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Las últimas
Epístolas de
San Pablo
En la colección canónica de Cartas de
San Pablo hay algunas que tienen un
estilo algo diferente al de las grandes
epístolas de las que hablamos en el
capítulo anterior. En ellas se emplea un
vocabulario nuevo en parte; el misterio
de Cristo y de la Iglesia se presentan de
otro modo; y tienen un tono más
sosegado que el estilo ardoroso
característico de los primeros escritos
paulinos.
Se trata de escritos en los que San
Pablo, en una edad más madura y
teniendo frente a sí nuevos retos a los
que responder, descubre con la ayuda
del Espíritu Santo nuevas fórmulas para
exponer el Evangelio, permaneciendo
fiel a sus contenidos, e incluso
ahondando en la riqueza de
perspectivas que encierra para iluminar
la mente y el corazón de los cristianos
en las cambiantes situaciones de la
vida.
Por Francisco Varo Pineda
ntre varios de estos
escritos se pueden
descubrir algunos ele-
mentos comunes. Hay, por
una parte, cuatro cartas que
Pablo escribe estando pri-
sionero. Son las llamadas
Cartas de la Cautividad,
que son las dirigidas a los
Efesios, Filipenses, Colo-
senses y la breve carta per-
sonal a Filemón. Además de
éstas, hay otras que se diri-
gen a colaboradores del
Apóstol en el gobierno de
las comunidades cristianas y
en las que les da consejos
acerca de cómo desempe-
ñar fielmente esa tarea. Son
las Cartas Pastorales, dos de
ellas dirigidas a Timoteo, y
una a Tito. Por último, se
incluye también una larga
Carta a los
Hebreos -con
algunos ras-
gos distintos
al resto del
epistolario paulino-, que ha-
bla sobre todo de la exce-
lencia del sacerdocio de
Cristo.
LA CARTA A LOS FU IPENSES
La iglesia de Filipos fue
la primera fundada por Pa-
blo al pasar a Europa (cfr.
Hcb 16,11-40), durante su
segundo viaje, hacia el año
50 ó 51. Filipos era una
ciudad de Macedonia si-
tuada junto a la Vía Egnatia,
una calzada romana muy
transitada. La mayor parte
de los tieles cristianos en
aquella ciudad procedían de
la gentilidad.
El motivo de la carta es
el agradecimiento de San
Pablo por la generosidad de
los Filipenses que, durante
la cautividad del Apóstol, le
habían enviado a uno de
ellos, llamado Epafrodito,
con algunas limosnas para
aliviar sus dificultades mate-
riales (Flp 4,18) y para pres-
tarle ayuda mientras estaba
en la cárcel (Flp 2,25). Pero
Epafrodito sufrió una grave
enfermedad, que estuvo a
punto de causarle la muerte.
Una vez restablecido, Pablo
le pide que regrese a su ciu-
dad (Flp 2,25-30) y aprove-
cha su viaje para enviarles
la carta, agradeciendo defe-
rencias y exhortándoles a
seguir la vida cristiana de
manera más auténtica cada
día (Flp 3,7-4,23)• Les pre-
viene también contra los ju-
daizantes, que sembraban
discordias por todas partes
y ponían obstáculos al
Evangelio (Flp 3,1-6).
Desde la prisión les ani-
ma a poner por obra sus en-
señanzas y a fomentar el cre-
cimiento de las virtudes
San Pablo en Éfeso (G. Doré).
cristianas. El punto doctrinal
más importante lo constituye
el llamado himno cristoló-
gico de Flp 2,6-11, quizá ya
conocido por sus destinata-
rios. En esos versículos se
canta la humillación de Cris-
to en su encarnación, vida y
muerte, y la exaltación glo-
riosa de su humanidad tras
la resurrección.
LA «CRISIS DE COLOSAS»
La ciudad de Colosas es-
taba situada en la región de
Frigia, en Asia Menor, cerca
de Hierápolis y Laodicea.
No se tienen noticias ciertas
de que San Pablo hubiese
estado personalmente allí.
Parece que fue Epafras, uno
de sus discípulos, el que
predicó el Evangelio en
aquella región.
Pero al poco tiempo de
haber acogido el Evangelio,
llegaron hasta esa zona algu-
nos predicadores que sem-
braron el desconcierto entre
los fieles, hasta el punto de
que Epafras fue en busca de
San Pablo para exponerle la
situación y recibir consejo.
El principal motivo de
preocupación era que ha-
bían comenzado a extender-
se creencias y prácticas
sincretistas, en las que,
junto al Evangelio recibido
de la predicación apostóli-
ca, se dejaban sentir in-
fluencias de la apocalíptica
judía y de corrientes mis-
téricas helenísticas ligadas
a los primeros avances de la
gnosis. La gnosis se presen-
taba a sí misma como una
sabiduría más elevada, su-
peradora de todas las demás
religiones —incluido el juda-
ísmo—, a las que considera-
ba explicaciones imperfec-
tas, provisionalmente útiles
para el vulgo.
Según aquella mentali-
dad, el mundo y la marcha
de la historia dependían de
unos poderes sobrehuma-
nos (aunque inferiores al
verdadero Dios) a los que
todas las cosas estaban so-
metidas. Sólo quienes los
conocían podían tenerlos a
su favor o evitar su influjo.
De ahí que el «conocimien-
to» (gnosis) de ese mundo
sobrehumano fuese medio
de salvación. En las sectas
gnósticas de las que tene-
mos noticia por testimonios
posteriores (las alusiones de
San Justino, San Ireneo,
etc.) se creía que sólo los
iniciados estaban salvados
por el ,conocimiento» (gno-
sis) de los misterios divinos,
que los insertaba en su ver-
dadera patria, el mundo de
la «plenitud divina» (pléro-
ma). Para la iniciación se
imponía un itinerario ascéti-
co rigorista.
Aquellos primeros brotes
de gnosis parecían intentar
conciliar el cristianismo con
las ideas mencionadas. Para
los gnósticos Cristo era uno
más de los seres divinos
que constituían el pléroma.
La realidad se consideraba
dividida, con una fuerte
contraposición entre lo que
está en el ámbito del Dios
verdadero, desconocido, y
lo que está en el ámbito del
dios inferior, el Demiurgo y
sus potencias que dominan
el mundo. De ahí se deriva
un ascetismo rígido, que su-
pone renegar radicalmente
del mundo creado en el que
se desenvuelve la vida hu-
mana ordinaria.
LAS CARTAS A LOS
COLOSENSES Y
A LOS EFESIOS
San Pablo ofrece una
primera respuesta a la «crisis
de Colosal» en la Carta que
escribe a esa iglesia. Poco
después, con más sereni-
dad, retoma y amplía sus ar-
gumentos en la Carta a los
Efesios.
• Las confusiones doc-
trinales que se estaban di-
fundiendo movieron, pues,
a San Pablo a escribir pri-
mero una Carta a los Colo-
senses para responder a
esas dificultades. En ella,
San Pablo profundiza en te-
mas capitales del misterio
de Cristo como son su su-
perioridad infinita y su ca-
pitalidad sobre todos los
seres, llámense ángeles,
potestades o de cualquier
otra manera (Col 1,15-20).
El Apóstol utiliza expresio-
nes que encierran un conte-
nido muy profundo, como
la de que en Cristo habita
toda la plenitud de la divini-
dad corporalmente (Col
2,9). Esto es una afirmación
explícita de su divinidad a
la vez que constatación de
que es hombre verdadero.
En la redacción de esta carta
se sirve de términos que, al
parecer, proceden de los
gnósticos helenistas, pero
utilizados en un contexto
polémico y cargados de
nuevos matices y sentidos.
La Carta a los Hebreos es uno de los
escritos de mayor altura literaria del Nue-
vo Testamento. Se relaciona con el cuer-
po de cartas de San Pablo, pues en ella
se encuentra un eco fiel de su predica-
ción, aunque presenta aspectos formales
propios que le confieren una singular
originalidad. De ahí que desde los pri-
meros siglos se plantearan dudas acerca
de su atribución a San Pablo, pues es
evidente la diferencia de estilo, sintaxis y
vocabulario respecto al resto de las car-
tas del Apóstol.
El análisis detenido de la carta deja
entrever que fue compuesta por un cris-
tiano culto de origen judío, buen conoce-
dor de la Sagrada Escritura y de las cues-
tiones teológicas y, además, muy cercano
a San Pablo en pensamiento y actividad.
Por el contenido se trasluce que fue un
hombre de cultura helenista, con gran ce-
lo pastoral y profundo conocimiento de la
vida religiosa del pueblo hebreo y del cul-
to del Templo de Jerusalén.
La carta responde a un género inter-
medio entre el epistolar y el propio de un
discurso o sermón escrito. Además, por
su estructura, orden y método, recuerda
el género del ensayo teológico. El título, a
pesar de no ser original, puesto que data
probablemente del siglo II, responde con
gran precisión a la naturaleza y contenido
del libro. Es muy probable que los «He-
breos», tenidos como destinatarios de la
carta, fueran, en primer lugar, cristianos
provenientes del judaísmo, buenos cono-
cedores tanto del idioma griego como de
la cultura hebrea y, en especial, de las ce-
remonias del culto mosaico.
El principal propósito de la carta es
mostrar la superioridad del cristianis-
mo respecto a la Antigua Alianza. Pero
ni el estilo ni la intención son polémicos.
El escrito hace ver que la Nueva Ley es la
perfección, el cumplimiento y la supera-
ción de la Antigua. Para ello se centra en
la consideración del sacerdocio y sacrifi-
cio de Cristo como superiores a los levíti-
cos.
El autor sagrado expone, ante todo, la
Redención universal obrada por Jesu-
cristo Mediador, mediante el Sacrificio
de la Cruz y el derramamiento de su san-
gre. Cristo es al mismo tiempo la Víctima
perfecta que expía todos los pecados de
los hombres y el verdadero Sumo Sacer-
dote que ofrece a Dios Padre el culto
agradable, verdadero y eterno. Se trata,
en último término, de una idea básiga de
la teología paulina.
En consonancia con el tema general
de la carta, que es la Salvación obrada
por Cristo —verdadero Dios y verdadero
Naufragio de San Pablo en Malta (G. Doré).
En suma, San Pablo insis-
te, profundizando, en que
jesucristo es Dios eterno,
que al tomar la naturaleza
humana no deja de ser
Dios; y, por tanto, es el
primero y superior a to-
dos los hombres y los án-
geles. De este modo, Co-
losenses supone un gran
enriquecimiento en la
doctrina acerca de la pre-
eminencia de Cristo sobre
toda la creación. En otras
cartas había expuesto San
Pablo detenidamente el
plan redentor con respec-
to a los hombres, pero en
ésta muestra cómo todas
las criaturas participan
de los frutos de la Re-
dención.
A la vez que ofrece es-
te desarrollo doctrinal, la
carta proporciona ense-
ñanzas morales y discipli-
nares, como los respecti-
vos deberes de los
cónyuges (Col 3,18-21),
siervos y señores (Col
3,22-4,1); o consejos prác-
ticos sobre el ejercicio de
las virtudes cristianas (Col
3,12-17; 4,2-6).
• Por su parte, la Carta
a los Efesios trata casi los
mismos temas que la dirigi-
da a los Colosenses aunque
con mayor amplitud, pro-
fundidad y serenidad, por lo
que cabe pensar que ambas
fueron escritas hacia la mis-
ma época. Tiene una forma
algo distinta de las demás
cartas paulinas. En concreto,
carece de referencias per-
sonales y saludos. Ade-
más, la ausencia de la pa-
labra «Éfeso» en algunos
de los más antiguos e im-
portantes manuscritos,
podría indicar que quizá
fuera una misiva destina-
da a más de un lugar. Es,
pues, posible que al cabo
de un cierto tiempo de re-
flexión sobre las cuestio-
nes que se estaban plan-
teando, San Pablo
decidiera escribir una car-
ta circular a toda la re-
gión; y la dirigiera prime-
ro a Éfeso -la gran ciudad
desde la que se accede a
toda esa zona-, para que
desde allí se fuera distri-
buyendo a las diversas
comunidades cristianas de
Frigia y el valle del rio Li-
co, como Laodicea y Co-
losas.
Comienza esta carta
con un grandioso himno
o cántico en el que se ala-
ba el plan salvador de
Dios, llevado a cabo por
Cristo, en favor de los
elegidos, de la Iglesia y
de la humanidad (Ef 1,3-
14). A causa del pecado,
todos los seres creados ha-
bían quedado desorientados
y desunidos entre sí y en re-
hombre—, la atención del autor sagrado
se concentra en el Sacerdocio de nues-
tro Señor, por el que no solamente es
constituido superior a los ángeles, al le-
gislador de la Antigua Ley y al sacerdocio
levítico, sino que le permite redimir con
sobreabundancia al género humano. La
Redención operada por Cristo es un re-
medio universal para una necesidad uni-
versal.
El Sacrificio de Cristo, que no consis-
te —como en el Antiguo Testamento— en el
derramamiento ritual de la sangre de ani-
males, es irrepetible y ha producido sus
efectos salvadores de una vez para siem-
pre. No hace falta reiterarlo, puesto que su
eficacia es infinita. La intercesión de Cristo
Sacerdote a favor nuestro es eficaz, defini-
tiva y permanente. La tarea del hombre re-
dimido consiste en aplicarse con fe los fru-
tos que vienen del Sacrificio del Señor, y
crecer en la caridad que salva.
Jesucristo manifiesta su ser y su obra
sacerdotal tanto en el abajamiento como
en la exaltación. Ambos momentos fue-
ron necesarios para que se realizara la
tarea sacerdotal y redentora. El abaja-
miento y la humillación de Cristo nos
muestran su obediencia absoluta a la vo-
luntad del Padre, la fuerza de las tenta-
ciones que le han sobrevenido y han tur-
bado su naturaleza humana, y los
impresionantes padecimientos experi-
mentados en la carne mortal que quiso
asumir.
Las consideraciones del autor sagra-
do, llenas de emoción y patetismo, con-
vergen en la afirmación que constituye el
núcleo de la carta: Tenemos un Sumo
Sacerdote tan grande, que se sentó a la
diestra del trono de la Majestad en los
cielos (Hb 8,1). Esta verdad situada en el
centro del dogma cristiano supone al mis-
mo tiempo —como se hace patente en la
carta— una estimulante exhortación a la
esperanza. Además de presentar la figura
y obra de Jesucristo bajo el punto de vis-
ta de su Sacerdocio eterno y desarrollar
por tanto las implicaciones de los títulos
de Sacerdote y Mediador, la carta aplica
a Cristo cuatro títulos principales, que
manifiestan algún aspecto del ser de
Cristo: Hijo, Mesías, Jesús y Señor.
Asimismo la carta se refiere al Señor
en otros lugares con las denominacio-
nes de Santificador, Heredero, Media-
dor, Pastor y Apóstol, única esta última
en todo el Nuevo Testamento. Por con-
siguiente, el autor sagrado pone de re-
lieve el significado siempre actual de la
existencia de Cristo como Sacerdote y
como Mediador definitivo para todos y
cada uno de los cristianos: Jesucristo es
ayer y hoy y para siempre (cfr. Hb 13,8).
Éste es el fundamento doctrinal que
respalda la exhortación a la perseveran-
cia en la fe, dirigido por el autor a los
destinatarios, y que constituye el otro te-
ma importante de la carta.
r
lación a Dios. Pero ahora,
mediante la Redención ope-
rada por Cristo, son recon-
ducidos a la unidad entre sí
y con Dios, ya que Cristo,
encarnado y glorificado, ha
sido constituido Cabeza de
todos ellos (Ef 1,3-2,22). De
ahí Pablo pasa a la contem-
plación del ser profundo de
la Iglesia. Ella es el instru-
mento universal de salva-
ción que Cristo ha creado,
haciéndola su cuerpo, su
plenitud, su esposa inmacu-
lada, para hacer llegar la sal-
vación a toda la humanidad
(Ef3,1-20).
Como es habitual en el
Apóstol, de la doctrina teo-
lógica extrae las conclusio-
nes prácticas morales y as-
céticas oportunas (Ef
4,1-6,24): todos los fieles
deben vivir la unidad en la
caridad, pues forman un so-
lo cuerpo con Cristo, anima-
do por el mismo Espíritu.
De ahí desciende a las apli-
caciones concretas: los de-
beres de los cónyuges, pa-
dres e hijos, señores y
siervos. Todos deben vivir
con la misma exigencia,
pues todos reciben el influjo
vivificante de la Cabeza que
es Cristo jesús.
LAS CARTAS PASTORALES
Las cartas en las que
la pluma de San Pablo
adquiere un tono más
entrañable y paternal
son las dos Cartas a Ti-
moteo y la Carta a Tito,
dos colaboradores suyos,
que estaban al frente de
las iglesias locales de
Éfeso y Creta, respecti-
vamente. Un Pablo an-
ciano, que presiente
cercano el momento del
martirio, vuelca su inti-
midad, afecto, y sabidu-
ría llena de fe cuando
escribe a estos dos hom-
bres con los que tienen
gran confianza.
El tono de las cartas es
eminentemente pastoral,
pues se prescriben normas
y consejos para la buena
marcha de aquellas comuni-
dades, amenazadas por el
influjo de falsos maestros.
Contienen también orienta-
ciones sobre la organización
de las iglesias y la función
de los ministros. Las tres,
además, coinciden en el es-
tilo sencillo y en el tono fa-
miliar, que denota la preo-
cupación del autor por
formar a quienes desempe-
ñan una tarea tan delicada.
• Mientras San Pablo ha-
cía su segundo viaje misio-
nal, a su paso por Listra, reci-
bió excelentes referencias de
un joven cristiano llamado
Timoteo. Decidió llevarlo
consigo como colaborador y
ayudante en la fundación de
las iglesias de Filipos y Tesa-
lónica. También estuvo en
Berea y Corinto junto a Pa-
blo. En el tercer viaje, acom-
pañó al Apóstol por Éfeso,
Macedonia y Asia Menor. Fi-
nalmente Pablo, en su último
viaje por Oriente, le encargó
el gobierno de la iglesia de
Éfeso. En todo momento fue
un colaborador fiel del Após-
tol.
Los datos de la prime-
ra Carta a Timoteo indu-
cen a pensar que la comu-
nidad cristiana que preside
está suficientemente asen-
tada, aunque se encuentre
con los obstáculos propios
de los comienzos. El am-
biente pagano, las doctri-
nas desviadas predicadas
por algunos falsos maestros
y hasta las costumbres rela-
jadas amenazan la estabili-
dad de aquella iglesia inci-
piente. Timoteo recibe el
encargo de mantener la
doctrina recibida y esti-
mular la vida cristiana de
los fieles.
En la segunda Carta a Ti-
moteo el tono es más entra-
ñable e intenso, con alusio-
nes muy personales. Pablo le
exhorta insistentemente a
perseverar en la predica-
ción y en el ministerio, sin
miedo a los sufrimientos ex-
ternos ni a la fatiga interior.
Le hace también el encargo
de consolidar la organización
de la iglesia local.
• La Carta a Tito re-
cuerda mucho la primera a
Timoteo, probablemente
porque hubo poca diferen-
cia en el tiempo de redac-
ción de ambas.
Tito, era hijo de padres
paganos, y seguramente
fue convertido por San Pa-
blo, a juzgar por el cariño
que éste le demuestra.
Acudió a Jerusalén con Pa-
blo y Bernabé para asistir
al primer Concilio. En el
tercer viaje apostólico de
San Pablo fue enviado a
Corinto para realizar la co-
lecta y entregarles la se-
gunda carta a los
Corintios. Después de su
cautividad, San Pablo lo
dejó en la isla de Creta, pa-
ra que continuara la labor
misional que los dos juntos
habían emprendido. Como
a Timoteo en la primera
carta, el Apóstol encomien-
da a Tito la tarea de organi-
zar la comunidad de Creta,
y de defenderla de los
errores que algunos co-
menzaban a difundir.
El tema central de las
Cartas Pastorales es la sal-
vación. A Dios se le nom-
bra como el Salvador (1 Tm
1,1; 2,3; 4,10; Tt 1,3; 2,10;
3,4), que con infinito amor
quiere que todos los hombres
se salven y lleguen al cono-
cimiento de la verdad (1 Tm
2, 4). Este plan divino ha si-
do manifestado y llevado a
cabo por jesucristo, el único
Mediador (1 Tm 2,5), que
vino al mundo para salvara
los pecadores (1 Tm 1,15).
La Iglesia prolonga y actua-
liza la acción salvadora de
Cristo, puesto que es el
pueblo rescatado de la ini-
quidad y purificado con su
sacrificio (cfr. Tt 2,14). Los
cristianos alcanzan su pro-
pia salvación mediante una
vida rica en buenas obras
(cfr. Tt 3,14), reflejo de su
piedad. ■
Aprovechando el viaje de Tíquico a Colosas con la carta
que San Pablo escribió a aquella comunidad cristiana, el
Apóstol le pide un doble favor personal. Se trata de acompa-
ñar hasta allí a Onésimo y de llevar una breve carta para File-
món.
Filemón era un rico propietario de Golosas a quien San
Pablo había ganado para la fe cristiana. Una vez convertido,
su casa servía de sede a la pequeña iglesia local. Sumamente
agradecido por esto, Pablo le llama su colaborador y le trata
con exquisito cariño y confianza. Onésimo era un esclavo de
Filemón, que había escapado de su casa, quizá por haber
hurtado algún dinero o un objeto de valor. Por temor al castigo
no quiso volver con su amo, sino que huyó y tomó contacto
con Pablo que en ese momento estaba detenido. Gracias a la
bondad y al celo del corazón del Apóstol, muy pronto conoce
Onésimo el Evangelio y abraza la fe cristiana.
Pablo piensa que lo mejor para Onésimo es volver a casa
de su amo: ambos son ya hermanos en el Señor. Aprovecha,
pues, para ello el viaje que va a hacer Tíquico.
Este escrito, en su extraordinaria brevedad, es una obra
maestra del arte epistolar, llena de exquisita sensibilidad y fina
caridad. El tono que emplea el Apóstol no es de mandato,
aunque podría haberlo hecho dada su autoridad, sino de sú-
plica humilde hacia Filemón, presentándose ante él en su con-
dición de «anciano» y «prisionero» por el Evangelio para que
acoja a Onésimo como si fuera a él mismo. Aunque es una
carta eminentemente familiar, contiene también una doctrina,
no por breve menos importante. Esta epístola ha sido llamada
la carta magna de la libertad cristiana.

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22 Sagrada Escritura

  • 1. r" 22 Las últimas Epístolas de San Pablo En la colección canónica de Cartas de San Pablo hay algunas que tienen un estilo algo diferente al de las grandes epístolas de las que hablamos en el capítulo anterior. En ellas se emplea un vocabulario nuevo en parte; el misterio de Cristo y de la Iglesia se presentan de otro modo; y tienen un tono más sosegado que el estilo ardoroso característico de los primeros escritos paulinos. Se trata de escritos en los que San Pablo, en una edad más madura y teniendo frente a sí nuevos retos a los que responder, descubre con la ayuda del Espíritu Santo nuevas fórmulas para exponer el Evangelio, permaneciendo fiel a sus contenidos, e incluso ahondando en la riqueza de perspectivas que encierra para iluminar la mente y el corazón de los cristianos en las cambiantes situaciones de la vida. Por Francisco Varo Pineda ntre varios de estos escritos se pueden descubrir algunos ele- mentos comunes. Hay, por una parte, cuatro cartas que Pablo escribe estando pri- sionero. Son las llamadas Cartas de la Cautividad, que son las dirigidas a los Efesios, Filipenses, Colo- senses y la breve carta per- sonal a Filemón. Además de éstas, hay otras que se diri- gen a colaboradores del Apóstol en el gobierno de las comunidades cristianas y en las que les da consejos acerca de cómo desempe- ñar fielmente esa tarea. Son las Cartas Pastorales, dos de ellas dirigidas a Timoteo, y una a Tito. Por último, se incluye también una larga Carta a los Hebreos -con algunos ras- gos distintos al resto del epistolario paulino-, que ha- bla sobre todo de la exce- lencia del sacerdocio de Cristo. LA CARTA A LOS FU IPENSES La iglesia de Filipos fue la primera fundada por Pa- blo al pasar a Europa (cfr. Hcb 16,11-40), durante su segundo viaje, hacia el año 50 ó 51. Filipos era una ciudad de Macedonia si- tuada junto a la Vía Egnatia, una calzada romana muy transitada. La mayor parte de los tieles cristianos en aquella ciudad procedían de la gentilidad. El motivo de la carta es el agradecimiento de San Pablo por la generosidad de los Filipenses que, durante la cautividad del Apóstol, le habían enviado a uno de ellos, llamado Epafrodito, con algunas limosnas para aliviar sus dificultades mate- riales (Flp 4,18) y para pres- tarle ayuda mientras estaba en la cárcel (Flp 2,25). Pero Epafrodito sufrió una grave enfermedad, que estuvo a punto de causarle la muerte. Una vez restablecido, Pablo le pide que regrese a su ciu- dad (Flp 2,25-30) y aprove- cha su viaje para enviarles la carta, agradeciendo defe- rencias y exhortándoles a seguir la vida cristiana de manera más auténtica cada día (Flp 3,7-4,23)• Les pre- viene también contra los ju- daizantes, que sembraban discordias por todas partes y ponían obstáculos al Evangelio (Flp 3,1-6). Desde la prisión les ani- ma a poner por obra sus en- señanzas y a fomentar el cre- cimiento de las virtudes San Pablo en Éfeso (G. Doré).
  • 2. cristianas. El punto doctrinal más importante lo constituye el llamado himno cristoló- gico de Flp 2,6-11, quizá ya conocido por sus destinata- rios. En esos versículos se canta la humillación de Cris- to en su encarnación, vida y muerte, y la exaltación glo- riosa de su humanidad tras la resurrección. LA «CRISIS DE COLOSAS» La ciudad de Colosas es- taba situada en la región de Frigia, en Asia Menor, cerca de Hierápolis y Laodicea. No se tienen noticias ciertas de que San Pablo hubiese estado personalmente allí. Parece que fue Epafras, uno de sus discípulos, el que predicó el Evangelio en aquella región. Pero al poco tiempo de haber acogido el Evangelio, llegaron hasta esa zona algu- nos predicadores que sem- braron el desconcierto entre los fieles, hasta el punto de que Epafras fue en busca de San Pablo para exponerle la situación y recibir consejo. El principal motivo de preocupación era que ha- bían comenzado a extender- se creencias y prácticas sincretistas, en las que, junto al Evangelio recibido de la predicación apostóli- ca, se dejaban sentir in- fluencias de la apocalíptica judía y de corrientes mis- téricas helenísticas ligadas a los primeros avances de la gnosis. La gnosis se presen- taba a sí misma como una sabiduría más elevada, su- peradora de todas las demás religiones —incluido el juda- ísmo—, a las que considera- ba explicaciones imperfec- tas, provisionalmente útiles para el vulgo. Según aquella mentali- dad, el mundo y la marcha de la historia dependían de unos poderes sobrehuma- nos (aunque inferiores al verdadero Dios) a los que todas las cosas estaban so- metidas. Sólo quienes los conocían podían tenerlos a su favor o evitar su influjo. De ahí que el «conocimien- to» (gnosis) de ese mundo sobrehumano fuese medio de salvación. En las sectas gnósticas de las que tene- mos noticia por testimonios posteriores (las alusiones de San Justino, San Ireneo, etc.) se creía que sólo los iniciados estaban salvados por el ,conocimiento» (gno- sis) de los misterios divinos, que los insertaba en su ver- dadera patria, el mundo de la «plenitud divina» (pléro- ma). Para la iniciación se imponía un itinerario ascéti- co rigorista. Aquellos primeros brotes de gnosis parecían intentar conciliar el cristianismo con las ideas mencionadas. Para los gnósticos Cristo era uno más de los seres divinos que constituían el pléroma. La realidad se consideraba dividida, con una fuerte contraposición entre lo que está en el ámbito del Dios verdadero, desconocido, y lo que está en el ámbito del dios inferior, el Demiurgo y sus potencias que dominan el mundo. De ahí se deriva un ascetismo rígido, que su- pone renegar radicalmente del mundo creado en el que se desenvuelve la vida hu- mana ordinaria. LAS CARTAS A LOS COLOSENSES Y A LOS EFESIOS San Pablo ofrece una primera respuesta a la «crisis de Colosal» en la Carta que escribe a esa iglesia. Poco después, con más sereni- dad, retoma y amplía sus ar- gumentos en la Carta a los Efesios. • Las confusiones doc- trinales que se estaban di- fundiendo movieron, pues, a San Pablo a escribir pri- mero una Carta a los Colo- senses para responder a esas dificultades. En ella, San Pablo profundiza en te- mas capitales del misterio de Cristo como son su su- perioridad infinita y su ca- pitalidad sobre todos los seres, llámense ángeles, potestades o de cualquier otra manera (Col 1,15-20). El Apóstol utiliza expresio- nes que encierran un conte- nido muy profundo, como la de que en Cristo habita toda la plenitud de la divini- dad corporalmente (Col 2,9). Esto es una afirmación explícita de su divinidad a la vez que constatación de que es hombre verdadero. En la redacción de esta carta se sirve de términos que, al parecer, proceden de los gnósticos helenistas, pero utilizados en un contexto polémico y cargados de nuevos matices y sentidos. La Carta a los Hebreos es uno de los escritos de mayor altura literaria del Nue- vo Testamento. Se relaciona con el cuer- po de cartas de San Pablo, pues en ella se encuentra un eco fiel de su predica- ción, aunque presenta aspectos formales propios que le confieren una singular originalidad. De ahí que desde los pri- meros siglos se plantearan dudas acerca de su atribución a San Pablo, pues es evidente la diferencia de estilo, sintaxis y vocabulario respecto al resto de las car- tas del Apóstol. El análisis detenido de la carta deja entrever que fue compuesta por un cris- tiano culto de origen judío, buen conoce- dor de la Sagrada Escritura y de las cues- tiones teológicas y, además, muy cercano a San Pablo en pensamiento y actividad. Por el contenido se trasluce que fue un hombre de cultura helenista, con gran ce- lo pastoral y profundo conocimiento de la vida religiosa del pueblo hebreo y del cul- to del Templo de Jerusalén. La carta responde a un género inter- medio entre el epistolar y el propio de un discurso o sermón escrito. Además, por su estructura, orden y método, recuerda el género del ensayo teológico. El título, a pesar de no ser original, puesto que data probablemente del siglo II, responde con gran precisión a la naturaleza y contenido del libro. Es muy probable que los «He- breos», tenidos como destinatarios de la carta, fueran, en primer lugar, cristianos provenientes del judaísmo, buenos cono- cedores tanto del idioma griego como de la cultura hebrea y, en especial, de las ce- remonias del culto mosaico. El principal propósito de la carta es mostrar la superioridad del cristianis- mo respecto a la Antigua Alianza. Pero ni el estilo ni la intención son polémicos. El escrito hace ver que la Nueva Ley es la perfección, el cumplimiento y la supera- ción de la Antigua. Para ello se centra en la consideración del sacerdocio y sacrifi- cio de Cristo como superiores a los levíti- cos. El autor sagrado expone, ante todo, la Redención universal obrada por Jesu- cristo Mediador, mediante el Sacrificio de la Cruz y el derramamiento de su san- gre. Cristo es al mismo tiempo la Víctima perfecta que expía todos los pecados de los hombres y el verdadero Sumo Sacer- dote que ofrece a Dios Padre el culto agradable, verdadero y eterno. Se trata, en último término, de una idea básiga de la teología paulina. En consonancia con el tema general de la carta, que es la Salvación obrada por Cristo —verdadero Dios y verdadero
  • 3. Naufragio de San Pablo en Malta (G. Doré). En suma, San Pablo insis- te, profundizando, en que jesucristo es Dios eterno, que al tomar la naturaleza humana no deja de ser Dios; y, por tanto, es el primero y superior a to- dos los hombres y los án- geles. De este modo, Co- losenses supone un gran enriquecimiento en la doctrina acerca de la pre- eminencia de Cristo sobre toda la creación. En otras cartas había expuesto San Pablo detenidamente el plan redentor con respec- to a los hombres, pero en ésta muestra cómo todas las criaturas participan de los frutos de la Re- dención. A la vez que ofrece es- te desarrollo doctrinal, la carta proporciona ense- ñanzas morales y discipli- nares, como los respecti- vos deberes de los cónyuges (Col 3,18-21), siervos y señores (Col 3,22-4,1); o consejos prác- ticos sobre el ejercicio de las virtudes cristianas (Col 3,12-17; 4,2-6). • Por su parte, la Carta a los Efesios trata casi los mismos temas que la dirigi- da a los Colosenses aunque con mayor amplitud, pro- fundidad y serenidad, por lo que cabe pensar que ambas fueron escritas hacia la mis- ma época. Tiene una forma algo distinta de las demás cartas paulinas. En concreto, carece de referencias per- sonales y saludos. Ade- más, la ausencia de la pa- labra «Éfeso» en algunos de los más antiguos e im- portantes manuscritos, podría indicar que quizá fuera una misiva destina- da a más de un lugar. Es, pues, posible que al cabo de un cierto tiempo de re- flexión sobre las cuestio- nes que se estaban plan- teando, San Pablo decidiera escribir una car- ta circular a toda la re- gión; y la dirigiera prime- ro a Éfeso -la gran ciudad desde la que se accede a toda esa zona-, para que desde allí se fuera distri- buyendo a las diversas comunidades cristianas de Frigia y el valle del rio Li- co, como Laodicea y Co- losas. Comienza esta carta con un grandioso himno o cántico en el que se ala- ba el plan salvador de Dios, llevado a cabo por Cristo, en favor de los elegidos, de la Iglesia y de la humanidad (Ef 1,3- 14). A causa del pecado, todos los seres creados ha- bían quedado desorientados y desunidos entre sí y en re- hombre—, la atención del autor sagrado se concentra en el Sacerdocio de nues- tro Señor, por el que no solamente es constituido superior a los ángeles, al le- gislador de la Antigua Ley y al sacerdocio levítico, sino que le permite redimir con sobreabundancia al género humano. La Redención operada por Cristo es un re- medio universal para una necesidad uni- versal. El Sacrificio de Cristo, que no consis- te —como en el Antiguo Testamento— en el derramamiento ritual de la sangre de ani- males, es irrepetible y ha producido sus efectos salvadores de una vez para siem- pre. No hace falta reiterarlo, puesto que su eficacia es infinita. La intercesión de Cristo Sacerdote a favor nuestro es eficaz, defini- tiva y permanente. La tarea del hombre re- dimido consiste en aplicarse con fe los fru- tos que vienen del Sacrificio del Señor, y crecer en la caridad que salva. Jesucristo manifiesta su ser y su obra sacerdotal tanto en el abajamiento como en la exaltación. Ambos momentos fue- ron necesarios para que se realizara la tarea sacerdotal y redentora. El abaja- miento y la humillación de Cristo nos muestran su obediencia absoluta a la vo- luntad del Padre, la fuerza de las tenta- ciones que le han sobrevenido y han tur- bado su naturaleza humana, y los impresionantes padecimientos experi- mentados en la carne mortal que quiso asumir. Las consideraciones del autor sagra- do, llenas de emoción y patetismo, con- vergen en la afirmación que constituye el núcleo de la carta: Tenemos un Sumo Sacerdote tan grande, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos (Hb 8,1). Esta verdad situada en el centro del dogma cristiano supone al mis- mo tiempo —como se hace patente en la carta— una estimulante exhortación a la esperanza. Además de presentar la figura y obra de Jesucristo bajo el punto de vis- ta de su Sacerdocio eterno y desarrollar por tanto las implicaciones de los títulos de Sacerdote y Mediador, la carta aplica a Cristo cuatro títulos principales, que manifiestan algún aspecto del ser de Cristo: Hijo, Mesías, Jesús y Señor. Asimismo la carta se refiere al Señor en otros lugares con las denominacio- nes de Santificador, Heredero, Media- dor, Pastor y Apóstol, única esta última en todo el Nuevo Testamento. Por con- siguiente, el autor sagrado pone de re- lieve el significado siempre actual de la existencia de Cristo como Sacerdote y como Mediador definitivo para todos y cada uno de los cristianos: Jesucristo es ayer y hoy y para siempre (cfr. Hb 13,8). Éste es el fundamento doctrinal que respalda la exhortación a la perseveran- cia en la fe, dirigido por el autor a los destinatarios, y que constituye el otro te- ma importante de la carta.
  • 4. r lación a Dios. Pero ahora, mediante la Redención ope- rada por Cristo, son recon- ducidos a la unidad entre sí y con Dios, ya que Cristo, encarnado y glorificado, ha sido constituido Cabeza de todos ellos (Ef 1,3-2,22). De ahí Pablo pasa a la contem- plación del ser profundo de la Iglesia. Ella es el instru- mento universal de salva- ción que Cristo ha creado, haciéndola su cuerpo, su plenitud, su esposa inmacu- lada, para hacer llegar la sal- vación a toda la humanidad (Ef3,1-20). Como es habitual en el Apóstol, de la doctrina teo- lógica extrae las conclusio- nes prácticas morales y as- céticas oportunas (Ef 4,1-6,24): todos los fieles deben vivir la unidad en la caridad, pues forman un so- lo cuerpo con Cristo, anima- do por el mismo Espíritu. De ahí desciende a las apli- caciones concretas: los de- beres de los cónyuges, pa- dres e hijos, señores y siervos. Todos deben vivir con la misma exigencia, pues todos reciben el influjo vivificante de la Cabeza que es Cristo jesús. LAS CARTAS PASTORALES Las cartas en las que la pluma de San Pablo adquiere un tono más entrañable y paternal son las dos Cartas a Ti- moteo y la Carta a Tito, dos colaboradores suyos, que estaban al frente de las iglesias locales de Éfeso y Creta, respecti- vamente. Un Pablo an- ciano, que presiente cercano el momento del martirio, vuelca su inti- midad, afecto, y sabidu- ría llena de fe cuando escribe a estos dos hom- bres con los que tienen gran confianza. El tono de las cartas es eminentemente pastoral, pues se prescriben normas y consejos para la buena marcha de aquellas comuni- dades, amenazadas por el influjo de falsos maestros. Contienen también orienta- ciones sobre la organización de las iglesias y la función de los ministros. Las tres, además, coinciden en el es- tilo sencillo y en el tono fa- miliar, que denota la preo- cupación del autor por formar a quienes desempe- ñan una tarea tan delicada. • Mientras San Pablo ha- cía su segundo viaje misio- nal, a su paso por Listra, reci- bió excelentes referencias de un joven cristiano llamado Timoteo. Decidió llevarlo consigo como colaborador y ayudante en la fundación de las iglesias de Filipos y Tesa- lónica. También estuvo en Berea y Corinto junto a Pa- blo. En el tercer viaje, acom- pañó al Apóstol por Éfeso, Macedonia y Asia Menor. Fi- nalmente Pablo, en su último viaje por Oriente, le encargó el gobierno de la iglesia de Éfeso. En todo momento fue un colaborador fiel del Após- tol. Los datos de la prime- ra Carta a Timoteo indu- cen a pensar que la comu- nidad cristiana que preside está suficientemente asen- tada, aunque se encuentre con los obstáculos propios de los comienzos. El am- biente pagano, las doctri- nas desviadas predicadas por algunos falsos maestros y hasta las costumbres rela- jadas amenazan la estabili- dad de aquella iglesia inci- piente. Timoteo recibe el encargo de mantener la doctrina recibida y esti- mular la vida cristiana de los fieles. En la segunda Carta a Ti- moteo el tono es más entra- ñable e intenso, con alusio- nes muy personales. Pablo le exhorta insistentemente a perseverar en la predica- ción y en el ministerio, sin miedo a los sufrimientos ex- ternos ni a la fatiga interior. Le hace también el encargo de consolidar la organización de la iglesia local. • La Carta a Tito re- cuerda mucho la primera a Timoteo, probablemente porque hubo poca diferen- cia en el tiempo de redac- ción de ambas. Tito, era hijo de padres paganos, y seguramente fue convertido por San Pa- blo, a juzgar por el cariño que éste le demuestra. Acudió a Jerusalén con Pa- blo y Bernabé para asistir al primer Concilio. En el tercer viaje apostólico de San Pablo fue enviado a Corinto para realizar la co- lecta y entregarles la se- gunda carta a los Corintios. Después de su cautividad, San Pablo lo dejó en la isla de Creta, pa- ra que continuara la labor misional que los dos juntos habían emprendido. Como a Timoteo en la primera carta, el Apóstol encomien- da a Tito la tarea de organi- zar la comunidad de Creta, y de defenderla de los errores que algunos co- menzaban a difundir. El tema central de las Cartas Pastorales es la sal- vación. A Dios se le nom- bra como el Salvador (1 Tm 1,1; 2,3; 4,10; Tt 1,3; 2,10; 3,4), que con infinito amor quiere que todos los hombres se salven y lleguen al cono- cimiento de la verdad (1 Tm 2, 4). Este plan divino ha si- do manifestado y llevado a cabo por jesucristo, el único Mediador (1 Tm 2,5), que vino al mundo para salvara los pecadores (1 Tm 1,15). La Iglesia prolonga y actua- liza la acción salvadora de Cristo, puesto que es el pueblo rescatado de la ini- quidad y purificado con su sacrificio (cfr. Tt 2,14). Los cristianos alcanzan su pro- pia salvación mediante una vida rica en buenas obras (cfr. Tt 3,14), reflejo de su piedad. ■ Aprovechando el viaje de Tíquico a Colosas con la carta que San Pablo escribió a aquella comunidad cristiana, el Apóstol le pide un doble favor personal. Se trata de acompa- ñar hasta allí a Onésimo y de llevar una breve carta para File- món. Filemón era un rico propietario de Golosas a quien San Pablo había ganado para la fe cristiana. Una vez convertido, su casa servía de sede a la pequeña iglesia local. Sumamente agradecido por esto, Pablo le llama su colaborador y le trata con exquisito cariño y confianza. Onésimo era un esclavo de Filemón, que había escapado de su casa, quizá por haber hurtado algún dinero o un objeto de valor. Por temor al castigo no quiso volver con su amo, sino que huyó y tomó contacto con Pablo que en ese momento estaba detenido. Gracias a la bondad y al celo del corazón del Apóstol, muy pronto conoce Onésimo el Evangelio y abraza la fe cristiana. Pablo piensa que lo mejor para Onésimo es volver a casa de su amo: ambos son ya hermanos en el Señor. Aprovecha, pues, para ello el viaje que va a hacer Tíquico. Este escrito, en su extraordinaria brevedad, es una obra maestra del arte epistolar, llena de exquisita sensibilidad y fina caridad. El tono que emplea el Apóstol no es de mandato, aunque podría haberlo hecho dada su autoridad, sino de sú- plica humilde hacia Filemón, presentándose ante él en su con- dición de «anciano» y «prisionero» por el Evangelio para que acoja a Onésimo como si fuera a él mismo. Aunque es una carta eminentemente familiar, contiene también una doctrina, no por breve menos importante. Esta epístola ha sido llamada la carta magna de la libertad cristiana.