1. LOS SOCIALISTAS HEMOS SIDO Y SOMOS CASI TODOS
La historia de la humanidad no es la historia de la naturaleza mezquina de los hombres a pesar del casi
eterno fluir de las guerras causadas por la sucesión de las figuras destacadas de la maldad, como los
Calígula, los Torquemada o los Bush, porque la inmensa mayoría de los seres humanos en el fondo
queremos lo mejor para nuestros semejantes, la buena vida, o ¿Acaso usted no sería partidario de que
todos tuviésemos acceso a la felicidad, a un trabajo digno, a una vivienda, a una educación y a servicios
de salud de calidad? Yo creo que a mis lectores les gusta eso que dice la constitución sobre el derecho a la
igualdad y a la paz porque, así les cause pavor la idea, la generalidad de las personas de este planeta son
socialistas, como lo fueron nuestros lejanos antepasados. En los tiempos prehispánicos no existía esa
descomunal diferencia entre ricos y pobres que nos ha legado el capitalismo, casi todos trabajaban por
igual sin grandes afanes de explotar a los demás o de atesorar riquezas. No existían los respetabilísimos
empresarios secuestradores del Estado, como tampoco la masa miserables asalariados y desempleados.
Simplemente la vida transcurría con rudeza, pero con mayor fraternidad comunal, sin necesidad de
presionar demasiado a la naturaleza para producir el universo de chucherías que nos ofrece el mercado.
Cuando desembarcaron los españoles se nos impuso “la civilización” de la esclavitud y que luego los
criollos ricos transformaron en “modernidad” capitalista para dejar que los esclavos fueran libres de
vender su fuerza de trabajo por el más mínimo de los salarios. De manera que, con la introducción de la
lucha de clases, las cosas cambiaron rotundamente porque los que tienen siempre quieren más, para sí y
para su circulo más cercano y los que no tienen nada, les toca simplemente soñar con tener. Los unos a
explotar a sus semejantes y los otros a tratar de sobrevivir. Sin que sea una norma absoluta, los ricos
tratan de ser solidarios con los ricos y los pobres, en virtud de su condición, suelen ser más solidarios con
sus semejantes. Entonces la pregunta es: ¿si en el fondo todos somos socialistas y algunos se dicen
cristianos por aquello del “amor al prójimo”, porque hemos vivido y seguimos viviendo en tan oprobiosas
condiciones? La respuesta sin dudas es sumamente compleja, pero no podemos seguir con el cuento de
que es por la simple manipulación de la oligarquía, aunque evidentemente esa minoría privilegiada tiene
unas cañoneras impresionantes, llamadas comúnmente “medios masivos de comunicación” o “libertad de
prensa”, con las cuales entran en nuestras casas y en nuestras conciencias para pintarnos pajaritos como la
“democracia”, que en realidad es la dictadura de los grandes propietarios. Cuando ahondemos un poco
más en el asunto del porqué la esclavitud duró tres largos siglos y aún hoy continúan las formas de
explotación más ignominiosas, veremos cómo eso debe también al beneplácito de muchos de los que
consideramos victimas porque en cualquier tiempo de la historia hay quienes han aceptado su condición
de sometidos y simplemente se conforman con las migajas que les tiran los amos. Dicho de otra forma,
las injusticias sobreviven porque hay seres que se reconocen inferiores en derechos y por lo cual, son
incapaces de visualizar o de luchar por un futuro diferente. Esos individuos pusilánimes o mediocres que
ven en la desgracia colectiva la fatalidad del destino, son precisamente los que acogen los espíritus
egoístas en sus partidos conservadores para hacerse a la riqueza y preservar el sistema o el statu quo.
Mientras los acomodaticios y burócratas de siempre se venden por un plato de lentejas o unos espejitos
(salario, condecoraciones, ascensos o un puesto de oficina), por el otro lado están, quienes intentan
cambiar las condiciones de sometimiento e iniquidad, los libre pensadores, revolucionarios o románticos,
como lo fueran en su tiempo Espartaco, los caciques Petecuy y Calarcá, los comuneros y Bolívar. Y
aunque el discurso oficial de siempre, el de los poderosos, los conquistadores, los Juán Sámano y los
generalotes de hoy, trata de descalificarlos con palabrejas tales como caníbales, masones, impíos,
subversivos, comunistas, terroristas, bandidos etc. el oleaje no se detiene, en un tiempo están en la cresta
los revolucionarios, como Marx y Engels en la comuna de Paris, y en otro momento parecen triunfar los
2. Hitler y los Mussolini. En Colombia a pesar de lo alta que pueda parecer la cresta del uribismo-santismo
no se oculta la triste verdad de los 9 millones de compatriotas indiferentes a los desmanes cometidos por
los inescrupulosos desde el palacio de Nari. Pero el oleaje continúa y volverán los tiempos de rebeldía
porque para los humildes el peligro no está en los socialistas, pues muchos de sus postulados forman parte
de las mejores aspiraciones del ser humano, como ya miles de seres lo demostraron al sacrificar sus vidas
para darnos seguridad social, derecho sindical, jornada de ocho horas y muchas cosas más. Es que
muchos ignoran que si fuera por la burguesía seguirían exprimiéndonos como en la Inglaterra del siglo
XIX donde hasta los niños trabajaban largas jornadas sin prestaciones sociales. Para los egoístas u
oligarcas el accionar de los socialistas si representa un grave riesgo porque pueden contaminar a la masa y
hacerla sentir que es posible materializar sus sueños de igualdad y por eso hay que “chuzarlos”,
perseguirlos hasta la muerte o dividirlos apelando a los inseguros e inescrupulosos Angelinos. Porque no
nos digamos mentiras, también entre los partidos de izquierda abundan los que utilizan la careta de
progres, para buscar su propia salvación. A las élites les fascinan esos tipejos miserables de espíritu
porque con facilidad los convierten en mercenarios de su causa y de paso de manera efectiva
desmoralizan a los menesterosos. Es precisamente esa la lección de la historia pues lo peor para los
esclavos no era el gran señor esclavista, sino el esclavo que ascendía a capataz, porque éste conocía de
verdad cómo ser implacable. De ahí el viejo refrán: no hay cuña que más apriete que la del mismo palo.