, ni escriba, ni doctor de la Ley. Lo
importante es que era un hombre «justo y piadoso, y
esperaba la consolación de Israel». Y lo más importante
es que se dejaba guiar por el Espíritu. Por eso es profeta.
Simeón emocionado
toma al Niño Jesús en
sus brazos y
levantándolo hacia el
cielo proclamó en voz
alta varias noticias, de
las que podemos decir
que unas son buenas o
alegres, y otras son
tristes. La primera
noticia buena se refiere
al él mismo: ha visto
cumplidas sus
esperanzas y ya puede
marchar en paz.
Ahora
puedes
dejar, oh
Señor, a tu
siervo
marchar en
la paz,
Automático
La que tu
preparaste
a la vista
de todos
los
pueblos.
Es la luz
que
ilumina
las
gentes,
De tu
pueblo
esplendor.

Hacer Click
Una profecía alegre de
Simeón respecto al
Niño es que será
como un faro de luz
para la vida de
muchos, de modo que
le seguirán como en
una batalla los
soldados fieles en
favor de su bandera. Y
esto se ha cumplido
muy bien. Jesús ha
sido el iluminador de
todas las naciones del
mundo.
Y una multitud de personas se han entregado a Él, no
por premios materiales, sino guiados por su amor.
La profecía triste también es doble: muchos rechazarán a
Jesús, como en una batalla los enemigos atacan la
bandera del adversario. Y respecto a la Virgen María:
tendrá que sufrir de tal manera como si una espada afilada
le atravesara el corazón.
Pronto
comenzarán esos
sufrimientos con la
huida a Egipto.
Después vendrá la
pérdida del niño a
los 12 años, y más
tarde en el Calvario
la Virgen padecerá
el atroz martirio de
ver morir a su hijo,
asesinado ante sus
propios ojos.
Jesús llegó a sentir en su
propia carne esta bandera
dividida: los amigos lo aclaman
gritando “hosanna”, y los
enemigos lo atacan diciendo
“crucifícale”. Así ha sido y será
en todos los siglos. Siempre
tiene amigos y enemigos. Cada
vez que pecamos lo tratamos a
El como si fuéramos sus
enemigos, pero cada vez que
nos esforzamos por portarnos
bien y cumplir sus mandatos,
nos comportamos como
buenos amigos suyos.
Las palabras de Simeón
para María son como una
nueva anunciación, la de
la misión universal. Así lo
dice Juan Pablo II en la
“Redemptoris Mater”: “El
anuncio de Simeón
parece como un segundo
anuncio a María, dado
que le indica la concreta
dimensión histórica en la
cual el Hijo cumplirá su
misión, es decir, en la
incomprensión y en el
dolor” (nº 16).
Al entregar María a su
Hijo, recibido poco antes
de Dios, para consagrarlo
a su misión de salvación,
María se entrega también a
sí misma a esa misión. Se
trata de un gesto de
participación interior, que
no es sólo fruto del natural
afecto materno, sino que
sobre todo expresa el
consentimiento de la
mujer nueva a la obra
redentora de Cristo.
Benedicto XVI recuerda el
camino de obediencia que
recorrerá Jesús.
Dice el papa Benedicto: “La primera persona que se
asocia a Cristo en el camino de la obediencia, de la fe
probada y del dolor compartido, es su madre, María. El
texto evangélico nos la muestra en el acto de ofrecer a su
Hijo: una ofrenda incondicional que la implica
personalmente: María es Madre de Aquel que es "gloria
de su pueblo Israel" y "luz para alumbrar a las naciones",
pero también "signo de contradicción".
Continúa Benedicto
XVI: A ella misma la
espada del dolor le
traspasará su alma
inmaculada,
mostrando así que su
papel en la historia de
la salvación no
termina en el misterio
de la Encarnación,
sino que se completa con la amorosa y dolorosa
participación en la muerte y resurrección de su Hijo. Al
llevar a su Hijo a Jerusalén, la Virgen Madre lo ofrece a
Dios como verdadero Cordero que quita el pecado del
mundo; lo pone en manos de Simeón y Ana como
anuncio de redención; lo presenta a todos como luz para
avanzar por el camino seguro de la verdad y del amor.
No sólo es Simeón quien espera la liberación de Israel
reconociendo al Mesías. También hay una anciana, Ana,
mujer buena. Dice así el evangelio:

Había también una profetisa, Ana, hija de
Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer
muy anciana; de jovencita había vivido siete
años casada, y luego viuda hasta los ochenta
y cuatro; no se apartaba del templo día y
noche, sirviendo a Dios con ayunos y
oraciones. Acercándose en aquel momento,
daba gracias a Dios y hablaba del niño a
todos los que aguardaban la liberación de
Jerusalén.
Al igual que Simeón, esta mujer no es una persona
socialmente importante en el pueblo elegido, pero su vida
parece poseer gran valor a los ojos de Dios.
San Lucas la
llama "profetisa",
probablemente
porque era
consultada por
muchos a causa
de su don de
discernimiento y
por la vida santa
que llevaba bajo
la inspiración del
Espíritu del Señor.
Podemos ver en la
profetisa Ana a
todas las mujeres
que, con la
santidad de su
vida y con su
actitud de oración,
están dispuestas a
acoger la
presencia de
Cristo y a alabar
diariamente a Dios
por las maravillas
que realiza su
eterna
misericordia.
Simeón y Ana, escogidos
para el encuentro con el
Niño, viven intensamente
ese don divino,
comparten con María y
José la alegría de la
presencia de Jesús y la
difunden en su ambiente.
De forma especial, Ana
demuestra un celo
magnífico al hablar de
Jesús, testimoniando así
su fe sencilla y generosa,
una fe que prepara a
otros a acoger al Mesías
en su vida.
En aquel momento los
ancianos Simeón y
Ana, son como los
representantes de las
esperanzas y anhelos
de la raza humana.
Estas personas justas
y piadosas, envueltas
en la luz de Cristo,
pueden contemplar en
el niño Jesús "el
consuelo de Israel".
Así, su espera se
transforma en luz que
ilumina la historia.
Hoy
celebramos
a Cristo,
como luz del
mundo.
Jesús es la
luz del
mundo y
para el
mundo, es
revelación
de Dios para
todos los
pueblos de
la tierra.
La bendición de
las velas es un
símbolo de la
luz de Cristo
que los
asistentes se
llevan consigo.
Encender estas velas en algunos momentos particulares
de la vida, no significa un fenómeno mágico, sino un
ponerse simbólicamente ante la luz de Cristo que disipa
las tinieblas del pecado y de la muerte. En este día, al
escuchar el cántico de Simeón en el evangelio,
aclamemos a Cristo como "luz para iluminar a las
naciones y para dar gloria a tu pueblo, Israel".
Cristo mismo se autoproclama la “luz del mundo” porque
Él es el único capaz de disipar todas las tinieblas del
mundo y de nuestro corazón: la oscuridad del odio, del
miedo, del pecado y de la muerte; las tinieblas de nuestros
complejos, desesperanzas, angustias, quebrantos y
frustraciones.

Cristo es de
verdad nuestra
LUZ, nuestra
vida y
resurrección,
nuestra paz y
fortaleza, nuestro
triunfo y nuestra
esperanza cierta.
Por eso hoy
debemos pedirle
a Jesús que nos
guíe con su luz.

Porque si él se va
¿Quién podrá
alumbrarnos en
las oscuridades
de esta vida?
Si tu
te vas,

Automático
¿Quién me podrá
alumbrar con esa
luz
que me
hace
esperar en
la
oscuridad,
Señor?
¿Quién
será
aliento al
caminar?

Hacer CLICK
Esta fiesta nos debe
estimular a realizar cada
vez más una de las más
hermosas oraciones y
actitudes ante Dios: la de
presentarnos y
ofrecernos ante El. Decía
san Pablo: “Os ruego,
hermanos, que ofrezcáis
vuestros cuerpos, como
sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios; éste es
el culto que debéis
ofrecer” (Rom 12, 1).
Debemos estar atentos con
amor, para ofrecer a Dios
desde el amanecer hasta la
noche,
nuestros
pensamientos,
afectos,
deseos, planes, fracasos,
alegrías, enfermedades, llanto
y tristeza, y todas las virtudes
que
la
vida
nos
va
proporcionando
la
oportunidad de practicar, y
todas
las
batallas
que
debemos
sostener,
para
unirlos al sacrificio de Cristo
renovado en el altar. Esa es la
ofrenda que le agrada al
Padre, que busca adoradores
en espíritu y en verdad.
Y para presentarnos
ante Dios, debemos
estar presentables.
Claro que sabemos
que cuanto más
humildemente nos
presentemos, Jesús,
lleno de misericordia,
nos irá haciendo más
presentables,
limpiando nuestra
alma.
Esta presentación se realiza de una manera particular,
cuando se responde a una llamada de Cristo, para
seguirlo más de cerca, en una vocación específica o
particular, sacerdotal, religiosa o laical. Nuestra vida debe
ser un continuo ir al encuentro de Cristo que viene, como
“triunfador glorioso y definitivo”. Por eso en este día
debemos pedir especialmente por las personas
consagradas. La presencia de Simeón y Ana es ejemplo
de vida consagrada a Dios y de anuncio del misterio de
salvación.
El cirio o candela encendida subrayan o ponen de
manifiesto esta actitud tan hermosa y cristiana y la
procesión de las candelas expresa muy bien nuestro
caminar al encuentro de Cristo que viene...
Es como un pregustar la vigilia pascual cuando la Iglesia,
es decir, cada uno de nosotros, llevando en alto la vela
encendida cruzará los umbrales del templo cantando
«Lumen Christi: Luz de Cristo».

Cristo
ilumina en
profundidad e
individualmente el
misterio del
hombre.
El caminar con la luz es un símbolo de nuestro peregrinar
hasta que lleguemos a la luz definitiva. En verdad somos
peregrinos en esta vida; pero caminamos guiados por la
luz de Cristo y sostenidos por la esperanza de encontrar
finalmente al Señor de la gloria en su reino eterno. Que así
se lo pidamos a Dios en esta fiesta.
La fiesta de la
Presentación del
Señor es una fiesta
de esperanza. Como
María y José, como
Simeón y Ana,
también nosotros
podemos encontrar a
Jesucristo, luz de las
naciones y gloria de
Israel.

Él viene a nuestra vida en sus sacramentos, sobre todo en
el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, para iniciar de
este modo en nuestro corazón la vida eterna, esa vida que
no tiene fin y que consiste, para siempre, en el encuentro
con Cristo en el cielo.
Ese encuentro con Cristo en el
cielo debe ser la aspiración
suprema de nuestro ser. Las
palabras de Simeón son el
testimonio de una vida lograda:
“Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en
paz. Porque mis ojos han visto a tu
Salvador, a quien has presentado
ante todos los pueblos”. Ver al
Salvador es la aspiración mayor de
Israel y de toda la humanidad.
Terminamos recordando la
aspiración de santa Teresa de
Jesús: “Véante mis ojos, dulce
Jesús bueno; véante mis ojos,
muérame yo luego”.
Automático
Vea quién quisiere rosas y jazmines,
que si yo te viere, veré mil jardines,
véante
mis
ojos,
muérame yo
luego.
No
quiero
contento,
mi
Jesús
ausente,
que todo es tormento a
quien esto siente;
sólo me
sustente
su amor
y deseo;
Véante
mis ojos,
muérame
yo luego.
Véante
mis
ojos,
dulce
Jesús
bueno;
muérame
yo luego.

AMÉN

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Presentación del Señor.pps

  • 1. Domingo, 2 de Febrero de 2014
  • 2. Hoy celebra la Iglesia la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo. Al coincidir con un domingo del tiempo ordinario, se celebra de modo especial en la liturgia.
  • 3. Es una fiesta principalmente del Señor. Es presentado o se presenta y se ofrece, como cuando al entrar en el mundo se ofrecía: “Heme aquí que vengo a hacer tu voluntad”, un ofrecimiento que será continuo hasta llegar a la cruz.
  • 4. Decía Benedicto XVI: “Estamos ante un misterio, sencillo y a la vez solemne, en el que la santa Iglesia celebra a Cristo, el Consagrado del Padre, primogénito de la nueva humanidad”.
  • 5. Pero también es fiesta de María: Ella es la que presenta a Jesús y se ofrece con su Hijo. Al ponerlo en las manos de Simeón, podemos decir que lo está presentando a todo el mundo.
  • 6. Durante varios siglos esta fiesta se ha titulado más de la Virgen María, pues se llamaba: Fiesta de la Purificación de María. Pero era más un recuerdo de las leyes de la Antigua Alianza que consideraban a las madres impuras en el sentido legal durante 40 días.
  • 7. De hecho este era el dato necesario para ir al templo a los 40 días. Había otra ley sobre el rescate de los primogénitos; pero no se indicaba el momento. La mayoría de las madres aprovechaban llevar a su primogénito al templo a los 40 días, ya que debían ir ellas. Así lo hizo María. Comienza el evangelio de hoy diciendo:
  • 8. Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones."
  • 9. María, por su parto especial, y Jesús Niño, por ser el Dueño del templo, no estaban obligados a guardar la ley externa; pero quieren ser iguales que los demás. La ofrenda que se pedía era un cordero y una paloma; pero ellos, como eran pobres, dieron dos tórtolas o pichones. Con ello el evangelista presenta a José y María como cumplidores de la Ley, personas religiosas y justas.
  • 10. Había también otra ofrenda, que era de cinco monedas de plata, como rescate del primogénito. La Ley de Moisés mandaba que el hijo mayor de cada hogar, o sea el primogénito, le pertenecía a Nuestro Señor y que había que rescatarlo pagando por él una limosna en el templo. Quizá san Lucas no lo menciona para que quede más claro que aquel niño no les pertenece, sino que es propiedad de Dios.
  • 11. Toda la vida de Jesús fue un ofrecimiento de su vida al Padre, desde el momento en que entró en este mundo. Pero en esta celebración la Iglesia da mayor realce al ofrecimiento que María y José hacen de Jesús. Ellos reconocen que este niño es propiedad de Dios y salvación para todos los pueblos.
  • 12. Esta fiesta era muy antigua en Jerusalén, de la cual ya se habla por el año 350. Lo de la procesión de las candelas fue más tarde. Después esta procesión de candelas quedó como algo propio de la liturgia, hasta llamarse la fiesta de la Candelaria.
  • 13. Como pobres lo normal sería pasar desapercibidos; pero en aquel momento aparece Simeón. Era un hombre inspirado en el Espíritu Santo. Es interesante constatar que por tres veces nombra el evangelista al Espíritu Santo al hablar de Simeón. Dios le ilumina. Dice así el evangelio sobre el anciano Simeón:
  • 14. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma."
  • 15. A Simeón «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor», y hoy, «movido por el Espíritu», ha subido al Templo. Quizá no era ni levita, ni escriba, ni doctor de la Ley. Lo importante es que era un hombre «justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel». Y lo más importante es que se dejaba guiar por el Espíritu. Por eso es profeta.
  • 16. Simeón emocionado toma al Niño Jesús en sus brazos y levantándolo hacia el cielo proclamó en voz alta varias noticias, de las que podemos decir que unas son buenas o alegres, y otras son tristes. La primera noticia buena se refiere al él mismo: ha visto cumplidas sus esperanzas y ya puede marchar en paz.
  • 17. Ahora puedes dejar, oh Señor, a tu siervo marchar en la paz, Automático
  • 18.
  • 19.
  • 20. La que tu preparaste a la vista de todos los pueblos.
  • 23. Una profecía alegre de Simeón respecto al Niño es que será como un faro de luz para la vida de muchos, de modo que le seguirán como en una batalla los soldados fieles en favor de su bandera. Y esto se ha cumplido muy bien. Jesús ha sido el iluminador de todas las naciones del mundo. Y una multitud de personas se han entregado a Él, no por premios materiales, sino guiados por su amor.
  • 24. La profecía triste también es doble: muchos rechazarán a Jesús, como en una batalla los enemigos atacan la bandera del adversario. Y respecto a la Virgen María: tendrá que sufrir de tal manera como si una espada afilada le atravesara el corazón. Pronto comenzarán esos sufrimientos con la huida a Egipto. Después vendrá la pérdida del niño a los 12 años, y más tarde en el Calvario la Virgen padecerá el atroz martirio de ver morir a su hijo, asesinado ante sus propios ojos.
  • 25. Jesús llegó a sentir en su propia carne esta bandera dividida: los amigos lo aclaman gritando “hosanna”, y los enemigos lo atacan diciendo “crucifícale”. Así ha sido y será en todos los siglos. Siempre tiene amigos y enemigos. Cada vez que pecamos lo tratamos a El como si fuéramos sus enemigos, pero cada vez que nos esforzamos por portarnos bien y cumplir sus mandatos, nos comportamos como buenos amigos suyos.
  • 26. Las palabras de Simeón para María son como una nueva anunciación, la de la misión universal. Así lo dice Juan Pablo II en la “Redemptoris Mater”: “El anuncio de Simeón parece como un segundo anuncio a María, dado que le indica la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo cumplirá su misión, es decir, en la incomprensión y en el dolor” (nº 16).
  • 27. Al entregar María a su Hijo, recibido poco antes de Dios, para consagrarlo a su misión de salvación, María se entrega también a sí misma a esa misión. Se trata de un gesto de participación interior, que no es sólo fruto del natural afecto materno, sino que sobre todo expresa el consentimiento de la mujer nueva a la obra redentora de Cristo. Benedicto XVI recuerda el camino de obediencia que recorrerá Jesús.
  • 28. Dice el papa Benedicto: “La primera persona que se asocia a Cristo en el camino de la obediencia, de la fe probada y del dolor compartido, es su madre, María. El texto evangélico nos la muestra en el acto de ofrecer a su Hijo: una ofrenda incondicional que la implica personalmente: María es Madre de Aquel que es "gloria de su pueblo Israel" y "luz para alumbrar a las naciones", pero también "signo de contradicción".
  • 29. Continúa Benedicto XVI: A ella misma la espada del dolor le traspasará su alma inmaculada, mostrando así que su papel en la historia de la salvación no termina en el misterio de la Encarnación, sino que se completa con la amorosa y dolorosa participación en la muerte y resurrección de su Hijo. Al llevar a su Hijo a Jerusalén, la Virgen Madre lo ofrece a Dios como verdadero Cordero que quita el pecado del mundo; lo pone en manos de Simeón y Ana como anuncio de redención; lo presenta a todos como luz para avanzar por el camino seguro de la verdad y del amor.
  • 30. No sólo es Simeón quien espera la liberación de Israel reconociendo al Mesías. También hay una anciana, Ana, mujer buena. Dice así el evangelio: Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
  • 31. Al igual que Simeón, esta mujer no es una persona socialmente importante en el pueblo elegido, pero su vida parece poseer gran valor a los ojos de Dios. San Lucas la llama "profetisa", probablemente porque era consultada por muchos a causa de su don de discernimiento y por la vida santa que llevaba bajo la inspiración del Espíritu del Señor.
  • 32. Podemos ver en la profetisa Ana a todas las mujeres que, con la santidad de su vida y con su actitud de oración, están dispuestas a acoger la presencia de Cristo y a alabar diariamente a Dios por las maravillas que realiza su eterna misericordia.
  • 33. Simeón y Ana, escogidos para el encuentro con el Niño, viven intensamente ese don divino, comparten con María y José la alegría de la presencia de Jesús y la difunden en su ambiente. De forma especial, Ana demuestra un celo magnífico al hablar de Jesús, testimoniando así su fe sencilla y generosa, una fe que prepara a otros a acoger al Mesías en su vida.
  • 34. En aquel momento los ancianos Simeón y Ana, son como los representantes de las esperanzas y anhelos de la raza humana. Estas personas justas y piadosas, envueltas en la luz de Cristo, pueden contemplar en el niño Jesús "el consuelo de Israel". Así, su espera se transforma en luz que ilumina la historia.
  • 35. Hoy celebramos a Cristo, como luz del mundo. Jesús es la luz del mundo y para el mundo, es revelación de Dios para todos los pueblos de la tierra.
  • 36. La bendición de las velas es un símbolo de la luz de Cristo que los asistentes se llevan consigo. Encender estas velas en algunos momentos particulares de la vida, no significa un fenómeno mágico, sino un ponerse simbólicamente ante la luz de Cristo que disipa las tinieblas del pecado y de la muerte. En este día, al escuchar el cántico de Simeón en el evangelio, aclamemos a Cristo como "luz para iluminar a las naciones y para dar gloria a tu pueblo, Israel".
  • 37. Cristo mismo se autoproclama la “luz del mundo” porque Él es el único capaz de disipar todas las tinieblas del mundo y de nuestro corazón: la oscuridad del odio, del miedo, del pecado y de la muerte; las tinieblas de nuestros complejos, desesperanzas, angustias, quebrantos y frustraciones. Cristo es de verdad nuestra LUZ, nuestra vida y resurrección, nuestra paz y fortaleza, nuestro triunfo y nuestra esperanza cierta.
  • 38. Por eso hoy debemos pedirle a Jesús que nos guíe con su luz. Porque si él se va ¿Quién podrá alumbrarnos en las oscuridades de esta vida?
  • 43. Esta fiesta nos debe estimular a realizar cada vez más una de las más hermosas oraciones y actitudes ante Dios: la de presentarnos y ofrecernos ante El. Decía san Pablo: “Os ruego, hermanos, que ofrezcáis vuestros cuerpos, como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; éste es el culto que debéis ofrecer” (Rom 12, 1).
  • 44. Debemos estar atentos con amor, para ofrecer a Dios desde el amanecer hasta la noche, nuestros pensamientos, afectos, deseos, planes, fracasos, alegrías, enfermedades, llanto y tristeza, y todas las virtudes que la vida nos va proporcionando la oportunidad de practicar, y todas las batallas que debemos sostener, para unirlos al sacrificio de Cristo renovado en el altar. Esa es la ofrenda que le agrada al Padre, que busca adoradores en espíritu y en verdad.
  • 45. Y para presentarnos ante Dios, debemos estar presentables. Claro que sabemos que cuanto más humildemente nos presentemos, Jesús, lleno de misericordia, nos irá haciendo más presentables, limpiando nuestra alma.
  • 46. Esta presentación se realiza de una manera particular, cuando se responde a una llamada de Cristo, para seguirlo más de cerca, en una vocación específica o particular, sacerdotal, religiosa o laical. Nuestra vida debe ser un continuo ir al encuentro de Cristo que viene, como “triunfador glorioso y definitivo”. Por eso en este día debemos pedir especialmente por las personas consagradas. La presencia de Simeón y Ana es ejemplo de vida consagrada a Dios y de anuncio del misterio de salvación.
  • 47. El cirio o candela encendida subrayan o ponen de manifiesto esta actitud tan hermosa y cristiana y la procesión de las candelas expresa muy bien nuestro caminar al encuentro de Cristo que viene...
  • 48. Es como un pregustar la vigilia pascual cuando la Iglesia, es decir, cada uno de nosotros, llevando en alto la vela encendida cruzará los umbrales del templo cantando «Lumen Christi: Luz de Cristo». Cristo ilumina en profundidad e individualmente el misterio del hombre.
  • 49. El caminar con la luz es un símbolo de nuestro peregrinar hasta que lleguemos a la luz definitiva. En verdad somos peregrinos en esta vida; pero caminamos guiados por la luz de Cristo y sostenidos por la esperanza de encontrar finalmente al Señor de la gloria en su reino eterno. Que así se lo pidamos a Dios en esta fiesta.
  • 50. La fiesta de la Presentación del Señor es una fiesta de esperanza. Como María y José, como Simeón y Ana, también nosotros podemos encontrar a Jesucristo, luz de las naciones y gloria de Israel. Él viene a nuestra vida en sus sacramentos, sobre todo en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, para iniciar de este modo en nuestro corazón la vida eterna, esa vida que no tiene fin y que consiste, para siempre, en el encuentro con Cristo en el cielo.
  • 51. Ese encuentro con Cristo en el cielo debe ser la aspiración suprema de nuestro ser. Las palabras de Simeón son el testimonio de una vida lograda: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos”. Ver al Salvador es la aspiración mayor de Israel y de toda la humanidad. Terminamos recordando la aspiración de santa Teresa de Jesús: “Véante mis ojos, dulce Jesús bueno; véante mis ojos, muérame yo luego”.
  • 53.
  • 54. Vea quién quisiere rosas y jazmines,
  • 55. que si yo te viere, veré mil jardines,
  • 56.
  • 59. que todo es tormento a quien esto siente;
  • 63.